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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Queridos/as lectores/as....
Cita
Playlist
Alguien
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Red flags: edición relaciones
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Green flags: edición amistades
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Agradecimientos
Créditos
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Sinopsis

Tras la historia de Emma y Henry en el primer volumen, en esta nueva


entrega de Dunbridge Academy seguimos a otros miembros del grupo de
amigos, Tori y Sinclair.
Tori lleva un tiempo saliendo con Valentine y, aunque las cosas van bien,
hay una parte de sí misma que cree que tal vez no esté enamorada. Aunque
debería hacerlo, no sabe por qué no se siente cómoda para contarle a su
mejor amigo qué es lo que le ocurre.
Sinclair siempre ha considerado a Tori su mejor amiga. Este año ambos
están en la obra de teatro. A Sinclair lo han escogido para el papel
protagonista de Romeo y no le quita los ojos de encima a Eleanor, quien
interpreta a Julieta. Sin embargo esto a Tori, que está en el equipo de
guionistas, no debería importarle, ¿no?
DUNBRIDGE

ACADEMY
 
ANYONE
Nadie como tú
 

Sarah Sprinz
 
 Traducción de Albert Vitó i Godina
 

Para todos los que se han perdido.


Nunca es demasiado tarde

para volver a encontraros


 

Queridos/as lectores/as:
Este libro contiene elementos que pueden dañar ciertas sensibilidades.
(Atención: ¡spoiler!)
Algunos temas de este libro son: las relaciones tóxicas, los trastornos
alimentarios, la violencia doméstica, el abuso de sustancias y la
dependencia.
Si no os sentís emocionalmente a gusto con estos (u otros) temas, buscad
ayuda profesional.
Esperamos que viváis la mejor experiencia posible con esta lectura.

Vuestra Sarah y vuestra editorial


 

All the world’s a stage,

and all the women and men

merely players.

WILLIAM SHAKESPEARE
PLAYLIST

Two Ghosts, Harry Styles


Fuck Up the Friendship, Leah Kate
Cigarette Daydreams, Cage the Elephant
Night Changes, One Direction
Partners in Crime, Finneas
People Watching, Conan Gray
IDFC, Blackbear
To Be So Lonely, Harry Styles
1 Step Forward, 3 Steps Back, Olivia Rodrigo
Fool’s Gold, One Direction
Always You, Louis Tomlinson
Just Fucking Let Me Love You, Lowen
Moral of the Story, Ashe feat. Niall Horan
Bored, Billie Eilish
Same Mistakes, One Direction
Entertainer, ZAYN
Favorite Crime, Olivia Rodrigo
All Too Well (10 minute version), Taylor Swift
Why Won’t You Love Me, 5 Seconds of Summer
The Beach, Wolf Alice
I Want to Write You a Song, One Direction
Out of My League, Fitz and the Tantrums
Love Story, Taylor Swift
We Made It, Louis Tomlinson
ALGUIEN

Charles

Séptimo curso

El primer beso de mi vida fue con Tori, en un pasillo oscuro, durante la


noche de cine de terror de finales de septiembre. Valentine Ward, de octavo,
cambió el DVD que nos habían puesto por uno calificado «para mayores de
dieciocho años» en cuanto el señor Ringling salió de la sala de proyección.
Siempre que le toca guardia se queda dormido en la sala de descanso, por lo
que no tiene ni idea de lo que hacemos en realidad. Esa noche solo esperaba
que el viento silbara con fuerza contra los viejos muros de Dunbridge y lo
acabara despertando.
Me gustaría poder contar que seguí a Tori fuera de la sala porque se
asustó con la película, pero la verdad es que fue ella quien me siguió a mí
cuando me levanté al cabo de veintitrés minutos. Y que conste que no salí
porque tuviera miedo o para que no me vieran llorar, en absoluto. De verdad
que no.
Me planteé seriamente la posibilidad de no dormir en el internado esa
noche, de llamar a mi padre y pedirle que viniera a recogerme. Aunque eso
habría implicado quedarme solo en casa, en mi habitación. En el dormitorio
del internado al menos sé que los demás están cerca. Henry a veces habla en
sueños y Gideon ronca bastante cuando duerme bocarriba.
—Hola.
Me di la vuelta hacia la silueta de Tori, que apareció frente a mí entre la
penumbra. Tiene un talento especial para acercarse a mí con sigilo, a estas
alturas ya debería haberme acostumbrado.
—Hola —respondí enderezando la espalda—. ¿Qué tal?
—¿Estás bien? —me preguntó. Sus ojos reflejaban la tenue luz que
iluminaba la escalera. Una ráfaga de viento apartó las cortinas y le movió el
pelo. Tori tiene un aspecto muy distinto cuando lleva el pelo suelto; en clase
siempre lo lleva trenzado o recogido en un moño. Las tablas del suelo
crujieron cuando dio un paso hacia mí.
—Sí, yo..., es que me he dado cuenta de que... —«Sí, ¿de qué?», pensé
—. Bueno, nada, da igual —concluí tragando saliva. ¿Por qué no seré capaz
de pensar antes de abrir la boca?
—A mí tampoco me gustan las películas de miedo —reconoció.
Me puse en tensión. Tampoco... ¿Qué quería decir con «tampoco»?
¿Quién había dicho que a mí no me gustaran? Me encantan las pelis de
miedo. No me molestan en absoluto. Pero, entonces, ¿por qué no dije nada?
No podía quedarme sentado en el alféizar conteniendo el aliento para
siempre. Tori se plantó delante de mí. Sus ojos, que en realidad son
castaños, parecían casi negros. El corazón me dio un vuelco cuando se me
acercó un poco más. Tan cerca que quedó prácticamente entre mis rodillas.
Tan cerca que podía oler su champú de melocotón. Se inclinó hacia delante
y se mantuvo tan cerca de mí que hubiese podido incluso besarla.
Y me besó.
Fue un beso rápido, breve y algo torpe. Como un parpadeo, duró una
fracción de segundo. Pasó tan deprisa que ni siquiera sabría decir si tenía
los labios suaves, si eran tal como me los había imaginado. Llegué a dudar
seriamente que hubiera ocurrido, pero cuando me noté el pulso acelerado
estuve bastante seguro de que sí.
Tori retrocedió mientras yo levantaba la mano para tocarme la boca.
Noté los latidos del corazón en los oídos y solo deseé que volviera a
besarme. Me habría gustado agarrarla por las muñecas y atraerla hacia mí
de nuevo, pero no me atreví. Porque es mi mejor amiga. Es mi mejor amiga
y quería besarla, y... joder, vaya mierda. Quería besarla. Me moría de ganas
de besarla. No quería ser una persona cualquiera para ella, quería serlo todo.
Me puse en pie para abrazarla, pero justo en ese instante se oyeron gritos
contenidos y risas en la sala de proyección. Nos sobresaltamos al mismo
tiempo, una racha de viento cerró una hoja de la ventana que tenía al lado y
en alguna parte se oyó un portazo.
Cuando volvía a levantar la mirada hacia Tori, estaba pálida como un
fantasma. Tenía los ojos muy abiertos, como si se hubiera asustado. Se
mordisqueó levemente el labio inferior antes de hablar.
—Lo siento, yo...
—No —me apresuré a responder acercándome un paso hacia ella. ¿Se
arrepentía? ¿Tal vez porque no supe reaccionar y responder al beso que me
acababa de dar? Debería...
—¡Eh! —resonó la voz de Valentine Ward, lo que me obligó a volverme.
Venía directamente hacia nosotros desde los lavabos—. ¿Os estáis
enrollando o qué?
Cuando Tori me miró de nuevo fue como si acabaran de pegarme un
bofetón. Luego se volvió hacia Valentine y soltó una carcajada amarga y
nerviosa.
—¿Nosotros? No... Es solo que Sinclair tenía miedo.
Claro. Charles Sinclair, el miedica que todo lo hace mal.
—No tengo miedo —aseguré mientras la seguía.
¿Cómo iba a saber yo que esa sería la primera mentira de una sarta
interminable que empezaríamos a contarnos a partir de entonces?
1

Victoria

Undécimo curso

—¿Se puede saber qué hacías tanto rato ahí dentro?


«Sonríe. No lo dice en serio. Y aunque fuera así, tampoco importa.»
—Me estaba refrescando un poco —respondo con la máxima
indiferencia de la que soy capaz mientras enderezo la espalda. Dentro de mi
cabeza oigo la voz de mi madre.
«Si quieres llevar un vestido de esa envergadura, tienes que andar
erguida. Los hombros hacia atrás, la barbilla bien alta.»
Sé cómo funciona esto. He tenido oportunidades de sobra de practicar
para eventos como el baile de Año Nuevo de la Dunbridge Academy.
Y  Valentine también, al fin y al cabo se apellida Ward, pero, aunque me
acerco un poco más a él, no me ofrece el brazo. De hecho, ni siquiera me
mira directamente, sino que se vuelve hacia sus amigos de último curso.
Charlan y se ríen de bromas que no comprendo mientras fuman, y el aire
helado me llena los pulmones. La música del salón de fiestas se oye
amortiguada de fondo. El alumnado está reunido formando grupitos sobre el
patio adoquinado que hay entre los edificios antiguos de ladrillo oscuro.
Trajes caros, vestidos de baile despampanantes, brazaletes resplandecientes,
pendientes que cuestan tanto como un coche y relojes de pulsera tan caros y
exclusivos que solo pueden llevarse en ocasiones como esta. Es la única
noche del año en la que la Dunbridge Academy hace honor de verdad a su
reputación como internado de élite. El dinero prácticamente se huele en el
ambiente. Es un poco como las cenas y eventos a los que acompaño a mis
padres algunas veces.
Le echo un vistazo a la puerta de doble hoja que acabo de cruzar. Hace
un momento tenía demasiado calor, pero el frío que reina aquí fuera me
recuerda que estamos a mediados de enero. El vestido color arena que llevo
puesto me llega hasta los pies y tiene las mangas ajustadas, pero el fino
tejido de satén no abriga nada. Noto la piel de gallina en la nuca. Cruzo los
brazos, helada, y me coloco junto a Val. El escote de la espalda sin duda es
espectacular, de hecho fue el principal motivo para elegir este vestido, pero
ahora mismo me arrepiento de no haberme decidido por un modelo más
cálido. Debería volver a entrar. No fumo, de manera que podría esperar
dentro a Val. O él podría ofrecerme su chaqueta, aunque no tiene pinta de
que vaya a pasársele siquiera por la cabeza.
Me duelen los pies, estoy cansada, pero todavía no es medianoche.
Aguanta, Belhaven-Wynford. El año pasado estuviste hasta poco antes de la
una y media en la pista de baile y pasaste la mejor noche de tu vida. Me
estoy haciendo vieja, ¿es eso? ¿O es que simplemente con Sinclair, Henry,
Olive y los demás me lo pasaba mejor? Ahora que lo pienso, ¿dónde se han
metido? No me da la sensación de que Val vaya a echarme de menos si me
voy un momento con mis amigos. Me dispongo a buscarlos cuando veo
salir a más gente del vestíbulo.
Sinclair lleva las manos hundidas en los bolsillos de los pantalones de su
traje oscuro; está borracho. Se nota en su postura incluso bajo la escasa
iluminación que aportan las farolas y los braseros del exterior. La luz
parpadea en los muros del claustro y en la mirada achispada de mi mejor
amigo, que viene enseguida a mi encuentro. Siempre relaciono a Sinclair
con el uniforme azul marino de la Dunbridge Academy, cuya chaqueta odia
a muerte hasta el punto de ponérsela a menudo solo colgada de un hombro,
pero el traje negro que lleva hoy, con los zapatos de cuero y la camisa
blanca, se ajusta como un guante a su cuerpo esbelto. No sé qué se ha hecho
en el pelo, pero los mechones rubios le caen sobre la frente con particular
desenfado. Debería agradecerme que lo convenciera para ir a la peluquería
unos días antes del baile. Siempre parece un caniche recién esquilado, pero
hoy le queda especialmente bien, y lo mejor de todo es que no es consciente
de ello.
Tras él van Henry y Emma, que me saluda nada más verme. Se libra del
brazo con el que Henry la envolvía y corre a mi encuentro. Estoy bastante
segura de que ese vestido azul marino tan ajustado no le quedaría a nadie
tan bien como a ella. Emma es la persona más deportista que conozco, pero
al mismo tiempo también la más elegante. Y  encima va acompañada por
Henry, que se puede poner lo que le dé la gana y siempre parece un príncipe
de cuento. Juntos forman una pareja sensacional.
—Vuelvo enseguida —murmuro mirando a Val, y acto seguido me doy
la vuelta para evitar la nube de humo que viene directa hacia mi cara.
Estoy un poco mareada, y no solo por la humareda de los cigarrillos.
Llevo todo el día tensa, por eso apenas he podido probar bocado durante la
cena. Todavía estoy esperando el momento en que los nervios remitan lo
suficiente para dejarme disfrutar de verdad del baile.
—¿Y  bien? ¿Cómo va la noche, chicos? —pregunto, y yo misma me
sorprendo de mi capacidad para fingir que estoy de buen humor a pesar de
lo vacía que me siento por dentro.
Sinclair se me queda mirando fijamente cuando reprimo un escalofrío.
Se saca las manos de los bolsillos y sé que las tiene calientes. Sin embargo,
no me acerco a él y dejo que me envuelva con un brazo como siempre
hacemos, porque es el único chico que puede tocarme sin que eso signifique
algo. Me quedo quieta y Emma me habla, pero no llego a procesar el
contenido de sus palabras. Sinclair evita mirarme. Intento sonreír, pero me
cuesta, porque no puedo parar de preguntarme por qué las cosas son tan
raras entre nosotros desde hace un tiempo. Por qué me siento como una
traidora por haber venido aquí con Val, por pasar la velada con él y sus
amigos en lugar de estar con los míos. Al fin y al cabo, Sinclair no llegó a
pedirme que fuera su acompañante. Esperaba que lo hiciera, como todos los
años, y es que este baile es una de las pocas situaciones en las que el
feminismo abandona mi cuerpo. En el fondo me gustaría que me lo hubiera
pedido como se lo piden a las protagonistas de los libros que leo. Que me lo
pidiera él, Sinclair. Medio en broma, por supuesto, porque al fin y al cabo
es mi mejor amigo, aunque luego todos habrían interpretado algo distinto.
Pero el caso es que no me lo propuso. Claro que no. Se lo pidió a Ellie
Inglewood, y ella ha presumido delante de todas sus amigas. Pero después
de bailar un par de veces juntos, Sinclair ha vuelto con Henry y los demás.
Normalmente, yo habría ido con Gideon o con Omar, con alguien que me
cayera bien y a quien conociera lo suficiente para estar segura de que no
querrían liarse conmigo. Pero este año no hay nada normal, porque he
venido con Val, que sin duda quiere liarse conmigo. Después de todo, eso es
lo que me gusta de él: que me desea. ¿Quién no quiere ser el objeto de
deseo de Valentine Ward, el capitán del equipo de rugby y rey tácito de
Dunbridge?
Emma se abanica un poco y se ríe. Lo más probable es que vaya
borracha. Henry se inclina hacia ella y la besa. Es lo único que me molesta
del baile de Año Nuevo: el alcohol que circula clandestinamente en
cantidades industriales todos los años.
Miro a Sinclair, que se ha quitado la chaqueta. Una profunda arruga se
ha instalado en su entrecejo cuando me la tiende. Titubeo antes de aceptarla.
—Estás helada —constata sin más. Su voz suena indiferente, pero al
mismo tiempo en sus ojos claros reluce algo que consigue que me flaqueen
las rodillas.
Antes incluso de que pueda plantearme si acepto el gesto, noto un
pesado brazo sobre los hombros.
—¿Volvemos a entrar?
Huelo el alcohol en el aliento de Val y quiero apartar la cabeza, pero me
obligo a no hacerlo. Se acabará enfadando si lo pongo en evidencia delante
de mis amigos. No es ninguna novedad que es muy sensible respecto a esas
cosas. Y seguro que tiene sus motivos, aunque me gustaría que se decidiera
a compartirlos conmigo más a menudo. Desde que tenemos más relación,
puedo contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que Val me ha
hablado acerca de su hermana. Su relación no parece haber mejorado desde
que se graduó en Dunbridge hace unos años y se marchó a estudiar a
Oxford.
—Claro —respondo, y asiento mientras Sinclair se pone de nuevo la
chaqueta. Sus labios han quedado reducidos a una fina línea de tanto que
los aprieta.
—¿Dónde has dejado a Ellie? —pregunta Val en ese tono de desprecio al
que Sinclair reacciona de un modo absolutamente alérgico—. ¿Ya está en la
cama o todavía está jugando con sus amigas del parvulario?
—Val —murmuro en tono conciliador, intentando llevármelo a un lado.
Me pone de los nervios que él y Sinclair siempre terminen enfrentándose en
esos juegos de poder innecesarios.
Sinclair tensa los puños.
—¡Cállate, Ward!
—No te pongas tan gallito, ¿vale? —replica Val dando un paso hacia él.
Es más alto que Sinclair y, aunque no creo que sean tan inmaduros como
para liarse a puñetazos, me pongo nerviosa.
—¿No? ¿Por qué? ¿Qué piensas hacer? —sisea Sinclair—. ¿O crees que
vendrá tu tío a sacarte las castañas del fuego? Qué lástima que ya no trabaje
aquí.
—Ten cuidado con lo que dices.
—Val... Vámonos —digo tirándole del brazo. Sin embargo, lo agita
bruscamente y consigue zafarse de mí.
—¿Tu madre sabe que bebes durante el baile de Año Nuevo? —
pregunta.
—No, pero seguro que se alegrará si se entera de dónde sale el alcohol.
—Que te den por culo, Sinclair —gruñe Val. Suelto un suspiro de alivio
cuando por fin me permite arrastrarlo. Es una sensación extraña, la de
llevármelo hacia la entrada para alejarlo de Sinclair y de los demás—. Lo
siento —murmura cuando solo yo puedo oírlo—. Ya sé que era innecesario
y que son tus amigos.
Abro la boca, pero estoy demasiado sorprendida para decir nada. Al
menos nada adecuado.
—No pasa nada —respondo.
«¿En serio?»
En realidad no me parece nada bien la manera en que les habla a mis
amigos, pero parece que él mismo se ha dado cuenta. Y parece remorderse
la conciencia cuando mete las manos en los bolsillos de los pantalones.
—Esto no tiene ni pies ni cabeza, parece una de esas ridículas galas que
celebra mi madre —dice deteniéndose—. Todo el mundo acude solo para
que lo vean.
Asiento y pienso en los eventos que organiza Veronica Ward, a los que
mi familia suele acudir como invitada. La mansión de la familia de Val se
encuentra a unos tres cuartos de hora de la casa de mis padres. Nuestros
padres juegan al golf juntos, cuando no acompañan a nuestras madres en
comidas de negocios. La madre de Val es un pez gordo del sector
inmobiliario, mientras que la mía es galerista y se dedica a vender a la alta
sociedad cuadros que a menudo cuestan tanto dinero como una casita
unifamiliar. Colaboran con frecuencia. Una mano lava la otra, como suele
decirse. No obstante, la verdad es que simplemente prefieren que los
negocios no salgan de nuestro círculo social.
Llevo oyendo el apellido Ward desde niña. A  Valentine seguro que le
ocurre lo mismo con Belhaven-Wynford. No cabía la menor duda de que
nos encontraríamos de nuevo en Dunbridge; al fin y al cabo, es el internado
de referencia de la alta sociedad británica que desea ofrecer a sus hijos la
mejor formación posible. Según las malas lenguas, la educación aquí se
adapta perfectamente a las necesidades de la élite, aunque eso no puedo
juzgarlo, ya que es el único instituto que he conocido. Si fuera uno de los
personajes de las novelas que leo, seguramente tendría que aborrecer vivir
en esta burbuja elitista por una cuestión de principios, pero lo cierto es que
aprecio de verdad lo que mamá y papá hacen por William y por mí. Sería
ingrato no reconocerlo, por mucho que en ocasiones pese sobre mis
hombros la influencia social de mi familia. Aparte de mi hermano, Val es el
único con el que puedo hablar de estas cosas. No obstante, por lo general
me alegro de que mis amigos no tengan que ver con todo esto. Proceden de
hogares adinerados, pero al mismo tiempo están muy alejados del nivel
social de mi familia.
—Nosotros también podríamos marcharnos —propongo, aunque las
pocas esperanzas que tenía se esfuman cuando veo que Val niega con la
cabeza. La idea de quitarme estos tacones de una vez era demasiado bonita.
—No, no pasa nada —responde—. Además, estás demasiado guapa para
no dejarte ver. Es mejor que te quedes un rato más y que los demás tengan
motivos para sentir envidia.
Eso me inquieta. Los demás..., es decir, Sinclair. Aunque no creo que mi
mejor amigo esté celoso de Val. De hecho, está colgado de Eleanor, de
último curso. Lo que, por cierto, me trae sin cuidado. Me da absolutamente
igual.
—Como quieras —respondo.
Val sonríe, algo que no estoy acostumbrada a ver. Normalmente su rostro
es tan serio como la expresión de sus ojos castaños. Su estructura ósea no es
de este mundo. Valentine Ward es todo pómulos. Pómulos, pómulos,
pómulos y una nariz clásica que le confiere una apariencia digna de los
orgullosos dioses griegos. Si ya es bastante atractivo de normal, más aún en
momentos como este, cuando va enfundado en un traje oscuro hecho a
medida que le queda perfecto y destaca sus hombros anchos. Valentine
Ward es alto, esbelto y atlético. Es tal como imaginas que debería ser el
capitán del equipo de rugby de un internado de élite.
Me coloca la mano en la parte baja de la espalda.
—He oído que el próximo fin de semana vendréis a comer a casa —me
comenta mientras volvemos a entrar.
—Entonces ya sabes más que yo —replico—. A  mí no me han dicho
nada.
—Mi madre quiere que vaya, y he pensado que tal vez a ti te apetecería
acompañar a tus padres. Así será un poco más soportable.
Titubeo. Mis padres saben que Val y yo tenemos «cierta afinidad», como
le gusta decir a mi madre. Pero sería la primera vez que nos presentamos
frente a ellos como una pareja. Si es que realmente lo somos, claro. No
tengo ni la menor idea, y tampoco me gustaría precipitarme. Hemos
acudido juntos al baile de Año Nuevo, pero eso puede significarlo todo o no
significar nada. Cuando Val me pidió que lo acompañara, antes de las
vacaciones de Navidad, enseguida pensé en Sinclair. Y luego sí, luego me
alegré. Val se lo ha currado mucho. Estuvo paseando conmigo por la
librería Ebrington Tales a pesar de que sé de sobra lo aburridos que le
parecen los libros. Después tomamos chocolate caliente en el Blue Room
Café y finalmente me lo pidió. Tenía sentido responderle que sí, aunque
luego me pasara media noche en vela pensando en la cara de mi mejor
amigo cuando se enterara.
—Hablaré con ellos —me apresuro a responder—. ¿Pippa también irá?
La expresión de Val se endurece más que de costumbre mientras niega
con la cabeza. Siempre resulta delicado mencionar a su hermana. Philippa
Ward se graduó en la Dunbridge Academy hace cuatro años y se matriculó
en Oxford para estudiar Derecho con tres becas. No hay duda de que es
superdotada, por lo que también es el orgullo de los Ward. Y no es que los
padres de Valentine no estén orgullosos de él, pero están muy centrados en
el rendimiento académico de sus hijos y Val no brilla precisamente en ese
aspecto. Desde que su tío ya no da clases en el internado, parece que tiene
todavía más dificultades para aprobar.
—No, tiene exámenes —se limita a contestar, tras lo cual retira la mano.
Genial. Cada vez que se encierra en sí mismo de ese modo y no muestra
sus sentimientos es como si me golpeara en el pecho. Supongo que nunca
ha aprendido a exteriorizarlos. Veronica y August Ward no son personas
frías, pero tampoco destacan por sus demostraciones de afecto o su calidez.
—Espera —me dice Val mirando a uno y otro lado. Acto seguido, se
dirige con determinación hacia el guardarropa, que está a un lado del
vestíbulo. En un rincón relativamente discreto descubro a Cilian, que justo
en ese momento se inclina sobre una mesa. Me quedo de piedra cuando
comprendo lo que están haciendo.
Siempre había pensado que lo del consumo de cocaína entre los alumnos
de último curso era un simple rumor, pero parece evidente que he sido una
ingenua. Me quedo quieta mientras Val se acerca a los demás. Unos cuantos
alumnos de octavo salen de la sala y nos lanzan miradas cargadas de
escepticismo. Espero que no nos vea ningún profesor. Me mordisqueo el
labio inferior mientras miro a mi alrededor.
—¿Tori?
La voz de Val suena como un ofrecimiento. Cuando me vuelvo hacia él,
arquea las cejas para reclamar una respuesta, pero yo niego con la cabeza.
—No, gracias.
«Gracias...» No soy tan tonta como para eso.
—¡Vamos! —exclama Cilian.
—Paso —insisto con mi voz más firme.
—Eres una Belhaven-Wynford, ¿a quién quieres engañar? La nieve está
bien vista entre la gente de tu nivel.
—Déjalo —interviene Val para mi sorpresa. En su voz hay algo
amenazador que le cierra el pico a Cilian, que me lanza una mirada de
desprecio antes de volverse—. Lo siento —me dice Val—. Normalmente no
consumo, pero las últimas semanas han sido una verdadera mierda.
Me limito a asentir en medio del silencio incómodo que reina de repente
mientras Val se inclina sobre la mesa llevándose un dedo a la nariz. No
parece que sea la primera vez. Y  no me gusta, no me gusta nada. Ya me
parece bastante mal que todos beban, pero tal vez soy demasiado
susceptible. En cierto modo incluso puedo llegar a entender a Val. Desde
que su tío tuvo que dejar Dunbridge, las cosas no han sido fáciles para él.
Dentro de menos de ocho semanas empezarán los exámenes para los
alumnos de último año y ya no podrá contar con su apoyo. Yo tampoco es
que sea nada del otro mundo, pero al menos saco buenas notas. Hace poco
le ofrecí a Val que estudiáramos juntos, pero no se lo tomó demasiado bien.
Nos peleamos y se pasó la tarde entera levantando pesas y entrenando con
la máquina de remo en el gimnasio del internado. Al final decidí que lo
mejor sería no entrometerme.
Val se incorpora de nuevo. Se pasa el dorso de la mano por el bigote y
echa la cabeza atrás un momento. Las aletas de la nariz le tiemblan cuando
toma aire con vehemencia.
—¿Todo bien? —pregunto en voz baja cuando por fin vuelve a
envolverme los hombros con el brazo.
Val asiente sin mirarme siquiera.
—¿Quieres bailar?
Dudo porque, para ser sincera, lo que más me gustaría en estos
momentos es estar con Sinclair, Emma y los demás. Es el primer baile de
Año Nuevo que no paso con mis mejores amigos. Pero también es el
primero al que acudo con una cita de verdad, cosa que, en el fondo, estaba
deseando. Me obligo a sonreír.
—Claro.
Val toma un trago de la botella de ginebra que le ofrece Cilian y el
estómago se me revuelve un poco. Niego con la cabeza cuando Val me la
ofrece.
—Más tarde, quizá —miento.
Val no replica nada, pero pone los ojos en blanco mientras se lleva la
botella a los labios de nuevo, aunque tal vez solo me lo haya imaginado.
La música a todo volumen nos recibe nada más cruzar las puertas dobles
del salón de baile. Reconozco la canción enseguida, cuando solo han
sonado los primeros compases. Thinking Bout You, de Ariana Grande. La
pista de baile está llena, las lentejuelas y las bolas de espejos brillan
reflejando la luz. El estómago me da un brinco cuando Val me ofrece el
brazo para ayudarme a bajar los pocos escalones de la amplia escalinata de
piedra que hay en la entrada. Cuando lo miro, parece conciliador de nuevo.
La luz le ilumina el rostro y arroja sombras sobre sus rasgos afilados.
Realmente estoy en el baile de Año Nuevo con Valentine.
Y todos nos observan. Noto sus miradas cuando entramos. Val no aparta
el brazo y me conduce hasta el centro de la sala, pasando junto a la gente
que se acumula al borde de la pista de baile, charlando frente a las mesitas
altas. Estudiantes de cursos intermedios se avisan entre ellos y nos señalan
con disimulo.
Tengo la sensación de estar soñando cuando Val se vuelve hacia mí y me
pone la mano en la espalda. Noto sus músculos cuando me agarro a su
brazo. Es solo un momento fugaz, pero de repente pienso en Sinclair y en
las clases de baile que compartimos en octavo, cuando me di cuenta de que
mi mejor amigo tenía los bíceps sorprendentemente duros y de que era
incapaz de agarrarme a él sin sentir algo extraño en el estómago. ¡La de
veces que el señor Acevedo estuvo a punto de echarnos porque no
parábamos de reírnos como histéricos y nos equivocábamos con los pasos!
Todo eso me viene a la cabeza como una corriente eléctrica cuando echo un
vistazo por encima del hombro de Val hacia la entrada y me encuentro con
la mirada inexpresiva de Sinclair. Está apoyado en la barandilla que hay
arriba, junto a la puerta de doble hoja. Emma y Henry se besan sin
contemplaciones y Gideon está a su lado moviendo los labios. Pero Sinclair
ni siquiera se esfuerza en disimular que no lo está escuchando. Mira hacia
abajo. Nos mira a Val y a mí, y sus ojos se clavan en lo más profundo de mi
alma.
—Eh, que está sonando música.
Vuelvo la cabeza hacia Val. Su sonrisa no encaja con el tono cortante de
su voz. ¿Es que ha visto a Sinclair y a los demás? ¿O solo lo decía en
broma? Busco en su rostro algún indicio de enfado, pero no hay nada de
eso.
—Lo siento —me disculpo con una sonrisa.
Val se acerca un poco más a mí.
—¿Te lo estás pasando bien? —me pregunta.
Asiento, pero es un acto reflejo.
—Sí, mucho.
—Tori... —suspira negando con la cabeza mientras seguimos
moviéndonos al ritmo de la música—. Vamos, dímelo, ¿qué estoy haciendo
mal?
—¿Cómo? —exclamo enseguida—. Pero si es fantástico, de verdad.
—¿Preferirías estar con tus amigos?
¿De verdad se me nota tanto? Tengo que aprender a disimular mejor.
—No. Estoy aquí, contigo.
—Pues sí —constata Val. De repente me mira a los ojos. Y  no lo hace
fugazmente, no de forma casual, sino que es una mirada profunda que me
deja paralizada por dentro. ¿Ahora nos besaremos? En las novelas y en las
películas sería el momento adecuado. Estamos en la pista de baile
abrazados. Solo tenemos que inclinarnos y cerrar los ojos. Socorro.
No sé si Val nota mi pánico, pero se aparta un poco, levanta el brazo y
me ayuda a girar sobre mí misma. Cuando me atrae de nuevo hacia él,
siento su mano más abajo que antes. Un cosquilleo nervioso me recorre
todo el cuerpo. Es casi como si fuera demasiado consciente de los puntos en
los que me toca. La canción llega a su fin y, por supuesto, ocurre lo mismo
que en todas las películas malas de instituto. Empieza a sonar una lenta. Val
me pone las dos manos en el culo y me atrae más hacia su cuerpo.
—Cuidado, amigo mío.
No tengo ni idea de dónde sale esa voz, pero, antes de que acierte a
comprender lo que ocurre, Eleanor Attenborough corrige la posición de las
manos de Val sobre mi trasero. Y  cuando digo que la corrige quiero decir
que se las aparta hacia arriba.
—Supongo que te consideras un caballero, ¿verdad? —le pregunta, tras
lo que le lanza un beso cuando ve que Val abre la boca indignado. Eleanor
vuelve los ojos hacia mí y me escruta un instante. No es una mirada de
intimidación, sino más bien de alerta. Una mirada que me pregunta: «¿Te
parece bien lo que está ocurriendo?».
Desvía la mirada cuando le dedico una sonrisa insegura, y a continuación
desaparece entre la multitud.
—Caray con Eleanor —murmura Val antes de imitarla sin gracia—.
«Cuidado, amigo mío...» Mierda, ¿está celosa o qué le pasa?
Me quedo callada. Es posible que Val lo vea de otro modo, pero yo no
tengo la sensación de que Eleanor esté afligida precisamente. ¿Cuánto
tiempo estuvieron juntos? Como máximo, dos meses, aunque por supuesto
es tiempo más que suficiente para que todos los alumnos de Dunbridge
hablaran de ello. Así es como funcionan las cosas aquí.
—Si quieres saber lo que pienso, a esta le falta un tornillo —afirma, y no
tengo tiempo de reaccionar antes de que Val me agarre la mano y tire de mí
—. En cualquier caso, larguémonos de aquí.
El instinto me dice que no es buena idea llevarle la contraria, por lo que
lo sigo. Hoy Val parece algo veleidoso. Hace un momento quería bailar y
quedarse un rato más. ¿Es por la cocaína? Entonces lo mejor sería no
quedarme a solas con él, ¿no?
Ya no veo a Sinclair, Gideon, Emma y Henry mientras subimos los
escalones que llevan hasta la puerta. Al menos los amigos de Val están en el
vestíbulo. Él no me mira en ningún momento, sino que saca el móvil y lo
consulta mientras salimos al exterior.
—Seguro que están detrás del gimnasio —murmura, y luego titubea un
poco—. ¿Tienes frío?
Noto un respingo en el estómago cuando veo que se quita la chaqueta y
me la ofrece. «Ya era hora», es lo primero que se me pasa por la cabeza. Lo
segundo: «¡Dios mío, Valentine Ward me acaba de ofrecer su chaqueta!».
Me queda grande, por supuesto, pero eso me encanta.
—¿Vamos con los demás? —pregunta.
—Claro —respondo asintiendo.
—¿O prefieres ir con tus amigos?
Lo pregunta sin el más mínimo tono de reproche en la voz, pero su
mirada está cargada de expectación cuando me mira. Solo hay una respuesta
correcta y sé cuál es.
—No —respondo negando con la cabeza. Más que nada porque tampoco
sé dónde están ahora mismo.
Val me dedica una media sonrisa, y me parece de lo más atractivo.
—Sabía que elegirías bien —dice antes de doblar la esquina y
empujarme contra la pared en un rincón oscuro. El corazón está a punto de
explotarme—. Victoria Belhaven-Wynford, molas demasiado para ir con tus
amiguitos de undécimo, ¿no te lo habían dicho nunca?
—Tú eres el primero.
Val sonríe con aire burlón.
—¿En serio? —pregunta, y acto seguido me besa.
Lo hace con un movimiento fluido, no lo he visto venir. Noto el frío del
muro a través de su chaqueta y el corazón que me late a toda prisa, justo
contra los labios de Val.
«Respira por la nariz. Cierra los ojos.» Es lo que hacen en todas las
novelas. Dios, incluso las mujeres de las novelas que besan por primera vez
lo consiguen. Lo llevan en la sangre. Y este tampoco es que sea mi primer
beso. De acuerdo, es mi primer beso de verdad, pero, cuando cierro los
ojos, vuelvo a ver a Sinclair en ese alféizar, con el pelo rubio cayéndole
frente a los ojos cuando nos apartamos al mismo tiempo.
Val me agarra la cabeza y me acerca más a él. No me pregunta si me
parece bien, si estoy cómoda. Se apodera de mí como si esa fuera mi única
función como mujer. Los libros me han enseñado que eso es romántico,
pero ahora mismo lo percibo más bien como una amenaza. Como si me
estuvieran requiriendo algo para lo que tal vez no estoy preparada.
Si no me aparto es porque no tengo elección. Y porque una parte de mí
disfruta con lo que está ocurriendo. Noto un cosquilleo en el estómago y me
tiemblan las rodillas.
Me sobresalto cuando oigo que se acerca alguien. Val no hace caso. Mete
la pierna entre mis rodillas y mi cuerpo reacciona al instante con unas
palpitaciones nerviosas.
Entonces me doy cuenta de que quien se acerca es mi mejor amigo.
Y que se me queda mirando.
Detecto una mirada vacía en los ojos de Sinclair, y me sienta como un
jarro de agua fría. Pasa una fracción de segundo y luego desvía la mirada
hacia otra parte. El sonido ahogado que se me escapa sin que pueda evitarlo
hace que Val se detenga.
Cuando se aparta de mí, le brillan los labios y tiene las pupilas dilatadas.
Me da un poco de miedo, pero al mismo tiempo me parece excitante.
—¿Soy el primero? —repite.
No sé qué es lo que quiere oír. ¿Le gustaría que le dijera que sí? A decir
verdad, el beso que le di a Sinclair en séptimo no cuenta. Fue solo una
broma. Asiento. Tengo la boca seca.
2

Charles

Lo está besando.
Y sí, por supuesto que me sienta fatal.
Tori está besando a Valentine Ward. O él la está besando a ella. El caso
es que no puedo seguir dándole vueltas si no quiero volverme loco. Siento
una desesperación paralizante en el estómago que lucha por trepar hacia
arriba a pesar de mis intentos de ahogarla con tragos de ginebra.
Tori puede hacer lo que quiera, pero ¿tiene que hacerlo precisamente
aquí, delante de mí? No debería haber venido al puto baile de Año Nuevo.
Es ridículo. Ellie Inglewood se ha largado hace rato para grabar tiktoks
vergonzosos con sus amigas. Seguro que se estará quejando de lo aburrido
que soy. Ni siquiera he intentado besarla, y eso que sin duda ella esperaba
que lo hiciera. Esa es la imagen que todos tienen de mí: Sinclair, el tipo
seguro de sí mismo que sabe lo que quiere. El que guarda condones en la
taquilla aunque, en realidad, ni siquiera ha tenido ocasión de utilizarlos. Es
más fácil ocultarse tras comentarios descarados y ambiguos que defender lo
que realmente eres. Alguien a quien nunca han besado. Bueno, no, eso no es
del todo cierto, pero por desgracia no he recibido otro beso aparte del que
Tori me dio en su momento. No me extraña que prefiera liarse con
Valentine Ward, quien, al contrario que yo, parece saber muy bien lo que
hace.
—¿No preferirías frenar un poco y beber agua? —me pregunta Gideon.
Que se calle la boca. Él también va borracho, aunque no lo esté tanto
como yo. ¿A qué viene eso? Es el baile de Año Nuevo. Todo el mundo sabe
que bebemos, nadie está pendiente de eso. Bueno, también hay gente como
Henry, que va sobrio. Y está pegado a los labios de Emma como si fuera la
única persona del mundo. Y no es que no me alegre por mi mejor amigo,
claro que me alegro, pero últimamente estoy furioso.
—No —respondo ignorando a Gideon cuando niega con la cabeza—.
¿Volvemos a entrar?
—Tío, no estoy seguro de que sea buena idea. Si los profesores nos ven
así...
—Pero si ellos también van todos como cubas.
—Tu madre seguro que no.
Suelto un gemido de frustración sin poder evitarlo. De acuerdo, la
verdad es que será mejor que mi madre (que al mismo tiempo es la rectora
de la Dunbridge Academy) no vea en qué estado me encuentro. Es una
lástima que el hecho de ser su hijo no me deje al margen de las reglas. Más
bien todo lo contrario, a veces tengo la impresión de que mamá es
especialmente severa conmigo para que a nadie se le ocurra reprocharle que
me favorece de algún modo. El límite cero de alcohol en sangre que se
aplica a todos los alumnos menores de dieciocho años también vale para mí.
Si nos pescan, estamos perdidos. La advertencia que recibimos por culpa de
Henry, cuando el otoño pasado se emborrachó tras la muerte de su hermana,
por suerte ha prescrito con el inicio del nuevo año, pero tampoco es
cuestión de que nos caiga otra.
Es posible que haya bebido mucho, porque de repente estamos en uno de
los antiguos invernaderos y ni siquiera recuerdo cómo he llegado hasta
aquí. Aunque lo que no he olvidado es cómo Valentine Ward se pegaba a
Tori contra ese muro. Me entran ganas de vomitar solo de pensar que la
tocaba de ese modo. ¿Y ella por qué se lo permite? Ese tío es asqueroso, y
Tori es demasiado lista para él.
Sigo bebiendo. La ginebra ya ni siquiera me arde en la garganta. La
cabeza me da vueltas cuando cierro los ojos, pero tampoco voy tan mal. Lo
que me apetece es tumbarme un rato. Sí, buena idea.
Alguien intenta sostenerme antes de que se oigan unos gritos y el
tintineo de unos vasos. Bueno, no me encuentro muy bien, pero me trae sin
cuidado. El rostro de Henry aparece un momento sobre mí. Me dice algo y
vuelve a desviar la mirada. ¿Qué hora será? Creo que echaré una
cabezadita, tengo los ojos cansados. Y  la cabeza. Y  el corazón también.
Puto Valentine, cómo lo odio. Y a Tori. ¿Por qué tiene que ser tan guapa?
Ahí está otra vez. Vuelve la cabeza, pero se la quiero agarrar, quiero decirle
que la amo, y no puedo hacerlo porque lo fastidiaría todo. Esta mierda de
que somos mejores amigos es muy frustrante. Seguro que debe de ser la
hostia besar a ese gilipollas. O sea que decido decírselo.
—¿Cómo dices, Sinclair?
Su voz suena tierna. La tierna voz de Tori. No tiene ningún sentido,
¿verdad?
—¿Tienes que vomitar?
Espero que no. Pero también espero un montón de cosas más y ya
sabemos que eso no es ninguna garantía de que se acaben cumpliendo. Pero
noto los cálidos dedos de Tori en mi pelo y me pesa la cabeza. Me pesa
mucho. Creo que me envuelve con un brazo.
Y luego se marcha.
Victoria

Val tiene las pupilas muy dilatadas y eso me da tanto miedo que se me
forma un nudo en el estómago. Tal vez estoy paranoica, pero la gente
drogada me inquieta mucho. Y creo que tengo motivos de sobra para ello.
Aun así, me quedo con él y unos cuantos más de último curso fuera,
detrás del gimnasio, donde ha empezado una segunda fiesta paralela a la
oficial. Porque el baile les parece un coñazo y yo no me he atrevido a
admitir que preferiría volver a entrar. No sé por qué, pero tengo la sensación
de que debo hablar con Sinclair. Me ha parecido que se quedaba hecho
polvo cuando ha visto que Val me besaba. Además, iba muy pedo. Y no es
propio de él, porque mi mejor amigo sabe perfectamente que el alcohol es
un tema delicado para mí. A  diferencia de Val, pero no tengo ninguna
intención de hablar de eso con él. El trasfondo de mi aversión por el alcohol
y las drogas no le incumbe. Ni a Val ni, sobre todo, a su familia.
Alguien ha traído un altavoz portátil en el que suena un rap agresivo. Val
no ha vuelto a besarme, está charlando con sus amigos. Hablan levantando
mucho la voz y sus carcajadas, por algún motivo, me parecen
amenazadoras. No consigo seguir el hilo de la mayoría de las anécdotas que
se cuentan. Por eso me limito a sonreír, rechazando por enésima vez las
copas que circulan a raudales por aquí.
¿Qué ocurre realmente cuando esnifas coca y bebes? ¿Actúa todo del
mismo modo o tengo que preocuparme por si Val y los demás están a punto
de sufrir una arritmia y de caer como moscas? En cualquier caso tampoco
parece que la combinación suponga precisamente una novedad para ellos.
Y  también hay gente que parece bastante sobria. Eleanor Attenborough y
sus amigas, por ejemplo. Están a pocos metros de nosotros. No me atrevo a
ir con ellas, aunque el instinto me dice que tal vez su compañía me
parecería más divertida. Sin embargo, tampoco quiero ser la pequeña, la de
undécimo que pone a todos de los nervios.
Val podría estar hablando conmigo. O sea, no solo conmigo, tampoco es
que sea eso lo que espero. Al fin y al cabo es el baile de Año Nuevo y
quiere pasarlo bien con sus amigos, es totalmente comprensible. Pero,
bueno, también podría incluirme un poco en lugar de dejarme de lado. Por
otra parte me alegro de que no haya querido llevarme a ningún pasillo
oscuro para hacer cosas para las que no me siento preparada. En ese caso se
lo habría dejado bien claro. Eso creo, al menos.
Aunque lleve su chaqueta por encima de los hombros, tengo frío. Al fin
y al cabo sigue siendo enero. La mayoría de la gente ya se ha cambiado de
ropa o al menos llevan abrigos por encima de los vestidos de baile.
Quizá debería subir un momento a mi habitación para ponerme algo más
calentito. Sin embargo, dudo que una vez arriba encuentre la motivación
necesaria para volver a bajar. Poco a poco empiezo a pensar que se está
haciendo demasiado tarde. Saco el móvil para ver qué hora es, pero me
encuentro unos cuantos mensajes de Emma.
¿Dónde estás?
¿Tori? ¿Todo bien? No quiero molestarte, pero ¿podrías
venir

un momento?

Estoy con Val y los demás detrás del gimnasio. ¿Dónde


estáis vosotros?

Para mi sorpresa, veo que Emma está en línea. Empieza a escribir en el


acto.
Camino del ala de los chicos. Henry

y Gideon se llevan a Sinclair a la cama.

El frío se me pasa de repente. De hecho, incluso me siento algo


acalorada.
¿Por qué?

Se ha pasado bebiendo...
Voy enseguida.

Cuando levanto la vista, Val sigue con los demás y no está ni mucho
menos pendiente de lo que hago o dejo de hacer. Debería despedirme de él,
pero tal vez preferirá que simplemente lo deje en paz. Antes ha vuelto a
utilizar ese tono de voz molesto cuando estaba a su lado con sus amigos. No
entiendo a este tío. En un segundo, las cosas pueden pasar de parecerle
geniales a bajarle el ánimo en picado, y nunca sé qué he hecho mal para que
así sea. Cuando estamos a solas se comporta de otro modo. A veces parece
que sienta la necesidad de demostrar a cualquier precio que no tiene
sentimientos, sobre todo frente a sus compañeros del equipo de rugby.
Me duelen los pies. Maldigo los tacones de mis Louboutin mientras
recorro el oscuro camino que lleva hasta el internado. «Ya le devolveré la
chaqueta después», pienso. Seguro que no tardaré mucho en regresar, ni
siquiera se dará cuenta de que me he marchado un momento, y antes de
volver al gimnasio puedo pasar por mi habitación para ponerme un abrigo.
Mientras me dirijo hacia el ala este veo que, alrededor de la sala de baile,
todavía hay una actividad frenética. Suelto un gemido de frustración cuando
los tacones de los zapatos se me atascan entre los adoquines desiguales; me
apoyo en un arco para quitarme primero el zapato izquierdo y luego el
derecho. El suelo está helado, pero, a decir verdad, me sienta de maravilla,
ya que mitiga un poco el dolor que me torturaba. Además, así puedo
avanzar más deprisa.
Hoy no hay hora de cierre en las alas, al menos para los mayores como
nosotros, pero de todos modos tengo la sensación de estar haciendo algo
prohibido subiendo a estas horas por las escaleras que llevan a los
dormitorios de los chicos. Hay luz en la planta de undécimo. Las puertas de
las habitaciones de Henry y de Sinclair están abiertas. Cuando me acerco,
Henry sale de su cuarto con una botella de agua y una toalla mojada en las
manos. Reacciona como si lo hubieran sorprendido hasta que me reconoce.
—Ah, eres tú —constata, y con la cabeza me señala la habitación de
Sinclair—. Está bastante hecho polvo.
Solo me vienen a la cabeza reproches mientras cruzo la puerta siguiendo
a Henry. ¿Por qué no lo han parado? Pensaba que entre nosotros nos
cuidábamos. Sin embargo, no puedo decir nada. Después de todo, hoy yo
tampoco he sentido la necesidad de quedarme con mis amigos.
La habitación está llena de gente. Emma está de pie junto a la pared, con
los brazos cruzados y una expresión preocupada en el rostro; Gideon está
agachado junto a Sinclair, que está tendido en la cama, y lo agarra por los
hombros para evitar que el torso le caiga hacia delante mientras Omar le
quita los zapatos.
Me quedo en un segundo plano. No es que nada de todo esto sea nuevo
para mí, pero sí es la primera vez que mi mejor amigo resulta ser la persona
que me preocupa. Tiene la cara pálida y los ojos medio cerrados.
Dejo los zapatos en el suelo, cuelgo la chaqueta de Val sobre una silla y
le quito de las manos la toalla mojada a Henry. Está fría y pesa bastante.
—¿Ya ha vomitado? —pregunto.
—Sí, por el camino —me informa Emma—. ¿Creéis que deberíamos
avisar al doctor Henderson?
—No, no hace falta levantar la liebre —opino. Además, sé demasiado
bien lo que tengo que hacer.
Omar me deja sitio y me siento en la cama de Sinclair. Entretanto está
con la espalda apoyada en la pared.
—Eh —le digo. Genial, no reacciona. Aun así, suelta un leve gemido
cuando le pongo la toalla mojada sobre la frente. Sinclair deja caer la
cabeza sobre mi mano—. Estás como una cabra —murmuro. Es que, joder,
¿por qué tiene que pillar una taja semejante?
—Creo que ha perdido la conciencia durante un rato, Tori —me avisa
Emma con la voz temblorosa. La entiendo perfectamente, es terrible ver a
alguien así por primera vez, pero, mientras tengamos en cuenta un par de
cosas, no sucederá nada.
—Si ya ha vomitado, pronto debería encontrarse mejor —aseguro. Le
levanto la barbilla con los dedos. Le pesa la cabeza, pero tiene la piel suave.
Cuando Sinclair parpadea, noto una sensación extraña en el estómago.
Tiene los ojos azules vidriosos. Se me pone la piel de gallina cuando
murmura mi nombre balbuceando.
—Sí, eres tonto —le digo mientras le pongo la toalla fría en la nuca—.
¿A qué viene todo esto?
—¿Qué?
—Esto. Estás como una cuba y les has aguado la fiesta a tus amigos.
Sinclair apoya la cabeza en la pared mientras le aflojo la corbata. Estoy
segura de que no me ha oído.
—La fiesta era una mierda de todos modos —murmura.
De repente tengo los dedos helados. Me mira, pero es evidente lo mucho
que le pesan los párpados. Le desabrocho el botón del cuello de la camisa y
le lanzo la corbata a Henry, que la cuelga en el respaldo de la silla y
envuelve a Emma con un brazo.
—Podéis marcharos, ya me quedo yo con él —digo.
—¿Estás segura? —pregunta Henry en voz baja.
—Si necesito ayuda, os aviso —prometo.
—Estaremos aquí al lado —dice Emma de inmediato.
No puedo evitar sonreír, aunque tampoco es que esté de humor para
reírme.
—Ya lo sé.
Henry me lanza una mirada penetrante. Parece estar debatiendo consigo
mismo, porque quiere ser un buen amigo. Sin embargo, al final se acaba
dando la vuelta y sigue a Emma hacia fuera. Gideon y Omar parecen más
bien aliviados de poder salir de la habitación. De repente, Sinclair y yo nos
quedamos solos.
—¿Por qué dices que era una mierda? —pregunto cuando ya han cerrado
la puerta.
Sinclair ya se ha apartado de nuevo y se sobresalta al oír mi pregunta.
—¿Eh? —dice aturdido.
—La fiesta —repito—. ¿Por qué dices que era una mierda?
—Por las chicas —murmura—. Estoy cansado...
—Ya lo sé, pero tienes que beber agua antes de dormirte.
—Tori... —suspira.
—No, no pienso negociar contigo. Lo siento, pero deberías habértelo
pensado dos veces antes de beber lo que no está escrito.
Sinclair suelta un gemido torturado, pero acepta la botella que le tiendo
de todos modos. Tal como esperaba, un poco de agua va a parar a su
camisa.
—Quítatela —le ordeno cuando me doy cuenta de que la lleva manchada
de vómito.
—Estoy borracho —gruñe.
—Da igual —replico.
Me pongo de pie y me acerco a su armario. Sinclair levanta las manos
para intentar coger al vuelo la camiseta que le lanzo, pero fracasa
estrepitosamente. Tarda media eternidad en desabrocharse la camisa y
quitársela del todo. Cuando se levanta para desprenderse también los
pantalones, realmente intento no mirar, pero el juego de sus escápulas y la
manera en que se le mueven los músculos de la espalda por desgracia son
como un imán para mis ojos. Por fin se enfunda en la camiseta y yo
aprovecho la ocasión para retirar el edredón. Tiene que apoyarse en mi
hombro. Me asusto un poco cuando noto que se tambalea ligeramente hacia
delante y noto el peso de su cuerpo. A veces me olvido de que Sinclair me
saca casi una cabeza, y es que ese cambio llegó con una rapidez
sorprendente. Antes de las vacaciones de verano, después de noveno,
medíamos más o menos lo mismo, pero en décimo, en Año Nuevo, ya pudo
apoyar la barbilla sobre mi coronilla cuando me abrazó por detrás en una
fiesta que celebramos en Edimburgo.
Noto la tensión del brazo de Sinclair bajo los dedos cuando lo agarro, y
se me seca la boca. ¿De dónde han salido de repente estos músculos?
Le empujo el hombro de nuevo para que se tienda sobre el colchón y
quedo entre sus piernas. Lo más probable es que esté mareado y tenga que
agarrarse a algún lugar, porque de repente noto sus dedos en la parte
posterior de los muslos, la calidez de sus manos a través del fino tejido del
vestido que eligió para mí, y de repente me gustaría que me lo quitara.
Cuando levanta la mirada hacia mí, noto un cosquilleo en el estómago. El
pelo rubio le cae sobre la frente. ¿Cómo lo hace para ser tan sexy incluso
así de borracho? Los músculos de la mandíbula se le tensan y traga saliva.
Con las puntas de los dedos me acaricia levemente las piernas y luego
aparta la mano. El corazón me late con intensidad. No tengo que decirle que
se tumbe, por suerte lo hace voluntariamente.
—¿Qué se siente? —pregunta cuando me vuelvo para meter su ropa en
la cesta de la colada.
—¿A qué te refieres?
—Cuando te besa alguien a quien querías besar... —balbucea cansado.
Es como si las palabras fluyeran por iniciativa propia de su boca—. Tiene
que ser la hostia.
Me quedo de piedra.
¿Qué dice? ¿Se refiere a Val?
«¿A quién si no, Tori?»
Pero ¿por qué ha sonado como un reproche? Debería darle igual a quién
bese y a quién no. Sinclair ha tenido cientos de ocasiones de ocupar el lugar
de Val. De verdad, puede que incluso más. Ya no sé cuándo paré de
contarlas. Cien, mil ocasiones, y no ha aprovechado ninguna.
Por suerte para mí, no parece estar esperando ninguna respuesta. Más
que nada porque está como una cuba. Seguramente ha olvidado sus propias
palabras en el mismo segundo en que las ha pronunciado. Pero yo no. Se
hunde en la almohada con los ojos cerrados. ¿Cómo puede dormirse con
tanta facilidad?
Durante unos instantes no sé qué hacer y me quedo dudando en su
cuarto. Me gustaría largarme, pero les he prometido a Henry y a los demás
que me quedaría con él.
Reprimo un suspiro cuando me doy cuenta de que estoy descalza con un
traje de baile espectacular en la habitación de mi mejor amigo, que lleva
una castaña monumental. En la fiesta de Año Nuevo. Uau.
Y, aun así, en cierto modo me alegro de que sea la habitación de Sinclair
y no la de Val donde me estoy desnudando.
Sinclair parpadea.
—Cierra los ojos —le ordeno mientras busco la cremallera a tientas. Por
suerte la tengo en un costado, así que no necesito ayuda para quitármelo.
—No estoy mirando —murmura Sinclair, y termina de cerrar los
párpados—. Y aunque mirara..., ya te he visto desnuda.
—Es posible que te cueste comprenderlo, pero el cuerpo de las mujeres
cambia entre los doce y los diecisiete.
—Tenías trece años —masculla.
Joder, tiene razón. Pero estábamos a oscuras cuando en séptimo curso
fuimos a nadar de noche al lago del castillo de Ebrington. Sí, sin ropa
interior. Aunque la verdad es que era imposible ver nada.
Sinclair tiene la ventana ajustada y una leve brisa me acaricia los
hombros mientras me quito el vestido y lo dejo caer al suelo. No llevo
sujetador debajo porque tiene un escote muy pronunciado en la espalda y
por delante es lo bastante estrecho para mantenerlo todo en su sitio. Salgo
del vestido dando un paso a un lado y saco otra camiseta de Sinclair del
armario. Es de la carrera benéfica del verano anterior y me llega hasta
medio muslo.
—De acuerdo —digo volviéndome de nuevo hacia la cama.
Sinclair no reacciona. Está tendido sobre la espalda, con la cabeza vuelta
hacia la pared. Tiene la boca entreabierta, y su pecho sube y baja a un ritmo
regular. O sea, que realmente no me ha mirado. Bien por él. El silencio
incómodo que reina en la habitación me abruma cuando entro en el
diminuto baño para quitarme el maquillaje con un poco de gel de ducha. Me
pican los ojos, como siempre que me quito el rímel con jabón. Utilizo su
enjuague bucal para, al menos, lavarme un poco los dientes y bebo agua
helada ayudándome con las manos. Cuando me incorporo de nuevo me veo
los ojos enrojecidos y cansados en el espejo. Por suerte, en un armario del
baño encuentro una de esas gomas para el pelo que me voy dejando por
todas partes. Cuando Sinclair lleva el pelo tan largo como ahora, a veces se
recoge la parte superior en una especie de pequeño moño rizado. Tengo
debilidad por ese peinado, pero eso no tiene por qué saberlo. Me recojo la
melena cobriza en un moño suelto para dormir con él, ya que de lo contrario
acabará tumbándose sobre mi pelo, lo que puede llegar a ser bastante
doloroso.
Sinclair todavía está inconsciente cuando vuelvo a la cama. Por
precaución, coloco la papelera del baño junto a la cama. Nunca se sabe.
Luego paso por encima de él para tenderme en el otro lado. Se sobresalta
cuando de repente percibe mi presencia entre la pared y él.
—¿Mmm? —murmura parpadeando.
—Échate para allá, pollito —le digo empujándolo un poco hacia el borde
de la cama. Lo llamo así desde que en quinto salimos de excursión a una
granja de Highbourne y entró en pánico al verse perseguido por tres
gallinas.
—Es que me caigo —se queja.
—No te caes, yo te agarro. Es que no quiero estar en medio si tienes que
vomitar. Te he dejado la papelera junto a la cabeza.
—No la necesito —murmura Sinclair. Se echa medio centímetro hacia su
lado y luego noto de nuevo el peso de su cuerpo. Cumpliendo con lo
prometido, me coloco sobre un costado y lo envuelvo con un brazo. Él se
agarra enseguida a mi muñeca y la presiona contra su pecho.
—¿Estás mareado? —pregunto cuando oigo que suelta un leve gemido.
—No sé..., la cama no para de moverse.
Lo acerco un poco más a mí.
—Duérmete tranquilo. Estoy aquí contigo por si pasa algo.
—Victoria —masculla al cabo de un rato. Tiene que estar realmente
borracho, porque nunca me llama por mi nombre completo.
—¿Charles? —respondo. Utilizar su nombre de pila resulta igual de
infrecuente, y me suena de lo más extraño cuando lo pronuncio. Me parece
raro, pero no incómodo. Nadie lo llama así en todo Dunbridge. Bueno,
excepto los profesores y su madre. Y eso que suena bien. Charles...
Suspira y hunde la cabeza un poco más cerca de mí.
—Hueles bien.
Otra vez el cosquilleo en la barriga.
—Me sabe mal, pero, de forma excepcional, hoy no puedo decir lo
mismo de ti.
—¿Me ducho? —pregunta intentando librarse de mí, aunque se rinde al
cabo de exactamente cuatro segundos. Los músculos se le relajan de nuevo
mientras vuelve a sucumbir a mi abrazo.
—No, seguro que te acabas desplomando en la ducha, y no necesito más
dramas.
—Yo no me desplomo.
—Pero si a duras penas podías sentarte.
—Ya no me da tantas vueltas la cabeza.
—Espera a abrir los ojos.
Suelta un gemido de congoja cuando lo intenta.
Levanto un poco la barbilla. El pelo no le huele a humo, ya que, al fin y
al cabo, no se ha pasado la noche fumando con sus amigos como Val, pero
tampoco detecto ningún olor en concreto.
Sinclair no dice nada más. Cierro los ojos. Si me inclino un poco, puedo
llegar hasta su pelo con la nariz...
—¿Tori? —dice en voz baja.
—¿Sí?
—Eres demasiado buena para alguien como él.
Las palabras salen de su boca como si fueran de chicle. Sinclair se traga
el final de la frase, pero lo he entendido de todos modos. Por desgracia.
Me quedo helada. No me muevo y tampoco le respondo. Si simplemente
lo ignoro, será como si Sinclair no lo hubiera dicho jamás. Porque tampoco
es que haya decidido decirlo. Ha sido la nebulosa que tiene en el cerebro.
Aunque se supone que los borrachos y los niños dicen siempre la verdad.
Suelta un suspiro y ese sonido me afecta directamente entre las piernas.
Es un sonido grave, relajado. Noto que un leve temblor le recorre el cuerpo,
como siempre que se queda dormido. La cabeza le cae hacia delante y no
aparta la mano de la mía.
Tengo suerte de que ya no pueda oír mi gemido de frustración.
3

Victoria

Al día siguiente, cuando salgo de la cama de Sinclair, tengo el móvil a


reventar de mensajes por leer. No se despierta cuando me escabullo pasando
por encima de él y me pongo unos pantalones de chándal suyos. Evito
mirarlo mientras recojo mi vestido, la chaqueta de Val y los zapatos, y luego
me marcho cerrando la puerta tras de mí con el máximo sigilo posible.
Reina el silencio en el internado mientras recorro los pasillos descalza.
Llego hasta el ala oeste sin que nadie se dé cuenta, abro la puerta de mi
habitación y me siento en la cama. Entonces es cuando leo los mensajes.
¿Todavía tienes mi chaqueta?

 
¿Dónde estás?

 
Eleanor dice que te has largado.

¿¿En serio??

 
Pues muy bien, genial la noche,

que duermas bien...

 
No te habrás largado con esos idiotas, ¿verdad?

El último mensaje de Valentine me llegó poco después de las tres,


cuando ya hacía rato que dormía. Junto a Sinclair. Quizá debería haberlo
avisado en lugar de marcharme sin más. Aunque, a decir verdad, tampoco
es que me haya parecido muy preocupado por mí. Al menos podría haberme
preguntado si todo iba bien.
«Ayer te besó, Tori.» No fue ningún sueño, sucedió de verdad.
Me dejo caer de espaldas sobre la cama y me llevo la mano a la boca
para tocarme los labios con las puntas de los dedos.
Me han besado. O sea, besado de verdad. Lo que ocurrió con Sinclair
cuando éramos pequeños no cuenta. Al fin y al cabo, nunca más hemos
vuelto a hablar sobre lo que significó ese beso. Nos limitamos a ignorarlo y
al día siguiente actuamos como si nada hubiera ocurrido. No puedo contar
las noches que he pasado en vela imaginando que repetíamos ese beso. Pero
no ha ocurrido, no he vuelto a besar a mi mejor amigo. Y él a mí tampoco.
Me quedo mirando fijamente al techo y pienso en lo de anoche. Sinclair
estaba celoso. Ya lo sospechaba desde principio de curso, cuando Val de
repente se interesó por mí y empezamos a hablar más. Primero solo por
Instagram, pero luego, de vez en cuando, también durante las pausas o
durante los servicios comunitarios en los jardines del internado. La mayoría
de las veces, Sinclair fingía indiferencia, pero anoche demostró claramente
que no le hacía ninguna gracia que Valentine Ward me besara. Aunque,
aparte de esa frase confusa cuando ya estábamos los dos tendidos en su
cama, no dijo nada, por supuesto. Eso fue raro. Pero estaba borracho, no
sabía lo que se decía.
«Eres demasiado buena para alguien como él.»
¿Qué va a saber él? Val es fantástico. Tiene sus cosas, pero me
comprende. Es capaz de entender lo que significa pertenecer a una familia
como la mía, en la que todos esperan tanto de ti. Incluso creo que a los
Ward les haría más ilusión todavía que a mis padres que surgiera algo entre
Valentine y yo. ¿Y por qué no, de hecho? Me gusta. Es atento y apasionado,
sobre todo cuando estamos solos, porque frente a sus amigos es bastante
incapaz de mostrar lo que siente. Delante de ellos no me tocaría jamás
como me toca Sinclair. Con espontaneidad, con... cariño. Pero Sinclair y yo
nos conocemos desde hace mucho tiempo. No se puede comparar. Lo hace
solo porque los dos sabemos que no significa nada. Con Valentine, hasta
hace un par de meses no tenía nada que hacer. Para mí esto supone una
novedad, algo excitante, y, además, a mi ego no le va nada mal que alguien
de último curso como Valentine Ward se interese por mí. Pronto cumpliré
los dieciocho, estoy preparada para tener mis propias experiencias. Ya he
pasado suficiente tiempo esperando a que mi mejor amigo tome la
iniciativa.
Cojo mi cojín con forma de aguacate y lo abrazo presionándolo contra
mi pecho.
«¿Qué se siente cuando te besa alguien a quien querías besar?»
¿Por qué me preguntó eso? Sinclair ha tenido mil oportunidades para
besarme, pero no ha aprovechado ni una sola para intentarlo siquiera.
Incluso el beso que nos dimos en séptimo fue por iniciativa mía. Y  no es
que me rechazara, pero tampoco correspondió al beso ni ha mencionado
jamás el asunto. Y no seré yo quien se haga la pesada recordándoselo. Fue
humillante, una respuesta clara de que lo nuestro es platónico. De que no
hay nada que hacer.
Somos mejores amigos, y Sinclair tal vez sea la persona más importante
de mi vida. Tal vez sea con quien mejor me lo paso. Tal vez sea quien mejor
me comprende, mi alma gemela. Y  es posible que, además, sea
descaradamente guapo. Pero eso no significa ni mucho menos que pueda
haber algo entre nosotros. No es como en el caso de Emma y Henry, que
nada más verse perdieron el mundo de vista. A ellos se les notaba lo mucho
que se deseaban y era solo cuestión de tiempo que acabaran juntos.
En nuestro caso es distinto. Nos conocemos desde quinto, todo el mundo
lo sabe. Basta con buscar a uno para encontrar al otro. Sinclair forma parte
de mí igual que las pecas que tengo sobre la nariz, pero ¿estoy locamente
enamorada de mis pecas? Por favor..., no estoy enamorada de él.
De acuerdo, locamente no, tal vez solo un poquito, pero no quiero
hacerme ilusiones. Si él sintiera lo mismo que yo, estaríamos juntos desde
hace tiempo, pero nos conocemos desde hace más de seis años y Sinclair
nunca ha intentado nada en ese sentido. Es evidente que no ocurrirá nada si
incluso podemos dormir en la misma cama tan tranquilos. Bueno, la verdad
es que cada vez me cuesta más relajarme cuando noto el peso y la calidez
de su cuerpo junto al mío, pero eso deben de ser las hormonas. Siempre que
estamos juntos y me abraza porque me duele la barriga de tanto reírme
siento algo especial. Pero Sinclair es una persona muy física. Por la noche,
en la panadería de su padre o en las fiestas de medianoche, siempre está
tocándome, pero lo hace con naturalidad. Me roza el brazo, me pone una
mano en la rodilla o me da un masaje en los hombros cuando paramos de
trabajar la masa y nos tomamos un descanso. Para él, eso no significa nada.
Y  para mí tampoco. A  fin de cuentas, estoy enamorada de Valentine
Ward. En serio. Es el primer chico que me ha demostrado inequívocamente
que le parezco atractiva. Y eso es lo que quiero. Aunque a veces me agobie,
pero después de todo tampoco tengo tanta experiencia como él.
Quizá si estoy tan nerviosa en presencia de Val es porque noto que
Sinclair nos observa. No le parece bien que pase tanto tiempo con él;
Charles no lo dice, pero tampoco es necesario. El inconveniente de que sea
mi alma gemela es que no puedo obviar cosas que preferiría ignorar, porque
sé perfectamente cómo se siente. Hay tensión entre nosotros y es culpa mía.
Y  eso que soy libre de hacer lo que quiera. Después de todo, cuando
Sinclair se ponía rojo cada vez que en octavo se encontraba con Eleanor
Attenborough por el pasillo, yo tampoco le decía nada. Eso sí, agradecí que
ella se enrollara con Louis, un chico de su curso, y el peligro desapareciera
de una vez. Aunque solo fuera temporalmente, porque tampoco es que
duraran mucho tiempo juntos. Por suerte, Eleanor tampoco salió con
Sinclair después de eso. ¿Cómo podrían haber salido? Para ello, él tendría
que haberle dicho algo, y ya sabemos que no es precisamente su punto
fuerte. Aunque creo que, de todos modos, no habrían encajado. Por aquel
entonces me dejé llevar por un arrebato posesivo respecto a Sinclair, y
ahora debe de ser eso mismo lo que le ocurre a él. Siempre seré su mejor
amiga, pase lo que pase con Val, pero ¿a quién le gusta compartir a su alma
gemela?
Me vuelvo un poco hacia un lado.
Pero ¿y si Sinclair anoche quiso decirme algo que no se atreve a decirme
si no va borracho? ¿Y por qué noto ese cosquilleo de emoción en la barriga
con solo pensarlo? Si cierro los ojos y me imagino que es Sinclair, y no Val,
quien me besa con una determinación inesperada, incluso tendida en la
cama noto que me flojean las rodillas. El mundo implosionaría si nuestras
bocas volvieran a unirse en un beso. Aunque, seguramente, eso no ocurrirá
jamás. Sería demasiado peligroso para todos nosotros.
Es temprano por la mañana y encima es fin de semana, lo que significa
que no hay ni carrera matinal ni clase, pero de todos modos no puedo
conciliar el sueño de nuevo. Estoy desvelada por culpa de los pensamientos
caóticos que se me agolpan en la cabeza. No paran de dar vueltas sin
descanso, ni siquiera cuando intento refugiarme en el último libro que me
he comprado. Y eso que Hope MacKenzie es mi autora favorita. De hecho,
hace unos días fui hasta Edimburgo a propósito para recoger un ejemplar
firmado de su última novela en la librería Waterstones. Su primera frase es,
como siempre, fabulosa, pero al cabo de pocas líneas me noto distraída.
Debería responderle algo a Val, disculparme y devolverle la chaqueta.
Debería preguntarles a mis padres a qué viene esa cena en casa de los Ward.
Debería preguntarle a mi mejor amigo por lo que me soltó anoche. Y, para
ser sincera, no me apetece hacer ninguna de todas esas cosas.

Charles

Menudo pedo el de ayer. No sé cuánto llegué a beber exactamente, pero a


juzgar por el dolor de cabeza que tengo y lo pastosa que noto la lengua,
seguro que no fue poco. Me pasé el domingo entero echado en la cama
intentando no vomitar. Fue horrible.
Henry me trajo pastel del comedor, pero el estómago se me revolvió solo
de verlo. Seguramente, la parte positiva de todo esto es que no recuerdo
nada de lo ocurrido cuando, el lunes por la mañana, me presento vestido
con el uniforme oficial a la asamblea matinal. Mamá sube al estrado para
comentar el éxito del baile de Año Nuevo y luego les suelta un sermón a
unos chicos de octavo, ya que a los muy tontos los pillaron bebiendo. Lo
mismo de todos los años, vaya.
Tori está sentada en la misma fila que yo, unos sitios más allá, pero no
deja de mirar a Valentine Ward, que parece más o menos igual de
perjudicado que yo. No había vuelto a ver a Tori desde el baile, pero por
algún motivo percibo que hay cierta tensión entre nosotros. Es extraño, creo
que rehúye mis miradas. Es posible que ella también esté cansada, sin más,
aunque también puede que el sábado por la noche yo dijera algo
inapropiado. Cuando termine la asamblea tengo que preguntarle si va todo
bien. En realidad simplemente me apetece hablar con ella, ya que
últimamente nos vemos muy poco en comparación a lo que estamos
acostumbrados. Sí, nos encontramos todos los días por los pasillos y en
clase, pero, durante las pausas, Tori pasa cada vez más tiempo con
Valentine y los de último curso. ¿Estarán saliendo ya o solo se enrollaron un
poco durante el baile? Este tío no encaja para nada con ella, pero ¿a quién le
importa mi opinión, después de todo?
«Victoria Belhaven-Wynford y Valentine Ward.» Mierda, ¿por qué suena
como salido de un cuento de hadas cursi? A  sus hijos podrían llamarlos
Valerie y Vincent. Nombres de niñato repelente. Joder, todo esto me da
mucha rabia. Y encima me duele la cabeza.
«Victoria Belhaven-Wynford y Charles Sinclair.» Es que no pegamos ni
con cola. Nuestros nombres ni siquiera tienen una melodía parecida. «Tori y
Sinclair.» «Victoria y Charles.» Las dos opciones me parecen una mierda.
Pero, claro, ¿qué esperaba? Ella es una Belhaven-Wynford, mientras que yo
no soy más que el hijo del panadero. Suerte que nuestras familias son lo
bastante modernas para no intentar hacernos creer que el hecho de partir de
orígenes tan distintos pueda ser un problema. Los padres de Tori nunca me
han transmitido la sensación de que yo no sea bueno para su hija cuando he
estado en su casa de visita o durante las vacaciones de verano en la mansión
que tienen en el sur de Francia. Incluso me atrevería a afirmar que a
Charlotte y a George Belhaven-Wynford les caigo bastante bien. Aunque yo
no sea lo que desean para su hija. Al menos mientras exista alguien como el
puto Valentine, cuya familia se mueve por los mismos círculos que los
Belhaven y sin duda es un mejor partido.
Intento no mirarla con tanto descaro y desvío mi atención hacia los
alumnos que tengo delante. Como cada lunes por la mañana, durante la
asamblea matinal todos llevamos el uniforme azul marino al completo. El
resto de los días basta con llevar la ropa normal de la escuela, que consiste
en polos, sudaderas y pantalones. Lanzo una mirada por encima del
hombro, hacia donde la señora Kelleher les está echando la bronca a Ellie y
a sus amigas de décimo por haberse presentado con los pantalones de diario
en lugar de vestir la falda plisada, tras lo que hace callar a los más jóvenes
que están en la última fila. Los alumnos de quinto se inquietan las mañanas
como hoy en las que hay tanto por comentar. Creo que mamá está a punto
de dar por terminada la asamblea cuando decide abordar un tema más.
—Antes de que os marchéis a desayunar, el club de teatro de último
curso tiene que anunciar algo —explica antes de cederles el estrado.
En la primera fila, Louis Thompson y Eleanor Attenborough se ponen de
pie y suben los tres escalones de la tribuna.
—Hola; sí, gracias, rectora Sinclair —dice Eleanor con una ligera mueca
al ver que su voz suena demasiado estridente porque se ha acercado
demasiado al micrófono.
No puedo evitar sonreír. Cuando noto que me miran fijamente, vuelvo la
cabeza hacia el lado. Tori vuelve a mirar hacia delante y cruza las piernas.
—Como sabéis, antes de las vacaciones de verano tendrá lugar la
función teatral que preparamos todos los años —nos informa Eleanor, y me
obligo a centrar mi atención en ella de nuevo—. Normalmente el reparto
queda cubierto con nuestro curso, pero, por desgracia, este año nos falta
gente.
Eleanor ignora las risas aisladas que sin duda proceden del rincón en el
que se han apostado Valentine y sus amigos. He oído decir que en parte es
culpa suya que casi nadie se haya unido al club de teatro. Al parecer, quien
quiera jugar en el equipo de rugby de Valentine no puede tener otras
aficiones. Y en el último curso casi todos los chicos quieren jugar a rugby.
—Es por esto por lo que, después de hablar con el señor Acevedo,
hemos decidido abrir las audiciones del próximo miércoles también a los
alumnos de décimo y undécimo —prosigue Eleanor.
Un leve murmullo recorre la sala como una oleada. Los alumnos de estos
dos cursos estamos pendientes de las palabras de Eleanor, mientras que los
de noveno sueltan exclamaciones de indignación. Miro automáticamente
hacia Tori. Sé que se planteaba desde hace tiempo la posibilidad de entrar
en el club de teatro, y temía que hasta el momento no lo hubiera hecho
simplemente para evitar a Eleanor. Tori tiene los labios entreabiertos, de
repente parece entusiasmada. Al menos hasta que su mirada se cruza con la
de Valentine, que en ese mismo instante suelta una risotada y empieza a
negar con la cabeza con los brazos cruzados frente al pecho. Sus amigos del
equipo de rugby también se ríen. Se nota claramente que a algunos de ellos
no les faltaban ganas de presentarse a las audiciones, pero Valentine se ha
encargado de disuadirlos. Es posible que considere ridícula la idea de
participar en la obra de teatro, pero, para ser sinceros, parece más bien
como si quisiera que Eleanor, que en el fondo es la reina de la compañía
teatral, fracase a cualquier precio; todavía tiene el orgullo herido desde que
ella lo mandó a la mierda el verano pasado.
—Y ahora la gran sorpresa: representaremos Romeo y Julieta —anuncia
Louis, lo que arranca las risas de algunos alumnos de décimo y undécimo
—. Como todos los años, lo sé, lo sé. Pero os prometo que esta
interpretación será con diferencia la más guay que hemos hecho hasta
ahora. Poneos en contacto con nosotros o con el señor Acevedo si queréis
presentaros a las audiciones y recibiréis vuestros textos —prosigue, tras lo
que mira a Eleanor, que vuelve a acercarse al micrófono.
—Estaría bien que tuvierais experiencia previa, pero tampoco es
imprescindible —explica ella—. Lo más importante es que vengáis con
ganas de actuar y que hasta el verano estéis dispuestos a dedicar toda
vuestra energía a los ensayos. Así que el miércoles que viene, a las tres de
la tarde, os esperamos en el teatro. Todos los que deseéis participar estaréis
exentos de forma excepcional de la hora de estudio. ¡Estamos deseando
veros allí!
El señor Acevedo se pone en pie enseguida y levanta los dos pulgares
antes de empezar a aplaudir. Me uno a ellos antes de levantarme. De
inmediato, en la sala se empieza a oír una maraña de voces, risas y chirridos
de las sillas arrastradas. Los más jóvenes se apiñan en la salida; algunos
alumnos de décimo se acercan al estrado para esperar a Eleanor, a Louis y
al señor Acevedo, y yo espero a Tori. Al menos en teoría. En la práctica,
ella ya está en el pasillo central y no consigo alcanzarla porque el resto de la
gente de nuestra fila me lo impide. Tori va en dirección a Val para reunirse
con él. Aunque parece furioso, le da un beso y le rodea los hombros con un
brazo. Unas cuantas alumnas de noveno empiezan a cuchichear al verlo.
Qué asco me da la situación.
—Sonríe, tío —comenta Henry a mi lado. Lo fulmino con la mirada.
Qué fácil resulta para él decirlo, teniendo a su lado a Emma, con la que
mantiene esa relación digna de cuento de hadas. De acuerdo, no es del todo
cierto. La verdad es que costó bastante que acabaran juntos, y las cosas no
mejoraron precisamente cuando la hermana de Henry murió de forma
inesperada. Eso lo dejó hecho polvo y ahora, casi cuatro meses después,
todavía hay días en los que parece ausente. Aunque, sin duda, ha mejorado,
sobre todo desde que acude regularmente a ver a la señora Vail, la psicóloga
de Dunbridge. Y  me alegro, porque por fin tengo la sensación de haber
recuperado a mi mejor amigo, si bien tampoco soy tan ingenuo como para
creer que todo es más soportable solo porque Henry me transmita la
sensación de estar superándolo.
Decido aprovechar la oportunidad para salir de dudas.
—Oye, ¿el sábado por la noche dije alguna tontería o algo? —me
apresuro a preguntarle.
—¿Por qué? —replica Henry, y el hecho de que me conteste con lo que
parece una evasiva me da mala espina.
—No lo sé, creo que tengo lagunas sobre lo que ocurrió esa noche —
admito—. Y Tori... estuvo allí conmigo, ¿verdad?
—Durmió contigo —me dice Henry.
Me quedo de piedra. Por culpa del puto alcohol no me acuerdo de nada.
No es la primera vez que Tori y yo dormimos en la misma cama, pero
hacía tiempo que eso no sucedía y lo echaba de menos. Mierda, sí. Nadie
hace la cucharita mejor que Tori, eso hay que admitirlo.
Pero parece evidente que ahora Valentine es el único que puede disfrutar
de ese placer. Si es que duermen juntos. Es posible que hagan cosas
completamente distintas cuando... Basta, es mejor no seguir por ahí.
—Ah, bueno —respondo tragando saliva—. Pues cuando me desperté ya
no estaba.
—Seguramente se marchó temprano para que no te agobiaras.
Asiento.
Aunque también es posible que quisiera evitar hablar conmigo. O que en
algún momento decidiera subir a la planta de arriba para estar con
Valentine. La sola idea me parece insoportable.
Tori se fija en mí un momento cuando sale de la sala junto con Valentine
y los demás alumnos de último curso. Pero vuelve a desviar la mirada antes
de que pueda decirle nada.

Victoria

Val no ha dicho ni una sola palabra sobre la noche del baile, y eso me pone
nerviosa. Se ríe y me pasa un brazo por encima del hombro cuando salimos
de la sala. En lugar de dirigirnos a nuestras respectivas aulas, lo sigo fuera.
Yo no fumo, pero me apetece pasar tiempo con él, por lo que, me guste o
no, tengo que soportar el frío a su lado. Y aprender a vivir con el hecho de
que el pelo me apeste a tabaco. Quizá incluso prefiero esto a subir a
nuestras aulas con Henry, Emma, Olive y Sinclair. No me han pasado
desapercibidas las miradas que me lanzaba mi mejor amigo durante la
asamblea. No hemos vuelto a hablar y, en cierto modo, la situación se ha
vuelto incómoda. Bastará con que me acerque a él más tarde, pero ahora
estoy con Val, y quiero aprovechar que está de buen humor. Contaba con
que empezaríamos a discutir en el mismo momento en el que nos
reencontráramos.
—¿Cómo te ha ido el finde? —le pregunto mientras seguimos a sus
amigos.
Val aminora la marcha.
—Id tirando —les indica antes de detenerse frente a la salida del
claustro. Su voz adopta un tono distinto cuando sigue hablando—: ¿El
finde? ¿Que cómo me ha ido el finde...?
De repente soy demasiado consciente del peso de su brazo sobre mis
hombros. Val lo aparta y se planta delante de mí. La sonrisa ha desaparecido
de sus labios.
—Genial —espeta con la voz cargada de ironía—. Esperaba que me
respondieras algo, pero no me dijiste ni pío. Aunque, claro, eso ya lo sabes.
—Lo siento, Val —replico, y se me acelera el pulso mientras sigo
hablando—: No debería haberme marchado sin avisarte, pero estaba
cansada y...
—¿Dónde estuviste?
—Emma me escribió, y quise...
—Estuviste con él —me interrumpe Val con una expresión impenetrable
—. ¿Estuviste con él o no? —insiste al ver que titubeo—. No intentes
colármela.
—Bueno, sí —admito. Cualquier cosa será mejor que mentirle. Al final,
Val se enterará de todos modos y luego sí que se enfadará de verdad—.
Estuve con él. Sinclair iba muy borracho. Los otros me pidieron que los
ayudara y...
—¿Que los ayudaras? —exclama Val riendo—. ¿A qué? ¿A meterlo en la
cama?
Al ver que no digo nada, algo cambia en su rostro.
—Me cago en la puta, Tori. ¿En serio? ¿Te estás cachondeando de mí?
—pregunta, y no lo hace en voz alta, todo lo contrario. Me lo dice en voz
baja, lo que suena todavía más amenazador.
—Debería haberte avisado —insisto—. Lo siento mucho, Val.
—¿Hubo algo entre vosotros?
—¿Qué? —exclamo riendo presa del pánico.
Val me mira fijamente a los ojos.
—Ya me has entendido. ¿Pasó algo entre vosotros?
—¡No! —contesto, y en ese instante la impotencia que me embarga se
convierte en rabia—. Mierda, Val, no. Puedes creerme. Somos amigos y
punto. No quiero nada con Sinclair.
—Pero él sí quiere algo contigo —sisea—. Es más que evidente.
Se me forma un nudo en la garganta cuando pienso en las palabras que
me soltó Sinclair el sábado por la noche.
«¿Qué se siente...?»
Pues te sientes como una mierda. Porque de repente todo se ha vuelto
tremendamente complicado. Pero Sinclair es mi mejor amigo. No quiere
nada conmigo, porque, si así fuera, yo ya lo sabría.
—Val, te juro que no pasó nada —respondo poniendo énfasis en cada
una de las palabras, aunque eso no evita que Val las reciba con indiferencia,
como si le rebotaran en los oídos. Niego ligeramente con la cabeza antes de
empezar a reírme en voz baja—. Sinclair iba muy borracho y tuve que
quedarme con él, no quise dejarlo solo tal como estaba. Pero se quedó
dormido al instante. Y, si no me crees, lo siento mucho, pero no sé cómo
puedo convencerte de que te estoy contando la verdad.
Durante unos instantes, Val sigue fulminándome con la mirada, pero
luego se le suaviza un poco el gesto. Respiro aliviada cuando veo que
asiente.
—De acuerdo —me dice mientras se pasa la mano por la cara y suelta
aire de forma audible—. Vale, de acuerdo, te creo. Tienes razón, discutir por
algo así no es una buena base para empezar una relación.
Ni siquiera puedo asentir, estoy demasiado aturdida.
«No es una buena base.»
«Para empezar una RELACIÓN.»
—Pero ¿puedes comprenderme a mí, también? —me pide agarrándome
la mano. Cuando levanta la vista, me tiemblan las rodillas—. Te marchaste
de repente y no tenía ni idea de dónde estabas. Media hora antes nos
estábamos besando y luego... Odio ponerme celoso, pero no puedo evitarlo.
Cuando se trata de ti, simplemente me siento inseguro.
Cielos...
Val nunca me había dicho nada semejante. Parece que lo dice
completamente en serio. Sin embargo, en lugar de alegrarme noto que el
pánico empieza a apoderarse de mí.
—Os conocéis desde hace tanto tiempo, y yo... —prosigue, aunque hace
una pausa y agacha la cabeza un momento—. Me da miedo no poder
ofrecerte lo mismo que él.
—Val —empiezo a decir, pero de repente me doy cuenta de que no sé
cómo continuar. «Piensa algo, vamos. Di algo, Tori. Lo que sea»—. Eso es
una tontería, y lo sabes.
Val me mira de nuevo.
—¿Lo sé?
—Espero que ahora lo sepas —respondo con vehemencia acercándome
un poco más a él. ¿Se puede saber qué estoy haciendo?
Val me atrae hacia él, me pongo de puntillas y le doy un beso.
Simplemente lo beso en pleno día, en el pasillo del internado. Porque tenía
la sensación de que era necesario para demostrarle que lo nuestro va en
serio. Lo nuestro, él y yo. Porque me lo tomo en serio, ¿no?
Val me sujeta con más fuerza cuando intento apartarme de él. Sonríe,
pero veo algo en sus ojos que me da miedo.
—¿Has hablado ya con tus padres? —me pregunta.
—¿Sobre la cena? —pregunto esperando que me lo confirme asintiendo
—. Todavía no.
—Pues avísame cuando se lo hayas dicho. Si no vienes, yo también
necesitaré una excusa. Será insoportable sin ti.
—Iré —le prometo justo en el mismo instante en el que suena el timbre
que anuncia el inicio de la primera hora. Lanzo una mirada por encima del
hombro y, cuando me vuelvo de nuevo hacia Val, me agarra la cabeza con
dos dedos para besarme de nuevo.
Mariposas en el estómago. Un cosquilleo en la piel. Me besa como si
fuera lo más normal del mundo. Y encima está buenísimo. Valentine Ward
me besa en el pasillo. Entonces ¿por qué no puedo disfrutarlo?
—Prométeme que la próxima vez no te largarás sin decirme nada —me
pide, aunque más que una petición parece una exigencia.
Titubeo, pero al final cedo.
—Tenía la sensación de que te enfadarías.
—¿De que me enfadaría? —repite Val, y su tono de voz suena tan
incrédulo que me siento ridícula—. Por favor, no lo dirás en serio.
—Sí, yo... Lo siento, quizá mi reacción ha sido excesiva. Pero no hacías
más que hablar con tus amigos y...
—Tori, fui al baile contigo —replica mirándome con tanta intensidad
que el corazón me da un vuelco cuando me coge de la mano—. Los demás
me importaban una mierda.
Lo dice con tanta franqueza que tiene que ser verdad. Aunque el sábado
por la noche yo no tuviera esa sensación. Val me mira fijamente mientras
asiento.
—Joder, Tori, te besé. ¿Realmente creíste que prefería pasar el rato con
ellos que contigo?
No puedo más que encogerme de hombros.
—¿No te gustó?
—Sí —me apresuro a asegurarle—. Fue... Fue bonito.
—Bonito —repite Val, y en sus labios aparece una sonrisa burlona—.
¿Sabes? A mí también me pareció bonito, Victoria Belhaven-Wynford. Y la
próxima vez puedo enseñarte algo más que bonito.
Me quedo de piedra ante el comentario, pero sonrío de todos modos.
—De acuerdo. —«Mentirosa.»
—Me quedé preocupado, ¿sabes? —insiste pasándome el brazo por
encima de los hombros una vez más mientras nos dirigimos hacia las aulas
—. Te marchaste de repente, en plena noche. ¿Qué tipo de novio sería si eso
me trajera sin cuidado?
Novio...
«Sonríe. Es perfecto. Ahí está la prueba. Puede llegar a ser realmente
cariñoso y atento. Quiere lo mejor para ti y... ¿así se lo agradeces?»
Camino en silencio junto a Val. Me sobresalto cuando Neil le da una
palmada en el hombro al pasar. No dejo de pensar que debería estar más
contenta.
—¿Qué? ¿Ya has recogido el texto para la audición? —bromean un par
de alumnos más de último curso, y todos se ríen al unísono.
—Claro, tú dirás —responde Val. El estómago se me encoge al oír el
desprecio que empaña su voz—. ¿Para representar a Shakespeare con esos
perdedores? A  nadie se le ocurriría apuntarse a hacer el ridículo de ese
modo delante de toda la escuela.
Los demás se ríen ante el comentario de Val, pero yo me quedo de
piedra.
A  la parte más valiente de mi ser le gustaría replicar que las
representaciones teatrales de los últimos años han sido cualquier cosa
menos ridículas. Más bien todo lo contrario. Las obras eran inteligentes y
emocionantes, los actores y actrices hicieron un trabajo formidable. Cada
año me sorprendo al ver cómo el señor Acevedo se las arregla para que la
obra quede redonda en pocos meses. Y para que cada año la interpretación
de Romeo y Julieta sea completamente distinta. Porque esa era la única
especificación que daba el señor Acevedo: cada clase de último curso tenía
que representar la obra y apropiársela de un modo u otro. Seguramente no
es normal que desde hace años me imagine en el papel de Julieta sobre el
escenario. Esta sería mi oportunidad de conseguirlo antes incluso de lo
esperado. Y, aunque no me seleccionaran para hacer de Julieta, al menos
podría ganar algo de experiencia para representar mejor el papel al año
siguiente, con nuestro curso. No me hago ilusiones sobre lo de conseguir el
rol protagonista porque estoy segura de que lo interpretará Eleanor.
—Deberíamos ir a las audiciones —propone Val mientras aparta el brazo
de mis hombros cuando nos paramos delante de su aula—. Seguro que será
divertido.
—Yo traeré las palomitas —añade Neil riéndose de su propia broma.
—Pues yo tenía previsto presentarme a la audición —declaro.
—¿Que qué? —exclama Val mirándome con incredulidad—. ¿En serio?
No me creo que quieras participar de verdad. Todo el mundo sabe lo
penosas que son esas funciones. Sobre todo la del año pasado; vamos,
hombre, ¿qué se suponía que era eso?
—A  mí me pareció realmente guay —murmuro pensando en la
escenificación moderna de la obra, en la que seguí pensando durante todas
las vacaciones de verano.
Esa representación me cambió de algún modo, y sé que a mis amigos les
ocurrió lo mismo. Sinclair quedó tan fascinado que desde entonces forma
parte del equipo de guionistas. Es algo que encaja con él, lleva la narrativa
y la dramaturgia en la sangre. Aunque con la cantidad de películas y series
que ve, no me extraña. Gracias a él sé que han retrasado las pruebas para la
obra de este curso hasta después de Año Nuevo porque los guionistas no
terminaban de ponerse de acuerdo. Normalmente el casting empieza a
finales de otoño, de manera que haya tiempo de sobra para ensayar antes de
las vacaciones de verano.
—Fue estrambótico que te cagas —opina Val—. Cuando todos entraron
con las máscaras gritando, pensé: «Tío, pero ¿esto qué es?». —Los demás
se ríen. Yo no me uno a ellos, pero tampoco les llevo la contraria—.
Además, a ti no te interesa el mundo del teatro, ¿verdad?
Ojalá se diera cuenta de lo mucho que me gustaría hablar sobre eso con
él, pero no puedo. Por suerte, la señora Ventura dobla la esquina del pasillo
en ese mismo instante y hace entrar a los chicos en el aula. Yo también
debería ir a la clase de Inglés con la que empieza mi semana. Desde que el
señor Ward dejó la Dunbridge Academy es el señor Acevedo quien da esa
asignatura y, aunque no es tan severo, no tolera la falta de puntualidad.
Val se inclina hacia mí.
—Hasta luego —murmura.
Los otros lo animan con silbidos y gritos mientras me besa.
Asiento y sonrío. Me doy la vuelta y echo a correr para reunirme con mis
amigos.
4

Charles

El lunes es un día de mierda y todavía me dura el dolor de cabeza. Y encima


fui lo suficientemente estúpido para prometerle a mi padre que por la noche
trabajaría en el obrador. Normalmente le echo una mano durante el fin de
semana, pero un operario se ha puesto enfermo y mi madre ha accedido a
eximirme de la hora del cierre para que por la noche pueda ayudar a
prepararlo todo para el día siguiente. Puesto que papá está en el obrador
desde las dos y media para abrir la panadería a las seis de la mañana,
nuestros horarios raramente coinciden.
Cuando era más pequeño y no podía dormir, algunas veces me llevaba a
la panadería. Siempre me tomé como una aventura lo de trabajar tan
temprano por la mañana con él en el obrador, ya que la tienda no está más
que a unos centenares de metros de nuestra casa, en el sur de Ebrington.
Desde entonces, para mi vergüenza me atrevo a afirmar que paso más a
menudo por el obrador que por casa de mis padres. Eso no significa que no
me guste estar en casa, pero mi vida transcurre en la Dunbridge Academy,
donde al menos veo a mamá todos los días. Los fines de semana solo
duermo en casa si Tori y los demás se marchan a visitar a sus familias.
Cuando después de cenar entro en el obrador, solo me encuentro a
Margret, una de las dependientas de la panadería. Ya ha limpiado el
mostrador y lo ha recogido todo, y al poco me quedo solo con mis
cavilaciones.
No he tenido ocasión de volver a hablar con Tori. Hemos coincidido en
Inglés y Francés, aunque, por supuesto, no nos hemos dirigido la palabra.
Es algo normal cuando vives en un internado en el que compartes todas las
comidas y te estás viendo continuamente. Sin embargo, cuando los demás
están delante, resulta increíblemente sencillo ponerse a charlar sobre
cualquier chorrada que no sea el sábado por la noche. Basta con que hable
con ella mañana. O pasado mañana. Aunque también puedo no sacar más el
tema. Seguro que tampoco dije ninguna tontería. Y, si lo hice, seguro que a
ella se le ha olvidado. Sí, creo que eso será lo mejor. No quiero darle más
importancia de la que tiene.
Recojo un saco de veinte kilos de harina del almacén y preparo la masa
para los panecillos. A  veces también echo una mano por las tardes
atendiendo a los clientes, pero prefiero trabajar por las noches, cuando no
hay nadie en la tienda y las horas pasan volando mientras preparo la masa y
barro el suelo. No es que lo necesite, pero me encanta este trabajo. Y creo
que a mis padres les parece bien que lo haga. A  papá seguro, porque la
panadería lo es todo para él, y mamá cree que de este modo no pierdo de
vista lo que es trabajar de verdad. Ella no lo expresaría jamás de ese modo,
pero en el fondo siempre me deja claro que la vida no gira alrededor de las
calificaciones académicas y el ingreso en la universidad. Y, aunque no me
imagino quedándome aquí y tomando las riendas del negocio de mi padre,
la verdad es que me gusta trabajar con las manos. Como tantas otras veces,
entro en una especie de estado meditativo; reina el silencio, estoy solo con
mis pensamientos mientras peso los ingredientes y preparo la masa para el
día siguiente. No sé cuánto tiempo llevo amasando cuando oigo un ruido.
Me quedo de piedra. ¿Qué ha sido eso? ¿He sufrido una alucinación
acústica por la falta de sueño de los últimos días? Sin embargo, vuelvo a oír
los golpes. Es la manera de llamar de Tori. Cuatro golpes rápidos y con
energía.
El estómago se me encoge cuando paso del obrador a la panadería y veo
que, efectivamente, es ella quien está frente a la puerta de cristal. Lleva
puesta una sudadera de Dunbridge bajo un abrigo largo, y tiene los brazos
cruzados frente al pecho. El frío le ha coloreado las mejillas; está preciosa.
—Hola —me saluda, y entra sin dudar ni un segundo en cuanto le abro
la puerta. Por unos instantes todo vuelve a ser como antes. Tori se ha
escabullido más allá de la hora de cierre para venir a verme. Encerrados en
la panadería en plena noche, los dos solos. Como tantas otras veces.
—Hola —respondo volviéndome hacia ella.
Tori se quita el abrigo y lo cuelga tras el mostrador.
—He pensado que tal vez necesitabas ayuda —dice.
—En realidad no —contesto, más que nada porque soy gilipollas. No se
me escapa el titubeo desconcertado de Tori.
—¿Prefieres que me marche...? —me pregunta señalando la puerta.
«¡Vamos, ponte las pilas de una vez, tío!»
—No, no —replico aclarándome la garganta—. Quédate, por favor.
¿Desde cuándo se ha vuelto todo tan raro entre nosotros? Es una
pregunta retórica, por supuesto. Sé perfectamente cuándo empezó esta
situación.
Desde que Tori sale con Valentine Ward, desde que lo besó en el baile de
Año Nuevo y yo me emborraché tanto que mi memoria se detuvo de
repente. Igual que mi corazón ahora mismo, cuando su brazo roza el mío al
pasar por mi lado. Podría reconocerla solo por eso, solo por su aroma.
A  melocotón, siempre huele así de bien. Y  no me refiero a ese aroma
artificial de los jabones perfumados. En el caso de Tori es distinto. Distinto
y mejor. Todo es distinto y mejor con ella. Apuesto a que el cabrón de
Valentine se lo dijo antes de presionar su boca contra la de ella. Yo, en
cambio, no soy capaz de hacerlo.
—¿Qué ponemos? —pregunta sentándose sobre una de las superficies de
trabajo. Abro la boca para advertirle sobre los restos de harina, pero no
parece preocupada por la posibilidad de que se le manchen los leggings.
Tiene el móvil en la mano—. ¿Algo de true crime o un audiolibro?
Ninguna de las dos cosas, para ser sincero. Me gustaría oír su voz
contándome cosas de su vida sobre las que no tengo ni idea. Porque, por
algún motivo, hace tiempo que no hablamos.
—¿Música? —propongo, aunque soy consciente de lo que eso significa.
La lista de reproducción «Hot Guy Shit»; en otras palabras: once horas y
cuarenta y seis minutos de One Direction y los álbumes en solitario de cada
uno de sus componentes. Empieza con Kiss You, y creo que jamás he estado
más de acuerdo con un artista. La mayoría de las veces no sé quién está
cantando en cada momento, pero creo que en este caso es Zayn. O Harry.
Tori siempre parece un poco más feliz cuando es Harry.
Esta noche, sin embargo, no parece que funcione. La música suena de
fondo mientras me pongo a amasar de nuevo. Noto la mirada de Tori
clavada en mi espalda. Y luego oigo su voz.
—¿Cómo va tu cabeza?
Me detengo.
—Todavía me duele un poco.
—No me extraña —replica, y me sorprende lo cargada de reproche que
suena su voz. Empiezo a tener remordimientos de conciencia. Sé que Tori
no bebe, y por motivos más que comprensibles. ¿En qué estaba pensando?
—Oye..., lo siento, creo que me pasé bastante.
Tori asiente.
—No está mal —dice, y preferiría que volviera a ser tan franca conmigo
como antes.
—¿Te vomité encima? —pregunto titubeando.
—Solo en sentido figurado.
Bueno, algo es algo.
Amasar y enrollar. Estoy trabajando una gran bola de masa y se me
empiezan a cansar los brazos, pero eso no me detiene.
—He pensado en lo que me dijiste —anuncia hablando deprisa, como si
le costara mucho pronunciar esas palabras. Con la misma celeridad intento
repasar los recuerdos dispersos que guardo de la noche del sábado, pero
digamos que no me lleva mucho tiempo precisamente.
—¿Sobre qué estuvimos hablando? —pregunto con la voz ronca.
Tori titubea.
—¿No te acuerdas?
—Me temo que no.
—Bueno, entonces seguramente no es tan importante.
—Sí —objeto volviéndome hacia ella—. Creo que sí lo es.
Se me queda mirando y tal vez sea por la cálida luz que ilumina el
obrador, pero su piel parece ligeramente dorada. Me entran ganas de
acercarme a ella y repasar todas y cada una de sus pecas. Es injusto que sea
tan guapa.
—Sinclair, no sé si... —empieza a decir a modo de evasiva.
—Tienes que contármelo —insisto—. Vamos, Tori, en serio. No puedes
venirme con esas y luego no contarme lo que dije.
—Querías saber qué se siente cuando te besa alguien que te gusta —me
suelta, y suena como si hubiera pasado un buen rato buscando las palabras
exactas para formar esa frase.
Guardamos silencio, un silencio incómodo, y luego los recuerdos
empiezan a aflorar en mi cabeza.
Mierda, tiene razón. Es posible que lo dijera. ¿Tan loco estoy? Me quedo
helado mientras empiezo a comprender lo que significa: le di a entender que
quiero algo con ella.
—Y simplemente me preguntaba... —empieza a decir, pero se detiene al
ver que sigo callado—. Me preguntaba por quién lo decías.
Mierda, mierda, joder.
Tranquilo, tío. Sabemos la respuesta, la sabemos los dos. Porque es
evidente que lo dije en serio. Porque paso demasiado tiempo pensando en lo
suaves y cálidos que son los labios de Tori, aunque solo tuviera una fracción
de segundo para comprobarlo hace tiempo, hace cien años. Quedé tan
desbordado que no pude retener ningún detalle. Es terrible. Y ahora quiere
saber a quién me refería. Tori sabe que me refería a ella. Que siempre ha
sido ella. Todo el tiempo. Y debería decírselo, pero no puedo.
—Eleanor.
La mentira sale de mi boca antes incluso de que pueda procesarla.
Y  Tori palidece de repente. No es más que un matiz, pero he pasado
tantas horas mirándola que no se me escapa cómo pierde la compostura
apenas un instante. Traga saliva y luego parpadea. Es como si me hubieran
clavado un cuchillo entre las costillas y lo estuvieran girando poco a poco.
—Ni idea, iba pasadísimo —me apresuro a añadir—. Resulta que ella
estaba por allí y, bueno... Supongo que no ayudó mucho verla.
Mierda, ¿qué estoy diciendo? Eleanor me gusta, sí, porque es ingeniosa,
divertida e inteligente, pero no hace que me flaqueen las rodillas. Yo lo sé,
pero no estoy seguro de que Tori también lo sepa. No me gustaría que a raíz
de ese lamentable malentendido que tuvimos en octavo la vea como a una
rival. Es posible que por aquel entonces me hubiera colgado un poco de
Eleanor, pero, para ser sinceros, todos sabemos que lo único que intentaba
era que no se notara lo pillado que estaba por Tori. Por lo visto funcionó
incluso mejor de lo que me propuse en su momento.
—Ajá —replica arqueando ligeramente las cejas mientras intenta
controlar su expresión—. Creía que...
—¿Qué creías? —pregunto.
«Dilo. Vamos. Dime que creías que me refería a ti. Porque es la verdad.
Simplemente soy incapaz de admitirlo, eso es todo.»
—Da igual —sentencia enderezando la espalda—. Por un momento he
pensado que te referías a mí.
Estoy a punto de asentir, sin más, porque tiene toda la razón del mundo,
pero sus palabras suenan tan sarcásticas que ni siquiera soy capaz de
moverme. Se ríe, y estoy seguro de que es el sonido más doloroso que he
oído en la vida. Me parece insoportable, por lo que opto por reírme yo
también. ¿Qué puedo hacer, si no? Quizá no he sido lo suficientemente
claro, pero es que me resulta imposible armarme de valor y aceptar el
rechazo en una situación como esta. Todo mi respeto para la gente capaz de
encajar este tipo de cosas. Es evidente que soy un mojigato, porque un
miedo atroz se apodera de mí en cuanto me visualizo contándole la verdad a
mi mejor amiga. Contándole que quiero besarla porque siento algo por ella.
Que me da igual que besara a Valentine Ward. Aunque eso sea mentira,
porque sí me importó. Me vuelve loco estar junto a ella y saber que no es a
mí a quien abraza. Y siempre que se me pasa por la cabeza la posibilidad de
decírselo, sucede lo mismo: Tori me mira, primero sorprendida, luego
horrorizada. Al final se avergüenza y nos reímos.
«Tonterías, solo era una broma. Ja, ja. Ha estado bien, ¿verdad? Por
supuesto que no quiero nada contigo. Somos amigos. Solo amigos.»
Me doy cuenta de que tengo los puños apretados cuando Tori se fija en
mis manos. Ya no nos reímos.
—Es que ibas realmente muy pedo —añade pasándose las manos por el
pelo con torpeza. Quiero decirle que las lleva manchadas de harina, pero no
lo hago.
—Me estaba aburriendo sin ti. Por eso bebí tanto.
Muy bien, algo cierto para variar. Aunque, más que aburrirme, lo estaba
pasando fatal.
—Entonces ¿eso significa que tú y Eleanor...? —empieza a preguntar,
titubeando, como si quisiera ofrecerme la oportunidad de completar la frase
en su lugar. Al ver que no la aprovecho, decide proseguir—: ¿Te gustaría
besarla?
—Sí, no sé —respondo evitando su mirada—. Quiero decir que me
gusta, pero pasa de mí. O sea que no me hago ilusiones.
—Quizá no sabe que te gusta —infiere Tori.
La boca se me seca de repente. Levanto la mirada hacia ella de nuevo.
—Creo que sí lo sabe.
Nos quedamos los dos callados. ¿Qué está ocurriendo aquí? Tori no se
mueve.
—Podrías preguntarle si quiere salir contigo algún día. Vosotros dos
solos, para poder hablar.
—Sí —replico, pero tengo que aclararme la garganta, la voz me sale
ronca. Utilizo una espátula para partir la masa y dejo una pieza sobre la
superficie de trabajo que tengo delante. Un poco de harina revolotea por el
aire. Formo pequeños bollos redondos. No siento nada de nada—. Solo que
no es tan sencillo.
—Quizá sea cuestión de echarle valor.
Asiento sin decir nada. Esto es ridículo.
—Seguro que el miércoles estará en las audiciones, ¿no?
Levanto la cabeza de repente.
—Sí, eso creo. Hace tiempo que Eleanor está en el club de teatro.
Tori asiente en silencio. Empieza a pasar la yema del dedo por la mesa,
dejando un rastro en la fina capa de harina que la cubre. Ignoro los
escalofríos que me recorren el espinazo, porque conozco demasiado bien
esa sensación. Sus dedos sobre mi piel. Tori trazando dibujos sobre mi
espalda, escribiendo mensajes secretos que tengo que descifrar mientras me
quedo dormido.
—Tú también deberías presentarte a las audiciones —le digo, y ahora es
ella quien levanta la cabeza de un respingo—. Este año no es necesario ser
de último curso para tener una oportunidad.
Tori titubea.
—Sí, la verdad es que me lo estaba planteando.
—¿Pues? —pregunto, aunque ya me imagino qué me dirá. Ella también
lo sabe, por eso decide mentir.
—No lo sé. No tengo experiencia sobre el escenario. Y Eleanor seguro
que consigue el papel de Julieta.
—Pero también hay otros papeles. La nodriza o la señora Capuleto, por
ejemplo.
—Sí, no sé.
—¿Es Valentine quien te ha quitado la idea de la cabeza?
—No —responde con brusquedad.
O sea que sí. Odio a ese capullo.
—No deberías dejar que eso te influya. Le ha bastado con manipular a
sus amigos de rugby para que en el club de teatro apenas haya chicos.
—No me dejo influir por él —asegura fulminándome con la mirada.
¿Por qué lo defiende? No lo entiendo.
—Vale, yo solo lo decía por si acaso —murmuro—. Es que ese tío es un
sinvergüenza.
—Lo vergonzoso es que os comportéis como críos —me suelta—. Val
no te ha hecho nada malo, Sinclair.
Aparte de hablar mal sobre mí y sobre todos mis amigos, y de gritarle a
Henry delante de todo el mundo cuando ya estaba en el suelo durante el
accidente que sufrió en el partido de rugby. Y siempre nos delataba frente a
su odioso tío, que encima era el profesor de mi asignatura principal. Joder, y
luego va y me quita a mi mejor amiga. Pero, claro, no me ha hecho nada
malo...
Aprieto los labios con fuerza. Da igual lo que diga, no quiero que
terminemos discutiendo. Esa manera tan susceptible de reaccionar en
cuanto me atrevo a criticar a Valentine lo dice todo. Además, podría vivir
con ello si al menos él la tratara de un modo decente. Pero, en lugar de eso,
se dedica a manipularla y a jugar con su cabeza. No sé qué le ha dicho, pero
Tori ha cambiado desde que pasan tanto tiempo juntos. A  veces tengo la
sensación de que en un año se ha convertido en una persona completamente
distinta. Y ya sé cómo suena eso: como si yo fuera su mejor amigo celoso,
el que solo la quiere para él y no está dispuesto a compartirla con nadie
más, pero no es cierto. Me parecería bien y no me entrometería si esa
relación fuese buena para ella. Pero Tori está más callada cuando Valentine
anda cerca; se vuelve más insegura, y en realidad se supone que cuando te
enamoras estás en todo tu esplendor, ¿no? Pues a mí no me parece que sea
precisamente feliz, y en ciertas situaciones me cuesta reconocer a mi mejor
amiga, aunque eso tampoco puedo afirmarlo sin que parezca que estoy
enfadado.
Si consigo aparentar tranquilidad es porque no la miro cuando hablo.
—Solo quería decir que me parecería una lástima que no te presentaras a
las audiciones.
—Bueno, ya veremos —responde, y tras unos segundos, pregunta—:
¿Cómo van los guiones?
Suelto un suspiro antes de responder.
—No preguntes. Lowell y Florence se pelearon, y Lowell ha tirado la
toalla. El señor Acevedo está estresado porque vamos muy retrasados con el
texto.
—Creía que no sería tanto trabajo. Al fin y al cabo, solo es una
reinterpretación, ¿no?
—Yo también lo creía —admito. Pero fui un ingenuo, porque no es fácil,
ni mucho menos, convertir algo ya existente como una obra clásica en algo
nuevo.
—¿Por dónde vais?
—Teobaldo ya ha matado a Mercucio —le explico—. O sea que, más o
menos, por la mitad. Pero me temo que tendremos que volver a empezar
desde el principio. Lowell lo hizo casi todo solo y no ha aceptado ni una
sola crítica. Por algún motivo a nadie le gusta cómo está quedando.
—Vaya —dice Tori apoyando las manos en el borde de la mesa—.
¿Y cuánto tiempo os queda?
—En realidad, el texto debería haber estado listo en enero. El señor
Acevedo nos ha concedido un mes más, pero en febrero necesitará los
libretos para los ensayos.
—Oh —exclama Tori mirándome.
Sí, oh. En febrero. Es decir, dentro de dos semanas.
—El señor Acevedo ya sabe que no es posible. Pero dice que gran parte
de la obra también podríamos escribirla durante los ensayos. Puede que de
este modo incluso quede mejor, que los textos suenen más auténticos y se
adapten más al reparto. En la primera fase, de todos modos, se centrará en
el método de actuación y en la improvisación, para que la gente se suelte.
—Ajá —replica Tori, y cuando levanta la mirada de nuevo hacia mí, lo
hace con una sonrisa en los labios—. Seguro que lo conseguís.
—Tenemos que hacerlo sea como sea.
Mis manos siguen amasando mientras de fondo suena No Control, una
canción que me gusta hasta un punto vergonzoso. Porque además es verdad,
me siento como si estuviera a punto de perder el control cuando me
despierto a su lado. Tori no puede llegar a saberlo, pero es cierto.
—¿Y qué le pasa a Olive? —pregunto en algún momento.
Ups, eso ha sido un error. Me doy cuenta enseguida, al ver que Tori se
tensa de inmediato.
—¿Qué le pasa? —responde.
Me encojo de hombros. Pensaba que simplemente me contaría cómo le
iban las cosas, como suele hacer siempre que le pregunto por ella.
—¿Habéis hablado últimamente?
Tori niega con la cabeza. No sé por qué, pero los rasgos se le suavizan de
nuevo cuando fija la mirada en el suelo. Sabe que delante de mí no puede
fingir que le trae sin cuidado el hecho de haber discutido con su mejor
amiga, porque no es cierto. A  mí tampoco me daría igual si hubiera
tensiones con Henry. Por suerte, no es el caso, pero el otoño pasado las
cosas no transcurrieron de forma precisamente fluida entre Olive y Tori.
Entre Olive y todos los demás, para ser francos.
—No —responde Tori intentando fingir indiferencia. Sin embargo, sus
ojos no se libran de la tristeza. Me entran ganas de abrazarla—. Me evita
más que nunca y no sé por qué. Es que no sé qué hacer.
—No tienes nada que reprocharte —le digo—. Y Olive lo sabe.
—Pero, entonces, ¿por qué se comporta de ese modo?
Guardo silencio, pero hace tiempo que intuyo cuál podría ser el
problema. Olive está celosa, igual que yo. Pero no de Valentine Ward, sino
de Emma, ya que Tori se lleva de maravilla con ella desde el primer
momento. Eso no significa que Tori le haya dado la espalda a Olive, pero es
posible que ella tenga esa sensación. Además, el hecho de que Henry
empezara a salir con Emma tras dejar a Grace, que es amiga de Olive,
seguro que tampoco ayudó. Es posible que todo esto también sea parte del
problema, porque me temo que ahora mismo Olive se siente muy
presionada. Hace poco me enteré por casualidad de que había sacado mala
nota en Política, y en Matemáticas también va muy justa. El verano pasado
ya pude comprobar de primera mano lo estresante que es no saber si pasarás
de curso. Aun así, a diferencia de ella, el orgullo no me impidió pedirle
ayuda a Henry. Sigo sin sacar unas notas espectaculares, pero al menos
desde entonces no tengo que sufrir por aprobar. Aunque tampoco me
atrevería a aconsejarle nada. Olive Henderson es la reina indiscutible en el
arte de alejarse de todo aquel que ose preocuparse por ella.
—Deberíais hablar —le repito a Tori—. Estoy seguro de que esta
situación le agobia tanto como a ti.
—También es posible que le dé igual.
—El caso es que a ti sí te importa —la contradigo—. Solo por eso ya
deberíais hablar del tema.
—Te he echado de menos —me dice Tori de repente.
Levanto la cabeza y mi primer impulso es preguntarle a qué se refiere,
pero la verdad es que lo sé perfectamente.
A esto. A esta forma de hablar. Solo puedo hablar así con ella.
Estoy a punto de responderle algo cuando su móvil empieza a vibrar.
Ya empiezo a sentir la amargura mientras se lo saca del bolsillo. Frunce
el ceño un momento y se muerde ligeramente el labio.
No tengo que preguntárselo, sé que es él.
5

Victoria

La casa de los Ward es una joya en medio de los vastos campos que quedan
al norte de Edimburgo. El camino de acceso empedrado es digno de un
castillo, y la escalinata curva que sube hasta la entrada es tan imponente
como los techos de cuatro metros de altura. Aunque el edificio es
patrimonio histórico protegido, los baños y la cocina están equipados con la
tecnología más moderna. Se puede oler, literalmente, el dinero que tienen
los Ward. No me extraña, al fin y al cabo esta propiedad es el buque
insignia de su apellido.
Val lleva un traje oscuro que se ajusta como un guante a sus esbeltos
hombros. Me saluda con un beso en la mejilla después de dar la mano a mis
padres y de asentir hacia William. Cuando mamá, papá y mi hermano
siguen a Veronica Ward hasta el salón de la chimenea mientras el servicio
cuelga nuestras chaquetas en el ropero, Val aprovecha para besarme en la
boca.
—Val —murmuro apartándolo un poco de mí. Mis padres no son
mojigatos, pero el hecho de besarnos delante de ellos me parece fuera de
lugar—. Aquí no.
Se me queda mirando con una sonrisa burlona cargada de arrogancia.
—Vaya, ¿no quieres que se enteren de lo nuestro? Me gusta.
—No es eso —replico con un susurro mientras seguimos a los demás por
el pasillo.
Mis padres, William y los Ward se han plantado frente a uno de los
cuadros que decoran las paredes. Es un Jean-René Matignon, un cuadro que
mamá adquirió en subasta durante una de sus últimas visitas a Art Basel;
Veronica Ward se lo compró antes incluso de que pudiera exponerlo en la
galería.
—Tenías razón, es perfecto para esta sala —admite mamá antes de
rechazar con un agradecimiento el aperitivo que le ofrece la sirvienta.
—Te lo ruego, Charlotte, brinda conmigo. Y tú también, George.
Veronica Ward le hace una seña a su empleada para que se acerque de
nuevo y le coge dos copas de champán de la bandeja. Mamá titubea y,
cuando veo que la acepta, el corazón me da un vuelco. Papá no comenta
nada, pero mira con severidad a mi madre.
«Es una comida de negocios, no podía rechazarla. No significa nada,
relájate.»
Val nos tiende a William y a mí sendos vasos de zumo de naranja antes
de coger el último de la bandeja. Me parece casi ridículo, después de
haberlo visto bebiendo ginebra a morro y esnifando cocaína durante el baile
de Año Nuevo. Es posible que él también se esté acordando de ello, porque
en sus ojos brilla algo desafiante cuando brinda conmigo.
—Me alegro de que hayáis venido —dice Veronica Ward—. Hacía
demasiado tiempo que no nos veíamos. William, Victoria, me ha costado
reconoceros.
Esbozo una sonrisa cordial y le agradezco la invitación en mi nombre y
en el de mi hermano. Val está de pie a mi lado mientras nuestros padres
siguen charlando. Y aunque los demás no lo ven, cuando posa una mano en
mi espalda se me pone la piel de gallina. Con la yema de los dedos empieza
a reseguir el encaje negro que bordea el vestido entallado que he combinado
con unas medias opacas y unos elegantes mocasines de charol.
—Estás muy sexy —me susurra al oído antes de volverse y brindar con
Will.
No es ningún secreto que mi hermano no soporta a Valentine. Aun así,
responde cuando le pregunta cómo le va a Kit y se interesa por los
entrenamientos de tenis. Cuando la sirvienta nos invita a pasar al comedor,
Will me lanza una mirada elocuente y pone los ojos en blanco apenas un
instante.
Por suerte, Val no se da cuenta de nada. En la larga mesa ocupa el
asiento que queda justo delante del mío. A  su lado está su madre, que
empieza a charlar conmigo sobre las clases y sobre mi blog de libros.
Aunque se esfuerza en mostrar interés, su mirada crítica cuando menciono
Instagram y TikTok me revela lo que piensa realmente acerca de mi afición:
que no es gran cosa, porque el tiempo que dedico a las reseñas de libros y a
vídeos de entretenimiento no vale la pena. Mamá y papá jamás me
prohibirían ser tan activa en las redes sociales, pero sé que va en contra de
la discreción que suele cultivarse en nuestro círculo social. Apostaría mi
ejemplar firmado de Hope Mackenzie a que Veronica Ward no tiene la
menor idea sobre lo que cuelga su hijo en Instagram. Val fue lo bastante
listo para no abrir una cuenta con su verdadero nombre. Seguramente su
madre se la habría bloqueado de inmediato al ver la afición que tiene su hijo
por publicar selfis sin camiseta después de cada entreno o frente al espejo
del gimnasio. #Shredded, #NoExcuses. Por no hablar de los miles de
seguidores que dejan comentarios, a menudo desconcertantes, bajo las
fotos.
Mi batería social empieza a agotarse mientras el servicio recoge los
platos de los entrantes.
Val charla con mi padre sobre la temporada de rugby mientras llega el
plato principal. Me fijo en la copa de vino de mi madre y luego miro a
William, que me devuelve la mirada enseguida. Parece al menos tan tenso
como yo.
No acaba siendo una sola copa. Durante el postre le sirven la tercera.
Está sentada muy erguida y charla animadamente con Veronica sobre su
hija, Philippa. Val no interviene en la conversación. Clava la mirada en el
plato mientras sus padres hablan sobre la universidad de Pippa y las
distinciones que recibió el semestre pasado.
—Estaréis muy orgullosos —constata papá—. Igual que de Valentine.
Liderar el equipo de rugby no es una tarea menor.
Veronica Ward asiente.
—Philippa demuestra una ambición inaudita. Nunca se ha conformado
con la mediocridad.
—Esa determinación la ha heredado de ti —la elogia el padre de Val.
—Gracias, August —replica ella limpiándose la boca con la servilleta—.
Philippa se especializará en Derecho europeo. Es una carrera exigente, pero
trabajar duro tiene sus recompensas.
—Es una lástima que hoy no haya podido venir —comenta mamá.
—Sí, ¿verdad? Casi no le vemos el pelo. Cada vez que tengo cosas que
hacer en Londres intentamos comer juntas para ponernos al día.
—¿Y tú qué tienes pensado hacer después de la graduación, Valentine?
—le pregunta papá.
Val levanta la cabeza.
—Creo que estudiaré Finanzas en Cambridge. Siempre que consiga
graduarme.
—Por supuesto que te graduarás —interviene su madre con un tono de
voz que no admite réplicas—. Si te concentras en las clases y no tanto en el
deporte, no veo por qué no deberías aprobar.
—Ya falta poco, ¿verdad? —pregunta mamá.
—Los exámenes empiezan dentro de unas semanas —anuncia Veronica
Ward, asintiendo, y luego hace una pausa—. ¿Estás segura de que no te
apetece repetir, cariño? —pregunta dedicándole una breve sonrisa a la
sirvienta antes de mirar a Val. Durante unos instantes se hace el silencio en
la mesa. La incomodidad me invade al ver cómo él se entumece. Primero se
queda pálido, y luego se sonroja y niega con la cabeza.
—No, claro que no —responde evitando mi mirada cuando intento
establecer contacto visual con él. Debería decir algo, pero tengo los labios
paralizados.
—Val cuida mucho su forma física durante los partidos, ¿sabéis? —
explica Veronica Ward—. Se acerca el último partido de la temporada.
Aunque eso no significa que luego tengas que descuidarte como has hecho
con las notas —añade riendo como si fuera una broma secreta entre ellos.
A Val se le ponen las orejas un poco más coloradas y luego se instala de
nuevo en su rostro esa expresión de fría arrogancia. Coge su vaso de agua y
ni siquiera levanta la mirada de la mesa. No obstante, veo que le tiemblan
los dedos, aunque no sé si es por vergüenza o debido a la rabia que siente.
Lo único que tengo claro es que no me parece bien que su madre lo ponga
en evidencia de ese modo delante de todos. En el comedor he visto cómo
Val renunciaba a la guarnición de los platos en más de una ocasión, y a
menudo no sale del gimnasio hasta última hora. No puedo imaginarme a
alguien que se merezca más repetir un plato. Sobre todo porque, en general,
es poco probable que su madre vaya comentando las costumbres
alimentarias o la figura de otras personas. Aunque, por lo visto, soy la única
a quien parece molestarle esa presión.
A veces temo que la burbuja de tolerancia que forman mis amigos y las
personas a las que sigo en Instagram y TikTok no esté reflejando la realidad
de un modo fiel.
August Ward le da las gracias a la sirvienta y esta procede a retirarse.
Levanto la mirada cuando Val murmura una disculpa y también se dispone
a salir del comedor.
A  nadie parece importarle que se marche. La conversación se centra
ahora en la cantidad de venados que pueblan la finca de los Ward y, puesto
que de ninguna manera quiero oír cómo el padre de Val cuenta sus hazañas
como cazador, yo también me disculpo y me levanto de la mesa.
En lugar de ir al baño, ya en el pasillo subo la escalera hasta la primera
planta. Hacía muchos años que no entraba en esta casa, pero todavía me
acuerdo de cómo se llega a la habitación de Val. La puerta está solo
entornada, y estoy a punto de llamar con los nudillos cuando oigo un leve
ruido detrás. Con cuidado, empujo la puerta para abrirla.
La camisa blanca le queda tensa sobre los hombros mientras Val hace
flexiones a un ritmo frenético. Cuando una tabla del suelo cruje bajo mi
peso, vuelve la cabeza hacia mí y se me queda mirando fijamente. Su
expresión se vuelve fría de nuevo en cuanto me reconoce.
—¿Qué quieres? —me espeta mientras se pone en pie.
Me quedo junto a la puerta y él se vuelve para bajarse las mangas de la
camisa.
—¿Estás bien? —pregunto con cautela mientras él se abrocha los
gemelos de los puños.
—Sí —responde sin mirarme.
Cuando me acerco a él, se da la vuelta.
—¿Buscas el baño? Está abajo, la primera puerta a la izquierda.
Me sorprende lo mucho que me duele su rechazo. Esta faceta de Val me
provoca dolor de barriga y me quita el sueño por las noches, porque solo
puedo especular sobre lo que estoy haciendo mal. Por qué no se abre
conmigo por más que lo intente todo, que sea atenta y considerada con él.
Por lo visto, solo consigo enervarlo. Ahora, en este preciso instante, es más
que evidente.
—Val —le digo en voz baja—. ¿Es por lo que ha dicho tu madre?
El resplandor herido en sus ojos me demuestra que estoy en lo cierto a
pesar de que desaparece en una fracción de segundo y suelta una carcajada.
—No me digas que crees que es por eso —me suelta con una mirada
furiosa—. Me importa una mierda lo que diga, ¿vale?
Durante unos instantes me limito a mirarlo, hasta que vuelvo a encontrar
las palabras.
—Sí, lo siento. Solo pensaba que...
—No seas ridícula —murmura antes de pasar por mi lado para salir de la
habitación.
Cuando tengo claro que realmente me ha dejado ahí plantada, ya está
bajando por la escalera. La impotencia y la decepción se instalan en mi
pecho. Pero también hay algo más: la rabia que siento por la forma en la
que Val me ha hablado. Me preocupaba por él, quería estar a su lado. ¿Y así
me lo agradece?
Durante unos segundos me quedo atónita, de pie junto a la puerta de su
habitación. Luego me obligo a seguirlo hasta abajo. O al menos eso es lo
que me propongo, porque se ha parado en la escalera. Los hombros le van
arriba y abajo antes de darse la vuelta hacia mí. Noto en el estómago el
dolor que expresa su rostro. Me acerco a él y extiende una mano hacia mí.
—Perdóname, por favor. No quería hablarte de ese modo.
Me lo dice en voz baja, y al oírlo las rodillas me tiemblan.
—Ya está olvidado —le aclaro enseguida.
—No, Tori. Yo...
—Lo que ha dicho tu madre no ha estado bien, Val.
Levanta la cabeza y en sus ojos percibo algo herido que no había visto
hasta el momento.
—No lo ha dicho con mala intención —la defiende apocado.
—Da igual la intención. Lo importante es lo que te ha provocado —
insisto—. Y tal vez deberías hablar con ella sobre eso.
—¿Sobre qué? —replica enseguida. Su voz suena más brusca, por lo que
decido que vale más que me ande con cuidado si no quiero que se encierre
en sí mismo de nuevo.
—Sobre lo que ha dicho durante la cena.
—¿A qué te refieres?
—Val, ¿crees que es sano dedicar varias horas al día al deporte y solo
tomar proteínas y verduras?
—Si quieres jugar al rugby a este nivel, es lo que hay —contesta con
frialdad.
—La cuestión es si lo estás haciendo porque te divierte o para huir de lo
que sientes en realidad.
He metido el dedo en la llaga, estoy segura de ello cuando veo cómo se
aviva algo en sus ojos. Intenta retirar la mano, pero se la agarro con fuerza.
—Lo hago porque quiero ser el mejor, nada más, ¿de acuerdo? —sisea,
pero al mismo tiempo detecto cierta resignación en sus palabras. Me
gustaría responderle un montón de cosas, pero el instinto me dice que solo
chocaría contra un muro si sigo por ahí. Val nunca se había mostrado tan
vulnerable conmigo. Debe de sentirse entre la espada y la pared, por lo que
decido no seguir acorralándolo. Necesita tiempo para reconocer que tal vez
algunas cosas no son como deberían, y no me corresponde a mí hacérselo
ver. Él mismo se dará cuenta, estoy segura.
Me aparto un poco y noto que la distancia física lo ayuda a relajarse un
poco.
—Puedes hablar conmigo de lo que quieras, lo sabes, ¿verdad?
Se le tensan los músculos de la mandíbula, pero al final asiente. Su
mirada me recorre el rostro y luego se acerca de nuevo a mí.
—No te merezco, Victoria Belhaven-Wynford —susurra antes de
besarme.
Noto la balaustrada de la escalera en la espalda y mariposas en el
estómago. Solo nos separamos cuando oímos pasos en la planta baja. Es
William, que va al baño, y estoy segura de que no es más que una excusa,
porque enseguida levanta los ojos hacia la galería. No dice nada al vernos,
pero no se mete en el baño de invitados cuando le doy a entender sin
palabras que todo va bien.
Al parecer nuestros padres no se han dado cuenta de nada cuando, poco
después, ocupamos nuestros lugares en la mesa. Val y yo no volvemos a
hablar mucho más, pero tampoco es necesario. Las miradas furtivas y los
breves contactos con los pies valen más que mil palabras.
Cuando por fin nos marchamos y Val nos sigue por el pasillo, se coloca
detrás de mí. Papá extiende el brazo hacia mamá cuando esta ya se ha
puesto el abrigo. Para lo que ha bebido hoy parece sorprendentemente
sobria, aunque eso me provoca dolor de barriga, ya que sé que en realidad
no puede significar nada bueno. Es el efecto del hábito, una mayor
tolerancia que me indica que ha vuelto a beber con regularidad.
Val me agarra del brazo después de que me haya despedido de sus
padres. Se gira para mirarlos un instante, pero en esos momentos hablan
con mis padres, que ya están bajando la escalera.
—Gracias —dice mirándome fijamente a los ojos—. Por venir y... por lo
de antes.
—Cuando quieras, ya lo sabes —respondo, luego dirijo una mirada
fugaz hacia un lado. No sé por qué, pero tengo la sensación de que no
estaría bien besar a Val delante de nuestras familias para despedirme de él.
No sé si él piensa lo mismo o si puede leerme los pensamientos en la cara,
pero el caso es que se inclina hacia delante y sus labios rozan mi mejilla.
—Nos vemos en clase —murmura antes de repetir el gesto en el otro
lado—. Te escribo.
Asiento.
—Sí, por favor.
—Que tengáis un buen viaje de regreso.
Levanta el brazo para saludarnos cuando por fin me siento en el coche.
Aunque no nos hemos peleado, mi mente no para de volver al momento en
el que he entrado en la habitación de Val.
«¿Qué quieres?»
«No seas ridícula.»
Se ha disculpado, y después hemos podido hablar bien. Val nunca se
había mostrado tan vulnerable conmigo, eso ha sido un progreso del que
debería alegrarme. Apoyo la cabeza en la ventanilla mientras el corazón me
late a toda prisa. Y no se apacigua durante todo el trayecto de vuelta a casa.

Charles

Las tardes de guion de los martes y jueves en la vieja biblioteca siempre me


han parecido divertidas, pero, desde que Lowell lo dejó, el ambiente
durante las reuniones ha sido más bien lúgubre. Florence y Quentin parecen
contentos de que ya no esté, mientras que Ho-Wing y Amara, que
coincidían bastante con él, parecen haberse enfadado con Florence, puesto
que fueron los enfrentamientos con ella los que lo llevaron a dejar el grupo.
—Bueno, pues votemos, que si no no hay manera de avanzar —concluye
Florence masajeándose el puente de la nariz con los ojos cerrados antes de
apartarse la larga melena rizada hacia la espalda—. ¿Quién vota por seguir
con la versión actual?
Ho-Wing y Amara levantan la mano enseguida. Noto que me miran
expectantes, pero decido no moverme.
—Bien —replica Florence asintiendo—. ¿Y  quién está de acuerdo con
empezar de nuevo y darle otra oportunidad a la obra? —pregunta, tras lo
que Quentin y ella levantan la mano—. No es posible abstenerse —añade al
ver que tampoco me inclino por su opción.
Suelto un leve suspiro. Bueno, será una cantidad de trabajo que te cagas,
pero el instinto me dice que es la única manera de que la obra cumpla con
nuestras expectativas.
El rostro de Florence se ilumina al ver que yo también levanto la mano.
Ho-Wing y Amara reaccionan con suspiros de indignación.
—Tíos, ¿en serio? —gime Ho-Wing—. Ya tenemos casi la mitad. De
verdad, no está tan mal.
—Ya, pero tampoco está del todo bien. Y  nos jugamos nuestra
reputación —objeta Quentin—. La obra del año pasado dejó el listón muy
alto.
—Tienes razón, pero tampoco podemos aspirar a tanto —murmura
Amara.
—Chicos, ¿qué es esta actitud? —pregunta Florence inclinándose un
poco hacia delante—. Lo vamos a petar. Además, el señor Acevedo ha
accedido a retrasar la fecha de entrega del borrador hasta después de las
vacaciones de Semana Santa.
—¿Después de Semana Santa? —exclama Ho-Wing abriendo mucho los
ojos—. Eso son...
—Algo más de nueve semanas, sí.
—Me temo que has olvidado que entretanto tendremos los exámenes
finales.
Florence niega con la cabeza.
—No lo he olvidado, no. Pero somos cinco, lo lograremos.
El silencio que reina a continuación me pone nervioso. Porque todavía
tengo algo que decir. Me aclaro la garganta de un modo casi escandaloso.
—Una cosa..., ¿cómo funciona esto? —empiezo a preguntar, y enseguida
lamento haberme atrevido cuando veo cómo me miran los demás.
Reconozco un leve pánico en los ojos de Florence cuando sigo hablando—:
¿Puedo presentarme a las audiciones aunque forme parte del equipo de
guion?
—¿Quieres presentarte a las audiciones? —pregunta Florence en un tono
de pura desesperación—. Sinclair, por favor, no me hagas esto...
—No, solo era una idea —respondo tragando saliva. Una idea que
durante los últimos días ha tomado formas terriblemente reales dentro de mi
cabeza. No porque quiera estar sobre el escenario a cualquier precio, sino
porque podría ser una oportunidad para pasar tiempo con Tori. Sin el cabrón
de Val de por medio. Tal vez se daría cuenta de que los amigos de verdad te
animan sin condiciones a que hagas lo que te gusta.
Florence se hunde en su silla.
—Si quieres participar en la obra, será mejor que lo digas pronto. Así
podré buscarte un sustituto.
—No, me..., me refería a un papel menor, secundario —le aseguro—.
Pero la verdad es que me gustaría intentarlo. Siempre que os parezca bien,
claro.
Los demás cruzan miradas y se encogen de hombros.
—No se me ocurre ningún motivo para que no puedas hacerlo —opina
Quentin—. Tal vez lo mejor sea que lo hables con el señor Acevedo.
—Sí —respondo asintiendo. Es algo que tengo que hacer de todos
modos para pedirle el texto de la audición—. Creo que lo intentaré, pero, en
cualquier caso, seguiré escribiendo el guion con vosotros.
Florence asiente con la cabeza, aunque percibo cierta desesperación en
sus ojos.
—¿Y si seguimos con la versión actual pero reescribimos el principio en
profundidad?
El rostro de Ho-Wing se ilumina de repente con una sonrisa esperanzada.
—No —objeto negando con la cabeza—. Lo lograremos, de verdad.
Amara y yo no tenemos exámenes de graduación, podemos avanzar
bastante mientras vosotros os examináis, ¿verdad?
Para mi sorpresa, Amara asiente para darme la razón.
—No pasa nada —recalco—. Además, le preguntaré a mi madre si entre
los exámenes escritos y los orales puede eximirnos de las clases para que
podamos asistir al club de teatro. De este modo podremos pulir otra vez el
texto mientras los demás ensayan.
—Eso ayudaría —opina Florence, que parece haber recuperado la
confianza.
—De todos modos me parecería mejor esperar a que tengamos el reparto
—interviene Quentin—. Quizá podríamos empezar escribiendo palabras
clave para las escenas y dejar que los demás improvisen los diálogos a
partir de ellas. Así la obra sonará más natural y nos aseguraremos de crear
algo realmente propio. Mi hermana me prestó los textos de la obra que
representaron hace tres años. Me temo que Lowell se inspiró demasiado en
ella. Algunas escenas las repite palabra por palabra, de hecho.
Florence se queda de piedra.
—¿En serio?
—Os los puedo mandar —dice Quentin encogiéndose de hombros.
—De acuerdo, esto sí que es una mierda —admite Ho-Wing.
—Es Romeo y Julieta —replica Amara—. Tampoco se trata de descubrir
la sopa de ajo.
—Claro que no, pero el objetivo de la obra no es copiar una ya existente.
—De acuerdo, Quen —dice Florence mirándonos a todos—. ¿Estamos
de acuerdo en que tenemos que empezar de nuevo?
Asiento junto con Quentin y, aunque tardan un poco más, al final Amara
y Ho-Wing también se muestran de acuerdo.
—Bien, pues manos a la obra —sentencia Florence sacando su portátil
—. Vamos a Verona.
6

Victoria

No he vuelto a ver a Val desde la noche que cené en casa de su familia. En


lugar de dormir, durante el camino de regreso a casa estuve atenta al móvil
esperando a que me escribiera, pero al final no lo hizo. El domingo por la
noche, ya en el internado, tampoco me dijo nada de nada. El lunes, después
de pasar a ver al señor Acevedo para recoger el texto para la audición,
mientras ensayaba en mi cuarto, Val quiso saber si podíamos vernos. Eso
fue anteayer, y le he respondido esta mañana que hoy, después de las clases,
iré a la audición. Con lo que no contaba era con que se dejara caer por allí.
Lo dijo, es cierto, pero creí que estaba bromeando.
En cualquier caso resulta que no era ninguna broma. Val y sus amigos se
han acomodado en la última fila del teatro que hay en el ala norte de
Dunbridge. Sus risas suenan amortiguadas entre las viejas butacas de
tapicería rojo oscuro. No vengo muy a menudo, pero este espacio me
provoca una fascinación casi mágica. La luz es débil y las filas descienden
en anfiteatro hasta el escenario semicircular. Voy recordando las funciones
que hemos visto antes de las vacaciones de verano durante los últimos años,
la mayoría de las veces junto a Sinclair y Olive, sin poder apartar la vista de
la representación ni un instante. Sinclair estaba al menos tan cautivado
como yo y, tras las funciones, a veces nos divertíamos emulando los
fragmentos que más nos habían gustado. No era nada serio, pero nos lo
pasábamos bien. Ahora las cosas se han vuelto raras entre Sinclair y yo, y
mi mejor amiga ni siquiera me dirige la palabra.
Me sudan las palmas de las manos cuando bajo los primeros escalones
de la entrada. Abajo, el señor Acevedo y algunos alumnos y alumnas
pasean por el escenario.
Me paro cuando lo reconozco. Sinclair está agachado abajo del todo, de
espaldas, pero estoy segura de que es él. Lo es. Y a su lado, en la primera
fila, está sentada Eleanor. Le está contando algo y la melena se le ve tan
oscura y sedosa cuando se la aparta por encima del hombro, riendo, que me
parece injusto. Es perfecta para el papel de Julieta, todos lo saben. No
consigo apartar los ojos de ellos.
No sabía que Sinclair estaría aquí. Aparte de él, no veo a nadie más del
equipo de guion, pero quizá Florence y el resto también ronden por detrás
del escenario.
La luz cálida baña desde un lado el rostro de Sinclair cuando levanta la
cabeza. Es como si hubiera notado mi presencia por arte de magia y,
mierda, está guapísimo. Los rizos rubios le caen sobre la frente de un modo
ridículamente casual. No sé qué tiene, pero la mirada que me lanza desde
ahí abajo me remueve por dentro. Apoya las manos en los reposabrazos de
la butaca y, antes de que pueda levantarse, oigo que me llaman por mi
nombre.
—Eh —exclama Val, y me sobresalto cuando chasquea los dedos—. Por
aquí.
Miro hacia un lado. ¿De verdad piensa que no he visto que está allí con
sus amigos? Hacen demasiado ruido para pasar desapercibidos.
—Valentine, por favor. —El señor Acevedo nos llama la atención
señalando los pies de Val, apoyados en la butaca de enfrente—. Además,
pediría a todos los que no piensen participar en serio en las audiciones que
salgan del teatro ahora mismo.
Val pone los ojos en blanco mientras baja las piernas del respaldo de la
butaca. Me hace una seña para que me acerque a él y el traidor de mi cuerpo
se pone en movimiento.
—Todavía no sabemos si nos atreveremos, señor —miente—.
Y necesitamos reírnos de algo —añade de manera que el señor Acevedo no
pueda oírlo.
De repente me pregunto qué hago allí. Val aparta a Neil con un gesto de
la butaca que tiene al lado para que pueda sentarme con él. Seguramente
debería alegrarme, pero lo cierto es que mi estómago protesta con un
gruñido nervioso. Me guardo la hoja de papel con el texto en el bolsillo
trasero de los pantalones mientras paso junto a los amigos de Val.
—Hola —me saluda, y se inclina hacia mí para besarme en cuanto me
siento. Me pasa un brazo por encima de los hombros cuando me hundo
todavía más en la suave tapicería—. ¿Todo bien?
Al parecer no tiene previsto volver a hablar sobre la cena en casa de su
familia. Al menos no delante de sus amigos. Seguro que saca el tema más
tarde, cuando estemos solos.
Asiento. Sinclair se vuelve hacia el escenario de nuevo. Quizá sea mejor
no poder verle la cara.
—Sí, claro —respondo. «Relájate», pienso para mis adentros.
—¿Él también se presenta a la audición? —pregunta Val con sorna
mientras señala hacia Sinclair.
—No lo sé. Está en el equipo de guion.
—Uuuh —exclama Val. ¿Por qué tiene que sonar tan burlón? ¿Y por qué
no replico nada?—. Entonces ya sabemos a quién podemos agradecer este
circo.
«Basta, que pare de una vez.»
Unos cuantos alumnos de décimo cruzan la puerta y se sientan en las
filas que tenemos delante. El señor Acevedo consulta su reloj de pulsera.
—Bien —retruena llenando el teatro entero con su voz para terminar con
las conversaciones del auditorio—. Empecemos. Me alegro de que haya
venido tanta gente. Como sabéis, estáis aquí para optar a participar en una
obra absolutamente desconocida que se llama Romeo y Julieta.
Los más jóvenes se ríen por los nervios y Val suelta un suspiro de
desdén.
—Menudo circo —repite Neil a media voz desde el otro lado de Val, que
se limita a asentir. Sus dedos tamborilean sin cesar sobre mi hombro
izquierdo. Preferiría que apartara la mano, pero no quiero complicar las
cosas ni mostrar rechazo frente a sus amigos. Solo me causaría problemas.
—Aparte de los protagonistas, tenemos que llenar dieciséis papeles
secundarios que no por ello son menos importantes que los de Romeo y
Julieta —prosigue el señor Acevedo—. No penséis en a quién queréis
interpretar cuando subáis al escenario. Mostradme algo sobre vosotros
mismos. Aquí podéis ser lo que queráis. Este teatro es un lugar seguro en el
que no se juzga a nadie; esto es importante para mí.
Noto calor en las mejillas cuando la mirada del señor Acevedo recorre
las filas traseras. Val levanta la barbilla con aire desafiante al verlo. Vuelve
a apoyar los pies sobre el respaldo de la butaca que tiene delante en cuanto
el señor Acevedo se da la vuelta. Quiero reprenderlo por ello, pero no me
atrevo.
—Vamos allá. ¿A quién le gustaría empezar?
—Vaya ansiosa —murmura Val cuando Eleanor Attenborough se pone
en pie tras un breve titubeo—. Siempre tiene que ser el centro de atención.
Me gustaría decirle algo como: «¿No crees que esa es la idea de
presentarse a una audición? ¿Ser el centro de atención?», pero tengo la
garganta seca. Por eso me limito a quedarme allí sentada y a observar cómo
mi timidez pasa a un segundo plano cuando Eleanor sube al escenario para
llevar a cabo su interpretación. Tiene un talento excepcional, aunque eso no
sorprende a ninguno de los presentes. Es tan buena que fue la única que, a
pesar de estar todavía en undécimo, participó en la función del año pasado.
Val bosteza de forma poco respetuosa mientras los demás aplauden la
escena de Eleanor. Yo no me uno a los aplausos y me siento la peor
feminista del mundo. Sinclair aplaude fascinado después de haber estado
pendiente de ella en todo momento. El señor Acevedo toma notas de un
modo simbólico, como si todavía no supiera que ya ha encontrado a Julieta.
La siguiente hora transcurre frente a mis ojos como si estuviera viendo
una película. Uno tras otro, van actuando todos los que se presentan a la
audición, y lo hacen tan bien que el miedo se apodera de mí. Val y sus
amigos van soltando comentarios superfluos, y con cada uno de ellos pierdo
un poco más del valor necesario para ponerme en pie y subirme al
escenario. Siento calor y frío alternativamente con solo pensarlo. Debería
haberme sentado con Sinclair. Seguro que él no permitiría que me rajara.
No para de volverse para mirar hacia donde estoy cuando el señor Acevedo
pregunta quién quiere ser el siguiente en intentarlo.
El corazón me da un vuelco cuando veo que Sinclair se pone en pie justo
después de que Joshua, de décimo curso, baje del escenario. ¿Se ha
levantado para ir al baño? Sin embargo, en lugar de subir los escalones
hasta la salida, Sinclair se dirige hacia el escenario. ¿Qué hace?
Val parece estar preguntándose lo mismo, porque se incorpora un poco
en su asiento.
—Eh, gente, esto se está poniendo interesante —comenta cuando
Sinclair se planta en el centro de las tablas. Su rostro es una máscara neutra
decidida a ocultar lo entusiasmado que está, puedo verlo incluso desde
lejos. Tiene los hombros tensos y la mirada clavada en el suelo.
Sinclair se saca una hoja doblada del bolsillo de los pantalones, la
despliega y... no hace nada. Se queda callado. El señor Acevedo lo mira con
expectación.
—Puedes empezar cuando quieras —le indica.
Sinclair asiente y la nuez del cuello le va arriba y abajo cuando traga
saliva.
—Menudo payaso —murmura alguien.
Ya no siento nada más.
No sabría decir qué me da tanto miedo. ¿Que Sinclair haga el ridículo?
¿Que Val y los demás se rían de él y se sienta fatal? Dios, esto es horrible.
¿Realmente se ha preparado para la audición, o se trata de una simple
reacción espontánea para intentar impresionar a Eleanor?
Los que están en las filas delanteras cuchichean en voz baja. Sinclair
cierra los ojos. Y entonces la sala entera se sume en el silencio.
Cuando Sinclair empieza su interpretación, me olvido absolutamente de
todo; no sabía que tuviera una presencia escénica tan cautivadora. Debe de
ser porque es Acuario, ¿qué me esperaba si no? Es un signo de aire, los
escenarios son su elemento. ¿Por qué no lo había pensado antes?
La sala entera queda impresionada al ver lo bien que lo hace, lo noto.
Y Sinclair también lo nota. Su voz se vuelve más firme, sus gestos son cada
vez más amplios. El señor Acevedo ha dejado de mover el bolígrafo.
Sinclair tiene la hoja de papel en una mano, pero al cabo de un rato la
arruga en un puño y empieza a improvisar. Se me pone la piel de gallina.
¿Dónde ha aprendido a actuar así? ¿Y  por qué me arde la cara mientras
pronuncia esas frases mirando al público directamente? Mirándome a mí.
Noto los latidos del corazón en la garganta y la cabeza me da vueltas, pero
no podría estar más contenta de estar aquí sentada.
La luz de un foco cae sobre el rostro de Sinclair, que se lleva una mano
al pelo y se lo peina hacia atrás. Se nota que está hecho para exhibirse de
ese modo.
Val no dice nada más. Se limita a quedarse sentado a mi lado, y
enseguida me doy cuenta de lo disgustado que está. Y me da igual, porque,
cuando Sinclair termina, me uno a la ovación general que recibe. De hecho,
tengo que controlarme para no ponerme en pie de un respingo.
El pecho de Sinclair va arriba y abajo más deprisa cuando mira hacia
delante. Casi tengo la sensación de que en ese momento vuelve a ser él
mismo. Y parece incluso sorprendido de lo que acaba de hacer.
—Gracias, Charles. Eso ha sido..., ha estado realmente muy bien —lo
elogia el señor Acevedo cuando los aplausos remiten un poco—. De
acuerdo, entonces... ¿tenemos a alguien más?
Sinclair murmura un agradecimiento y baja del escenario. Se me forma
un nudo en el estómago cuando Eleanor golpea con entusiasmo la butaca
que tiene a su lado. Se inclina hacia Sinclair en cuanto este se sienta y le
susurra algo al oído.
—¿Nadie más? —pregunta el señor Acevedo desde la primera fila, y me
sobresalto al ver que se vuelve hacia nosotros—. Es la última oportunidad.
Noto la tapicería aterciopelada de la butaca bajo mis dedos sudorosos y
el peso del brazo de Val sobre mis hombros. No consigo levantarme.
Simplemente no puedo, por mucho que lo desee. Estoy prácticamente
segura de que las rodillas me fallarían si lo intentara.
—Tori —dice Sinclair cortando el silencio. Se ha levantado de nuevo y
todos se vuelven hacia él—. Tú también querías hacer la audición, ¿no?
Me quedo helada al oírlo, aunque al cabo de una fracción de segundo me
siento terriblemente acalorada.
Mierda. Pero ¿qué hace? ¿Cree de verdad que me está haciendo un
favor? Porque, si es así, se equivoca. Y de largo.
—¿Victoria? —pregunta el señor Acevedo mirándome—. Es tu
oportunidad.
Val suelta una carcajada exenta de alegría. Me arden las mejillas.
«Di algo. Lo que sea.»
—No, yo... No hace falta.
Sinclair se me queda mirando, atónito, y el señor Acevedo titubea. Pasan
unos segundos durante los cuales el corazón me late con intensidad. Me
quedo callada y niego con la cabeza. El señor Acevedo se vuelve de nuevo
hacia delante y da unas palmadas.
—Bien, pues ya lo tenemos. Gracias a todos los que habéis participado
en la audición. Pronto anunciaré el reparto final. Mientras tanto, podéis
esperar fuera de la sala.
Se levantan las primeras personas y empiezan a oírse conversaciones en
voz alta. Sin embargo, dentro de mi cabeza no hay más que un murmullo
ensordecedor. Sinclair todavía me mira fijamente.
—¿Tori?
—¿Mmm? —me sobresalto. Val se ha puesto en pie.
—¿Vienes o qué? —me pregunta.
—Sí, claro —respondo. El corazón me late a un ritmo intenso debido al
agobio mientras sigo a Val y a los demás fuera del teatro. Por la ventana del
vestíbulo entra la última luz del día; la última hora y media parece haber
transcurrido como un sueño del que me estoy despertando poco a poco—.
Lo siento, yo... creo que esperaré aquí un rato —digo deteniéndome. Val,
que ya ha salido, se vuelve hacia mí—. Quiero preguntarle una cosa al
señor Acevedo.
Val se me queda mirando con recelo, pero acaba asintiendo.
—De acuerdo, yo tengo que ir a entrenar. Nos vemos.
—Sí, diviértete —le digo con una sonrisa, y veo como sigue a sus
amigos. No sé por qué le he dado esa excusa. No tengo ninguna intención
de preguntarle nada al señor Acevedo.
—Eh.
Cuando noto que me tocan el brazo, me doy la vuelta y me topo con los
ojos azules de mi mejor amigo. De repente siento el impulso casi
irrefrenable de apartarle la mano.
—¿Qué pasa? —le espeto con brusquedad, y Sinclair se queda de piedra.
Parece sorprendido al verme tan irritable. Seguramente debería elogiar su
actuación, decirle que ha estado muy bien, porque es la verdad. Incluso
diría que lo ha hecho genial. Pero no encuentro las palabras.
—¿Qué te ha pasado? —me pregunta con calma.
Me obligo a respirar hondo antes de responder.
—No sé a qué te refieres.
—Tori, querías presentarte a la audición —me recuerda, y pone tanto
énfasis en sus palabras que parece como si yo no fuera consciente de ello.
«Ups, es cierto. Casi me olvido. Gracias por recordármelo, amigo mío.» No
es que no sea consciente de que me he rajado. De hecho, me siento fatal por
ello, pero ya es demasiado tarde. ¿Qué sentido tiene, pues?
—Sí, he cambiado de opinión —le digo dándome la vuelta, pero Sinclair
me agarra para evitarlo. El corazón se me encoge de repente.
—Tori —masculla—. ¿Te ha dicho alguna tontería?
—¡No! —siseo—. ¿En serio crees que me dejo influenciar tan
fácilmente? Te aseguro que soy capaz de tomar mis propias decisiones.
Sinclair aparta la mano y tengo una sensación parecida a si me hubieran
quitado el suelo bajo los pies.
—Pero... ¿Por qué? —pregunta en voz baja.
—Ya no me apetecía, da igual. De todos modos, este curso tampoco
tengo tiempo libre.
Sinclair no dice nada, me ahorra la humillación que habría supuesto otra
pregunta al respecto. Porque está claro que he mentido. Tengo las clases y
los servicios en los jardines y la biblioteca, el blog de libros, el
Bookstagram y TikTok, pero no toco ningún instrumento ni formo parte de
ningún equipo deportivo, y Sinclair lo sabe. Conoce mis horarios a la
perfección, igual que yo los suyos, y por consiguiente sabe que tendría
tiempo para los ensayos de teatro si realmente me importaran lo suficiente.
Sin embargo, no es el caso. Así de simple.
Abre la boca para decir algo más, pero decido adelantarme porque estoy
convencida de que no hay mejor defensa que un buen ataque.
—¿Por qué te has presentado a la audición?
Sinclair se pasa la mano por el pelo casi como si lo hubieran sorprendido
haciendo una travesura.
—Esto, yo... —empieza a decir, y su mirada se pierde detrás de mí. No
era necesario que me volviera para saber a quién estaba mirando, pero lo he
hecho de todos modos. ¿Por qué? Bueno, es evidente que me gusta
torturarme. Eleanor está enfrascada en lo que parece una conversación
intensa con sus amigas. Gesticula mucho, se ríe en voz alta. Es una risa de
Capuleto, no me cabe la menor duda.
—Comprendo —digo mirando de nuevo a Sinclair—. Lo has hecho muy
bien. Quizá funcione.
—Oye, podrías preguntarle al señor Acevedo si todavía...
—¿Me puedes decir qué no has entendido sobre mi decisión de no
presentarme a la audición? —lo interrumpo—. ¡No tiene nada que ver con
Val!
—Ah, ¿no? —replica Sinclair fulminándome con la mirada—. Entonces
¿por qué te sientes tan atacada cuando lo menciono?
—No me siento atacada.
—Yo diría que sí.
Suelto una carcajada sardónica.
—¿Quién te crees que eres?
—Alguien que te conoce bien —constata Sinclair, y su voz ha adoptado
ya un tono suplicante. Se me acerca un poco más antes de proseguir—.
Mierda, Tori, es que es evidente. Has cambiado desde que vas con Val y sus
amigos.
No quiero seguir con esta conversación. No quiero, a pesar de que una
vocecita dentro de mi cabeza me esté gritando que Sinclair lleva razón. No
tiene ni idea. Además, ¿qué se propone? Debería estar contento,
seguramente pronto pasará mucho tiempo con Eleanor. Sin mí. Al fin y al
cabo, eso es lo que quiere.
—Sí, menuda sorpresa: la gente cambia —siseo—. No hace falta que te
lo explique, ¿verdad?
Sinclair entrecierra los ojos para mirarme con recelo.
—¿Qué insinúas con eso?
—Que no soy la única que ha decidido presentarse a la audición sin
previo aviso a pesar de no haber mostrado jamás el más mínimo interés por
la interpretación.
Sinclair se me queda mirando con aire crítico.
—Al menos yo no renuncio a mis sueños solo por miedo a que un
capullo se burle de ellos.
Me obligo a bajar la voz.
—¿Estás celoso porque paso tanto tiempo con él?
Sinclair suelta una carcajada.
—¿Sabes una cosa? Vete a la mierda. De verdad, Tori, no soy yo quien
va corriendo detrás de unos gilipollas, ni dejo tirados a mis amigos cuando
se preocupan por mí.
—Ah, ¿no? —replico abrumada—. ¿Y  qué me dices de Eleanor?
Además, no voy corriendo detrás de Val, porque, al contrario de lo que te
ocurre a ti, a mí al menos me hacen caso, tal como constataste el otro día.
«¿Qué cojones...?», me pregunto en el mismo instante en que suelto esas
palabras.
Sinclair se me queda mirando. Primero atónito, luego decepcionado. Me
ha visto el plumero y me odio por ello, pero, en lugar de simplemente
admitirlo, he sentido la necesidad de contraatacar para intentar que pare de
una vez.
Y por lo visto lo he conseguido.
Sinclair abre la boca como si quisiera añadir algo más, pero se limita a
suspirar con desdén y a negar con la cabeza.
—El señor Acevedo está a punto de anunciar el reparto —grita alguien.
Sinclair se da la vuelta sin siquiera mirarme de nuevo. Debería
marcharme, realmente debería largarme de aquí, pero es como si el teatro
ejerciera algún tipo de atracción sobre mí. Por eso sigo a los demás, aunque
me quedo cerca de la puerta. Sinclair ya ha vuelto a bajar hasta el escenario.
Me gustaría correr a buscarlo para confesarle que no lo he dicho en serio,
que lo retiro, aunque sé que es demasiado tarde. Y para ser sinceros, si no
hubiera una pizca de verdad en ello, no habría sentido la necesidad
imperiosa de soltar esas palabras.
Me pregunto si eso serviría para mejorar las cosas.
Supongo que no.

Charles

El caso es que cuando siento que me tratan injustamente me cabreo tanto


que no soy capaz de discutir con normalidad y lo único que quiero es
echarme a llorar. Es lo que hay, pierdo por completo la capacidad de
controlarme. Es una mierda, pero, por desgracia, no me queda más remedio
que bajar de nuevo los escalones hasta el escenario y mantener la
compostura, porque no estoy seguro de si Tori se ha marchado o si ha
vuelto a entrar con nosotros en el teatro para oír como el señor Acevedo
anuncia cuál será el reparto final.
Detesto los conflictos. No, no es que los deteste, es que los odio. De
verdad, no hay nada peor. Sobre todo cuando le digo a Tori cosas que no
pienso en realidad. Y  el problema, cuando conoces tan bien a alguien, es
que sabes perfectamente que a ella le ocurre lo mismo. Lo he visto en sus
ojos mientras me lanzaba todos esos reproches. Se ha arrepentido de
inmediato.
Solo puedo obligarme a no pensar más en ello mientras bajo por el patio
de butacas. Ni siquiera soy capaz de escuchar las primeras frases del señor
Acevedo, tengo la cabeza saturada por la rabia que despierta en mí
Valentine, ese capullo por el que Tori es capaz de renunciar a sus deseos y a
sus principios. Es que no lo entiendo. Cuando quieres a alguien, deseas lo
mejor para esa persona. O bien Val está tan hueco como parece, o bien se
dedica a ningunearla intencionadamente. No sé cuál de las dos opciones me
parece peor. Seguramente la segunda, porque lo hace de un modo
asqueroso, convenciéndola de que eso es lo que ella quiere. Pero no es
cierto. Lo sé, lo vi en el brillo de sus ojos cuando hablaba del teatro y de
esta oportunidad. Dios, si justo ella es el motivo por el que me he decidido a
probar suerte en la audición. Pero no, Valentine ha tenido que sentarse con
ella ahí arriba y estropearlo todo.
Me sobresalto cuando un alumno de décimo, Ismail, suelta un grito de
júbilo y sus amigos lo rodean de inmediato. Supongo que lo han
seleccionado para que interprete al señor Montesco, porque el señor
Acevedo anuncia a continuación el papel de la condesa, que queda asignado
a Heather, de último curso. Luego vienen fray Lorenzo, Teobaldo, el
boticario y el conde Paris. Miro hacia la puerta de entrada; Tori se ha
quedado a oír el veredicto con los brazos cruzados. Aparto la vista cuando
veo que ella también me mira.
«Al contrario de lo que te ocurre a ti, a mí al menos me hacen caso.»
Joder, que le den por culo.
Además, Eleanor me hace caso. Y  no son imaginaciones mías. Me
parece una tía estupenda, bastante simpática. Y lo que me ha dicho después
de la audición ha sido muy guay. Pero Tori siempre tiene que interpretar
más de la cuenta en estos casos, y con ello consigue que me sienta culpable,
ya que, a fin de cuentas, utilicé a Eleanor como pretexto el otro día. Por
descontado que no me refería a ella cuando estuvimos hablando tras el baile
de Año Nuevo. Y es evidente que no es a ella a quien quiero besar. Tori lo
sabe. Porque lo sabe, ¿no?
Me sobresalto de nuevo cuando el señor Acevedo sigue hablando.
—El papel de la nodriza de Julieta lo interpretará... —empieza a decir, y
hace una pequeña pausa para demostrar que en el fondo es un sádico. Luego
le echa un vistazo a su bloc de notas—. Grace Whitmore.
Grace suelta un grito en voz baja y se pone a saltar de entusiasmo. No
puedo evitar sonreír. Se ha ganado el papel. De no haber sido por Eleanor,
incluso estoy seguro de que podría haber sido Julieta. Pero, al fin y al cabo,
los alumnos de undécimo todavía podemos optar a los papeles principales
en la obra del curso que viene. Este año tienen que ser para los alumnos de
último año.
Grace se lleva otra alegría cuando el señor Acevedo anuncia que Gideon
interpretará a Benvolio. Louis Thompson, de último curso, será Mercucio,
lo que me deja confundido, porque pensaba que ya le habría adjudicado el
papel de Romeo. 
Sin embargo, el señor Acevedo parece que ve las cosas de otro modo y
debe de saber lo que hace. Lo que significa que solo quedan por asignar los
dos papeles protagonistas. Constatarlo me pilla por sorpresa.
Lástima. De acuerdo, solo he venido a la audición por Tori, pero antes,
cuando estaba sobre el escenario, la verdad es que me he sentido muy
cómodo. Me ha parecido asombrosamente divertido. No pensaba que
pudiera afectarme tanto la adrenalina de subir ahí arriba y notar como todos
me escuchaban. Que mi interpretación les haya hecho sentir algo cuando he
conseguido olvidar mis inhibiciones y he mostrado mi yo más íntimo tal
como es. Y  que eso me haya emocionado tanto. Bien, tal vez el señor
Acevedo me deje interpretar al menos a uno de los sirvientes o a algún otro
figurante. 
El año que viene volveré a intentarlo.
—Y hemos llegado a los dos protagonistas —anuncia el señor Acevedo
con solemnidad—. No sabéis lo mucho que me ha costado tomar esta
decisión, o sea que intentaré ser breve e ir al grano —prosigue. Eleanor
aprieta los puños a pesar de que no sé quién más aparte de ella podría
llevarse el papel—. Nuestra Julieta será Eleanor Attenborough. Muchas
felicidades, Eleanor. Me has puesto la piel de gallina.
Eleanor expresa su alivio con un grito de alegría comedido. Dos
segundos más tarde ya se ha controlado de nuevo y esboza una de esas
sonrisas inaccesibles tan características de ella. Yo también sonrío sin
darme cuenta mientras aplaudo la decisión con los demás. Lo hará genial,
de eso no hay la menor duda.
—Lo que significa que solo queda un papel por asignar —explica el
señor Acevedo—. El de Romeo Montesco: Charles Sinclair.
Estoy a punto de aplaudir de nuevo cuando me doy cuenta de que todos
me miran a mí de repente. Y luego las palabras del señor Acevedo resuenan
de nuevo en mi cabeza.
Un momento...
UN MOMENTO.
Noto claramente cómo me suben los colores.
Tengo que haberlo oído mal. Lo he oído mal, ¿no?
—Sí, de verdad. Serás tú, Charles —repite el señor Acevedo, lo que
seguramente significa que se me ve en la cara lo impresionado que estoy—.
Tu interpretación ha sido muy convincente, era real; tienes una presencia
escénica increíble. Y estoy harto de ver Romeos relamidos; tu propuesta me
ha parecido interesante, con la personalidad que le das quedará genial.
Déjate crecer un poco el pelo para que tu aspecto sea todavía más osado, ya
hablaré con tu madre —me indica, y parece realmente entusiasmado,
aunque no estoy seguro de si sabe lo arriesgada que es esa decisión. No
tengo ni idea de teatro. No sé nada. Nada. De verdad, nada de nada. Mierda,
quería interpretar a un puto árbol para estar cerca de Tori, pero ni en sueños
pensaba que me darían el papel de Romeo. Esto tiene que ser una broma...
El señor Acevedo ha proseguido elogiando también al resto y luego ha
asignado papeles de ciudadanos, de sirvientes y de músicos. Yo sigo sin
poder moverme. Me acerco a él cuando ya ha anunciado la fecha de inicio
de los ensayos, se ha despedido de nosotros y se ha guardado el cuaderno de
notas en la bandolera de cuero.
—Señor, yo... —empiezo a decir con la voz ronca. El señor Acevedo
levanta la cabeza—. No sé si sabré hacerlo. Lo de interpretar a Romeo,
quiero decir... Es que no tengo experiencia en absoluto.
El señor Acevedo gesticula para descartar mis dudas.
—Bah, tonterías. Tienes talento, el resto te lo sacaremos antes de la
actuación, ya lo verás.
—Y formo parte del equipo de guion —añado.
—Sí, eso es cierto —constata bajando un poco la cabeza mientras me
mira fijamente—. A tus amigos guionistas no les gustará, pero ahora estás
con nosotros. Seguro que encontrarán a alguien que pueda sustituirte. Tus
compañeros sin duda se darán cuenta de que necesitamos a los mejores para
la obra. Y tú eres uno de ellos, no nos engañemos. Eleanor y tu formaréis
una pareja increíble —asegura dando una palmada—. Es un momento
emocionante. Son pocos los actores que tienen la oportunidad de interpretar
a un personaje tan importante como el de Romeo.
Sí, la verdad es que tiene razón. De hecho, es el papel más importante
que puedo imaginar. Precisamente por eso creo que no es adecuado para un
absoluto principiante. Shakespeare se revolvería en su tumba si se enterara.
—¡Sinclair! —exclama Eleanor colgándose de mi cuello—.
¡Enhorabuena, esto será una pasada!
Socorro, se alegra de verdad. No parece en absoluto enfadada por el
hecho de que me hayan asignado el papel de Romeo a mí y no a Louis, que
está en su curso. O a Terrence, al que solo le ha tocado interpretar a
Teobaldo.
—Gracias —contesto—. Enhorabuena también a ti.
Eleanor sonríe.
—Lo haremos muy bien, ¿vale? No te comas la cabeza solo porque sea
la primera vez que subes a un escenario.
Me obligo a responder al comentario con una sonrisa cargada de
confianza. Para mi sorpresa, Louis me da unas palmadas en el hombro.
—Felicidades, compañero —me dice, y parece realmente satisfecho con
la decisión.
—Lo siento —replico en un acto reflejo. Louis sale de vez en cuando
con Valentine Ward, pero me cae bien. Siento un gran respeto por él, algo
que no puedo decir sobre Valentine—. Creía que serías tú quien se llevaría
el papel de Romeo. No pretendía...
—Eh, tranquilo —me dice—. Reconozco que yo también lo creía, pero
el jefe es el señor Acevedo. Eleanor y tú tenéis una especie de química, no
se puede negar. La verdad es que prefiero interpretar a Mercucio.
Me esfuerzo en sonreír de nuevo, pero empiezan a dolerme las comisuras
de los labios.
—Además, así podremos batirnos en duelo. Eso molará, ¿verdad?
Asiento poco convencido mientras recuerdo que Louis forma parte del
club de esgrima. Y  Terrence también, ahora que lo pienso. Contra él
también tendré que luchar, ¿no? Mierda, he olvidado la mitad de la puta
obra. Solo sé que no pinta nada bien para mí. Menuda ironía del destino.
Felicito a Grace y a Gideon, que también parecen más que satisfechos
con la decisión. Desearía poder compartir su alegría, pero lo único que
siento es un pánico que poco a poco se va convirtiendo en obstinación
cuando recorro el patio de butacas con la mirada hacia arriba y veo el rostro
de incredulidad de Tori, que niega con la cabeza, se da la vuelta y se
marcha.
7

Victoria

Pocas cosas del internado me fastidian tanto como la carrera matinal, pero
sin duda el servicio de comedor es una de ellas. El universo parece estar
gastándome una broma de mal gusto, porque esta semana me ha tocado
preparar las mesas del comedor justo con Olive. En el caso del desayuno,
eso significa que por desgracia no podré librarme de la carrera matinal y
que tendré veinte minutos menos para ducharme y vestirme.
Olive se dedica a ignorarme después de murmurar un saludo y asentir
levemente con la cabeza. La situación es insoportable, y lo peor de todo es
que no comprendo cómo he podido llegar a esto con mi mejor amiga.
Noto la rabia que siente. Va colocando los platos y las tazas con más
ruido del necesario. En circunstancias normales estaríamos charlando y nos
distraeríamos tanto que Joseph tendría que llamarnos la atención varias
veces desde la cocina, pero hoy sucede exactamente lo contrario. Ponemos
las mesas en silencio, y tampoco nos dirigimos la palabra mientras
recogemos las cestas de panecillos y los termos de café y de té de la cocina.
Olive baja la cabeza cada vez que nos encontramos de frente.
No estoy segura del todo, pero parece que hubiera estado llorando.
—¿Todo bien? —le pregunto en voz baja cuando terminamos y nos
detenemos un momento frente a la mesa.
En lugar de responderme, se limita a suspirar de forma audible. Veo que
pone los ojos en blanco, parece enfadada. Su actitud me sienta como un
puñetazo en la boca del estómago.
—Livy —insisto con un susurro.
—No tengo nada que decir, Tori.
Niego con la cabeza.
—Pues yo creo que sí. No me mientas, Olive. ¿Por qué no me cuentas
qué ocurre? ¿Cuál es el problema?
—No hay ningún problema.
—¿De verdad te da igual estar así? —pregunto, y no puedo evitar alzar
un poco la voz—. ¿Te da igual todo? ¿Tus amigos, las clases..., yo?
Olive mantiene su expresión bajo control. La mirada de sus ojos verdes
es fría como el hielo, pero la veo tragar saliva, y luego asiente.
—Si realmente quieres saberlo, sí... Supongo que es eso.
Sus palabras me duelen en el corazón, pero intento que no se me note.
—¿Cómo puedes decir algo semejante? —susurro.
—Porque es la verdad —replica, y se le rompe un poco la voz con la
última palabra. Lo que significa que miente. Conozco a Olive Henderson
desde hace más de seis años y sé que, por algún motivo que no acierto a
comprender, se cree capaz de salir sola de cualquier situación. No está bien,
es evidente que no está bien, pero, en lugar de reconocerlo y dejarse ayudar,
se dedica a alejar a todos los que nos preocupamos por ella.
Aunque también es posible que me haya equivocado por completo
respecto a Olive y a nuestra amistad. No sé cuál de las dos ideas me parece
más dolorosa.
Durante unos instantes nos quedamos una frente a la otra sin movernos,
hasta que Olive se da la vuelta justo cuando los primeros alumnos entran en
el comedor.
Hace solo unas semanas habría seguido a mi mejor amiga sin dudarlo ni
un momento. Ahora, no obstante, mis piernas tardan unos segundos en
ponerse en movimiento. No sé qué decirle. Me acaba de dejar más que claro
que no quiere hablar conmigo, pero no puedo quedarme de brazos cruzados,
fingiendo que no ha ocurrido nada de nada.
Esquivo a los grupitos de alumnos de quinto, pero cuando llego a las
puertas dobles Olive ya ha desaparecido. Y encima me encuentro de frente
con Val.
—Hola —me saluda tras quedarse atrás respecto a sus amigos—. ¿Te has
olvidado de algo?
—¿Qué? —murmuro, y me paro al ver que Olive tampoco está en las
arcadas—. Lo siento, no, yo... Da igual.
—Estás muy guapa esta mañana —me dice Val de repente.
Me quedo de piedra. Durante unos instantes espero que añada alguna
broma a su cumplido, que se ría y me diga algo como: «Deberías haber
visto la cara que has puesto». Sin embargo, no ocurre nada ni remotamente
parecido.
—Gracias —respondo, y titubeo tanto que casi suena como una
pregunta.
—Uau, veo que lo de encajar cumplidos no se te da precisamente bien —
comenta riendo—. Seguiremos practicando, pues —añade, y me envuelve
con un brazo mientras me lleva de nuevo hacia el comedor. Me obligo a
forzar una sonrisa—. ¿Y bien? ¿Qué hay de nuevo?
—Nada —respondo—. Me ha tocado servicio de comedor.
—Vaya mierda —repone con un gemido.
—¿Cómo te fue ayer el entrenamiento? —pregunto.
—Bien, bien. Oye, ¿qué piensas hacer este fin de semana? Estaremos de
fiesta en la mazmorra, ¿te apuntas?
Se me queda mirando con tanta expectación que no puedo evitar asentir,
y eso que el sótano en el que celebran fiestas los de último curso es el
último lugar al que me apetece ir.
—Claro —respondo de todos modos, porque no quiero decepcionarlo.
Pasaré una horita con ellos en el viejo sótano antes de arrastrarme hasta la
cama.
—Perfecto, te escribo —replica mientras me suelta—. Por cierto, ¿quién
salió elegido en la audición? ¿Louis y Eleanor?
¿Val no lo sabe? ¿Cómo es posible, cuando sé por experiencia que el más
mínimo cotilleo corre como la pólvora por esta escuela? Pero, bueno, ayer
estuvo hasta última hora en el entrenamiento de rugby y tal vez todavía no
se ha enterado. Porque durante la cena no lo vi por ninguna parte.
Vuelve la cara hacia mí una vez más al ver que dudo.
—¿Cogieron a otra persona? La verdad es que celebraría que en lugar de
Eleanor fuera una chica de undécimo.
—No, el papel de Julieta lo interpretará ella —respondo con voz
monótona.
—¿Y el de Romeo?
Me gustaría cerrar los ojos y desaparecer de aquí antes de abrirlos otra
vez.
—Sinclair.
Es ridículo.
—¿Sinclair? —repite Val con incredulidad, tras lo que suelta una
carcajada forzada—. Mierda, vaya dos se han ido a encontrar. ¿No estaba
colgado de Eleanor?
La pregunta me sienta como si me clavaran un cuchillo afilado entre las
costillas y lo giraran poco a poco. Me encojo de hombros de mala gana.
—Ni idea.
—Bueno, a ver si así te deja en paz de una vez —comenta.
Empiezo a marearme. Si supiera que eso es justo lo que me preocupa...
Que mi mejor amigo y la chica de la que está secretamente enamorado
interpreten a la pareja romántica más famosa de la historia. Durante los
próximos meses pasarán mucho tiempo juntos. Para conocerse, para
ensayar... Mierda, se besarán. Me quedo helada con solo pensarlo. Sinclair
besará a Eleanor Attenborough y yo me limitaré a aplaudirlo junto con el
resto de los alumnos.
—¿No te alegras de haberte ahorrado la vergüenza de presentarte a la
audición?
Intento no sobresaltarme y me limito a asentir. Como si no me hubiera
pasado media noche en vela imaginando cómo habría transcurrido la tarde
si me hubiera atrevido a subir al escenario. Quizá no me habría llevado el
papel de Julieta, pero al menos podría haber tenido alguna posibilidad de
interpretar a la nodriza o a la señora Capuleto. Pero no, al final no haré nada
de eso, solo me quedaré frustrada que te cagas y cabreada con Eleanor y
Sinclair. Y  conmigo misma. Y  también, para ser totalmente sincera, quizá
un poco con Val. Me doy cuenta de que incluso he contribuido a reforzar
sus ideas respecto a la audición en lugar de intentar convencerlo de lo
contrario.
—¿De verdad crees que no habría tenido ninguna oportunidad? —
pregunto.
Val se me queda mirando.
—Bueno, no tienes experiencia sobre el escenario, ¿no?
Me encojo de hombros.
—Sinclair tampoco.
—Por eso hará el ridículo, ya lo verás. Y no quieres que eso te ocurra a
ti.
Trago saliva. ¿Cómo sabe lo que quiero y lo que no quiero?
—Ya verás como me lo agradecerás —asegura dándome unas palmaditas
en la espalda—. A  más tardar antes de las vacaciones de verano, cuando
todo el internado se ría con su actuación.

Charles

Realmente en esta escuela hay gente todavía más desdichada que yo, por
mucho que me hayan concedido ese puto papel protagonista. Cuesta de
imaginar, pero es cierto. El ambiente durante la siguiente reunión de guion
está tan cargado que podría cortarse con un cuchillo de untar mantequilla.
Florence parece inquieta, mientras que Amara, Quentin y Ho-Wing están
más bien desesperados.
—El puto papel protagonista... No sé cómo te imaginas que será eso —
repite Ho-Wing—. Hacia el final tendrás ensayo todos los días.
—Sí, hacia el final —repito—. Cuando el guion ya esté escrito del todo
y no tengamos nada más que hacer aquí.
—Sinclair, creo que lo estás subestimando todo un poco —interviene
Florence—. De todos modos, solo somos nosotros cinco y vamos muy
retrasados. Los últimos años, a estas alturas ya estaba todo escrito.
—Podemos escribir de forma paralela a los ensayos —propongo—. De
hecho, incluso me parece práctico ensayar e ir desarrollando el texto sobre
la marcha. Así los diálogos quedarán más naturales.
—Acabará siendo caótico —sentencia Amara.
—Yo también he estado pensando en todo esto y creo que sería mejor
separar las dos cosas —opina Florence mirándome.
—¿Separarlas? —exclamo, y tengo que tragar saliva—. ¿A  qué te
refieres?
—Por algo existe un club de guion y otro de teatro. No me parece una
buena idea mezclar las dos cosas.
—¿Lo que significa que...?
—Creo que deberías decidirte por una de las dos.
Lo dice en serio. Abro la boca para responder, pero soy incapaz de decir
nada.
—¿O vosotros lo veis de otro modo? —pregunta Florence volviéndose
hacia Amara, Quentin y Ho-Wing, que por supuesto deciden apuñalarme
por la espalda dándole la razón.
—Es injusto —me quejo—. Dijisteis que no sería ningún problema que
yo...
—Que interpretaras un papel menor —me interrumpe Quentin—. Pero
no se me había ocurrido la posibilidad de que el señor Acevedo te asignara
el papel de Romeo.
Hundo los codos en las rodillas y me froto el puente de la nariz con los
ojos cerrados. Me gustaría decir algo como: «No lo lograréis sin mí», pero
por desgracia no soy tan arrogante. Soy consciente de que Florence podría
tener razón, que probablemente hay buenos motivos por los que los actores
principales no participan en la redacción del guion y viceversa.
—Además, eres de undécimo —añade Florence en un tono algo más
conciliador—. Podrás volver a participar en la redacción del guion el año
que viene.
Trago saliva con dificultad. O también podría interpretar el papel de
Romeo el año que viene. Seguramente eso sería mucho más sensato.
Eleanor, Louis y los demás alumnos de último curso no me han transmitido
la sensación de que les haya arrebatado nada, pero de todos modos tengo
remordimientos de conciencia. Por no hablar de que sería menos
conflictivo, ya que no tendría que actuar con Eleanor, sino que podría
hacerlo el año que viene con Tori. Porque de una cosa estoy seguro: no
pienso permitir que se amilane otra vez y no se presente a la audición.
Incluso yo he conseguido que me acepten, y eso que no me había preparado
en absoluto.
Visto objetivamente, sería mejor para todos los implicados que fuera a
ver al señor Acevedo y rechazara el papel. Sin embargo, una parte de mí
está ansiando volver a vivir lo que experimenté sobre el escenario el
miércoles por la tarde. Jamás había sentido nada parecido, fue una locura, y
quiero revivirlo como sea. Quiero olvidarme de lo que ocurre a mi
alrededor y volver a sentirme así de ligero. Lo quiero a cualquier precio.
Es lo más parecido a cuando monto a Jubilee o a cualquiera de los
caballos de la Dunbridge Academy al galope por el pequeño claro que hay
en la parte llana del camino forestal. A  rienda suelta y levantado sobre la
silla, para aliviarle el peso. Con ritmo, con visión de túnel, sincronizado con
el movimiento y lleno de adrenalina. Es como volar. No tenía la menor idea
de que pudiera sentirse algo parecido sobre el escenario de un rancio teatro
escolar.
—Sinclair, no pasa nada —me dice Florence, y cuando vuelvo a abrir los
ojos con un sobresalto veo que la tengo justo delante—. Tienes que hacer lo
que más te guste.
Suelto un suspiro.
—¿Y cómo os las arreglaréis vosotros cuatro?
Florence se encoge de hombros.
—Ya encontraremos a alguien que tenga ganas de ayudarnos.
—Podríais proponérselo a Tori —sugiero sin pensar.
Florence se me queda mirando con el ceño fruncido.
—¿Tori escribe?
—No, pero lee mucho.
—Sí, sobre todo basura, a juzgar por los vídeos que cuelga —murmura
Quentin, y agacha rápidamente la cabeza cuando lo fulmino con la mirada.
—No son basura, son novelas románticas para jóvenes adultos —le digo,
y es que ya hace tiempo que adopté de la forma más natural la respuesta que
suele dar Tori a esa clase de comentarios provocadores.
—Te refieres a material para que las adolescentes salidas se masturben
—replica Quentin con una risita—. Aunque ahora ya no las necesita, Ward
le proporciona su propio material.
Se queda de piedra cuando me levanto de mi silla de un salto con los
puños apretados.
—Retíralo —le ordeno dando un paso amenazador hacia él. Quentin
levanta las manos a la defensiva.
—Vale, vale, tranquilo, solo era una broma.
—Eh —exclama Florence rompiendo el silencio sepulcral que se impone
tras ese encontronazo. Amara tira de mi manga para calmarme y Ho-Wing
pone los ojos en blanco—. Controlaos.
—Cierra el pico, ¿de acuerdo? —gruño en dirección a Quentin evitando
la mirada amenazadora de Amara.
Quentin suspira de forma casi inaudible y niega con la cabeza, lo que
supongo que significa: «¿Por qué no?». La sangre me hierve mientras me
siento a regañadientes. Cómo me gustaría pegarle un puñetazo, aunque
tengo claro que mi reacción es absolutamente exagerada. Además, es
posible que Quentin tenga algo de razón. Respecto a lo de Tori y Val, al
menos, porque el resto eran todo idioteces. Pero quizá Tori ya no lee tanto
como antes porque está todo el tiempo con Val y... A la mierda, no quiero
seguir pensando en ello.
—¿Podemos bajar el tono de una vez? —nos grita Florence a Quentin y
a mí. Clavo la mirada en las viejas tablas del suelo de la biblioteca.
—Para ser honestos, Romeo y Julieta también es una birria, si queréis
verlo así —murmura Amara—. Solo que sin final feliz.
—Romeo y Julieta es un clásico —la contradice Quentin enseguida, con
lo que solo consigue que Amara ponga los ojos en blanco.
—Las novelas de Colleen Hoover también lo acabarán siendo dentro de
unos años.
—Tíos, en serio —los interrumpe Florence—. Si tú —añade mirando a
Quentin— no te olvidas de esa idea medieval de la literatura, tal vez
deberías dejar el grupo como ha hecho Lowell. Y te pido por favor que te
olvides de ella, porque no podemos prescindir de otro miembro.
Quentin se reclina en su asiento de brazos cruzados, pero la verdad es
que parece algo culpable. Veo en sus ojos que en realidad le gustaría seguir
contando conmigo en el grupo, y que no me habría hablado así si no fuera
por la frustración que siente.
—Y ¿dices que a Tori le gustaría participar en la redacción del guion? —
pregunta Florence con una leve esperanza en la voz—. Si lee tanto, seguro
que tiene facilidad para la narración y el lenguaje.
—En cualquier caso, tendríais que preguntárselo —opino—. Estoy
seguro de que lo haría bien.
Puede que esté enfadado con Tori, pero no soy un mal amigo. Sé que
podría divertirse con esto. Y así volvería a hacer algo que le guste sin que
ese asqueroso de Valentine la obligue a renunciar a sus sueños.
—Se lo preguntaré —asegura Florence mirándome—. ¿Significa eso que
a partir de ahora tendremos que renunciar a ti?
Titubeo cuando me doy cuenta de que los cuatro se me han quedado
mirando. Pienso de nuevo en esa sensación que se apoderó de mí en el
escenario, en la certeza de que poseo un talento que había ignorado por
completo hasta entonces.
Y asiento poco a poco.
Supongo que eso lo dice todo.

Victoria

Giro argumental: no iré a la mazmorra. Cuando a mediodía me he dado


cuenta de que Arthur pasaría a recogernos pronto a William y a mí, ya no
tenía tiempo de avisar a Val. He preparado la bolsa con la ropa para el fin de
semana en un santiamén y media hora más tarde he subido con mi hermano
en el sedán oscuro.
La visita a casa estaba planificada desde hacía tiempo, antes incluso de
que, durante la cena en casa de los padres de Val, me enterara de que el
siguiente fin de semana lo pasaría allí. Si me hubiera acordado antes, habría
hecho todo lo posible para cancelarlo y quedarme en el internado, pero con
nuestro chófer en camino no he querido ser una mala hija. Aunque tampoco
quiero ser una mala novia. Por eso tomo nota mental de que más tarde tengo
que avisar a Val, antes de charlar con Arthur, el que ha sido nuestro chófer
desde hace veintidós años y que nos ayuda a cuidar de la finca de Holloway.
Más que un miembro del servicio, forma parte de la familia, y su presencia
es para mí tan imprescindible como la de Martha, nuestra cocinera y ama de
llaves. Cuando Will y yo todavía éramos pequeños vivíamos todos juntos
con Deborah, nuestra niñera, en las dependencias del servicio que hay al
otro lado de la finca.
La propiedad de mis padres parece un copia y pega de la Dunbridge
Academy, solo que a cien kilómetros al nordeste de Ebrington, justo frente
a la costa y a escala reducida. Como siempre, una sensación de calidez se
apodera de mi barriga cuando Arthur cruza la verja de hierro forjado por el
camino de grava que lleva hasta la residencia principal. Aunque todavía no
es muy tarde, ya ha anochecido. Una luz dorada se filtra por las ventanas de
la mansión, mientras que los farolillos bordean el sendero de acceso.
William, sentado a mi lado en la parte de atrás, levanta la mirada del
móvil por primera vez desde que hemos arrancado.
—¿Todo bien? —le pregunto mientras estamos parados frente a la puerta
de entrada, cuando Arthur baja del coche.
William se queda de piedra.
—Sí. ¿Por qué?
—Bueno, solo pensaba... —empiezo a decir—. ¿Con quién hablabas por
el chat?
—Con nadie —se limita a responder antes de desabrocharse el cinturón
de seguridad.
O sea, con Kit. Solo puedo especular que ha sucedido algo entre mi
hermano y su novio, porque William no quiso hablar de ello cuando se lo
pregunté el otro día. En cambio, me he dado cuenta de que Kit lleva unos
días sin dejarse ver por el internado.
No digo nada más porque William ya está abriendo la puerta del coche y
papá viene a nuestro encuentro, por lo que me limito a bajar yo también.
—Yo me encargo de eso, Victoria —me dice Arthur cuando me dispongo
a sacar mi bolsa del maletero, que acaba de abrir.
—Tranquilo, no pesa —miento, y me cuelgo la bolsa del hombro. La
amplia correa me corta un poco la circulación recordándome los siete libros
que he metido porque no terminaba de decidir cuál leería durante el fin de
semana. Y  eso que mi habitación en Holloway está tan repleta de libros
como la que tengo en la Dunbridge Academy—. Hola, papá —digo cuando
me recibe en los últimos escalones después de saludar a William.
—¿Cómo ha ido el viaje en coche, cariño? —me pregunta antes de
cogerme la bolsa y abrazarme—. A ver, mírame. ¿Todo bien?
Odio que haga eso, porque significa que tengo que esforzarme mucho
para controlar la expresión de mi rostro. «Sonríe, Tori.»
«Todo va de maravilla.»
—Te he echado de menos —murmuro presionando la mejilla contra su
camisa.
—Yo también a ti, pequeña —me dice, y me planta un beso en la sien
antes de apartarse de mí—. Pero entrad o nos enfriaremos todos.
Asiento y me doy la vuelta una vez más.
—Gracias por traernos, Arthur.
—Me alegro de teneros aquí de nuevo —replica el chófer con una
sonrisa.
Le lanzo a papá una mirada confusa cuando cruzamos la puerta y veo
que Arthur todavía no mete el coche en el garaje, como suele hacer en estos
casos, sino que lo deja en el aparcamiento que hay frente a la casa.
—Todavía tiene que ir a buscar a mamá —me explica mi padre—. Es el
cumpleaños de Theresa Tomlinson. Supongo que ha perdido la noción del
tiempo, porque en realidad quería estar en casa cuando llegarais.
—Ah, de acuerdo —repongo, y trago saliva sin añadir nada más.
Prefiero no pensar en lo que eso puede significar.
—¿Ya habéis cenado? —pregunta papá mientras entramos en casa.
—No, todavía no —respondo titubeando—. ¿No esperamos a mamá?
—Hasta hace un rato he estado con unos clientes, y he intentado llamarla
—me explica papá encogiéndose de hombros—. Martha tendrá la cena lista
a las siete.
—Yo no tengo hambre —murmura William, que ya se ha quitado los
zapatos y el abrigo y se está guardando el móvil—. Y  estoy cansado. ¿Te
importa si me voy a mi habitación?
Papá titubea, y por unos instantes detecto la decepción en su rostro. Cada
vez son menos frecuentes las ocasiones en las que nos sentamos los cuatro a
la mesa como una familia, desde que Will y yo vamos al internado, por eso
mis padres les dan mucha importancia. Mi hermano también lo sabe. Sin
embargo, papá sonríe al cabo de un momento.
—Claro, descansa. Martha puede dejarte algo preparado por si más tarde
tienes hambre.
—Gracias, papá —murmura antes de coger su bolsa y subir a su
habitación a toda prisa.
—¿Está bien? —me pregunta mi padre a media voz cuando dejan de
oírse los pasos de William en el piso de arriba—. ¿Se ha peleado con Kit o
algo?
Me encojo de hombros antes de responder.
—Espero que no. Todavía no he conseguido sacarle nada.
—Vaya —musita mi padre, tras lo que se queda callado un momento.
Luego deja mi bolsa a los pies de la amplia escalera—. Bueno, ¿quieres
refrescarte un poco y luego cenamos en el sofá?
No puedo evitar sonreír.
—Solo si además vemos Spider-Man.
—La de Tom Holland, por supuesto —conviene papá—. Me parece un
buen plan.
—Entonces vuelvo enseguida.
William tiene la puerta cerrada cuando paso por el pasillo de la primera
planta. No hace más de una semana que estuve aquí por última vez, pero,
como siempre que entro en mi antiguo cuarto, tengo la sensación de entrar
en un mundo completamente distinto. Sin lugar a duda, la habitación es al
menos tres veces más amplia que la de Dunbridge, pero no me parece ni
mucho menos tan acogedora. Desde quinto curso han sido pocas las
ocasiones en las que he dormido aquí unas cuantas noches seguidas, y es
que durante las vacaciones solemos salir de viaje. Hace una eternidad que
no paso más de una semana en esta habitación, y cada vez que regreso
lamento que sea así. Me da mucha nostalgia. Fuera está oscuro, de manera
que ya no puedo ver el mar, aunque cuando los ventanales están abiertos
llega hasta aquí el murmullo de las olas contra las rocas.
Me doy la vuelta y me tienta la idea de dejarme caer sobre la cama, pero
no lo hago. En lugar de eso, abro el armario ropero y cambio el uniforme
del internado por unos leggings y un jersey suave antes de bajar de nuevo.
En ese mismo instante, papá entra en el salón cargado con dos platos de
lasaña.
—¿Te parece bien? —pregunta, y mi estómago suelta un gruñido de
confirmación—. Cielos, ¿es que no os dan de comer en la escuela? —
bromea—. ¿Para eso pagamos tanto dinero?
—No, es para pagar las pizarras electrónicas que no funcionan —
respondo mientras cojo mi plato.
Papá se ríe.
—Pensaba que eso habría mejorado.
—Sí, ha mejorado. Pero no se me ha ocurrido nada más.
—Ya veo. Buen provecho, cielo.
No puedo esperar a que papá empiece a comer porque el olor es
demasiado delicioso.
—Charles se moriría de envidia —comenta él cuando empieza la
película. Se reclina con su plato y se me queda mirando—. ¿Cómo le va,
por cierto?
Estoy a punto de atragantarme.
—¿A Sinclair? Bien, creo.
—Hace tiempo que no viene.
—Está muy ocupado últimamente —respondo llenándome la boca con el
tenedor—. Ahora es actor.
—¿Charles? —exclama papá aparentemente sorprendido, aunque al cabo
de un momento asiente—. Bueno, la verdad es que no me extraña. Sabía
que llevaba dentro algo así.
Asiento porque, al fin y al cabo, es cierto.
Papá se me queda mirando muy serio.
—Aparte de eso, ¿va todo bien entre vosotros dos?
—Papá, no preguntes esas cosas. Suena como si estuviéramos saliendo.
—Y solo sois amigos, de acuerdo, ya lo sé —replica mirándome de ese
modo que revela que en realidad no me cree. Sin embargo, es un buen
padre, por lo que decide no insistir demasiado en ello. Por desgracia, ya se
ha demostrado demasiadas veces en el pasado que nadie es capaz de
calarme mejor que él. Es algo que no me gusta especialmente, pero por algo
tengo diecisiete años y soy Leo. Sé lo que quiero.
No estoy segura de por qué no desvío la atención contándole lo de Val y
el beso que nos dimos en el baile de Año Nuevo. Quizá porque sospecho
cuál sería su opinión al respecto. Nada positiva, vamos. A  diferencia de
mamá, él no lo ve como el yerno ideal. Al menos no se emocionó tanto
como ella al saber que había ido al baile con él y no con Sinclair. Supongo
que, si no fuera por mamá, él no tendría tanto contacto con los Ward. Pero
así son las cosas en nuestro círculo social: no solo no puedes ignorar a
cierta gente, sino que encima tienes que quedar bien con ellos a cualquier
precio. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca, dicen. O
algo parecido.
Seguimos comiendo en silencio mientras vemos la película. No
volvemos a verle el pelo a William, y más o menos a media peli ya me
cuesta mantener los ojos abiertos.
—Acuéstate, cielo—me dice papá. Me sobresalto al oírlo, y veo que me
mira con una sonrisa burlona en los labios—. ¿Habéis vuelto a celebrar una
de esas fiestas clandestinas?
—No, pero anoche no pude pegar ojo —confieso.
—¿Qué te quitaba el sueño?
—Ni idea. Pensaba en muchas cosas. En Sinclair, en Val, en la obra de
teatro...
Cuando veo que mi padre reacciona con sorpresa, me doy cuenta de lo
que acabo de decir.
—¿Valentine Ward? ¿O sea que es algo más que simplemente tu
acompañante al baile?
«Mierda», pienso tragando saliva con dificultad.
—Es posible.
—¿Así que la impresión que tuve durante la cena de la semana pasada en
casa de los Ward no fueron imaginaciones mías?
Joder, se dio cuenta. Por supuesto que se dio cuenta. Es mi padre, se da
cuenta de todo.
—¿Qué impresión tuviste? —lo tanteo.
—Parecía como si hubiera mucha complicidad entre vosotros dos —
replica con diplomacia.
—Sí, yo... Últimamente nos entendemos bastante bien.
Papá se me queda mirando unos segundos sin decir nada.
—¿Te trata bien, cariño? —me pregunta.
Y  entonces me quedo petrificada. Papá arquea las cejas en actitud
interrogadora.
—Sí —me apresuro a responder—. Val es genial. —«La mayoría de las
veces», añado mentalmente—. Tenemos buenas conversaciones.
—«A veces. Al menos cuando sus amigos no están cerca.»
—Ya veo —repone mi padre sin apartar la mirada de mí.
—Creo que me voy a la cama —murmuro mientras me pongo en pie. Le
deseo buenas noches y subo a mi habitación. No es que sea muy tarde, pero
de todos modos me desplomo sobre la cama justo después de cepillarme los
dientes.
Los ojos me escuecen un poco mientras reviso mi móvil. El tiktok con la
última recomendación de libros que he colgado esta mañana se ha hecho
bastante viral. Desplazo la pantalla hacia un lado para repasar los
comentarios. El nuevo formato que he decidido probar, que me sirve para
explicar el contenido de los libros en forma de conversaciones entre los
diferentes protagonistas, ha tenido una aceptación sorprendente. Paso un
rato en mi página de YouTube antes de cambiar a WhatsApp. Sinclair está
en línea, pero en nuestro chat reina el silencio desde hace días. Igual que en
el de Val, al que ni siquiera le he dicho que pasaría el fin de semana en casa
de mis padres. Seguramente en estos momentos esté en la mazmorra
esperando a que yo llegue en cualquier momento. Empiezo a escribirle algo
cuando recibo un mensaje de Florence. Lo abro con la frente fruncida. No
me había escrito jamás fuera del grupo de nuestro curso.
Hola, Tori, hoy no he podido verte después de clase y Emma
me ha dicho que te has ido a casa. Sinclair te ha
recomendado hoy en la reunión de guion y estamos
buscando a gente. Especialmente ahora que él nos deja.
Bueno, pues quería preguntarte

si te apetece formar parte del equipo de guion. Nos gustaría


mucho contar con tu ayuda.

Leo el mensaje tres veces, pero, por sorprendente que sea, el contenido
no cambia. ¿Significa eso que Sinclair ya no está en el equipo de guion?
¿Lo ha dejado para poder ensayar tranquilo con Eleanor Attenborough?
¿Y ahora tengo que ser yo quien escriba las escenas románticas entre ellos
dos? No veas la ilusión que me hace eso.
Dejo el móvil a un lado y hundo la cara en las manos un momento.
Estoy celosa. Es eso, ¿verdad? Y si lo estoy, ¿de qué? Estoy saliendo con
Valentine. No tengo ningún motivo para sentirme tan mal solo porque mi
mejor amigo tenga la oportunidad de acercarse a la chica que le gusta.
Debería apoyarlo y darle consejos para que se gane el corazón de Eleanor.
Pero no puedo. Solo siento esa asquerosa impotencia cada vez que pienso
en cómo todos aplaudieron sus audiciones. Porque Sinclair es un Romeo
extraordinario y Eleanor es perfecta como Julieta y desprende mucha
seguridad en sí misma.
Eleanor y Sinclair. Mis pensamientos están envenenados, quiero que esto
acabe de una vez. ¿Por qué tuvo que presentarse a la audición? ¿A qué vino
eso? Lo que quería era escribir el guion, ¿y ahora de repente prefiere el
escenario? ¿Lo ha hecho solo por ella?
Dios, es de locos.
 
 
No sé cuándo me quedé dormida, pero, cuando por fin me despierto, la
cabeza me pesa un quintal. El colchón cede bajo mi peso con un gemido
cuando otro cuerpo se tiende a mi lado.
—Ah, estás aquí, cielo.
Pero ¿qué...? Tengo la lengua áspera debido a la falta de sueño.
—¿Mamá?
—¿Cómo estás? ¿Todo bien? Quería volver antes, pero se ha alargado y,
bueno...
El aliento le huele a alcohol y, en cuanto lo noto, se me forma un nudo
en el estómago. La luz de la mesita de noche se enciende cuando por fin
encuentro el interruptor. Tengo que entrecerrar los ojos para no
deslumbrarme.
—Mamá, ¿qué hora es? —pregunto con la voz tomada.
—¿Sabes? Os echaba de menos, Tori. A  ti y a tu hermano. Venís tan
poco por aquí...
—Solo ha pasado una semana desde la última vez, mamá —digo—.
Pero, bueno, aquí estamos.
—Menuda suerte —comenta mi madre dejándose caer a mi lado—. Es
horrible estar sin vosotros, esta casa es demasiado grande...
—Charlotte, déjala dormir.
Levanto la cabeza. Papá está en pijama junto a la puerta y los recuerdos
empiezan a agolparse en mi cabeza. Mi padre llevando a la cama a mi
madre, sin hacer ruido, con discreción. Yo más jovencita, junto a la puerta
de la habitación, sin atreverme a respirar para que papá no se dé cuenta de
que los estoy viendo.
—Solo quería saludarte un momento —balbucea mamá.
Me obligo a sonreír, pero tengo el corazón aturdido.
—Pues ya lo has hecho —le dice papá. Mamá se incorpora cuando él se
le acerca. Se tambalea ligeramente—. Y a William ya lo saludarás mañana,
estaba demasiado cansado —le dice papá mirándome mientras la ayuda a
salir.
Me quedo sentada en la cama sin decir nada, oyendo sus pasos alejarse.
O sea que lo del otro día en casa de los Ward no fue solo un desliz. Hacía
tiempo que no volvía tan borracha. Al menos no estando William y yo en
casa. Oigo la voz amortiguada de mi padre desde su dormitorio y no muevo
ni un dedo.
Espero, como siempre, hasta que papá vuelva a verme. Con cada minuto
que pasa, crece en mi interior un miedo irracional a que esta vez no lo haga.
Contengo el aliento cuando oigo el crujido de las tablas del suelo. Papá
se limita a apoyarse en la puerta de mi habitación cuando vuelve a verme.
—¿Todo bien, cielo? —me dice con la voz cargada de desilusión. La
forma en la que me sonríe solo para tranquilizarme me deja hecha polvo.
—Sí —susurro—. ¿Está bebiendo de nuevo? —pregunto, aunque suena
más bien como una constatación.
—Era el cumpleaños de Theresa —me explica él, y me parece horrible
que la disculpe. Porque es una codependencia. Busca excusas para
soportarlo como sea. La última terapeuta nos lo explicó poco antes de que
papá la amenazara con el divorcio y una demanda de custodia para obligarla
a ingresar en esa clínica. Por aquel entonces no comprendí que las cosas
pudieran funcionar de ese modo. Que la decisión de mantenerse sobria
tuviera que salir de ella. Desde la lejanía de mi vida en el internado era
demasiado sencillo olvidar que mi madre no es una heroína invulnerable de
armadura reluciente.
Asiento en silencio. Fue una ingenuidad creer que lo tenía controlado,
que nunca más volvería a estar tan mal. Hubo señales que lo indicaban, pero
las ignoré porque la idea me parecía demasiado insoportable. Las respuestas
evasivas de mi padre cuando me llamaba y me decía que mamá no estaba
en casa. Su comportamiento en la mansión de los Ward, el momento en el
que la vi de nuevo con una copa en la mano.
—No le des más vueltas, ¿de acuerdo? —me pide papá—. Descansa,
cariño.
—Tú también, papá —susurro.
Solo cuando ya ha cerrado la puerta tras él me permito empezar a llorar.
8

Victoria

Durante el desayuno del sábado por la mañana actuamos como si nada


hubiera ocurrido, lo que me parece insoportable. No parece que mamá esté
sufriendo la resaca que era de esperar teniendo en cuenta su estado la noche
anterior, lo que puede significar dos cosas: que se ha habituado o que ha
recurrido a algún estimulante para empezar el día. Prefiero no conocer la
respuesta correcta, porque las dos opciones me parecen de locos. No lo
entiendo, no entiendo cómo puede seguir haciéndole eso a mi padre. Y  a
William, y a mí. Pero, por encima de todo, a sí misma.
Ni que decir tiene que no tocamos el tema. Mamá y papá nos preguntan
cómo va la escuela, cómo está Kit y si a finales de febrero vendrá con
nosotros a pasar un fin de semana en Davos. Se me encoge el estómago solo
de pensar en las vacaciones de invierno, en la posibilidad de volver a ver a
mamá en algún bar après-ski de Suiza. Hablar sobre Val me parece un mal
menor, por lo que permito que mamá desvíe la conversación en ese sentido.
Se pone muy contenta cuando vuelvo a contarle que me acompañó al baile
de Año Nuevo.
—¿O sea que es oficial que hay algo entre vosotros dos? —me pregunta
con la taza de café en la mano.
Titubeo antes de responder.
—Creo que todavía tenemos que averiguarlo.
Mamá sonríe.
—Hacéis muy buena pareja. Veronica también lo comentó —me cuenta,
y niega levemente con la cabeza—. Siempre he pensado que sería Charles,
pero me parece fantástico que hayas encontrado a alguien de tu nivel.
Will levanta la cabeza de un respingo.
—¿De mi nivel? —repito poco a poco—. ¿Lo dices porque el padre de
Sinclair es panadero?
—Es evidente que no lo decía en ese sentido.
—Entonces ¿qué has querido decir? ¿Que no es digno de mí o qué?
—Tori, tergiversas mis palabras. Lo decía en un sentido positivo —me
aclara mamá—. Sinclair es un amigo genial, pero Val es alguien capaz de
ocuparse de ti, no sé si me entiendes. Solo me preocupo por tu futuro.
—Creo que nuestra hija será más que capaz de ocuparse de sí misma,
Charlotte —la contradice papá en voz baja.
—Claro que sí, George. Pero la vida está repleta de desafíos que son más
fáciles de superar cuando sois dos. Y  precisamente en nuestro círculo es
importante tener a alguien en quien poder confiar sin condiciones.
Sinclair. Es en Sinclair en quien pienso cuando escucho esas palabras, y
no en Valentine. Seguramente eso debería darme que pensar. Además, papá,
que adoptó el apellido de la familia de mamá, también procede de
ambientes más humildes, lo que en su momento no supuso ningún
obstáculo para que mi madre se enamorara de él. ¿Por qué tendría que
haberlo sido? Es posible que su trabajo en marketing no sea ni mucho
menos tan glamuroso como el de ella, que es marchante de arte, pero no por
ello es menos importante. Además, papá se ocupa tanto de los clientes
externos como del marketing de las empresas de mamá y de Veronica Ward,
que a su vez entró a formar parte de la noble familia Ward cuando se casó.
No me cabe la menor duda de que a nuestras madres les encantaría que Val
se ocupara de la empresa de Veronica y que yo hiciera lo mismo con la de
mi madre, pero el caso es que yo ni siquiera sé qué quiero estudiar. Si
tuviera que decidirme entre esas dos áreas, seguramente me decantaría más
por el marketing digital, por mucho que mi corazón se incline en secreto
hacia la literatura inglesa. Pero ya pensaré en ello cuando llegue el
momento, no ahora.
Soy incapaz de tragar un solo bocado de los huevos revueltos que me ha
preparado Martha. Papá me pregunta qué planes tengo para el día cuando
suena el móvil de William.
—Lo siento —murmura antes de cogerlo, y se pone pálido de repente al
ver la pantalla—. ¿Puedo levantarme? Es importante.
—Claro —responde papá a pesar de que parece algo irritado por la
situación.
Will ni siquiera se vuelve para mirarnos de nuevo, sino que sale
apresuradamente del comedor.
—¿Dónde estás? —lo oigo preguntar antes de que su voz se pierda.
—¿Es Kit? —pregunta mamá.
—Seguramente —respondo mientras me encojo de hombros.
Will no regresa. Cuando terminamos de desayunar salgo a buscarlo con
una sensación de inquietud. La sala de la chimenea, la que utilizamos para
recibir a los invitados, está desierta, igual que nuestro salón privado. Al
final encuentro a mi hermano en el invernadero que hay junto al despacho
de mamá y a nuestra pequeña biblioteca. Está sentado, con los codos
apoyados en las rodillas, en uno de los sofás que tenemos bajo el
Ólafursdóttir que mamá compró en una subasta hace mucho tiempo.
Sostiene el móvil frente al oído con una mano mientras se va pasando la
otra por la cara.
—Sí, le di la llave a Henry —oigo que dice. Me paro junto a la puerta—.
Ya está avisado. No, no dirá nada, puedes confiar en él. Puedes pasar a
recogerla y dormir en mi cuarto. Kit, por favor. Estamos en enero. Oye, lo
digo en serio, estoy preocupado. ¿O prefieres que te mande a nuestro
chófer?
William se queda callado unos momentos. Cuando vuelve a hablar, lo
hace en voz más baja.
—Para ya. Te quiero, ¿me oyes? Encontraremos una solución.
Está claro que no debería estar escuchando esta conversación. Cuando
me dispongo a marcharme, una de las viejas tablas del suelo cruje y mi
hermano levanta la mirada de repente. Aun así, se relaja un poco cuando ve
que soy yo.
—Lo siento —susurro, pero se limita a negar con la cabeza y a hacerme
señas para que espere.
—Llámame cuando lo hayas resuelto —le indica—. Sí, ahora de verdad.
Adiós. Yo a ti también.
El silencio me parece insoportable cuando Will baja de nuevo la mano
que sostiene el teléfono.
—Lo siento, no pretendía escucharlo.
—Tranquila, no pasa nada.
—¿Era Kit? —pregunto a pesar de lo innecesaria que es la pregunta.
William asiente.
—¿Qué ha ocurrido?
Suelta un largo suspiro en voz baja antes de responder. Me acerco un
poco más y me siento a su lado.
—Will...
—Su padre —responde sin mirarme siquiera, y entonces lo comprendo.
El ojo morado con el que Kit se presentó al último partido de rugby de la
temporada. Solo que Kit no juega en el equipo.
—Mierda —maldigo en voz baja.
—Sí —responde tragando saliva—. Exacto.
—¿Qué ha hecho?
—Lo mismo de siempre. Se pelean, las cosas se ponen tensas y, si
encima ha bebido, terminan explotando —me explica con los puños
apretados, aunque sin moverse del sitio—. Luego, cuando vuelve a estar
sobrio, le sabe muy mal y se disculpa un millón de veces, pero eso no sirve
de nada. Kit intenta pasar por casa lo menos posible.
—¿Dónde estuvo anoche?
—Durmió en el viejo invernadero —responde con una sonrisa resignada
—. Con estas temperaturas. Mierda... Es una locura, ¿por qué no me dijo
nada?
—Seguramente porque no quería que te preocuparas.
—Sí, eso encaja con él.
—¿Henry le dará la llave de tu habitación? —pregunto.
William asiente.
—Tenía la sensación de que sería mejor que Kit tuviera un lugar en el
que refugiarse en caso necesario. Henry habló con él hace poco para ver si
todo iba bien y luego fue cuando se lo contó.
—¿Y no fueron a ver a la rectora Sinclair? —pregunto, pero William se
limita a encogerse de hombros—. ¿Por qué no?
—Kit no quiso, no tengo ni idea... ¿Qué quieres que haga ella, de todos
modos?
—¿Avisar a la policía? —sugiero. Qué ganas me entran de quitarle el
móvil a William y de llamar a comisaría yo misma.
—No, Tori. Tengo que respetar su decisión. Hablaré con él otra vez
cuando regrese a Dunbridge. Quizá esta vez esté dispuesto a hablar con la
rectora.
—¿Piensas volver antes de tiempo? —pregunto, y veo que William
titubea unos instantes—. Puedo decirles a mamá y papá que me he olvidado
de que tenía que hacer un trabajo importante.
—Tori, es que...
—No, de verdad.
—Ya lo sé, pero no es necesario —responde, luego se me queda mirando
—. ¿O es que tú también quieres volver hoy mismo?
Cuando me mira fijamente a los ojos noto que se me forma un nudo en la
garganta.
En realidad no quiero, porque me gusta pasar tiempo en casa. Pero en el
internado resulta más sencillo ignorar ciertas cosas.
—¿Crees que no ha sido más que un desliz? —pregunto en voz baja en
lugar de responder a su pregunta. No tengo que concretar más, comprende
enseguida a qué me refiero.
—Para, no puedo pensar en esto ahora, son demasiadas cosas —replica
antes de hundir la cara en las manos—. Anoche fue a verte, ¿no? —me
pregunta en voz baja cuando por fin vuelve a levantar la cabeza.
Asiento.
—¿A ti no?
—No, pero os oí hablar.
—Estuvo en un cumpleaños.
—El otro día, en casa de los Ward... —empieza a decir.
—Sí —respondo antes de que termine, parpadeando para mantener a
raya las lágrimas—. Pero al menos ella no se comporta como el padre de
Kit cuando bebe.
—Cierto.
Durante unos instantes reina el silencio entre nosotros.
—¿Papá ha dicho algo? —pregunta de improviso—. ¿Sobre si ha vuelto
a terapia o algo?
—No. O sea..., no lo sé.
—De acuerdo —repone lanzándome una mirada fugaz. A  continuación
me envuelve con un brazo y me atrae hacia él—. Supongo que crecer
también implica darse cuenta de que los padres no son más que personas
con problemas, igual que todo el mundo.
—Crecer es una mierda —susurro.
—Sí, la verdad es que sí.
Apoyo la cabeza en el hombro de William.
—Nos vamos esta misma tarde, ¿de acuerdo? —propone—. Hablaré con
mamá y papá y les contaré lo de Kit.
—¿Estás seguro?
—Sí. A ver si así no se quedan tan decepcionados.
—Tienes razón.
—Claro que tengo razón.
Cierro los ojos de nuevo. Nací poco más de un año antes que él, pero a
veces tengo la sensación de que en realidad Will es el mayor de los dos.
Aunque quizá sea solo el hecho de ser Libra, que vuelve tan sensato y
ecuánime.
—¿Y aparte de eso? —pregunta en algún momento.
Genial. Quiere hablar sobre Sinclair.
—Aparte de eso ¿qué?
—¿Es cierto que a Charles le han dado el papel de Romeo?
—Sí —respondo intentando apartarme un poco de él. Sin embargo,
William no me permite que me aparte de su lado—. ¿Por qué me lo
preguntas?
—Bueno, he pensado que yo me pondría celoso si Kit interpretase el
papel protagonista con otra persona.
—Pero Kit y tú estáis hechos el uno para el otro.
—Pues tú y Charles no os quedáis atrás.
—No lo llames así.
—¿Por qué? Si es su nombre.
—Me suena raro —replico titubeando—. Es Sinclair, y no Charles.
—Hace poco vi un tiktok sobre dos amigos que se enamoraron —
prosigue—. No pude evitar pensar en vosotros. Espera, te lo mandaré.
Me aparto de él.
—Will, por favor.
—Dime una sola vez que quieres a Valentine y no a Charles, y no
malgastaré ni una palabra más hablando sobre el tema —me promete, y al
ver que no respondo, arquea las cejas—. Me lo imaginaba.
—No, no puedes imaginarte lo complicado que llega a ser. A Sinclair le
gusta Eleanor.
—Eleanor nos gusta a todos.
—Muy divertido.
—No, en serio. Es genial. Pero Charles no la mira como te mira a ti.
—Es mi mejor amigo —afirmo, y la verdad es que empiezo a estar harta
de decirlo. Porque, para ser completamente sincera conmigo misma, Will
tiene razón. Y mi hermano es el único con el que me permito abrirme del
todo respecto a este tema. Cierro los ojos y luego simplemente confieso—.
Si ahora doy el primer paso y él no siente lo mismo, nuestra relación se
volverá incómoda y no habrá nada que hacer.
—O sea que, ahora mismo, ¿a ti no te parece que sea incómoda? —Odio
a mi hermano. Lo odio de verdad. Esboza una sonrisa de victoria—. Vamos,
Tori. Sé valiente. No tienes que esperar a que sea él quien tome la iniciativa.
Me abrazo las rodillas y dejo caer la cabeza.
—Pero tengo miedo.
—¿De qué?
El mismo juego de siempre. «Cierra los ojos. Di la verdad.»
—De que me rechace.
—Es un miedo comprensible.
—Eres un lince, Will.
—Pero el miedo también es bueno. Estar asustada significa que te
preocupa. Y eso, a su vez, significa que estás enamorada de Charles.
—Pero él no está enamorado de mí —susurro.
—No puedes saberlo hasta que se lo preguntes.
—Te aseguro que no pienso preguntárselo. No lo entiendes, haría el
ridículo. Además, ahora quieren que me una al grupo de guion de la obra de
teatro. Genial, ¿verdad?
—¿En serio? —exclama William levantando mucho las cejas—. Cómo
mola, Tori.
—Sí, mola que te cagas...
—De acuerdo, no podrás evitar que Julieta se envenene cuando bese a
Romeo, pero podrías decidir cómo sucede. No sé si entiendes por dónde
voy —sugiere William, tras lo que hace una pausa elocuente. Ese
ascendente Géminis... No sale a relucir muy a menudo, pero cuando lo
hace, puede llegar a ser muy manipulador.
—¿Me estás animando a ser una mala feminista?
—Claro que no. Pero esta obra tiene partes bastante problemáticas, ¿no?
Shakespeare está muy bien y todo eso, pero tampoco le vendría mal que le
restasen un poco de masculinidad tóxica. Si participas en el guion, tengo
verdaderas esperanzas de que la conviertas en una historia más moderna sin
que pierda romanticismo. Y seguro que Charles se dará cuenta.
Como si Sinclair se diera cuenta de algo...
Pero es cierto, lo que dice mi hermano es una posibilidad que todavía no
había tenido en cuenta. Desde el equipo de guion tal vez no tendría la
impresión de estar observando cómo Sinclair y Eleanor intiman cada vez
más. Porque podría ocuparme personalmente de ello...
Genial. En todo caso, cualquier cosa me parece mejor que quedarme
sentada en mi habitación sin hacer nada mientras ellos ensayan a puerta
cerrada, sin que yo pueda saber lo que sucede sobre el escenario.
—¿Significa eso que tú lo harías en mi lugar? —pregunto.
—Tori, yo no puedo decirte lo que debes hacer, sería como asumir la
responsabilidad de lo que pueda ocurrir.
—Claro, ¿para qué sirve tener un hermano, si no?
William se ríe en voz baja.
Echo la cabeza hacia atrás y me quedo mirando al techo. Me bloqueo
con solo pensar en escribir una historia de amor para que Eleanor y Sinclair
sean ovacionados por toda la Dunbridge Academy dentro de unos meses.
Pero el caso es que los ovacionarán de todos modos. Mi tarea consiste en
ocuparme de que la obra al menos no transmita valores problemáticos. Y si
entre todo eso surge la posibilidad de controlar un poco cómo se prepara la
obra, pues como efecto secundario no estaría nada mal.
William se me queda mirando en silencio.
Cierro los ojos.
—Odio que siempre tengas razón.
Red flags: edición relaciones

Lo que ignoras de una persona por culpa de un enamoramiento:

De repente se aburre de ti.


Se centra en tus errores en lugar de fijarse en los suyos.
Espera que seas capaz de leerle el pensamiento.
Se enfada cuando no lo consigues.
No para de soltar comentarios sobre tu físico.
Te culpa de las emociones que te provoca.
Te juzga o se burla de ti, de tus aficiones e intereses.
No se disculpa cuando comete un error.
Temes que cada discusión con esa persona pueda significar el fin.
9

Charles

—No me lo puedo creer, Charlie —repite papá por enésima vez—. El papel
protagonista, es fantástico —exclama, y levanta la cabeza de repente
cuando Margret entra en el obrador—. ¿Lo has oído, Margret? Mi hijo será
actor.
—Todo el pueblo se ha enterado, Peter —responde ella, tras lo que me
da las gracias con un gesto cuando le tiendo la bandeja con los bollos recién
hechos—. Tienes claro que iremos todos a la función, ¿verdad?
—Por favor, no —replico riendo. Aun así, lo digo en serio. Ojalá pudiera
prohibirles a mis padres que se sentaran entre el público este verano, pero
no tendría corazón si lo hiciera. Estaban tan felices cuando ayer les conté
que me habían dado el papel de Romeo... Desde entonces, papá no para de
contárselo a toda la gente que conoce.
—La verdad es que no pensaba que tuviera la más mínima oportunidad
—explico mientras meto una bandeja de panecillos en el horno.
—No digas eso —me regaña papá—. ¿Qué motivos tienes para
subestimarte de ese modo?
—Para empezar, no tengo experiencia como actor —replico
encogiéndome de hombros.
—Es posible, pero me da que eso no ha supuesto ningún inconveniente
—me contradice, y levantando la vista de la masa—: Y supongo que a ti te
divierte, ¿verdad?
—Ya veremos, pronto empezarán los primeros ensayos. Quizá me echan
enseguida.
—Charles —me reprende mi padre—, un poco más de confianza en ti
mismo, por favor. ¿A Tori también le han dado algún papel?
Me esfuerzo por no sobresaltarme al oírlo.
—No, ella no se presentó a la audición.
—Ah, ¿no? ¿No le apetecía?
«Por supuesto que sí. Pero tiene un novio tóxico.» Claro que eso no llego
a decirlo, me lo quedo para mí.
—No, al final no quiso.
—Qué pena. ¿Le van bien las cosas? Hace un montón que no la veo.
—Sí, todo bien —me limito a responder.
—¿Crees que a Tori le gustaría volver a venir a comer a casa algún día?
—Se lo preguntaré —respondo, aunque no tengo ninguna intención de
hacerlo, por supuesto—. Últimamente pasa más tiempo con otra gente.
Valentine Ward y todos esos pijos arrogantes...
—Oh —exclama papá, y luego me mira un instante, aunque no hace más
preguntas. Gracias a mamá está bastante al día de las jerarquías que hay
entre el alumnado de Dunbridge, y puesto que la madre de Valentine forma
parte de la asociación de familias de alumnos, conoce el apellido Ward—.
Charlie, no tienes que venir siempre a ayudarme, eso también quiero que lo
sepas —dice para mi sorpresa—. Comprendo que no es precisamente
glamuroso que tu viejo sea solo un simple panadero.
Me quedo de piedra al oírlo.
—Pero ¿qué dices?
—Solo que...
—¿Crees que me avergüenzo de nuestra familia? Por favor, papá.
Se me queda mirando antes de volver a hablar.
—Ya sé cómo puede ser la gente de tu edad.
—Quien me desprecie por eso no hace falta que se me acerque.
El atisbo de una sonrisa aparece en sus labios.
—Estoy orgulloso de ti, hijo.
—Yo también estoy orgulloso de ti, padre.
—Dios, qué viejo suena eso... No me llames así —me pide riendo.
—Bueno, pero es la verdad, ¿no? —comento con una sonrisa.
—Prefiero que me llames «papá» y no «padre».
—Tomo nota —respondo, y tras un leve titubeo decido seguir hablando
—: Entonces ¿estarás igual de orgulloso de mí si pierdo el tiempo con la
gente del club de teatro?
Papá se me queda mirando fijamente.
—Tú no pierdes el tiempo.
—Seguramente no podré pasar por el obrador tan a menudo.
—Ya te he dicho que no tienes ninguna obligación de hacerlo.
Asiento sin decir nada.
—¿Qué te hace pensar que no estoy orgulloso de ti? —me pregunta
papá.
Me encojo de hombros.
—Bueno, es que es una tontería. El teatro, los ensayos... No es un trabajo
de verdad, no es nada seguro.
—Charles, eres demasiado inteligente para creerte lo que acabas de decir
—comenta con sequedad—. No estudias en esa escuela para acabar siendo
un simple panadero.
—¿Y si me apeteciera serlo?
—Tú lo que quieres es ir a la universidad —replica demostrando lo bien
que me conoce—. Y  eso está muy bien. —Trago saliva—. ¿Qué planes
tienes en ese sentido, por cierto? ¿Continúas pensando en estudiar
Dramaturgia y Narrativa?
—Creo que sí.
—Está bien —responde—. Tengo muchas ganas de ver qué acabas
haciendo.
—Yo también —convengo. Y  con quién. Hasta hace pocas semanas
estaba seguro de que estudiaría Dramaturgia en Saint Andrews, con Henry,
Emma y Tori. Pero quién sabe si, antes de que llegue el momento, Valentine
Ward la convencerá de que lo mejor que puede hacer es ir a Cambridge,
donde sin lugar a duda él estudiará Empresariales. Y  no porque sus notas
sean especialmente buenas, sino porque sus padres apilarán los billetes que
hagan falta para que lo acepten.
Es ridículo que papá crea que podría avergonzarme de él y de su trabajo,
es más bien todo lo contrario. Me avergonzaría si solo consiguiera avanzar
en la vida gracias al dinero y la influencia de mis padres. Me avergonzaría
si fuera Valentine Ward, que se dedica a menospreciar a los demás para
sentirse mejor y siempre consigue lo que quiere. El puesto de capitán en el
equipo de rugby, la graduación a pesar de sus catastróficas notas, y también
a Tori, sobre todo a Tori. Mi mejor amiga, aunque ya no me cuente nada.
Hasta la asamblea matinal de esta mañana ni siquiera sabía que había
pasado el fin de semana con Will en casa de sus padres. Antes me habría
avisado, incluso me habría invitado a ir con ella, pero ahora ya ni siquiera
recuerdo cuándo fue la última vez que estuve en la casa que su familia tiene
en Holloway. Quién sabe, tal vez Val la acompañó esta vez...
Dejo caer un pedazo de masa sobre la mesa. Papá levanta la cabeza para
mirarme, pero no dice nada.
Y yo tampoco.
Al fin y al cabo es mi especialidad.
Victoria

Desde la audición, las cosas se han vuelto cada vez más raras entre Sinclair
y yo. Solo nos vemos en clase y en el comedor. Durante la carrera matinal
me tienta la idea de intentar hacer la ronda oficial con Emma y Henry en
lugar de escaquearme con Sinclair por el atajo, pero luego me acuerdo de
nuevo de quién soy. ¿Quién estaría dispuesto a aguantar la vuelta larga solo
por una discusión innecesaria con su mejor amigo?
—Oye, ¿qué haremos para el cumpleaños de Sinclair? —me pregunta
Henry a media voz cuando la señora Kelleher nos deja salir de clase para la
pausa del recreo.
Es una buena pregunta, porque mi mejor amigo por fin cumplirá los
dieciocho, o sea que lo más apropiado sería tragarme mi orgullo herido. Le
lanzo una mirada a Sinclair, que camina por el pasillo a unos metros de
donde estamos, acompañado por Emma y Gideon. Antes de poder
responder veo a Val con sus amigos a cierta distancia. Últimamente apenas
hemos hablado. Más allá de las clases, pasa la mayor parte del tiempo en el
campo de rugby y en el gimnasio de Dunbridge. Olive, a su vez, apenas sale
de la piscina, hasta el punto de que no me extrañaría que le hayan empezado
a crecer membranas entre los dedos. No sé cuándo fue la última vez que la
vi con el pelo seco. Ahora mismo, cuando dobla la esquina del pasillo,
también lleva la coleta húmeda. Levanta la cabeza enseguida al ver que
Henry le hace señas para que se nos acerque.
—Eh, ven un momento. Hablamos del cumpleaños de Sinclair —le dice.
Olive empieza a andar más despacio, titubeando. Cuando me mira no me
parece que lo haga con el desdén habitual, sino más bien con inseguridad.
—¿Te apuntas a organizar una fiesta?
Olive reacciona con cierta sorpresa.
—¿Eso significa que queréis que vaya?
Henry se queda de piedra.
—Claro que sí —responde, y puesto que soy incapaz de añadir nada, me
limito a asentir cuando Olive me mira—. Cumplirá los dieciocho y somos
sus amigos...
—De acuerdo, yo... Bueno, escríbeme si puedo ayudaros en algo —dice
Olive dejando la vista perdida por detrás de Henry—. Tengo que ir a ver a
mi padre un momento, lo siento —se disculpa antes de continuar en
dirección a la enfermería, donde el doctor Henderson atiende a los alumnos
por las mañanas.
—Veo que sigue habiendo tensión entre vosotras —comenta Henry.
—Eso parece —replico encogiéndome de hombros. La verdad es que
Olive se ha mostrado menos distante que otras veces, aunque tal vez sea
solo porque Henry estaba delante.
—Seguro que acabará entrando en razón —opina.
Suelto un suspiro.
—¿No tienes alguno de tus sabios consejos sobre la mediación en
conflictos?
—Soy prefecto y alumno de referencia, no mediador.
—¿No viene a ser todo lo mismo?
Henry niega con la cabeza con una sonrisa en los labios.
—Creo que Olive está sufriendo con la situación al menos tanto como tú.
¿Por qué siempre tiene que dar en el blanco? Suelto otro suspiro.
—Es posible que el problema lo tenga yo. Parece ser que se me da muy
bien esto de estresar a mis amigos. ¿Quieres ser el siguiente?
Henry descarta mi ironía de inmediato.
—¿Con Sinclair también te ha pasado? —pregunta, pero no contesto
nada—. ¿Lo dices por Eleanor y la obra de teatro?
—Ya sé que el hecho de que no me alegre me convierte en una mala
amiga.
—Eh, yo tampoco estaría encantado si Emma subiera al escenario con
otro Romeo.
—Sí, pero tú estás saliendo con ella.
—Eso da igual —se limita a responder Henry. Parece muy consciente del
efecto que tienen sus palabras, porque simplemente sigue hablando
mientras los pensamientos empiezan a agolparse en mi cabeza—. Pero
volviendo al tema: organizaremos una fiesta de medianoche para Sinclair en
el viejo invernadero para celebrar sus dieciocho todos juntos, ¿no?
Intento recomponerme.
—Suena bien.
—¿O deberíamos hacer algo más especial? —reflexiona Henry.
—¿En qué estás pensando? ¿En alquilar el Mahiki?
—Sí —responde riendo—, y un avión privado para ir todos juntos a
Londres.
—Se lo preguntaré a mi madre —replico con ironía.
—Sinclair odiaría algo así.
—Sin duda —respondo asintiendo.
—Y  tú también —añade; luego se queda callado un momento—.
Deberíamos organizar algo que le parezca realmente divertido.
—¿Qué te parecería una noche de cine en el viejo invernadero?
Podríamos conseguir una pantalla y un proyector para ver alguna de esas
películas horribles que tanto le gustan.
Henry abre los ojos como platos.
—¡Eso suena muy bien! Yo me ocupo.
—¿Qué es eso que suena tan bien? —pregunta Emma plantándose frente
a nosotros de improviso. Sinclair también se ha acercado y se nos queda
mirando, muy serio, primero a Henry y luego a mí.
Me muerdo el labio inferior y rezo para que no lo haya oído.
—Tori ha propuesto una sesión de juegos de mesa —miente Henry sin
inmutarse—. ¿Esta tarde en mi habitación?
—Tengo que trabajar en el obrador —responde Sinclair—. Lo siento.
—¿Y antes? —pregunta Henry.
—Equitación —murmura Sinclair.
—De acuerdo, pues otro día —replica Henry cogiéndole la mano a
Emma. Están muy enamorados y encajan a la perfección. Se marchan y nos
quedamos solos mi mejor amigo y yo, que no tenemos nada que decirnos.
Nos quedamos plantados uno frente al otro en el pasillo y todo son miradas
evasivas y remordimientos de conciencia. Aunque ninguno de los dos está
dispuesto a admitirlo, claro, ya que sería como reconocer una debilidad.
Sinclair se me queda mirando fijamente unos instantes. Asiente a modo
de saludo, se da la vuelta y se aleja, y yo no hago nada por evitarlo. En
cambio, me quedo parada cuando Val viene a mi encuentro después de
mantener un breve duelo de miradas con Sinclair.
—Hola —me dice Val, y todavía me desanimo más al oír lo gélido que
ha sido su saludo—. Veo que sigues viva.
De buenas a primeras titubeo, pero luego me acuerdo de que no he
hablado con él en todo el fin de semana y de que ni siquiera lo avisé de que
me marchaba a casa.
—Val, lo siento —me disculpo enseguida—. Quería escribirte. El fin de
semana estuve en casa y...
—¿En casa? —me interrumpe. Su rostro es una máscara neutra—. Es
interesante, porque Neil te vio ayer por la mañana con Emma en Ebrington.
Reprimo el impulso de cerrar los ojos.
—William y yo volvimos el sábado por la noche —le explico.
—Ajá.
—¿Cómo que «ajá»? —replico. La rabia empieza a crecer dentro de mí,
pero de todos modos me esfuerzo por controlar el tono de voz. Durante la
pausa del recreo, los pasillos están repletos de alumnos y alumnas, y las
paredes tienen oídos. Además, no me apetece en absoluto convertirme en el
principal tema de conversación de Dunbridge—. Val, por favor —suplico
en voz baja cuando mi ira parece chocar de frente contra su expresión
pétrea—. Casi me olvido de que tenía que volver a casa, de lo contrario te
lo habría contado. Siento no haberte escrito para avisarte, pero cuando estoy
con mi familia apenas cojo el móvil.
—A menos que sea para subir un par de tiktoks, ¿no?
Trago saliva.
—Ya los tenía programados.
—No me tomes el pelo, Tori —dice poniendo los ojos en blanco.
—Val... —Lo cojo del brazo y noto los músculos tensos bajo mis dedos
—. Lo siento de verdad, pero...
—Da igual, vamos... No pasa nada. No me apetece pelearme contigo.
Abro la boca para decir algo más, pero pierdo las ganas enseguida,
porque por desgracia sé que no importa lo que pueda contarle; sea lo que
sea, Val lo utilizará contra mí.
—Entonces ¿has pasado un buen fin de semana? —pregunto al fin.
Él suelta un profundo suspiro y se encoge de hombros.
—Ni idea, no paraba de pensar que debías de estar con él...
—¿Con Sinclair? —pregunto incrédula—. ¿Por qué tendría que estar con
él?
—No lo sé, dímelo tú. ¿Por qué el primer nombre que te ha venido a la
cabeza es el suyo?
«Mierda, es verdad.»
—Val, estuve en casa de mis padres —repito—. No he visto a Sinclair en
todo el finde.
Se me queda mirando tanto rato que estoy a punto de seguir con las
explicaciones, pero antes de que pueda hacerlo suelta otro suspiro.
—Bueno... Tú sabrás si dices la verdad, tampoco puedo comprobarlo.
Pero olvidémoslo por ahora —propone llevándome a un lado, hacia uno de
los rincones del pasillo—. ¿El viernes por la noche nos vemos en la
mazmorra? —pregunta de improviso.
Titubeo y noto que su humor cambia al instante.
—Tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas? —Al ver que no contesto, expulsa una bocanada de aire
con impaciencia—. Vale, pues ¿el sábado sí?
Asiento en el acto.
—Mejor, sí.
—¿Qué tienes que hacer el viernes? —me pregunta.
«Oh, por favor, no quieras saberlo...»
Suelto un suspiro. Durante unos segundos me planteo seriamente la
posibilidad de mentirle, pero en esta escuela se habla demasiado para que
Val no acabe enterándose de la verdad tarde o temprano. Y  prefiero no
imaginar lo que sucedería en este caso.
—Tengo reunión con el equipo de guion.
Val se ríe. Se ríe de verdad. La ira vuelve a apoderarse de mí.
—Uau, de acuerdo. Lo dices en serio, ¿verdad? —pregunta, y se queda
callado al ver que me aparto un poco de él—. ¿Por qué? ¿Es que Sinclair
necesita ayuda con el texto de Eleanor? No te preocupes, normalmente esa
chica no se hace de rogar mucho.
Hasta aquí.
—¿Lo dices en serio? —pregunto, y él se ríe como si acabara de contar
un chiste realmente divertido—. No puedes decir algo así, Val.
—¿Por qué? ¡Si es cierto!
—Perdona, pero ¿te estás oyendo? —murmuro, y me dispongo a
volverme cuando Val me agarra por la muñeca.
—Eh, que era broma, ¿vale?
—Pues no me ha hecho ni puta gracia.
—Dios, vamos, mujer... ¿Es que no se puede decir nada?
—Algo así no.
—Tori, es mi ex.
—Sí, y el hecho de que hables de ella de ese modo dice más sobre ti que
sobre ella. —Val me fulmina con la mirada—. ¿De verdad crees que eso no
me da que pensar? —pregunto.
—¿Por qué tendría que darte que pensar?
—Porque cabe la posibilidad de que en algún momento acabes hablando
de ese modo sobre mí.
Val se ríe en voz alta.
—Tori, por favor. Tú eres distinta a las demás —me dice acorralándome
un poco contra la pared.
—Val, no es ningún cumplido decirle algo así a una chica.
—Joder, ¿por qué tiene que ser tan difícil hacerte un cumplido? «Esto es
problemático», «eso no se puede decir»... Lo mejor será no abrir más la
boca, pero seguro que eso tampoco te parecerá bien.
Estoy a punto de replicar algo, pero estoy demasiado perpleja para
hablar.
—A veces me pregunto si malinterpretarás todo lo que diga —insiste.
—¿Te refieres a cuando hablas de tu exnovia y te pido que no lo hagas?
—Dios, te lo has tomado realmente mal —me acusa inclinándose sobre
mí.
—Val, para ya —le ordeno cuando intenta besarme.
—Estás de mal humor, ya lo he pillado —dice apartándose—. Seguro
que el equipo de guion te ayudará. Gran conversación, por cierto.
El desdén que empaña su voz se me clava directamente en el pecho
mientras se despide y, acto seguido, desaparece entre la multitud del pasillo.
Tengo que obligarme a respirar hondo tres veces antes de dirigirme a la
siguiente clase. Me toca Inglés con el señor Acevedo, quien, junto con la
señora Ventura, se encarga de sustituir al señor Ward desde que este dejó la
Dunbridge Academy.
La hora transcurre con una lentitud agonizante. No paro de darle vueltas
a la conversación que he tenido con Val; con cada minuto que pasa, la rabia
que siento se va convirtiendo cada vez más en remordimiento. ¿Y si tiene
razón y estoy siendo demasiado susceptible? Sin embargo, sigo pensando
que lo que ha dicho no ha estado nada bien.
Aunque las clases del señor Acevedo son claramente más interactivas
que las del señor Ward, me cuesta concentrarme en la lectura. Estoy segura
de que lo nota, y pienso que debe de ser el motivo por el que me pide que
me quede un momento después de clase.
—No quiero privarte de tu más que merecido descanso, Victoria, pero
quería aprovechar la ocasión para salir de dudas —empieza a decir cuando
los demás ya han ido todos hacia el pasillo. Sale de detrás de su escritorio
para seguir hablando—: Me extrañó mucho que no te presentaras a la
audición.
«Oh, no...»
Trago saliva con dificultad.
—No sé por qué, pero no me apetecía —respondo a modo de evasiva.
—Qué lástima —comenta—. Pero respeto tu decisión. Bueno, lo que
quería preguntarte: en lugar de actuar, ¿te imaginas ayudándome en la
dirección, en cambio? Todavía estoy buscando a alguien de confianza que
pueda echarme una mano. —«¿Ayudante de dirección? ¿Yo?» Tengo los
labios paralizados, pero el señor Acevedo sigue hablando—: Tendrías que
estar presente en todos los ensayos y en la representación, y te encargarías
de que todo vaya sobre ruedas. Es mucho trabajo, por supuesto, por eso
recibirías un certificado por tu compromiso voluntario, igual que todos los
actores y actrices. Y  algo así no queda nada mal en una solicitud de
universidad.
El señor Acevedo sonríe, y estoy segura de que sabe lo mucho que me
apetece responderle que sí. Porque ya he perdido la oportunidad de estar
sobre el escenario, y, de este modo, al menos me acercaría un poco más al
ambiente del teatro. Además, ganaría algo de experiencia, que sin duda me
será útil cuando representemos la obra el año que viene.
Y aun así, titubeo:
—Florence Swindells me ha pedido que participe en la redacción del
guion ahora que Sin..., ahora que Charles interpreta a Romeo.
—¡Oh, entonces es perfecto! Servirías de enlace entre el guion y el
reparto —comenta el señor Acevedo con una satisfacción más que evidente
—. Pero, por supuesto, eso supone trabajo... Es algo que solo tú puedes
decidir.
—Entonces ¿no cree que podría ser problemático que me ocupe de las
dos cosas?
—Al contrario —responde negando con la cabeza con rotundidad—.
Tendrías una perspectiva privilegiada de la obra y podrías abordar los
problemas directamente. De hecho, estoy pensando que el equipo de guion
y los protagonistas deberían colaborar de forma estrecha en esta ocasión.
De lo contrario, en los ensayos se nos acumulará demasiado texto de golpe,
y este año no podemos permitirnos más contratiempos si queremos
representar la obra en verano.
Vacilo antes de responder.
—Tiene sentido.
—Piénsatelo —me dice el señor Acevedo—. Convocaré una reunión
mañana por la tarde con el equipo de guion y los actores. Me gustaría que
estuvieras presente.
—Cuente conmigo —respondo con determinación. Es posible que no lo
haya pensado con suficiente detenimiento, pero me trae sin cuidado. Lo
único que sé es que sería una oportunidad de estar cerca de Sinclair, por lo
que tengo que aprovecharla—. Acepto el puesto encantada. Es decir, si
realmente confía en mí.
—Claro que sí, Victoria —responde el señor Acevedo con una sonrisa.

Charles

Tenía muy claro lo que me esperaba cuando, la noche anterior a mi


cumpleaños, Henry se plantó de improviso en mi habitación y me dijo que
me vistiera a toda prisa. Poco después del cierre del ala fuimos al viejo
invernadero, que estaba completamente a oscuras. Al menos hasta que
entramos y pude ver lo que me habían preparado: habían convertido el
invernáculo en un pequeño cine; sobre una pantalla proyectaron una peli de
Sherlock Holmes y luego celebramos una fiesta.
Estaban todos: Henry, Gideon, Grace, Omar, Emma y Olive. También el
hermano de Tori, William, y Kit, con quien lleva un tiempo saliendo, y unas
cuantas personas más de nuestro curso y de décimo. Y  sí, claro, Tori
también estaba allí. De hecho, mientras estábamos sentados sobre mantas
en el suelo viendo esa peli solo podía pensar en la noche de cine de terror
que organizamos en séptimo. No sé si a ella le ocurría lo mismo. Si se
acuerda, vaya. Si sabe que ese fue mi primer beso y también el único hasta
el momento. Todavía ahora, con dieciocho años, dedico más tiempo de lo
que querría a pensar en ello. Me gustaría convencerme de que la edad solo
es un número y de que no tengo que comparar mis experiencias con las de
los demás, pero, mire donde mire, veo que mis amigos avanzan y yo no.
Henry, que rodea a Emma con un brazo y no puede parar de mirarla.
Gideon, que se pasa el rato con la mirada perdida en dirección a Grace.
William y Kit, entre los que parece haber muchísima complicidad. Y luego
estoy yo: con dieciocho años, virgen, con un solo beso en el historial y
enamorado de mi mejor amiga, que está saliendo con el tío más gilipollas
de la escuela y ya no me habla porque siempre tengo que fastidiarlo todo.
El pelo rojo cobrizo de Tori hoy parece especialmente ondulado; los
mechones le caen como una catarata brillante sobre los hombros. Cuánto
me gustaría tocárselo. El pelo, los hombros, los labios que se mordisquea,
nerviosa, cada vez que me mira. Cuando por fin se acerca y me enseña el
paquetito rectangular que esconde tras la espalda, ya sé lo que me ha
preparado. Lo sé aunque hasta este momento no estuviera seguro de si, este
cumpleaños, todas las cosas que se interponen entre nosotros romperían por
primera vez nuestra tradición. Y es que todos los años Tori me regala una
novela que le ha recordado a mí mientras la leía. Y no solo es una novela.
Es una novela con todos sus comentarios y anotaciones, con post-it pegados
y marcas en las páginas. Debe de tardar mucho tiempo en transferir todas
las anotaciones de su edición hecha polvo al libro nuevo que me regala a
mí. Entre las páginas mete hojitas con códigos de Spotify y letras de
canciones adecuadas para el pasaje en cuestión, además de fotos de
Pinterest impresas para reflejar la atmósfera y otras notas que considera
importantes. Al final acaba siendo una pequeña obra de arte. Un diario de
lectura; suyo, pero solo para mí. Me ofrece la posibilidad de meterme en su
cabeza durante unos centenares de páginas y de leer sus comentarios
ingeniosos, interpretaciones y bromas, a veces demasiado complicadas de
descifrar cuando quiere decir muchas cosas a la vez. Cuando hojeo estos
libros me siento tan cerca de ella como si la tuviera a mi lado. Es quizá lo
más bonito que ha hecho nadie por mí, porque es personal, y Tori siempre
da en el blanco.
Examino el libro con detenimiento. Esta vez es el principio de una nueva
serie de su autora preferida, Hope MacKenzie. Tori la adora, o sea que sé lo
mucho que significa este regalo para ella. Hojeo las primeras páginas hasta
que veo una de las notas adhesivas.
Feliz cumpleaños, amigo mío, ya eres mayor de edad. Siento mucho lo que te dije.

Levanto la mirada del libro.


—Lo siento de verdad —susurra Tori mordiéndose ligeramente el labio
inferior—. Lo retiraría si pudiera.
«Yo también, Tori, yo también...»
—Di algo —me suplica en voz baja.
Cierro el libro antes de hablar.
—Gracias —respondo, y tengo que aclararme la garganta antes de
continuar—: Yo también lo siento.
—Me alegro por ti —me dice—. Por el papel que has conseguido. Te lo
mereces.
—Tú también te lo habrías merecido —replico, pero no sigo hablando
cuando veo que cierra los ojos. No quiero pelearme con ella de nuevo. Por
eso decido acercarme un poco más.
Tori parece algo sorprendida cuando la abrazo, pero al cabo de dos
segundos responde envolviéndome entre sus brazos.
Todavía huele a melocotón, y por unos instantes todo vuelve a ser como
hace unos años. Cuando cierro los ojos ya no está saliendo con Valentine
Ward y soy yo quien la besa y quien duerme a su lado.
La mejilla de Tori roza mi rostro cuando deshacemos el abrazo. Se queda
delante de mí, su mirada se aparta de mis ojos para centrarse en mi boca
unos instantes, sus dedos acarician mi pecho poco a poco y no los aparta. Y,
Dios, ¿se da cuenta de lo que está haciendo? Es más que un contacto casual,
es tierno y deliberado, no puedo quedarme indiferente. Un escalofrío me
recorre el cuerpo entero. Tori me mira y entreabre los labios. Quiero
besarla. Mierda, lo deseo de verdad. Los sonidos de fondo se pierden, al
menos hasta que oigo que Gideon me llama.
Tori se aparta un poco y hunde las manos en los bolsillos de su sudadera.
Pasa por mi lado y yo la sigo para unirme a la conversación de los demás.
Al parecer, están hablando sobre los uniformes obligatorios, y Tori
interviene enseguida en la discusión, como siempre que sale el tema, para
denunciar que son sexistas porque obligan a las chicas a llevar falda en
lugar de pantalones. La hermana de Henry, Maeve, ya empezó en su
momento a denunciar el tema. Entre el alumnado parece haber dos bandos:
quienes se mantienen indiferentes y piensan que, al fin y al cabo, siempre
ha sido así, y quienes quieren que las cosas cambien cuanto antes.
—Por supuesto que solo es un día a la semana, pero es una cuestión de
principios —afirma Tori.
—¿Qué principios? —pregunta alguien. No sé quién era porque me
cuesta mucho apartar los ojos de ella.
—Cada persona debería poder decidir lo que lleva puesto —se limita a
replicar.
—¿Si los chicos quieren llevar falda también?
—Me costaría creer que algún chico quiera ponerse falda, pero, sí,
debería ser posible.
Tori y yo nos volvemos al mismo tiempo hacia Olive, que hasta el
momento ha estado sentada en un sillón sin intervenir en el debate. Por
unos segundos, Tori y ella se miran, pero luego Olive rompe el contacto
visual.
—Pues a mí me gustaría llevar el uniforme con falda —asegura William.
Kit, su novio, le lanza una mirada fugaz y sonríe.
—¿Le habéis preguntado alguna vez a la rectora Sinclair qué piensa
sobre el tema? —quiere saber Emma.
—Es difícil —responde Henry antes de contarles a Olive y a Tori las
conversaciones que han mantenido al respecto durante los últimos años.
Cuando la hermana de Henry todavía estaba en el internado y surgió el
debate, fue sorprendente el número de alumnos y alumnas que estaban a
favor del cambio de código de indumentaria. Por algún motivo dejó de ser
un tema importante en algún momento y todo quedó olvidado, pero algo me
dice que pronto llegará la hora de abordarlo de nuevo.
10

Charles

Estuvimos sentados todos juntos un buen rato más en el viejo invernadero


charlando hasta la madrugada. Éramos el núcleo duro, compuesto por Tori,
Emma y Henry; y, aunque Olive también forma parte de él, ella se retiró
pronto. Estuve a punto de preguntarle a Tori si quería dormir conmigo
cuando Emma se marchó a dormir con Henry, pero seguramente habría sido
excesivo, de manera que me limité a abrazar a mi mejor amiga en el pasillo
del ala oeste, le deseé buenas noches y volví a mi habitación vacía para
tenderme en mi fría cama a hojear el libro con sus comentarios hasta que,
por fin, me quedé dormido.
De buena mañana, en el comedor, me han servido pastel de cumpleaños
para desayunar mientras las felicitaciones llegaban por los cuatro costados.
Mamá también me ha abrazado cuando nos hemos encontrado por el
pasillo. Esta noche, papá y ella quieren que vaya a cenar a casa, y el
domingo iremos a tomar café a casa de los abuelos. Aunque me apetece de
verdad, empiezo a notar la falta de sueño cuando, tras el almuerzo, tengo
que ir a los establos para cumplir con mi servicio obligatorio. Si bien hoy
oficialmente no tengo equitación, me he propuesto dar una vuelta con
Jubilee. La yegua trakehner no pertenece a Dunbridge, pero su propietaria
(Kendra, de noveno curso) últimamente está más interesada en salir con sus
amigas que en montar, de manera que sus padres y la señora Smith, nuestra
profesora de equitación, han acordado que me encargue también de Jubilee.
Es increíblemente sencillo olvidar que no es mía teniendo en cuenta la de
veces que me entreno con ella.
He visto muchos casos de caballos y propietarios que no se llevan
especialmente bien, pero en el caso de Kendra y Jubilee no existe ningún
vínculo en absoluto. Parece que se teman mutuamente, lo que a menudo ha
llevado a situaciones delicadas. Y  eso que Jubi es una yegua fantástica si
sabes cómo tratarla.
Nada más entrar en el establo, unos cuantos alumnos y alumnas me
felicitan el cumpleaños. Me paro un instante a charlar con ellos, antes de
que vuelvan a sus obligaciones en las diferentes cuadras. Mi aliento se
convierte en vaho mientras recorro el frío pasillo que me lleva hasta la
caballeriza de Jubilee. Hoy quería trabajar con ella pie a tierra y luego saltar
un poco. Al menos, ese era el plan, pero cuando me acerco a la cuadra veo
que Kendra está intentando sacar a su yegua sin demasiado éxito. Me obligo
a caminar más despacio al ver que Jubilee está bastante tensa. Tiene las
orejas echadas hacia atrás y los ojos llenos de desconfianza. Se niega a
avanzar un solo metro.
—Hola —digo con calma, pero con voz clara para no sorprenderla
cuando me acerco. De todos modos, Kendra se sobresalta y se vuelve hacia
mí—. ¿Todo bien?
—Otra vez no quiere salir —me cuenta. Parece tan frustrada que me da
lástima y todo—. ¿Podrías...?
Me pasa la cuerda y, al ver que Jubilee todavía parece estresada, decido
hacerle ese favor. Kendra se aparta de inmediato hasta un lado de la cuadra
mientras yo le murmuro unas palabras a Jubilee para apaciguarla y luego la
saco al pasillo. En mi presencia se calma enseguida, y Kendra se enfada al
verlo.
—Me odia —susurra cuando le lanzo una mirada fugaz.
—Te aseguro que no —la contradigo en el acto.
Kendra se ríe en voz baja.
—Solo hay que verla. Es una yegua completamente distinta cuando tú
estás cerca. Ya estoy cansada de esta mierda.
Cojo la caja de limpieza de Jubilee que Kendra ya había dejado
preparada y le paso una almohaza.
—Sin ánimo de ofenderte —le digo mientras empiezo a cepillarle el
pelaje a la yegua—, ¿esto te gusta? ¿Te divierte? Me refiero a trabajar con
caballos, las clases de equitación...
Kendra se queda callada un momento, luego traga saliva y se encoge de
hombros.
—Ojalá pudiera decirte que sí, pero... Creo que no, la verdad.
—Entonces ¿por qué lo haces?
—Porque es lo que quieren mis padres —responde—. Me compraron a
Jubilee porque en su momento me hizo ilusión, pero quizá solo era la idea
de tener un caballo propio. Y también competir con ella en torneos y todo
eso, pero... No creo que sea para mí después de todo.
—¿Se lo has dicho alguna vez? —le pregunto.
Kendra asiente.
—Sí, pero dicen que ahora tengo que ser responsable y ocuparme de ella.
—Vaya —murmuro asintiendo ligeramente.
—No pueden devolverla sin más.
—Es evidente —replico poco a poco mirando hacia fuera, donde los
caballos que no participan en las clases de la señora Smith están paciendo
en los pastos.
—Tal vez podría quedársela la escuela —sugiero al fin.
Kendra levanta la cabeza.
—¿Tú crees?
—Podrías proponérselo a tus padres.
—¿Se lo comentarías a tu madre? —pregunta Kendra—. Quiero decir
que tú te llevas genial con Jubilee. Así al menos sabríamos que la tiene
alguien para quien realmente significa mucho.
Asiento, porque también me parece mucho mejor eso que la idea de que
los padres de Kendra regalen la yegua a otra persona. Me encargo de ella
desde hace más de un año y medio, y siempre tengo que estar
recordándome que en realidad no es mía porque me resulta increíblemente
fácil olvidarlo. Y aunque tampoco sería mía si perteneciera a Dunbridge, al
menos sabría que no desaparecerá de repente cualquier día. Tengo que
hablar con mamá sobre esto cuanto antes.
—Encontraremos una solución —le aseguro a Kendra antes de mandarla
a buscar la silla de montar.
Cuando estoy aquí tengo las manos sucias, pero la cabeza más clara.
Aunque no es necesario, acompaño a Kendra y a Jubilee hasta el picadero.
Hoy hay pocos alumnos, de manera que puedo permitirme bajar con ella y
darle unos cuantos consejos mientras monto y desmonto obstáculos. Kendra
se esfuerza de verdad, pero al cabo de media hora luchando con su montura
se desespera de nuevo, por lo que le permito que desmonte y le prometo que
me ocuparé de la yegua. Creo que, cuando por fin sale del picadero, se
siente culpable y aliviada a partes iguales.
Tengo los pies helados, pero Jubilee está tan estresada y sudorosa tras la
breve sesión con Kendra que no quiero renunciar a montarla para que se
apacigüe un poco.
A  pesar de los guantes noto las manos entumecidas por el frío cuando
monto y cojo las riendas. Ojalá pudiera saltar con Jubilee, pero parece
agotada a pesar de no haber superado ni un solo obstáculo durante la sesión.
Es evidente que reina la desconfianza entre ellas dos, porque Jubi es una
yegua de salto excelente. Si realmente acabara en la escuela, quizá incluso
podría llevarla a torneos...
Me permito darle unas cuantas vueltas a esa idea antes de mirar hacia la
barandilla, en la que está apoyada Tori, mirándonos.
¿Cuánto rato lleva ahí? Es una costumbre entre nosotros que se reúna
conmigo en los establos después de cumplir con su servicio obligatorio en
los jardines con el señor Carpenter y el señor Ringling. A menudo terminan
bastante antes que yo.
La zona reservada a los espectadores está un poco elevada, de manera
que, montado sobre la yegua, quedo más o menos a su altura cuando me
acerco a ella.
—Hola —murmura.
Tori parece helada de frío, tiene las mejillas ligeramente enrojecidas.
Señalo con la cabeza hacia la puerta que da a la pista. Mientras ella sigue
mi indicación, paso una pierna por encima de la silla. Como siempre que
tengo los pies tan fríos, noto un dolor punzante en los músculos cuando
aterrizo sobre el suelo. Tori se me acerca y levanta la mano para saludar a
Jubilee.
—Hola, pequeñita —musita mientras me quito el casco y se lo ofrezco.
Es una especie de ritual que ni siquiera recuerdo cuándo empezó. Debió
de ser en esa época en la que Tori y yo pasábamos las veinticuatro horas del
día juntos y estuve dándole clases de equitación. No parece que lo lleve en
la sangre, pero nos hemos acostumbrado a que dé unas vueltas montada en
la silla a modo de enfriamiento tras la sesión. A estas alturas, Jubilee parece
ya lo suficientemente relajada para arriesgarme a ello.
Antes que nada compruebo que la ropa que lleva Tori sea adecuada: sus
leggings y sus zapatillas de deporte me parecen suficientes. El lomo de
Jubilee es bastante más alto que Tori, por lo que la ayudo a montar haciendo
estribo con las manos. No negaré que siento cierto orgullo al ver la suavidad
con la que se sienta en la silla.
Agarro la brida de Jubilee y pongo mis pies doloridos en movimiento.
—¿Por qué no estás en casa todavía? —me pregunta Tori. Sorprendido,
le lanzo una mirada por encima del hombro—. Es tu cumpleaños.
—Tenía servicio en los establos —le explico, como si no estuviera al
corriente de ello—. Pero pienso ir dentro de un rato.
—¿Haréis algo especial?
—Mamá y papá querían salir a cenar conmigo.
—Te veo tenso —comenta de improviso.
Y realmente lo estoy. También es cierto que pensar en anoche y en sus
manos sobre mi pecho no contribuye precisamente a relajarme. Me recorre
con la mirada. Ver que me examina de ese modo me provoca una sensación
extraña.
—Solo estoy cansado —afirmo, y además es cierto—. Anoche empecé a
leerme el libro que me regalaste.
—¿De verdad? —exclama, y el rostro se le ilumina como si de verdad la
hubiera sorprendido que le hiciera caso.
—Claro —replico ligeramente ofendido. «Yo no soy Val», me gustaría
añadir, pero me reprimo, como también controlo la ira que amenaza con
apoderarse de mí de nuevo. Jubi es un caballo sensible y, mientras Tori vaya
sentada sobre su lomo, no quiero correr riesgos. No se siente tan segura
montando como yo.
—Me alegro de que te guste.
«Me gusta todo lo que haces», pienso.
—Y  sobre lo del otro día —digo en lugar de eso—, no pretendía
meterme tanto contigo después de la audición.
—Ya lo sé, Sinclair. Y tal vez incluso llevabas algo de razón. Si Val no
hubiera estado allí, quizá me habría atrevido.
—Podrías volver a pedírselo al señor Acevedo —empiezo a decir, pero
ella niega con la cabeza enseguida.
—Ya he hablado con él y me ha pedido que sea su asistente de dirección.
—Oh —exclamo tragando saliva—. Y... ¿te gustaría?
—Creo que sí. Me dijo que podía ir al siguiente ensayo para hablar de
ello.
—Pues molaría bastante —opino—. Así podríamos volver a pasar más
tiempo juntos.
Me había olvidado de la sensación de calidez que me invade cada vez
que Tori sonríe.
—Pues sí.
—Y respecto a Eleanor... No quiero nada con ella, ¿de acuerdo?
—Sinclair, no pasa nada. Los amigos estamos para apoyarnos en
cualquier circunstancia.
Solo puedo asentir al oírlo.

Victoria

Las cosas entre Sinclair y yo han mejorado desde que me disculpé el día de
su cumpleaños. Cuesta creérselo, pero parece que los problemas en realidad
sí se resuelven hablando. Aun así, sigue habiendo cierta tensión entre
nosotros cuando el viernes por la tarde coincidimos en la reunión de guion y
del club de teatro.
Florence me mandó lo que tenían escrito y lo he estado leyendo hasta
altas horas de la madrugada. Ahora entiendo por qué están tan insatisfechos.
El lenguaje es anticuado y los diálogos me parecen forzados. Seguramente,
la idea del señor Acevedo de trabajar en el texto junto con el reparto no está
nada mal después de todo.
Florence, Amara, Ho-Wing y Quentin parecen poco emocionados por
esa perspectiva cuando los informa al respecto. No obstante, no se atreven a
quejarse, porque los argumentos del señor Acevedo tienen sentido y nos
estamos quedando sin tiempo. Me presenta ante todos como la asistente de
dirección y luego nos deja solos para que podamos revisar lo que tenemos
escrito hasta el momento.
Sinclair, Eleanor y el resto del reparto también han abierto el guion en
sus iPads. Charles se ha acomodado sobre el escenario con las piernas
cruzadas e imagino que me mira con relativa frecuencia. Por algún motivo,
desde su cumpleaños me cuesta pensar con claridad. Pasó algo entre
nosotros, aunque no sabría decir exactamente qué. Sin embargo, estoy
segura de que no fueron imaginaciones mías.
Paso a la página siguiente cuando Florence continúa con el guion y me
obligo a concentrarme de nuevo en el texto.
 
ROMEO: Es distinta a las demás. Jamás llegué a apreciar la verdadera belleza hasta esta noche.
 
Tengo la voz de Val en la cabeza y una sensación incómoda en el
estómago. Un cumplido no puede basarse en devaluar a las demás, ¿tan
difícil es comprenderlo? ¿Y  por qué se considera bueno el hecho de ser
distinta?
—¿Todos de acuerdo? —pregunta Florence mientras sigue pasando
hojas. El resto asiente con la cabeza gacha. No vuelven a levantarla hasta
que intervengo.
—¿No os parece un poco tonta esta manera de decirlo?
Florence se queda de piedra.
—¿A qué te refieres, Tori?
—Bueno, a lo que dice Romeo. «Es distinta a las demás.»
—¿Qué le pasa? —pregunta Quentin.
—¿Por qué Romeo no puede hacerle un cumplido sin menospreciar a las
demás mujeres? Por no hablar de que luego tiene que comentar su aspecto
físico...
Quentin se me queda mirando.
—Es Shakespeare. ¿Qué esperabas?
—Creo que podríamos escribirlo de un modo más moderno —me limito
a responder. Me da igual que él y los demás parezcan molestos por mis
comentarios, en este aspecto estoy más que dispuesta a discutir. Sobre todo
cuando se trata de algo que se puede modificar de un modo tan sencillo.
—¿Qué os parece? —pregunta Florence mirando a su alrededor.
Amara, Sinclair, Eleanor y unos cuantos más asienten, pero Quentin y
Terrence se encogen de hombros.
Florence se vuelve hacia el señor Acevedo.
—¿Qué le parece a usted?
Él levanta las manos a la defensiva.
—Es vuestra obra —responde, pero la mirada que me lanza indica
claramente que comparte la misma opinión que yo.
—A  mí me parece bien cambiarlo —comenta Sinclair de improviso, y
todos se vuelven para mirarlo—. Es justo mi texto y no me sentiría bien
diciendo algo semejante. Y  Quen, tienes razón, eran otros tiempos. Pero
deberíamos aspirar a escribir una obra feminista.
—Es Romeo y Julieta —constata Ho-Wing—. No tiene nada de
feminista.
—Por eso estamos aquí sentados, para encargarnos de que eso cambie —
interviene Eleanor incorporándose un poco—. ¿No os parece?
—Exacto —conviene Florence asintiendo—. Entonces haced una
propuesta, por favor —dice mientras saca su portátil, tras lo que arquea las
cejas con expectación al ver que nadie dice nada.
—«Es el sol, la tentación» —propone Sinclair. Las orejas se le ponen
coloradas cuando todos lo miran y tiene que aclararse la garganta antes de
proseguir—: O algo parecido... Eso sería un cumplido y no tendría tanto
que ver con su aspecto físico, sino con su carisma, ¿sabéis?
Florence asiente fascinada y escribe algo. No puedo moverme, porque
Sinclair sigue mirándome fijamente.
—¿Os parece bien a todos?
Me sobresalto cuando oigo la voz de Florence y me apresuro a asentir.
—Sí, mucho mejor. Gracias.
—Entonces ¿podemos continuar? ¿O hay algo más?
Titubeo, pero luego decido lanzar todos los reparos por la borda.
—A  decir verdad, sí. Ya que estamos... En la siguiente página hay un
monólogo de Julieta sobre los motivos por los que Romeo la ha elegido a
ella, cuando podría tener a la que quisiera con solo chasquear los dedos, ya
que todas las jóvenes de Verona harían cola para estar con él...
—¿Y qué pasa?
—¿En serio, Quentin? ¿Solo tendría que chasquear los dedos?
—Romeo es así, eso es lo que lo hace tan atractivo. Es atrevido, por eso
Julieta siente tanta atracción por él, porque ella es insegura e inexperta.
—Entonces ¿queremos transmitirle al público que una mujer necesita la
confirmación de un hombre para ser consciente de su propia belleza?
—Se trata de un recurso muy común —comenta Florence.
—Sí, pero por desgracia es una mierda —interviene Eleanor—. Tori
tiene razón. Entre el público habrá muchas alumnas jóvenes, deberíamos
transmitirles un mensaje completamente distinto. No me haría mucha gracia
dejar este pasaje como está.
—Bueno, yo también estoy de acuerdo con anularlo —conviene
Florence inclinándose ya sobre su portátil. Quentin suelta un suspiro de
impaciencia.
Eleanor me lanza una mirada fugaz, me sonríe y lo siento como una
pequeña victoria que, de momento, nos une. Aunque también percibo en su
mirada algo que me da miedo. Una advertencia silenciosa, como si supiera
en quién estaba pensando. Ella estuvo saliendo con Val, sin duda sabe cómo
es. Y él va hablando mal de ella, una de las mayores señales de alerta según
los perfiles sobre salud mental que sigo en Instagram. Pero nadie nos
advierte sobre lo difícil que resulta reconocer en la vida real estos indicios
que parecen tan alarmantes en la teoría. Por no hablar del valor que hace
falta reunir para afrontarlos.
Sí, Val dice cosas problemáticas y su comportamiento es contradictorio,
pero él también lidia con sus propios demonios. Y  yo busco maneras de
disculpar sus errores, incluidos algunos de esos rasgos tan potencialmente
peligrosos.
—De acuerdo, ¿continuamos? —pregunta Florence.
Levanto la cabeza, miro a Sinclair y dejo de pensar.
Me limito a asentir poco a poco.
11

Charles

Creo que había subestimado todo este tema del club de teatro. Ensayamos
tres veces por semana con el grupo, y luego nos reunimos dos tardes más
solo con Eleanor y el señor Acevedo. Ah, y con Tori, puesto que es la
asistente de dirección y al destino le ha parecido que sería divertido
encerrarme en un teatro con la chica de la que estoy secretamente
enamorado y también con la que digo que me gusta para esconder la
verdad. ¿Es necesario que explique lo incómodo que puede llegar a ser?
—Espero que seáis conscientes de que, durante los próximos meses,
pasaréis mucho tiempo juntos —nos explica el señor Acevedo mientras
camina de un lado a otro por el espacio que queda frente al escenario.
Tori está sentada en la primera fila con las piernas cruzadas. El resto del
grupo ya se ha marchado tras haber hecho unos ejercicios de actuación de
método, que hoy han consistido en caminar sin rumbo durante una hora por
el escenario y gritar lo más alto posible junto a los demás a un público
imaginario para reducir el umbral de vergüenza que sentimos cada uno.
No imaginaba que las cosas pudieran empeorar todavía más, pero resulta
que ahora a Eleanor y a mí nos toca interpretar una escena solos. Es la
primera aparición de Romeo y Julieta en la obra, y antes incluso de que nos
acerquemos al beso del final, el señor Acevedo nos interrumpe.
—Bien, es suficiente —nos indica levantando la mano, por lo que me
aparto unos pasos de Eleanor—. Ya he visto bastante. Estáis interpretando a
los que tal vez sean los amantes más célebres de la historia y quiero que lo
sintamos aquí abajo. Victoria... —dice mirando a Tori—. ¿Tú has notado
algo?
Tori titubea. Su mirada me roza apenas un instante antes de regresar al
señor Acevedo.
—Creo que todavía hay margen de mejora.
—Entonces estamos de acuerdo —constata él dirigiendo su atención
hacia nosotros—. No espero que os enamoréis de verdad, pero sí que os
toméis en serio lo que hacéis sobre el escenario. Porque solo así el público
podrá creerse vuestra actuación.
Eleanor asiente. Parece realmente concentrada, mientras que yo estoy
sudando como un cerdo. He oído decir que el sudor por nervios huele
todavía más que el sudor normal. Por favor, que no sea cierto. Si encima
empiezo a apestar ahora, no podré volver a mirar a la cara a Eleanor.
—Me gustaría que os conocierais, y eso no sucederá sobre el escenario,
sino que tendréis que pasar tiempo juntos. ¿Cómo lo conseguiréis? Eso
tendréis que decidirlo vosotros. Salid a tomar un café, a pasear, de fiesta...
Me da igual mientras os dediquéis a estudiar al otro con detenimiento y
descubráis lo que es importante para la otra persona. ¿De acuerdo?
Tori tiene la mirada clavada en sus anotaciones.
—¿Comprendido, Charles?
—Sí —respondo aclarándome la garganta. Eleanor me lanza una mirada
llena de inseguridad.
—Perfecto. ¿El tema discursos lo lleváis bien?
—¿Cómo dice? —pregunta Eleanor frunciendo el ceño.
—Los discursos —repite el señor Acevedo—. Hablar frente a la gente.
¿Lo lleváis bien?
Eleanor titubea un poco antes de responder:
—Bueno, depende del tema.
—Hablemos del tema, pues —decide el señor Acevedo caminando de un
lado a otro—. ¿Tú también lo ves de ese modo, Charles?
Trago saliva.
—Creo que a mí, en general, me resulta estresante.
—¿Qué es lo que te estresa de hablar frente a la gente?
Dudo un poco antes de responder y me doy cuenta de que eso es justo lo
que me acelera el pulso. Las miradas pendientes de mí. El silencio, las
expectativas sobre lo que estoy a punto de decir.
—Esto —respondo—. La atención. El hecho de que me miren.
—¿Ser el centro de atención? —pregunta el señor Acevedo, y yo asiento
—. ¿Por qué te resulta incómodo?
—No lo sé.
—Charles, por favor. Puedes ser sincero, todos sabemos lo que se siente.
Tori me mira y se muerde el labio inferior.
—Seguramente es el miedo a cometer errores. A hacer el ridículo, a que
se rían de mí.
—¿Qué habría de malo en ello?
—Pues eso, que me da vergüenza —respondo.
Poco a poco, sus preguntas empiezan a mosquearme, pero al parecer
considera que todavía no ha insistido lo suficiente.
—De acuerdo, pero... repito: ¿qué hay de malo en ello? —pregunta.
Suelto un suspiro de frustración sin dar ninguna respuesta—. ¿Que te
vuelve vulnerable, quizá? —propone él mismo—. ¿Que muestra algo de ti
que no quieres que vea nadie? ¿Y menos aún una sala repleta de gente que
te conoce?
Asiento, aunque tampoco sé muy bien si la situación mejoraría si el
público fuera gente a la que no conozco.
—Es comprensible —sentencia el señor Acevedo—. Según un estudio,
nueve de cada diez personas preferirían entrar en un edificio en llamas antes
que dar un discurso en público. Y, no obstante, ahora estáis sobre un
escenario, y pronto frente a un público enorme que habrá pagado dinero
para veros. ¿Qué haremos entonces?
—Suprimir el miedo —murmura Eleanor.
El señor Acevedo arquea las cejas.
—Querida Eleanor, no reprimimos el miedo, lo utilizamos. Hacemos que
nuestros miedos se conviertan en los miedos de Julieta y de Romeo. Al
contrario de lo que suele creer la gente, el trabajo del actor no consiste en
evocar emociones en el público. Tenemos que evocar nuestras propias
emociones y compartirlas con el público; y para ello debemos mostrar todo
lo que ocultamos a los demás.
»A  ti te costará menos, porque eres una mujer. La sociedad no te ha
enseñado que mostrarse emocional y vulnerable sea motivo de vergüenza.
En el caso de los hombres es distinto —añade antes de volverse de nuevo
hacia mí—. Charles, ya sé que entre el público habrá compañeros tuyos que
creen saber lo que importa en la vida, pero me temo que todavía les queda
mucho que aprender. No hay ninguna regla que determine cómo debe ser y
sentirse un hombre. Es posible que lo que espero de ti sobre el escenario sea
lo contrario de lo que seguramente se valora en tu círculo de amigos.
»Me gustaría que actuarais sin condiciones, y para eso tendréis que pasar
vergüenza, bochorno, tendréis que reír, llorar; lo que haga falta. Pero este es
un lugar seguro en el que no se juzga a nadie. Quiero que lo sepáis, que lo
tengáis claro. Sobre todo tú, Charles. Para de intentar complacer en todo
momento y muéstrame quién eres de verdad.
Puede que esto sea lo más cierto que me han dicho jamás, pero también
es posible que todavía no esté preparado para aceptarlo. Noto la resistencia
que me provocan las palabras del señor Acevedo, porque me siento atacado
y no quiero que tenga razón.
Aun así, me obligo a asentir mientras intento no mirar a Tori. ¿Por qué
tengo que pensar en ella justo ahora? Quizá porque es la única que me
conoce de verdad. La única que ha estado a mi lado cuando he pasado
vergüenza, cuando he hecho el ridículo, cuando he gritado, cuando he
llorado. Y, aun así, sigue habiendo momentos con ella en los que me siento
increíblemente cohibido.
—Bien —sentencia el señor Acevedo dando una palmada—. Entonces,
vamos allá. Probadlo de nuevo, a ver qué pasa.

Victoria

No sé cuántas veces me he preguntado ya durante el ensayo qué demonios


hago aquí. Antes, mientras ensayaba toda la compañía, me parecía
comprensible, ya que mantener a raya a todo el grupo parecía una misión
imposible. Pero, ahora que solo están Eleanor y Sinclair sobre el escenario,
preferiría largarme de aquí.
El señor Acevedo lo ve de otro modo. Según él, debería quedarme para
estar al tanto de las escenas que ensayan. Intento entretenerme todo lo que
puedo con el iPad y las notas que he tomado, pero en algún momento tengo
que prestarles atención a ellos.
Eleanor y Sinclair ocupan de nuevo sus posiciones tras un pequeño
discurso del señor Acevedo. Y no es que antes no lo hubieran hecho bien.
Por desgracia debo admitir que tienen química, pero Sinclair parece un
poco cohibido. Tal vez debido a mi presencia. O al hecho de que sea
precisamente Eleanor a quien tiene que mirar de ese modo tan intenso.
Ella cierra los ojos un momento para concentrarse. Sinclair no se mueve.
¿Me está mirando? ¿Qué hace? Tiene que mirar a Julieta, no al público.
Cuando frunzo el ceño, por fin parece recordarlo y se vuelve hacia ella.
Sacude un poco los hombros y respira hondo.
Están de pie, separados el uno del otro unos cinco metros. Eleanor abre
los ojos y está preciosa, con la espalda erguida, orgullosa, consciente de su
impresionante presencia. Sinclair la examina poco a poco y con
complicidad. Sin prisa, como si de repente ya no fuera él. Empieza por los
pies y levanta la mirada hasta las rodillas de Julieta.
Se me pone la piel de gallina debido al silencio, y porque noto su
maldito anhelo cuando contempla la boca de Eleanor. Las emociones se
vuelven palpables de inmediato, ella entreabre los labios y baja la mirada.
Mierda, es magia de verdad y no me gusta nada. Es decir, claro que me
gusta, porque lo que están haciendo es puro arte. Pero temo que, al menos
Sinclair, no esté interpretando ningún papel, que simplemente se esté
permitiendo mostrar lo que suele censurarse a sí mismo. La mierda de
fascinación que siente por Eleanor. «El sol, la tentación...» Quiero llorar.
Cuando se acercan, parece que estén ejecutando una danza muda. Los
pasos de Sinclair son silenciosos, impacientes y orgullosos. De repente se
ha convertido en Romeo, lo veo con claridad. Esa arrogancia fría, ese
apasionamiento. 
Veo que desea a Julieta porque no se esconde de ello. Y  me parece
atractivo, condenadamente atractivo, porque es asombroso lo seguro que
parece de sí mismo; lo veo a través de los ojos de Julieta: es el hombre más
guapo de Verona. Ojalá me mirara a mí de ese modo y me dijera sin
palabras que me desea. Lo anhelo tanto que incluso me duele.
Cuando se detiene delante de Eleanor me quedo sin aliento. Ella vuelve
el torso ligeramente, como si quisiera apartarse, porque es una mujer
misteriosa que juega con Romeo, y le lanza miradas intensas por encima del
hombro. Quiero ser ella y que Romeo anhele poseerme.
Los movimientos de Sinclair tienen una elegancia atemporal cuando le
toma la mano.
—Creo que todavía no nos conocemos.
Eleanor sonríe, encajando el halago con asombro, lo que también resulta
injustamente grácil.
—No, porque me habría fijado en ti.
—¿Puedo interpretarlo como un coqueteo? —pregunta Sinclair.
—Tómatelo como quieras.
—De acuerdo, pues. ¿Te diviertes?
—La fiesta es un poco aburrida —replica ella mirándolo mientras toma
un sorbo de su bebida—. Espero que no estés haciendo esperar a tu
acompañante por mi culpa.
—¿Qué acompañante?
Eleanor sonríe con complicidad.
—Entonces ¿estás solo?
—Ya no —responde Sinclair sin dejar de mirar a Eleanor a los ojos
mientras bebe—. Si bebo de tu copa es como si te besara, ¿no te parece?
—Ah, ¿sí? —pregunta ella posando la mano sobre la de Sinclair
mientras él se lleva la copa a los labios.
—Eso dicen —asiente él con la voz algo ronca.
Las miradas que se lanzan son puro fuego.
—Entonces debe de ser cierto —susurra Eleanor—. Dejemos que
nuestros labios imiten a las manos cuando rezan —declara presionando su
palma contra la de él, recorriendo su brazo nervudo hasta llegar al hombro.
Sinclair se muerde el labio inferior y a mí se me seca la boca.
Al cabo de un instante me sobresalto cuando el señor Acevedo aplaude
de repente.
—¡Muy bien! Queridos, eso es justo lo que quería decir. Esa es la
vulnerabilidad y el deseo que necesitamos. Una gran interpretación, los dos
—los elogia, y Sinclair se sonroja claramente mientras se aparta unos pasos
de Eleanor, porque es un puto caballero. Ella le dedica una breve sonrisa
que me pone enferma—. Victoria, ¿qué te parece?
Me quedo de piedra, pero me las arreglo para sonreír. La voz me
traiciona y suena ronca cuando respondo:
—Ha sido genial, sí.
12

Victoria

Supongo que estoy celosa.


No sirve de nada seguir negándolo, porque en cada ensayo de Eleanor y
Sinclair veo con claridad cómo se multiplica la puta química que hay entre
ellos y yo me amargo cada vez más. Es horrible. No quiero sentirme así,
pero, por desgracia, controlar mis sentimientos no es una opción. Me
molesta ver a Sinclair dirigirme la mirada cada vez que interpretan una
escena especialmente intensa. Casi parece que quisiera asegurarse de que lo
he captado. Soy la ayudante de dirección, me da igual. Solo debería
importarme que la obra sea un éxito, por eso les doy consejos inspirados en
libros que he leído para que puedan crear todavía más tensión. Miradas
furtivas, contactos fugaces. Dejo que tengan sus momentos como
protagonistas y me esfuerzo en soportarlo como sea. Resulta más sencillo si
estoy presente y puedo verlo. Las tardes en las que Eleanor y Sinclair pasan
tiempo juntos para conocerse mejor me torturan de otro modo, porque
alimentan la película que me monto en la cabeza. Es demasiado sencillo
imaginarme cómo se enamoran mientras mantienen profundas
conversaciones paseando por el paisaje invernal que rodea el internado. En
esas ocasiones suelo intentar quedar con Val, ya que eso me parece una
pequeña venganza que me ofrece la ilusión de estar controlando la
situación. Para ser sincera, no obstante, me siento de lo más infantil.
Esta tarde no veré a Val. Seguro que estará en el gimnasio levantando
pesas como suele hacer siempre después del entrenamiento de rugby. No me
parece especialmente saludable la importancia que le da a su aspecto físico
y a mantener esos músculos tan visibles, pero las últimas veces que he
intentado hablarle de ello me ha dicho que tal vez yo también debería pasar
por el gimnasio de vez en cuando. Eso me ha ofendido, por supuesto, por
eso me he puesto a leer para dejar de pensar en él, en Sinclair, en Eleanor y
en todos esos temas delicados. Me funciona durante cinco minutos exactos,
cuando Sinclair me manda un mensaje.
¿Qué haces?

Nada. ¿Y tú?

Estoy en el obrador.
¿Quieres venir?

Hacía tiempo que no me lo preguntaba y yo no me atrevía a plantarme en


la panadería sin avisar. Quién sabe, quizá había invitado a Eleanor para
amasar panecillos juntos o cualquier otra cosa. Y no me parecería mal, que
conste, al fin y al cabo tienen que conocerse mejor. No tengo ningún
problema con ello, aunque ese lugar y las noches que hemos compartido allí
hasta el momento hayan sido algo solo nuestro. Pero no tengo ningún
problema en absoluto. Además, seguro que se le ocurrirá algo más
emocionante para hacer con ella. O sea que el obrador sigue siendo mi
territorio.
Dame cinco minutos.
Por supuesto, necesito más tiempo para decidir qué jersey ponerme y
para recogerme el pelo de un modo favorecedor pero lo suficientemente
informal para que Sinclair crea que no me he arreglado solo para él. Lo de
siempre, vaya.
La noche de febrero es gélida y despejada cuando salgo de los terrenos
del internado y me dirijo a pie hacia el pueblo envuelta por la oscuridad. Si
no hiciera ya siete años que vivo aquí, seguro que me parecería inquietante,
pero a estas horas Ebrington está desierto. La panadería de los Sinclair es el
único comercio en el que todavía hay luz. Tengo algo parecido a un déjà vu
cuando llamo a la puerta de cristal con los nudillos y él la abre poco
después. Lleva puesto el delantal rojo oscuro y un gorrito para recogerse el
pelo.
Tiene las manos manchadas de harina, y los antebrazos se le ven
nervudos y musculosos mientras amasa y va recitando su texto. Cuando me
ha propuesto ensayar mientras trabaja he aceptado enseguida, porque será
una buena manera de evitar otros temas de conversación.
—Si jamás te han hecho daño, puedes reírte de este dolor —declama
mientras ensaya un soliloquio sobre Rosaline, quien le ha roto el corazón a
Romeo. Lo transmite realmente con mucha autenticidad—. Antes a mí
también me parecía una tontería, pero me ha cogido por sorpresa. Por
suerte, ya no pienso en ella cada momento desde que conocí a Julieta. Un
momento... ¿No es ese su hogar? ¿Por qué todavía hay luz? Es tarde, es...
Vacila y deja de amasar.
Le doy un poco de margen, pero cuando me mira para que lo ayude
intervengo enseguida:
—El este. —Sinclair parece todavía más confundido—. Es el este y
Julieta, el sol —repito.
El rostro se le ilumina de repente.
—Ah, sí —exclama, tras lo que vuelve a alejar la mirada y se aclara la
garganta. La manera en que Sinclair sale del papel y vuelve a entrar en él es
lo más atractivo que he visto en mucho tiempo. Se le ilumina la mirada
cuando se convierte en Romeo. Ojalá fuera siempre así—. Ella es el este y...
Espera, no.
No puedo evitar reírme.
—Quizá también lo sea.
Me mira todavía con los ojos de Romeo, que me llegan al alma.
—Es el este y Julieta, el sol. El sol, la tentación y la hija del maldito
enemigo. Una Capuleto, tiene que ser una broma de mal gusto... Pero ¿me
impide eso desearla? Por supuesto que no —recita lanzándome una mirada
fugaz—. No debería estar aquí; si alguien me sorprende será una tragedia.
Pero tampoco puedo marcharme, tengo que oír su voz. Mira cómo apoya la
cabeza en la mano.
Me acaloro de repente cuando me doy cuenta de que realmente estoy
apoyando la barbilla en la palma de la mano, por lo que la aparto en el acto
y me incorporo.
Sinclair traga saliva.
—Está muy lejos, pero no puedo olvidar lo suave que parece su piel.
Dios, no consigo quitármela de la cabeza, por mucho que sea una Capuleto.
Me mareo un poco cuando recito las líneas de Julieta.
—Pobre de mí...
Sinclair me sigue mirando.
—Habla —susurra—. Hazlo otra vez, amada, di algo, quiero oírte.
—Oh, Romeo —replico rezando para que no note el temblor en mi voz
—. Romeo, todo esto es una broma de mal gusto. ¿Por qué tienes que ser el
enemigo, un Montesco al que no se me permite amar? Como si mi corazón
pudiera resistirse cuando me miras... —Sinclair no dice nada, por lo que
levanto la mirada hacia él. Me está observando y ha dejado de amasar—. Te
toca a ti otra vez —le indico.
Se sobresalta. Su voz suena ronca cuando prosigue:
—De acuerdo, está hablando sola y escucharla a hurtadillas no está bien,
pero ¿quién sabe cuándo volveremos a vernos? En la ciudad no podemos
revelar lo que sentimos. Si nuestras familias supieran que nosotros... Pero
no puedo marcharme ahora, tengo que hablar con ella.
Trago saliva y le echo un vistazo al texto antes de proseguir como
Julieta.
—Renuncia a tu apellido y luego dámelo. Lo digo en serio. No quiero
seguir siendo una Capuleto, quiero ser tuya.
—¿Y «estar a tu lado»? —propone Sinclair al ver que frunzo el ceño—.
De otro modo suena como si ella solo fuera un objeto.
—Sí, mejor —opino con una sonrisa—. Es solo tu apellido lo que nos
convierte en imposibles —prosigo—. El amor me encontró y tengo que
renunciar a él por un simple apellido. Pues adoptaremos otro. Olvídate de
él, tómame a mí en lugar de tu apellido; te lo ruego, cielo santo, concédeme
a ese hombre.
Sinclair se vuelve hacia mí.
—Te tomo la palabra —replica con la voz temblorosa, y su anhelo me
hace perder la cabeza—. Dime que me quieres y me olvidaré de quién soy.
Julieta, escúchame, que seas una Capuleto no supone ningún obstáculo para
mí. Tus ojos son más peligrosos que las armas.
Me mira directamente a la cara, tiene los labios enrojecidos.
Tengo que seguir siendo Julieta.
—Un momento, ¿hay alguien ahí? ¿Qué clase de presencia inquietante
escucha mi soliloquio amparado por la oscuridad?
—Soy yo, amor. Y  aceptaré tu apellido, te lo digo en serio. El mío me
parece odioso, porque es enemigo del tuyo.
—¿Eres tú, Romeo?
—Así es, amor mío.
—Vaya, no cruzamos más que un par de frases en ese baile, pero ya
reconozco tu voz. Romeo. Un Montesco...
—Ni un día más, si eso te desagrada —sentencia.
¿Cómo consigue que alguien que no es real suene tan convincente? No
lo comprendo. ¿De dónde sale ese talento tan incontestable?
—¿Qué haces aquí? ¡Es una imprudencia! Mis padres se pondrán
furiosos si se enteran de que estás en nuestra propiedad. Vamos, Romeo, ya
lo sabes.
—Estoy amparado por la noche, que me protege de sus miradas —
replica, y lo cree de verdad, porque suena orgulloso, lo que me parece
increíblemente atractivo. Supongo que es por esa pizca de arrogancia que
no suele demostrar—. No podría importarme menos, Julieta. No pienso
permitir que las rencillas innecesarias entre nuestras familias se interpongan
en nuestro camino.
—Me temo que, por desgracia, no tenemos elección.
—¿Por qué no? Tú misma acabas de decirlo, renunciaré a mi apellido,
me da todo igual. Lo más importante es que podamos estar juntos.
—Romeo, solo era una forma de hablar.
—¿En serio? Porque ha sonado como si realmente estuvieras diciendo la
verdad.
Titubeo.
—De acuerdo, tienes razón. Dejémonos de tonterías, estoy cansada de
fingir que no te amo. Pero no pienses que será fácil tenerme y que me haré
de rogar para ver cómo te esfuerzas por mí. Nada más lejos de mi intención
—digo. Me paro de golpe y levanto la cabeza, sorprendida.
—Esto hay que cambiarlo —opina Sinclair antes de que yo pueda abrir
la boca siquiera—. Es una mierda, ¿verdad?
Asiento con lentitud.
—Es un poco innecesario, sí.
—Claro que Julieta no se deja seducir fácilmente, pero, aunque así fuera,
¿qué habría de malo en ello? —opina, y me parece detectar verdadera ira en
su voz—. ¿Qué pasa, que no es propio de una mujer?
—Bueno, eran otros tiempos —replico sin demasiada convicción.
—Sí, pero ya va siendo hora de que una mujer pueda decirle a un
hombre que lo quiere con total normalidad. —Asiento. De repente tengo la
boca seca—. ¿O no?
—Sí, sí —respondo, y nos miramos en silencio. El corazón me late de un
modo escandaloso.
¿Significa eso que le gustaría que se lo dijera?
«No, que te quede bien claro. Está hablando de Julieta y Romeo, no
sobre nosotros dos. Por el amor de...»
—Deberías preguntarle a Eleanor qué piensa al respecto —me apresuro a
aconsejarle.
—Eleanor me da igual —me suelta—. Bueno..., no es que me dé igual,
pero la autora del guion eres tú. La decisión es tuya.
—Pero vosotros tenéis que interpretar el texto.
Sinclair traga saliva.
Al ver que no replica nada, decido seguir hablando.
—Pues quizá Julieta debería decir lo que pone en el texto original y que
él le haga ver que no está bien. Como acabas de hacer tú.
—¿Te refieres a darle al público la oportunidad de cuestionar esa
afirmación?
—Exacto —respondo, y me obligo a esbozar una sonrisa, aunque por
algún motivo no lo consigo.
Cuando estoy a punto de preguntarle si quiere continuar, Sinclair se me
adelanta.
—¿Val te ha dicho algo semejante? —pregunta.
Me quedo helada.
—¿Qué te hace pensar eso?
—He oído lo que va contando por ahí sobre Eleanor.
No le pregunto qué es lo que ha oído porque, para ser sincera, tampoco
quiero saberlo. Me limito a titubear un poco y a encogerme de hombros.
—Seguro que no lo dice en serio.
—Entonces ¿por qué lo dice?
—Sinclair, simplemente es distinto, no es tan reflexivo como tú. Todavía
no se ha enfrentado al feminismo y estas cosas.
—Entonces ¿me estás diciendo que todavía piensa así?
—¿Qué sé yo? Además, a ti debería darte igual, ¿no?
—Es increíble.
Suelto un suspiro, molesta.
—Vale, a veces no piensa antes de hablar. Pero no lo hace con mala
intención.
—Ajá, o sea que lo dice con buena intención. Bueno, pues, si es así, no
pasa nada. Pero que conste que a mí me parece que sabe muy bien lo que
dice. Y cómo debe decirlo para conseguir lo que quiere.
—¿Qué insinúas con eso? —pregunto en voz baja.
Sinclair se queda callado con la mirada clavada en mí. Los dos sabemos
cuál es la respuesta a mi pregunta.
—Que te manipula —sentencia al fin—. Intenta convencerte de cosas
que en realidad no son verdad.
—Eso no puedes saberlo.
—Tori, tengo ojos en la cara. Y  te conozco. Cambias mucho cuando
estás cerca de él.
—¿Y qué te hace pensar que eso sea malo? Quizá cambio porque él me
trata de un modo distinto —replico. «Distinto a como me tratas tú», pienso.
Es decir, como si yo fuera deseable. Trago saliva con dificultad. Porque él
demuestra que me desea y no se anda con rodeos respecto a lo que siente
por mí—. Además, tú también cambias cuando Eleanor está cerca.
—Tori, no metas a Eleanor en esto.
—¿Por qué? Eres tú quien ha empezado.
Sinclair aprieta los puños y cierra los ojos un momento.
—¿Por qué no podemos hablar sobre esto sin enfadarnos?
—Yo no me enfado —le espeto con frialdad.
—No, claro que no.
—Solo me pregunto qué esperabas. ¿Qué quieres que te diga, Sinclair?
¿Que Val me trata como a una mierda y que tenías razón? ¿Es eso lo que
quieres?
—Joder, solo me preocupo por ti, ¿vale?
—Ah, claro, entonces no pasa nada. Está bien que lo hayamos aclarado.
—Tori —gruñe.
—¿Qué? ¿Qué, Sinclair? Si quieres decirme algo, dímelo. Pero ya, ahora
mismo. Estoy delante de ti y soy todo oídos.
Nos miramos fijamente y a Sinclair le brillan mucho los ojos, pero
también reconozco en ellos cierta inseguridad. Se le tensan los músculos de
la mandíbula cuando traga saliva. Y se queda callado, como siempre.
Suspiro con impaciencia.
—Bien, ya me lo imaginaba —digo antes de consultar el reloj que tiene a
su espalda—. Es tarde, debería volver al internado. ¿O necesitas que me
quede más rato?
—Tori...
—¿Me necesitas o no? —repito.
Se me queda mirando. Rezo para que niegue con la cabeza.
—No.
«Genial.»
Cojo mi texto y me doy la vuelta.
Durante el camino hacia Dunbridge me pregunto por qué siempre van así
las cosas, por qué siempre nos hacemos daño y nos mentimos. Aunque
quizá no sean mentiras. Tal vez jamás llegue a suceder nada, es posible que
lleve seis años malinterpretando lo que hay entre Sinclair y yo, pero ¿cómo
es posible que me mire de ese modo que me abrasa por dentro? ¿Cómo
puede engañarse tanto?
La noche es fría, y mi corazón también lo está.
Charles

No deben tomarse decisiones estando enfadado. Mamá me lo ha repetido


tantas veces que es algo que llevo marcado a fuego. Suelo intentar tener en
cuenta sus palabras, pero ahora mismo lo último que quiero es ser sensato.
Quiero golpear la puta masa de pan con los puños y, puesto que nadie puede
verme, eso es justo lo que hago. Es frustrante que apenas se oiga ruido
cuando mi puño se hunde en la masa blanda con contundencia. Vuelvo a
golpearla dos veces más, pero por desgracia no me proporciona el alivio
que esperaba, por lo que cojo el móvil y abro los contactos con los dedos
manchados de harina.
Todavía no le he escrito ningún mensaje a Eleanor, y en condiciones
normales es algo que no me atrevería a hacer. Sin embargo, en condiciones
normales tampoco sentiría esta ira candente en el estómago tras haberme
peleado una vez más con mi mejor amiga. En condiciones normales,
Eleanor Attenborough tampoco me habría dado su número de teléfono
después del último ensayo, y en condiciones normales tampoco estaría
interpretando a su lado el puto papel protagonista de la obra de fin de curso.
De manera que decido simplemente mandarle un mensaje.
Hola, soy Sinclair.

Mierda, está en línea. Bueno, no pasa nada. No había pensado qué haría
a continuación, pero tampoco hay vuelta atrás.
Hola. ¿Qué tal?

Cierro los ojos un segundo antes de seguir escribiendo.


Espero que no te moleste

que te escriba.

Para eso te di mi número.

¿Qué harás mañana? ¿Podríamos salir a pasear o algo?


Claro, ¿después

de la hora de estudio?

Decido responder enseguida, antes de que el valor me abandone.


¡Perfecto! ¡Hasta mañana!

Dejo caer el móvil, cierro los ojos y me siento como un traidor. Y luego
me centro de nuevo en mi trabajo.
13

Victoria

—Yo diría que ya parece una mano, ¿no? —pregunta Emma inclinándose a
mi lado sobre el trozo de arcilla que, a pesar de las ganas y de las horas que
le ha dedicado durante las clases de arte, sigue pareciendo el resultado de
un accidente—. ¿Tú qué opinas?
Me limito a asentir vagamente, no tengo el valor necesario para decirle
la verdad. Emma suele superarnos a todos en Educación Física, pero sus
capacidades artísticas son más bien limitadas. Casi resulta gracioso lo
mucho que se parece a Henry en ese sentido. La figura de arcilla que está
haciendo él tampoco tiene una forma muy definida que digamos, pero evito
mirarlo porque está sentado al lado de Sinclair.
—¿Tori?
—¿Sí? —respondo levantando la cabeza.
Emma se ha inclinado hacia mí para contemplar lo que hago desde cerca.
—¿Por qué a ti te ha quedado mucho más realista? —pregunta, y suena
tan desilusionada que me da lástima.
—Tienes que fijarte en las proporciones. Igual es por los dedos, deberías
haberlos hecho más largos.
Emma suelta un suspiro de frustración.
—Ya no me apetece seguir intentándolo.
—No pasa nada, no está tan mal, Emma.
Su mirada se pierde más allá de mí, hacia la mesa de Henry y Sinclair.
—Me voy con los chicos, a ver si puedo burlarme de la obra maestra de
Henry y me siento algo mejor —me dice en broma mientras se levanta. Al
ver que no tengo intención de seguirla, se detiene—. ¿No vienes?
Niego con la cabeza.
—No, estoy liada ahora mismo.
Mentira... Llevo al menos diez minutos mirando mi obra sin hacer nada.
—Mmm —murmura ella sentándose de nuevo—. ¿Qué ocurre?
—¿A qué te refieres? —pregunto.
—Al problema —dice sin apartar la mirada de mis ojos—. Porque hay
algún problema, ¿verdad?
—No, ¿por qué lo dices? —replico en un intento de desviar su pregunta,
aunque por desgracia Emma tiene esa capacidad para comprender a la gente
que le permite saber perfectamente cómo estoy a pesar de conocerme solo
desde hace poco más de medio año.
—Estás triste —constata.
Qué ganas de echarme a llorar. Se me humedecen los ojos al instante,
por lo que parpadeo un par de veces para controlarlo.
—Solo estoy cansada —me obligo a aclarar con un intento de sonrisa.
Emma mira hacia la señora Barnett, que está corrigiendo exámenes.
—Ven conmigo —murmura señalando la puerta con la cabeza. La de
Arte es la única clase en la que se nos permite hablar y salir del aula para ir
al baño sin pedir permiso.
Sigo a Emma hasta los lavabos, donde nos limpiamos los restos de
arcilla de las manos. Sinclair nos mira un momento, pero se vuelve
enseguida. Cuando pasamos junto a la mesa de Grace y Olive, esta se queda
cabizbaja. El aula está llena de gente que solían ser mis amigos y que ahora
me odian. Fantástico.
Emma cierra la puerta a nuestra espalda. No sé por qué, pero caminando
por los pasillos en horas de clase siempre me siento como si estuviera
haciendo algo prohibido.
—A  ver —me dice Emma una vez fuera—. ¿Es por lo de Sinclair y
Eleanor?
Me echo a reír.
—¿Porque serán los protagonistas de la obra? Tonterías, me alegro por
ellos.
Emma se me queda mirando con escepticismo.
—Entonces es por... ¿Val? ¿Olive? —enumera, y no sé por qué, pero al
oír su nombre noto una punzada en el pecho. En el cumpleaños de Sinclair
tuve algún momento de esperanza, pero después Olive volvió a tratarme
con la misma frialdad de las últimas semanas. Tampoco hemos vuelto a
hablar sobre el asunto del uniforme, un tema que esperaba que pudiera
acercarnos de nuevo. Por lo que parece, simplemente ya no tenemos nada
que decirnos.
—Quizá un poco de todo —admito.
—No quiero entrometerme en vuestra amistad, pero ¿no crees que
estaría bien que Olive y tú pudierais charlar con calma?
Se nota claramente el cuidado que pone Emma a la hora de elegir las
palabras, y aun así consigue ponerme furiosa. Por supuesto que me gustaría
hablar con Olive, pero si a ella no le apetece, yo tampoco puedo obligarla a
hacerlo.
—Por desgracia tengo la sensación de que ya no tenemos nada que
decirnos.
—¿En serio? —pregunta Emma.
—Vale, no es cierto. Tengo un montón de cosas que decirle a Olive, pero
a ella no le ocurre lo mismo conmigo. Ya casi ni hablamos, y eso que nunca
llegamos a enfadarnos por nada. Simplemente la he ido notando cada vez
más tensa, y ahora ya ni siquiera se acerca a mí —explico, y luego trago
saliva con dificultad.
—¿Podría ser que Olive esté lidiando con algo y crea que no puede
hablar con ninguno de vosotros?
Guardo silencio unos instantes.
—Es posible, pero eso no mejora las cosas. Siempre hemos podido
hablar sobre cualquier asunto.
—A veces eso se olvida.
—Emma, ¿por qué la defiendes tanto? Olive no fue especialmente
amable contigo el otoño pasado.
Clava la mirada en sus zapatos un momento y luego se encoge de
hombros.
—De algún modo me identifico con ella. Y sé que cuando llegué fastidié
unas cuantas cosas.
—No hiciste nada malo.
—Antes notaba la tirria que me tenía, pero ahora ha mejorado mucho.
—¿Se ha disculpado contigo en algún momento? —pregunto.
—Directamente no, más bien a su manera —responde Emma mirándome
de nuevo—. Cuando Henry estaba en la enfermería se aseguró de que
pudiera entrar para estar con él. Supongo que fue su manera de hacer las
paces conmigo.
—Pues sí, la verdad.
—¿Es posible que podáis contar la una con la otra igualmente?
Suelto un leve suspiro. Puede. O puede que no.
Solo sé que, si esto sigue como los últimos meses, la perderé, y no creo
que pueda sobrevivir a eso. No solo ha sido amiga mía en Dunbridge desde
hace tanto tiempo como Sinclair y Henry, es que además es la hermana que
nunca tuve. Nunca hubo secretos entre nosotras, y me duele que eso haya
cambiado.
—Eso espero —digo.
—Oh —exclama Emma lanzando una mirada furtiva por encima del
hombro cuando oímos pasos a nuestra espalda. Es la rectora Sinclair, que
acaba de doblar la esquina del pasillo con el señor Harper.
Emma se me queda mirando un momento. Las dos sabemos que nos han
pillado.
—Buenos días —digo cuando pasan por nuestro lado. En la medida de lo
posible, evito dirigirme a la rectora Sinclair por su apellido. Fuera del
internado puedo llamarla Nora y tutearla tal como hace Sinclair con mis
padres, pero aquí sigue siendo la rectora, para mí y para el resto del
alumnado.
—Tori, Emma —nos saluda con un movimiento de cabeza—. ¿No tenéis
clase?
—Sí, estábamos volviendo al aula —dice Emma. Creo que no conozco a
nadie que mienta peor que ella, y estoy segura de que a la rectora Sinclair le
ocurre lo mismo. Se nos queda mirando un instante antes de asentir de
nuevo.
—Entonces no perdáis más tiempo —nos ordena. Luego continúa
hablando con el señor Harper mientras nosotras seguimos andando.
—Baño —digo cuando ya no nos oyen. Emma asiente al instante—.
¿Cómo van las cosas con tu padre? —le pregunto.
Emma no responde. Es un tema peliagudo y soy consciente de ello. Pero
se ha convertido en una buena amiga y no puedo dejar las cosas así. Me
gustaría saber cómo le va y qué ocurre en su vida.
—Se está esforzando de verdad —me dice—. Me manda mensajes de
vez en cuando y me pregunta cómo me van las cosas. La semana que viene
quizá nos veamos, quería conocer a Henry.
—Qué bien —opino, y Emma asiente, aunque no parece precisamente
encantada—. ¿No?
—Sí, está bien. Supongo que necesitamos tiempo. Ya veremos si esta
vez va en serio. No quiero hacerme ilusiones y llevarme otro chasco.
—Bueno, suena razonable —convengo, y sé de lo que hablo. Lo de
llevarse una decepción porque alguien no se ha tomado algo en serio es mi
especialidad.
—¿Y con Sinclair también va todo bien? —pregunta. Genial, no piensa
dejar de insistir hasta que le diga la verdad. Suspiro con la intención de
sonar mosqueada, pero me sobrevienen unas ganas increíbles de echarme a
llorar—. Ay, Tori —murmura Emma al ver que cada vez me cuesta más
mantener las lágrimas a raya.
—Supongo que no, las cosas no van bien —le suelto al fin con la voz
tomada—. Y no solo con Sinclair.
—Henry me ha contado que estás en el equipo de guion.
No tiene que decir nada más. Estoy segura de que Emma comprende a la
perfección lo mal que me siento.
—Sí, no sé. —Me seco los ojos con la manga de la sudadera—. Fue una
tontería, Emma. Debería darme igual. No puedo esperar que Sinclair no se
interese por nadie mientras yo salgo con Val.
—Entonces ¿estás bien con Val? —pregunta.
—Sí, pero en cierto modo... ¿Por qué tengo la sensación de que no es
suficiente? ¿Por qué no soy feliz, Emma?
—Quizá tu corazón intenta decirte algo —opina ella en voz baja.
Trago saliva, incapaz de seguir pensando en el tema.
—En realidad da igual. A Sinclair le gusta Eleanor, me lo dijo él mismo.
—Tori, no se lo cree ni él, seamos sinceras.
—Que sí —insisto con un nudo en la garganta—. La noche después del
baile de Año Nuevo, cuando estaba tan borracho, me lo dijo.
Emma se me queda mirando con aire reflexivo.
—¿Qué te da tanto miedo? —me pregunta al fin.
De repente, algo me oprime el pecho.
Exacto, ¿qué me da miedo? Que me rechacen, hacer el ridículo.
Confundir la amistad con sentimientos y perder a Sinclair por culpa de eso.
—No quiero estropear nuestra relación —aseguro—. Además, tengo a
Val.
—Entonces ¿estáis saliendo? —me pregunta, y se nota con claridad lo
mucho que le cuesta sonar neutral al respecto.
Me encojo de hombros.
—Ni idea, supongo que sí, en cierto modo —respondo a pesar de que
últimamente apenas nos hemos visto.
—¿Y es eso lo que quieres?
«Ni. Idea.»
La verdad es que no lo sé. Hace tiempo que no sé nada de nada.
Hay algo de Valentine Ward que me fascina. Tal vez no sea más que el
hecho de ser objeto de su atención. Sea como sea, ¿basta eso para salir con
alguien?
Lo que quiero es salir con Sinclair, pero eso no es una opción.
—¿Alguna vez has intentado prohibírtelo? ¿Descartarlo?
Emma me lanza una mirada interrogante.
—¿A Henry?
Asiento.
—Claro. Un montón de veces. Pero sabía que era inútil. Estábamos
destinados a acabar juntos.
Destinados. La verdad es que sí. Están hechos el uno para el otro, no hay
discusión posible.
Pero, si eso también pudiera aplicarse a Sinclair y a mí, entonces de
algún modo algún poder superior se habría encargado de unirnos hace
tiempo. Ha tenido seis años para ello. Seis años.
Quizá ha llegado el momento de olvidarme de Charles Sinclair.
Charles

No sé por qué me siento como un traidor yendo a Ebrington después de la


hora de estudio para pasear con Eleanor y así conocernos mejor. Aunque
hasta ahora todavía no había ido a ninguna parte con ella a solas, lo cierto
es que no me he sentido incómodo ni un momento. Eleanor me lo pone muy
fácil para charlar. Me hace preguntas y me cuenta cosas de su vida como si
nos conociéramos desde hace mucho tiempo. Me gusta de verdad, me doy
cuenta de ello cuando nos sentamos uno frente al otro en el Blue Room
Café y saca el móvil para apuntarse la peli que le he recomendado.
—Suena realmente guay —me dice guardándose el móvil de nuevo.
Cuando levanta la cabeza y me sonríe noto que ya no estamos charlando por
cortesía, sino que el interés es genuino. El camarero nos sirve un té para mí
y un café con caramelo para Eleanor. Ella rodea la taza azul marino con los
dedos de inmediato.
—La verdad es que no sé cuál es la mejor manera de empezar —me
dice, y de repente suena nerviosa. Noto una inquietud en el estómago
cuando Eleanor baja la mirada de nuevo—. Bueno, lo mejor será decírtelo
directamente. Quiero ser sincera contigo para que no haya malentendidos
—me dice mirándome una vez más.
Me quedo de piedra.
Lo sabe. Sabe que he dicho que estoy colgado por ella, ¿no? En el
internado estas cosas circulan enseguida, y Eleanor tiene muchas amigas.
¿Debería mentirle? No quiero que crea que...
Eleanor coge aire antes de proseguir.
—Las escenas de besos de los ensayos y la función nos parecen bien
tanto a mi novia como a mí. Hemos hablado sobre hasta qué punto puedo
llegar.
Habla tan deprisa que me limito a asentir a pesar de que el significado de
sus palabras se me escapa por completo.
Un momento.
¿Novia?
¿Significa eso que...?
Me doy cuenta de que me la he quedado mirando cuando baja la cabeza.
—De acuerdo, sí —me apresuro a responder—. Guay... O sea, guay no,
bien —balbuceo. «Mierda, para ya de hablar»—. Bueno, y guay también,
claro. Joder... Lo siento, creo que será mejor que me calle.
Eleanor me mira fijamente cuando decido guardar silencio. Se muerde el
labio inferior y al cabo de un momento rompe la tensión del ambiente con
una sonora carcajada. Su risa es tan contagiosa que me uno a ella y noto que
me voy relajando un poco.
—Oh, uau. Temía que las cosas pudieran volverse raras cuando te lo
dijera, pero ¿tanto?
—Lo siento, lo siento —repito—. Te aseguro que no tiene nada que ver
contigo, es cosa mía.
—Quería que lo supieras —me dice ahora ya más seria. Su mirada
recorre la cafetería y, aunque aparte de nosotros no hay nadie más que un
grupo de mujeres mayores, decide bajar la voz—. Y significaría mucho para
nosotras que no se lo contaras a nadie —añade tragando saliva—. Es...
Todavía es todo muy confuso y en Dunbridge solo lo saben mis mejores
amigas. Yo... No lo sé, quizá sea una tontería, pero todavía no me siento
preparada.
—No es ninguna tontería —le aseguro—. En absoluto. Es tu decisión y
si así te sientes mejor, yo la respetaré.
Una leve sonrisa aparece en el rostro de Eleanor.
—Gracias, Sinclair.
—Gracias a ti por la confianza —replico de todo corazón—. ¿La
conozco? —pregunto entonces.
—Nos conocimos por internet —me cuenta hundiendo la cara en las
manos un momento—. En TikTok.
—¿En serio? —exclamo riendo.
—Sí, es patético, pero qué quieres que te diga. Sophia estudia en
Londres y nos hemos visto pocas veces —me explica, y un leve rubor se
extiende por sus mejillas. Su aspecto es el de Julieta. En este momento
comprendo en qué piensa cuando se mete en el papel.
—Es muy bonito —le digo con sinceridad—. De verdad, Eleanor. Y  te
prometo que no se lo diré a nadie.
Ni siquiera a Tori... A pesar de que las cosas seguramente se volverían
un poco menos complicadas si le contara que Eleanor tiene novia. Pero me
lo ha confesado en confianza, y si algo se me da bien es guardarme las
cosas para mí.
—¿Y  tú? —me pregunta, y levanto la cabeza de repente—. ¿A  ti te
parece bien besarme sobre el escenario?
—Sí, claro —respondo enseguida. ¿Debería haber dudado un poco al
menos? No quiero que piense que quería algo con ella.
—Bueno, yo lo decía por Tori.
Me quedo de piedra.
—¿Por Tori? ¿Por qué por Tori?
—Bueno, pensaba que vosotros dos...
—Solo somos amigos —la interrumpo. La ceja izquierda de Eleanor se
arquea a cámara lenta—. Y está saliendo con Valentine —añado con clara
amargura a continuación.
—Cierto —conviene ella, y me parece advertir un matiz de desilusión—.
Pero eso no cambia el hecho de que eres tú quien le gusta realmente.
Las orejas se me ponen coloradas de inmediato.
—Es mi mejor amiga —insisto.
—La química entre vosotros dos no es de este mundo —opina Eleanor
como si no hubiera escuchado lo que acabo de decir—. Estoy segura de que
Val también lo nota, y el señorito puede llegar a ser bastante borde cuando
no se sale con la suya —dice, y me lanza una mirada elocuente, aunque a
continuación sigue hablando sin dejarme meter baza—. Yo me arrepiento de
haber salido con él, no sé qué se me pasó por la cabeza. Tenía carisma, y
puede llegar a ser encantador cuando quiere, pero, si le haces enfadar, las
cosas se ponen feas. Fue así como me di cuenta de que lo que sentía por él
no podía compararse con lo que siento por Sophia —confiesa tragando
saliva—. A  veces siento la necesidad de avisar a Tori, pero también soy
consciente de que no es asunto mío.
—Yo también —replico sin saber muy bien si me refiero a la advertencia
o al hecho de que no sea asunto mío. Probablemente a las dos cosas—. Pero
por desgracia no puedo hablar con ella de eso sin que empecemos a discutir.
—¿Eso significa que a ti todavía te gusta?
Cierro un momento los ojos y luego, por primera vez, lo hago: asiento.
Poco a poco. Y me gusta la sensación de reconocer la verdad de una vez.
Eleanor se queda callada un momento.
—¿Y ella sabe lo que sientes?
—Claro que no —respondo riendo—. Se cree... —empiezo a decir, y
titubeo antes de decidirme a confesar—: Ella cree que estoy colgado de ti.
—Se nota —replica Eleanor para mi sorpresa.
—Genial —digo con un suspiro.
—¿Y piensas contarle la verdad o no? —me pregunta antes de tomar un
sorbo de su taza.
—No lo sé —admito.
—¿Qué te lo impide?
Arqueo una ceja antes de responder.
—¿Valentine Ward?
—Oh, por favor —se ríe ella—. Yo diría que te lo impiden más bien tus
sentimientos.
—Hace mucho que nos conocemos —le explico con calma—. Si
tuviéramos que estar juntos, ya habría sucedido hace tiempo.
—¿Cómo quieres que suceda si los dos estáis esperando a que sea el otro
quien se decida a dar el primer paso?
O sea, no nos engañemos. Hace tiempo que Eleanor se ha dado cuenta de
lo que hay entre Tori y yo.
—Y tampoco es que sea asunto mío —añade—. Solo quería comentarlo
para que no quedara en el aire. También podemos utilizar la técnica teatral
para los besos, me da igual.
—¿Te refieres a... no besarnos de verdad?
—No, espera —me pide Eleanor, tras lo que mira brevemente hacia un
lado, se inclina hacia mí y me pone las dos manos sobre las mejillas. La
taza le ha calentado los dedos y solo puedo pensar en la boca de Tori sobre
la mía. Eleanor posa los pulgares sobre mis labios y yo contengo el aliento.
Se acerca a mi cara hasta que no queda más que un palmo de espacio entre
nuestras bocas—. Y  si nos volvemos un poco respecto al público, nadie
notará la diferencia. —Dicho esto, me suelta de nuevo y se aparta—. ¿Te
parece mejor?
Asiento. De repente me he acalorado.
—Perdona, no pretendía agobiarte.
—No, no. No está mal —digo aclarándome la garganta—. Pero... Sí,
quizá sería mejor hacerlo así.
—De acuerdo —repone ella con una sonrisa—. Pues lo haremos así.
14

Victoria

Superar un enamoramiento implica tratar a esa persona como a un adulto,


sin ignorarlo ni evitar sus miradas. Me doy cuenta de que Sinclair está
confundido por el hecho de que yo ya no me sienta ofendida y me comporte
de un modo normal. Supongo que, por eso, después de la clase de Francés
me pregunta si todo va bien. Con esa pizca de culpabilidad que se supone
que debe contribuir a la reconciliación. Normalmente lo mandaría a la
mierda, pero, puesto que ya lo tengo superado, me controlo y le propongo
volver a pasar texto si le apetece.
Acordamos encontrarnos tras la última hora en el teatro y nos separamos
para acudir a nuestras respectivas clases. Llego pronto y no veo a Emma
por ninguna parte, y eso que la puerta del aula en la que tenemos la clase de
Historia solo está ajustada. Estoy a punto de abrirla cuando oigo unas voces
dentro y me paro en seco.
—¿Qué te ocurre, Olive? —pregunta el señor Acevedo. Al oírlo
contengo el aliento—. Pensaba que lo del último examen había sido un
desliz, pero esta vez la nota ha sido incluso peor.
Un largo silencio a continuación. Una parte de mí quiere retirarse sin
hacer ruido, pero otra insiste en quedarse allí para descubrir lo que pasa.
—No lo sé —responde ella con un hilo de voz—. No estudié lo
suficiente.
—Me gustaría creer que es solo eso, Olive, pero mis compañeros
también están preocupados por ti. No solo vas justa en mi clase y lo sabes.
Te estás jugando el paso al último curso, y me temo que, si esto sigue así,
las cosas no pintan bien para ti.
Se me forma un nudo en la garganta. Me había dado cuenta de que Olive
últimamente había sacado malas notas, pero no era consciente de que el
problema fuera tan grave.
—Me esforzaré más —la oigo prometer en voz baja. Durante el silencio
que sigue, visualizo el rostro serio y preocupado del señor Acevedo—. Es
solo que en estos momentos todo se me ha complicado mucho.
—Me gustaría ayudarte, Olive, pero para ello necesito que me cuentes
qué te ocurre.
—Nada —se apresura a responder.
—Quería ofrecerte una cosa: como sabes, hemos empezado los ensayos
de la obra de teatro y tanto en la parte técnica como en vestuario y
maquillaje no nos iría mal que nos echaras una mano. Si te apetece, me
alegraría contar con tu ayuda. De este modo podría tener en cuenta tu
participación a la hora de ponderar la nota del semestre.
—No estoy segura de que eso sea para mí —oigo objetar a Olive.
—Este curso tus notas son demasiado justas, Olive, tengo que insistir en
ello. Y  me daría mucha lástima que no aprovecharas esta oportunidad de
cambiar las cosas.
—Me lo pensaré.
—Hazlo, sí. Y que sepas que puedes venir a hablar conmigo si hay algún
asunto personal que te preocupe. Sabes que la señora Vail y la rectora
Sinclair también tendrán las puertas abiertas si prefieres hablar con una
mujer. Pero no hace falta que te lo diga, Olive. Llevas el tiempo suficiente
en la escuela para tenerlo claro, ¿verdad?
—Sí, gracias. Lo sé.
—Bien. Puedes irte.
Retrocedo apresuradamente cuando oigo que sus pasos se acercan. La
puerta se abre y Olive me ve en la pared opuesta del pasillo. Titubea
mientras el señor Acevedo sale del aula tras ella, nos saluda con un
movimiento de cabeza y se marcha.
—Hola —digo antes de que ella también pueda esfumarse. Olive me
dedica una mirada furiosa—. Molaría mucho que participaras en el club de
teatro.
Su rostro adopta una dureza inusitada.
—¿Estabas escuchando?
Mierda... Un calor repentino se apodera de mis mejillas.
—No, perdona, yo... De acuerdo, sí. Iba a entrar en el aula y os he oído,
pero solo...
—¿Por qué siempre tienes que meter las narices en los asuntos de los
demás? —me acusa. No queda ni rastro de la voz débil y quebradiza que he
oído hace un momento—. Ya no somos amigas, ¿tanto te cuesta entenderlo?
Me sobresalto al oírlo.
—Yo pensaba que...
—Para ya. Para de una vez, ¿vale?
Me gustaría decirle un montón de cosas, pero Olive no me lo permite. Se
da la vuelta y, cuando la veo negar con la cabeza, me siento fatal. Porque
tiene razón, realmente no ha estado bien que escuchara su conversación con
el señor Acevedo. El estómago se me encoge dolorosamente cuando pienso
en sus palabras. No es propio de Olive que de repente todo le dé igual.
Tiene que haber sucedido algo, y solo puedo esperar que tenga a alguien
con quien pueda hablar sobre ello. En ningún momento se me había pasado
por la cabeza la posibilidad de que no pudiera pasar de curso. Siempre
sacaba buenas notas y, aunque no lo fueran tanto como las mías, estaba muy
lejos de tener que preocuparse por aprobar.
Durante las horas siguientes tengo serias dificultades para concentrarme
en las clases. Hoy no coincido con Olive en ninguna asignatura y tampoco
me la encuentro por los pasillos. Estoy a punto de subir a buscarla a nuestra
ala después de la última hora cuando me topo con Sinclair, que me recuerda
que hemos quedado para pasar texto. Cuando me pregunta si todo va bien
me limito a asentir y me obligo a no seguir pensando en Olive. Quizá
durante los próximos días surja una oportunidad de hablar con ella para
disculparme. Quizá podría utilizar el código de vestimenta como excusa. El
tema quedó apartado de nuevo tras la fiesta de cumpleaños de Sinclair y,
entre el trabajo que tengo con el equipo de guion y la asistencia de
dirección de la obra, no doy abasto. Aun así, me parece demasiado
importante para olvidarlo sin más, sobre todo tras el lunes pasado, cuando
unas alumnas de noveno protestaron de nuevo presentándose a la asamblea
matinal de los lunes en pantalones y tuvieron que volver a sus habitaciones
para cambiarse.
Queda una hora para el ensayo y durante ese tiempo podemos disponer
del teatro para nosotros solos. En contra de lo esperado, las puertas no están
cerradas con llave. Sinclair tira de una y se aparta hacia un lado para
dejarme pasar. Los escalones enmoquetados amortiguan el ruido de
nuestros pasos. El silencio que se crea en la sala es casi antinatural cuando
la puerta se cierra de nuevo y nos aísla de las voces del exterior.
—¿Qué parte te gustaría oír? —pregunta Sinclair lanzando su mochila
sobre un asiento de la primera fila.
—Espera —le digo mientras saco el iPad y retiro la tapa—. Estamos
escribiendo la escena de la despedida, antes de que Romeo tenga que huir
de Verona.
—¿Después de haber matado a Teobaldo?
—Sí, exacto —respondo mientras repaso mi documento—. Romeo es
condenado al exilio y Julieta se acaba de enterar por su nodriza.
—De acuerdo —replica Sinclair, tras lo que se acerca al borde del
escenario y se apoya en él con las dos manos para impulsarse y subir con un
movimiento fluido—. ¿Quieres que continuemos en ese punto y tú vas
escribiendo?
—Sí, me parece bien.
Dejo las cosas sobre el escenario y me dispongo a dar el rodeo
correspondiente hasta las escaleras del lateral, pero Sinclair ya se ha
agachado delante de mí y me tiende la mano. Titubeo un instante antes de
permitir que me ayude a subir.
Se sienta delante de mí con una pierna flexionada y la mirada clavada en
el texto original, que nos sirve de referencia para crear nuestra propia
versión. El pelo rubio le cae sobre la frente.
—Bien —digo aclarándome levemente la garganta—. Julieta ha quedado
conmocionada por las muertes de Mercucio y de Teobaldo, pero está del
lado de Romeo. Al mismo tiempo, está desesperada porque su padre la
acaba de prometer con el conde Paris y quiere casarlos esa misma semana.
Tú no estás dispuesto a permitirlo, pero sabes que no sobrevivirás en
Verona si te topas de noche con un Capuleto. En realidad querías huir
amparado por la oscuridad, pero al final decides quedarte hasta el amanecer.
¿De acuerdo?
Sinclair parece absolutamente concentrado cuando levanta la mirada del
texto. Contemplar cómo se mete en el papel y se olvida por completo de su
propia identidad me sigue pareciendo fascinante.
—Bien, pues empecemos. Todavía no tenemos nada concretado para esta
escena, o sea que interprétala como más te apetezca. —Intento
recomponerme un momento y luego empiezo recitando las primeras líneas
de Julieta—: ¿Es eso cierto, Romeo? Dime que no es cierto lo que la gente
cuenta por la calle.
Sinclair tiene la mirada vacía, reconozco el impacto y la desesperación
en su rostro y cómo se recompone para Julieta.
—¿Qué es lo que cuentan? —pregunta con voz monótona.
—Que Teobaldo ha muerto. Por tu culpa. ¿Es eso cierto, Romeo? ¿Lo
has matado?
Los músculos de la mandíbula se le tensan cuando baja la cabeza.
—No estoy orgulloso de lo que he hecho.
—¡Por Dios, Romeo! ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Mi padre
está furioso, quiere verte muerto, quiere...
—Ya lo sé, amor mío —me interrumpe con brusquedad—. No quería
hacerlo, pero Teobaldo no me dejó elección. Me habría matado, estaba loco
de rabia. Y respecto a tu padre... No puedo quedarme en Verona. He venido
a despedirme de ti.
Se me forma un nudo en la garganta. Me sorprende, porque, al fin y al
cabo, solo estamos actuando, pero en cierto modo también estamos
haciendo algo más que eso.
—Entonces ¿es cierto? —susurro—. ¿Te han mandado al exilio?
—Es la única solución, amor mío —replica Sinclair mirándome con
tanta intensidad que ni siquiera puedo moverme—. Puedo marcharme y
vivir, o quedarme y morir.
—Entonces iré contigo.
—No seas ingenua.
—No soy ingenua, Romeo, ¡estoy desesperada! No me hagas esto.
—¿Crees que me divierte? Pierdo la cabeza con solo pensar que tendré
que renunciar a ti.
—Entonces quédate —le suplico—. Por favor, al menos unas horas.
Todavía no ha amanecido del todo, puedes quedarte un poco más.
—¿No lo oyes? Los pájaros ya cantan, el cielo empieza a clarear. Se me
acaba el tiempo.
—Déjame ir contigo —susurro—. Llévame contigo, lo digo en serio.
—Ya sabes que no es posible —objeta Sinclair mirándome a los ojos—.
Es demasiado peligroso.
—No me importa.
—Pero a mí sí. ¿Cómo quieres que no me importe, si tu vida está en
juego? ¿No lo entiendes?
Trago saliva antes de continuar.
—Así pues, ¿esto es una despedida? ¿Y  por cuánto tiempo? ¿Para
siempre? No podré soportar un día más sin ti —recito dejando el texto a un
lado—. Pero jamás me lo perdonaría si por mí te quedaras y te acabaran
encontrando. Quizá sea mejor que desaparezcas durante una temporada.
Hasta que las cosas se hayan calmado de nuevo.
—Sí, tal vez.
—Mírame. Estás muy pálido.
Sinclair no se mueve. Me clava los ojos y por un momento creo que no
sabe cómo continuar.
—Es solo la luz, amada mía —responde, y el estómago se me encoge de
repente cuando se inclina un poco hacia mí—. ¿Sabes una cosa? Me da
igual. Que me atrapen y me ejecuten. ¿Qué sería la vida sin ti? ¡Ven a
buscarme, muerte, tómame! Si no puedo estar a tu lado, no me quedará
nada por perder.
—Pero ¿qué dices? —replico acercándome un poco más a él. Noto el
miedo concentrado en la barriga. Soy Julieta y el amor de mi vida me
abandonará porque nuestra historia está marcada por el infortunio. No hay
solución—. No es posible que sea eso lo que deseas. ¿Es que no crees en
nuestro amor? ¿No crees que es más fuerte que el odio o que las disputas
sin sentido de nuestras familias? Márchate y regresa cuando todo se haya
calmado. Tengo que creer en esa posibilidad, y tú también.
—Julieta, es inútil —susurra él—. Pronto amanecerá, tengo que irme.
—Prométeme que volveremos a vernos.
Sinclair asiente sin dudar ni un segundo.
—No es una despedida definitiva, te doy mi palabra.
Su mirada está cargada de dolor y de anhelo. Tengo la sensación de estar
ahogándome en ella.
—Y ahora tienes que besarla —le indico cuando vuelvo a acordarme del
guion y lanzo una mirada a mi lado—. De acuerdo, bien. Bueno, ¿por dónde
quieres continuar?
—Por aquí mismo —responde con la voz algo ronca. Cuando levanto la
cabeza hacia él, me está mirando fijamente.
—¿A qué te refieres? —pregunto, y antes de que pueda parpadear ya está
pegado a mí. Posa sus labios sobre los míos y todo arde en llamas de
repente.
Cuatro años de mi vida, cuatro años que llevaba intentando prohibirme
esa posibilidad, se esfuman en una fracción de segundo.
Los labios de Sinclair son justo como los recordaba. Cálidos y tiernos.
Suaves y hábiles, pero esta vez también ansiosos. Igual que las manos con
las que me sostiene. Me pone una en la nuca y me inclino hacia delante. El
calor se extiende por mi cuerpo cuando mete una pierna entre las mías y de
repente me encuentro casi encima de él. Noto el suelo del escenario bajo las
rodillas y su erección contra mi muslo. Siento el vértigo del deseo, y al
mismo tiempo tengo la impresión de que la última pieza del universo que
faltaba por encajar por fin encuentra su lugar y posición correctas.
No sé a quién estoy besando. Si a Romeo o a Sinclair. Si a Sinclair o a
Charles. Al chico del que me enamoré en quinto curso o al hombre que me
quita el sentido desde hace unas semanas. Sea como sea, esto es mejor de lo
que había imaginado. Mejor que cualquier otra cosa.
Sigue oliendo igual que antes. A leche y a miel, con un matiz acre que
me quita el sentido. Sus manos me recorren el cuerpo tembloroso y cada
uno de los motivos por los que esto no podía ocurrir se esfuman en el aire.
Es como si nos hubiéramos besado ya mil veces, y al mismo tiempo todo es
tan intenso como solo puede serlo un primer beso. Nuestros labios
abriéndose para recibir al otro, su lengua en mi boca. Su rostro bajo mis
dedos, esa piel cálida y suave, la firmeza de su cuerpo. Músculos que le han
crecido mientras yo estaba ocupada convenciéndome a mí misma de que no
estaba enamorada de él.
Se detiene y se me queda mirando.
—Dios..., Tori.
Su voz ronca concentra el calor en mi entrepierna y vuelvo a besarlo. Me
acaricia el pelo y olvido mi propio nombre y dónde estamos: en el escenario
del teatro del internado. Me olvido hasta que la puerta se abre sobre las filas
de asientos y empezamos a oír risas y voces. Sinclair se queda de piedra
cuando retrocedo, sobresaltada, y me alejo de él.

Charles

La historia de amor entre Romeo y Julieta está completamente alejada de la


realidad. Podría mencionar varios motivos para explicarlo.
El primero: casarse con alguien tan rápido como sea posible para obtener
reconocimiento social no debería ser un objetivo prioritario en la vida (y
desde luego no es el camino a la felicidad).
Segundo: Romeo y Julieta se ven una vez, se desean y ya no tienen la
menor duda de que están hechos el uno para el otro (una idea demasiado
simple).
Tercero: los problemas no desaparecen de repente solo porque has
besado a alguien.
Tori y yo somos la prueba viviente de ello. Me paso el ensayo entero
lanzando miradas inseguras hacia ella y apartando la vista de nuevo en
cuanto se percata. Hacemos ejercicios de método en grupo y llega un punto
en el que ni siquiera estoy seguro de que lo de antes haya llegado a suceder
realmente.
La cabeza me da vueltas cuando pienso en el duro suelo de tablas bajo
mis escápulas y en el tierno cuerpo de Tori, en sus labios encajando con los
míos como si estuvieran hechos especialmente para ello.
—¡Charles! ¡Despierta! —grita el señor Acevedo agitando su libreto. Me
sobresalto y me doy cuenta de que, al parecer, no he escuchado sus
indicaciones para el próximo ejercicio. Los demás ya se han agrupado de
dos en dos.
—¿Sí? —me pregunta Eleanor, que de repente se ha plantado a mi lado.
—Sí, claro —respondo tragando saliva, y me quedo mirando un
momento a los demás—. ¿Qué tenemos que hacer?
Eleanor frunce el ceño.
—Contacto visual, no podemos romperlo.
—Ah —exclamo mirándola—. De acuerdo.
Bueno, es una suerte que no tenga que hacer este ejercicio con Tori.
Porque seguramente no aguantaría ni tres segundos antes de querer
envolver su rostro con mis manos de nuevo.
Eleanor tiene los ojos castaños. No tan claros como los de Tori. Son más
bien de un marrón chocolate.
—¿Todo bien? —me pregunta. Joder—. Sin apartar la mirada, Sinclair
—me indica con una sonrisa, aunque sus ojos permanecen serios. ¿Por qué
me está costando tanto?
—Lo siento —me disculpo enderezando la espalda. ¿Se me nota lo que
acaba de pasar con Tori? Todavía siento palpitaciones en los labios cuando
pienso en el beso que le he dado. Y en la entrepierna también—. ¿Tenemos
que hablar sobre algo en concreto?
—Solo sobre cómo ha ido la semana —dice Eleanor inclinando un poco
la cabeza. Quiero apartar los ojos de ella para buscar a Tori. Quiero mirarla
hasta que por fin encuentre en sus ojos alguna respuesta a lo que acaba de
ocurrir entre nosotros—. Bueno, ¿cómo te ha ido?
—Genial —miento—. ¿Y la tuya?
—Estresante. No he hecho gran cosa y estoy cansada de todos modos.
—Pues no se te nota.
Unas diminutas líneas de expresión aparecen en el rostro de Eleanor
mientras sonríe.
—No paras de mentir, querido.
—Ahora mismo no, te lo juro
Quizá esta sea la primera verdad que digo en todo el rato. Eleanor está
radiante, resplandeciente. ¿Es porque está enamorada? Me gustaría ver a
Tori así de feliz, y me gustaría ser el motivo. Pero no es así, y precisamente
por culpa mía. Y también porque Valentine Ward es un capullo. No quiero
pensar en lo que ocurrirá si llega a enterarse de que la he besado. Pero antes
o después se enterará, ¿verdad? ¿O es que Tori tiene previsto fingir que no
ha ocurrido nada? Empiezo a sudar.
—Vamos, suéltalo —me ordena Eleanor—. ¿Pero qué te pasa? Se nota
que te ocurre algo, Sinclair. No apartes la mirada.
—Tori y yo... —empiezo a decir, y bajo la voz para que nadie más pueda
oírnos—. Hemos estado ensayando mis textos antes. Una escena con beso.
Y digamos que ha sido un ensayo muy intenso.
—Oh —exclama Eleanor con los ojos relucientes—. ¿Muy muy intenso?
—Y ahora me estoy volviendo loco.
—¿Por qué?
—Porque no hemos podido hablar de ello. Ha llegado todo el mundo.
—¿Quién ha besado a quién? —me pregunta parpadeando con
ingenuidad.
Trago saliva con dificultad antes de responder.
—Yo a ella.
Eleanor sonríe.
—Uau, Sinclair. Estoy orgullosa de ti.
—Creo que no le ha gustado.
—¿Se lo has preguntado?
—No —respondo, y me quedo de piedra—. No sé por qué, pero no.
—¿Se ha apartado?
Titubeo unos instantes.
—No, no sé por qué, pero tampoco.
—Interesante, interesante...
—¡De acuerdo, muy bien! —grita el señor Acevedo—. Es suficiente.
Vuelvo la vista hacia un lado. Tori nos está mirando, impertérrita, y
luego desvía la mirada antes de que pueda reconocer alguna expresión en su
cara.
—¿Cómo os habéis sentido? ¿Louis?
No soy capaz de escuchar los comentarios. Es una tortura no poder
hablar con Tori. El resto de la hora me cuesta muchísimo olvidar el tema y
centrarme en lo que ocurre sobre el escenario. Ensayamos una de las
escenas de lucha entre Mercucio, Benvolio y Romeo, y no lo hago nada
bien. Lo noto.
—Suficiente —nos interrumpe el señor Acevedo a media escena, y el
corazón me da un vuelco. Louis y Gideon me miran con actitud
interrogante. El señor Acevedo me observa con detenimiento—. ¿Puedo
saber cuál es el problema?
—¿Qué problema? —pregunta Louis.
—Sí, ¿qué problema...? ¿Qué problema hay? Quizá deberíamos
preguntárselo a nuestro Romeo.
Todas las miradas se fijan en mí y yo solo quiero morirme.
—Charles, cuéntanos, ¿qué ocurre?
—Nada, yo... —empiezo a responder, pero me falla la voz y alguien se
ríe. Que he besado a Tori y ahora rehúye mis miradas, eso es lo que ocurre
—. ¿No lo he hecho bien?
—¿Que si lo has hecho bien? —repite el señor Acevedo—. ¿Tú tienes la
sensación de haberlo hecho bien?
Me quedo callado un momento.
—No —respondo al fin.
—Bueno, pues eso —constata el señor Acevedo mirando a los demás—.
Aunque también podemos sacar provecho de ello. Cuando tenemos una
mala sensación existe la posibilidad de que no lo hayamos hecho bien.
Los demás empiezan a hablar, pero el señor Acevedo me mira con
insistencia.
—Lo siento. ¿Vuelvo a repetirlo?
El señor Acevedo no reacciona. ¿Qué espera de mí? ¿Se supone que
tengo que leerle el pensamiento? Me doy cuenta de que la rabia empieza a
crecer en mi interior. Me siento desesperado, furioso, superado por las
circunstancias. Los demás empiezan a cuchichear entre ellos.
El señor Acevedo me indica con un movimiento de la mano que suba al
escenario.
—Por favor.
¿Eso quiere decir que sí? ¿Por qué se comporta de esa forma tan rara?
Intercambio una mirada con Louis y Gideon, que parecen igual de
confusos que yo. Luego doy unos pasos hacia un lado y me coloco en la
posición inicial. Los dos empiezan con un diálogo animado y apasionante.
Gideon borda el papel de Benvolio, parece que lo hayan escrito
especialmente para él. Cometo el error de mirar hacia un lado. Hacia abajo,
donde Grace y los demás siguen la escena con atención. Tori es la única que
no se está fijando en la interpretación de Gideon y Louis, sino en mí.
Se muerde ligeramente el labio inferior sin darse cuenta de que eso me
vuelve loco. Tiene los labios colorados, igual que las mejillas. Recuerdo la
calidez de su piel bajo los dedos y la suavidad de sus labios.
—¡Charles!
Reacciono con un respingo.
Mierda.
Louis y Gideon me lanzan una mirada interrogante sin decir nada, lo que
sin duda significa que no he entrado cuando debía.
—Bueno, no pasa nada —dice el señor Acevedo volviéndose—. Hemos
terminado por hoy, podéis marcharos —les indica a los demás, y durante
unos instantes se hace el silencio antes de que empiecen los murmullos—.
Menos tú, Charles. Quédate un momento, por favor.
Louis y Gideon me lanzan miradas de compasión antes de bajar del
escenario. El señor Acevedo me hace señas para que baje yo también. Tori
ya se ha marchado.
—Puedo dejarte intentarlo por tercera vez, a ver si lo haces como tú
sabes, o simplemente puedes contarme qué te ocurre —me propone el señor
Acevedo en cuanto nos quedamos solos—. Vamos, ¿qué te pasa?
—No es nada —miento, y tengo que aclararme la garganta—. Ha sido un
día muy largo, lo siento. He dormido poco.
El señor Acevedo me examina con detenimiento.
—Bueno, pues supongo que solo me queda aconsejarte que te acuestes
antes si realmente tengo que tirarte de la lengua para que hables de una vez.
Me quedo callado.
—¿Tiene algo que ver con alguna de las personas que estaban en el
teatro?
Guardo silencio con obstinación.
—En ese caso te recomendaría que intentes parecerte un poco a Romeo.
—Por lo que sé, las cosas no le salen muy bien que digamos —murmuro.
El señor Acevedo esboza una sonrisa.
—Al menos tienes sentido del humor. Y  la posibilidad de salir mejor
parado que él.
—Ojalá fuera tan sencillo —comento mirando hacia la puerta y
pensando que tal vez Tori me esté esperando fuera.
—Creo en ti, Charles. De verdad. Y ahora márchate. Algo me dice que
tienes una conversación pendiente.
Asiento y me despido de él.
Subo corriendo los escalones y abro la puerta.
El vestíbulo del teatro está desierto. Eso creo, al menos, porque entonces
la veo en el pasillo, justo antes de que doble la esquina. Con Valentine.
Cogidos de la mano.
Me quedo petrificado, el cuerpo se me entumece mientras los veo
marcharse juntos.
15

Victoria

No sé en qué momento mi vida se ha convertido en este culebrón en el que


primero me besa mi amor platónico y luego mi mejor amigo. Y con pocas
semanas de diferencia.
Me siento como si no estuviera dentro de mi piel cuando salgo del teatro.
Por la ventana del ala norte, los rayos de sol iluminan el vestíbulo mientras
los demás charlan entre ellos. Se marchan y yo me quedo allí plantada. Sus
voces se acallan poco a poco cuando doblan la esquina del pasillo y me
quedo sola.
¿Y ahora qué? ¿Espero hasta que salga Sinclair? ¿Qué querrá comentarle
el señor Acevedo? Ha quedado clarísimo que Sinclair no estaba centrado, y
los dos sabemos cuál es el motivo. A pesar de esa extraña sensación de que
lo que ha ocurrido sobre el escenario no ha sido más que un confuso sueño
febril.
Pero ha habido un beso. No, no es del todo cierto. Decir que ha sido un
beso no le hace justicia. Ha sido mucho más que eso. Han sido besos,
pasión descontrolada. Ha sido lo que me había imaginado en tantos
escenarios ficticios que casi había olvidado lo intensa que puede llegar a ser
la realidad. El tacto, las respiraciones entrecortadas. No quería que
terminara. El momento en el que se ha decidido a besarme ha sido como el
primer día de mi vida.
—Tori.
«No.»
«Ahora no.»
Me doy la vuelta y me olvido de fingir una sonrisa.
Val frunce el ceño mientras se me acerca. Por la ropa y la bolsa que
lleva, parece que acaba de salir de un entrenamiento de rugby o del
gimnasio.
—¿Qué hay? —pregunta.
«Remordimientos de conciencia en forma de un dolor de barriga intenso,
eso es lo que hay, Valentine.»
Si él supiera... Dios, si llegara a tener la menor idea de lo que he hecho
hace un rato. ¿Ha sido una infidelidad? En realidad sí, ¿verdad? ¿O sea que
ahora no soy mejor que las mujeres de los libros que me sacan de quicio
porque van contra todos mis principios? ¿Por qué nadie me ha advertido de
la facilidad con la que ocurren estas cosas? Sobre todo cuando se trata de
alguien a quien deseas besar desde hace tanto tiempo. Y lo mío con Val ya
es bastante oficial, ¿no? ¿Estamos saliendo juntos o no es más que un
juego? No se sabe, porque, cada vez que creo haber resuelto las dudas, la
certidumbre se me escapa entre los dedos como una pastilla de jabón
mojada.
—Nada en especial —respondo en una octava demasiado elevada, pero
Val no parece notar nada raro. Su mirada se clava en la puerta del teatro
mientras se me acerca—. Acabamos de terminar. El señor Acevedo quería
comentarme algo más.
Val suelta un ruido ininteligible antes de inclinarse sobre mí. Y entonces
el día pasa a la historia como el que permití que dos chicos me besaran con
tal vez una hora de diferencia.
—¿Y  tú qué tal? —le pregunto cuando se aparta de mí—. ¿Estabas
entrenando?
—En el gimnasio, necesitaba desahogarme un poco —se limita a decir
mientras me coge de la mano. Normalmente le preguntaría el motivo, pero
hoy no me atrevo. La piel de Val es cálida, pero no tan suave como la de
Sinclair. Lo sigo sin ofrecer resistencia, sin tener ni idea de adónde vamos
—. Bueno, ¿qué?
Me tenso un poco.
—¿Qué de qué?
Val se me queda mirando con detenimiento.
—Tu día; ¿cómo te ha ido? ¿Qué has hecho?
—Eh, yo... ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque hace mucho que no nos vemos. E intento interesarme por ti,
prestarte atención. ¿Qué pasa, esto tampoco lo hago bien o qué?
—Sí —respondo, después respiro hondo—. Genial —añado forzándome
a sonreír—. De verdad.
—¿Qué haces luego?
—Todavía no lo sé. Tengo que crear más contenidos para Instagram y
TikTok, y desde principios de semana no he tenido tiempo de leer.
—Ya leerás cuando seas vieja y fea.
—¡Eh!
—¿Qué pasa? Es la verdad. Mientras tanto, tienes que salir y vivir la
vida a tope. Divertirte, salir de fiesta. Después de la hora de cierre nos
encontraremos en la mazmorra. Vendrás, ¿verdad?
Titubeo un momento. Val se queda quieto, pero me coge la mano, lo que
me obliga a corresponderle.
—Bueno, yo... Los demás estaban pensando en celebrar una fiesta de
medianoche en el viejo invernadero —digo cuando me acuerdo del mensaje
que han dejado en el grupo Midnight Memories Emma y Henry hace un
rato.
Val se ríe.
—Entonces será mejor que vengas con nosotros y así te ahorras ese
parvulario. Fiesta de medianoche... ¿Cuántos años tenéis? ¿Doce?
Reprimo las ganas de comentar que Val y sus amigos, hasta hace poco
menos de un año, también celebraban fiestas en el viejo invernadero, como
todos los alumnos de décimo y undécimo. La tradición no oficial de
Dunbridge así lo estipula. El viejo invernadero nos pertenece a nosotros,
mientras que las catacumbas están reservadas para los de último curso.
—Ya veremos —digo a modo de evasiva—. Últimamente he dormido
muy poco.
—Tori, tienes claro que dentro de unas semanas me marcharé de aquí,
¿verdad? —me advierte Val soltándome la mano—. Falta poco para los
exámenes de acceso a la universidad y luego dejaré el internado. ¿En serio
prefieres quedarte acurrucada en tu cuarto leyendo que venir conmigo y
pasarlo bien con los demás?
—Claro que quiero pasarlo bien contigo.
Pero preferiría pasarlo bien con mis amigos. Y sobre todo con mi mejor
amigo, para descubrir si el beso de antes ha sido un accidente o algo
auténtico. Sea como sea, eso significa que lo de Val no puede continuar.
Quizá ha sido la señal que necesitaba para estar convencida de que no debo
estar con él, porque nunca seré suficiente para Val. Pero ¿cómo explicas
algo así?
«Cuando se trata de ti, simplemente me siento demasiado insegura.» La
voz de Val, su mirada penetrante siempre que le garantizo por enésima vez
que no ocurrirá nada entre Sinclair y yo. Nunca me cree, y resulta que al
final llevará razón. Lo tenía por un celoso sin remedio, pero tal vez no lo
sea. La culpa es mía, es evidente que soy muy mala persona.
Val se me queda mirando con tanta expectación que se me revuelve el
estómago. Esto no le trae sin cuidado, yo no le traigo sin cuidado. Tengo
que decírselo, y mejor pronto que tarde. Podría intentar hablar con él a solas
esta noche, al fin y al cabo sus amigos estarían cerca en caso de que no se lo
tomara bien. Dios, no puedo... Pero ¿acaso me queda otra?
—¿Después del cierre del ala, dices? —pregunto.
A Val le brillan los ojos llenos de esperanza mientras asiente.
—A  las diez y media, once, más o menos. ¿Te apuntas? Pasaré a
recogerte.
—Ya sé llegar sola, tranquilo —me apresuro a responder, y Val frunce el
ceño—. No vaya a ser que te pillen —arguyo—. La señora Barnett lo oye
todo.
—Vale, de acuerdo —accede asintiendo.
Y no vaya a ser que Emma u otra persona de mi curso se entere de que
Val pasa a recogerme y piense que no iré a nuestra fiesta de medianoche,
porque pienso ir después, cuando haya cumplido con lo que tengo que
hacer. Será mejor eso que quedarme acurrucada en mi habitación a solas,
porque algo me dice que la reacción de Val puede llegar a ser bastante
desagradable. Y con razón, lo que he hecho no está nada bien. En realidad
es imperdonable.
—Perfecto —replica Val con una sonrisa, y se queda parado junto a la
bifurcación de las arcadas que lleva hacia su ala—. Pues me voy a la ducha.
Me observa con detenimiento. Me mira los pechos, la barriga y las
piernas. ¿Me he perdido algo? Cuando Val vuelve a levantar la vista,
detecto algo en sus ojos que me pone nerviosa. Es algo oscuro y acuciante,
y me inquieta. Despierta en mí el deseo de salir corriendo cuanto antes para
alejarme de él, para esconderme en un lugar que me proteja de todo este
caos absurdo. Con Sinclair, para retomar lo que hemos tenido que
interrumpir.
—Hasta luego —digo, y me noto los labios entumecidos cuando me doy
la vuelta. Mis pasos son apresurados, no pienso en nada mientras me dirijo
al ala oeste. Hasta que llego a mi habitación, ni siquiera me atrevo a respirar
hondo.
Cierro la puerta y dejo que el silencio me envuelva. Luego levanto la
mano poco a poco y me toco los labios como me los ha tocado hace un rato
Sinclair con los suyos. Por segunda vez en la vida, aunque esta vez ha
tomado él la iniciativa. Y  no ha sido en un pasillo oscuro, sino sobre un
escenario. Por suerte, no había más espectadores que nosotros mismos,
aunque eso no tiene importancia. Me ha besado. Se ha inclinado hacia mí
sin dudarlo ni un segundo.
Cierro los ojos.
Sin embargo, ¿ha sido realmente Sinclair quien ha besado a Tori, o era
Romeo seduciendo a Julieta? ¿Estaba interpretando su papel? ¿Pensaba en
Eleanor?
«Ha pronunciado tu nombre...»
Sí, así es. No han sido imaginaciones mías ni mucho menos.
Mi móvil se ilumina, pero veo que no es más que Gideon preguntando
algo en el grupo de Midnight Memories.
¿Debería escribir a Sinclair o sería mejor esperar a que lo haga él?
Seguramente será mejor dejarlo para más tarde y hablar con él
directamente. Y que sea lo que Dios quiera. En todo caso podré contarle que
lo de Val ha terminado. Y luego quiero saber qué significaba ese beso, si iba
en serio. Con solo imaginarlo, noto un cosquilleo por todo el cuerpo.
Empiezo a pasear por la habitación. La cama me tienta, pero ahora no
tengo tiempo de sentarme o de acostarme, necesito hacer algo que me
distraiga de las conversaciones que tendré que mantener más tarde. Podría
volver a ordenar la estantería en la que guardo los libros; ya no queda nada
de la idea original de clasificarlos por colores, como si fuera un arcoíris.
Durante las últimas semanas los he ido apilando de cualquier manera en los
lugares libres cuando terminaba de fotografiarlos o de grabar los vídeos. El
caos resultante me molesta desde hace días, pero tampoco hasta el punto de
decidirme a ordenarlo de una vez. Hasta ahora.
Los pensamientos siguen dando vueltas en mi cabeza mientras apilo los
libros sobre la cama y el escritorio. Estoy tan desesperada que incluso me
molesto en limpiar la estantería vacía con un trapo húmedo. Voy
controlando el móvil, pero Sinclair no me escribe, y con cada minuto que
pasa me pongo más furiosa. Sin duda no se ha quedado tanto rato con el
señor Acevedo. Y en cierto modo parece apropiado que hablemos sobre ese
beso. ¿O es que realmente fue solo un beso de Romeo a Julieta y él no ha
vuelto a pensar en ello? Dios, estoy perdiendo la cabeza.
Acabo de terminar de ordenar la mitad de la estantería cuando alguien
llama a mi puerta. El corazón me da un vuelco, pero antes de que el pánico
se apodere de mí oigo la voz de Emma al otro lado.
—¿Vienes a comer?
Dejo los libros que tengo en la mano en algún sitio, bajo la música y voy
hacia la puerta.
Cuando la abro, Emma se me queda mirando expectante.
Asiento y me doy la vuelta.
—Sí, dame un segundo.
Emma entra en mi habitación por iniciativa propia.
—Ajá, estabas escuchando la lista «Hot Guy Shit». Eso solo puede
significar una cosa.
—Ah, ¿sí? ¿Y se puede saber qué?
—Y estás ordenando de nuevo.
—Solo la estantería —me justifico, tras lo que apago la música y me
pongo los zapatos. Emma coge un libro—. Ese tienes que leerlo —le
recomiendo.
—¿Es tu autora favorita? —me pregunta mientras le da la vuelta para
echar un vistazo al texto de la contracubierta.
—Sí, me encantan todas sus novelas. Se rumorea que pronto harán la
peli de alguno de ellos. Y  dicen que la banda sonora será de Scott
Plymouth.
—¿Quién es? —pregunta Emma.
—PLY  —respondo esperando que caiga en la cuenta. Sin embargo,
Emma se me queda mirando sin cambiar de expresión, mostrando que no
tiene ni la más remota idea de quién es—. Ese cantante canadiense, ¿sabes?
Skin Deep, More... Seguro que lo has oído alguna vez.
—Ah, ¿es el que antes llevaba máscara?
—Sí, exacto.
—Tienes una lista de reproducción de sus canciones, ¿verdad?
Asiento. Por supuesto que sí, siempre que leo fan fiction me pongo una
banda sonora adecuada. Y hay mucha fan fiction sobre Scott Plymouth. El
hecho de que esté saliendo con la autora que ha escrito los mejores textos
sobre él podría acabar en una novela, pero eso ya es otra historia.
—¿Me lo prestas? —pregunta Emma sosteniendo el libro en alto. Es un
ejemplar firmado de la última obra de Hope MacKenzie. Asiento sin
demasiada convicción—. No te dejaré ninguna marca en el lomo, te doy mi
palabra de vecina de habitación.
—¿Tan claro tenías que te diría eso?
—Un poco —replica Emma, tras lo que se queda el libro y me sigue
hacia la puerta.
—¿Te lo llevas al comedor?
—Luego iré directamente a ver a Henry —me explica asintiendo.
—Claro, porque cuando estés con él seguro que te pondrás a leer...
—Él tiene que preparar una exposición para la clase de Biología.
Me río en voz baja.
—¿Qué?
—Nada, lo de la exposición de Biología... Bennington es tan modélico.
Emma se encoge de hombros.
—Solo me quedo a vigilar que no se duerma antes de la fiesta de
medianoche. Ya sabemos que es su especialidad.
—La última vez funcionó a las mil maravillas —comento pensando en
cómo Sinclair se los encontró a los dos durmiendo como troncos en la cama
de Henry.
—Déjanos —dice Emma, aunque se le escapa la risa.
Es una espinita que tengo clavada; no porque no me alegre por ella y por
Henry, claro que me alegro, hasta un punto increíble, además, porque se
merecían ser felices. Pero últimamente todas las relaciones ajenas me
recuerdan a lo que Sinclair y yo no tenemos. Bueno, sí, el beso ya es una
cosa menos, pero después de todo aún no sé si ha significado algo.
Henry nos espera frente al comedor y me parece insoportablemente
tierno ver cómo le da un beso a Emma y le coge el libro para echarle un
vistazo. Pero, claro, es Henry Bennington, lo que significa que se interesa
de verdad por lo que su novia lee y piensa, por cómo le ha ido el día.
No veo a Sinclair por ninguna parte. Espero diez minutos en la mesa a
que aparezca, hasta que a Henry se le ocurre mencionar como si nada que
Sinclair cenaría en casa de sus padres. Es algo que hace de vez en cuando,
no tiene nada que ver conmigo. Eso espero, al menos. Pero justamente hoy
me habría ido de perlas hablar con él después de cenar.
No pasa nada, lo haré más tarde. Seguro que vendrá a la fiesta de
medianoche, por mucho que luego tenga que trabajar en el obrador. Porque
hace una eternidad que Sinclair no se queda a dormir en casa de sus padres
durante el curso escolar. Normalmente solo duerme en Ebrington durante
las vacaciones, porque de todos modos no hay nadie en el internado.
Cuando los de último curso se levantan para servirse la comida, noto que
Eleanor me mira fijamente. Me quedo helada. ¿Lo sabe? ¿Es el motivo por
el que Sinclair no está aquí? ¿Ha ido a contárselo todo? ¿O se lo ha contado
antes, mientras hacían ese ejercicio de teatro en parejas? Ha sido
insoportable, y aun así no podía apartar la vista de ellos mientras se miraban
a los ojos sin romper el contacto visual en ningún momento. Y aunque no
he podido oír sobre qué hablaban, creo que ya sé la respuesta. Debe de
habérselo contado, como yo haré con Valentine más tarde.
Mi siguiente mirada es para Val, pero este no dedica ni un segundo a
corresponderme. Está charlando con Cilian y suelta una risotada atronadora
mientras avanzan en la cola. En ese momento me planteo por primera vez si
no sería más prudente no decirle nada. Solo es un pensamiento fugaz, pero
soy consciente de que no estaría bien, y de todas formas no puedo seguir
así, estoy harta.
Cuando por fin nos toca ya no tengo apetito. Me siento como si no
estuviera dentro de mi propia piel. Olive está delante de mí en la cola para
recoger la comida y me ignora. Mi mejor amigo me ha besado. Todo se
desmorona, justo lo que intentaba evitar que sucediera. Las cosas están
saliendo de maravilla, vamos.

Charles

Cenar con mamá y papá tranquilamente, en casa, sin estar mirando el móvil
todo el rato ha sido más duro de lo que creía. Pero se han dado cuenta
enseguida de que algo no iba bien, y justo hoy no me apetecía lo más
mínimo contarles lo sucedido a mis padres. No es que no pueda hablar con
ellos sobre cualquier cosa, pero lo mío con Tori es un chiste recurrente entre
estas cuatro paredes desde hace años. En Dunbridge a mi madre jamás se le
ocurriría soltar el más mínimo comentario, pero aquí, en casa, no oculta lo
mucho que le gustaría que Tori fuera su futura nuera. Y aunque no puedo
insistir más en que solo somos amigos, a la hora de la verdad se muestra tan
incrédula como papá, que no para de preguntarme cuándo volveré a traer a
Tori a comer. Bueno, hace unas horas lo habría seguido afirmando con
seguridad e ingenuidad, pero, a medida que pasa el tiempo, cada vez estoy
menos seguro. La he besado sin pensar, ni siquiera le he preguntado si le
parecía bien. Y  en lugar de hablarlo, he visto cómo se marchaba con
Valentine Ward. Menuda mierda, qué ganas tengo de gritar. Para no tener
que verla he decidido presentarme a cenar en casa de mis padres en el
último momento.
Intento no pensar en Tori, les cuento cosas sobre Jubilee y sobre los
ensayos, aunque omito mencionar la conversación que he mantenido con el
señor Acevedo. Espero que mi madre no haya hablado con él; sería
incómodo, aunque entonces quizá mamá y papá rebajarían sus expectativas.
Desde que saben que interpretaré a Romeo no paran de hablar de las ganas
que tienen de ver la función en verano. Si no fuera tan ridículo, la verdad es
que preferiría que no vinieran; ya pasaré suficiente vergüenza actuando
frente a toda la escuela. Porque, si todo sigue como hasta ahora, es lo que
sucederá. Me moriré de vergüenza.
Afortunadamente, ahora mismo tengo otras preocupaciones. Porque he
besado a Tori y no sé cuánto rato llevo mirando fijamente el móvil desde
que he llegado al internado tras el cierre del ala. Emma está en la habitación
de al lado con Henry, y más tarde hemos quedado en el viejo invernadero.
Preferiría no ir, pero entonces me doy cuenta de que lo más probable es que
ella no venga. Seguro que preferirá quedarse con los de último curso en esa
rancia mazmorra. No hace mucho, le habría escrito sin dudarlo ni un
segundo. No sé cuándo empezaron a cambiar las cosas, pero tengo claro
que esta situación no me gusta nada. De verdad. Odio que Tori ya no sea la
persona a quien se lo puedo contar todo, aunque sin duda lo que más odio
es que ella no me cuente nada a mí.
Ahora mismo, abrir nuestro chat me sienta como un puñetazo en la boca
del estómago. Hace más de una semana del último mensaje, y encima fue
una chorrada, aunque no es que antes nos comunicáramos mucho por
WhatsApp. ¿Para qué, si pasábamos la mayor parte del día juntos? Pero
hace una eternidad del último mensaje que decía «¿Qué haces? ¿Puedo
venir?», y sé que si no hago nada las cosas no cambiarán por sí solas.
Aunque tampoco puedo escribirle. Nos hemos besado y luego se ha
marchado con Valentine Ward. Más claro, agua. Seguro que no le ha
contado lo que acababa de suceder. ¿De qué más podrían haber hablado si
no? Y después de todo, supongo que el hecho de que se haya marchado con
él ya debería bastarme como respuesta.
Cuando Henry me escribe un poco más tarde para saber si salimos ya,
me gustaría contestarle que prefiero quedarme durmiendo. Pero, si lo hago,
sabrá de inmediato que algo no va bien, y esta noche quiero evitar como sea
tener que darle demasiadas explicaciones.
Sin embargo, Henry no sería Henry si no fuera capaz de notarlo de todos
modos. Lo veo en sus ojos cuando, ya en el viejo invernadero, no puedo
parar de mirar hacia la puerta, por si a Tori se le ocurre entrar en algún
momento. Aunque no se da el caso.
—¿Tori no vendrá? —me pregunta Henry con su cara de máxima
inocencia colocándose a mi lado.
Me encojo de hombros.
—¿Cómo quieres que lo sepa?
Se me queda mirando con detenimiento antes de responder.
—Nada, solo preguntaba.
—Supongo que debe de estar con Val y los demás.
Henry arquea las cejas sorprendido.
—Interesante —comenta, y cuando me mira de nuevo empiezo a
ponerme nervioso de verdad.
—¿Qué?
—Nada, nada...
—Me da igual, que salga con quien quiera.
¿Por qué tengo que justificarme tanto si acabo de decir que no me
importa?
—Bueno, comprendería que te molestara —me dice Henry.
—¿Por qué iba a molestarme?
Se encoge de hombros.
—A mí me molestaría que Emma prefiriera salir con los de último curso
en lugar de estar conmigo.
—Emma es tu novia.
Henry no replica nada, pero a veces un silencio puede ser la más
elocuente de las respuestas. Vuelve el rostro hacia un lado y sigo su mirada
hasta Emma, que está sentada en el otro extremo del invernadero riendo a
carcajada limpia con Omar, Salome e Inès.
—Además, es evidente que está aquí —constato, tras lo cual me dedica
una sonrisa llena orgullo cuando nos miramos de nuevo.
—Diría que sí —responde. Es insoportable cómo le brillan los ojos, pero
la verdad es que se merece esa suerte que ha tenido. No consigo impostar
una sonrisa lo suficientemente rápido antes de que se fije en mí de nuevo—.
¿Te apetece tomar un poco el aire? —propone señalando hacia la puerta con
un movimiento de cabeza.
Comprendo enseguida lo que quiere decir. Es nuestra manera de
preguntarnos: «¿Te apetece charlar con calma?».
Y  en realidad no quiero, pero en el pasado siempre me he sentido
bastante aliviado después de compartir mis ridículos problemas con él.
Asiento sin mucha convicción y lo sigo afuera.
La noche es fresca, pero ya no tan gélida como durante el baile de Año
Nuevo. Desde hace poco, las temperaturas han mejorado hasta el punto de
que ya empieza a notarse la inminente llegada de la primavera, a pesar de
que apenas ha empezado el mes de marzo.
Henry se pone la capucha de la sudadera de Dunbridge y cruza los
brazos frente al pecho.
—¿Quieres contármelo o no?
—¿Si te quiero contar qué? —pregunto.
Henry se encoge de hombros.
—Dímelo tú.
Suelto un suspiro.
—¿Tori? —me pregunta, y no puedo evitar cerrar los ojos—. Tori —
confirma como si hablara consigo mismo—, me lo imaginaba.
—Dime solo una cosa —le pido—. ¿Cómo os disteis cuenta de lo
vuestro Emma y tú?
—¿A qué te refieres?
—Pues que la situación era realmente complicada en vuestro caso. Tú
todavía salías con Grace, Emma no iba a quedarse más de un año en el
internado. Y aun así lo conseguisteis.
—¿Quieres oír la respuesta romántica o la realista? —me pregunta
Henry.
—En realidad, ninguna de las dos.
—Pues no haber preguntado. Veamos... Había más motivos para estar
con ella que para no estarlo. Y deja de poner los ojos en blanco, ya sabes a
qué me refiero.
—¿Esa era la respuesta romántica o la realista?
—¿Tú qué crees? —se limita a replicar Henry.
—Tío, no es que me estés ayudando mucho...
—La comunicación —afirma Henry con más seriedad—. La clave es la
comunicación.
Suelto un gemido de frustración al oír su respuesta.
—¿Qué creías que te aconsejaría? ¿Que te quedaras de brazos cruzados,
sin hacer nada, esperando un milagro? Esa no es la mejor actitud para
conseguir lo que quieres. Ya sé que es una mierda, pero por desgracia es
cierto. Esa clase de problemas prácticamente se esfuman por sí mismos con
solo mencionarlos en una conversación. Cuesta creerlo, ¿verdad?
—Bennington, lo último que necesito es que me vaciles.
—Vale, lo siento. Te entiendo, estás desesperado.
—No, te aseguro que no lo entiendes —objeto—. Nos besamos.
—Sí, en séptimo, ya lo sé.
—No, me refería a... —empiezo a decir, pero me paro de repente—. Un
momento, ¿y tú cómo lo sabes?
—Porque os vi al salir del baño.
—¡¿Y me lo cuentas ahora?!
Henry se encoge de hombros.
—Es asunto vuestro, no mío.
—Dios, Bennington, eres imposible.
—Daba por sentado que sabías que estaba al corriente.
—Pues no, ¿cómo querías que lo supiera?
—Ni idea. Pero, bueno, ahora ya lo sabes.
—De acuerdo. Uau —exclamo echando la cabeza hacia atrás—. Y no me
refería a ese beso.
—¿A cuál entonces?
—Pues a otro beso.
—¿Que os habéis besado otra vez? Sinclair, tío. ¿Por qué no me lo has
dicho?
—Porque ha sucedido hoy. Esta tarde.
—Dios —murmura Henry, y suena demasiado emocionado, demasiado
alegre. Incluso esperanzado, a pesar de no tener motivos para ello—.
Cuéntamelo todo.
—No hay mucho que contar. Estábamos repasando mis textos antes del
ensayo. Era una escena de beso, ella leía el papel de Julieta. Y no sé cómo,
pues... eso.
—Dios —repite Henry—. ¿Y luego?
—Luego han llegado los demás y ya no hemos vuelto a vernos, porque al
final se ha marchado cogida de la mano de Valentine Ward —explico
intentando camuflar la amargura que tiñe mi voz.
Henry titubea un momento.
—Ya veo —me dice—. No es precisamente un desenlace ideal...
—Es una puta mierda, Henry.
—Podríamos decirlo así. ¿Y qué te parecería preguntarle si podéis hablar
sobre el tema?
—No puedo hablar con ella.
—¿Por qué no?
—Porque está con Valentine, y eso ya lo dice todo.
—¿Crees que no le ha gustado? —pregunta Henry frunciendo
ligeramente las cejas, como si el comentario fuera completamente
inadecuado. Aunque parece que se equivoca al respecto.
—Ella ha..., bueno, me ha seguido la corriente, digamos. Al menos
mientras estábamos solos, pero no tengo ni idea. Mierda, Henry, ¿por qué
todo tiene que ser tan difícil?
—Por desgracia, así son las cosas. Por eso mismo tenéis que hablar
cuanto antes.
—¿Por qué está con él y no aquí conmigo? —me lamento
sorprendentemente dolido—. ¿Qué espera de ese capullo? No tiene ningún
sentido, es demasiado buena para ese tío. La trata como a una mierda, y aun
así siempre acaba volviendo con él. No lo entiendo.
—Es posible que ni ella misma lo entienda —supone Henry, y al ver que
no replico nada, decide seguir hablando—: Yo solo sé que eres la persona
en quien más confía en el mundo. Eso es evidente.
—Tal vez lo era —objeto tragando saliva—. Pero últimamente apenas
hablamos. Es insoportable, porque tengo la sensación de haber perdido a mi
mejor amiga.
—Tenéis que hablar —insiste Henry—. De verdad, Sinclair. ¿Y  si ella
piensa lo mismo que tú? Todo el día te está viendo con Eleanor, quizá no se
siente segura.
Durante un milisegundo estoy a punto de contarle lo de Eleanor y
Sophia, pero luego decido no hacerlo. Es algo que me confió a mí y solo a
mí, y además me pidió que no se lo contara a nadie.
—Sabe que solo somos compañeros de reparto —replico.
Henry se me queda mirando de un modo elocuente.
—¿Seguro?
No respondo, porque en ese mismo instante empieza a vibrarme el
móvil. El corazón me da un vuelco, pero no es el nombre de Tori el que
aparece en la pantalla, sino el de Eleanor.
¿Estás despierto?

—¿Es ella? —pregunta Henry, pero no le hago caso.


¿A qué viene esto? ¿Y por qué noto este gruñido nervioso en el estómago
cuando veo que Eleanor está en línea?
Sí, ¿por qué?

Estamos en la mazmorra y Val acaba de salir con Tori. Creo


que se están peleando.

Me quedo helado.
¿Puedes venir?

Voy para allá.

—¿Sinclair? —dice Henry agarrándome por el hombro—. ¿Qué ocurre?


—Tengo que irme —me limito a responder.
—¿Va todo bien?
—Me temo que no —contesto, y echo a correr.
16

Victoria

Nunca he comprendido por qué los de último año se empeñan en celebrar


sus fiestas en las catacumbas del internado. El viejo invernadero no solo es
más grande, sino también mucho más acogedor que la mazmorra. Porque,
por desgracia, el lugar es exactamente lo que sugiere su nombre: oscuro e
inquietante. Además, huele a cerveza y a colillas apagadas a pesar de que
está estrictamente prohibido fumar en las instalaciones de Dunbridge. Los
sofás y sillones están tan raídos y llenos de manchas que prefiero no pensar
de dónde han salido.
Intento tocar la tela lo mínimo posible mientras estoy sentada al lado de
Val. Cuando he llegado, se ha alegrado un montón, y con esa voz de trueno
que tiene me ha presentado a todos los demás, como si no me conocieran
ya. Me inquieta lo borracho que va hoy también. Y habría preferido evitar
las miradas medio divertidas y medio despectivas que me han lanzado los
de último curso mientras levantaba la mano para saludarlos antes de que Val
tirara de mí para ir a servirse otra copa.
Algunas noches ya me parece casi insoportable ver cómo los demás
beben en las fiestas de medianoche que celebramos en el viejo invernadero,
pero esto de aquí es mucho peor. Ni siquiera Eleanor y sus amigas van
sobrias. Y, aunque nadie ha intentado obligarme, noto que a Valentine le
revienta que siga bebiendo solo agua o cocacola. Había olvidado lo
excepcional que resulta que mis amigos no tengan prejuicios al respecto.
Sinclair es el único que sabe que no bebo porque no puedo, y es que ¿cómo
voy a disfrutar de algo que de forma lenta pero segura me está quitando a
mi madre? No es tanto el miedo a perder el control, es que simplemente no
le veo sentido a consumir precisamente la misma mierda que ya estuvo a
punto de terminar con mi familia y que ahora amenaza una vez más con
destruirla.
Últimamente no he hablado mucho con papá y mamá, y por tanto no sé
muy bien cómo van las cosas. Y puesto que Sinclair y yo apenas hablamos,
tampoco he podido comentar el tema con nadie que no fuera mi hermano.
Val no puede enterarse de ello bajo ningún concepto, ya que Veronica Ward
seguramente cortaría cualquier relación comercial con mi madre si se
enterara de sus problemas con el alcohol. La veo capaz de eso y de más,
aunque también creo que mamá no es ni mucho menos la única que tiene
problemas con esa clase de sustancias. No es ningún secreto que en nuestros
círculos la gente aprovecha la mínima ocasión para esnifar cocaína.
Al menos hoy a Val no le ha dado por ahí. Como mínimo delante de mí,
también es posible que lo haya hecho antes de llegar, no estoy segura. Aquí
abajo hay muy poca luz, eso podría explicar que tenga las pupilas tan
dilatadas. No puedo seguir dándole vueltas si quiero mantener la calma.
¿Está lo suficientemente sobrio para poder hablar conmigo sobre el tema?
No servirá de nada si luego resulta que va tan borracho que mañana no se
acuerda de nada. Aun así, debo hacerlo, sea como sea. Es inevitable, pero
preferiría encontrar el momento adecuado.
No puedo participar en la mayoría de las conversaciones de los de último
curso porque están repletas de bromas internas que no comprendo, pero Val
hace un esfuerzo por ponerme al día. Al menos al principio, porque a estas
alturas ya está más interesado en acariciarme el muslo e intentar avanzar
hacia arriba. Cruzo las piernas para evitarlo, pero en lugar de apartar la
mano decide ponerme la otra en la nuca.
El pulso se me acelera cuando me mira. Es atractivo, de eso no hay la
menor duda. Y cuando me besa como lo hace ahora, mi cuerpo reacciona, y
es que Val sabe lo que hace. Su mano en mi nuca; su boca, rozando solo un
poco mis labios.
—Estás guapísima, hoy —murmura con la voz ronca.
Se me pone la piel de gallina, esto no va bien. Su mano me roza la
cadera. Me aparto un poco y me aclaro la garganta.
—¿Salimos fuera un momento?
Una mirada de asombro aparece en los ojos de Val. En lugar de
responder, me besa de nuevo y me coge de la mano.
El volumen de la música baja de repente cuando salimos al oscuro
pasillo y la puerta se cierra detrás de nosotros. Abro la boca, pero antes de
poder decir nada Val me lo impide con otro beso.
¿Cómo...? Me temo que lo ha malinterpretado.
Durante unos segundos me siento demasiado abrumada, porque me
obliga a volver la cabeza hacia él y empuja mi cuerpo contra la pared con el
suyo. Noto la piedra fría bajo el suéter, la erección de Val y un ligero atisbo
de pánico, porque de repente soy demasiado consciente de la fuerza que
tiene.
—Val —consigo decir entre beso y beso. Sin embargo, no reacciona. Lo
aparto un poco de mí justo en el momento en el que la puerta de la
mazmorra se abre. No debería sorprenderme que precisamente sea Eleanor,
acompañada por sus amigas, la que sale fuera. Su mirada recorre el pasillo y
se clava en nosotros cuando nos encuentra. El pulso se me apacigua un
poco cuando me doy cuenta de que nos ha visto.
—¿Qué? —pregunta Val lanzando una mirada fugaz hacia un lado.
—Solo quería hablar contigo —empiezo a decir.
—Hablar —repite él en tono sarcástico.
—Sí, hay algo que debes saber.
—No tengo ningún problema con que no lo hayas hecho nunca —me
aclara.
Y yo no replico nada.
Simplemente no digo nada.
Necesito al menos tres segundos para comprender a qué se refiere.
Y luego tres más mientras la indignación y la rabia crecen dentro de mí.
—De acuerdo, me alegro de que eso no suponga un problema para ti.
El cambio en mi estado de ánimo al parecer confunde a Val. Abre la
boca y arquea ligeramente las cejas.
—¿No era eso lo que querías oír?
Suelto una carcajada exenta de alegría.
—No, Val. Mierda... ¿Sueltas las cosas solo porque crees que quiero
oírlas? —pregunto, y al ver que no responde, me paso las manos por la cara
y respiro hondo. Esto no lleva a ninguna parte, no puedo seguir evitando la
parte incómoda de esta conversación—. Bueno, da igual. No es eso sobre lo
que quería hablar.
—Entonces ¿ya lo has hecho? ¿Con él? —me pregunta, y cuando detecto
un tono amenazador en su voz, empiezo a asustarme—. Dímelo. Fue con él,
¿verdad? —insiste Val riendo—. Claro que fue con él.
—No sabía que te importara tanto, pero no, no he hecho nada, si en
realidad quieres saberlo —le espeto. «Mentira, tanto como nada...» Algo he
hecho, y precisamente eso era lo que debería contarle ahora.
Val se me queda mirando y en sus ojos veo que no me cree. Y  me da
igual, porque para ser sincera ya no siento la más mínima necesidad de
convencerlo de lo contrario. Hoy he cometido un error, sí, pero no tengo por
qué contarle si ya me he acostado con alguien o no.
—¿Cuál es el problema? —pregunta con la voz fría y una mirada
claramente ebria.
El alcohol disminuye el autocontrol, no es ningún secreto. Y  el
autocontrol de Val no es nada del otro mundo incluso cuando está sobrio.
Me sabe mal, pero de repente no estoy muy segura de si debería continuar
hablando. Suelo ser partidaria de decir siempre la verdad, pero no a
cualquier precio, sobre todo si tengo que preocuparme por mi propia
seguridad.
—Tori —dice con más énfasis.
—No es tan importante.
Mierda. Al menos se me podría haber ocurrido algo un poco más
elaborado. Val entrecierra los ojos mientras me mira con detenimiento.
—Dímelo —insiste.
—Val...
—Tienes remordimientos de conciencia —constata—. ¿Es eso? Por eso
antes estabas tan rara. En realidad, llevas semanas así. Desde que
empezaron los ensayos —añade acercándose más a mí—. ¿Me estás
engañando?
—No —replico enseguida, pero la voz me traiciona sonando un poco
más alta que antes.
—No me jodas.
—Val, creo que será mejor que hablemos sobre todo esto con más calma
—opino lanzando una mirada hacia un lado y bajando un poco la voz.
—Cuéntame ahora mismo lo que pasa —me ordena con un gruñido que
me permite oler el alcohol en su aliento.
—Preferiría hablar contigo cuando no vayas borracho.
—Y yo prefiero saberlo de una puta vez.
—Val —digo en voz baja.
—¡Tori, déjate de mierdas!
—¿Todo bien por ahí? —pregunta Eleanor, que todavía está con sus
amigas pero se ha vuelto a mirar hacia donde estamos.
—Sí, ¿todo bien? —repite Val—. Es una buena pregunta, Eleanor. Por
cierto, ¿tu compañero de reparto también está follando contigo o solo con
Tori? —le espeta, y de repente me quedo lívida. Eleanor abre la boca, pero
Val ni siquiera le deja pronunciar una sola palabra—. Seguro que son
exigencias del guion, ¿verdad?
—Val, vete a dormir —le dice Eleanor. ¿Cómo puede quedarse tan
tranquila? Tal vez es más lista que yo y sabe que caer en sus provocaciones
solo puede ser contraproducente—. Das asco.
—¿Y  cómo piensas justificarte? —pregunta Val dirigiéndose a mí de
nuevo—. ¿Me dirás que es el papel que querías, pero que no podías
conseguir porque no eres lo bastante buena? ¿Que lo hiciste para inspirarte
y poder escribir el guion? ¿Folla bien, al menos? Vamos, cuéntame algo, ¿o
es que también eres demasiado estrecha para eso?
—Val... —digo con la voz temblorosa—. Ha sido solo un beso, ¿de
acuerdo? Un beso y ya está, nada más. Ha sido esta tarde, por eso quería
hablar contigo. Porque me temo que lo nuestro no puede continuar.
—Uau —exclama Val con una voz peligrosamente suave. De un modo
extraño y sobrecogedor, esa serenidad todavía me da más miedo que antes,
cuando estaba alterado y me gritaba. Se ríe en voz baja antes de volver a
hablar—: O sea que me has engañado.
—No quería...
—Y  eso que no paraba de preguntártelo, pero tú lo negabas. ¿Y  ahora
qué, Tori? —me pregunta mirándome fijamente de un modo que me parece
de lo más amenazador.
—Lo siento mucho, Val. —La voz me tiembla más que nunca debido al
pánico que intento mantener a raya. En serio, preferiría que se pusiera
furioso, que me gritara y me insultara, pero hace todo lo contrario y eso me
da mucho miedo—. No tenía previsto que ocurriera, tienes que creerme.
—Ah, ¿sí? ¿De verdad? ¿De verdad tengo que creerme cualquier cosa
que me digas? Quizá debería haberme hecho caso a mí mismo, ¿no te
parece?
—Val, para ya —le suplico en voz baja.
—¿A  qué te refieres? ¿Eh? ¿A  qué? —dice acercándose más. Cuando
intento apartarme por acto reflejo y me doy con la pared en la espalda, el
corazón se me acelera de repente. Lo tengo tan cerca que ya no puedo ni
moverme. Noto su aliento en mi boca y su mano en mi hombro—. ¡Mírame
a la cara de una puta vez!
Obedezco presa del miedo. Es la peor sensación del mundo, pero
tampoco me atrevo a oponer resistencia. Es más alto que yo y más fuerte.
Me presiona contra la piedra fría del muro y no puedo seguir pensando.
Se inclina sobre mí hasta que tengo sus labios en el oído derecho.
—¡Que te jodan, Victoria Belhaven-Wynford! —sisea. Cierro los ojos,
ya no puedo ni respirar—. ¡Y a tu amiguito de mierda también!
Me suelta y me aparto enseguida, aunque tengo la sensación de estar a
punto de caer al suelo en cualquier momento. Mis piernas se ponen en
movimiento. «Por favor, que no me siga.» Me entran ganas de taparme los
oídos mientras me alejo corriendo de él, oyendo cómo me grita insultos que
jamás olvidaré. Corro intentando librarme de la sensación de sus manos
sobre mi cuerpo, pero es en vano. Lo noto, noto su olor y su sabor a lo largo
de todo el pasillo oscuro que lleva hasta la escalera. Estoy tan mareada que
me detengo, solo quiero acurrucarme en el suelo, pero debo salir de aquí y
llegar a un lugar seguro. Tengo que encontrar a Sinclair, solo puedo pensar
en él porque su presencia es lo único que podría consolarme.
—¿Tori?
Me quedo helada cuando veo la figura que se me acerca desde arriba.
Y me flaquean las rodillas cuando lo reconozco. Hasta que Sinclair se me
acerca más no me doy cuenta de que estoy llorando. En su rostro tenso
detecto dolor. No puedo moverme mientras levanta la mano y me acaricia
levemente la mejilla con los nudillos.
—Mierda —murmura cerrando los puños. Una profunda arruga aparece
entre sus cejas cuando ve que me sobresalto—. Eh —me dice enseguida en
un tono más calmado—. Mírame. Mírame, Tori —me suplica tomando mi
cara entre sus manos al ver que no me aparto—. Respira —me susurra.
Noto los latidos del corazón en la garganta, todavía acelerados. Pero me
obligo a hacer lo que me pide: respirar. Y cuando Sinclair apoya la frente en
la mía un momento, cierro los ojos. Cualquier cosa para olvidar que todavía
estamos en este pasillo oscuro. «Está aquí contigo, estás a salvo. No ha
ocurrido nada. No ha ocurrido absolutamente nada.» Pero, entonces, ¿por
qué me tiembla todo el cuerpo sin que pueda hacer nada por evitarlo?
La voz de Sinclair suena forzadamente calmada cuando se aparta un
poco de mí.
—¿Qué te ha hecho?
—Nada —respondo negando con la cabeza.
Porque realmente Val no me ha hecho nada de nada. Solo han sido
palabras. Palabras que merecía escuchar. Soy yo la que se ha metido en esta
situación de mierda. De acuerdo, él también me ha agarrado y no me
soltaba por mucho que se lo pidiera. Aún noto el peso de su mano sobre mi
hombro.
—¿Qué te ha hecho, Tori? —repite Sinclair con más énfasis. Ya no es mi
mejor amigo quien está delante de mí. Nunca lo había oído hablar así. Su
voz es calmada, pero tiembla por la rabia contenida. Si no lo conociera tan
bien, seguramente me daría miedo. Lanza una mirada por detrás de mí y su
cuerpo se tensa de nuevo—. ¿Sigue ahí abajo?
—Sinclair, no, ven... —le digo intentando agarrarlo por la muñeca, pero
se zafa de mí. La cabeza me da vueltas mientras baja el resto de los
escalones que quedan para llegar hasta la mazmorra.
Todo sucede a cámara lenta y, al mismo tiempo, con una rapidez
inusitada. Lo sigo, grito su nombre. Corro más deprisa, intento retenerlo.
Val todavía está en el pasillo, Cilian y unos cuantos más se han reunido con
él.
Señalan con la cabeza hacia nosotros. Val se da la vuelta justo en el
instante en el que el puño de Sinclair impacta contra su cara.

Charles

Nunca me había visto involucrado en una pelea. Me doy cuenta de ello en el


segundo mismo en el que Valentine Ward cae al suelo delante de mí y de los
demás alumnos de último curso, que se me quedan mirando como si hubiera
perdido la cabeza. Seguramente no se equivocan del todo.
No podría importarme menos. Lo único que siento es la rabia que me
bulle en el estómago y el dolor en los nudillos de la mano derecha. Mierda,
¿por qué nadie me había contado lo mucho que duele pegarle un gancho en
la barbilla a alguien?
Se hace el silencio durante unos tres segundos y luego se desata el
infierno. Tori me agarra de un brazo e intenta apartarme de allí, Valentine se
levanta de nuevo. Le sangra la nariz; quizá se la he roto, pero es el puto
capitán del equipo de rugby, no creo que le importe demasiado. En lugar de
eso, veo asomar en sus ojos el brillo de la locura que se desatará a
continuación. Joder, ¿va borracho? Porque lo parece.
Durante un momento nos quedamos jadeando frente a frente, y luego Val
lanza un puñetazo. Alguien chilla, diría que es Tori, mientras los demás
alzan la voz y yo me las arreglo para esquivar el golpe. Oigo el murmullo
de la sangre en los oídos. Eleanor agarra a Tori e impide que se meta entre
nosotros.
—Capullo de mierda —digo entre dientes. Aunque no sé qué ha
sucedido exactamente entre él y Tori, mirarla me ha bastado para tener claro
que se merece lo que le he dado y más. Al cabo de una fracción de segundo,
el puño de Val impacta en mi estómago. El dolor me paraliza, las náuseas
me obligan a soltar un gemido y no puedo evitar doblarme por la cintura.
Tori grita mi nombre y la rodilla de Val me sorprende con dureza bajo la
barbilla. El ruido que me hacen los dientes es tan repugnante que me dan
ganas de vomitar.
Mierda, con esto no había contado. No sé pelear. En las películas
siempre parece sencillo, pero a la hora de la verdad es todo lo contrario. Ya
estoy en el suelo y esto no ha hecho más que empezar. Tengo la sensación
de estar a punto de perder el conocimiento de un momento a otro cuando
veo que Louis se lleva a Val. Está borracho como una cuba y absolutamente
furioso; esto ha sido un error. Pero solo puedo pensar en el rostro lleno de
lágrimas de Tori y en el pánico que he detectado en sus ojos. Un sabor
metálico se extiende por mi boca. Reprimo una náusea mientras me pongo
en pie. La adrenalina me obliga a levantar el brazo de nuevo cuando Val se
zafa de su amigo. Lo alcanzo en alguna parte y algo cruje en mi mano.
Caigo al suelo de nuevo antes de poder parpadear siquiera. ¿En qué estaba
pensando? No tenía ninguna posibilidad contra Valentine Ward. Ni en el
caso de una pelea ni en el caso de Tori. Neil y Cilian, también del equipo de
rugby, intentan retenerlo, pero es imprevisible.
Me sobresalto cuando oigo mi nombre de pila. Me llega hasta la médula
porque es Tori quien lo grita. Está pálida como la cera mientras Eleanor la
mantiene sujeta. Solo miro hacia ella una fracción de segundo. El pánico es
patente en su rostro.
—¡Charles...!
Abre mucho los ojos y chilla. Me doy la vuelta, pero ni siquiera veo
venir el puño de Valentine.
17

Victoria

Mierda.
¡Mierda!
¿Qué he hecho? Me doy cuenta de que era mi propia voz la que gritaba
su nombre cuando se ha detenido. Me mira confuso, sorprendido,
asombrado por lo que ha oído. Tiene el cuerpo tenso y yo contengo el
aliento. Solo se distrae una fracción de segundo, pero basta para que el puño
de Val lo alcance de lleno.
Se oye un grito ahogado cuando Charles cae al suelo. Soy yo quien grita.
Su cara ha recibido el golpe y yo me quedo lívida. Val se pasa el antebrazo
por la nariz ensangrentada.
—¡Para, para ya! —chillo con la voz temblorosa, y Eleanor por fin me
suelta. Neil agarra a Val del brazo y lo aparta hacia un lado. Me zumban los
oídos cuando me arrodillo junto a Charles.
Está apoyado sobre los codos y se toca la nariz con una mano. Le caen
goterones de sangre sobre los dedos y sobre la sudadera. Pero sigue
mirándome a mí.
—Mierda, lo siento —susurro cuando le veo la cara. Charles se limita a
negar con la cabeza. Se vuelve para mirar a Val, que escupe algo de sangre
en el suelo mientras los demás se lo llevan para apartarlo—. ¿Puedes
levantarte?
El corazón me late con fuerza mientras se pone en pie con dificultad.
Reprime un gemido y lo agarro por el brazo al ver que se tambalea. No
pienso en nada, solo quiero largarme de aquí cuanto antes. No consigo
respirar de nuevo hasta que las voces de los demás se pierden a nuestra
espalda mientras subimos la escalera. Charles se agarra con fuerza a la
barandilla y se detiene apenas un instante.
—Toma —le digo sacándome un pañuelo del bolsillo mientras intento
recomponerme.
«Respira con calma, Tori. No es el momento de perder los nervios.
Piensa en las opciones que tienes y luego decide lo que hay que hacer a
continuación.»
Charles se limpia la sangre de la cara. Está pálido, pero en sus ojos veo
la adrenalina que todavía tardará unos minutos en desaparecer.
—Mírame —le pido—. ¿Estás muy mal?
—No —responde con la voz tomada, a pesar de que intenta controlarla
de todos modos.
—¿Quieres que vayamos a la enfermería?
Todavía no he terminado de articular la pregunta y ya niega con la
cabeza.
—No.
—¿Estás seguro?
Titubea un poco, y al mirarlo a los ojos me doy cuenta de que no está
seguro del todo. Contengo el aliento cuando detecto un movimiento por
detrás de nosotros, en el pasillo.
—Mierda.
Empujo a Charles hacia un rincón y nos escondemos. ¿Hemos hecho
mucho ruido ahí abajo? ¿Nos han oído? Los muros del internado son
gruesos, pero las dependencias de los profesores están justo en el edificio de
enfrente.
Charles suelta un leve gemido cuando lo presiono contra el muro, pero
es que he oído unos pasos acercándose. Me llevo el índice a los labios y
contengo el aliento. Si nos pescan aquí y su madre llega a enterarse de que
ha pegado a Val, estamos perdidos. Aunque mañana por la mañana lo
acabará sabiendo de todos modos cuando le vea la cara, pero en cualquier
caso será mejor que no nos pillen fuera de la hora de cierre aquí abajo.
Es la señora Cox, la responsable del ala de las chicas de sexto. No me
atrevo a respirar de nuevo hasta que ha pasado de largo. Sus pasos se alejan
y luego noto el cálido cuerpo de Charles pegado al mío. Me aparto de
inmediato.
—Ven —digo cogiéndole la mano y tirando de él. La nariz ya no le
sangra tanto cuando llegamos a su ala. Pero, entonces, cuando enciende la
luz de su cuarto, soy consciente de la magnitud de la tragedia. Charles tiene
un aspecto horrible, lleva la sudadera llena de sangre.
Lo meto en el baño, donde se apoya en el lavabo y echa un vistazo al
espejo.
—Joder... —murmura entrecerrando los ojos.
—Quítate eso —le ordeno señalando su sudadera. Si queremos tener la
más mínima opción de quitar esas manchas de sangre, debemos sumergirla
cuanto antes en agua fría. Pero primero tiene que parar de sangrar. Necesito
hielo. «De acuerdo, tranquila, Tori. Paso a paso.»
Charles hace todo lo que le pido. Cuando se saca la sudadera por encima
de la cabeza se le levanta un poco la camiseta revelando una franja de piel
desnuda. Me acaloro de repente. Siempre me burlo del hecho de que la
equitación se considere un deporte, pero la verdad es que los músculos de
su abdomen son un argumento convincente. Charles reprime un gemido de
dolor mientras intenta desvestirse, por lo que lo ayudo a quitarse la
sudadera y lo insto a sentarse sobre la tapa cerrada del váter antes de mojar
una toalla y llenar el lavabo con agua fría para poner en remojo la sudadera.
El cuello de la camiseta también se le ha manchado, pero no pienso pedirle
que se la quite también. Si es necesario, que la tire a la basura.
Cuando me vuelvo de nuevo hacia él tiene la cabeza apoyada en la
pared. De repente recuerdo el baile de Año Nuevo, cuando se emborrachó y
fui a cuidarlo a su habitación. Esta vez, las circunstancias son distintas,
aunque tampoco tanto.
Parpadea cuando me coloco entre sus piernas y le levanto la barbilla.
Tiene la piel cálida, y bajo las yemas de los dedos noto la tensión de su
mandíbula. La zona que rodea el ojo izquierdo ya se le está hinchando.
—No te muevas —le advierto mientras le limpio la sangre. Lo hago con
el máximo cuidado posible, y él sin duda intenta no quejarse, pero, cuando
le toco la nariz sin querer, se sobresalta—. Lo siento —murmuro.
—No pasa nada.
—Pues siento decirte que esto tiene mal aspecto.
Charles suelta un leve gemido y baja la cabeza.
—¿Tenéis hielo en la cocina del ala? —pregunto.
—Ni idea, puedo ir a mirarlo.
—Ni hablar —decido—. Tú quédate donde estás. Toma, para la nariz. —
Le tiendo la toalla mojada y se me pone la piel de gallina cuando sus dedos
rozan los míos.
Esto es una locura. Mi mejor amigo se ha peleado por mi culpa. Porque
nos hemos besado. Y todo en el mismo día. Dudo seriamente de mi cordura
mientras recorro el pasillo hasta la cocina de los chicos.
Todo está dispuesto de un modo parecido a como lo tenemos en el ala
oeste, de manera que no tengo muchas dificultades para orientarme en la
oscuridad. Para mi sorpresa, entre todas las pizzas y lasañas precocinadas,
encuentro en el congelador una bolsa de guisantes.
Charles vuelve a estar de pie frente al espejo cuando entro de nuevo en
su cuarto. Se ha quitado la camiseta. ¿Se ha vuelto loco? Ahora no puedo
distraerme con su torso definido. Además, la cintura de los pantalones le
queda bastante baja.
Me detengo frente a la puerta del baño y la garganta se me seca de
repente.
—Toma —le digo aclarándome la garganta mientras levanto la bolsa de
guisantes—. No he encontrado nada mejor.
Me mira y me parece guapísimo incluso con media cara hinchada y el
labio abierto. Quiero besarlo. Quiero pronunciar su nombre hasta olvidarme
del mío. Lo quiero todo y noto que esta noche no tengo la fortaleza mental
necesaria para resistirme, lo que no es precisamente bueno, porque estoy a
solas con él en su habitación.
—¿Te ha hecho daño? —me pregunta en voz baja, pero su voz me llega
al alma. Seguramente será mejor que actúe como si no lo hubiera oído—.
¿Tori? —insiste. No soy capaz de responder cuando Charles se vuelve hacia
mí. Se queda parado, no se me acerca por si reacciono apartándome de él.
Me sobrevienen unas ganas terribles de echarme a llorar y él traga saliva sin
dejar de mirarme—. Por favor...
—No —respondo.
Val no me ha hecho nada. Aparte de besarme y agarrarme en contra de
mi voluntad. Para ser sincera conmigo misma, debo reconocer que eso no
ha estado bien. Para ser brutalmente sincera conmigo misma, incluso,
muchas más cosas no han estado bien. Y  todos lo sabían, todos me lo
habían advertido, una y otra vez. Emma, Henry, William, Charles... Fui yo
quien no quiso escucharlos porque me creía más lista que ellos. Porque
pensaba que había leído las novelas suficientes para que no pudiera
ocurrirme nada semejante. Y ahora no tengo fuerzas para afrontarlo. Por no
hablar ya de aceptar lo que siento. No tengo ni idea de lo que significa,
primero tendría que pensarlo y aclararme las ideas sobre lo que haré a partir
de ahora. Pero, mientras tanto, no puedo mostrar lo que siento. Ni una sola
debilidad, ni siquiera delante de Charles o de mí misma. De nadie.
—¿Estás segura?
—Que sí, joder —digo con la voz quebrada, y me trago las ganas de
llorar porque no hay otra opción.
«Todo va bien. No podría ir mejor.»
El agua se condensa y empieza a bajarme por el brazo recordándome que
estoy sosteniendo una bolsa de guisantes congelados.
—Toma —le digo—. Tienes que ponerte frío.
—Tori, si te ha hecho algo que no querías, deberíamos contárselo a mi
madre...
—No tenemos por qué —replico con una brusquedad innecesaria—.
Como tampoco es necesario contarle el motivo de la pelea. —Charles se
queda plantado delante de mí—. Me estaba marchando, todo iba bien. Lo
tenía todo controlado, ¿comprendes?
—Sí, ya me lo ha parecido —responde mientras coge la bolsa de
guisantes.
—¿Qué hacías allí abajo? —le pregunto cuando caigo en la cuenta de
que lo más normal era que estuviera en la fiesta de medianoche.
—Eleanor me ha escrito.
Me quedo de piedra. Ha bajado por ella. Porque Eleanor le ha escrito. Ya
no siento nada de nada.
—Te ha visto con Valentine y se ha preocupado.
Me doy la vuelta.
—No deberías haber venido.
—¡Joder, Tori, para ya con esa mierda!
Me sobresalto.
—No, ¿es que no lo entiendes? No te necesito, no necesitaba que me
salvaran de nada. Lo tenía todo bajo control hasta que has aparecido tú y te
has liado a hostias como un neandertal. Dios, pero ¿qué te has creído?
—¿Que qué me he creído? —repite—. ¡Que ese capullo tenía que recibir
lo que merecía! Se pasea por la escuela pensando que puede tratar a la gente
como si fuera escoria sin afrontar las consecuencias. ¡Con Eleanor hizo
exactamente lo mismo!
Eleanor. Por supuesto. Siempre Eleanor. No lo soporto más. Estoy
furiosa. Con Valentine, con Charles, pero sobre todo conmigo misma. ¿Por
qué en la vida real no consigo tomarme en serio los valores en los que creo?
¿Por qué es mucho más sencillo poner los ojos en blanco cuando es la
protagonista de uno de mis libros la que toma malas decisiones y no alza la
voz? ¿Por qué en la realidad todo es mucho más complicado? ¿Por qué no
le he contado a Valentine lo que quería decirle? «No quiero estar contigo,
así de simple. Suéltame, no me toques nunca más.» ¿Por qué? ¿Y por qué
ahora me siento culpable por ello? ¿Por qué dejo que las cosas lleguen al
punto de que mi mejor amigo se pelee por mí solo unas horas después de
que me haya besado? ¿Y por qué no hemos hablado del tema como sería lo
más normal entre nosotros?
Sé que no me estoy comportando de un modo justo, soy consciente de
ello, pero no puedo hacer nada al respecto cuando Charles se me acerca un
poco más, levanta la mano y me sobrevienen las ganas de llorar; siento un
nudo en la garganta y una vez más surgen la rabia y esas ganas
incontrolables de apartarlo de mí. Porque él es la única persona del mundo a
la que no puedo engañar.
—No —le espeto con brusquedad—. No ha estado bien, ¿entiendes? ¡No
te he pedido que le pegaras y que sacaras toda esa mierda tóxica!
Charles se queda de piedra.
—Tori...
—¿Tenías que pelearte? ¿En serio, Charles?
—¡Solo quería ayudarte!
—Pues ¡yo no te he pedido ayuda!
Se me queda mirando. No sé si alguna vez me había dolido tanto algo
como ver las emociones que su rostro refleja alternativamente:
incredulidad, desconcierto y decepción, antes de cerrarse en banda. Me
duele, pero no soportaría nada más. No puedo decirle que una parte
demasiado importante y demasiado débil de mí misma quería llorar de
alivio cuando lo he visto. Que todavía quiero llorar ahora. Que me gustaría
que me abrazara y me protegiera de esta mierda de mundo. Que arriesgaría
nuestra amistad por ello, que me da todo igual. Pero no lo hago, porque ya
no me quedan fuerzas. Porque tengo el corazón roto en demasiados
pedazos. Y  porque el suyo también lo está. Me he encargado de ello
personalmente ahora mismo.
Veo cómo su mirada se vuelve fría y el rostro se le endurece.
—O sea que toda la culpa es mía —constata en voz baja. Me muerdo la
lengua y asiento—. Comprendo —dice—. Sinceramente, Tori, vete a la
mierda.
«No lo dice en serio, no lo dice en serio.»
Lo dice absolutamente en serio, porque me lo he ganado a pulso.
Aprieto los dientes tanto como puedo para no echarme a llorar.
—Vete tú a la mierda, Charles.

Charles

No tengo ni idea de cómo ha podido suceder, pero al día siguiente parece


que todo el internado se ha enterado de que me peleé con Valentine.
Mantengo la cabeza gacha sentado detrás de Henry y de Gideon en clase,
pero los cuchicheos no se hacen esperar. Todavía no he visto a Val, pero
espero de todo corazón que su cara haya quedado al menos tan hecha polvo
como la mía. Durante la carrera matinal he conseguido no cruzarme con
Tori.
El destino sigue sin estar de mi lado, porque en el ala sur me encuentro
de frente con mi madre y se fija en mí cuando me acerco a ella. Por un
instante lamento no haberle contado nada; podría haberle aclarado lo
sucedido y no tendría que arriesgarme a que dijera algo delante de todos.
Y  no lo hace, aunque detecto su mirada de clara desconfianza. Hay pocas
cosas que mi madre tolere menos que la violencia, y, aun así, decide mirar
hacia otra parte durante unos insoportables segundos sin hacer ningún
comentario.
Bajo la cabeza para que los rizos me caigan un poco sobre la frente
mientras sigo a Henry, y no vuelvo a levantarla hasta que me cruzo con Val.
Me aniquila con la mirada y yo respondo con la misma actitud. Es ridículo,
pero la rabia que llevaba dentro por lo menos se ha duplicado desde anoche.
Tori, que ya se dirige hacia nuestra aula, ni siquiera se digna a mirarme.
Y me da igual. Me importa una mierda. De verdad. Que le den. Y a Henry
también, si vuelve a juzgarme con la mirada. Ha llegado un momento en el
que ha aceptado que no le contaré exactamente lo ocurrido; ya está lo
suficientemente conectado a radio patio para haberse enterado, de todos
modos. Además, tiene ojos en la cara. Val todavía lleva hinchada la parte
izquierda de la mandíbula y exhibe un moratón en la nariz. Aparte de eso,
su aspecto es absolutamente normal. Podría ser el resultado de un
entrenamiento de rugby especialmente intenso si no se supiera lo que
sucedió. De todos modos, Henry esboza una sonrisa de satisfacción al verlo
antes de ponerse serio, enderezar la espalda y convertirse de nuevo en el
prefecto de la Dunbridge Academy. Por algo es mi mejor amigo.
A  diferencia de Tori, ya que cada vez que miro hacia ella solo noto una
profunda desesperación y siento rabia contra mí mismo. Porque sé que tiene
razón, que no debería haberme comportado de ese modo y atacado a Val. Al
fin y al cabo, yo no soy así. Si me lo hubieran preguntado de antemano, me
habría atrevido a asegurar que yo jamás empezaría una pelea, aunque al
parecer me engañaba a mí mismo. Pero ¿qué puedo decir? Tampoco es que
lo tuviera previsto. Y en cierto modo fue Valentine quien no me dejó otra.
No tuve elección. Genial, sueno igual que Romeo cuando se justifica por las
muertes que ha causado.
Además, no es cierto. Siempre hay una alternativa, y ayer simplemente
tomé una mala decisión. Pero soy demasiado idiota para admitirlo. A  mí
mismo y sobre todo frente a Tori.
Paso el resto del día intentando evitarla al máximo y me parece odioso,
pero es lo que hay. Me gustaría saber si ha hablado de ello con Valentine,
pero hago el esfuerzo de fingir que no me interesa. Hasta cierto punto me
funciona, y cuando más tarde leo el plan de sustituciones agradezco
enormemente que el señor Acevedo no pueda darnos clase hoy. Parece ser
que está enfermo, porque en la aplicación de Dunbridge veo que hay una
notificación para avisar de que tampoco habrá ensayo de teatro. Lo
recuperaremos el domingo por la tarde, lo que provoca un murmullo
malhumorado entre los demás. A mí me da igual con tal de seguir evitando
a Tori.
El fin de semana lo paso entre el establo, el obrador y mi habitación
hasta que llega el domingo y no puedo seguir escondiéndome. El señor
Acevedo parece un poco resfriado cuando nos recibe en el teatro. Tori
todavía no ha llegado. Es Eleanor quien se me acerca, y eso que he estado
ignorando todos los mensajes que me ha mandado durante el fin de semana.
—Hola —me saluda, tras lo cual se me queda mirando la cara. No se lo
reprocho, todavía la tengo hecha un mapa.
—Hola —me limito a responder.
—¿Todo bien?
—Sí, genial, genial.
—En serio, Sinclair —insiste preocupada—. Fue bastante bestia. —Me
encojo de hombros—. ¿Tori está bien?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
No tengo que decir nada más para que Eleanor comprenda que no he
tenido el valor de hablar con ella. Sobre las cosas realmente importantes,
sobre ese beso tan deseado y la maldita verdad de mierda.
Su mirada se pierde por detrás de mí en dirección a la puerta. No
necesito volverme para saber que Tori acaba de entrar en la sala. Le doy la
espalda, a pesar de que nada deseo más en el mundo que verla, acercarme a
ella y asegurarme de que está bien.
—¿Estamos todos? —pregunta el señor Acevedo, y se me queda
mirando. De repente arquea las cejas. Me muerdo el labio inferior y clavo la
mirada en el suelo—. Fantástico —exclama—. Entonces podemos empezar.
Como siempre, lo primero que hacemos son unos ejercicios de relajación
durante los que intento evitar cualquier tipo de contacto visual con Tori. Es
ridículo y lo sabemos ambos, pero seguimos con la farsa igualmente.
Empezamos con una escena en la que aparecen la nodriza y Capuleto, y
luego nos toca a Eleanor y a mí solos. Soy el primero en extrañarse, pero lo
cierto es que me meto sorprendentemente bien en el papel. Utilizo la rabia
que siento y la convierto en el apasionamiento de Romeo. Al menos eso me
permite huir de la realidad y no tener que seguir siendo Charles, el que
nunca consigue nada. Romeo es completamente distinto; sabe lo que quiere
y no tiene ningún problema para decírselo a Julieta, porque no es un
cobarde de mierda como yo. Y  porque está seguro, Dios sabe por qué, de
que Julieta lo ama tanto como él a ella. Así de sencillo. La verdad es que es
increíblemente sencillo.
Me meto en mi papel y me olvido de la realidad. Al menos durante un
rato, unos minutos, hasta que miro hacia el público y veo a Tori y su mirada
gélida. Le jode lo bien que lo hacemos. Lo noto y me esfuerzo en hacerlo
todavía mejor. Estoy siendo un capullo, pero no puedo evitarlo.
Vuelvo a mirar a Eleanor y actúo con tanta intensidad que por un
momento llego a detectar un asombro genuino en sus ojos. Porque es
verdad, porque ya no es ni Eleanor ni Julieta, sino que, a mis ojos, se
convierte en Tori, y esto es una versión de la realidad en la que por fin
puedo contarle lo que hace años que quiero decirle. Sin riesgo, porque no
habrá respuesta. Estamos condenados al fracaso, pero al menos estamos
juntos.
La escena pasa volando y nos acercamos al momento del beso. Es el
primero que nos daremos delante de todo el reparto. Hasta ahora hemos
ensayado las escenas íntimas solo en presencia del señor Acevedo y de Tori,
pero durante la representación final no solo nos verán los compañeros de
reparto, sino toda la Dunbridge Academy. Incluso Valentine Ward.
Se me acelera el pulso cuando Eleanor me mira y se muerde ligeramente
el labio inferior. Tengo que hacerlo, vamos allá. Las manos en las mejillas,
los pulgares sobre los labios. Ligeramente vuelto respecto al público para
que parezca de verdad.
Tori está sentada, quieta como una estatua de sal, y quiero hacerle daño,
tanto como el que ella me ha hecho a mí.
—Tu boca ha librado a mis labios de sus pecados —recito tocando la
cara de Eleanor como si tocara la de Tori. Con suavidad, con determinación,
todo al mismo tiempo.
—Devuélvemelos —responde Eleanor.
Y entonces la beso.
La beso de verdad. Eleanor duda una fracción de segundo y luego
responde a mi beso. Sé que parece de verdad porque así lo siento yo. No
estoy interpretando, son las bocas de Romeo y Julieta las que se encuentran
y anhelan acercarse todavía más.
Espero a que Eleanor se aparte, pero no lo hace. La beso más tiempo del
necesario y lo hago a conciencia. La beso con toda mi rabia, con todo el
dolor que siento, esperando que Tori pueda notarlo.
—Eleanor, Charles, os lo suplico —dice el señor Acevedo. Me
sobresalto, como cada vez que desde el jueves pasado alguien que no es
Tori me llama por el nombre de pila. Me pregunto si se ha dado cuenta de
que lo hace. En cualquier caso, yo sí me he dado cuenta, y se me pone la
piel de gallina cada vez que pienso en ello. Porque ella lo pronuncia con un
matiz distinto, con más suavidad, como si fuera una promesa que acabaré
rompiendo como acabo de hacerlo ahora.
El señor Acevedo agita las manos en el aire cuando me aparto de
Eleanor.
—¿No ha estado bien? —pregunto sin despojarme de la arrogancia de
Romeo.
—Sí, sí, genial, pero el noventa por ciento de vuestro público será menor
de edad. Tendremos que echar a los más pequeños si pensáis hacerlo así
sobre el escenario.
Los demás se ríen y Eleanor se aparta unos mechones de la cara. Tori no
se mueve y yo tampoco. No tengo la menor sensación de triunfo, ni pizca
de satisfacción. Solo noto su decepción, su dolor y también su
arrepentimiento.
No oigo nada más de lo que dice el señor Acevedo. Por lo demás, creo
que está contento con nuestra actuación. Gideon y Louis suben al escenario,
Tori se pone en pie y le comenta algo al señor Acevedo. Él me mira un
momento y asiente con actitud comprensiva.
Su mirada me roza apenas un instante cuando se da la vuelta. He
conseguido hacerle tanto daño como ella a mí, pero si pudiera retrocedería
en el tiempo para deshacerlo sin dudarlo un segundo. Quiero disculparme,
quiero llorar. Al verla así de pálida me pongo enfermo. Sale del teatro sin
volverse siquiera a mirarme de nuevo.
18

Victoria

Las lágrimas me escuecen en los ojos mientras camino por el pasillo.


Deprisa, con la cabeza gacha para que no me vean las pocas personas con
las que me cruzo. Ojalá no fuera tan débil. De verdad que me gustaría no
llorar después de ver cómo Charles ha besado a Eleanor sobre el escenario,
con un beso distinto, que no era un beso de teatro, de esos que parecen
increíblemente reales pero no lo son. Hoy ha sido distinto. Hoy la ha besado
de verdad, en la boca, con rabia y con calma. Después de mi diálogo
preferido de toda la obra.
«Tu boca ha librado a mis labios de sus pecados.
»Devuélvemelos.»
Al diablo.
Lo ha hecho a propósito. Quería que me sintiera así, y odio que se haya
salido con la suya.
Parece que el destino no tiene contemplaciones, porque justo antes de
desviarme hacia el ala de las chicas me topo con Val y sus amigos. De
repente, el pánico se apodera de mí de nuevo. Su mirada me roza durante
una fracción de segundo y de inmediato me ignora. Me parece bien. Y, aun
así, no puedo evitar fijarme en su cara.
No ha quedado tan perjudicado como Charles, pero tampoco puede
negar que participó en una pelea.
Me doy cuenta de que estaba conteniendo el aliento cuando doblo la
esquina del pasillo y poco a poco empiezo a relajarme.
Soy la primera en sorprenderse, pero no puedo describir con palabras el
alivio que siento desde el jueves por la noche. No estoy orgullosa de lo que
hice, pero al parecer sirvió para poner un punto final definitivo a lo mío con
Val, algo que ahora mismo no sabría cómo calificar. ¿Estuvimos saliendo
juntos y ahora nos hemos separado? ¿Lo he engañado? ¿O solamente
quedamos unas cuantas veces y terminamos de un modo incómodo antes de
que las cosas pudieran ir en serio?
No tengo la menor idea. Solo sé que la cabeza está a punto de estallarme
cuando subo a mi planta. La escalera hoy me parece interminable, en el
segundo piso ya siento la necesidad urgente de sentarme.
Cuando llego a nuestra planta estoy algo mareada, pero me obligo a
seguir adelante. Ya en mi habitación, solo tengo ganas de llorar. Y  de
romper algo.
Me dejo caer sobre la cama y cierro los ojos, pero no me quito de la
cabeza las imágenes de Eleanor y Charles. Las manos de él en la cara de
ella, sus bocas unidas en un beso. Siento un cosquilleo en los labios, noto su
sabor, su aliento sobre mi piel. La verdad es que estoy segura de que la ha
besado en serio. Lo he notado, ese tipo de cosas no se imaginan así como
así.
Cuando Charles me besó me sentí como si fuera el primer día de mi
vida. Como si todos mis deseos se hubieran convertido en realidad de
repente, y debería haber tenido claro que es un sentimiento demasiado
bueno para ser cierto. Porque desde entonces nada ha ido bien.
Todo ha ido justo al revés de como estaba previsto. No le he confesado a
mi mejor amigo lo que siento por él, pero lo he perdido de todos modos. Lo
único que quería era proteger nuestra amistad y ahora resulta que ni siquiera
somos capaces de mirarnos a los ojos. Lo hemos echado a perder. Nos
hemos echado a perder. Durante este último año todo se ha ido a la mierda,
y no sé si algo me ha dolido tanto como el hecho de saber que las cosas
jamás volverán a ser como eran. No solo tengo el corazón roto por el chico
del que estoy enamorada, sino que también he perdido a mi mejor amigo.
No hay nadie con quien pueda hablar sobre cómo me siento. Y tal vez no
sea cierto, pero tengo la sensación de que ni Emma ni Henry ni William ni
ninguna otra persona será capaz de llenar ese vacío. Quizá Olive, pero por
desgracia la amistad con ella también se ha ido a la mierda. Esperaba que
aceptara el ofrecimiento del señor Acevedo y que participara en los ensayos
de teatro, pero no se ha dejado caer por allí ni una sola vez. Por supuesto
que no, al fin y al cabo sabe que yo también voy.
Tal vez el problema sea yo. Quizá simplemente soy incapaz de mantener
relaciones normales. De lo contrario no me lo explico. En lugar de actuar en
función de lo que siento, me pierdo en historias cuestionables con chicos
que me provocan dolor de barriga y alejo de mí a mis amigos cuando
intentan apelar a mi conciencia para hacerme reaccionar.
No sirve de nada engañarse. Emma, Henry, Charles, William..., todos
tenían razón. Valentine Ward me ha hecho sentir cosas que no quería sentir.
Quizá lo hizo sin querer, aunque también es posible que no. Él es el único
que podría responder a esa pregunta. Yo solo sé una cosa: con mi mejor
amigo nunca me he sentido tan insignificante y desesperada. Estar cerca de
Val era como montarse en una montaña rusa, nunca sabía qué versión de él
me encontraría. Si estaría de buen humor, eufórico o sensible hasta el punto
de intentar buscar refugio; si se mostraría desconfiado y se volvería
impredecible y furioso en caso de que no le dijera justo lo que quería oír.
Era agotador, todo lo contrario a sentir seguridad. Me metí en algo que no
conseguía explicarme porque iba contra mis propios principios. Val dijo e
hizo muchas cosas que chocaban con los valores que considero importantes.
Siempre he estado segura de que sería capaz de levantar la voz si llegaba a
considerarlo necesario, pero a la hora de la verdad no lo hice y me
avergüenzo de ello. Debería haber dejado de defenderlo frente a mis
amigos, pero sobre todo debería haberlo hecho por mí misma. Parece como
si ya no supiera quién soy, lo que defiendo, lo que me define. Es como si
me hubiera perdido intentando hacer lo correcto. Solo que no era lo
correcto, sino pura obstinación y una completa incapacidad para ver las
cosas claras. Y ahora tengo que apechugar con ello.
Me doy la vuelta hasta que quedo tendida sobre la espalda y me presiono
los ojos con las palmas de las manos, pero no paran de escocerme. El
cuerpo me pesa una tonelada y me duelen las piernas. Me duele todo. La
barriga, el corazón. Ni siquiera tengo fuerzas para distraerme.
Cuando Emma me pregunta si quiero bajar a cenar, le aseguro que no
tengo hambre. Y  es verdad, tengo el estómago revuelto, me retumba la
cabeza y me siento mareada. No sé en qué momento me he quedado
dormida, solo sé que me he despertado en plena noche porque tenía frío y
no podía parar de tiritar. La ventana estaba entreabierta y yo estaba
destapada, pero, incluso después de cerrarla, de ponerme el pijama más
grueso que tengo y de taparme con el edredón, no he conseguido sentirme
mejor. Tengo la opción de pedirle una bolsa de agua caliente a la señora
Barnett, pero no tengo fuerzas ni para levantarme de la cama. Solo quiero
dormir, el dolor de cabeza me está volviendo loca. Incluso tendida
tranquilamente sobre la espalda, noto cada latido del corazón en las sienes.
Debería ponerme en pie para ir a buscar un analgésico.
Tengo el pijama empapado en sudor cuando, al cabo de lo que me parece
una fracción de segundo, el despertador me arranca del sueño. Necesito
quince minutos hasta que soy capaz de ponerme en pie. Después de la
ducha me siento un poco mejor, pero de todos modos me planteo la
posibilidad de decirle a la señora Barnett que estoy enferma. El único
motivo por el que no lo hago es Charles, y también mi estúpido ego. Si no
me presento en clase, sin duda pensará que es por su culpa. No quiero que
crea que tiene ese poder sobre mí. Porque no lo tiene. Me da igual lo que
haya entre nosotros. Si quiere besar a Eleanor, que la bese; si cree que eso
me importará, se equivoca. No estoy de humor para esa clase de
chiquilladas.
Emma llega tarde cuando poco después la espero para bajar a la
asamblea matinal. Todavía tiene el pelo húmedo porque ha salido a correr
con Henry. Esos dos están zumbados. No comprendo cómo pueden
levantarse todas las mañanas para salir a correr antes de la carrera matinal
oficial. Incluso los lunes, cuando ni siquiera es necesario salir a correr
porque hay asamblea.
—¿Todo bien? —me pregunta Emma cuando por fin sale de su
habitación.
Asiento a pesar de lo mal que me encuentro.
—No he dormido bien —murmuro mientras bajamos. Si no la hubiera
visto tan preocupada hace un momento, le habría pedido que bajásemos
más despacio. Pero no le digo nada, ni siquiera cuando somos las últimas en
entrar en la sala justo antes de que cierren las puertas. Todo mi ser se resiste
a unirse a la fila de nuestro curso cuando veo que Charles y Henry han
guardado dos sitios libres a su lado, como de costumbre. Charles se pone de
pie junto a todos los demás cuando su madre sube al estrado.
Emma se alisa el uniforme y yo solo quiero sentarme. No, no quiero;
necesito hacerlo. Tengo el pulso acelerado, no consigo relajarme, y cuando
me doy cuenta de que no paro de notar palpitaciones en el cuello empiezo a
asustarme.
Charles se vuelve hacia mí un momento antes de desviar la mirada
enseguida. Tengo calor y frío al mismo tiempo, y luego siento que me
zumban los oídos. Primero de un modo leve, pero entonces va aumentando
en intensidad. Al mismo tiempo, una neblina blanca me enturbia la vista, de
manera que tengo la sensación de no estar percibiendo nada. Ni siquiera a
Charles, que se vuelve para mirarme una vez más.
Me dice algo, pero no lo oigo. Noto un sudor frío.
Me fallan las rodillas justo en el momento en el que pierdo la
sensibilidad en los dedos. Algo no va bien. Tengo la impresión de estar
desvaneciéndome sin que pueda hacer nada por evitarlo.
Tengo que sentarme, tengo que...
Me agarro al brazo de Charles porque temo caer al suelo. Oigo su voz,
pero no comprendo lo que me dice. Me encuentro mal, en mi vida me había
encontrado tan mal. Él me sostiene, el zumbido que oigo dentro de mi
cabeza se transforma en un rugido y luego, por fin, en silencio.

Charles

No he dormido nada, no he podido pegar ojo en toda la puta noche


pensando en la mirada vacía de Tori y en la decepción patente en su rostro,
me arrepiento mucho de lo que hice. No solo por ella, para ser
completamente sincero, sino porque me parece que también fui injusto con
Eleanor. De acuerdo, me dijo que no le importaba si nos besábamos de
verdad sobre el escenario, pero me pasé de la raya. La utilicé para vengarme
de Tori. Es ridículo, no puedo pensar en ello sin sentir una vergüenza
increíble. Durante toda la noche no he podido dejar de pensar en la larga
lista de cosas por las que debería disculparme. Incluso he cogido el móvil
para anotarlas.
Siento haber sido tan capullo.
Siento haber besado a Eleanor solo para que tú lo vieras.
Siento haberte gritado.
Siento no haberte dicho simplemente lo que en realidad quería decirte.
Siento haberme comportado como un machirulo y haber pegado a Valentine.
Siento haber negado lo que sentías y haberme entrometido en tu relación.
Siento ser tan cobarde.
Siento ser un cobarde rabioso.
Siento haberme desahogado contigo.
Siento haberte besado.
De acuerdo, no, eso no lo siento porque lo deseaba mucho.
Pero siento haberlo hecho sin pedirte permiso.
Siento haber actuado como si nada hubiera ocurrido.
Siento haber hecho lo mismo la primera vez que nos besamos.
Siento ser incapaz de hablar de mis sentimientos.
Siento haber permitido que nos distanciáramos.
Siento haber utilizado a Eleanor como excusa.
Siento tener tanto miedo.

Es una lista que podría continuar indefinidamente. La verdad es que rezo


por acordarme de todas estas cosas mañana, y es que con la suerte que
tengo seguro que me acabo plantando frente a Tori y me quedo sin palabras
una vez más.
No. Esto no volverá a ocurrirme. Si es necesario, sacaré el móvil y leeré
como un puto perdedor lo que no me atreva a decirle. Aunque ella se
merezca algo mejor. Valentine Ward seguro que sería capaz de decírselo sin
problemas. Se levantaría y le diría lo que hay. Dios, no lo soporto más.
Cuando a la mañana siguiente bajo a la asamblea estoy todavía más
nervioso que antes de la audición. Aunque apenas he dormido, la adrenalina
se encarga de mantenerme desvelado. He llegado mucho antes de lo
necesario, pero incluso diez minutos después sigo merodeando cerca de las
puertas esperando en secreto a Tori. Me vuelvo para ver si ya se ha sentado
con los demás en la sala cuando aparece mi madre.
No sé qué es, pero tengo la sensación de que una mirada le basta para
saber lo que me ocurre. Cuando el día después de la pelea me llamó para
preguntarme si tenía que explicarle algo, le dije que no y ella lo aceptó. ¿Le
preguntó lo mismo a Valentine? En ese caso, seguro que él tampoco dijo
nada, ya que de lo contrario ya nos habrían citado en el rectorado.
—Buenos días —murmuro aclarándome la garganta.
—¿Has dormido bien? —me pregunta mamá a pesar de que sin duda
sabe que la respuesta será negativa. Aun así, parece una pregunta retórica,
porque prosigue sin esperar a que conteste—. ¿Esperas a alguien?
Me apresuro a negar con la cabeza y me doy la vuelta para seguirla por
el pasillo central de la sala. Ella se dirige al frente, mientras que yo entro
por nuestra fila y me siento al lado de Henry. Es tradición que reservemos
los asientos contiguos para Emma y para Tori, aunque supongo que hoy
preferirá sentarse en cualquier otro lugar que justo a mi lado.
—¿Dónde está Emma? —pregunto mientras Henry se ajusta la corbata.
Él señala con la cabeza hacia el pasillo central y justo en ese instante
Tori y Emma entran en nuestra fila.
Genial. Hasta aquí mi propósito de aprovechar la mejor oportunidad para
pedirle a Tori si podemos hablar. Por experiencia, entre la asamblea y el
desayuno hay tan poco tiempo como antes de la primera clase. Y  cuando
hable con ella quiero hacerlo bien. No frente a los demás, sino a solas,
como se merece.
Titubea un poco al verme. En su rostro reconozco una expresión de clara
decepción que me sienta como un puñetazo en la boca del estómago. Quiero
recuperar a esa Tori que se me acercaba sin dudarlo ni un instante para
susurrarme algo al oído como si yo fuera la persona más importante de su
vida. Quiero que volvamos a ser los de antes. Lo odio, odio ser el que lo ha
arruinado todo. Pero también soy el único que puede arreglar las cosas.
Se planta a mi lado sin mediar palabra. Mamá sube al estrado y me
pongo en pie.
—¿Tori? —le digo, después trago saliva y simplemente me obligo a
decírselo—. Lo siento. ¿Podríamos hablar un momento más tarde?
Ella no replica nada, se limita a seguir mirando al frente sin inmutarse.
En la sala suena un murmullo general, pero debería haberme oído. ¿O es
que ahora hemos pasado a ignorarnos por completo?
—¿Te parece bien antes del desayuno? ¿O mejor a mediodía? Por favor,
Tori.
Su brazo entra en contacto con el mío, vuelvo la cabeza hacia ella y
luego me doy cuenta de que se tambalea. Está bastante pálida y le cuesta
respirar. Me quedo de piedra cuando me agarra el brazo.
—¿Tori? —exclamo al notar que tiene los dedos helados—. ¿Todo bien?
—Me vuelvo para mirarla justo cuando mamá empieza con el discurso—.
¿No estarías mejor sentada? —propongo, pero no estoy seguro de que me
esté oyendo.
El estómago se me encoge cuando sus dedos me agarran el antebrazo
con más fuerza todavía.
—Creo que debería... —murmura en voz baja.
Su silla suelta un chirrido cuando se tambalea hacia atrás. La atrapo al
vuelo y la atraigo hacia mí, pero es demasiado tarde. Noto su cuerpo cada
vez más pesado y la cabeza le cae sobre mi pecho. Henry intenta ayudarme,
pero todo sucede muy deprisa y acabo en el suelo con ella. Al cabo de un
momento estoy arrodillado a su lado. Una exclamación ahogada recorre la
multitud cuando todos se vuelven hacia nosotros.
—Eh, Tori. Tori, mírame —le digo sosteniéndole la cabeza.
Sin embargo, ya tiene los ojos cerrados. El corazón me late muy deprisa
y me tiemblan las manos. Noto lo mucho que le arden las mejillas cuando le
toco la cara.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta mamá por los altavoces para salvar el
murmullo general—. Que alguien vaya a buscar al doctor Henderson, por
favor.
Henry se inclina sobre nosotros y, con la ayuda de Emma, aparta un poco
las sillas. El señor Acevedo y la señora Buchanan se nos acercan, los demás
les dejan sitio, pero Tori sigue sin moverse.
—Seguro que ha sido una bajada de tensión —opina el señor Acevedo
—. Llevémosla fuera para que le dé el aire.
Estoy en modo piloto automático cuando asiento. Los demás nos miran
fijamente mientras levanto a Tori en volandas y la llevo por el pasillo.
Cansa, pero eso es lo de menos. Valentine Ward aparece de improviso, pero
la señora Buchanan impide que se interponga en mi camino. Henry me
adelanta para abrir la puerta doble, y vemos que el doctor Henderson ya
viene a nuestro encuentro.
Mientras corro los oigo decir cosas, pero no comprendo nada. Todos
están tranquilos, nadie parece tan desesperado como lo estoy yo por dentro.
Tori se ha desplomado sin más y yo le dije un montón de mierdas de las que
me arrepiento. Los brazos me duelen cuando llegamos a la enfermería. El
doctor Henderson me hace salir en cuanto la tiendo sobre la camilla, pero
no me muevo de donde estoy mientras él y la enfermera Petra se inclinan
sobre ella.
Henry me agarra por el hombro y tira de mí.
Me dice algo, pero no lo oigo. No puedo respirar. Nunca había visto a mi
mejor amiga así. Es insoportable.
—Eh —me grita Henry, y me sobresalto de repente—. Mírame. —Me
observa con esa intensidad tan típica de Henry y por algún motivo surte
efecto y me calmo un poco—. Se ocuparán de ella —me asegura mientras
me lleva afuera—. Todo irá bien.
Reprimo el impulso de negar con la cabeza porque, mierda, ¿cómo
puede saberlo? ¿Estaría así de tranquilo si fuera Emma la que se acabara de
desplomar en sus brazos? Lo dudo mucho, pero, una vez más, él no sabe lo
que es. Fue Emma la que se quedó plantada en el campo de rugby, incapaz
de moverse por culpa del pánico, cuando a finales del año pasado él sufrió
aquel accidente. Yo ahora la entiendo. Tiene todo el sentido del mundo que
se quedara petrificada. Porque yo no puedo respirar sabiendo que Tori se
encuentra mal.
—¿Charlie?
Me doy la vuelta al oír la voz de mi madre y el repiqueteo de sus tacones
sobre el suelo de piedra. La asamblea parece haber terminado antes de
tiempo por motivos más que obvios. Henry me suelta y se echa a un lado.
—¿Cómo está? —pregunta mamá, y cuando oigo el tono de
preocupación en su voz me entran ganas de llorar.
—No lo sé —respondo—. Me han hecho salir.
—Comprendo —replica ella asintiendo mientras pasa junto a nosotros
—. Me encargaré de avisar a sus padres —me dice, y titubea un momento
cuando ve que tengo la intención de seguirla—. Vosotros esperad aquí
fuera.
—Mamá —le suplico, pero me interrumpe negando con la cabeza.
—Vuelvo enseguida.
No comprende que me estoy volviendo loco. Cuando entra en la
enfermería echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, pero lo único en lo
que puedo pensar es en lo mucho que le ardía el cuerpo a Tori cuando se ha
desplomado en mis brazos. Parecía una marioneta a la que le hubieran
cortado los hilos.
Henry ni siquiera me pregunta si quiero ir al comedor. Se limita a esperar
conmigo hasta que mi madre por fin sale al pasillo con el rostro serio.
—¿Y  bien? —pregunto acercándome a ella e intentando leer en su
expresión si se trata de algo grave.
—Hay una epidemia de gripe en los cursos inferiores. El doctor
Henderson sospecha que se ha contagiado. Seguro que muy pronto volverá
a encontrarse bien.
¿Cómo puede decirlo tan tranquila? ¿No la ha visto desplomarse?
—¿Está despierta? —pregunto—. ¿Mamá?
Su mirada me basta, vuelvo a tener la sensación de que las rodillas me
fallarán en cualquier momento.
—Ahora mismo no, tiene mucha fiebre, pero el doctor Henderson se está
ocupando de ella.
Todo me da vueltas.
—Pero... ¿no sería mejor que la lleváramos al hospital?
—Charles, estoy segura de que el doctor Henderson es quien puede
juzgar mejor la gravedad de la situación —objeta mamá. Henry asiente,
pero yo quiero hacer todo lo contrario—. Ya le están dando infusiones y
algo para bajarle la fiebre. Pronto se encontrará mejor.
—¿Puedo verla? —pregunto sin muchas esperanzas.
—Necesita tranquilidad.
—No haré ruido —añado al momento—. De verdad, solo quiero...
—Charlie, no queremos que se contagie nadie más. La enfermería ya
está casi llena. Sería una irresponsabilidad por nuestra parte.
Son lágrimas de furia e impotencia las que se me acumulan en los ojos.
Porque mamá no comprende lo urgente que llega a ser para mí verla. Es
realmente muy importante. Tengo que comprobar que se encuentra mejor.
He besado a Eleanor, la he besado de verdad y lo he hecho a propósito.
Porque quería hacerle daño a Tori. ¿Ayer por la tarde ya se encontraba mal?
¿Y  no me di cuenta porque estaba demasiado ofuscado con mi venganza?
Soy el tío más gilipollas del mundo entero.
—Eh —dice Henry poniéndome una mano en el hombro.
No lo soporto más.
—Por favor, mamá —susurro, pero ella niega con la cabeza igualmente.
Odio que se meta tanto en el papel de rectora cuando estamos en el
internado.
Cuando se acerca un poco a mí quiero apartarme, pero no lo hago. Noto
como las lágrimas me escuecen en los ojos cuando me abraza.
Normalmente me daría vergüenza llorar delante de ella y de Henry, pero
ahora mismo hay otras cosas que me preocupan mucho más.
—Estoy segura de que parece más grave de lo que es, cariño —me dice
en voz baja para consolarme.
—Se ha desplomado sin más, mamá —murmuro, y noto que asiente.
—Por suerte estabas tú allí para cogerla, ¿verdad? —comenta
mirándome, y me pregunto de dónde saca esa confianza tan insoportable.
¿Estoy exagerando? Tal vez... Pero no puedo evitarlo—. Estoy segura de
que Tori se encontrará mucho mejor dentro de unos días. Y  luego seguro
que podrá recibir visitas.
Cuando me suelta, veo que Henry tiene la mirada clavada en el suelo. No
la levanta de nuevo hasta que mamá vuelve a hablar.
—Voy a avisar a los padres de Tori. Por favor, id a clase —nos ordena
lanzándole una mirada a Henry que seguramente significa algo como
«ocúpate de él». Henry asiente en el acto y me mira—. Si a lo largo del día
no os encontráis bien, quiero que aviséis de inmediato a vuestro responsable
de ala, ¿de acuerdo?
Quiero negar con la cabeza y llevarle la contraria, pero soy consciente de
que no serviría de nada montar una escena. Al final resulta que no me
dejarán ver a Tori. Trago saliva, pero el nudo que tengo en la garganta se
resiste a desaparecer mientras miro hacia la puerta tras la que se encuentra
ella. Necesito volver a su lado para convencerme de que está mejor.
—¿Vienes? —me pregunta Henry, y me llevo un sobresalto al oír su voz.
Asiento con gesto ausente—. Sinclair, se recuperará —me asegura mientras
recorremos el pasillo. Pero no tiene ni la más remota idea.
—Le di un beso a Eleanor —confieso. Henry se para en seco—. Ayer —
prosigo.
—¿Cómo? —pregunta, y se me queda mirando como si no hubiera
entendido ni una sola palabra. Pero lo ha entendido, lo sé—. ¿Sin más?
—Fue durante el ensayo, pero no fue un beso y ya está. El caso es que...,
bueno, lo exageré, lo alargué más de la cuenta porque sabía que Tori me
estaría mirando. Porque estaba furioso con ella y quería que se sintiera
como me sentía yo.
Henry se me queda mirando.
—¿Habéis hablado después de eso?
—No —respondo. Por supuesto que no—. Quería pedirle disculpas antes
de que empezara la asamblea. Pero... —Hago una pausa y trago saliva.
Tengo un nudo en el estómago.
—Ya te disculparás cuando se encuentre mejor —me asegura Henry con
determinación.
Como si eso bastara para tranquilizarme.
—¿Por qué lo hice? —me pregunto en voz alta.
—Porque estáis enamorados —opina Henry como si fuera lo más
evidente del mundo. Y en cierto modo lo es—. Porque siempre has sentido
algo por ella y estás herido. Pero, Sinclair, tienes que ser valiente de una vez
y decirle la verdad si no queréis continuar así eternamente. —Suena tan
sencillo, dicho así...—. De verdad, no es tan difícil —añade como si pudiera
leerme el pensamiento—. Y valdrá la pena, te lo prometo.
Me limito a asentir. Puede que Henry tenga razón, pero también puede
que yo lo haya fastidiado todo y Tori no quiera volver a hablar de ello. Eso
también sería comprensible.
Emma nos está esperando en la esquina del pasillo que lleva hasta las
aulas. Está pálida y nos mira con los ojos muy abiertos, claramente
preocupada.
—¿Cómo está? —nos pregunta.
Dejo que sea Henry quien responda y ni siquiera lo escucho. No puedo
concentrarme en nada mientras vamos a clase. Lo intento de verdad, pero
me paso la mañana con la cabeza dispersa, con la mirada perdida en la
ventana que da afuera, para ver si en algún momento llega alguna
ambulancia. Cuando empieza la pausa del mediodía estoy tan mareado que
me planteo si eso serviría como pretexto para regresar a la enfermería.
En el comedor soy incapaz de tragar un solo bocado. Noto la mirada de
Henry clavada en mí e intento que no se me note, pero Tori no responde a
los mensajes que le mando, lo que significa que no se encuentra bien, que ni
siquiera ha cogido el móvil. O que me odia. En cualquier caso, ninguna de
las opciones contribuye a tranquilizarme.
Me torturo durante las dos horas de clase siguientes antes de dirigirme
hacia los establos. Es lo único que puedo hacer cuando me siento así,
cuando no soy capaz de pensar con claridad. No tengo tiempo de salir a
cabalgar antes de la hora de estudio, y además los establos están
completamente vacíos a estas horas.
—La he fastidiado —susurro después de limpiarle los cascos a Jubilee,
que suelta un leve resoplido y vuelve las orejas hacia mí. De pocas cosas
estoy tan convencido como de que esta yegua percibe lo que siento—.
Respecto a Tori. Lo he arruinado todo. ¿Y sabes? Lo peor es que todo esto
empezó cuando acepté ese papel en la obra. Fue una tontería. Solo me
presenté a la audición para pasar más tiempo con ella. Se suponía que sería
una solución, pero al final ha resultado ser todo lo contrario. Esa estúpida
obra de teatro solo ha complicado más las cosas.
Jubilee vuelve ligeramente la cabeza hacia mí mientras aparto el
rascador de pezuñas y lo meto de nuevo en la caja de la limpieza, antes de
agacharme para coger la almohaza y la bruza. Pasarle el cepillo por el
manto tiene un efecto casi meditativo para mí.
—Es que a ver, ¿qué esperaba? —me pregunto, y espero un momento
como si Jubilee realmente pudiera responderme—. A  mí también me
parecería insoportable que ella interpretara el papel protagonista. Con Val.
Ese capullo... —me interrumpo al ver que la yegua se ha tensado de
repente, y me esmero en seguir hablando en un tono más suave—. Me
habría sentado fatal. Aunque solo hubieran sido compañeros de reparto y
los besos solo hubieran sido fingidos. ¿En qué estaría pensando? —me
pregunto antes de pasar por debajo de la cuerda de Jubilee para llegar al
otro flanco. Durante un rato simplemente la cepillo en silencio, pero los
escenarios que imagino en mi cabeza son cada vez más insoportables—.
Creo que solo hay una solución, ¿o se te ocurre algo más a ti? —pregunto.
Jubilee no hace ningún ruido—. Mierda, de acuerdo, creo que tienes razón.
Pero al menos así podré volver a dedicarte más tiempo.
Jubilee suelta un resoplido de satisfacción, casi como si me hubiera
entendido. Tal vez lo ha hecho, aunque la verdad es que me extrañaría.
Últimamente ni yo mismo me entiendo.
—En serio que me divertía, ¿sabes? —confieso cerrando los ojos—.
Pero no tengo elección, ¿a que no?
Otro suave resoplido.
—Ya, me lo imaginaba.
19

Charles

Podría haberme pasado horas cepillando a Jubilee para desahogarme, pero


se acerca la hora de estudio y antes tengo que hablar con el señor Acevedo
como sea. Aunque me horroriza la conversación que me espera, de algún
modo me siento más tranquilo cuando vuelvo al internado.
El cielo está gris y solo quiero saber cómo está Tori. ¿Se encuentra
mejor? ¿Y si se despierta y tiene miedo porque no sabe lo que ha ocurrido?
Me gustaría pasar por la enfermería y preguntar por ella, pero sé que no me
dejarán entrar. Y menos con esta ropa tan sucia. Cruzo el claustro cuando un
coche oscuro atraviesa la puerta de entrada.
Me paro en cuanto reconozco al conductor. El padre de Tori no espera a
que Arthur haya frenado del todo para abrir la puerta del coche. Lleva
puesto un traje negro y parece como si hubiera venido directamente de una
reunión de negocios. Su mirada vaga por los muros del internado antes de
reparar en mí.
—Charles —dice, y a pesar de su aspecto preocupado, parece
complacido por la coincidencia cuando se me acerca—. Me alegro de verte.
—Hola —replico, aunque no encuentro más palabras. Antes de que
pueda advertirlo de que voy lleno de polvo y que huelo a establo, me da un
abrazo. Empieza a lloviznar.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
¿Es que no sabe lo que he hecho? Tori tiene buena relación con su padre,
suele contárselo todo. O casi todo...
—Bien, gracias —contesto tragando saliva—. ¿Has venido a ver a Tori?
—pregunto. Aunque solía visitar con bastante frecuencia la casa de los
Belhaven-Wynford en fines de semana o durante las vacaciones, siempre
me siento mal tuteando a los padres de Tori tal como me ofrecieron desde el
principio. Sobre todo en el internado, tengo la sensación de que es
inadecuado, puesto que aquí Tori le habla de usted a mi madre como todos
los demás.
—Tenía negocios que resolver en Edimburgo cuando me ha llamado tu
madre —me explica el padre de Tori—. Parece que os ha alcanzado la
epidemia de gripe, ¿eh?
Suena inofensivo tal como lo ha dicho, y tal vez lo sea. Pero él no estaba
justo delante cuando Tori se ha desplomado. En cualquier caso, me limito a
asentir.
—Vaya, espero que no te haya contagiado —me dice, y me quedo de
piedra al oírlo. ¿Significa eso que está al corriente de nuestro beso? ¿O
simplemente da por supuesto que Tori y yo pasamos todo el tiempo libre
juntos?
—Espero que no —replico con timidez.
—Bueno, solo venía a verla un momento aprovechando que estaba cerca.
A  la enfermería se llega por este pasillo, ¿verdad? Hace mucho que no
venía por aquí.
—Te acompaño —le ofrezco.
—Eso sería fantástico, gracias.
No sé de qué hablamos mientras andamos, pero el camino hasta la
enfermería, que está en el extremo del ala norte, nunca me había parecido
tan largo. Según mi madre, casi todas las camas están ocupadas, pero de
todos modos reina el silencio cuando entro con el padre de Tori. Aparte de
echarme de nuevo, tampoco pueden hacerme nada, por lo que decido probar
suerte e intentar ver a Tori al menos un momento.
Me doy cuenta de que no servirá de nada en cuanto el doctor Henderson
me ve. Está sentado tras el mostrador de recepción junto a Petra, la
enfermera. Normalmente, los lunes solo trabaja en el internado por las
mañanas, ya que por la tarde atiende a los pacientes de su consulta privada
en Edimburgo. Sin embargo, parece que hoy tiene demasiado que hacer
aquí.
—Señor Belhaven-Wynford, me alegro de que haya podido venir —dice
al vernos, y acto seguido me lanza una mirada a mí—. La señora Newton le
acompañará a ver a su hija. Yo iré enseguida.
El padre de Tori asiente y sigue a la enfermera. Cuando intento dar un
paso en la misma dirección, el doctor Henderson sale del mostrador y se
interpone en mi camino.
—Charles —me dice, y todas mis esperanzas se esfuman de repente—.
¿Me equivoco o hace dos minutos que ha empezado la hora de estudio?
—Por favor —le suplico—. Solo un momento.
Su mirada se vuelve más tierna, pero niega con la cabeza de todos
modos.
—Lo último que necesitamos es otro paciente.
—Me desinfectaré las manos.
—Por muy mal que me sepa, Charles, no podrás verla hasta dentro de
unos días.
Odio a los médicos y esa profesionalidad que exhiben. Nunca he sido
más consciente de ello que en este momento.
—¿Se encuentra mejor? —pregunto en voz baja.
Su rostro permanece impenetrable.
—Ha vuelto a subirle la fiebre, pero no tienes de qué preocuparte. Estoy
seguro de que Tori podrá salir de la enfermería muy pronto.
—De acuerdo —replico tragando saliva—. ¿Podría decirle que he venido
a verla? ¿Y que... lo siento mucho? Es importante.
Es la primera vez que reconozco algo parecido a la compasión en los
ojos del doctor Henderson cuando asiente.
—Claro que sí.
—Bien —repongo lanzando una mirada por detrás de él a pesar de que
no llego a ver nada—. Pues... gracias.
—Aprovecha bien la hora de estudio, Charles —me recomienda, y
espera a que salga de nuevo al pasillo antes de darse la vuelta. Me siento
fatal marchándome sin más.
«Ha vuelto a subirle la fiebre.» ¿Qué significa eso? Si Tori estaba
ardiendo hasta el punto de perder el conocimiento, seguro que no es nada
bueno. ¿Mamá no ha dicho que intentarían bajarle la fiebre? ¿No ha
funcionado? ¿Y eso no es peligroso?
Las cavilaciones me acompañan durante todo el camino hasta mi ala. En
la escalera todo está en silencio, y en nuestra planta ya están todas las
puertas cerradas, como siempre durante la hora de estudio. Solo permanece
abierta la del señor Acevedo para asegurarse de que nadie intente
escabullirse.
Está sentado ante su escritorio y levanta la cabeza cuando me detengo
ante su puerta.
—Vaya, menuda sorpresa —me dice—. Tienes suerte, estaba a punto de
notificar tu ausencia.
—Lo siento, estaba en los establos y cuando volvía me he encontrado
con el padre de Tori —le explico. Quizá solo sean imaginaciones mías, pero
la mirada del señor Acevedo de repente se vuelve más comprensiva. Debe
de haber visto lo desesperado que estaba esta mañana—. Lo he acompañado
hasta la enfermería, puede preguntárselo al doctor Henderson.
—Comprendo —replica asintiendo mientras teclea de nuevo en su
ordenador—. Bueno, pues a tu cuarto —me ordena, pero, al ver que no me
muevo del sitio, levanta la cabeza otra vez—. ¿O querías comentarme algo
más?
Me obligo a desactivar la sensatez de nuevo para escuchar lo que me
dicen las tripas.
—Pues sí. ¿Tiene un momento?
El señor Acevedo me hace una seña para invitarme a entrar. Tomo
asiento en la silla que suele ocupar quien está a punto de recibir una bronca.
El señor Acevedo hace girar su silla con ruedas y cruza las piernas.
—No puedo seguir interpretando el papel de Romeo.
Una sola frase. Rápida y brusca. Como la mejor manera de quitar una
tirita. Aunque no por eso resulte menos doloroso.
El señor Acevedo no se inmuta, guarda silencio durante cinco segundos
que me parecen interminables. Se limita a mirarme fijamente, como si
quisiera ofrecerme la posibilidad de retirar lo que acabo de decir. O de
justificar mi decisión. Sin embargo, no hago ni una cosa ni la otra.
—No puedes seguir interpretando a Romeo —repite poco a poco. Yo
asiento—. ¿Por qué?
—No lo sé, no me siento bien haciéndolo. No debería haberme
presentado a la audición. Se me cruzaron los cables.
—Se te cruzaron los cables.
Dios, ¿puede parar de hacer eso? Ya me ha quedado claro que suena
absolutamente ridículo. Llevamos varias semanas ensayando, la fecha de la
función está cada vez más cerca y no hay nadie que pueda sustituirme en el
papel de Romeo.
—Ya sé que le parecerá inesperado. Y  seguramente esto acarreará algo
de caos, pero de verdad que no puedo. Lo siento mucho.
—Charles, no espero que me expliques el motivo de tu decisión. Solo
quiero que sepas que me sorprende. Y  en cierto modo también me
decepciona. ¿Estás seguro de que lo has reflexionado lo suficiente?
Asiento mientras los pensamientos se agolpan dentro de mi cabeza.
Si lo he reflexionado lo suficiente, dice... Podría contar con los dedos de
una mano las cosas que he reflexionado lo suficiente últimamente.
—Dejarás tirado al resto del reparto. Y  también a ti mismo. Es posible
que te presentaras a la audición solo porque se te cruzaron los cables, pero
desde mi punto de vista fue la mejor decisión que podrías haber tomado.
Tienes talento, Charles. Hacía mucho tiempo que no veía una interpretación
de Romeo tan fresca como la tuya.
Bajo la cabeza y lucho contra el impulso de cerrar los ojos.
Que esto acabe de una vez. No puedo seguir escuchándolo. Del mismo
modo que no soporto pensar en Eleanor y en todos los demás cuando se
enteren de que me bajo del carro. Y  en lo mucho que echaré de menos
actuar. Pero es que no puede ser. Este papel solo me ha traído problemas, y
no puedo arriesgarme a que esto acabe destruyéndonos a Tori y a mí. No es
más que una simple obra de teatro, el año que viene puedo volver a
intentarlo. No es importante. Al menos, no tanto como los sentimientos de
Tori, que no paro de herir una y otra vez aunque ella no esté dispuesta a
admitirlo delante de mí.
—Ya lo sé, y lo siento mucho, de verdad —aseguro—. Debería haberme
dado cuenta desde el principio de que no puedo hacerlo. Si tuviera elección,
no los dejaría colgados a usted y a los demás, pero de verdad que no puedo.
—¿Tiene que ver con alguien de último curso?
Titubeo. No me esperaba que el señor Acevedo me lo preguntase de un
modo tan directo. Niego con la cabeza poco a poco a pesar de que no estoy
seguro de si se refiere a Eleanor o a Val. En realidad me da igual, porque
ninguno de los dos tiene nada que ver con mi decisión.
—No.
—Bien, porque eso me entristecería mucho personalmente. En este
centro, sin duda no todos son lo bastante maduros para comprender que
actuar es un arte que requiere enfrentarse a los propios sentimientos. Hace
falta más valor para mostrarse vulnerable frente al público que para sentarse
en una butaca y reírse de los demás.
Trago saliva.
—Lo sé —respondo. Ya era consciente de que al señor Acevedo no le
caían especialmente bien Valentine Ward y su entorno, pero el hecho de que
los tenga en tan poca estima y de que llegue al punto de dármelo a entender
de ese modo me sorprende—. Pero son motivos más bien personales.
—¿Eso significa que pronto tendré que renunciar a mi ayudante de
dirección?
Me quedo de piedra.
—Espero que no.
Porque de eso se trata precisamente. Si Tori no tiene que seguir
viéndome sobre el escenario con Eleanor, espero que pueda disfrutar de los
ensayos y del trabajo en la obra.
—Yo también lo espero —replica el señor Acevedo reclinándose un
poco en su asiento—. Sería una pérdida igual de dolorosa que la tuya. Ya
que me temo que no podré hacerte cambiar de opinión.
—Me temo que no —convengo—. Louis podría ser un buen Romeo, se
lleva bien con Eleanor. Y Ephraim o Tom podrían interpretar a Mercucio.
—Ya veremos —dice el señor Acevedo—. ¿Eso es todo?
Asiento sin más.
—Bien. O no, de hecho. Depende de cómo se mire. Espero que sepas lo
que haces.
No, sin duda no lo sé, pero con un poco de suerte esta será la primera
decisión que tomo en mucho tiempo que no acabo lamentando.
O tal vez ni siquiera eso, pero es que ya no estoy seguro de nada cuando
salgo del despacho y me encierro en mi habitación para la hora de estudio.
Victoria

Dolor de cabeza. Cansancio. Mareo.


Me duele la garganta, me duele todo, de hecho. ¿Por qué hace tanto frío?
—Eh, pequeña.
Parpadeo. El dolor que noto tras la frente es insoportable y la luz me
deslumbra. Entrecierro los ojos y el dolor de cabeza empeora todavía más.
Me tiembla todo el cuerpo y los dientes me castañetean sin que pueda hacer
nada por evitarlo.
—¿Papá? —quiero decir, pero lo único que sale de mi boca es un
graznido ininteligible. ¿Qué hace aquí? ¿Y dónde estoy? ¿En casa?
Él sigue hablando, pero lo olvido todo al cabo de un segundo. El dolor
de cabeza me está matando. Y  estoy cansada, estoy increíblemente
cansada... Oigo su voz, palabras como dormir y tranquilidad. Me pone la
mano en la frente. Tiene los dedos muy fríos. Oscuridad.
No sé si estoy soñando, pero Charles pronuncia mi nombre. Varias veces,
con insistencia. Parece desesperado por algo. ¿Qué le ocurre, qué le da tanto
miedo? Seguro que no es nada tan grave. Me agarra con fuerza cuando me
caigo, pero luego besa a Eleanor con la misma rabia con la que me mira
después. El puño de Valentine impacta en su cara. Chillo. Quiero detenerlo,
pero no puedo moverme. Tengo los pies pegados a las losas. Valentine
escupe encima de Charles, que ya está tendido en el suelo. Y  la culpa es
mía. Yo tengo la culpa de todo. «Has cambiado mucho, Tori.» La voz de
Charles. Está decepcionado, me hace reproches. Lo sé y me sabe muy mal.
Yo no quería. Yo solo quería que algo funcionara. No pretendía arruinar
nuestra relación. Tengo mucho calor, creo que estoy ardiendo.
«No pasa nada, Tori.»
Me ponen una mano en la frente, y luego algo frío y húmedo.
«Pronto estarás mejor.»
No estoy segura.
Por desgracia, no estoy nada segura.
20

Victoria

Acabo mejorando, pero tardo al menos cinco días. Casi una semana durante
la cual no he hecho más que dormir y de la que recuerdo tan pocas cosas
que da miedo y todo. El jueves puedo tomar un poco de té y de sopa sin
vomitarlo todo al momento. El viernes la fiebre por fin ha desaparecido. El
sábado me ducho y tengo que acostarme inmediatamente después porque la
mínima actividad me deja agotada.
No permiten que venga nadie a verme, solo mamá y papá acuden a
visitarme y me preguntan si quiero que me lleven a casa. Les digo que no
sonriendo, pero espero a que se marchen para echarme a llorar; no es que no
me apetezca estar con ellos. Mamá estaba sobria y me ha parecido
insoportable verla tan inquieta y nerviosa.
Emma me manda un montón de tiktoks y recomendaciones de pelis para
entretenerme, pero de todos modos paso la mayor parte del tiempo
durmiendo. Los del equipo de guion me han mandado un ramo de flores y
una tarjeta para desearme una pronta recuperación, y han firmado todos
debajo menos Charles. Eso me sienta como un bofetón en toda la cara y,
aunque intento seguir convenciéndome de que simplemente debe de haberse
olvidado, no me quito de la cabeza la imagen de él sentado en los ensayos y
pasando la tarjeta sin escribir nada. Es algo tan doloroso que no puedo
evitar ignorar los mensajes de WhatsApp que me ha mandado para
preguntarme cómo me encuentro porque tengo el orgullo demasiado herido.
Seguramente se ha interesado por mí solo por mala conciencia, no porque le
interese realmente. Sin embargo, no tengo nada más que decirle.
Solo recuerdo vagamente las últimas palabras que me dedicó la semana
pasada, mientras que apenas me enteré de nada el día que, según el doctor
Henderson, me desmayé durante la asamblea matinal. Sin embargo, por más
que lo quiera no consigo olvidar las imágenes de la tarde anterior. Y es una
mierda. Ojalá no me hubiera quedado tan grabada a fuego la imagen de
Charles besando a Eleanor, asegurándose de que lo veía bien. Todavía no sé
lo que siento. Rabia, impotencia, decepción. Un poco de todo. De verdad,
ojalá me diera igual, ojalá sintiera indiferencia, pero eso es algo que jamás
podré sentir por Charles, lo cual me vuelve loca. Lo mejor sería no tener
que volver a verlo nunca más. Y a la vez dedico todo el tiempo que no paso
durmiendo a pensar en todas las cosas que quiero preguntarle. Que qué se
ha creído, que si realmente le da todo igual. Que por qué tuvo que hacerlo.
Ya sé que nunca llegaré a preguntárselo. Quizá lo nuestro se quedará en
eso. Ahora mismo no me parece posible volver a mirarlo a la cara y dejar
atrás lo sucedido estas últimas semanas. El hecho de que me besara y que
luego se apartara. O yo de él. Que nos distanciáramos, en cualquier caso.
No lo sé, todo es demasiado confuso y me provoca dolor de cabeza, pero de
todos modos no puedo parar de darle vueltas. Tengo esa ridícula tarjeta
sobre la mesita de noche y me parece una broma de mal gusto. Eleanor no
solo la firmó, sino que encima añadió un corazoncito junto a su nombre. Si
no me importara tanto ser una buena feminista, la odiaría por haber
dibujado ese corazón llevada por la mala conciencia y por el hecho de haber
besado a Charles. Pero luego me convenzo de que ella no ha hecho nada, de
que fue él quien la besó, y de este modo me obligo a odiarlo un poco más.
Esto no facilita las cosas, pero tengo que reconocer que Eleanor me ha
tratado bien desde el primer momento. Y salió a ayudarme cuando me sentí
mal en presencia de Val, casi como si lo hubiera notado. Sería mucho más
sencillo simplemente odiarla, pero por desgracia no puedo. Todavía no sé
cómo me enfrentaré a ella y a Charles cuando me los encuentre, cómo
pondré buena cara durante los ensayos. Seguramente lo mejor sería dejar de
ser la ayudante de dirección. Mi trabajo en el equipo de guion ya está
hecho, el texto ya está listo y, para ser sincera, a estas alturas me da igual lo
que ocurra o deje de ocurrir en verano sobre el escenario. No me quedan
fuerzas para pensar en ello. No puedo seguir sintiéndome herida y fingir
que me trae sin cuidado, porque sí me importa, y mucho, además. Porque
estoy enamorada de Charles desde hace demasiados años. Y me duele. No
quería perderlo, pero, si no hay más remedio, tendré que aceptarlo, porque
ni puedo ni quiero continuar como estas últimas semanas.
Estoy segura de que el lunes que viene por la tarde me dejarán volver a
mi habitación, porque necesitan la cama que ocupo en la enfermería para
los alumnos de séptimo aquejados de vómitos. He quedado con la señora
Barnett en que a partir de mañana asistiré a clase, aunque podré salir en
cualquier momento si no me encuentro bien. Teniendo en cuenta la montaña
de trabajo pendiente que me espera para ponerme al día, creo que al menos
vale la pena intentarlo. Bastará con recuperar los exámenes de Historia y
Francés que no pude hacer la semana pasada, pero ahora mismo no quiero
pensar en ello.
 
 
Emma no se separa de mí el lunes por la tarde, prepara té para las dos antes
de acomodarse en mi cama y me pone al día de todos los chismorreos que
han circulado durante los últimos días. Aunque solo he faltado una semana,
tengo la impresión de haberme perdido un mes entero de clases y cotilleos.
Me doy cuenta de que debe de haber cosas que no me ha contado cuando
evita mirarme y toma un trago de su taza de té.
—¿Sinclair te ha dicho algo? —me pregunta como si nada.
Me pongo tensa de inmediato. Me gustaría negarlo, pero sería mentira.
—Sí, me escribió —respondo, y tengo que tragar saliva. Emma se me
queda mirando—. ¿Qué pasa?
—Nada, yo... Es que estaba muy preocupado.
Ah, ¿sí? ¿De verdad? No me hagas reír.
—Está bien saberlo. De todos modos, no firmó la tarjeta que me
mandaron los de teatro.
—Oh... —Emma titubea—. Seguramente sea porque ya no está en el
club de teatro.
—¿Qué? —replico con una carcajada, puesto que estoy segura de que
me está tomando el pelo. Sin embargo, la cara de Emma no pierde la
seriedad—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que decidió no seguir interpretando a Romeo.
—¿Que decidió qué?
—El lunes pasado. Luego estuvo llorando a moco tendido con Henry.
—Espera, espera —digo levantando la mano—. Me estás tomando el
pelo, ¿verdad?
—No, Tori —responde—. No te he dicho nada antes porque no sabía si
quería contártelo él mismo en persona. Pero, bueno, creo que tenías que
saberlo.
—Pero ¿por qué? —exclamo mientras empiezo a darle vueltas a la
cabeza de un modo frenético. Charles ha renunciado al papel—. ¿Y quién
interpretará a Romeo? No había nadie para sustituirlo, no es posible que...
Emma se encoge de hombros.
—Gideon dice que seguramente tendrá que hacerlo Louis, pero las cosas
han sido bastante caóticas desde entonces.
Ya me lo imagino. Dios, está como una cabra. ¿Por qué lo ha hecho?
«Tal vez por ti», susurra una vocecita ingenua y esperanzada dentro de
mi cabeza. No. No, no, no. No puedo pensar así. Tengo que frenarlo como
sea. Esto no tiene nada que ver conmigo. Charles ha tomado una decisión y
no tiene nada que ver conmigo. Dios, esto es muy confuso.
—Está en el obrador, creo —me dice Emma justo en el instante en el que
me pregunto dónde debe de estar. Es increíble lo bien que me conoce mi
amiga—. Pero abrígate bien antes de salir.

Charles

Papá no me preguntó nada cuando la semana pasada le pedí unos cuantos


turnos extra en el obrador a pesar de haber trabajado ya durante el fin de
semana. Creo que comprende que es el único lugar en el que encuentro paz
ahora mismo. Hay silencio, solo estamos la masa de pan y yo, nadie me
lanza miradas acusadoras ni empieza a cuchichear en cuanto me ve como
hacen los del club de teatro, y a estas alturas ya también el resto de los
alumnos, desde que empezó a circular el rumor de que lo había dejado todo.
Esperaba sentirme más aliviado. Ya no tengo el papel, pero me he
quedado con los problemas. ¿Es eso?
Por supuesto que no, porque por desgracia no me importa tanto como me
gustaría lo que suceda con la obra. Además, me da miedo la reacción de
Tori cuando se entere. Mamá me ha contado que ya se encuentra mejor y
que podrá salir de la enfermería, lo que por un lado me alegra, pero por otro
me provoca verdadero pánico. Porque eso significa que tendré que hablar
con ella. Tendremos que mantener una conversación a la que no he parado
de darle vueltas toda la semana, y más vale que no la fastidie como de
costumbre. Espero que Tori no se desvíe del guion que he escrito dentro de
mi cabeza.
Acabo de poner el lavavajillas y estoy limpiando la superficie de trabajo
cuando oigo que llaman a la puerta. Cuatro toques rápidos. No sé por qué
no pierdo ni un segundo en pensar que podría ser Tori. Quizá porque está
enferma y el último lugar en el que debería estar es paseándose bajo la
lluvia por las calles de Ebrington.
El corazón me da un vuelco cuando la veo fuera. Me acerco deprisa a la
puerta y la abro.
—Pero ¿qué...? —empiezo a decir cuando entra.
—Hola —me saluda.
Nos plantamos uno frente al otro y me doy cuenta de que me había
olvidado de lo preciosa que es. Solo hemos estado una semana sin vernos,
pero ahora mismo me parece una eternidad.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto extrañado.
Tori traga saliva y se encoge de hombros. Su piel clara parece casi de
porcelana. Incluso sus pecas me parecen más pálidas que nunca. Las ojeras
le dan un aspecto cansado, y también tiene los pómulos más marcados que
de costumbre. Parece agotada, debería estar acostada con una taza de té y
una bolsa de agua caliente, y no aquí, delante de mí.
—¿Has perdido la cabeza? —exclamo acercándome un poco más a ella
—. Deberías estar en la enfermería, y no aquí...
—El doctor Henderson me ha dado el alta —me informa. Tiene la voz
algo ronca. Solo quiero abrazarla y no volver a soltarla jamás.
—¿Cuándo?
—Hoy, a mediodía.
—¿Y sabe que has venido aquí?
—No veo por qué tendría que saberlo —objeta.
—Porque necesitas descansar —contraataco. «Porque la última vez que
estuviste a mi lado te desplomaste de repente y desde entonces tengo la
sensación de no poder respirar.» ¿Tanto cuesta comprenderlo?
—Puedo cuidar perfectamente de mí misma, muchas gracias —me
espeta con brusquedad, lo que seguramente es una buena señal. Sin
embargo, no quiero pelearme con ella. Por eso me limito a asentir.
—¿Cómo te encuentras? —pregunto en voz baja.
La animadversión desaparece de sus ojos para dar paso a algo más
tierno, más delicado. Dios, cuánto la echo de menos. No solo porque hace
una semana que no nos vemos. Tengo la sensación de haber pasado meses
separado de ella. Después de besarla sentí una breve esperanza, pero luego
todo se volvió demasiado complicado.
—Mejor —responde tragando saliva—. Estoy bien.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Deberías estar en la cama, Tori.
—Y tú sobre el escenario.
Me quedo de piedra. Y entonces comprendo por qué ha venido.
O sea que se ha enterado. Genial. Claro que se ha enterado.
¿Qué me esperaba? ¿Que porque estaba en la enfermería no le llegarían
las habladurías que circulan por todas partes? Debería habérmelo
imaginado.
—¿Por eso no firmaste la tarjeta que me mandaron? —me pregunta—.
¿O es que simplemente te daba igual cómo estuviera?
Abro la boca para responder, pero la pregunta es tan absurda que no
llego a decir nada.
«¿Igual?»
Tori se me queda mirando y luego asiente.
—Comprendo.
Este es el momento en el que exploto.
—¿Me lo estás preguntando en serio? —exclamo, y se sobresalta al oír
mi tono de voz, pero no puedo evitarlo—. ¿De verdad me estás preguntando
si me da igual cómo estés, después de que haya pasado la peor semana de
mi vida porque nadie quería contarme lo que te ocurría ni cómo estabas? —
El silencio se vuelve insoportable cuando me callo. Noto los latidos del
corazón en la garganta y Tori se me queda mirando con los ojos muy
abiertos—. Mierda, lo siento —añado frotándome la cara con las manos, y
luego maldigo en voz alta al ver que he olvidado que las llevo llenas de
harina.
—Charles —dice en voz baja, pero yo niego con la cabeza.
—De acuerdo, sorpresa: no, no me da igual cómo estés. Más bien todo lo
contrario, ¿comprendes? No puedo parar de pensar en ti en todo momento.
Cada día, cada noche. Y  no solo porque estuvieras enferma y yo me
estuviera volviendo loco de preocupación. Y  no querría cambiarlo aunque
pudiera. Porque estoy enamorado de ti, joder. O sea que hazme un favor:
vuelve al internado y acuéstate, no sea que...
No puedo decir ni una palabra más.
—¿Qué? —exclama Tori mirándome como si acabara de ver un
fantasma—. ¿Qué acabas de decir?
—Ya me has oído.
—Charles, ¿qué acabas de decir?
—Que estoy enamorado de ti, joder.
—¿Por eso me besaste? —me pregunta en voz baja—. ¿O era Romeo el
que...?
Suelto una carcajada.
—¿En serio? Claro que no era Romeo. Era Charles, el que siempre lo
hace todo mal, por si todavía no te habías dado cuenta.
—¿Eso significa que te arrepientes de haberme besado?
Trago saliva. Y luego niego con la cabeza.
—¿Volverías a hacerlo? —me pregunta.
Me gustaría desviar la mirada, pero se merece que la mire a la cara.
—Solo si me lo pidieras —respondo con la voz ronca.
Algo oscuro reluce en los ojos de Tori. Tiene los labios pálidos, pero
sigue siendo la mujer más bonita del mundo entero.
—Tu boca ha librado a mis labios de sus pecados —susurra. Se me pone
la piel de gallina y cierro los ojos apenas un instante—. Devuélvemelos.
Y luego doy un paso hacia ella.
21

Victoria

El cuidado con el que toma mi cara entre sus manos me abruma. Junto con
la suavidad de sus labios y el calor de su aliento sobre mi boca, solo pasa
una fracción de segundo antes de que me bese. Con determinación y al
mismo tiempo con ternura.
«Por fin», pienso.
Si únicamente pudiera recibir un solo beso en la vida, querría que fuera
este. Los párpados se me cierran solos, mis manos buscan su cuerpo y
encuentran sus hombros fuertes. Tengo que echar la cabeza hacia atrás por
lo alto que es.
Y  me olvido de respirar, me doy cuenta de ello cuando noto que estoy
ligeramente mareada.
Charles se aparta un poco de mí y tengo su cara tan cerca que ni siquiera
puedo verlo bien, pero enseguida me envuelve entre sus brazos.
No recuerdo cuándo fue la última vez que me abrazó de este modo, pero
seguro que hace mucho tiempo. Y lo echaba de menos. Apoyo la cara en su
suéter y tengo ganas de llorar, pero no lo hago.
—Yo también estoy enamorada de ti —susurro, y noto que se tensa un
poco—. Ni siquiera recuerdo desde cuándo estoy enamorada de ti, Charles.
—Huele a protección, a harina y a té. Y  tiene los ojos de un azul
interminable cuando me mira. Detecto un montón de preguntas en ellos—.
Tenía miedo de que solo me estuviera pasando a mí.
—Yo también tenía miedo —asegura—. Tori, eres mi mejor amiga. Eso
es lo más importante de todo. No podría soportar perderte.
Hundo los dedos todavía más en sus brazos.
—No me perderás.
—O sí.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunto a pesar de saberlo de sobra.
—Porque no soy Val.
De acuerdo, al parecer me equivocaba. Suelto un suspiro.
—Val me trae sin cuidado.
Charles me lanza una mirada cargada de duda.
—De acuerdo, no es cierto —admito—, pero nunca ha sido lo que tú
eres para mí. Porque tú lo eres todo. Eres mi hogar. Eres la persona a quien
le puedo contar cualquier cosa.
—Sí, pero en algún momento dejaste de hacerlo —me acusa, y en su voz
quebrada reconozco el dolor que compartimos.
Asiento y parpadeo al notar que las lágrimas se me acumulan en los ojos.
—Ya lo sé, y lo siento.
—¿Por qué, Tori? —me pregunta levantándome la barbilla con los
dedos. Cuando alzo la mirada hacia sus ojos, veo lo mucho que le brillan—.
¿Por qué dejamos de ser nosotros? Éramos perfectos.
—Porque teníamos miedo —susurro—. Al menos yo lo tenía. Tenía
mucho miedo, todo el tiempo.
Cuando Charles asiente, sé que a él le ocurría lo mismo.
—Yo también tenía miedo. Y no quería que sucediera nada de todo esto,
nada de lo que te dije aquel día. Joder, lo siento muchísimo, Tori. Me
avergüenzo mucho de lo que hice, pero estaba furioso porque dejabas que
Val te manipulara; no paraba de apartarte de nosotros y yo no podía hacer
nada para evitarlo. Y  luego te traté como a una mierda, igual que él. No,
incluso peor que él. No debería haberle dado ese beso a Eleanor.
Trago saliva y, aunque son cosas que había deseado oír con toda mi
alma, me obligo a negar con la cabeza.
—Era tu papel.
—No, no lo era. Fue innecesario. Era Charles deseando herir a Tori.
Porque soy un capullo de mierda.
—Yo también te hice daño —digo—. O sea que me lo merecía.
—No, no te lo merecías —me asegura acariciándome las mejillas con los
pulgares—. No te merecías nada de todo esto. Tú lo que te mereces es
encontrar a alguien que te trate con respeto.
Se me forma un nudo en la garganta cuando intento respirar.
—Creo que conozco a alguien así.
Su mirada recorre mi rostro. Pasa por mis ojos, mi nariz, hasta que llega
a mi boca. Me fallan las rodillas.
—Creo que yo también.
Noto un cosquilleo en el estómago cuando posa el dedo índice bajo mi
barbilla para atraerme suavemente hacia él de nuevo. Pero esta vez no me
besa sin más, sino que nos besamos mutuamente. Poco a poco, con cuidado.
En la vida me había sentido tan segura. Lo suficientemente segura para
presionar mi lengua contra sus labios y adentrarme en su boca cuando la
abre. Y  cuando encuentro su lengua, el calor me sobreviene por todo el
cuerpo formando oleadas.
He tocado a mi mejor amigo mil veces, pero jamás de esta manera.
Y jamás me había sentido tan guapa como ahora que estoy entre sus brazos.
Lo que es absurdo, porque tengo un aspecto horrible, lo sé porque acabo de
ducharme y al verme en el espejo he pensado que se me notaban claramente
los siete días que he pasado enferma en la cama.
Y  Charles lo sabe. Noto el calor de su cuerpo pegado al mío, pero se
detiene cuando nota que me cuesta respirar. Me acaricia el labio inferior con
los pulgares y el corazón me da un vuelco. Se me queda mirando y sonríe.
—Eres preciosa —susurra—. Y ahora métete en la cama y descansa.
—Pero quiero quedarme contigo.
—Tori...
—Por favor.
Charles titubea antes de soltar un leve suspiro.
—De acuerdo, ya casi he terminado. Dame cinco minutos más y luego
volvemos juntos al internado, ¿vale?
Asiento y se me queda mirando de nuevo un momento con la misma
incredulidad que yo misma siento. ¿Cómo es posible que de repente se haya
vuelto tan sencillo? ¿Dónde está el truco?
Me gustaría creer que no hay ninguno mientras Charles me besa una vez
más. Luego desaparece otra vez para meterse en el obrador.
Y realmente se da prisa. No paso ni cinco minutos sentada en un taburete
que hay frente al mostrador antes de que regrese, ya sin el delantal rojo
oscuro, y recoja su chaqueta del perchero de la pared. En lugar de ponerse
el gorro de lana que se saca del bolsillo, me lo tiende a mí.
—Toma —me dice con exigencia, y una sensación de calidez me invade
el estómago.
Obedezco y bajo del taburete cuando me coge de la mano, y no me
soltará durante todo el camino de vuelta hasta el internado. Ni siquiera
cuando llegamos al recinto y nos encontramos con algunos alumnos de
octavo y noveno.
Falta poco para el cierre del ala, pero Charles no se detiene para
despedirse de mí a pesar de que él debería seguir por la derecha y yo por la
izquierda. En la escalera del ala oeste, vacilo. Él me mira.
—¿Todo bien? —me pregunta recorriéndome con la mirada de nuevo.
Asiento.
—Seguro que la señora Barnett entrará a ver cómo estoy —le advierto
mientras saco la llave del bolsillo de la chaqueta y se la tiendo—.
Adelántate, yo pasaré a verla y le diré que voy a acostarme.
—De acuerdo —repone él inclinándose hacia mí, y me besa antes de
meterse la llave en el bolsillo para escabullirse en mi habitación.
La señora Barnett me pregunta tres veces cómo me encuentro y solo me
deja marchar después de comprobar que no tengo fiebre. Al ver que mi
temperatura es normal se queda satisfecha y asiente, comprensiva, cuando
le digo que me acostaré nada más llegar.
El corazón me late con fuerza mientras recorro el pasillo hasta mi
habitación. Charles ha dejado la puerta entreabierta y está sentado en la
cama cuando entro. Levanta la cabeza, el pelo rubio le cae sobre los ojos y
noto un respingo en el estómago. Ya se ha quitado la chaqueta y los zapatos,
y se levanta mientras yo también me los quito.
Luego tira de mí y me obliga a tenderme sobre el colchón. La última vez
que compartimos una cama fue tras el baile de Año Nuevo, y lo he echado
de menos. Su cálido cuerpo, el hecho de que mi cabeza encaje a la
perfección en su pecho.
—Tus padres estuvieron aquí —me cuenta.
Me quedo de piedra.
—Sí, esto..., ¿los viste? —pregunto intentando sonar lo más inocente
posible. ¿También vio a mamá? Y en ese caso, ¿se dio cuenta de algo?
—Solo a tu padre, el lunes pasado. Pero mi madre me contó que al cabo
de un par de días volvieron los dos juntos —me explica titubeando—. ¿No
quisiste que te llevaran a casa?
—Ya empezaba a encontrarme mucho mejor, y además habría sido
complicado. Papá últimamente trabaja mucho, y mamá... —se me escapa.
«Mierda», pienso—. Bueno, siempre está de un lado para otro.
Charles se queda callado un momento.
—¿Va todo bien en casa? —pregunta al fin.
De acuerdo, lo sabe. O quizá no lo sabe, pero sospecha algo. Por
supuesto. Me conoce bien. La última vez que estuve enferma en el
internado, mis padres pasaron a recogerme y me llevaron a casa para
cuidarme, pero por aquel entonces yo tenía trece años y mamá todavía no
había empezado a emborracharse. O al menos no de forma tan evidente. Yo
era más pequeña, quizá simplemente no me daba cuenta.
—Sí, claro —me apresuro a responder, aunque en un tono de voz
excesivamente agudo. Y al mismo tiempo las lágrimas se me acumulan en
los ojos. Realmente no es tan sencillo reprimir todas estas cosas sin estar
todo el rato pensando en si mi madre tendrá de verdad lo suyo controlado, si
mi padre conseguirá convencerla para que intente de nuevo lo de la clínica,
si servirá de algo al no ser una decisión que salga de ella.
—Eh —me susurra Charles pasándome un dedo por la mejilla.
Parpadeo con insistencia, pero estoy cansada y sensible, por lo que al
final decido dar rienda suelta a las lágrimas y empiezo a llorar sin tapujos.
—Tori, ¿qué ocurre?
Me encojo de hombros y tengo la sensación de que, entre sus brazos, se
desmoronan todos los muros que había erigido durante las últimas semanas.
—¿Ha ocurrido algo? —insiste.
Quiero negar con la cabeza y asentir al mismo tiempo, porque no lo sé.
Ha sucedido algo, pero nada en concreto. Es más bien un desarrollo lento
que me da miedo, porque solo puedo suponer lo que sucederá a
continuación.
—Es una tontería —le digo—. Lo siento.
—No es ninguna tontería —objeta de inmediato, después guarda silencio
unos segundos—. ¿Ha vuelto a beber?
¿Cómo he podido creer que no se habría dado cuenta de nada?
Me limito a asentir mientras intento secarme las lágrimas.
—¿Mucho? —me pregunta.
—No lo sé —respondo. «Traga saliva, cálmate», pienso—. Will y yo no
hemos vuelto a casa desde ese fin de semana a finales de enero.
—¿Por eso regresasteis antes de tiempo?
Asiento avergonzada. Pero, al fin y al cabo, es la verdad.
—Y por Kit —añado—. Fue ese fin de semana que las cosas se pusieron
tan feas con su padre.
Él titubea un momento antes de preguntar:
—Y cuando..., bueno, ¿cuando tus padres vinieron...?
—Estaba sobria —le digo—. Eso creo, al menos. Pero tampoco sabría
decírtelo con seguridad. Charles, tengo miedo.
Me abraza con fuerza de inmediato.
—Lo sé —susurra contra mi pelo—. ¿Por qué no me contaste nada en
lugar de quedártelo dentro todo este tiempo?
No puedo más que encogerme de hombros.
—¿Y no podrías haberlo hablado con Valentine, al menos?
La breve carcajada que se me escapa suena llena de amargura.
—Sí, claro.
—¿Eso es un no?
Me aparto un poco de él para verlo bien.
—Charles, con Valentine no podía hablar de nada. Nada de nada,
¿comprendes? Quizá sobre lo que implica crecer en el seno de una familia
rica, pero eso es todo.
El dolor en sus ojos azules me roba el aliento durante unos momentos.
—Entonces ¿por qué aguantaste tanto tiempo?
—Porque me sentía débil, no sé, ni idea. No quería aceptarlo. Desde el
principio todos lo veíais claro y me lo decíais. Eso me cabreó y empecé a
convencerme a mí misma de lo contrario. Porque soy testaruda y no quería
aceptar que teníais razón.
—Yo también estaba furioso —admite con la voz temblorosa—. Me
sentía absolutamente impotente. Sabía que daba igual lo que dijera, porque
no serviría para cambiar las cosas. Al contrario, solo sirvió para
empeorarlas más. Y  quiero que sepas que no tenía ninguna intención de
entrometerme en tu vida. Simplemente me resultaba insoportable verte tan
infeliz.
—Ya lo sé, Charles.
Me mira y me olvido al instante de lo que quería decirle.
—Me encanta cuando lo dices —comenta.
—¿El qué?
—Mi nombre.
—¿Prefieres que vuelva a llamarte Sinclair? —le pregunto.
—No —protesta enseguida.
Menuda suerte. Porque casi me da miedo y todo lo raro que me parece
llamarlo Sinclair a estas alturas, a pesar de haberlo hecho durante seis años.
Ahora es simplemente Charles, y espero que siga siéndolo para siempre.
—Por cierto, lo siento mucho —murmuro.
—¿Qué es lo que sientes?
—Haberlo gritado mientras te peleabas con Val. Creo que no habrías
salido tan mal parado si no te hubiera distraído.
—Es posible —replica—, pero creo que valió la pena.
Noto un cosquilleo en el estómago. Levanto la mano y le pongo un dedo
en la mejilla izquierda. Ya no se le nota mucho el ojo morado, aunque
todavía tiene la piel ligeramente coloreada.
—Lo siento mucho, de verdad —repito.
—Yo también lo siento —responde tragando saliva—. Y comprendo que
estuvieras cabreada. Lo que hice fue totalmente innecesario, pero no pude
evitarlo. Alguien debía darle su merecido a Val.
—¿Y tenías que ser precisamente tú?
Charles arquea las cejas al notar mi tono sarcástico.
—¿Lo dices porque intenté enfrentarme al capitán del equipo de rugby?
¿Me estás tachando de poco realista?
—Creo que será mejor que no me pronuncie al respecto.
Charles se ríe en voz baja y me abraza un poco más fuerte.
—De acuerdo, fui poco realista, lo admito.
—Al menos lo reconoces. Además, el desenlace podría haber sido
mucho peor.
—Bueno, tampoco soy tan debilucho.
Trago saliva porque me doy cuenta de que, en efecto, mi mejor amigo es
más fuerte de lo que pensaba.
—Ya lo sé, pero él iba borracho.
Charles lo comprende. Me lo deja claro cuando la sonrisa de satisfacción
desaparece de sus rasgos.
—También siento haber acabado tan mal en el baile de Año Nuevo —me
dice entonces.
—No vuelvas a hacerlo.
—Supongo que en el futuro no tendré más motivos para ello.
—¿A qué te refieres?
Suelta un leve suspiro antes de explicármelo.
—Me puse a beber porque no soportaba verte con él.
—Charles...
—Ya lo sé, fue totalmente innecesario.
—Sí, bastante.
Se me queda mirando y quiero preguntarle en qué piensa, pero no puedo
hablar porque me está acariciando la mejilla.
—Estás pálida —me susurra.
—Es solo la luz, amado mío —replico casi sin pensar, y Charles lo
recuerda. Lo veo en su cara. Es su texto. Romeo se lo dice a Julieta en la
escena que ensayamos juntos.
—Es posible que últimamente no haya tomado las decisiones más
acertadas.
Asiento.
—La verdad es que se me ocurre otra mala decisión que has tomado
hace poco.
Estoy segura de que comprende a qué me refiero antes incluso de que
suelte un largo suspiro.
—Tori...
—No, escúchame. No puedes dejar la obra. Eleanor y tú lo hacíais de
maravilla —aseguro, y, aunque me duele un poco admitirlo, al fin y al cabo
es la verdad. Quiero hacer las cosas bien, y no creo que permitir que
Charles renuncie al papel por mi culpa sea una buena manera de empezar.
Tengo claro que esto conllevará una discusión cuando se incorpora un
poco.
—Tori, no puedo seguir con eso. Ya he visto el daño que te hacía.
—Y yo he visto lo mucho que te divertías sobre el escenario.
—En realidad no quería —objeta—. ¿No entiendes que solo lo hice por
ti? Pensaba que te presentarías a las audiciones, por eso me obligué a
intentarlo también. Tenía esperanzas de poder pasar más tiempo contigo si
los dos entrábamos en el club de teatro. Pero no quería ser el protagonista.
Esperaba que el señor Acevedo me aceptase como árbol o como figurante,
no como Romeo.
—Ya, pero eso era antes de que descubriéramos tu talento —me limito a
decir. Charles hace una mueca—. ¿O me estás diciendo que realmente no te
lo pasas bien actuando? Si eres capaz de mirarme a la cara y decirme que no
te encuentras como pez en el agua cuando estás actuando, no te agobiaré
más con eso.
Duda, como no podría ser de otro modo.
—¿Lo ves?
—No, para ya. Eso es agua pasada. Además, seguro que el señor
Acevedo ya le ha dado el papel de Romeo a otro. No puedo coger y pedirle
que vuelva a aceptarme.
—Pero ¿a ti te gustaría?
—No, Tori...
—Estoy segura de que estará encantado de que vuelvas a interpretar a
Romeo.
—Tori —repite con más énfasis—. Ya tomé una decisión. Es mejor así.
Para todos.
—No quiero que tengas que renunciar a lo que te hace feliz por mí.
—Y  yo no quiero que las cosas que me hacen feliz te hagan daño —
replica, y cuando abro la boca para rebatirlo, se me adelanta—: Ahora
mismo preferiría no seguir discutiendo.
Trago saliva. No estoy de acuerdo, pero noto que así no llegaremos a
ninguna parte, por eso lo dejo en paz. Tal vez pueda hablar con Eleanor y
pedirle que intente hacerle entrar en razón. Una parte de mí se pone en
guardia enseguida ante esa posibilidad, pero de todos modos me obligo a no
darle más significado del que tiene.
Charles está aquí. Conmigo. Porque quiere. Porque es a mí a quien
quiere, no me ha dado ningún motivo para sentirme celosa. Tengo que
repetírmelo una y otra vez.
—¿Estás cansada? —me pregunta justo cuando me imaginaba lo
agradable que sería simplemente cerrar los ojos—. ¿Has comido algo? No
has bajado al comedor.
—La señora Barnett me ha traído sopa —le digo.
—¿Quieres algo más? En la panadería teníamos...
—Charles —lo interrumpo en voz baja, y él se calla—. Todo es perfecto.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura.
—¿Quieres que te deje dormir? —me pregunta, y se refiere a si quiero
que se marche.
Lo abrazo con más fuerza y asiento.
—Pero ¿podrías quedarte conmigo?
—Si tú quieres, sí.
—Sí —susurro mientras me pone los dedos en la nuca. Ya ni recuerdo
cuándo fue la última vez que me quedé dormida entre sus brazos, solo sé
que lo echaba de menos. Su cuerpo cálido, su pecho elevándose y
descendiendo bajo mi mejilla.
Nos hemos besado. Hoy. Por tercera vez. Y  todo ha ido bien. Sin
secretos, sin remordimientos. Sin sueños febriles confusos que me
despierten asustada ni ganas de llorar. Solo realidad.

Charles

No sabía que se podía ser tan feliz. Que uno pudiera sentirse tan ligero a
pesar de casi no haber pegado ojo. Estaba cansado, pero no podía dormir.
Tenía que oír la respiración de Tori y aspirar su aroma, notar su calor y
darme cuenta de que no estaba soñando.
Porque no es un sueño. Lo sé con seguridad cuando, poco después de las
seis, me levanto con el máximo sigilo posible. Ojalá no tuviera que hacerlo,
pero al cabo de pocos minutos la señora Barnett despertará a las demás para
la carrera matinal. Seguro que Tori se ha librado de correr por las mañanas
durante un tiempo, pero podría ser que de todos modos entrara en su
habitación para echar un vistazo. Y  en ese caso será mejor que no me
encuentre dentro.
En principio, salir a correr por las mañanas me gusta, pero en momentos
como este odio estar en esta escuela que me obliga a seguir unas reglas que
me impiden simplemente quedarme en la cama con ella.
Tori se revuelve ligeramente cuando me levanto y me pongo la sudadera.
Al ver que parpadea, me muerdo el labio inferior.
—Lo siento —susurro inclinándome sobre ella—. Tengo que
marcharme. Tú sigue durmiendo.
Suelta un gruñido de contrariedad. No puedo evitar sonreír porque no
estoy seguro de que se haya despertado del todo. Luego agarra la tela de mi
sudadera y me pega un tirón. El corazón me da un vuelco, pero me inclino
hacia ella y presiono ligeramente los labios sobre los suyos. No sé por qué
estoy tan nervioso. Quizá porque una parte de mi extenuado cerebro teme
que lo que ocurrió ayer solo fueran imaginaciones mías y que hoy ya no
seamos Victoria y Charles, sino Tori y Sinclair, los que se besan en secreto
y no vuelven a hablar del tema nunca más.
Pero luego noto que sonríe mientras me besa y simplemente cierro los
ojos.
—¿Estás bien? —le pregunto en voz baja.
Ella asiente y la beso de nuevo en la frente. Tori lucha por no cerrar los
ojos inmediatamente después. Me incorporo y deseo que la señora Barnett
la obligue a quedarse en la cama todo el día y la exima de las clases.
En el ala de las chicas todavía reina el silencio, pero cuando llego a
nuestra planta del ala este me topo de improviso con el señor Acevedo. Se
me queda mirando sin decir nada mientras el corazón se me para como si no
se atreviera a seguir latiendo.
—Supongo que no podías dormir y has bajado a tomar un poco de aire
fresco, ¿no? —me pregunta con tranquilidad.
—Sí —respondo tragando saliva—. Sí, eso.
—Qué suerte, de lo contrario tendría que informar a tu madre.
—Lo sé —replico.
Mierda. A partir de ahora tendré que ir con más cuidado. Me ha quedado
claro que el señor Acevedo no es tan ingenuo como nos gustaría creer. Sin
duda se ha dado cuenta de que Henry pasa más noches en la cama de Emma
que en la suya propia. Pero tampoco puedo arriesgarme a que me pille con
las manos en la masa una vez más.
Noto su mirada clavada en la espalda mientras me dirijo a mi habitación.
Nada me gustaría más que volverme hacia él y disculparme. No solo por
haber contravenido las reglas, sino también por lo del club de teatro. Más
allá del hecho de que no tuviera elección, no estuvo nada bien por mi parte
abandonar la obra en mitad de los ensayos. Ahora soy consciente de lo
difícil que debe de ser encontrar a un nuevo Romeo sin poner en riesgo
alguno de los demás papeles. Me gustaría saber cómo ha resuelto el
problema, pero me parece inadecuado preguntárselo. Prefiero que me lo
cuente Gideon.
Louis y Eleanor se conocen bien, pero temo que no funcionen realmente
como pareja romántica. Además, él era tan convincente en el papel de
Mercucio que sería una verdadera pena que no lo interpretara. Con Gideon
pasa algo muy parecido, porque es la persona ideal para interpretar a
Benvolio. Además, él solo tiene ojos para Grace, a estas alturas incluso yo
me he dado cuenta. Grace, que últimamente parece de lo más confusa; me
temo que no ha encajado bien el hecho de haberse separado de Henry, y la
verdad es que me parece comprensible.
Quizá deberían ser Gideon y ella los que interpreten a Romeo y a Julieta,
pero el señor Acevedo jamás le haría algo semejante a Eleanor. Sería
injusto, porque se ganó a pulso el papel protagonista. Y ojalá no fuera así,
pero tengo la sensación de haberla dejado colgada. Sé que Eleanor y yo
funcionábamos bien sobre el escenario. Era muy divertido actuar con ella,
pero el precio a pagar es demasiado alto. Está en juego la tranquilidad de
Tori, y es algo que no quiero poner en peligro. Ni siquiera a cambio de
sentirme realizado sobre el escenario. Ni siquiera cuando me imagino cómo
sería verla allí arriba con otra persona. Sé que intentará no estar celosa, pero
no puedo exigirle algo así. O sea que nada de Romeo para mí. El año que
viene podemos intentarlo. Nuestra historia de amor en la vida real es más
importante que la del escenario.
22

Victoria

La señora Barnett me ha dejado elegir si quería ir a clase, y en condiciones


normales casi seguro que me habría quedado en mi habitación. He dormido
sorprendentemente bien, pero aun así esta mañana me sentía como si me
hubiera pasado un camión por encima. Pensar que no vería a Charles me ha
levantado de la cama enseguida; me muero por verlo, necesito verlo. Ya me
fastidia bastante no coincidir hasta la tercera hora, en Historia, porque he
llegado tarde al desayuno.
Nada más entrar en el aula, Charles me dedica una de esas miradas que
consiguen que me flaqueen las rodillas de inmediato, y me coge la mano
por debajo de la mesa.
—¿Estás bien? —me pregunta mirándome con detenimiento. Me parece
bonito lo importante que es para él que me encuentre bien.
Asiento.
—¿Tú también?
—No podría estar mejor —asegura.
—Vaya, pero ¿a quién tenemos aquí? —exclama Omar de buen humor
acercándose a nosotros. Charles me suelta la mano de inmediato—. Eh,
gente, creo que tenemos una nueva compañera de clase.
—¿Te encuentras mejor? —me pregunta Grace, que aparece detrás de
Gideon. Olive, que está a su lado, se vuelve hacia mí de repente y ocupa su
asiento sin hacerme caso. O eso creía, al menos, porque luego se me queda
mirando al ver que no respondo a la pregunta de Grace.
—Sí, mucho mejor —afirmo.
—Qué suerte —comenta Olive en un tono de voz casi inaudible.
Trago saliva e intento seguir sonriendo. Charles presiona ligeramente
una rodilla contra la mía. La señora Kelleher entra en el aula justo entonces
y, cuando nos levantamos para saludarla, Charles me pone la mano en la
espalda un momento.
Cuando giro la cabeza hacia él, mira al frente, pero con una sonrisa.
Me cuesta concentrarme y no sé si es por el ligero dolor de cabeza y el
agotamiento, que todavía no me han abandonado, o por la mano que
Charles posa en todo momento sobre mi pierna o mi brazo.
—¿Quieres volver arriba? —me pregunta mientras recogemos las cosas
al terminar la clase. Habría sido ingenuo creer que no se daría cuenta de lo
cansada que estoy.
Niego con la cabeza. Antes de que pueda decir nada, no obstante,
Gideon y Omar se ponen a hablar con él.
—Por cierto, tenemos que hacer un trabajo en grupo para la clase de
Inglés —dice Henry, que aparece a mi lado de repente—. Emma, Sinclair y
yo te hemos incluido en nuestro grupo. ¿Os parece bien si quedamos pronto
para empezarlo?
—Sí, claro —asiento.
—¿Qué os parece mañana por la tarde?
—Guay, yo solo tengo clase hasta las dos y media —digo volviéndome
hacia un lado—. ¿Charles?
Se gira de repente hacia mí. Antes de que pueda preguntarle qué le pasa,
me doy cuenta de que todavía no lo había llamado por su nombre delante de
los demás. Cuando lo hacía era solo para picarlo. Caigo en la cuenta al ver
la mirada sorprendida de Henry, que se fija en nosotros dos
alternativamente antes de atar cabos.
—Mañana, poco después de las dos y media, ¿quedamos en la biblioteca
para hacer el trabajo de Inglés? —pregunta Charles asintiendo, y Henry le
dedica una sonrisa de satisfacción.
—Perfecto, hasta entonces, Tori —replica Henry mordisqueándose
ligeramente el labio inferior mientras titubea un momento—. Hasta luego,
Charles.
—Cierra el pico —replica este, aunque el rubor que se ha apoderado de
sus mejillas les quita brusquedad a sus palabras.
—Lo siento —murmuro cuando Henry ya se ha marchado.
Charles niega con la cabeza.
—Es solo que no estoy acostumbrado.
—¿Prefieres que te siga llamando Sinclair cuando estemos con los
demás?
—No —responde sin dudarlo ni un segundo.
—De acuerdo.
Salimos del aula y, mientras caminamos por el pasillo, cuando los demás
se adelantan unos cuantos pasos, Charles me lleva hacia un lado.
—Esto que ha pasado ahora... No estaba seguro de si querías que lo
supieran.
—¿A ti te gustaría? —pregunto después de dudar unos instantes.
Se me queda mirando un momento antes de asentir.
—Sí, creo que me gustaría.
—Entonces a mí también.
—¿Seguro?
—De todos modos se darían cuenta.
—Lo que no entiendo es cómo puede saberlo Henry.
Me encojo de hombros.
—Henry siempre lo sabe todo.
Charles asiente y luego me besa, sin más. Porque yo tengo que ir a
Música y él tomará el camino opuesto. Al menos ese es mi plan, pero no
llego muy lejos cuando me doy cuenta de que nos están observando.
Valentine acaba de doblar la esquina del pasillo con varios de sus amigos y
nos fulmina con la mirada. Me quedo de piedra cuando oigo su risa
desdeñosa. Charles se ha parado, y cuando Val pasa por nuestro lado, temo
que aquella pelea tan absolutamente innecesaria pueda repetirse. Sin
embargo, Charles se limita a cogerme la mano.
Era consciente de que llegaría el momento en el que Valentine Ward se
enteraría de lo que ha ocurrido entre Charles y yo. Y  me siento tan mal
como esperaba.
—Eh, tenías razón, tío —le oigo decir a Neil—. Ya se ha liado con otro.
Noto que Charles se tensa de repente. Cuando intenta soltarme la mano,
se la agarro con más fuerza.
—Y yo que creía que nadie podría superar a Eleanor —añade Cilian—.
Siempre te lías con las peores, Val.
—No —susurro cuando Charles me lanza una breve mirada. En sus ojos
reluce algo amenazador, aunque al final acaba asintiendo.
Cuando me vuelvo de nuevo, Val me está mirando y, por un momento,
reconozco algo parecido al dolor en su rostro. Entonces comprendo que es
manipulador, tóxico y mezquino, pero que en el fondo está jodido. Pienso
en el Val al que encontré haciendo flexiones en su habitación después de
que su madre le recordara que no destaca en nada más allá del deporte. Eso
no justifica la manera en la que me trató, pero al menos lo hace todo un
poco más soportable. Porque estoy segura de que en el fondo ansía
encontrar algo verdadero, pero nadie le ha enseñado a abrirse. Y lo que es
más importante todavía: me doy cuenta de que no me corresponde a mí ser
esa persona. Ni ahora ni cuando estuvimos juntos.
Val se me queda mirando y su expresión se endurece de nuevo.
—De todos modos, lo que tuve con ella nunca fue nada serio —asegura
para herirme, pero el caso es que no me afecta. Estoy demasiado alejada de
él para que pueda hacerme daño.
Estoy con Charles.
Estoy donde debo estar.

Charles

La rabia que ha despertado en mí el capullo de Valentine aún no se ha


disipado del todo cuando vuelvo a ver a Tori en la clase de la tarde. A  la
hora de comer, en el comedor, me habría gustado partirle la cara, pero todos
sabemos lo que habría ocurrido. Por eso me esfuerzo en imitar a Tori e
ignorarlo. Seguramente es el arma más efectiva contra la gente como
Valentine Ward, y la verdad es que tengo la sensación de que funciona.
Debe de estar cabreadísimo por que Tori lo haya dejado y ahora esté
conmigo.
Preferiría que Tori descansara un poco más, pero al parecer cree que
tiene que asistir a las clases como sea. En cierto modo comprendo que no
quiera perderse más materia y que se haya presentado al examen de Música
esta mañana, aunque se me escapa por qué después no ha querido volver a
su habitación como le ha ofrecido el profesor.
Sigue sin apetito y, por consiguiente, tampoco es que tenga mucha
energía. Por eso no me sorprende que, después de la pausa de mediodía, en
clase de Religión, haya estado luchando para no quedarse dormida.
—Vamos —le digo en voz baja cuando al final de la clase apoya la
cabeza en la mesa en lugar de ponerse en pie.
—No puedo levantarme —murmura.
—¿Quieres que te lleve en brazos? —bromeo.
—No te atrevas a intentarlo —replica incorporándose con un suspiro—.
¿Por qué estoy tan cansada?
—Porque has estado enferma, supongo —comento con sequedad.
—Tengo que ir al ensayo, Charles.
Frunzo el ceño al oírlo.
—Primero tienes que volver a tu habitación para la hora de estudio.
—Ay, es verdad.
Sin hacer ningún comentario más, le cojo la mochila mientras me
levanto. Tal como la veo, creo que será más bien una hora de siesta que de
estudio.
—¿El señor Acevedo todavía controla si estáis en vuestras habitaciones?
—me pregunta esperanzada.
—Normalmente no. ¿Y la señora Barnett?
Al ver que niega con la cabeza, no puedo evitar sonreír.
—Podría ir a tu cuarto.
—Pues sí.
—Necesito un poco de ayuda con Francés.
Me limito a asentir en lugar de discutir con ella. Aunque no estuviera
muerta de cansancio, se me ocurrirían un montón de cosas que preferiría
estar haciendo durante esa hora antes que preguntarle listas de vocabulario.
Mi cerebro traicionero me recuerda demasiado a menudo lo que sentí
cuando nos tendimos los dos juntos en el duro suelo del escenario. Casi tan
a menudo como el hecho de que ya tenga dieciocho años y todavía sea
virgen. Antes o después tendré que contárselo. ¿O tal vez debería,
simplemente, actuar como si nada y esperar que no se dé cuenta?
Sé que hoy no es el día adecuado para sacar el tema antes incluso de que
Tori entre en mi habitación y se deje caer sobre mi cama.
—¿Una taza de té? —le ofrezco mientras dejo la mochila sobre el
escritorio y me vuelvo hacia ella.
Asiente con los ojos cerrados mientras abraza mi almohada. El murmullo
del hervidor de agua y su respiración son los únicos ruidos que se oyen
cuando regreso a mi cuarto con las tazas limpias. Una mirada me basta para
tener claro que Tori se ha quedado frita. Se sobresalta cuando un minuto
más tarde dejo las tazas llenas sobre la estantería que hay junto a la cama y
tomo asiento a su lado.
—Hola.
—No me he dormido —murmura.
—Ya lo sé —replico inclinándome sobre ella para darle un beso en la
nariz.
—Otro —susurra parpadeando—. Por favor.
No puedo evitar sonreír.
—Eres un pollito cansado.
—No hagas eso.
—¿El qué? ¿Llamarte así?
—Sí. Ese es tu mote.
—Además te dan miedo los pájaros.
—No, en realidad no —objeta abriendo los ojos para mirarme fijamente
—. Y ahora bésame, pollito.
—Creía que querías repasar Francés.
—S’il vous plaît —suspira.
—S’il te plaît —la corrijo. Es un acto reflejo que seguramente indica que
paso demasiado tiempo con Henry.
—¿Sabes qué me pone mucho? —murmura.
—¿Que te corrija?
—No. Que me hables en francés.
—Es realmente fácil impresionarte, entonces.
—Di tu frase preferida —murmura—. Por favor.
No puedo evitar sonreír. Luego me aclaro la garganta antes de hablar.
—Je suis allé au cinéma avec ma famille et mes copains —recito. Es una
frase que me ha servido un montón de veces durante las clases de la señora
Barnett. Mis notas de expresión oral son ridículamente buenas a pesar de
que hace años que respondo con la misma historia sobre el cine cuando nos
pregunta qué hemos hecho durante el fin de semana.
Tori suelta un suspiro de satisfacción y vuelve a cerrar los ojos.
—Seguiría hablando, pero es la única frase que domino.
—No digas mentiras —masculla mientras me acomodo a su lado
apoyándome sobre un brazo.
—De acuerdo —me limito a responder, y cuando empiezo a acariciarle
la espalda me doy cuenta de que realmente lo que necesita es dormir. Tori
mantiene los ojos cerrados y tiene los rasgos relajados. Sonrío con
satisfacción cuando veo que entreabre los labios. Odia que se lo diga, pero
cuando duerme profundamente siempre babea. La verdad es que me parece
adorable, pero al parecer eso a ella le da igual. Y  hoy no es precisamente
adorable la palabra con la que la describiría mientras estoy tendido a su
lado. Tiene el cuerpo relajado sobre el colchón y el leve suspiro que se le
escapa hace que me hierva la sangre.
Soy patético. Y por mucho que me esfuerce en pensar en los exámenes
de Matemáticas, en Valentine Ward o en otras cosas para distraerme, los
pantalones me aprietan cada vez más. Las caderas de Tori me quedan a la
altura del muslo. Las noto a través de la ropa y me vuelven loco.
No es la primera vez que está tendida a mi lado y estoy a punto de
enloquecer, simplemente es la primera vez que no me esfuerzo al máximo
en contenerme pensando que solo somos amigos. Es la mayor mentira que
se ha dicho jamás: somos amigos, pero también somos algo más. Es
preciosa, es la persona más bonita del mundo entero. Y está tendida en mi
cama. Dios.
Cierro los ojos, pero no me sirve de mucho. Está durmiendo, no debería
excitarme tanto, pero resulta difícil cuando tienes dieciocho años y lo que
sientes es tan fuerte. Su cálida espalda bajo mi mano, sus tiernos labios
sobre los míos. Todo en ella es suavidad. Su pelo es tan sedoso, su piel, su
voz... Yo, en cambio, no tengo nada tierno ni suave, más bien todo lo
contrario. Ahora mismo no, al menos.
Quizá debería levantarme y coger un libro. Seguir con las lecturas de la
clase de Inglés, aprenderme las reglas de Mendel para Biología. Algo
realmente aburrido. Pero también soy humano y, además, no quiero que
Tori se despierte por mi culpa. Necesitaba de verdad esta hora de calma
porque, conociéndola, después querrá asistir a los ensayos a cualquier
precio en lugar de descansar. Es incorregible. Y la amo. La amo tanto como
Romeo a Julieta, de ese modo tan absolutamente hortera e incondicional. Es
insoportable, ya lo sé, pero cualquier otra cosa que pudiera decir sería
mentira. Ya he mentido bastante al respecto durante los últimos años.
 
 
No sé cómo he podido quedarme dormido, pero cuando la puerta se abre
después de que Henry haya llamado como suele hacer él, con unos golpes
breves y rápidos, no sé ni cómo me llamo.
—Oye, una cosa... Oh —exclama plantado en medio de mi habitación
mientras me pongo en pie—. Lo siento —se disculpa, y reacciona
enseguida dándose la vuelta y cerrando la puerta. Al parecer ya ha
terminado la hora de estudio, porque el pasillo ya no está tan silencioso
como antes ni mucho menos. Tori se escurre entre mis brazos y Henry se
queda de espaldas a nosotros.
—¿Estáis desnudos? Por favor, dime que no estáis desnudos.
—Eres un idiota integral, Bennington —digo deseando que mi voz no
suene tan ronca.
—¿Eso quiere decir que sí? De acuerdo, ya volveré más tarde.
—No —responde Tori aclarándose la garganta y recostándose sobre un
lado—. Solo pasábamos el rato.
—Ah, sí —constata Henry lanzando una mirada por encima del hombro
—. Ya sé. Emmi y yo también lo hacemos de vez en cuando.
—Tío, nadie te ha preguntado nada.
—De acuerdo, Charles —replica demostrando que se está divirtiendo—.
¿Os he dicho ya lo mucho que me alegro por vosotros? Y Emma también,
por cierto, se pasa el rato comentando lo monos que sois.
—Henry —digo, aunque en un tono menos amenazador de lo que
querría.
—No, no pasa nada. Lo siento. Pero deberíamos acordar algún tipo de
señal. Poner un calcetín en el picaporte cuando no queramos que nos
molesten, o algo así.
—Un calcetín —repite Tori poco a poco.
—Sí, o algo en la ventana, para que el señor Acevedo no lo vea. ¿Cómo
lo hacéis en el ala oeste?
—Dios, ¿qué problema tienes? —exclamo.
—Solo era una idea —comenta Henry compungido.
—Bueno, ¿qué querías?
Henry se me queda mirando un momento, pero luego se encoge de
hombros.
—Lo he olvidado.
—No lo dirás en serio.
—Lo siento, es que me he asustado. Pero para bien, ya sabéis. Bueno,
voy a ver si encuentro a Emma —anuncia volviéndose hacia la puerta,
aunque se gira hacia nosotros una vez más—. Un banderín en la ventana
también podría servir.
—¡Henry!
—Adiós...
Tori se queda un momento acuclillada en la cama, tan atónita como yo,
mientras Henry se marcha con la misma rapidez con la que ha entrado.
Luego se deja caer de espaldas sobre la cama y la cabeza le queda sobre mi
regazo.
—Tu mejor amigo es insoportable.
—También es tu mejor amigo.
—No, ese eres tú —me contradice dedicándome una sonrisa inocente.
Me inclino hacia ella para besarla y nos reímos al unísono hasta que Tori
para en seco—. Espera, ¿qué hora es? —pregunta de improviso.
Me aparto de ella justo cuando se incorpora de nuevo para consultar mi
móvil. Sé que hemos estado más de una hora durmiendo cuando oigo que
suelta un taco en voz baja.
Por lo visto, los ensayos han terminado por hoy. Cuando recupero el
móvil veo que pasan con mucho de las cinco.
—¿Por qué no me has despertado? —me reprocha con una mirada de
pánico.
—Es que no he puesto el despertador.
—Espera, ¿tú también te has quedado dormido?
Me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Es que con tanto silencio...
—Genial.
—No creo que el señor Acevedo cuente precisamente con que estés
recuperada del todo esta misma semana.
Tori suelta un profundo suspiro.
—Da lo mismo. Y tampoco hemos repasado Francés.
—Es una pena —murmuro.
—Ten cuidado, Charles.
—Siempre, Victoria.
—¿No tienes que ir a ver a Jubilee? —me pregunta.
Me encojo de hombros.
—No. Iré a verla mañana.
—¿Podré ir contigo? —me pregunta para mi sorpresa.
—Claro. Siempre que te encuentres bien.
—Estoy en plena forma, Charles.
—Veo que esta siesta indecente te ha sentado bien.
Me pega unos puñetazos juguetones en el brazo, por lo que tengo que
agarrarle las manos y presionarla contra mi pecho. Su risa mientras la
abrazo y me dejo caer de nuevo sobre el colchón lo es todo para mí.
—Suéltame, dormilón —exclama, y apoya la cabeza sobre mi pecho, la
mejor sensación del mundo—. ¿Podremos salir a montar juntos de nuevo?
—Si quieres —respondo. Sin duda habrá pasado medio año desde la
última excursión a caballo que hicimos juntos.
—Pues sí, quiero —responde levantando la mano. Se me pone la piel de
gallina cuando empieza a trazar dibujos sobre mi pecho con el índice.
Ay, Tori. No tiene la menor idea de lo que me está haciendo. Ni que no
podré soportarlo mucho más antes de que la tensión vuelva a crecer dentro
de mis pantalones, y esta vez está medio tendida encima de mí...
—Y quiero otra cosa —empieza a decir; después se calla un momento y
levanta la cabeza para dedicarme una mirada de corderito degollado.
Fantástico.
—Tori —digo en voz baja.
—Por favor.
—No.
—Si ni siquiera sabes a qué me refiero.
—Sé que no me gustará.
—No tienes ni idea. —Suelto un suspiro—. Ya he visto lo mucho que te
gusta. —Cierro los ojos—. No finjas que no me oyes.
—Y tú para de forzar esa conversación —objeto.
—Vaya, es una lástima que ya hayamos empezado.
—Tori, mi decisión es firme.
La suya también, y además no piensa dar su brazo a torcer. Se sienta un
poco más erguida.
—De todo lo que sucedió entre Val y yo, hay una cosa que lamento por
encima de todo —me dice.
—¿Cuál? —pregunto al ver que no sigue hablando.
—Que renuncié a algo que me gustaba. Por su culpa.
Trago saliva.
—No puedes compararlo.
—No, pero de todos modos sé lo que se siente. Tienes talento, si la obra
se sostiene es porque la interpretáis Eleanor y tú, eso es innegable. Tu lugar
está sobre el escenario —afirma y traga saliva antes de proseguir—. Con
ella.
Durante un rato me limito a mirarla sin decir nada. Debería
contradecirla, asegurarle que eso no significa nada para mí. Sin embargo,
sería mentira. Realmente echo de menos actuar.
—Pero eso te hace daño —digo en voz baja.
—No, Charles. Solo me dolió cuando no sabía lo que había entre
nosotros.
—¿Qué es lo que hay?
—Dímelo tú.
Respondo a su mirada antes de hablar.
—Todo. Lo eres todo para mí. Cuando besaba a Eleanor sobre el
escenario solo pensaba en ti.
No hay nada más precioso en el mundo que Tori cuando se sonroja
ligeramente antes de asentir.
—Entonces supongo que podré soportarlo, ¿no? Quiero que seas feliz.
Y no quiero ir a los ensayos sin ti.
—¿Eso significa que seguirás siendo la ayudante de dirección? —
pregunto con la voz algo ronca.
—¿Por qué no?
—No lo sé... Para no tener que verlo. Lo comprendería.
—Charles, quiero verte. Quiero verte siempre.
Se me pone la piel de gallina y de repente tengo la sensación de
comprender que esto es amor. Lo sé porque sucedería lo mismo si las cosas
fueran al revés. Porque también me gustaría ver a Tori sobre el escenario.
Incluso si la situación me despertara emociones negativas, celos, la
sensación de no ser suficiente para ella. Todo eso quedaría en nada frente al
deseo de verla feliz.
Asiento poco a poco.
—Prométemelo —me pide.
—Mañana hablaré con el señor Acevedo.
Y Tori sonríe.
Green flags: edición amistades

Cómo se comporta un verdadero amigo:

Celebra tus éxitos y le encanta que las cosas te salgan bien.


Podéis hablar siempre sobre lo que os preocupa.
No te critica cuando cambias o evolucionas.
Reacciona de forma comprensiva ante los límites que impones.
Comprende que la amistad pasa por fases de más o menos proximidad.
Pregunta si puede ayudar cuando no te van bien las cosas.
Quiere lo mejor para ti sin tener en cuenta si eso también es lo mejor
para él.
Sabe pedir perdón y admitir sus errores cuando se equivoca.
23

Charles

El señor Acevedo me ha readmitido. Había imaginado una conversación


más dramática de lo que ha acabado siendo en realidad. Ni siquiera he
tenido que convencerlo, simplemente me ha lanzado una mirada de
complicidad y me ha dicho que el escenario es mío.
En cierto modo me molesta que tuviera tan claro que volvería, pero me
he alegrado de que me diera otra oportunidad. Después de admitir frente a
Tori lo mucho que me gusta actuar, me daba miedo que el señor Acevedo
pudiera rechazarme. Luego me he enterado por Eleanor de que los ensayos
han seguido durante la última semana y media sin cambios en el reparto, lo
que me hace sentir como un tonto.
Pero, bueno, el caso es que el problema ha quedado resuelto y que podré
actuar. Y  todavía más importante: Tori también seguirá como asistente de
dirección. Creo que ya se encuentra mejor, aunque todavía la veo algo
pálida y más cansada de lo habitual. Si no levanta la voz lo suficiente
durante los ensayos intento hacer callar a los demás para que pueda decir lo
que piensa. Es un trabajo en equipo y funciona sorprendentemente bien.
Pero, aun así, noto que no le resulta fácil verme sobre el escenario con
Eleanor.
Incluso me he planteado la posibilidad de contarle lo de Eleanor y su
novia, pero una promesa es una promesa. Eleanor me ha dedicado una
mirada de satisfacción cuando he recibido a Tori con un beso que ha
despertado los cuchicheos de los demás al instante. Tarde o temprano se
habrían enterado sobre lo nuestro de todas formas, al menos en nuestro
curso ya parece saberlo todo el mundo. En la clase del último año
seguramente también, y me molesta estar pendiente de eso, pero espero que
Valentine no me traiga más problemas ni que se enfrente a Tori. Y, al mismo
tiempo, espero que le joda la situación, porque eso significaría que en el
fondo Tori le importaba.
Me gustaría poder hablar más con ella sobre cómo se sentía, pero tengo
la impresión de que todavía no está preparada. Y tal vez yo tampoco sea la
persona más indicada. Normalmente esperaría que se lo confiara a Olive,
pero ya no hablan tanto como antes. Y noto que a Tori le sabe mal. Siempre
que ve a Olive aparece la misma expresión afligida en su rostro. A  veces
tengo la impresión de que los ensayos son las únicas horas del día en las
que puede olvidarse de todo durante un rato.
Al menos eso es lo que me ocurre a mí, y de hecho me paso el día entero
esperando a que llegue el siguiente ensayo. Es casi ridículo que hace poco
estuviera convencido de no querer actuar nunca más, porque sin duda lo
deseo, y lo mejor es que está saliendo bien. Que Tori parece equilibrada y
contenta moviéndose entre los demás sobre el escenario. Que mi sueño no
es una pesadilla, como tanto había temido.

Victoria
Tardo casi una semana entera en volver a coger el ritmo del internado y
terminar todo lo que se me acumuló durante los días que no pude ir a clase.
Pasar enferma tanto tiempo es un verdadero desbarajuste, y justo cuando
creía que ya me estaba poniendo al día, durante la clase de Matemáticas me
doy cuenta de que me he olvidado de hacer unos deberes importantes.
—Mierda, Henry, ¿puedo copiarte el ejercicio de Mates? —le susurro
nada más entrar en clase tras él. Se me queda mirando un momento con una
expresión divertida en el rostro y enseguida saca su iPad de la bolsa para
abrir el documento.
—Pero mete algún fallo —me dice antes de mostrármelo.
—Gracias —replico, tras lo que me siento y saco mi propia tableta—.
Luego me lo miro con más calma. Durante la hora de estudio o algo...
—O sea, nunca —anuncia Emma de buen humor apareciendo de
improviso a mi lado—. Lo sabemos todos.
Suelto una carcajada.
—Sí, vale, no nos hagamos ilusiones.
Charles tampoco se ahorra su comentario cuando entra en el aula poco
después. Consigo devolverle discretamente el iPad a Henry antes de que la
señora Ventura entre y empiece la clase pasando a ver nuestros ejercicios.
Después Charles tiene Educación Física, yo tengo Música y una sesión
doble de Biología con el señor Ringling. Cuando al principio de la clase nos
pide que nos pongamos por parejas y saquemos los microscopios de los
armarios que hay al fondo del aula, en el acto tengo claro que a Olive y a mí
nos tocará trabajar juntas, porque somos las únicas que todavía no hemos
encontrado pareja.
—¿Te parece bien? —pregunto titubeando. Olive se limita a asentir sin
mediar palabra, pero veo que su reacción no es tan negativa como temía
cuando va a sacar el microscopio del armario. Mientras tanto me dirijo a la
mesa del señor Ringling, donde tiene unos trozos de col lombarda que
tenemos que recoger para examinar los componentes de sus membranas con
el microscopio y luego plasmarlos en un dibujo.
Olive y yo trabajamos un buen rato en silencio, enfundadas en las
grandes batas de laboratorio de color blanco que nos ponemos durante los
experimentos. Antes bromeábamos tanto cuando nos tocaba trabajar en
pareja que el señor Ringling siempre tenía que regañarnos. Ahora, en
cambio, apenas nos miramos.
Estoy ocupada observando por el microscopio y me acerco más a la
mesa cuando mis codos chocan contra algo. Es el cuenco con la col
lombarda que habíamos sumergido en agua para el siguiente experimento, y
acaba sobre el regazo de Olive.
—Mierda, lo siento —se me escapa cuando Olive agarra el cuenco y veo
que se le han manchado los pantalones color arena. Igual que yo, no se
había abrochado la bata. Empiezo a comprender por qué el señor Ringling
siempre nos aconseja que nos pongamos bien la bata.
—La señora Barnett estará encantada cuando lo vea —murmura Olive
con sequedad al ver el desastre. Cuando levanta la cabeza, contengo el
aliento un momento. Y luego las dos nos partimos de risa.
—Mierda, será mejor que pongas eso en remojo enseguida —le aconsejo
—. Seguro que el señor Ringling te dejará salir un momento para que
puedas cambiarte de ropa.
—Tengo el otro par de pantalones en la lavandería —me dice Olive.
—¿Los azules también?
Asiente.
—Puedo ponerme la falda plisada —murmura con ironía. Es un secreto a
voces que a Olive no le gustan ni los vestidos ni las faldas. Odia a muerte el
uniforme del internado.
—Ahí seguramente no se habría visto ninguna mancha —reflexiono.
Olive suspira y empieza a frotar la mancha con un pañuelo, aunque eso
no mejora precisamente las cosas.
—Lo siento, de verdad —me disculpo una vez más.
—No pasa nada —replica antes de levantar la cabeza de nuevo—.
Hablando de faldas..., ¿se sabe algo sobre aquello del uniforme?
—Pues no —admito, y la verdad es que últimamente he estado tan
ocupada con otros temas que no he tenido tiempo para eso. Pero ahora que
las cosas empiezan a encajar, podríamos convocar una reunión y hablar
sobre lo que nos proponemos conseguir—. ¿Te parecería bien...? —empiezo
a preguntar, pero el señor Ringling me interrumpe.
—Victoria, Olive, ¿qué tal si dejáis la cháchara para la pausa? —nos
riñe, luego se acerca a nuestra mesa—. Ah, Olive, ¿lo veis? Por eso siempre
os digo que os abrochéis la bata. Por favor, ve a cambiarte. Y  tú, Tori,
mientras tanto limpia todo esto.
Olive me dedica una breve mirada cuando el señor Ringling lanza un
suspiro y se marcha. La inseguridad ha vuelto a aparecer en sus ojos, pero
me parece casi como si durante los últimos minutos se le hubiera olvidado
que estábamos enfadadas. Tengo la impresión de que quiere decirme algo
más, pero se limita a morderse el labio inferior, se pone en pie y sale del
aula.
Cuando regresa poco después, el señor Ringling nos vigila más de la
cuenta, de manera que no surge ninguna ocasión más de hablar con calma.
Aun así, tengo cierta sensación de triunfo cuando, al salir, Olive me sonríe.
Me encantaría pedirle si quiere charlar un rato, pero justo entonces me topo
de improviso con Charles. Olive también se encuentra con Grace, así que
creo que tendré que intentarlo en otra ocasión.
Charles se alegra muchísimo cuando en el almuerzo le cuento que Olive
y yo hemos olvidado nuestras diferencias durante un rato. En el comedor
vuelve a salir el tema del uniforme escolar cuando los demás le preguntan a
Olive por qué lleva puesta la falda sin que sea obligatorio. En cuestión de
segundos empieza en nuestra mesa una acalorada discusión sobre el código
de vestimenta de la que no sale nada constructivo; solo más frustración.
Cuando termina la pausa y nos levantamos para ir a la primera clase de
la tarde, suelto un suspiro de enfado al ver que no hemos avanzado nada, y
Charles se encoge de hombros como si quisiera disculparse. Él no puede
evitar que el tema me ponga tan nerviosa, pero sé que hasta cierto punto se
siente culpable porque es precisamente su madre la que decide qué ropa hay
que llevar en la Dunbridge Academy. Quizá debería volver a cenar algún
día en casa de los Sinclair para debatir el tema con ella un poco, porque sin
duda no estoy dispuesta a dejar las cosas como están.
Por la tarde, Charles y yo no volvemos a vernos hasta el ensayo. Llego
pronto; de hecho, soy la primera en llegar. Cuando entro en el teatro vacío,
el silencio casi se me traga. Es algo mágico, estar aquí sola y bajar los
escalones enmoquetados. Mi corazón se sosiega y noto el cuerpo más ligero
a medida que me acerco al escenario.
Me cuesta admitirlo, pero, aunque todo se ha aclarado por fin entre
Charles y yo, no consigo librarme de esa sensación melancólica por el
hecho de no estar sobre el escenario. Cuanta más distancia tomo respecto a
Val, sea lo que sea lo que llegó a haber entre nosotros, menos comprendo
cómo pude permitir que me impidiera cumplir mis sueños. Tengo la
impresión de no haber sido yo misma, y de que me ha costado volver a
encontrarme. Constatar que mis amigas y amigos se daban cuenta todo el
tiempo me parece sorprendentemente doloroso. Siempre he creído que me
conocía a mí misma, pero parece evidente que me equivocaba. Los últimos
días he intentado evitar a Val en la medida de lo posible. No tengo ganas de
volver a enfrentarme a él ni de oír sus comentarios envenenados.
Dejo mi bolsa de tela sobre uno de los asientos de la primera fila y me
quedo indecisa un instante. Es asombroso cómo este teatro tan vacío y
solitario se llena de vida cuando suben Charles, Eleanor y los demás. Me
acerco al frente y recorro el borde del escenario con el índice. Un leve
escalofrío me recorre el cuerpo cuando pienso en cómo Charles y yo nos
tendimos encima y me besó. Tengo la sensación de que hace una eternidad,
a pesar de que apenas hayan pasado dos semanas desde entonces.
Lanzo una mirada fugaz a las puertas del teatro y luego cierro los ojos.
—Pobre de mí —susurro, y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando
me sorprende el volumen de mi propia voz rompiendo el silencio absoluto
que me rodea. Es todo lo contrario a cuando ensayamos la escena del
balcón con Charles en el obrador—. Ay, Romeo, ¿por qué tienes que ser un
enemigo, un Montesco, al que no puedo amar? Como si mi corazón tuviera
elección cuando te veo —recito, y me apoyo en el borde para subir al
escenario. Una vez arriba, actúo como si hubiera tenido el valor de
presentarme a la audición—. Romeo, niega tu apellido y luego dámelo. Lo
digo en serio. No quiero seguir siendo una Capuleto, quiero estar a tu lado.
—Me pongo en pie. Cuando cierro los ojos soy Julieta, paseando de un lado
a otro de su balcón. Inquieta, desesperada porque el hombre al que amo
sigue estando fuera de mi alcance—. Solo es tu apellido el que nos hace
imposibles —prosigo—. El amor me encontró ¿y tengo que librarme de él
por un apellido? Pues tomaré otro. Renunciaré al mío y aceptaré otro, por
eso te lo suplico, cielo santo, concédeme a ese hombre.
«Te tomo la palabra», responde Charles dentro de mi cabeza, aunque en
realidad lo que suena son unos aplausos que me sobresaltan de repente.
Abro los ojos.
—Es una verdadera pena, querida Victoria.
Veo que es el señor Acevedo, que se aparta de las sombras de la parte
superior del auditorio, junto a las puertas, para bajar los escalones. Me
quedo de piedra. De inmediato, las mejillas me arden de vergüenza.
—Lo siento, yo... creía que estaba sola —me disculpo dirigiéndome con
pasos apresurados hacia la pequeña escalera que hay al borde del escenario.
Sin embargo, el señor Acevedo sigue hablando haciendo caso omiso a mi
bochorno.
—Ya me he dado cuenta, seguramente por eso lo has hecho tan bien —
conjetura sin quitarme los ojos de encima—. Aunque creo que con público
también me habrías convencido si te hubieras presentado a las audiciones.
—Trago saliva, pero no digo nada mientras bajo hasta donde tengo mis
cosas—. ¿O realmente quieres hacerme creer que no te apetece actuar?
Niego con la cabeza despacio.
—No, tiene razón. No sé por qué no me atreví a presentarme.
—Entonces ya somos dos los que no lo comprendemos.
—Era difícil —admito—. Me temo que durante los últimos meses he
estado un poco perdida. Al menos me sentía así. Y  respecto a las
audiciones... Tal vez el año que viene.
—Me parece un buen plan —repone el señor Acevedo con una sonrisa
—. Tengo la impresión de que ya te has reencontrado contigo misma,
¿puede ser?
De repente vuelvo a recordar por qué el señor Acevedo es uno de mis
profesores preferidos. Se interesa de verdad por lo que nos preocupa y es
mucho más receptivo que la mayoría de sus colegas.
—Sí, yo..., la verdad es que tengo esa impresión —aseguro—.
Últimamente las cosas han ido encajando mejor.
—Me alegro mucho, Victoria —dice él con una sonrisa de complicidad.
Los dos nos volvemos al mismo tiempo hacia la puerta cuando oímos que
se abre. Me quedo de piedra al ver que es Olive la que aparece por el
umbral.
—¿Llego demasiado pronto? —pregunta con inseguridad, y retrocede
hasta que el señor Acevedo niega con la cabeza.
—No, en absoluto. Espero que los demás no tarden en aparecer, pero
baja aquí con nosotros.
Olive obedece a regañadientes. Me pongo cada vez más nerviosa a
medida que se nos acerca. Por suerte, la puerta se abre de nuevo poco
después. Las voces de los alumnos que van entrando se encargan de romper
el silencio tenso que reinaba hasta hace un instante.
Charles parece sorprendido por la presencia de Olive, que se mantiene
algo apartada del grupo, con los brazos cruzados frente al pecho. Al cabo de
poco se le une Grace, que ha llegado acompañando a Gideon.
—¿Olive? —murmura Charles sorprendido cuando se coloca a mi lado.
Asiento, pero, antes incluso de poder abrir la boca, el señor Acevedo da
unas palmadas.
—Bueno, empecemos. Primero de todo me gustaría presentar a los
nuevos miembros de nuestro equipo. Para vestuario y maquillaje
contaremos con la ayuda de Olive, Marian y Nathan. Podéis ir pasando por
el almacén por grupos mientras los demás ensayan. Victoria os acompañará
e irá anotando los trajes que usaremos. ¿De acuerdo? —pregunta; luego se
me queda mirando. Asiento a pesar de notar el estómago encogido al pensar
que Olive estará en el almacén de vestuario... Por la cara que pone, parece
que ella también se imagina situaciones más agradables que esa.
Me obligo a dejar de lado los pensamientos negativos mientras el señor
Acevedo nos envía a vestuario a Olive, Marian, Nathan y a mí. También nos
acompañan Gideon, Grace y Terrence, que durante la siguiente escena ya
tendrán que subir a las tablas.
Nunca había entrado en la parte trasera del escenario, donde se almacena
una gran cantidad de trajes y de piezas de atrezo. Mientras revolvemos los
trajes, se extiende un intenso olor a naftalina y a magia. No tardamos ni
media hora en encontrar el vestuario adecuado para Benvolio, la nodriza y
Teobaldo; después me dedico a documentar las combinaciones con la
cámara del móvil. Apenas he intercambiado alguna palabra con Olive, que
intenta rehuir mis miradas en la medida de lo posible, aunque tengo la
sensación de que no se encuentra bien. De vez en cuando deja la mirada
perdida en el vacío, parece dispersa y encerrada en sí misma. No tengo
ocasión de hablar con ella porque, a continuación, les toca a Charles y
Eleanor.
La mirada de Olive se vuelve hacia nosotros cuando Charles me coge de
la mano un momento para besarme entre los percheros de la ropa. Veo de
reojo que sonríe al vernos.
—Te echaba de menos —murmura Charles cerca de mi oído en cuanto
se separa de mí.
—Han pasado treinta minutos, Charles...
—Da igual, es insoportable lo largos que se me han hecho —me asegura,
después mira a su alrededor—. Bueno, vamos allá.
24

Charles

—No sé —comenta Eleanor contemplándose en el espejo ataviada con un


vestido de tonos pastel largo hasta el suelo—. Es un poco excesivo, ¿no os
parece?
—Es perfecto para Julieta —opina Nathan ajustándole un poco el corsé.
—Estás fantástica —asegura Marian, y no le falta razón.
Sin embargo, Eleanor no parece muy convencida.
—No te gusta —constata Olive con sequedad. Está sentada sobre un
taburete junto al probador y hasta ahora se había limitado a mirar sin
intervenir. En lugar de la falda plisada que llevaba hace un rato, ahora
combina la sudadera de la academia con unos leggings de color negro.
Olive siempre es de las primeras en cambiarse en cuanto terminan las
clases, y suele elegir ropa de corte deportivo, que es lo que le gusta llevar
cuando no está en la piscina.
Eleanor se vuelve hacia ella.
—Sí, exacto. Es demasiado elegante.
—Y no te sientes cómoda —añade Tori en voz baja.
Eleanor asiente después de titubear un poco.
—Es que no es para mí. Tengo la sensación de ir disfrazada.
—Bueno, es que, al fin y al cabo, es un disfraz —comenta Nathan.
—Pero no debería darme esa sensación, creo —opina Eleanor
encogiéndose de hombros.
—El caso es que tampoco encaja con el vestuario de Sinclair —añade
Marian—. Para eso, él tendría que ponerse esta camisa con volantes.
Suelto un gemido de frustración.
—Por favor, eso no. Es muy áspera y pica.
—También tiene demasiado aire de disfraz —murmura Tori, y señala la
camisa holgada que llevo puesta con los pantalones beige. La tela de lino
blanca es un poco transparente y el escote es pronunciado, pero es adecuada
para Romeo—. Esta es mucho mejor.
Olive se pone en pie.
—¿Qué te parecería combinarla con esto?
Todos nos volvemos hacia ella.
—¿Para Romeo? —pregunta Marian con escepticismo mientras examina
los pantalones de color rojo oscuro que Olive sostiene en alto. Son tan
holgados y el tejido es tan vaporoso que a primera vista me había parecido
una falda.
—No, para Julieta.
Eleanor los coge enseguida y los sostiene sobre su ropa para hacerse una
idea.
—Pues podrían quedar bien —opina.
—¿No os parece más adecuado un vestido? —pregunta Marian.
—¿Por qué? —objeta Olive. Tras la discusión que hemos tenido a
mediodía, los ánimos todavía están un poco caldeados—. ¿Porque es una
mujer?
—No, porque es clásico —comenta Nathan para apoyar a Marian—.
Igual que la obra.
—Entonces también podrían ponerse el uniforme del internado —
contraataca Olive con sequedad.
Nathan se queda callado.
—Pues a mí esos pantalones me parecen geniales —dice Tori para
romper el silencio incómodo.
—A mí también —añado.
—Hemos escrito mi papel en un tono tan moderno que me parece
adecuado llevar ropa un poco más atrevida —opina Eleanor levantando la
cabeza—. Al menos dejad que me los pruebe, ¿de acuerdo?
Los demás asienten y Olive le tiende también una blusa blanca de corte
tan amplio como el de mi camisa. Antes de que se meta en el probador con
Eleanor para ayudarla a cambiarse de ropa, cruza una breve mirada con
Tori, que me parece un poco más conciliadora que las que solían lanzarse
últimamente.
—¡Tachán! —exclama Eleanor saliendo del probador con energía y
dando una vuelta sobre sí misma. La tela plisada de los pantalones forma
remolinos entre sus largas piernas. Cuando se detiene, cae de forma que
realmente parece una falda larga. A  la altura de la cintura Eleanor se ha
atado la blusa blanca con un nudo. Las mangas son largas y amplias, y la
prenda le queda de maravilla.
—Me encanta —dice Tori.
—Sí, ¿verdad? —responde Eleanor con una amplia sonrisa.
—Sinclair, ponte a su lado.
Accedo a lo que me pide Nathan y contemplo los rostros encandilados de
los demás.
—Sí, es perfecto —sentencia Tori—. ¿Os parece bien? —Eleanor asiente
enseguida y me mira, tras lo que imito su gesto para darle la razón—. Pues
creo que tendremos una Julieta con pantalones —explica Tori asintiendo
con seriedad—. Gracias, Livy.
Hacía tiempo que no oía ese mote cariñoso, y tengo la impresión de que
Olive también se sorprende. Murmura algo como: «Claro, no ha sido nada»,
y agacha la cabeza de nuevo.
—¿No os parece que el concepto del uniforme también está pasado de
moda? —pregunta Eleanor de improviso—. Hace poco oí a unas alumnas
de undécimo hablar sobre el tema por el pasillo.
—Sí —responde Tori—. Este mediodía lo hemos estado comentando.
Me parece que ya va siendo hora de empezar a demostrarlo.
Eleanor baja la cabeza para mirarse.
—En la función ya lo reivindicaremos, en cierto modo, pero también
podríamos hacer algo antes.
—¿A qué te refieres? —pregunta Olive.
—Bueno, tampoco es necesario complicarse la vida. Simplemente
podríamos presentarnos a la asamblea del lunes que viene con pantalones
normales.
—¿Para que os manden de nuevo a vuestras habitaciones a cambiaros de
ropa? —pregunta Nathan.
—Exacto, de eso se trata —dice Olive—. ¿Por qué tú puedes llevar
pantalones y nosotras no?
—Y  tú en cambio no puedes llevar falda —añado—. Podría ser que te
apeteciera algún día.
—Eso —dice Tori asintiendo.
—¿Para qué querría yo ponerme falda? —pregunta Nathan.
—Es una cuestión de principios —señala Olive.
—Exacto, tú puedes ponerte pantalones, como siempre, pero yo no
pienso permitir que me lo sigan prohibiendo —explica Eleanor
encogiéndose de hombros.
—Yo tampoco —dicen Tori y Olive al unísono. Durante unos instantes
reina el silencio, se miran y luego Olive rompe de nuevo el contacto visual.
Con discreción, le toco la mano a Tori cuando detecto cierta decepción en
su rostro. Todavía hay algo que las une, es innegable, y por mucho que
Olive sea una maestra en el arte de fingir que no tiene sentimientos, creo
que poco a poco están acercando posiciones de nuevo.
—¡Necesitamos a nuestro Romeo!
Me sobresalto un poco cuando el señor Acevedo entra de repente en el
almacén y se detiene frente a la puerta.
—¡Oh, maravilloso! —exclama mirándome primero a mí y luego a
Eleanor—. Una Julieta emancipada y un Romeo más desenvuelto. Sabía
que podía confiar en vosotros —comenta asintiendo en dirección a Olive,
Marian y Nathan—. ¿Podéis volver a salir? —nos pregunta a Eleanor y a mí
—. Ensayaremos la siguiente escena.

Victoria

Casi dos horas después, el reparto entero tiene vestuario y damos por
concluido el ensayo. Olive y yo no hemos tenido más ocasiones de hablar,
pero los breves momentos que hemos compartido discutiendo sobre el
uniforme obligatorio me han parecido un progreso positivo. Cuando
Charles me pregunta si me parece bien que se marche con los demás, estoy
segura de que sabe en qué estoy pensando. Este sería un buen momento
para charlar con ella.
Asiento agradecida y le doy un beso antes de empezar a recoger las
cosas con una calma impostada. Pasa un rato hasta que me doy cuenta de
que Olive ya se ha marchado. Debe de haber salido del teatro antes, con
todos los demás, pero tal vez tengo suerte y consigo pescarla mientras sube
a nuestra ala. ¿O tiene entrenamiento de natación? ¿Qué hora es, de hecho?
Cuando me dispongo a sacar el móvil para consultar el reloj, me doy
cuenta de que no lo tengo en el bolsillo. Tampoco lo encuentro en mi bolsa,
y luego me acuerdo de que antes, en el almacén de vestuario, lo he dejado
sobre un estante. Los últimos en salir se dirigen ya hacia la puerta mientras
me escabullo de nuevo hacia la parte trasera del escenario. En el almacén
todavía hay luz; veo mi móvil, lo cojo y estoy a punto de salir cuando oigo
un ruido.
—¿Hola? —pregunto.
Se impone el silencio de nuevo, pero decido avanzar un par de pasos.
Y entonces la veo.
Olive está sentada en cuclillas sobre la silla que hay junto al probador.
No he necesitado ver el pañuelo arrugado que tiene en la mano para darme
cuenta de que ha estado llorando. Me ha bastado verle los ojos enrojecidos
y la mirada vidriosa.
En cuanto me ve, tira el pañuelo al instante y se levanta de un salto.
Me acerco a ella titubeando.
—¿Todo bien?
—Todo genial —responde escondiendo las manos tras el cuerpo—. Solo
estaba..., bueno..., ya sabes —me dice.
Su expresión es de concentración, mantiene la cabeza gacha. Y ya sé lo
que ocurre cuando Olive se pone así. Veo la pequeña arruga que aparece
entre sus oscuras cejas cada vez que intenta por todos los medios no echarse
a llorar.
No digo nada. Me limito a esperar. Olive no se mueve.
—Te echo de menos —le digo.
Nuestras miradas se encuentran en el espejo y luego todo sucede muy
deprisa. Los ojos verdes de Olive se llenan de lágrimas, baja la cabeza y se
tapa la cara con las manos mientras solloza levemente. Se queda frente al
perchero del probador cuando me acerco a ella. Y  luego simplemente la
abrazo.
Le tiemblan los hombros, todo el cuerpo. Solo la suelto para buscar un
pañuelo limpio en mi bolsa. Se muerde el labio inferior cuando se lo
ofrezco.
Espero a que se suene la nariz, pero las lágrimas siguen rodando por sus
mejillas. Parece que todo lo que le ha estado afligiendo y que ha estado
conteniendo durante las últimas semanas se ha desbordado de repente. Me
da miedo, porque nunca había visto así a mi amiga. A  diferencia de mí,
Olive no llora casi nunca. Ni por escenas de películas tristes o
enternecedoras, ni cuando siente que la tratan de forma injusta. La única
vez que la vi llorar fue en séptimo, cuando se torció el tobillo en clase de
Educación Física y todos pensábamos que se lo había roto. Al final resultó
ser solo un esguince, pero de todos modos debió de ser realmente doloroso.
—¿Qué te ocurre, Livy? —susurro.
Ella niega con la cabeza.
—Por favor, habla conmigo.
—No puedo.
—¿Ha sucedido algo?
Olive traga saliva con dificultad y se encoge de hombros.
—Olive —empiezo a decir, e intento elegir con sumo cuidado las
siguientes palabras—. ¿Alguien te ha hecho daño?
Niega con la cabeza sin decir nada, por lo que decido creerla.
—Hace tiempo vi algo —me cuenta al fin. Su voz suena tomada, se nota
lo mucho que tiene que esforzarse para no seguir llorando—. El otoño
pasado. Después de la hora de estudio estuve en casa de Grace y regresaba
al internado por la noche. Ya había oscurecido, pero unas calles más abajo
vi...
Olive cierra los ojos antes de proseguir con la voz quebrada.
—Era el coche de mamá frente a una de las casas. Al principio no le di
más vueltas, a veces también visita a embarazadas a domicilio en Ebrington
—me explica, aunque tiene que parar para tragar saliva de nuevo—.
Normalmente me avisa y así nos vemos un rato. Pero esa vez no me avisó.
Y  luego supe por qué. Porque no era una visita de comadrona, sino de
carácter privado.
La dureza vuelve a aparecer en sus facciones cuando los ojos se le llenan
de lágrimas una vez más. Olive se seca las mejillas con el dorso de la mano
antes de continuar. Rezo en silencio para que no sea lo que estoy pensando.
—Justo en ese momento salió de la casa. Con un hombre. Y se despidió
de él dándole un beso.
Reina el silencio durante unos segundos.
—Mierda —susurro.
Olive aprieta los labios con fuerza antes de asentir.
—Quizá solo pareció un beso y en realidad no lo fue.
Cierra los ojos un momento.
—Por desgracia, no tengo la menor duda de que fue un beso.
—¿Y tu padre lo sabe? —pregunto sin demasiada convicción.
Ella niega con la cabeza.
—Mi madre me vio y me siguió. Me aseguró que había sido algo puntual
y me pidió que no le dijera nada a papá.
—Pero eso es... —empiezo a decir, pero me quedo callada porque se me
pasan demasiadas cosas por la cabeza: «falso, deshonesto, manipulador».
—Sí, exacto —replica Olive riendo con amargura—. Eso mismo le dije
yo.
—¿Se lo has contado a tu padre?
Se nota lo mucho que esto la atormenta cuando niega de nuevo con la
cabeza.
—No. Al principio quería decírselo, pero... al día siguiente lo vi en la
enfermería y no fui capaz. Él la quiere, haría cualquier cosa por ella. Seguro
que no tiene la menor idea de lo ocurrido, y es que... Simplemente no pude.
Ojalá no lo hubiera visto. Ojalá no sospechara nada, igual que él, porque
entonces no me sentiría como una maldita traidora.
—No eres ninguna traidora, Olive —le aseguro, aunque soy consciente
de que me sentiría igual si fuera yo quien estuviera en su lugar.
Olive se limita a encogerse de hombros.
—Lo siento muchísimo —le digo.
—No sé qué hacer, Tori.
—No puedes hacer nada.
—¿Y si se divorcian?
Niego con la cabeza levemente, aunque no me atrevo a prometerle que
algo semejante no sucederá. Sé muy bien lo rápido que ese temor puede
convertirse en una realidad.
—En ese caso sobrevivirás —afirmo con calma—. ¿Y sabes por qué?
Porque no estás sola, Livy. Por mucho que te sientas así.
Olive respira hondo antes de echar la cabeza atrás un momento. Y luego
se me queda mirando.
—Lo siento —se disculpa en voz baja—. Lo siento mucho, Tori.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
—No podía. Es que simplemente no podía. No quería que el rumor se
extendiera por aquí. Mi padre acabaría enterándose.
—No se lo contaré a nadie —prometo.
—De acuerdo —repone Olive tragando saliva—. Gracias.
—Y puedes contar conmigo para lo que sea, Livy.
—Ya lo sé —responde—. Aunque no me lo merezco. No he sido buena
amiga. Lo que te dije en el pasillo hace unos días, y en el comedor...
—Está olvidado.
—No, no estuvo bien. No fui justa contigo. Y  con Emma tampoco —
sentencia. Olive se debate claramente consigo misma antes de seguir
hablando—. No lo soportaba. Estaba desesperada y furiosa con mi madre.
No quería convertirme en la cómplice que ve lo que ocurre pero no hace
nada. Y  luego llegó Emma y pensé: ahora ocurrirá lo mismo, pero entre
Grace y Henry.
En este momento es cuando lo comprendo. Es como si todas las piezas
del rompecabezas encajaran de golpe en mi cabeza y respondieran a las
preguntas que llevaba haciéndome desde el otoño.
—Emma no ha hecho nada malo, Livy —le digo en voz baja.
—Ya lo sé. No fue justo por mi parte juzgarla de ese modo. Pero estaba
furiosa. Y nadie podía entenderme.
—Yo te entiendo.
—Yo no quería que las cosas fueran así entre nosotras —susurra.
Trago saliva. Una parte de mí querría hacerle reproches y ofenderse.
Hacerle sentir lo que he sentido yo. Rechazo, desesperación. Pero otra
parte, mucho mayor, simplemente se siente aliviada de que vuelva a
dirigirme la palabra. De que hubiera un motivo para su comportamiento y
que no tuviera nada que ver conmigo.
—No es demasiado tarde para cambiar las cosas.
25

Victoria

Me sorprende lo emocionada que estoy cuando, por primera vez en los seis
años y medio que llevo en el internado, el lunes me presento a la asamblea
matinal vestida con unos chinos beige y la chaqueta azul marino del
uniforme. Parece ser que nuestro propósito ha circulado un poco, porque
Eleanor y Olive no han sido las únicas que han decidido bajar sin la falda
plisada y los leotardos, sino que Emma, Inès, Amara, Salome y unas
cuantas amigas de Eleanor de último curso también se han unido a nosotras.
Y  no pasa mucho tiempo hasta que los primeros docentes nos indican
que estamos incumpliendo la normativa. El corazón me late nervioso
cuando niego con la cabeza para rechazar la petición que me hace la señora
Kelleher de subir a mi habitación a cambiarme. Cuando poco después me
encuentro junto a las demás en el despacho de la rectora Sinclair, me asaltan
las dudas sobre si la acción ha sido realmente una buena idea.
—Ya sabéis que esto supone una infracción de las normas —dice la
madre de Charles paseando de un lado a otro frente a su mesa.
Eleanor asiente.
—Somos conscientes de ello, rectora Sinclair.
—Y, aun así, ¿habéis decidido hacerlo?
—Sí, es un gesto simbólico —afirmo—. Nos gustaría que se aplicara un
criterio más igualitario en la escuela.
La rectora se detiene de golpe.
—¿Significa eso que no os parece que lo sea?
—Por desgracia no —respondo tragando saliva—. Nos parece injusto y
sexista que las chicas estemos obligadas a llevar falda.
La rectora Sinclair guarda silencio un momento.
—¿O sea que preferiríais llevar pantalones?
—Lo que queremos es que cada una pueda elegir qué ponerse —explica
Eleanor.
—Entiendo —dice la rectora Sinclair con calma—. Veré lo que puedo
hacer. Como comprenderéis, no es una decisión que pueda tomar sola.
—¿Por qué no? —pregunto—. Usted es la rectora.
—Cierto, pero también doy valor a las opiniones de los patrocinadores
de la Dunbridge Academy. Hablaremos del tema durante la siguiente sesión
del consejo escolar —nos promete mirándonos fijamente—. Y  por eso os
pido que, mientras tanto, os ciñáis a la normativa oficial. —Olive abre la
boca indignada, pero la rectora Sinclair sigue hablando antes de que pueda
reponer nada—: Lo siento, ya sé que esperabais algo distinto. Pero valoro
vuestra aportación y comprendo que se trata de un tema urgente.
Cuando regresa tras su escritorio, comprendo que da por terminada la
conversación. La sensación es de derrota cuando salimos de su despacho.
—No se ha mostrado completamente en contra —dice Eleanor con poco
entusiasmo.
Me limito a encogerme de hombros. Porque, aunque sea cierto, de
momento no hemos conseguido nada. Es toda una humillación subir de
nuevo a nuestras habitaciones para cambiarnos de ropa antes de bajar a
desayunar y luego ir a clase. Camino de las aulas, veo que Valentine se me
queda mirando. Niega levemente con la cabeza antes de empezar a
cuchichear con sus amigos mientras Emma, Olive y yo pasamos por su
lado.
Charles nos mira enseguida con expectación cuando nos topamos con él
y con Henry.
—¿Y bien? —pregunta, tras lo que parece darse cuenta de cómo ha ido.
Suelto un suspiro antes de contarle hasta dónde hemos llegado.

Charles

Mamá no me ha permitido negociar. Ni siquiera cuando más tarde he


pasado por su despacho para hablar una vez más sobre el código de
vestimenta. En parte lo comprendo, hasta cierto punto tiene las manos
atadas, pero también entiendo la frustración de Tori sobre las estrictas reglas
de Dunbridge. Aparte de eso, me ha contado que ha hablado con los padres
de Kendra sobre Jubilee. Si todo sale bien, el internado la adquirirá muy
pronto. Aunque hacía semanas que esperaba la noticia, tras la discusión
sobre el uniforme ya no me alegro tanto como debería.
Después de la hora de estudio paso por el establo. Trabajo un rato con
Jubilee en el picadero y luego regreso al internado para ducharme antes de
la cena. Bajo el chorro de agua caliente, repaso mentalmente los textos que
trabajaremos más tarde. Esta noche ensayaremos una de las escenas más
importantes delante de todo el reparto por primera vez.
Hacemos unos cuantos ejercicios en grupo antes de empezar con las
escenas. Durante mis dos semanas de ausencia, los demás han estado
ensayando la visita de Julieta al párroco en la que recibe el veneno que la
dejará dormida durante tres días para fingir su muerte. Es una suerte que
Romeo no aparezca durante esta escena. Sin embargo, la próxima que me
toca interpretar junto a Eleanor es una de las más intensas.
Aunque he repetido el texto justo antes, ahora mismo, mientras recorro
las sombrías mazmorras de Verona y descubro el cuerpo sin vida de Julieta
en un sepulcro, siento que lo he olvidado del todo.
Tengo la cabeza vacía y los pensamientos acallados. Cuánto echaba de
menos el efecto que tiene sobre mí la actuación. Y  todavía funciona, aun
sabiendo que me están mirando una docena de personas; entre ellas, alguien
a quien no quiero hacer daño por nada del mundo.
Me arrodillo junto a Eleanor sobre el suelo y la toco. El corazón me late
más deprisa, la respiración se me vuelve más pesada porque he estado
corriendo y el pánico se ha apoderado de mí. Porque Romeo espera que no
sea cierto lo que se cuenta por Verona: que Julieta ha muerto envenenada,
que ya no está aquí, a pesar de haberlo prometido. Me siento como una
mierda y de repente tengo ganas de llorar, porque ya no estoy interpretando
emociones, sino que las experimento. Las siento. De repente son reales.
—¿Julieta? —susurro, y luego levanto la voz—. Mírame, amor mío,
vamos.
El cuerpo de Eleanor es pesado, la cabeza le cae hacia atrás cuando lo
levanto un poco, y mi desesperación es genuina. Porque me pongo enfermo
de miedo al pensar en el momento en el que Tori se desplomó en mis
brazos. Me obligo a no reprimir el recuerdo y lo revivo. El pánico que me
llenó los ojos de lágrimas y me oprimió el pecho.
—Dios, Julieta... No me hagas esto. Mírame, mírame de una vez, maldita
sea. Dime que no es cierto. Dímelo.
Sin embargo, se queda callada y sus ojos siguen cerrados. Me tiemblan
los dedos, mi voz suena tomada. Bajo la cabeza en señal de derrota.
—Ya estás fría —constato, y trago saliva. Bajo el escenario reina un
silencio sepulcral. Me obligo a no mirar hacia el público, pero lo acabo
haciendo de todos modos. Solo una fracción de segundo. Tori está sentada,
algo inclinada hacia delante, absolutamente tensa. Tiene el lápiz en la mano
y la boca algo abierta. Pienso en ello cuando aparto la mirada—. Si abrieras
de nuevo los ojos sería el hombre más feliz de Verona. Quiero notar tus
labios sobre los míos al menos una vez más —exclamo con la voz quebrada
mientras me inclino sobre Eleanor. Ella no se mueve cuando le levanto la
cabeza para acercarla a mi cara—. Un último beso, amor mío. Suscribo con
mis labios esta muerte insidiosa.
Poso los pulgares sobre su boca y vuelvo la cabeza ligeramente antes de
besarla. Sé que parece más real de lo que es. Eleanor no se mueve. Igual
que Tori después de desplomarse entre mis brazos.
—Aquí, aquí es donde quiero estar, con los muertos, si es el único lugar
en el que todavía puedo estar cerca de ti. Julieta, me voy contigo porque
nada tiene sentido sin ti. Enseguida estaremos juntos, no tengas miedo,
amor mío.
Las manos me tiemblan cuando suelto la cabeza de Eleanor.
De inmediato se oye un golpe sordo. Me quedo paralizado a medio
movimiento mientras Eleanor suelta un gemido y parpadea con una
expresión dolorida en el rostro. Reina el silencio y contengo el aliento antes
de que retruenen unas risas histéricas.
—Joder, lo siento —me disculpo alargando las manos hacia ella mientras
se incorpora—. ¿Te has hecho daño?
—Estoy bien —murmura.
—¡Charles, un poco más de suavidad! —me grita el señor Acevedo, pero
yo solo tengo ojos para Tori. Se está riendo y está preciosa—. Julieta está
muerta, pero tampoco es necesario que le rompas el cráneo.
—Joder, lo siento..., lo siento de verdad —repito aclarándome la voz y
mirando de nuevo a Eleanor.
—No pasa nada —me asegura frotándose la nuca—. Me saldrá un
chichón, pero todo sea por el arte.
Los demás se ríen.
—Aunque ha sido demasiado rudo, Charles, me gustaría ver esta misma
intensidad durante la función. Solo que ten un poco más de cuidado con la
cabeza de Julieta —matiza el señor Acevedo mirando a los demás—.
¿Alguien quiere comentar algo más?
Tori asiente.
—Ten cuidado de no bajar mucho la voz. Aquí en primera fila se te
entendía, pero me temo que, incluso con micrófono, costará oírte desde las
filas de atrás.
Asiento.
—De acuerdo, tienes razón.
—Pero ha estado bien. Lo habéis hecho muy bien los dos.
—Gracias.
Tori sonríe. Analizo su reacción y llego a la conclusión de que no parece
impostada.
—Bueno, pues continuemos.
Intento recomponerme y volver a meterme en el papel. Es posible que
sean las escenas más importantes de la obra y creo que serán bastante
potentes. Lo hacemos realmente bien.
Libro mi última batalla contra el conde Paris, el que tenía que casarse
con Julieta. Entra en el sepulcro y lo mato antes de tomar con desespero el
veneno que ha quedado en los labios de Julieta. Al ver que no funciona, me
tomo mi propio veneno. Digo mi última frase, la beso por última vez y no
pienso en nada más mientras muero a su lado. Jamás habría pensado que
fuera más difícil quedarse tendido sobre el escenario, inmóvil y con los ojos
cerrados, que actuar de forma activa.
De repente, todo se me hace muy largo. Eleanor se despierta a mi lado
llena de esperanza y, antes de verme, el párroco le cuenta lo sucedido.
Necesito reunir toda mi capacidad de autocontrol para no mostrar ninguna
reacción mientras noto las manos de Eleanor sobre mis hombros y mi cara.
Actúa tan bien que se me pone la piel de gallina a pesar de no poder verla.
Sus sollozos, su desesperación; todo parece verdadero. A pesar de que me
lo merecería, ella no deja caer mi cabeza como he hecho yo con la suya.
Todo lo contrario, me toca con mucha suavidad. Las yemas de sus dedos
son tan suaves como las de Tori. Eso me hace pensar en ella y es demasiado
tarde cuando me doy cuenta de que ha sido un error.
Cuando Eleanor se clava mi daga entre las costillas y se desploma sobre
mí con un sonido ronco, eso termina de rematarme. Ya me he excitado con
mis propios pensamientos, y notar el peso de su cálido cuerpo encima de mí
no está ayudando precisamente.
Joder...
Me estoy poniendo muy cachondo, y solo puedo rezar para que la tela de
mis vaqueros sea lo suficientemente gruesa para que Eleanor no se dé
cuenta. La situación es de lo más incómoda y, aunque no quiero arruinar la
escena, me gustaría mover sus caderas un poco hacia un lado para...
Eleanor se tensa un poco. Lo ha notado. Mierda.
«Respira. No muestres ninguna reacción. No pienses más en Tori, a ver
si así desaparece.»
El aliento silencioso de Eleanor me hace cosquillas en el cuello. Tiene
una mano sobre mi pecho. Una mano como la de Tori.
Palpitaciones, calor... Mierda, mierda, mierda.
Oigo los pasos de los demás, las palabras que llevan al epílogo. Pronto
habrá terminado, gracias a Dios.
Y... mierda. Ya casi está, lo que también significa que Eleanor se apartará
de mí y se pondrá en pie.
Se oyen unos aplausos y parpadeo.
Eleanor levanta la cabeza.
—¿Quieres que me quede así un poco más hasta que te hayas calmado?
Aunque lo ha dicho en voz baja para que solo pudiera oírlo yo, las
mejillas se me ponen coloradas de repente.
—Mierda, lo siento —susurro—. No es por ti —añado, y luego me
quedo callado de repente. ¿Se lo tomará como un insulto? No es que
Eleanor no me parezca atractiva. Dios...
—Eso espero —aclara de buen humor mientras se incorpora. Antes de
ponerse en pie del todo, lanza una breve mirada hacia un lado y se inclina
una vez más sobre mí—. La verdad es que Tori está especialmente mona
hoy.
Mona...
Reprimo un gemido cuando Eleanor me clava una rodilla en el muslo al
levantarse.
—De nada —articulan sus labios sin llegar a hacer ruido. Acepto la
mano que me tiende para ayudarme a levantarme. El dolor realmente me ha
ayudado a recuperar el control. Aun así, me quedo a medio levantar
mientras el señor Acevedo nos llena de elogios a todos.
Tori me mira y los ojos le brillan. Quiero besarla. Quiero repetir la
escena con ella, quiero que sea ella la que se tiende sobre mí, y luego quiero
tenderme yo encima de ella. Quiero un montón de cosas y las quiero ahora.
Y al mismo tiempo me sobreviene una oleada de pánico cuando pienso que
debería contarle que todavía no lo he hecho nunca.
—¿Qué haces luego? —me pregunta Tori cuando, poco antes de la cena,
el señor Acevedo da el ensayo por terminado y empezamos a recoger las
cosas.
Quiero responderle «nada», pero luego me acuerdo de que es miércoles y
le he prometido a mi padre que lo ayudaría.
—Voy a la panadería —respondo con un suspiro.
—¿Tienes que marcharte enseguida? —me pregunta ella.
—Después de la cena —respondo.
—Vaya —replica Tori sin apartar la mirada—. ¿Y yo podría...?
—Sí —respondo sin dejarla terminar siquiera—. Es decir, si quieres. No
tienes por qué. Quiero decir que...
—Cierra la boca, Charles —susurra colocando la suya sobre la mía.
Una vez más, calor y palpitaciones. Soy patético, pero tampoco lo
cambiaría. Ni siquiera si pudiera elegir.
En el comedor nos encontramos con los demás. Como deprisa mientras
Tori me va lanzando miradas.
—Vendré enseguida —susurra cuando nos besamos de nuevo fuera del
comedor.

Victoria

La noche de abril es fresca cuando me escabullo del internado por la salida


secreta y echo a correr hacia Ebrington. Todavía falta un rato para el cierre
del ala, pero de todos modos no quiero que me descubran. Ya me ha costado
lo suficiente que la señora Barnett no me viera después de la cena cuando
he entrado en mi habitación para cambiarme de ropa y ponerme algo más
cómodo antes de salir de nuevo.
Charles no ha echado la llave en la puerta de la panadería. Sale del
obrador justo cuando la cierro tras de mí haciendo sonar la campanilla.
Lleva puesto el delantal rojo oscuro y va arremangado. Con solo verlo, ya
tengo ganas de que me bese, y lo hace cada vez que tiene que pasar de una
mesa a otra para pesar ingredientes, apurar cuencos y retirar sacos de harina
del almacén.
He venido con la intención de ayudarlo, pero a la hora de la verdad me
paso la mayor parte del tiempo contemplando sus nervudos antebrazos y sus
anchos hombros. Tiene las manos llenas de harina, que en algún momento
también acaba en mi pelo, en mis labios y mis mejillas. No paramos de
besarnos. Besos breves que nos damos al pasar, besos más largos que nos
damos de pie y algún magreo bajo el jersey. Noto sus manos frías sobre mi
vientre y su lengua cálida en mi boca. Y luego, de repente, el corazón me da
un vuelco cuando me besa en el cuello y me muerde el hombro con
suavidad. Mi cuerpo reacciona de inmediato.
Esto es nuevo. Esta faceta de mi mejor amigo todavía no la conocía, pero
me gusta. Contengo el aliento cuando me agarra por las caderas y me atrae
de nuevo hacia él. Necesito más. Necesito su pelvis sobre la mía y lo noto
duro sobre mi vientre.
Por un momento me olvido de respirar y Charles se apodera de mi boca.
Siempre me ha parecido ingenua la manera como lo describen en los libros,
pero realmente es cierto, ahora lo entiendo. Las manos de Charles sobre mi
cara, sus pulgares en mis sienes, su muslo entre los míos, empujándome
contra esa gran mesa que tienen en medio de la sala. Me besa con más
pasión todavía, presiona mi cuerpo con la pierna y lo noto por todas partes.
Me provoca palpitaciones ardientes entre las piernas. Poco a poco, con
fluidez.
Mientras me besa, encuentro el nudo de su maldito delantal y la cinta
que lo mantiene colgado alrededor de su cuello. Charles me agarra la mano
con fuerza y lo entiendo enseguida.
—Ya casi hemos terminado, ¿de acuerdo? —me dice con esa voz
divinamente ronca, y no me queda más remedio que asentir.
En silencio doy gracias al cielo cuando por fin salimos de la panadería y
él, sin dudarlo ni un instante, me acompaña al ala oeste. No me suelta la
mano en ningún momento mientras recorremos los pasillos a hurtadillas.
Falta poco para el cierre del ala, no deberían pillarnos.
No nos topamos con nadie y los dos respiramos tranquilos al mismo
tiempo cuando llegamos a mi habitación. Charles cierra la puerta con llave,
y cuando por fin se vuelve hacia mí, me fallan las rodillas. No deja de
mirarme a los ojos mientras se me acerca para continuar donde lo habíamos
dejado.
Su cálida boca me reparte besos por toda la cara, el cuello y el escote
mientras me quito la chaqueta. Agarro la cintura de su jersey, Charles
agacha la cabeza para que pueda quitárselo y, cuando lo consigo, su cara me
queda entre los pechos. Estiro el cuerpo hacia él y echo la cabeza hacia
atrás. Él me agarra por el culo y me levanta en volandas para dejarme sobre
la cama. Es un movimiento corto, rápido, increíblemente atractivo. Antes de
que pueda apartarse de nuevo, rodeo sus caderas con las piernas. Lo atraigo
hacia mí y él presiona su cuerpo contra el mío. Es un ángulo nuevo que me
permite sentirlo todo. Quiero tumbarme y cerrar los ojos, pero al mismo
tiempo no quiero romper el contacto.
No hablamos, lo único que se oye son nuestras respiraciones aceleradas.
Es como si nuestras manos no hubieran hecho jamás otra cosa, ni siquiera
cuando nos obligábamos a mantener las distancias. Ahora mismo no
entiendo cómo era posible que lo consiguiéramos.
Lo necesito, necesito a Charles con urgencia. No puedo pensar en nada
más, solo en que tal vez esté a punto de ocurrir. En que la primera vez será
con él.
Se para casi como si hubiera pensado lo mismo que yo. Sé lo que me
quiere preguntar cuando me mira. Con los ojos ensombrecidos, la boca
enrojecida. «¿Qué estamos haciendo?»
Trago saliva y respondo a su mirada.
«No lo sé, pero lo deseo.»
—¿Quieres...? —empieza a preguntar con la voz ronca, y tiene que
aclararse la garganta. Calor, más calor en el vientre. Él también está
excitado y, por algún motivo, eso me tranquiliza—. ¿Quieres que pare?
—No —me quejo—. No pares.
—De acuerdo —replica, de pie entre mis piernas, aunque no sigue
moviéndose—. No tengo..., esto... Ya sabes.
—En el baño —le digo.
Abre la boca, pero no dice nada. Noto que el calor se apodera de mis
mejillas de repente. Me doy cuenta de que él no había llegado preparado, lo
veo claramente en su cara. Hace unas semanas yo tampoco habría contado
con ello, pero si algo aprendí en el baile de Año Nuevo con Valentine Ward
es que si llegaba el momento no quería que me sorprendiera sin condones a
mano. Fue una medida de precaución que basé en el feminismo y no en mis
temores. Solo lo habría hecho con Val si me hubiera sentido bien con él.
Eso quiero pensar, al menos.
Charles me besa y se aparta para que pueda levantarme. El corazón me
late con fuerza mientras me meto en el baño y le echo un vistazo al espejo
antes de coger uno de los envoltorios de plástico del cajón. Tengo las
mejillas enrojecidas y el pelo revuelto.
Cuando vuelvo con él, me pregunto por primera vez quién me debe de
haber precedido. ¿Solo Eleanor? ¿O hubo alguna otra chica? La pregunta
aparece un instante en mi cerebro envenenado por los celos, pero no
permito que arruine el momento. Se lo preguntaré luego, si sale el tema,
pero no ahora.
Me obligo a respirar más despacio mientras se acerca a mí de nuevo.
Charles me coge de la mano antes de apoderarse del condón. Nos besamos
poco a poco y se detiene delante de mí.
—¿Te apetece de verdad? —pregunta.
Vuelvo la cabeza y recorro sus pómulos con mi boca. Muy ligeramente,
pero consigo que se estremezca de todos modos.
—Sí —susurro—. ¿A ti también?
Él asiente y me besa en la boca una vez más.
—Sí.
—Vale.
Noto un cosquilleo nervioso en el estómago lleno de expectación, pero
sin miedo. Solo estoy excitada, y esta excitación que siento ahora, con
Charles, es buena. Quiero que esto salga bien.
Tiene el abdomen tenso cuando le paso la mano por encima de la
camiseta para tirar de la cintura de sus vaqueros. Se le corta la respiración
de repente cuando me detengo, nuestras miradas se encuentran, me empuja
hacia la cama y tengo que cerrar los ojos cuando se deja caer encima de mí.
Nos seguimos besando y luego reúno el valor necesario para pasar la mano
entre nuestros cuerpos, por encima de sus abdominales, hasta la tela tensa
de sus vaqueros. Charles suelta un leve gemido y presiona la palma de mi
mano con la pelvis. Dios, o sea que es esto. Pues me gusta, me gusta de
verdad.
Se pone el envoltorio del condón entre los dientes para tener las dos
manos libres y poder desabrocharse los pantalones. Estoy tendida debajo de
él mientras se quita primero el cinturón y luego se baja la cremallera. Tiro
de él de nuevo para acercarlo más a mí, y esta vez solo nos separan mis
leggings y sus bóxers. Muy poco tejido, y aun así sigue siendo demasiado.
Pasamos a un roce intenso sin besos, más que nada porque tiene el
envoltorio entre los labios, al menos hasta que se lo quito. Charles alcanza
mi boca con la suya y luego se arrodilla delante de mí. Sus pantalones
acaban en el suelo, me agarra las manos y me las inmoviliza presionándolas
contra el colchón. Vuelve a apoderarse del condón y rompe el envoltorio
con los dientes mientras yo me aferro a la cintura de sus bóxers. Todo va
muy rápido, más de lo que imaginaba, pero seguramente es bueno.
No me atrevo a respirar, clavo los ojos en el techo mientras me bajo los
leggings y las braguitas. Él me mira a la cara, por lo que me atrevo a abrir
las piernas para poder rodear sus muslos.
Charles se inclina sobre mí. Tiro de él hacia abajo hasta que noto su
pelvis contra la mía. Y entonces queda frente a mi entrepierna.
Me gustaría cerrar los ojos, pero al mismo tiempo no quiero. Seguimos
moviéndonos y él mete la mano entre sus piernas. Hundo los dedos en sus
hombros, escucho su respiración pesada y el retumbar de mi corazón.
Y  luego, de repente, lo noto dentro de mí. Es cierto, duele, duele incluso
bastante, y no dura solo un momento. Duele tanto que tengo que acordarme
de seguir respirando.
—¿Todo bien? —susurra Charles, y para de moverse.
—Sí —miento tragando saliva.
«Suéltate.
»Respira.»
Funciona. Noto que ahora es más fácil, cómo el dolor remite. Charles
espera hasta que asiento y luego se aparta un poco antes de entrar todavía
más dentro de mí, hasta el fondo. No sabía que hubiera tanto espacio. Sus
manos recorren mis flancos y entonces me doy cuenta.
Lo estamos haciendo.
Nos estamos acostando juntos.
Lo noto hasta la barriga. Noto su temblor, sus movimientos. Gimo
cuando empieza a moverse más deprisa y tengo que aferrarme a él. Su
cálido aliento en mi clavícula, mis dedos agarrados a su camiseta. Músculos
tensos bajo mis manos, mis piernas, su vientre contra el mío mientras me
embiste. Sí, me embiste. Charles me está embistiendo, cada vez más duro y
más rápido, mientras yo gimoteo su nombre.
Ya no se mueve con cuidado, lo hace con rudeza, y no pensaba que
podría gustarme tanto. Como tampoco sabía que él fuera capaz de eso, que
pudiera ser así. Apenas me queda fuerza en las piernas, pero lo presiono
contra mí y estiro la espalda para pegarme más a él.
—Tori —musita cerrando los ojos con la mano junto a mi cabeza. Los
brazos le tiemblan—. Tengo que...
Intenta apartarse, pero no se lo permito. Tiene los músculos duros como
la roca y el cuerpo entero le tiembla. Lo agarro por el pelo, lo beso, susurro
su nombre y luego suelta un gemido. Gutural, profundo, muy cerca de mi
boca. Todo me da vueltas. Echa la cabeza hacia atrás con la boca abierta,
los párpados cerrados y el ceño fruncido. No sé si en mi vida había visto
algo más bonito que esto.
Cuando todo ha terminado, se vuelve tierno una vez más. Se le suavizan
los rasgos y su cuerpo entero se relaja. Soy consciente de su peso cuando se
deja caer sobre mí.
26

Charles

Siempre pensé que me asaltarían un montón de dudas cuando llegara el


momento. ¿Tengo buen aspecto? ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Debería
moverme más? ¿Menos? Quién sabe, pero ahora, justo en este momento,
tengo la cabeza sorprendentemente vacía. Simplemente ocurre, sin más.
Y  sí, es incómodo y a veces no sé dónde meter las manos o las piernas,
pero, al fin y al cabo, creo que podría haber ido peor.
Es como un sueño. Tori debajo de mí, su piel cálida, su vientre suave.
Me envuelve con las piernas y se pega más. Al principio nos besábamos,
pero ahora ya no puedo, me cuesta incluso respirar. Solo puedo moverme al
mismo ritmo que ella, y está tan sexy y la noto tanto que..., mierda. Aprieto
el puño junto a su cabeza, pero no sirve de nada. Ella se mueve, yo me
muevo, ella levanta la pelvis, yo levanto la pelvis. Me aparto, vuelvo a
entrar en ella poco a poco, una vez más, despacio, otra vez, luego más
rápido, más profundo. Hasta que nuestras pelvis quedan frente a frente y un
sonido ahogado se escapa de su boca, justo delante de la mía. Hunde los
dedos en mis hombros, presiona sus muslos contra los míos y, Dios, su olor,
su sudor, su temblor...
—Tori, tengo que... —jadeo, e intento apartarme, pero se aferra a mí
para impedirlo. Tiene los ojos castaños y las mejillas coloradas. Es perfecta.
—Charles —susurra, y me besa.
Y  me corro. No puede compararse con nada. Estoy dentro de ella, lo
noto todo, todo de golpe. Sus dedos en el cuello. Tengo que apartar la
cabeza y cerrar los ojos antes de desplomarme encima de ella. Tori no se
mueve. Se queda debajo de mí, quieta. Noto cómo le late el corazón.
—Joder —susurro.
Treinta segundos. Me parece imposible aguantar más de eso. «Joder, es
ridículo.»
Me acaricia el pelo, pero no me dice nada. Necesito levantarme. Ahora
mismo. Pero mis músculos se niegan a obedecerme.
—Mierda, lo siento —se me ocurre decir como disculpa, todavía casi sin
aliento.
—No pasa nada —responde ella—. Igualmente ha estado bien.
Bien... «Bien.» Menuda mierda.
Estoy acalorado, pero ahora es la vergüenza la que me colorea las
mejillas. Me aparto de ella y me dejo caer sobre un costado.
Tori levanta la cabeza cuando le suena el móvil. En ese instante me doy
cuenta de lo que acaba de pasar.
Lo hemos hecho. En su cama. Es mi primera vez y ella ni siquiera se ha
acercado a un orgasmo porque he terminado mucho antes de poder
preguntarle siquiera si le estaba gustando.
Tori evita mirarme. Su móvil vuelve a sonar.
—Creo que debería... —me dice sin mirarme.
—Sí —asiento. Se pone las braguitas y los leggings, lo que me sienta
como un puñetazo en la boca del estómago.
Me incorporo hasta quedar sentado.
—Vuelvo enseguida —murmuro, pero mi voz suena tan leve que ni
siquiera sé si me ha oído.
Ya en el baño, tiro el condón y me entran ganas de estrellar el puño
contra el espejo. Mi propio reflejo me parece una burla. Tengo las mejillas
enrojecidas, se me nota claramente lo que acabo de hacer.
La sangre me hierve, pero me siento como un principiante, un fracasado.
Ella incluso tenía un condón a mano, estaba preparada. Tenía ganas de
pasárselo bien. El puto Valentine Ward seguro que aguantaba mucho más
rato.
Bajo la cabeza y me obligo a respirar hondo. Bueno, ha ido como una
mierda, pero ella sabe que nunca he tenido pareja, por lo que también sabrá
que era la primera vez para mí y que... todavía no lo tengo muy controlado
que digamos. Si es que eso puede llegar a controlarse, pero bueno. Quizá
quiera volver a probarlo. Hoy, o tal vez otro día. Simplemente tengo que
contarle la verdad, en el fondo no es tan difícil.
Pongo la mano en el picaporte de la puerta. Tori está vuelta de espaldas,
todavía ocupada con el móvil.
—No, Will —dice, y su voz suena tan apurada que me quedo parado de
repente—. Enseguida. El doctor Henderson tiene que echarle un vistazo.
Me quedo de piedra. Se vuelve hacia mí y detecto una expresión de
pánico en sus ojos castaños.
—Estamos en mi habitación, danos cinco minutos.

Victoria

El aspecto de Kit es peor de lo que William me acaba de contar por


teléfono. Peor que las últimas veces que su padre perdió los estribos. Tiene
el labio abierto y le sangra la nariz, pero el color de su cara es lo que más
miedo me da. Está pálido como la cera y se apoya una mano sobre la
barriga cuando Charles y yo los encontramos a los dos protegidos por la
oscuridad en una calle de Ebrington.
—¿Por qué no habéis llamado a emergencias? —pregunta Charles
colocándose enseguida junto a Kit para sostenerlo con la ayuda de Will.
—No ha querido —asegura mi hermano.
Kit suelta un leve gemido, todavía con la mano sobre la barriga. Parece
apático, y se me encoge el estómago al ver que se tambalea.
—El doctor Henderson está de camino —aviso. Al menos eso me ha
asegurado Olive cuando la he llamado presa del pánico para que pudiera
informar a su padre, ya que sin duda tardaremos al menos veinte minutos en
llegar a la Dunbridge Academy—. Solo tenemos que ir al internado.
El camino desde Ebrington hasta Dunbridge jamás me había parecido tan
largo. Olive nos espera bajo los arcos del claustro lanzando miradas
nerviosas en nuestra dirección.
—Debería llegar en cualquier momento —dice una y otra vez mientras
Charles y Will llevan a Kit a la enfermería.
—Dios mío, chicos... —murmura Petra, la enfermera, antes de hacer
pasar a los chicos. Kit se deja caer con un gemido sobre la camilla de
reconocimiento y sigue resoplando y gimoteando de dolor cuando intenta
estirar las piernas.
—¡Papá, rápido! —reclama Olive con la voz temblorosa. Me doy la
vuelta y veo llegar al doctor Henderson, quitándose el gorro y la bufanda
mientras se nos acerca. Al parecer capta la situación enseguida y no se
entretiene haciendo preguntas. La barriga de Kit parece dura como una
piedra, y cuando el doctor Henderson intenta palpársela, se retuerce de
dolor bajo sus manos.
—Por favor, llama a una ambulancia —le pide a Petra.
William está blanco como la cera. Charles se lo lleva a un lado.
—¿Qué le ocurre? —pregunta con la voz temblorosa—. ¿Doctor
Henderson?
—Nos ocuparemos de él —dice en dirección a Olive—. Por favor,
esperad fuera.
La expresión de Olive es severa. Parece como si todo en ella se resistiera
a llevarse a William. Él empieza a llorar cuando el médico de urgencias
llega al internado y no le permiten acompañarlo. Jamás había visto a mi
hermano menor así, se me rompe el corazón.
Los seguimos hacia fuera por el claustro, donde la ambulancia arroja
centelleos rojos y azules contra los muros del internado. Es tarde, por lo que
han llegado sin hacer sonar la sirena, pero, aun así, al cabo de pocos
segundos empiezan a retirarse las cortinas de las ventanas de los
dormitorios.
El corazón me da un vuelco cuando un Range Rover oscuro entra en el
claustro por el sendero de acceso. La rectora Sinclair baja del coche al
momento y corre hacia la ambulancia. No llego a entender lo que habla con
el doctor Henderson y los técnicos de la ambulancia antes de que cierren la
puerta y el primero suba a su coche, seguramente para seguirlos. William se
zafa de mí y corre hacia ellos, pero la rectora Sinclair lo detiene.
Se queda de piedra cuando ve a Olive, luego a mí y finalmente a su hijo,
Charles.
—¿Qué demonios ha ocurrido?
27

Charles

Tori está de pie en el rectorado, tras la silla en la que está sentado su


hermano, y le acaricia los hombros para intentar tranquilizarlo mientras él
cuenta a trompicones lo que ha sucedido. La mayoría de las cosas ya las
sabía, Tori me las había contado, pero al oírle explicar otra vez que Kit
intenta no pasar las noches en casa por miedo a los ataques de rabia de su
padre, contra los que su madre no hace nada, se me forma un nudo en la
garganta.
A mamá le ocurre lo mismo. Lo veo en su expresión controlada y en la
forma de apoyarse en el escritorio mientras escucha a William.
—¿Por qué no vinisteis a verme enseguida? —pregunta alternando su
mirada entre Tori y yo. Trago saliva con dificultad y bajo la cabeza.
—Kit no quería —asegura Will—. Lo máximo que conseguí fue que se
decidiera a hablar con Henry.
—¿Henry también lo sabía? —pregunta mamá en un tono de voz más
agudo de lo normal, una señal inequívoca de que está enfadada.
—Rectora Sinclair, él quiso ponerla al corriente, pero Kit... Tenía miedo
de lo que pudiera ocurrir si empezaban a circular rumores. Ebrington es un
pueblo pequeño, la gente podría dejar de comprar en la tienda y entonces su
padre se pondría todavía más furioso. Ya lo ha amenazado con sacarlo del
internado.
—William, el médico de urgencias ha tenido que llevarse a Kristoff al
hospital —constata mamá. Me muerdo el interior de las mejillas al ver que
los ojos se le llenan de lágrimas de nuevo—. Tendré que informar a la
oficina de protección de menores.
—No, por favor. Al menos espere a que pueda hablar con Kit. Me matará
si se entera de que he...
—William —lo interrumpe mamá—. Te honra que quieras proteger a tu
novio, pero, como directora del centro, estoy obligada a informar a las
autoridades. Kristoff todavía no es mayor de edad, no tengo elección. Y te
aseguro que no dejará la Dunbridge Academy, por mucho que el señor
Irvine lo amenace con ello —asegura, y espera a que Will asienta antes de
proseguir—. Encontraremos una solución —promete—. Lo más importante
es que Kristoff ahora está en un lugar seguro.
—Tengo que ir a verlo —declara Will levantando la cabeza—. Por favor.
—El doctor Henderson se lo llevará mañana a Edimburgo.
—Pero...
—Es tarde, William, hace rato que ha pasado la hora de cierre del ala —
explica mamá mirándome—. Informaré a Charles en cuanto tenga noticias
del doctor Henderson. Él te mantendrá al corriente.
Asiento.
—¿Debería hablar con tus padres? —pregunta mamá, pero Will niega
con la cabeza enseguida. Tori se tensa con solo pensarlo. Lo veo claramente
en su postura y creo comprender la reticencia. El padre de Kit bebe, por lo
que tengo entendido. Y aunque creo que la madre de Tori jamás pegaría a
sus hijos, en su caso también ha sido el alcohol lo que ha estropeado las
cosas.
Tori, que nunca bebe. Tori, que se ocupó de mí en el baile de Año Nuevo
porque me emborraché tanto que apenas me acuerdo de nada. Solo recuerdo
ver su cara borrosa desde mi cama.
Me quedo mirando la pared de mi habitación cuando por fin me tumbo
en la cama. Es tarde, todo está oscuro y reina el silencio. No obstante, los
pensamientos se agolpan en mi cabeza, hoy han sucedido demasiadas cosas.
El ensayo con Eleanor, cuando me he empalmado de forma vergonzosa, y el
sexo con Tori, que no ha durado ni un minuto, lo que todavía me da más
vergüenza.
¿Se puede saber qué me pasa? ¿Qué coño me pasa?
Tenía condones. O bien sabía antes que yo lo que haríamos o...
simplemente está preparada por una cuestión de principios. Me siento
increíblemente tonto, como si siempre estuviera engañando a la gente.
Porque fui a comprar condones con Gideon y Henry en la tienda de Irvine y
los guardé en mi taquilla del polideportivo, como si algún día fuera a
utilizarlos. Y  no solo no los utilizo, sino que encima me alegro de que
Henry los aproveche antes de que caduquen y me vea obligado a reconocer
que soy un puto perdedor. Todo esto parece una gran broma. Solo he besado
a una mujer en mi vida fuera del escenario, a Tori. Y  no lo cambiaría,
aunque..., quizá sí. Al menos para no ser un perdedor que no tiene ni idea
de nada.
No sé cuántas veces lo hicieron Tori y Val, pero cada vez me parece más
necesario averiguarlo para saber hasta qué punto salgo mal parado
comparándome con él. Seguro que él podía metérsela más de treinta
segundos sin correrse. Qué incómodo es esto. He perdido una cantidad de
horas increíble pensando en todo lo que podía salir mal la primera vez, pero
no había previsto que pudiera suceder esto.
Y, aun así, estuvo bien.
Bien.
No quiero que a Tori le parezca «bien» acostarse conmigo. Es decir, sí
que quiero, por supuesto, quiero que se sienta segura. Pero también quiero
que se corra fuerte y muchas veces, hasta que se olvide incluso de cómo se
llama. ¿O eso solo ocurre en las películas? ¿Por qué no tengo ningún
hermano mayor a quien pueda preguntárselo?
Henry... Mierda, tengo que hablar con Henry. No me queda más remedio.
Quiero hacerlo bien. Como probablemente lo hacía Val. Dios, no puedo
pensar en ello, en Tori tendida debajo de él, echando la cabeza atrás y
arqueando la espalda. ¿Qué le diría mientras ella se corría? ¿Pronunciaría su
nombre? ¿Le diría guarradas? ¿Y si eso la pone? Quizá no me corresponde
saber esa clase de cosas sobre mi mejor amiga, pero al mismo tiempo lo
necesito. Quiero saberlo todo para que la próxima vez salga bien. Para que
no acabe estando simplemente bien, sino muy bien. De puta madre.
¿Por qué no supe hacerlo mejor?
Cierro los ojos.
Porque estaba muy excitado y me sentía inseguro. Porque nunca lo había
hecho y no quería que se diera cuenta. Como si eso fuera importante.
Espero que ella también lo vea de ese modo, aunque en realidad no me
imagino a Tori juzgándome así. En su lugar, seguramente yo no habría
tenido inconveniente. Si hubiera sido su primera vez, incluso me habría
parecido bien.
Supongo que debería haber tenido el valor de contarle antes cómo me
sentía. Tendré que hacerlo ahora. Treinta segundos de sexo y la cabeza
hecha un caos.
28

Charles

A Kit lo operaron esa misma noche en el hospital de Edimburgo. El cabrón


de su padre le pegó una paliza tan bestia que le rompió el bazo. Will parece
sorprendentemente sereno mientras nos lo cuenta. Según los médicos,
seguramente se habría acabado desangrando por dentro si no hubiera
recibido asistencia. Creo que mamá también está al corriente de eso, porque
ha informado a la oficina de protección del menor, que se encargará de que
Kit no tenga que volver a casa. No conozco los detalles, pero, si lo he
entendido bien, mamá le concederá una beca que le permitiría vivir en el
internado.
Han sido unos días locos durante los que Tori y yo nos hemos visto
menos porque ella ha pasado mucho tiempo con su hermano. Aun así, la
parte más insegura de mi cerebro no para de convencerse de que quizá
había otros motivos. Intento ignorarla, pero no puedo negar que las cosas se
han vuelto un poco raras entre nosotros desde que lo hicimos.
Y Henry no sería Henry si no se hubiera dado cuenta de que ocurría algo.
Cuando durante la cena le he preguntado si tenía algo que hacer luego, me
ha respondido que pasaría a verme. Traía galletas y su té preferido cuando
ha llamado a mi puerta ataviado con pantalones de chándal, la sudadera de
Dunbridge y esa extraña combinación de calcetines y sandalias
Birkenstock.
Charlamos un rato sobre William y Kit, y me entero de que mi madre lo
regañó por no haberla puesto al día sobre los problemas de Kit. Al final se
dio cuenta de que él tampoco tuvo alternativa porque Kit le había pedido
discreción al respecto.
Henry vuelve a llamarme Sinclair, como de costumbre, pero llega un
momento en que se me queda mirando mientras toma un sorbo de su Earl
Grey y sé exactamente lo que dirá a continuación.
—¿Y aparte de eso, Charles?
Decido pasar por alto que haya utilizado mi nombre de pila para cambiar
de tema y hablar sobre Tori.
—¿Cómo está Emma? —le pregunto en lugar de responder.
—Genial —responde Henry pasando el pulgar por el borde de la taza—.
El fin de semana pasado vio a su padre y creo que fue bien.
—Me alegro.
—Yo también —replica, y al ver que me quedo callado, decide ir al
grano—. ¿Cómo está Tori?
—¿Cómo quieres que esté? Lo de Will y Kit la tiene muy estresada —
contesto encogiéndome de hombros.
—Es comprensible. ¿Qué ha dicho tu madre, por cierto? ¿Lo sabe?
—¿Que estamos juntos? —pregunto, a lo que Henry asiente—. Se ha
alegrado —le cuento, porque en efecto esa fue su reacción—. Y  papá
también —añado. A decir verdad, los dos se me quedaron mirando con esa
cara de «ya te lo decíamos» y sendas sonrisas de satisfacción.
—¿Y los padres de Tori? —pregunta Henry.
—Sí, también. Eso creo, vaya —digo tragando saliva. Al menos Tori no
me contó lo contrario. Aunque también supongo que Charlotte y George
Belhaven-Wynford ahora mismo tienen otras cosas de las que preocuparse.
Tori hace mucho que no pasa por casa, lo que seguramente tiene algo que
ver con su madre y el tema del alcohol.
—Bien, bien —comenta Henry antes de quedarse callado. Cuando
levanto la cabeza para mirarlo, me doy cuenta de que me examina con
detenimiento.
—¿Qué?
—Nada. ¿Cómo va eso de tener novia? ¿Tienes alguna pregunta?
¿Necesitas algún consejo?
Odio a Henry, pero también sé que lo dice sin el menor atisbo de ironía.
No me extraña, es el más joven de su familia. Seguramente se ha pasado la
vida esperando ser él quien por fin dé sabios consejos en el ámbito de las
relaciones. Y tampoco es que yo no vaya a aceptarlos con gratitud. Emma y
él están hechos el uno para el otro, y lo que tuvo antes con Grace tampoco
estuvo nada mal. Henry sabe cómo funcionan estas cosas, no nos
engañemos. Yo, en cambio, todavía tengo mucho margen de mejora, por
decirlo de un modo suave.
—Pues ahora que lo mencionas, hay algo que te quería comentar —digo
como si nada.
Henry deja la taza. Ojalá no me estuviera dedicando toda su atención,
porque no me veo capaz de soltar lo que me había propuesto mirándolo a la
cara.
—¿Qué es?
Trago saliva.
«Joder. No debería haber dicho nada...»
Pero, llegados a este punto, Henry ya no me dejará tranquilo si no le
pregunto algo. Lo conozco demasiado bien para dudar de ello.
—¿Sinclair?
Cierro los ojos.
—Oh —exclama Henry, por lo que abro los ojos de nuevo—. Lo habéis
hecho.
—¿Qué? —exclamo—. ¿Cómo lo sabes?
—No lo sé —responde encogiéndose de hombros—. Solo lo he
supuesto.
—¿Lo dices en serio?
—Qué pasa, ¿no es cierto? Entonces me sabe mal, no te sientas
presionado. Hace poco, cuando entré en tu habitación de golpe, debería
habértelo preguntado. Siento haberos cortado el rollo, no debería haber
entrado...
—Henry —lo interrumpo—. Para ya.
—No, necesitaba disculparme, de verdad.
—Que sí, ya lo he pillado, pero no es eso.
—Entonces ¿qué?
—Mira, sí, tienes razón. Con tu suposición, quiero decir —digo tragando
saliva—. Hemos... ¿follado? ¿Nos hemos acostado? ¿Hemos hecho el
amor? Joder, no sé, no te lo sabría decir en realidad, tal como fueron las
cosas.
Henry intenta mantener una expresión lo más neutral posible, pero se le
nota que está a punto de estallar de orgullo en cualquier momento. No tengo
la menor duda de que luego se lo contará a Emma. Seguramente incluso ya
han apostado algo al respecto, teniendo en cuenta el nivel de complicidad
que hay entre ellos.
—Me alegro mucho por vosotros.
—¿Te alegras?
—Sí. ¿No se dice? Lo siento, pero es que me alegro de verdad. Me
parece evidente que teníais que acabar juntos —constata con satisfacción—.
Pero, oye, ¿estuvo bien? ¡Cuéntamelo todo! Bueno, no, todo no..., solo lo
que tú quieras. Y no tienes que contarme nada de nada si eso te incomoda.
—Henry, tranquilízate un poco, ¿quieres?
—Sí, lo siento, lo siento —repite tapándose la boca con las dos manos.
Sin embargo, la mirada de súplica que me lanza lo delata.
Y yo solo quiero que me trague la tierra.
«¿Estuvo bien?»
Eso debería preguntárselo a Tori, y no a mí. Y a juzgar por lo que ella
dijo, sí, así lo describió: «bien». Es sorprendente el daño que puede llegar a
hacerle esa maldita palabra a mi frágil ego masculino. Seguramente es lo
que me merecía.
—O sea, no —respondo, y me quedo mirando mi propia rodilla porque
no soporto mirar a la cara a Henry mientras le cuento cómo hice el ridículo.
Cuando empieza a reírse no sé qué hacer. Reírme con él y luego llorar de
rabia, porque soy un flojo. No por el hecho de llorar, ya que en realidad me
alegro de ser capaz de llorar con cierta frecuencia sin problemas. A veces es
un alivio. Pero todo este tema del sexo me está volviendo loco. Tengo la
desagradable sospecha de que los demás no le dan tanta importancia como
yo. Simplemente lo hacen y punto.
—No, ¿qué? ¿No quieres entrar en detalles? —pregunta Henry con
cautela.
—No. Digo que no estuvo bien, no —remarco tragando saliva—. O sea,
sí, me gustó. De hecho me gustó mucho. A mí, al menos. A Tori espero que
le pareciera un poco bien. No lo sé. Joder...
Me obligo a respirar hondo y Henry no me interrumpe mientras tanto. Se
queda callado, lo que me pone de los nervios.
—¿No salió bien? —pregunta en algún momento al ver que no soy capaz
de continuar hablando—. Si así fuera, no pasaría nada. La primera vez con
Grace tampoco salió bien. Estaba demasiado excitado.
—Henry, ¿qué edad teníais? ¿Quince?
—Catorce —responde. Uau, fue incluso antes de lo que creía. Las aguas
tranquilas pueden llegar a ser muy profundas.
—¿Lo ves? Yo ya tengo dieciocho, dieciocho putos años. Ya debería
saber de qué va la cosa —exclamo con un leve gemido—. Pero da igual. Lo
que cuenta es que... hemos follado y se acabó. Se acabó enseguida, de
hecho, no sé si me explico.
Y Henry entiende lo que le cuento, lo que me da un poco de esperanza al
menos. Intenta realmente reprimirse, pero las comisuras de los labios se le
tensan hacia arriba de todos modos.
—Tienes claro que te han follado cuando te corres tú antes y no al revés,
¿no?
—Dios, para ya —murmuro.
—Bueno, tranquilo, no pasa nada. Al principio con Emma tampoco
aguantaba mucho.
—¿O sea que también era ella quien te follaba a ti?
—Bueno, al principio sí, pero por suerte luego conseguía devolverle el
favor casi siempre.
En realidad, son cosas que no quieres saber sobre tu mejor amigo, pero
de algún modo me sirve de consuelo.
—No sé qué hacer —me quejo dejándome caer de espaldas sobre la
cama mientras suelto un gemido de frustración—. Estaba dentro de ella y,
sí... Terminé enseguida. Creo que ella ni siquiera estuvo cerca de correrse.
—Es posible que no sea capaz de correrse así.
«No pienses que estamos hablando así sobre Tori. No pienses...»
—Y entonces ¿qué tengo que hacer?
—Pregúntale qué le gusta. Y cuéntale lo que te gusta a ti.
Dicho así, lo que Henry propone suena de lo más sencillo.
—Cuidado, ahora viene lo de que «la comunicación es crucial» —gruño.
Conozco a Henry de sobra.
Él se ríe.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga? La comunicación ha resultado ser
bastante útil hasta el momento.
—Quizá debería haberle contado que era la primera vez para mí.
—¿No se lo dijiste? —pregunta Henry.
Niego con la cabeza.
—Comprendo.
—No quise estropear el momento.
—Te aseguro que algo así jamás lo estropea.
—¿Tú qué sabes?
—Sinclair, es importante. Que habléis, quiero decir. Incluso cuando lo
estáis haciendo. O después, antes de la próxima vez.
Trago saliva.
«Si es que llega a haber una próxima vez...» Pero será mejor no pensar
en eso ahora. Tiene que haber una próxima vez. Porque sí, tal vez las cosas
fueron de todo menos ideales, pero es innegable que había química entre
nosotros. El principio fue muy prometedor, había tensión de verdad. Se me
pone la piel de gallina cuando pienso en ello, y Tori tendrá que volver a
besarme de ese modo y pegarse a mí y tocarme como lo hizo, de lo
contrario me moriré.
—Es injusto que a vosotros siempre os salga bien —murmuro.
Henry se ríe.
—¿A  Emma y a mí? Nunca sale todo bien. A  veces no sale nada bien.
A veces sale bien en parte. Nunca se sabe, y es normal que sea así.
—¿Cuándo dices...?
—La primera vez que lo hicimos, Emma tampoco se corrió. El orgasmo
lo tuvo más tarde, cuando me dediqué solo a ella. Y como ya te he dicho,
con Grace tampoco salieron bien las cosas enseguida —me cuenta. Henry
se me queda mirando y titubea un poco antes de seguir hablando—. Por
cierto, ¿a ti también te parece que últimamente está un poco rara?
—¿Grace? —Asiente—. ¿Por qué lo dices?
—No lo sé. Quizá solo son imaginaciones mías, pero tengo la sensación
de que no es feliz. Y... ha perdido peso, ¿no? O sea, todavía más.
Intento recordar cómo vi a Grace durante el último ensayo.
—A  decir verdad, no me había fijado. Pero tampoco le he prestado
mucha atención.
Henry asiente.
—Es que me preocupa un poco.
—Pasa mucho tiempo con Gideon —le explico—. También durante los
ensayos. Podrías preguntárselo a él.
—No quiero entrometerme, ¿sabes?
—Creo que eso no sería entrometerse. Si le parece raro que se lo
preguntes, dile simplemente que se lo preguntas como prefecto.
Henry asiente sin demasiado convencimiento.
—Solo espero que esté bien.
—Y si no lo está, Henry, tampoco será culpa tuya.
Me lanza una mirada fugaz antes de hablar de nuevo.
—Según cómo se mire...
—Lo entiende, Henry. Te lo aseguro.
—Sí, y ya hace tiempo que me ve a diario con Emma. Pero temo que no
sea así. O que no sea solo eso. Bueno, da igual, he venido para hablar de ti.
—En absoluto.
—Sí, en realidad sí. Tenemos que preparar una táctica para la próxima
vez.
—Henry, de verdad, no sé si debería pensar en ti y en una táctica
cuando...
—Vale, tienes razón.
Me río.
—Bueno, pues ¿cuál es la solución? ¿Qué hago ahora?
—Tienes diez dedos y una lengua, o sea que intenta ser creativo con todo
eso, ¿de acuerdo?
Creativo..., y eso viniendo de Henry. Mi mejor amigo tiene muchas
virtudes, pero la creatividad no suele ser su fuerte. Es un enigma para mí
por qué en la cama parece de otro modo, pero los ruidos que a veces me
llegan a través de estas paredes tan delgadas no parecen indicar que Emma
no esté sacando provecho de su inventiva.
Aunque quizá tenga razón. Quizá hablar no sea tan mala idea después de
todo. Preguntarle qué le gusta y qué no. Y hasta que llegue ese momento,
rezar para que no sea demasiado tarde.

Victoria

Kit tardó casi una semana en salir del hospital. Ahora está bien, tuvo suerte
y en lugar de volver a casa de sus padres le han dado una habitación libre en
el ala de los alumnos de décimo. Cerca de la de Will.
La rectora Sinclair presionó para que le concedieran una beca y parece
ser que lo consiguió. Eso no resuelve los problemas que tiene con su padre,
pero al menos ahora Kit está a salvo.
Por supuesto, enseguida empezaron a circular rumores sobre lo sucedido
y sobre el hecho de que Kit tuviera que ser trasladado a la clínica. Todavía
no he vuelto a verlo durante las pausas entre clase y clase, pero esta noche
en la fiesta de medianoche que hemos celebrado en el viejo invernadero ha
aparecido con Will. Parece de verdad hecho polvo, más o menos como
Charles después de pelearse con Valentine. Intento no pensar en la suerte
que tuvo de que Val solamente le dejara un ojo morado y el labio partido, y
no llegara a hacerle más daño.
Noto que me mira fijamente todo el rato. Los demás hablan, ríen y
beben. Charles no bebe, se limita a mirarme sin cesar. Desde la semana
pasada no hemos tenido tiempo de hablar con calma. La conversación que
nos espera me parecía demasiado importante para tenerla entre clases o
durante los ensayos, pero al mismo tiempo es ineludible. Lo hicimos. Es
más, para mí fue la primera vez. Y creo que debería decírselo a él, si es que
no lo intuye ya. Quién sabe, solo puedo hacer suposiciones mientras no
reúna el valor necesario para abordar el tema. Charles comprenderá que
para mí es importante. Él no es como Val, que sin duda se habría reído y
luego me habría dicho que no tenía ninguna importancia que todavía no lo
hubiera hecho, tras lo cual me acusaría de complicar las cosas una vez más
y se enfadaría conmigo.
Y  no es que Charles y yo no nos peleemos, pero de algún modo es
distinto. En su caso sé con qué puedo contar. Si se enfada por algo, no suele
ser una sorpresa para mí, y no me saldrá de repente con reproches sin
fundamento ni insultará a otras mujeres. Eso son señales inequívocas de lo
tóxico que era Val, y todos mis amigos las vieron. Y mientras tanto, ¿qué
hacía yo? Defenderlo, porque se había metido tan dentro de mi cabeza que
no era capaz de ver claro lo que sucedía, y además me había propuesto
curarlo, sanar sus heridas más internas a cualquier precio; es decir, a costa
de mi autoestima.
No sé qué tiene Val, pero era como una especie de hechizo maligno que
me anulaba el sentido común. Después de haber leído tantos libros, pensaba
que no me sucedería jamás algo semejante, porque tengo claros mis
principios y una sana confianza en mí misma. Porque hay suficientes
personas en mi vida para recordármelo y protegerme. Bueno, y de hecho lo
hicieron, pero yo no quise creerlos; Val ya se había interpuesto entre
nosotros. Desde el principio habló mal de mis amigos y eso era algo que me
molestaba. Fue la primera señal que me indicaba lo peligroso que era, y tal
vez la más importante, pero no quise verlo. Tuve que tocar fondo para
acabar reconociéndolo. Dios, Charles acabó por pelearse con él para que yo
lo viera claro.
Esa noche me alejé de Valentine por mis propios medios, pero ¿quién
sabe qué habría podido pasar? ¿Quién sabe si en algún momento habría
terminado cediendo para que me dejara en paz? Me alegro de no haberlo
hecho y de que mi primera vez fuera con Charles, tal como deseaba en
secreto. Quería perder la virginidad con él, por muy inapropiada que me
parezca la expresión; porque perder algo implica que alguien se lo queda,
como si fuera una especie de distinción. Puestos a perder la virginidad, lo
he hecho de manera consciente. No deberían decirnos cosas como: «No te
preocupes, todavía eres muy joven», o: «Es bueno que esperes». Deberían
decirnos: «No te preocupes, no necesitas acostarte con alguien como prueba
de que le gustas». Pero eso no nos lo dice nadie jamás.
Me sobresalto cuando noto que me tocan el hombro. Charles desliza un
dedo con suavidad por mi espalda antes de apoyar las manos en el respaldo
del sillón del viejo invernadero.
—Hola —me saluda.
Echo la cabeza hacia atrás. Cuando me vuelvo hacia él, me besa. Así de
fácil, aunque los demás puedan verlo.
—Hola —susurro cuando mis labios se separan de los suyos—. ¿Qué
tal?
—¿Todo bien? —me pregunta—. Pareces triste.
—Triste —repito.
—Sí —insiste sin apartar la mirada—. Solo quería asegurarme de que
estabas bien.
—No estoy triste —le aseguro. Ahora ni siquiera es mentira, porque el
hecho de que me lo pregunte me pone todo lo contrario de triste. Y  me
recuerda que da igual lo que hubiera sucedido con Valentine, o lo que
estuvo a punto de suceder. Es pasado, un error, una experiencia de la que he
aprendido algo. Lo que tenemos Charles y yo es presente. Y  es perfecto.
Ninguna señal inquietante, solo Charles, que interrumpe la conversación
con sus amigos para acercarse a mí y preguntarme si estoy bien.
Veo que reprime un bostezo y a continuación hunde la cara en mi
hombro. Le acaricio el pelo con la mano.
—¿Estás cansado? —le pregunto.
Él me da un beso en el cuello.
—¿Tú estás cansada?
Me encojo de hombros. Hace un momento sí lo estaba, pero ahora el
cosquilleo que noto en la entrepierna me hace olvidar cualquier sensación
de cansancio.
—¿Nos vamos? —pregunto de todos modos.
Él se queda parado un momento. Luego me besa tras la oreja y me
susurra un «sí».
—Vamos —dice tirando de mi mano.
Emma le susurra algo a Henry antes de saludarnos con la mano con una
sonrisa en los labios. Esos dos son incorregibles.
Charles no me suelta cuando salimos del invernadero. «La primavera ya
está aquí», pienso cuando noto el aire más cálido de lo que esperaba. De
repente me siento impaciente. No veo el momento de vivir las noches de
verano con Charles: que no haya anochecido todavía cuando llega la hora
del cierre, escabullirnos para bañarnos en el lago con la última luz del día,
no dormir jamás y no despertar jamás de este sueño.
Empiezo a sospechar lo que se propone Charles cuando me lleva hasta el
ala norte y recorremos los oscuros pasillos que hay hasta el teatro. No está
cerrado con llave. Me río en voz baja mientras me hace entrar en la sala a
oscuras. En plena noche. Nosotros dos solos. La puerta se cierra con
pesadez y el silencio que reina dentro es distinto, se cierne sobre nosotros
como un abrigo de tejido grueso mientras bajamos los escalones. El débil
resplandor de las luces de emergencia me permite al menos vislumbrar
dónde puedo poner los pies y dónde no. Una vez abajo, Charles enciende la
lámpara que tenemos en la primera fila y que usamos para ensayar en
grupos reducidos y para que el señor Acevedo pueda tomar notas.
—¿Habías estado alguna vez aquí por la noche?
Me sobresalto cuando Charles aparece de repente detrás de mí. Muy
cerca de mí. Su voz suena más clara gracias a la acústica de la sala, pero ese
no es el motivo por el que se me pone la piel de gallina. Es por el ligero
matiz ronco que adopta, ese que me parece tan increíblemente atractivo.
—No, ¿y tú? —pregunto volviéndome hacia él, de modo que los bordes
del escenario quedan a mi espalda. Y  Charles justo delante de mí. La luz
incide de lado sobre su rostro.
En lugar de responder, me besa, y solo puedo dar gracias al cielo. Es otro
tipo de beso. Es profundo y deliberado, lento, intenso. Es un beso perfecto.
Y  un beso perfecto implica dos pelvis que encajan a la perfección, y ese
temblor reprimido que consigue que me tiemblen las rodillas.
—Tori —susurra cuando sus labios se deslizan hasta la comisura de mi
boca y se detienen frente a mi cara, apenas a unos centímetros. Puedo oír
cómo traga saliva con dificultad. Otro sonido que ahora mismo es capaz de
robarme el sentido. Charles, de noche, excitado, los dos en el teatro—.
Sobre lo de la semana pasada...
La semana pasada. Cuando pienso en la semana pasada me vienen a la
cabeza nuestros cuerpos en mi cama. ¿Se dio cuenta de algo?
—¿Sí?
Se aparta un poco antes de proseguir.
—¿Crees que valió como primera vez aunque no durara más que treinta
segundos? —me pregunta, y me quedo de piedra.
Entonces es verdad. Lo sabe.
Mi risa suena demasiado aguda, torpe, tal vez porque ahora mismo en
realidad tengo ganas de llorar.
—Quería decírtelo —añade.
Un momento...
—¿Qué es lo que querías decirme?
Me examina muy brevemente, está nervioso, se le nota por cómo se
muerde el labio antes de responder.
—Que no lo había hecho nunca.
—¿Qué? —exclamo.
¿Que no...? ¿Me toma el pelo? ¿De verdad no lo había hecho nunca?
¿Y Eleanor? Abro la boca, pero sin llegar a pronunciar una sola palabra.
—Di algo —me suplica.
—Fue tu primera vez.
Los músculos de la mandíbula se le tensan antes de responder.
—Sí.
—¿Por qué no me lo contaste?
Sí, ¿por qué no me lo contó? Entonces tal vez nos habríamos relajado un
poco más sabiendo que era algo nuevo para los dos. Porque sabe que lo fue,
¿no?
—No quería enrarecer las cosas —confiesa Charles bajando la mirada—.
Tampoco es tan importante.
—Es importante —lo contradigo—. Claro que es importante. Para mí
también fue la primera vez —añado al fin.
Dios, no lo sabía. Estoy segura de ello cuando veo que levanta la cabeza
de repente y abre los ojos como platos.
—Espera, ¿cómo dices? —Guardo silencio—. Pero yo pensaba que... —
empieza a decir titubeando—. ¿Y Val?
Suelto una carcajada.
—Dios, Charles. No.
—Pero estabas preparada, incluso tenías condones. Creía que...
—No —lo interrumpo. No sé por qué, pero los ojos empiezan a
escocerme de inmediato—. Los tenía por simple precaución. Quería estar
preparada para lo que pudiera llegar a ocurrir. Aunque por suerte nunca los
necesité con él.
Charles se me queda mirando y veo claramente lo que se le pasa por la
cabeza. Cómo va encajando las piezas del rompecabezas que le he ido
planteando durante las últimas semanas. Retazos aleatorios del pasado que
me encantaría olvidar, pero no puedo.
—Tori, no sabía...
Niego con la cabeza.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Mira que somos tontos —susurra, y parece realmente sorprendido. No
puedo evitar reírme.
—Sí que lo somos.
—Pero... ¿cómo pudiste llegar a la conclusión de que no era la primera
vez para mí?
Trago saliva, titubeo un momento y luego me decido a soltárselo sin
más.
—¿Eleanor? —Se me queda mirando como si me faltara un hervor—.
Entonces ¿no?
—Tori, no. No. Dios...
—Pero si se nota a la legua la química que tenéis sobre el escenario —
me defiendo.
—Sí, pero ¿crees que eso implica haber mantenido relaciones sexuales?
—No lo sé, los actores sois vosotros.
—Tori —empieza a decir, luego hace una pausa—. Eres la única persona
a la que he besado fuera de este escenario —me confiesa, y me acaloro de
repente al oírlo—. Y la única a la que he querido besar.
—Pero Eleanor, en octavo... Todo el mundo sabía que te gustaba.
—Sí, porque quise que todo el mundo lo creyera para que nadie se diera
cuenta de que en realidad me gustabas tú.
—Pero ¿por qué...? ¿Qué tenía eso de malo?
—No lo sé. Porque éramos solo amigos y tenía miedo de perderte.
El corazón me late con fuerza, noto el murmullo de la sangre en los
oídos. Mi mente no puede procesar tantas verdades en tan poco tiempo.
Aun así, doy un paso para acercarme más a él.
—No somos solo amigos —constato—. Míranos.
Y él me mira. Nunca he sido tan consciente de ello como en este instante
y rezo para no dejar de serlo. Jamás.
Su beso me coge por sorpresa. Me encanta esa sensación de debilidad
que me provoca en el estómago. Me encanta poder hundir los dedos en su
pelo, y me encanta que Charles me levante en volandas para dejarme sobre
el borde del escenario. Quedo por encima de él y me encanta que tenga que
echar la cabeza hacia atrás para seguir besándome.
—¿Significa eso que compartimos la primera vez? —pregunto, todavía
incapaz de creerlo.
—El primer beso y la primera vez.
—Me encanta que fuera tan terrible.
—Fue realmente terrible —asiente Charles levantando la cabeza—.
Y me da mucha vergüenza haber aguantado tan poco...
—Para ya —le susurro antes de besarlo de nuevo. Él desliza las manos
desde mis rodillas hasta mis muslos. Poco a poco, con determinación—.
Simplemente intenta aguantar más esta vez. —Se detiene de golpe y me
mira—. ¿Qué? ¿Pensabas que solo tendrías una oportunidad?
—Yo qué sé.
—Sinclair...
—Eh —exclama aparentemente ofendido.
—¿Qué?
—No me llames así.
—Llevo seis años y medio llamándote así.
—Da igual, ya ha durado demasiado.
—Bueno, si es eso lo que quieres.
—Sí, eso es lo que quiero.
Me tiro un poco hacia atrás cuando él apoya las manos en el borde del
escenario para subir conmigo. Toma tanto impulso que acabo de espaldas en
el suelo.
—¿Y  ahora qué quieres hacer? —pregunta cuando se arrodilla por
encima de mí.
Me olvido de lo que quería decir, de repente tiene la boca muy cerca de
la mía. Su boca perfecta, con esos labios tan bellamente arqueados.
—Quiero hacer lo que hicimos en mi habitación —dice lo poco que me
queda de cordura—. Solo que más rato. Y más a menudo.
—Más rato y más a menudo —repite—. Haré lo que pueda.
Me gustaría soltar una réplica ingeniosa, pero antes de que me venga
algo a la cabeza Charles empuja sus caderas contra las mías. Y... Oh, está
preparado, eso no se puede negar.
Me aferro a sus hombros para atraerlo más hacia mí. Básicamente todo
transcurre más o menos como la semana pasada, pero tras besarnos durante
un buen rato, quitarnos la ropa y acariciarnos, Charles me pasa la lengua
por el cuello, a continuación por la clavícula, y luego sigue bajando.
Titubea un momento cuando roza con el dorso de la mano mi pecho
izquierdo y yo aspiro aire bruscamente. Charles levanta un momento la
mirada.
—¿No te gusta? —pregunta con esa voz divinamente ronca.
—Sí. Continúa.
Esboza una breve sonrisa y luego su aliento me acaricia la piel junto con
los dedos, bajo los que mis pezones reaccionan enseguida. Cada vez me
cuesta más no cerrar los ojos y dejar caer la cabeza. Cuando Charles
continúa explorando mi barriga con la lengua, no me queda más remedio
que abandonarme del todo.
El sonido que escapa de mis labios es un gemido reprimido.
Normalmente me habría incomodado, pero de algún modo sé que no tengo
por qué avergonzarme de nada delante de Charles. Y menos cuando noto el
escalofrío que le provoca mi reacción.
—Así... ¿va bien? —pregunta mientras desliza los dedos entre mis
piernas, y entonces es cuando me muero. Aprieto los labios y asiento—.
¿Seguro? —insiste deteniéndose.
«Dios, no pares.»
—Por favor —suplico—. Vas bien. Vas muy bien.
No sabía que algo pudiera ser tan intenso como la mano de Charles
moviéndose contra mi sexo palpitante. Solo baja la cabeza para besarme la
cara interior de los muslos.
No nos decimos casi nada. Solo cosas como «aquí», «más fuerte» o «no
pares», y ya es cien veces mejor que la semana pasada. De vez en cuando
me pregunta si estoy bien, pero no tanto como para ponerme de los nervios.
Tengo las bragas empapadas, y me doy cuenta de que todavía las llevo
puestas cuando Charles pasa los dedos por la cinturilla y me mira. Levanto
la pelvis para que pueda quitármelas y me quedo completamente desnuda
frente a él sobre el escenario. Estoy tan excitada que el corazón me late a
mil por hora.
Se toma su tiempo para recorrer con las manos los flancos externos de
mis muslos y mis caderas, para luego pasar a mi vientre y a mis pechos
antes de volver a mis hombros, presionándolos contra el suelo. Me quedo
sin aliento cuando, con un rápido movimiento, me agarra por las muñecas, y
me olvido por completo de dónde estamos cuando me las retiene junto a la
cabeza en el suelo y se inclina sobre mí.
—Hola —susurra con la cara a un centímetro de la mía. Me fijo en su
maravillosa boca y en la lujuria que brilla en sus ojos.
—Hola —respondo con la voz temblorosa. Su olor me envuelve—.
¿Todo bien? —pregunto cuando veo que pasan los segundos y no se mueve
más.
Charles asiente.
—Solo quería verte —dice antes de inclinarse sobre mí de nuevo para
besarme.
Es un beso lento, profundo, muy profundo. Gimo frente a su boca justo
cuando empuja su pelvis contra la mía. Noto la dureza bajo sus bóxers y por
un instante creo que estoy a punto de correrme. Los dedos de Charles
alrededor de mis muñecas, su boca sobre la mía, sus movimientos ahora
más rápidos, ahora más lentos. Todo roza la perfección.
No sé cuánto tiempo llevamos aquí tendidos, besándonos y tocándonos,
cuando Charles se aparta e intenta recuperar el aliento.
—Tori —me dice—. Yo...
Lo agarro por los hombros. Rueda sobre sí mismo hasta que queda de
espaldas al suelo y me coloco encima de él. Sí, ahora estoy yo arriba. La
cabeza me da vueltas.
—Deberíamos...
—Sí —asiento con los dedos ya sobre sus pantalones. Dudo un instante
y luego los introduzco por la cinturilla de sus bóxers.
Charles suelta un gemido. Mi mejor amigo tiene los ojos cerrados y la
boca entreabierta, esa boca con la que ha recorrido prácticamente todos los
rincones de mi cuerpo. La tensión que siento en el bajo vientre es cada vez
mayor cuando noto que se queda quieto debajo de mí. Hasta que lo percibo
en mi mano. Palpitante, caliente. Charles echa la cabeza hacia atrás.
—Tori —jadea cuando empiezo a mover la mano—. Si sigues así...
—¿Qué? —pregunto parando de repente—. ¿Qué pasará?
—Nada bueno —responde apretando los labios.
—Vaya —digo apartando la mano un poco antes de volver a moverla de
nuevo. Charles presiona los muslos contra mis caderas y empuja contra mi
mano. Le gusta. Y a mí también, disfruto viendo las dificultades que tiene
para contenerse.
Lo empujo conmigo hacia un lado. Abre los ojos y rodamos hasta que
quedo de nuevo debajo de él. Agarro una vez más la cintura de sus bóxers,
Charles se incorpora un poco para quitárselos y entonces quedamos los dos
completamente desnudos. Se arrodilla sobre mí con las piernas a ambos
lados de mis caderas. Se inclina sobre sus pantalones y busca dentro de uno
de los bolsillos.
No puedo evitar reírme cuando me presenta el condón con orgullo.
—Muy bien —bromeo, pero enseguida se me atragantan los comentarios
en la garganta cuando me mira fijamente a los ojos.
—¿Quieres hacerlo conmigo? —me pregunta en voz baja.
—Sí —respondo aclarándome la voz—. ¿Y tú?
—Yo también —contesta, y noto su cálido aliento en mi cuello mientras
se inclina por encima de mí una vez colocado el condón.
Intento no contener el aliento mientras introduce su erección entre mis
piernas. «No dolerá», me digo. «No dolerá. No...»
Charles me besa con una suavidad increíble que me hace olvidar lo que
ocurre. Luego suelto una exclamación ahogada cuando noto que entra
dentro de mí.
—Lo siento —susurra apoyando la frente sobre la mía.
Durante unos segundos no nos movemos ninguno de los dos. Me obligo
a respirar y a relajarme. Charles espera hasta que asiento levemente. Luego
entra un poco más. Levanto la pelvis para facilitarlo y empieza a moverse
dentro de mí. Primero despacio, con cuidado, y luego más deprisa.
Esta vez va mejor. Quizá porque antes me ha metido los dedos, o
simplemente porque nos hemos tomado nuestro tiempo. El caso es que me
cuesta quedarme tendida. Y  a él también, lo noto. Nuestros besos se
vuelven cada vez menos precisos mientras intentamos respirar, besarnos de
nuevo, agarrarnos. Deslizo los dedos por su espalda, por su piel sudorosa, y
noto su respiración pesada.
—¿Te correrás así? —me pregunta.
Dios, su voz.
—No lo sé —confieso—. Quizá... Oh.
No tengo ni idea de lo que ha pasado a hacer de repente, pero es distinto.
Otro ángulo, se mueve un poco más deprisa, cada vez más, cielos...
Noto las contracciones, las palpitaciones y el calor, me aferro a él.
—No pares —le suplico agarrada a los músculos de su espalda, duros
como la roca. «No pares, por favor.»
—Joder, Tori —jadea, y su voz gutural me lleva al límite. Tengo que
echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos mientras se me escapa un
gemido que no me creía capaz de proferir. Noto que se me queda mirando,
asombrado.
Ya sabía lo que se siente cuando se corre dentro de mí, solo que esta vez
ha sido distinto. Más intenso. Me olvido de dónde estamos y simplemente
me abandono a las sensaciones durante unos segundos en los que nada me
importa, nada que no sea Charles encima de mí, dentro de mí, por todo mi
cuerpo. Una cálida oleada de excitación me recorre entera.
Me vuelvo hacia él cuando se desploma en el suelo de espaldas después
de haberse apartado de mí. El suelo del escenario está húmedo con nuestro
sudor y yo estoy acalorada. El pecho se le mueve arriba y abajo con
intensidad mientras me mira.
—¿Te has...?
—Sí.
—¿De verdad? —pregunta, y parece tan contento que no puedo evitar
reírme.
—Sí, de verdad.
—Uau.
—Ha estado bien. Ha sido... ¡buf!
—Sí, eso digo yo también. ¡Buf!
Noto el sabor salado de su sudor cuando le paso la lengua por el labio
superior antes de besarlo.
Los latidos de mi corazón se apaciguan poco a poco. A Charles le ocurre
lo mismo, lo noto cuando poso la cabeza sobre su pecho.
—¿Sabes lo que me ha costado no perder el control? —comenta echando
la cabeza hacia atrás.
—Me hago una idea, y estoy muy orgullosa de ti.
—Henry tenía razón —murmura.
Levanto la cabeza de repente.
—¿Henry?
Él parpadea asustado.
—¿Has hablado con Henry sobre sexo y sobre mí?
—Esto... ¿sí? —responde algo abrumado—. Estaba bastante desesperado
después de la última vez. No sé si entiendes a qué me refiero.
No puedo evitar reírme.
—¿Y qué te aconsejó?
—Que te preguntara qué te gustaba.
—Henry es muy listo.
—¿Verdad?
—Sin duda —respondo antes de besarlo una vez más.
Su olor me tiene atrapada y solo quiero notar su piel sobre la mía. Me
quedo un rato tendida junto a él, hasta que esa pereza que se ha apoderado
de nosotros ya no es capaz de distraerme del hecho de que hace un poco de
frío. Cuando me estremezco ligeramente, él levanta la cabeza.
—¿Vamos a mi habitación?
Asiento al instante.
29

Charles

El capullo de Henry me ha mandado tres emojis de calcetines con un signo


de interrogación y yo le he respondido con el de la mano haciendo una
peineta. Me ha contestado con la cara sonriente con el aro de santo y luego
el mono que se tapa los oídos.
Lo odio.
Al final lo hemos hecho en el teatro. Lo que no sé es cómo me las
arreglaré a partir de ahora para subir al escenario sin que se me ponga dura
al instante, pero la verdad es que ha valido la pena.
Mierda, sí, sí que ha valido la pena. Creo que en mi vida he visto algo
tan precioso como la cara de Tori poco antes de correrse. Los sonidos que
escapaban de su boca, su excitación, el placer que he conseguido
provocarle. Si tuviera que dedicar el resto de mi vida a una sola cosa, sería a
esto, a llevar a Tori hasta el clímax. Todo el día. Con la boca, con la lengua,
con los dedos, con mi sexo. Realmente ha sido bastante increíble.
Muchísimo mejor que la última vez. Aunque así la notaba más mientras
palpitaba, de manera que no he tenido la más mínima oportunidad de
aguantar más. Pero parece que le ha gustado tanto como a mí, porque esta
vez sí he tenido la sensación de estar compartiéndolo con ella. No ha sido
mete-saca-fuera y listos. No sé qué haré si cada vez mejoramos un poco
más. Porque cada vez nos conocemos mejor y descubrimos cosas nuevas.
Dios, no veo el momento; la de cosas que podemos llegar a hacer. Si a Tori
le apetece, claro.
Y creo que sí, que le apetece. Me besa cuando nos dejamos caer sobre mi
cama, justo después de descalzarnos. Nos tapamos con el edredón y apoya
la cabeza en mi pecho.
—¿Te quedas a dormir aquí? —le pregunto sin esforzarme siquiera en
disimular el tono esperanzado de mi voz.
Ella asiente al momento.
—Sí, ¿no?
—Sí —confirmo abrazándola.
Nuestros cuerpos se tocan por todas partes. Soy muy consciente de ello,
pero al mismo tiempo noto que está cansada. Los músculos se le relajan
mientras le acaricio los hombros. Le encanta y lo sé. Posa una mano sobre
mi pecho y llega un momento en el que deja de moverse. Justo cuando creo
que se ha quedado dormida, empieza a hablar.
—¿No estás nervioso?
—¿Por qué?
—Por la función —responde deslizando el índice hacia arriba hasta mi
clavícula—. Ya falta poco.
—Cierto.
Faltan unas semanas y no me siento ni mucho menos preparado. Todavía
estamos muy lejos de haber ensayado toda la obra al completo. Al ritmo
que vamos, solo podremos ensayarla unas cuantas veces antes del estreno.
Si es que podemos. Será mejor no darle más vueltas...
—Sí —contesto tragando saliva—. Creo que estoy bastante nervioso.
—Eso es bueno —opina ella—. Significa que es importante para ti.
—No pensaba que me lo pasaría tan bien —admito.
—¿Sobre el escenario? —pregunta, y asiento como respuesta—. Eres
Acuario —dice como si fuera evidente, lo que me arranca una sonrisa.
—De todos modos, me habría gustado que tú también tuvieras algún
papel.
Tori titubea un poco.
—Tal vez tenía que ser así. De este modo no me estaré muriendo de
nervios el día anterior al estreno y podré estar pendiente de ti.
—Eso también es verdad.
—Y todavía nos quedará la función del año que viene.
—Cierto —convengo, tras lo que la abrazo con más fuerza—.
Y entonces tú interpretarás a Julieta.
—Y tú a Romeo.
Me encojo de hombros.
—Dudo que el señor Acevedo permita que un alumno interprete al
mismo personaje dos veces.
—¿Aunque no haya nadie capaz de hacerlo tan bien como tú?
—Te olvidas de Henry —digo.
Tori se ríe.
—Estoy segura de que nadie tiene menos ganas de subir al escenario que
Henry.
—Eso pensabas también de mí.
—Sí, pero solo hasta que me lo planteé de verdad.
—Todavía no comprendo por qué Valentine no intentó conseguir el papel
principal —murmuro.
Noto que Tori se tensa un poco y de inmediato lamento haberlo
mencionado.
—Creo que Val es muy consciente de lo que sabe hacer y lo que no. Y si
desde su punto de vista esto no es algo por lo que valga la pena esforzarse,
prefiere burlarse de ello.
«Es muy inmaduro», pienso para mis adentros, aunque reprimo el
comentario.
—Es muy inmaduro —opina Tori, y tengo que contenerme para no
reírme—. No, de verdad que lo es. Todavía me sabe mal que se tomara las
audiciones de ese modo tan infantil. Como también me sabe mal haberme
sentado con él y los demás. Espero que ni siquiera vayan a la función.
—Sería lo mejor. Dudo que comprendan la obra. El señor Acevedo me
dijo hace poco que cada año hay alumnos y alumnas entre el público que no
la entienden y se ríen. Pero también me dijo que cada obra es como un
espejo en el que los espectadores pueden verse reflejados. Sus reacciones
dicen más sobre ellos mismos que sobre nosotros.
—Es otra manera de verlo.
—¿Verdad?
Tori asiente.
—Yo estoy muy emocionada —dice posando una mano sobre mi
hombro. Creo que no tiene la menor idea de lo loco que llega a volverme
ese gesto—. Me parece muy fuerte que justo después ya termine el curso.
—¿Os marcharéis de vacaciones a Francia este verano?
Tori se encoge de hombros.
—Todavía no hemos hablado de ello, pero seguramente —responde
volviendo la cabeza para mirarme con los ojos entrecerrados—. ¿Vendrás
con nosotros otra vez?
—Si me dejan, sí.
—Claro que te dejarán. —No puedo evitar sonreír. Echo de menos pasar
el verano con la familia de Tori en la casa que tienen en el sur de Francia—.
O también podríamos hacer un viaje nosotros dos —propone—. Un
interraíl, en plan mochilero, recorriendo Europa de tren en tren. ¿O te
parece una tontería?
—Me parece una idea fantástica.
—¿De verdad? —pregunta Tori sin demasiada convicción.
—Claro. Podríamos ir a Verona. Necesito una foto tuya en el balcón de
Julieta.
Tori se ríe y me parece el sonido más bello del mundo entero.
—¿Y luego? —pregunta revolviéndose un poco hasta que encuentra una
posición cómoda.
—Venecia y Florencia, por supuesto —propongo—. Y  de camino
podríamos parar en París y en Zúrich.
—Zúrich no es bonito —opina Tori—. Solo es caro.
Niego con la cabeza.
—Contigo, todo me parecerá bonito.
Y sonríe.

Victoria

Los días son cada vez más cálidos, las tardes más largas y, como cada año
antes de las vacaciones de verano, de repente todos los profesores sienten la
necesidad imperiosa de ponernos exámenes. Mayo y junio son meses
agotadores incluso sin ensayos, y ahora que se aproxima la fecha de la
función y pasamos casi cada tarde en el teatro, ya no doy abasto. No tengo
ni idea de cuándo fue la última vez que compartí algo en mi canal de
Bookstagram o en TikTok, pero ahora mismo tengo cosas más importantes
que hacer. Las noches se las reservo a Charles, y aunque jamás en la vida
había dormido menos que ahora, me siento más despierta que nunca.
También esta tarde, cuando tras la hora de estudio me dirijo hacia el ala
norte, puesto que el ensayo empezará pronto.
Me encuentro con Eleanor en la escalera del ala oeste mientras baja
apresuradamente desde el piso superior.
—Hola, Tori —me saluda en un tono de voz que me llama la atención. Y,
efectivamente, titubea un poco después de comentar los últimos exámenes
que hizo la semana pasada.
Eleanor lanza miradas a lado y lado mientras recorremos el pasillo.
—Por cierto, me alegro mucho por ti y por Charles —me dice al fin—.
Y espero que no pierdas más tiempo pensando en Val. No se lo merece.
Es la manera en la que formula la frase lo que me deja claro que
Valentine la llevó de cabeza igual que a mí. Y  por eso lo odio todavía un
poco más.
—Gracias —replico sin mucha decisión—. Pues quizá tengas que
enseñarme cómo hacerlo. A no perder más el tiempo pensando en él, quiero
decir.
—Se tarda un poco. A veces, un poco demasiado.
—Genial —respondo tragando saliva.
—No sé qué te decía, pero si eran cosas desagradables no te las tomes a
pecho. Seguro que no te las merecías, por mucho que él quisiera
convencerte de lo contrario.
Me obligo a asentir.
—Estoy enfadada —confieso al fin—. Con él, pero sobre todo conmigo
misma. Por haber dejado que llegara hasta ese punto.
—Es bueno que te enfades por eso —opina Eleanor—. Pero no te
ofusques demasiado. De verdad, Tori, cuídate. Por favor, tienes que parar de
pensar como él te enseñó.
Y de repente Eleanor deja de ser una rival para convertirse en una aliada.
Tal vez lo fue todo el tiempo, pero yo estaba tan paranoica que no era capaz
de verlo claro.
—Lo intento —le aseguro, y vacilo un poco antes de continuar, puesto
que considero que se merece una disculpa—. Lo siento mucho, Eleanor. Me
ponía celosa cuando os veía a ti y a Charles. Espero que no se me notara
mucho.
—¿Celosa? —pregunta extrañada—. ¿Por el papel?
Me muerdo ligeramente el labio inferior y me encojo de hombros.
—Por todo, supongo. Creía que Charles y tú..., creía que había algo entre
vosotros dos.
—Espera, ¿no te ha contado nada?
Me quedo de piedra.
—¿Qué debería haberme contado?
—Bueno, el hecho de que yo..., ya sabes —responde Eleanor titubeando.
Ya no puedo ni moverme—. Tori, no hubo nada entre nosotros —concluye
—. Nos reunimos antes de los ensayos y estuvimos hablando sobre hasta
qué punto queríamos llegar. Le conté a Sinclair lo de Sophia, mi novia. Y le
pedí que no se lo dijera a nadie, pero creía que a ti te lo explicaría de todos
modos.
«Novia...»
Ha dicho novia, y lo ha dicho dándome a entender que ya tenía a alguien
y no quería nada con él. Durante todo este tiempo la he odiado de forma
injusta.
¿Por qué soy así? ¿Por qué no pude simplemente confiar en Charles?
—Entonces ¿no te contó nada? —deduce Eleanor al ver que no digo
nada. Niego con la cabeza—. Bueno, pues ya lo sabes —añade con una
breve sonrisa—. Y veo que puedo contarle mis secretos a Sinclair con toda
confianza. Aunque tampoco es que esperara lo contrario.
—Lo siento, yo no quería... —empiezo a decir.
—No pasa nada, Tori —me interrumpe—. Durante todo el tiempo no
tenía ojos más que para ti —me asegura con una sonrisa—. Ya sé que no es
un macho alfa, un capitán del equipo de rugby, pero, créeme, es mejor tener
a alguien que te trate como te mereces. Y él lo hace. La rectora Sinclair lo
educó bien.
—La verdad es que sí —convengo.
—Quizá debería haberte dicho algo antes. Debió de ser desagradable
para ti vernos en el escenario.
—La verdad es que muy agradable no era —admito—. Pero actuáis muy
bien juntos.
—Gracias. Además es muy divertido gracias a él. Y  gracias a ti, como
asistenta de dirección. No entiendo cómo puedes estar siempre al tanto de
todo.
—Yo tampoco —respondo riendo—. ¿Sophia vendrá al estreno?
Eleanor duda.
—Al principio yo no quería que viniera, pero creo que sí. El baile de
graduación será el fin de semana siguiente, de manera que el viaje valdrá la
pena. Es que estudia en Londres —me explica bajando la voz a medida que
nos acercamos al teatro.
—Qué bien —replico—. Y  gracias por interesarte por mí mientras
todavía estaba con Val. Fue reconfortante saber que estabas cerca.
Eleanor sonríe.
—De nada, Tori —me dice antes de entrar en el teatro.
30

Victoria

Esta semana los estudiantes de último curso reciben los resultados de los
exámenes finales. De repente soy consciente de que solo me queda un año
en la Dunbridge Academy antes de que llegue mi turno de esperar en el
largo pasillo de la sala de profesores a que me den las notas provisionales,
justo antes de preparar los exámenes orales. Durante los últimos años eso
no me ha interesado mucho, pero ahora, después de haber hecho un examen
de Geografía y mientras me dirijo a la siguiente clase, busco
automáticamente entre la multitud a Eleanor, Louis y los demás alumnos de
último curso que he llegado a conocer mejor durante los ensayos de teatro.
La mayoría de ellos parecen contentos y aliviados, aunque, cuando paso
junto a los grupitos de gente, cazo al vuelo algunos retazos de conversación.
—Val tendrá que recuperar tres asignaturas, ¿lo has oído?
—¿Crees que lo conseguirá?
—Sería una putada que no apruebe...
Por mucho que me fastidie, lo primero que siento es lástima. No aprobar
los exámenes de acceso a la universidad sería realmente una mierda. Sobre
todo teniendo en cuenta las expectativas que han puesto sobre él sus padres
y el hecho de que su hermana sea claramente superdotada. Ni siquiera Val
se merece algo así. A no ser que él no se haya esforzado lo suficiente y que
durante los dos últimos años confiara en el hecho de que su tío fuera
profesor en Dunbridge. Porque en ese caso sería justo, sobre todo de cara a
los demás, que han tenido que trabajar mucho para poder graduarse.
Pero ¿quién soy yo para juzgarlo?
Me da igual si Val aprueba el bachillerato. Bueno, tal vez no, porque si
no aprueba tendrá que repetir curso. Con nosotros. Dios, no, eso no, por
favor...
Con solo imaginarlo se me hace un nudo en la garganta. Había contado
con no tener que volver a verlo tras las pocas semanas que quedan de curso.
Sobre todo teniendo en cuenta que está saliendo desde hace poco con Cleo,
de décimo, y siento la necesidad imperiosa de advertirla sobre él como hizo
Eleanor conmigo.
—Lo siento, yo... Oh —exclamo frenando en seco cuando me disponía a
doblar la esquina del pasillo y estoy a punto de chocar con alguien.
—¿No puedes ir con más cuidado?
Me quedo de piedra cuando veo que es Val. Me lanza una mirada gélida.
—Eres tú quien tiene que ir con cuidado.
Durante unos momentos, parece al menos tan sorprendido como yo. Pero
me basta verlo para sentirme increíblemente furiosa.
Él suelta un resoplido desdeñoso mientras me examina con detenimiento.
—¿Has venido a disculparte?
Por un momento creo que me está tomando el pelo, pero no veo ninguna
mueca de burla en su rostro. Cuando me doy cuenta de que lo dice en serio,
suelto una carcajada de incredulidad.
—¿En serio? ¿Disculparme? ¿Por qué, Val?
Entrecierra mucho los ojos para mirarme.
—Por haber sido tan falsa e insidiosa como Eleanor.
Lo dice y lo piensa de verdad, lo veo en sus ojos. Valentine Ward se ha
metido en mi cabeza, ha anidado dentro como una enfermedad y no es nada
consciente de su culpa. Ni mucho menos. Y  no cambiará, por muchas
relaciones fallidas que llegue a acumular. Al final siempre tenemos la culpa
nosotras, nunca él. Es evidente, ya que somos las mujeres las que estamos
obsesionadas, las que somos unas enfermas y damos pena.
Pero ya estoy harta de estar enfadada, no se merece que gaste tanta
energía en él. Una serenidad casi inquietante se apodera de mí mientras
niego con la cabeza lentamente.
—Lo único que me sabe mal es haberme liado contigo. Eso y el hecho
de que jamás llegues a comprenderlo.
—No seas ridícula —me espeta—. ¿De veras pensabas que lo nuestro
iba en serio?
Ajá, o sea que por ahí van los tiros.
—Val, de verdad que no te deseo nada malo. Solo que pronto conozcas a
alguien que te trate como tú me trataste a mí.
—Yo también lo deseo —grita a mi espalda mientras sigo andando por el
pasillo—. Porque me lo merezco.
«Exacto, te lo mereces», pienso.
El corazón pasa a latirme más deprisa cuando ya he doblado la esquina y
empiezo a bajar la escalera. Me quedan diez minutos antes de la clase de
Física, por lo que me dejo caer un rato en un banco del claustro.
Es muy extraño. Me gustaría poder decir que puedo creer todo lo que
está sucediendo. Que haya superado lo de Valentine y pueda estar
completamente segura de que lo que me hizo no estuvo bien. Pero una gran
parte de mí no puede parar de hacerse preguntas sobre lo que podría haber
ocurrido.
¿Y si le hubiera dado menos motivos para enfadarse conmigo? ¿Y si en
el fondo tenía un poco de razón?
Porque, en cierto modo, yo quería ser la novia de Valentine Ward, ir al
baile de Año Nuevo con él, sentirme especial; notar esas mariposas en el
estómago que se mencionan en todas las dichosas novelas románticas, ese
revoloteo nervioso, y pensaba de verdad que eso era lo que notaba cuando
estaba cerca de Valentine.
Sin embargo, ahora creo que las mariposas en el estómago no son
necesariamente un síntoma de amor. Es la manera que tiene el cuerpo de
decirme que algo no va bien. Son nervios. Es agotamiento, emoción,
ansiedad. «¿Se fijará en mí? ¿Hablaremos un poco? ¿Cómo puedo
gustarle?» Dios, es todo tan falso, y aun así es lo que hice una y otra vez,
prefiriendo ignorar todas esas pequeñas señales de advertencia.
Todo lo que Eleanor me dijo sobre él hace poco me parece cierto. Que no
estuvo bien cómo nos trató. Que incluso podría ser tóxico. Y siempre había
pensado que las relaciones tóxicas implicaban que uno de los miembros de
la pareja manipulara a la otra persona hasta el punto de minar la confianza
que pudiera tener en sí misma, pero parece que es algo más sutil. Valentine
y yo tuvimos una relación tóxica en versión light, pero no necesariamente
mala. De hecho, ni siquiera era una relación. Compartimos unas cuantas
citas y nos besamos. Y, aun así, no puedo dejar de darle vueltas. ¿Debería
haberme dado cuenta antes? ¿Cómo pude tolerarlo tanto tiempo, antes de
admitir que los que me rodeaban tenían razón?
Sentirse mal cada vez que ves a la persona en cuestión no es una buena
base, porque nunca sabes qué versión te encontrarás. Porque lo que dice no
encaja con lo que hace y su estado de ánimo cambia más rápido que el
tiempo en Escocia.
Enamórate de personas con las que te sientas segura. Con las que puedas
estar tranquila. Esa será la persona a la que amas, porque en su presencia
podrás ser tú misma sin darte cuenta siquiera.
Y yo sabía quién era esa persona, lo supe desde el principio, y tal vez eso
sea lo peor de todo. Porque lo que sucedió con Valentine habría sido
innecesario si Charles y yo nos hubiéramos entendido antes.
Charles. Es él quien me hace sentir como en casa. Fue él desde el
principio, y una parte de mí lo sabía cada vez que lo veía. Es mi mejor
amigo, mi alma gemela, mi amante. Y está guapísimo con el uniforme del
internado, que acentúa sus anchos hombros, cuando lo veo salir con los
demás por la puerta de la muralla del castillo. Me pongo en pie cuando se
acercan.
—¿Y bien? —pregunta mientras me coge de la mano—. ¿Cómo te ha ido
el examen de Geografía?
El mero hecho de que sepa con exactitud qué examen tenía hoy es lo
suficientemente elocuente.
—Bien —respondo mientras me encojo de hombros—. ¿Cómo te ha ido
a ti el de Latín?
—Mejor no preguntes... Lo importante es que ya ha pasado.
No puedo evitar sonreír.
—¿Henry ha vuelto a entregar el examen al cabo de media hora?
—Por supuesto. Ha tardado veinticinco minutos como máximo. Y Emma
tenía una hora libre, o sea que ya sabemos qué está haciendo.
—Supongo que te refieres a que han salido a correr.
—Claro, ¿qué si no? —replica pasándome el brazo por encima del
hombro antes de bajar la voz—. Es hoy, ¿verdad?
—¿El cumpleaños de Maeve? —pregunto, y Charles asiente—. Creo que
sí.
—¿Has podido preguntarle a Emma qué harán luego?
—No tienen nada previsto —le explico—. Lo traerá a la panadería hacia
las ocho.
—Muy bien —dice Charles—. Así tendremos tiempo de preparar el
pastel.
—Espero que se alegre. ¿O te parece una mala idea?
Charles reflexiona un momento y luego niega con la cabeza.
—Creo que Henry se alegrará, y que a Maeve también le habría gustado.
—La verdad es que sí.
—Entonces ¿vamos a la panadería justo después de cenar?
Asiento y me pongo de puntillas para besarlo. Parece sorprenderse un
instante, pero enseguida responde al beso.
—¿Y esto?
—Porque sí —murmuro tirando de él hacia la entrada.
—Eh, ¿os habéis enterado? —pregunta Olive viniendo a nuestro
encuentro—. Se mantiene la normativa del uniforme.
—¿Qué? —exclamo apartándome de Charles—. ¿Por qué?
—La rectora Sinclair quiere comentarlo durante la asamblea, se lo ha
dicho a mi padre. Al parecer, el consejo escolar ha tumbado la propuesta.
Suelto una carcajada amarga.
—¿En serio? Se nota que ellos pueden vestir como les dé la gana.
—Según ellos, el uniforme es una tradición en la Dunbridge Academy
—explica Olive encogiéndose de hombros.
Me río de nuevo.
—¿Y ahora qué?
Charles se me queda mirando.
—¿Qué haces esta noche? —le pregunto a Olive.
—Nada, ¿por?
—Bien, pues nos vemos en la panadería después de la cena.

Charles

Hacía mucho tiempo que no me parecía tan importante que me saliera bien
un pastel, pero realmente le pongo muchas ganas, pensando en todo
momento en la hermana de Henry, Maeve. Él no sospecha nada cuando Tori
y Olive lo traen junto a Emma a la panadería poco después de las ocho. 
Cuando ve que, además de Gideon, Grace también ha venido, parece
inseguro. Yo mismo me quedo sorprendido, pero valoro mucho que Grace
quisiera estar presente esta noche, aunque me imagino que debe de ser
doloroso para ella tener que compartir la velada con Emma.
Ya contaba con ver llorar a mi mejor amigo, pero esta vez, por algún
motivo, se ha desmoronado por completo. Tal vez porque Henry intenta
controlarse por todos los medios mientras mira fijamente el pastel. La luz
de las velas se refleja en sus ojos vidriosos.
—¿De veras? —pregunta por tercera vez inclinándose un poco hacia
delante. Yo asiento. Tori me coge la mano mientras Henry titubea un poco
—. Feliz cumpleaños —susurra antes de soplar las velas. Emma le seca las
lágrimas y lo abraza en cuanto se aparta del pastel.
Ya no hablamos de ello con tanta frecuencia, pero me imagino que en
momentos como este debe de revivir lo mal que se sintió justo después de la
muerte de Maeve.
Espero a que Emma lo suelte para cortar el pastel. Los demás también lo
abrazan brevemente mientras me coloco justo delante de él.
Henry y yo no nos abrazamos a menudo, pero cuando lo hacemos es de
verdad. Tras casi siete años en el internado es realmente como un hermano
para mí, y la idea de perderlo para siempre me revuelve el estómago de
inmediato. Nunca podré llegar a comprender cómo se siente, pero sé que
haré todo lo que esté en mi mano para hacérselo un poco más llevadero.
Aunque solo sea con un estúpido pastel. Le hornearía uno todos los días si
eso sirviera de algo.
Hoy parece que sirve. De hecho, estoy seguro de ello cuando Henry
observa con los labios apretados, como siempre que intenta no llorar, cómo
corto el pastel. Le sirvo la primera porción y él se la ofrece a Emma, porque
de lo contrario no sería Henry. Las siguientes son para Tori, Grace y los
demás. Grace sonríe, claramente tensa, mientras se queda mirando el
pedazo de pastel del plato. Su mirada vaga hacia Gideon.
—¿Quieres compartirlo conmigo? —pregunta. Gideon titubea, no se me
escapa cómo se la queda mirando antes de asentir algo a regañadientes.
Y no me parece que el motivo sea que tema quedarse con hambre. Pienso en
las palabras de Henry durante un rato. Ahora que me fijo, me doy cuenta de
que Grace realmente ha perdido peso. Gideon no para de devolverle el plato
después de cada bocado.
Henry los mira de reojo y luego le ofrece su plato. Se nota que no tiene
hambre, pero es el pastel preferido de Maeve, por lo que al menos hace el
esfuerzo de probarlo. Es la tarta de queso con chocolate que preparábamos
para el Blue Room Café de Ebrington. Y esta vez me ha salido realmente
bien.
—¿Quieres otra porción? —le pregunto a Henry al ver que deja a un
lado el plato vacío.
Niega con la cabeza antes de responder.
—No, gracias, pero era perfecto. Maeve te habría dado un diez sobre
diez.
—Me alegro —respondo apurando con el tenedor los últimos restos de
mi plato.
—Esta despedida de los alumnos de último curso a final de mes —
empieza a preguntar Emma de repente—, ¿en qué consiste?
—Es algo parecido a la asamblea matinal del lunes, solo que más festiva
—le explica Olive.
—La rectora Sinclair dará un discurso, se harán fotos y al final se celebra
una recepción con champán —añade Gideon.
—Ah, creía que sería una especie de graduación gamberra.
—¿Cómo? —pregunta Henry.
—Una fiesta de graduación desbocada. ¿No hacéis nada parecido?
Lanzo una mirada a los demás, que se la quedan mirando con actitud
interrogante, y me encojo de hombros.
—Me temo que no, aunque suena divertido —opina Tori—. La
despedida tiene un tono más bien formal.
—¿O sea que el uniforme es obligatorio?
Henry asiente. Antes de la cena ya hemos estado hablando sobre cómo
Tori y las demás no parecían haber conseguido nada al respecto.
—He estado pensando en ello de nuevo —comenta Tori—. Si realmente
queremos que nos hagan caso, tenemos que alzar nuestras voces y
convertirlo en algo público. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que mediante
las redes sociales?
—¿En qué has pensado? —pregunta Grace.
—En una cuenta de Instagram y otra de TikTok —aclara Tori—. Por un
lado, para concienciar al resto del alumnado de nuestras acciones, pero
también para conseguir una mayor difusión y, por tanto, más atención.
—¿O sea que llevaremos a cabo más acciones? —pregunta Emma.
—Bueno, la despedida de los graduados sería una ocasión perfecta para
ello —opina Olive.
Henry duda.
—Es un evento importante.
—Pues todavía mejor —comenta Tori.
—Podríamos empezar el lunes mismo, cuando la rectora Sinclair anuncie
las novedades —propone Olive—. Podríamos ofrecer una pequeña muestra
de la ropa que llevaremos durante la despedida de los graduados.
Grace asiente y se incorpora un poco en su asiento.
—Esta vez yo también quiero participar. Chicos, ¿qué os parece a
vosotros?
—Va contra la normativa de la escuela —objeta Henry.
—Maeve estaría encantada —intervengo—. Era un tema importante para
ella.
Henry vacila un momento.
—Realmente le haría ilusión —opina al fin mirándome—. ¿Significa eso
que nosotros iremos con falda?
—Nosotros iremos con falda —confirmo—. Por Maeve y por la igualdad
de derechos.
Emma se pone de pie de un respingo, examina las caderas de Henry y
luego se mira las suyas.
—Tengo una que me queda un poco ancha. Apuesto a que te entraría.
—Pues nosotras nos ocuparemos de la página de Instagram —anuncia
Tori mirando a Olive y a Grace—. Con información importante para que
todos puedan participar.
—Sí —replica Henry con un entusiasmo evidente—. Quizá se nos una
más gente. Es lo que Maeve siempre quiso conseguir. Que cada cual llevara
la ropa que quisiera.
Emma asiente antes de dedicar su atención al pastel.
—Yo no diría que no a otra porción de tarta.
31

Victoria

El nuevo perfil de Instagram en el que publico toda la información de


nuestra acción antiuniformes ha conseguido casi cien suscripciones durante
el fin de semana. Tras la asamblea matinal del lunes, a la que se presentó un
número considerable de alumnas vestidas con los pantalones beige o azul
marino y unos cuantos chicos en falda plisada, las fotografías que compartí
en la story han sido reenviadas tantas veces que en cuestión de pocos días
han superado las mil visualizaciones. Alumnos y alumnas de otros
internados han decidido seguir nuestro ejemplo y protestar también contra
sus normativas de vestimenta, y gente totalmente ajena al problema nos ha
demostrado su apoyo virtual.
O sea que funciona. Las miradas de los profesores son de estupefacción
al vernos, aunque no tardan en asentir en señal de reconocimiento y hacer
comentarios discretos.
El señor Acevedo parece especialmente orgulloso cuando pasamos por
su lado después de la asamblea, durante la cual la rectora Sinclair nos ha
informado de que el consejo escolar no se ha dejado convencer y que no
debemos contravenir las normas de ese modo. Si supiera que esto solo es el
principio...
Charles ayer se hizo de rogar un poco cuando se probó una de mis
faldas. Y  no se le puede tomar a mal. Tiene que ser realmente incómodo
notar de repente esa libertad en los bajos cuando estás acostumbrado a
llevar siempre pantalones. De todos modos, me sorprendió lo poco que se
quejó y que no bromeara al respecto. Al contrario que Valentine y sus
amigos, que sin duda consideran que la acción es absolutamente ridícula.
Durante la asamblea y más tarde, en el desayuno, no para de burlarse del
tema con sus amigos. Normalmente me habría enfadado, pero ahora mismo
estoy demasiado emocionada por la cantidad de gente que ha participado en
nuestra acción. En todos los cursos ha habido chicas que se han decidido a
dejar la falda en el armario y han combinado la blusa y la chaqueta del
uniforme con pantalones. Los chicos han sido más retraídos, sobre todo los
de los cursos inferiores, pero no pasa nada. El lunes que viene tendremos
otra ocasión de protestar contra la imposición de la vestimenta oficial antes
del gran final: la despedida de los graduados.
Me doy cuenta de que podría no ser necesario cuando más tarde nos
topamos con la madre de Charles por el pasillo. Nos mira a Emma, a Olive
y a mí, y luego se fija un poco más en Henry y en su hijo. Mentiría si
afirmara que no me da miedo su reacción después de que ninguno de
nosotros se haya cambiado de ropa tal como nos ha exigido durante la
asamblea. Sin embargo, tampoco estoy dispuesta a amilanarme de nuevo.
—Rectora Sinclair —la saluda Charles, asintiendo, y me pregunto cómo
demonios lo hace para mantener la seriedad.
—Buenos días a todos —responde—. Sabéis que tengo que recordaros
una vez más que el uniforme oficial es de carácter obligatorio, ¿verdad?
—Precisamente me gustaría hablar con usted de eso —dice Henry—.
Como prefecto, debo defender las preocupaciones del alumnado. Y contaré
con la ayuda de Tori.
La rectora Sinclair suspira, pero luego asiente.
—Bien, podéis pasar por mi despacho hoy mismo después de la hora de
estudio. Aunque puedo deciros desde ya que no hay nada que hacer para
cambiar la situación.
—Con todos los respetos —empieza a decir Henry con su mejor sonrisa
de prefecto—, eso todavía hay que verlo, rectora Sinclair.

Charles

Supongo que ha sido gracias a la atención mediática que mamá, tras un


largo tira y afloja, ha accedido a suspender la normativa de uniforme con
distinción de sexo, aunque haya sido en contra de la voluntad del consejo
escolar, que se ha mostrado cualquier cosa menos entusiasmado con la idea.
Eso no significa que los chicos a partir de ahora tengamos que llevar falda,
sino que podríamos llevarla si quisiéramos. Igual que las chicas también
tienen la opción de llevar pantalones en las ocasiones especiales.
El perfil de Instagram que Tori creó para nuestra acción ya ha
conseguido tanta atención que mamá incluso ha tenido que responder a las
preguntas de la prensa local.
Me doy cuenta de que algo debe de haber ocurrido cuando el sábado
llega a casa a cenar con cara de pocos amigos.
—¿Todo bien? —le pregunto cuando me siento con ella y con papá.
Mamá suelta un suspiro.
—Ojalá pudiera decirte que sí —responde mirándome—. El consejo
escolar ha vuelto a abordar el tema del uniforme. No piensan cambiar de
opinión.
—¿Y eso significa...?
—Que están fuera de sí y exigen que se recupere de inmediato la
vestimenta tradicional. Algunos padres han amenazado con sacar a sus hijos
de Dunbridge.
—¿Cómo? —exclamo—. ¿En serio? ¿Por un estúpido uniforme
obligatorio?
—Ya sabes que tienes compañeros y compañeras de culturas muy
distintas, Charlie. Es importante para mí que la Dunbridge Academy sea un
lugar abierto y liberal en el que todos puedan sentirse a gusto, pero también
comprendo que puede ser difícil librarse de las viejas creencias y ser
tolerante con las nuevas.
—¿Cómo vamos a ser un centro liberal en el que todo el mundo pueda
sentirse a gusto si ya fracasamos en banalidades como esta?
—Charlie, solo es un día a la semana...
—Es una cuestión de principios, mamá.
—Estoy de vuestra parte, cariño —me confiesa, aunque eso solo
contribuye a que la situación sea más frustrante todavía—. Y de verdad que
he intentado explicar una vez más al consejo escolar y a la asociación de
padres y madres que incluso un internado de élite con tanta tradición como
el nuestro tiene que ponerse al día.
La asociación de padres y madres..., en otras palabras, la madre de
Valentine Ward, que desde hace años ataca a mamá y no desaprovecha ni
una oportunidad de arremeter contra ella. Por desgracia, Veronica Ward
también es una influyente patrocinadora de la Dunbridge Academy y dona
regularmente unas sumas de dinero absurdas para asegurarse de que el inútil
de su hijo llega a graduarse. Sin duda debe de estar furiosa por lo ajustadas
que son las calificaciones de Valentine.
—Pero, por desgracia, algunas de las personas implicadas están muy
estancadas en sus opiniones.
—¿Y eso qué significará?
—Charlie, me rompe el corazón, pero, sin las donaciones de los
patrocinadores principales, las cosas se ponen bastante negras para el
internado. Y me han dejado muy claro que no quieren llevar a sus hijos e
hijas a una escuela que socava los valores tradicionales.
—¡No podemos permitir que nos hagan algo así! —exclamo indignado
—. Precisamente por eso siempre acaba ganando gente como los Ward, por
su puto dinero. ¡Mamá, no puedes permitirlo!
—Me temo que en este caso no habrá forma de encontrar una solución
que nos satisfaga a todos.
Quiero replicar algo, pero decido reprimirme.
Quizá mamá lo cree de verdad, pero entonces nuestro deber es encontrar
esa solución imposible.

Victoria

—¿Eso han dicho? —exclamo riendo—. Dios, de verdad, ¿cómo se puede


ser tan anticuado? ¿Solo porque nos significamos a favor de la igualdad de
derechos? Esta gente del consejo escolar seguro que puede vestirse como
quiere, ¿no?
Charles se encoge de hombros. Está en cuclillas delante de mí, que estoy
sentada en uno de los bancos del claustro.
—A mamá también le parece una reacción ridícula.
—Pero ¿no piensa hacer nada al respecto de todos modos?
—Como rectora tiene que representar los intereses de todos —interviene
Henry.
—Creo que la libertad nos interesa a todos, ¿no?
—Tori, por desgracia las cosas no siempre son tan simples —interviene
Gideon—. Está claro que estoy de acuerdo con que cada cual vista como
quiera. Pero también quiero poder seguir en esta escuela, y ahora mismo no
pinta nada bien para mí. Al menos, si se lo preguntas a mi padre.
—¿Tan mal les parece esto a tus padres? —pregunta Olive.
—Están preocupados, ¿entendéis? Y no son solo mis padres. He hablado
con más gente de los cursos inferiores. Sobre todo entre los más pequeños
hay familias muy conservadoras que se están planteando llevar a sus hijos a
otra escuela.
—¿Eso significa que nos rendimos? —pregunto levantando la mirada—.
Creo que nuestras familias deberían preocuparse más bien de que sus hijos
no se vean perjudicados en este centro.
—Lo sé, Tori —comenta Charles, pero en lugar de mirarlo a él me fijo
en Valentine, que en este preciso instante pasa por nuestro lado acompañado
por unos cuantos amigos. Se me queda mirando con tanto desprecio que la
rabia empieza a bullir en mi interior. Sin duda ha convencido a sus padres
de que tienen que posicionarse en contra del éxito que pueda tener nuestra
rebelión, aunque a él en el fondo le dé igual, puesto que de todos modos
espera no tener que volver a poner los pies en Dunbridge dentro de poco. Si
lo que he oído es cierto, ha logrado superar los exámenes de graduación a
trancas y barrancas, y gracias a una buena inyección económica por parte de
su familia ya tiene la plaza asegurada en una universidad privada de
renombre. Me resulta difícil describir lo mucho que se puede desdeñar a
alguien, pero el hecho de que ahora se haya propuesto sabotear nuestros
planes me saca de quicio.
—¿Dónde te has dejado la faldita, Sinclair?
Charles se vuelve hacia él, pero lo agarro por una muñeca.
—Cierra la puta boca, Ward.
Resulta ser Henry quien se anticipa a Charles y fulmina con la mirada a
Valentine.
Henry, que se toma muy en serio su papel de prefecto y nunca suelta
tacos por los pasillos. Sin embargo, también es el mismo Henry que perdió
a una hermana que ahora mismo estaría furiosa si supiera lo que está
ocurriendo.
—Ningún problema, os he traído una cosa. No hace falta decir nada más
—explica antes de ponerle una pegatina redonda en la espalda—. ¿Vosotros
también queréis? Tomad, os las regalo —añade Val sacándoselas del
bolsillo de los pantalones y lanzándonos un montón. El fajo de adhesivos
cae al suelo frente a nosotros mientras Val se aleja. Charles coge una al
vuelo y le da la vuelta. BRING BACK MANLY  MEN, «que vuelvan los
hombres de verdad», leo. Suelto una carcajada en voz alta.
—Dios, ¿cómo se puede estar tan colgado? —murmura Charles.
Emma le quita a Henry el adhesivo de la espalda y lo arruga con la
mano. Niego con la cabeza.
—Por desgracia, creo que incluso lo piensa de verdad —suspira Olive.
—Podemos volver a intentarlo el curso que viene. Entonces ya se habrá
marchado y Veronica Ward ya no estará en la asociación de padres y
madres, ¿no? —pregunta Emma.
—¿Y cómo resuelve eso mi problema? —pregunta Gideon.
Todos se quedan callados hasta que Henry toma la palabra. Ya no soy
capaz de escuchar a los demás, porque de repente se me ocurre una idea.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Charles mirándome—. ¿Tori?
Bring back manly men...
Bien, Valentine Ward, lo hemos entendido.
¿Quieres presión?
Pues la tendrás.
32

Charles

Nunca había pensado que los de último curso se animarían a participar, y


menos durante su fiesta de despedida, la ocasión que, junto con el baile de
graduación, constituye la celebración más importante de final de curso.
Seguramente el hashtag de Tori, que desde hace semanas ha sido tendencia
en Twitter, TikTok e Instagram, tiene algo que ver con el hecho de que de
repente todos estén rompiendo las normas de género con tanto entusiasmo
publicando selfis relacionados con el tema Bring back manly men. Valentine
Ward parece tener ganas de saltarles a la yugular a sus amigos, porque es
uno de los pocos chicos que no se ha quitado los pantalones por solidaridad.
Incluso casi todo el equipo de rugby ha participado, ataviados con faldas de
tul rosa, vestidos o faldas escocesas (que, por otra parte, son tradicionales
en Escocia también entre los hombres; aunque un símbolo es un símbolo,
¿no?).
Eleanor y las demás alumnas de último curso lucen monos y trajes de
pantalón y chaqueta.
—Dios mío —susurra Tori con el móvil en la mano, seguramente para
compartir nuevas stories en el perfil de Instagram, que a estas alturas ya ha
conseguido casi cuarenta mil seguidores.
—¿Qué ocurre? —pregunta Olive a mi lado.
Tori sostiene el móvil en alto.
—¿Qué es esto? —repito al ver el repost de una de sus últimas stories.
—Tía, ¿en serio? —exclama Olive cogiendo el móvil y mirando a Tori
con asombro.
—Sí, ¿no? Eso parece.
—Pero ¿qué pasa? —pregunto cada vez más impaciente.
—Hayes Chamberlain ha compartido nuestra publicación —explica Tori.
—¿Quién? —preguntamos Emma y yo al unísono.
—¿Hayes? —repite Tori con incredulidad, pero yo no puedo más que
encogerme de hombros.
—Ese cantante de Londres. Vamos, es famoso.
—¿Es ese de aquella banda? —pregunta Emma, y Tori asiente con
orgullo.
—Hace poco te conté que seguramente se haría una película de una
novela de una de mis autoras preferidas. Circulan rumores de que lo
eligieron para el reparto. Lo que tendría sentido, ya que él y Scott se
conocen. Me refiero al novio de Hope MacKenzie, ya sabéis.
Emma me lanza una mirada desesperada y yo me encojo de hombros.
Tori simplemente nos ignora.
—Dios, eso sería muy fuerte. ¡Es que si es verdad me muero!
—Si no te has muerto antes al ver que ha compartido tu story —
comento.
Tori me agarra el brazo.
—Cierto. Dios, eso significa que la ha visto.
—O que su equipo de redes sociales la ha visto —murmura Emma.
—Eh, no. Déjame con mis ilusiones —replica Tori riendo, y Emma
levanta las manos a modo de disculpa—. En cualquier caso, gracias a eso
recibiremos todavía más atención.
—Antes ya he visto cómo un equipo de la tele hablaba con tu madre —
dice Olive.
Arqueo las cejas asombrado, aunque realmente no me extrañaría nada.
Durante los últimos días, varios medios han informado acerca de la pequeña
revolución que tiene lugar en nuestra escuela. La mayoría de ellos han
entrevistado a Henry y a Tori, a él como prefecto y a ella como precursora
de la acción. Se podría decir que es un éxito, y por mucho que me alegre de
los cambios que esperamos estar provocando, no puedo negar que también
siento bastante satisfacción, porque esto supone un último puñetazo en toda
la cara a Valentine Ward. Espero de verdad que mamá pueda cambiar las
normas de vestimenta, aunque en realidad estoy bastante seguro de que se
implementará el curso siguiente como pronto. Tras la denegación inicial,
muchos padres se han solidarizado con nosotros y han prometido apoyar a
mamá. Después de enviar un comunicado a los padres, los de Gideon
también se han unido a nuestras peticiones.
La rebelión de Maeve es todo un éxito y, al menos a corto plazo, me
ayuda a olvidarme de los nervios que siento por el inminente estreno de la
obra. Las últimas semanas se me han pasado como si estuviera viendo una
película.
Tras los últimos exámenes y trabajos, Tori, el resto del reparto y yo
quedamos exentos de las clases para poder aprovechar hasta el último
minuto libre para ensayar. Sin duda no nos hemos perdido nada importante,
ya que justo antes de las vacaciones de verano suelen proyectarse películas
u organizarse excursiones por los alrededores del castillo.
Creo que en mi vida había visto tan poco la luz del sol como en los
últimos tiempos, porque, mientras los demás se tumban a broncearse en el
parque o en el lago después de las clases, nosotros pasamos la mayor parte
del tiempo sumidos en la oscuridad del teatro.
A pesar de mis protestas, Tori me ayuda a pasarlo bien durante el poco
tiempo libre que nos queda para evitar que el pánico se apodere de mí. Para
celebrar el día salimos a cabalgar, puesto que mamá ha adquirido esta
misma semana a Jubilee para Dunbridge. Nunca había visto a Kendra tan
aliviada como antes, en el establo, cuando la señora Smith le ha dicho que,
por supuesto, podrá seguir montando a Jubilee como hasta ahora. Aun así,
es un secreto a voces que Kendra preferirá hacer cualquier otra cosa antes
que eso.
En cierto modo, cuando Tori y yo salimos, tengo la sensación de estar
montando mi propio caballo. Para ella he elegido a Stanley, uno de los
mejores de la escuela. Ella lo quiere mucho y se lleva muy bien con él en el
campo.
Charlamos sobre la obra mientras cabalgamos por los amplios caminos
forestales en dirección al mar. A Tori le apetecía llegar hasta la playa, como
solíamos hacer tiempo atrás. Me parece increíble cómo se esfuma de
repente el estrés de las últimas semanas en cuanto me subo a la silla.
Tori me mira con satisfacción, pero cada vez que cree que no estoy
pendiente de ella aparece una sombra de preocupación en su rostro. Y  sé
qué es lo que la provoca, porque, por mucho que todos ansiemos la llegada
de las vacaciones de verano, teme pasar tanto tiempo con su familia.
—Entonces ¿tus padres vendrán al estreno? —pregunto con
despreocupación.
Tori titubea.
—Les gustaría venir, pero no lo sé.
—¿No sabes si te apetece que vengan?
Asiente despacio.
—Soy muy mala hija, ¿verdad?
—No, Tori —la contradigo enseguida—. Es comprensible —añado, tras
lo que hago una pequeña pausa antes de preguntar de nuevo—. ¿Sabes
cómo está tu madre?
—Se quedó destrozada cuando Will les dijo a papá y a ella que
seguramente ni él ni Kit los acompañarán al sur de Francia.
Es complicado, porque en cierto modo los comprendo a todos. A Tori y a
su hermano, que no soportan ver durante todas las vacaciones cómo su
madre cae en picado. Y  a Charlotte Belhaven-Wynford, que solo quiere
pasar las vacaciones con sus hijos, a los que apenas ve durante el curso.
—Podríamos ir con ellos a Francia si quieres —propongo, pero Tori
niega con la cabeza de inmediato.
—Creo que es mejor que hagamos nuestros propios planes.
Y los hemos hecho. Interraíl, cuatro semanas por media Europa. Lo que
haremos durante el resto de las vacaciones de verano todavía no lo sé.
A mamá y papá les gustaría ir de viaje conmigo y no tendrían inconveniente
en que Tori nos acompañara. Respecto a los padres de Tori, prefiero no
pensar en cómo se lo tomarían.
—Siento que todo resulte tan complicado —comento.
Tori sonríe, abatida, y dejo que Jubilee se acerque un poco más al flanco
de Stanley para poder inclinarme hacia ella. Solo es un beso fugaz, pero
después de dárselo parece un poco más contenta.
Noto lo mucho que le está costando hablar, por lo que opto por cambiar
de tema. Durante un rato charlamos sobre capitales europeas y las rutas que
podemos seguir para sacarle el máximo partido posible al viaje, hasta que el
bosque se despeja y llegamos a la costa. Tori asiente con una sonrisa en los
labios. Está radiante, y no puedo parar de mirarla durante todo el rato que
galopamos por la playa antes de hacer una pequeña pausa y tomar el camino
de vuelta para llegar a tiempo a la hora de estudio. Volvemos a vernos en el
teatro, donde el recuerdo de la relajación se desvanece al instante. Hace días
que solo reina una actividad frenética. A estas alturas ya ensayamos con el
vestuario, lo que no contribuye precisamente a mitigar mis nervios, pero al
menos me sirve para meterme con más facilidad en el papel.
Durante la semana previa al estreno, conseguimos por primera vez
ensayar la obra entera de un tirón y el resultado es catastrófico. Me olvido
del texto en cuatro ocasiones, Eleanor está a punto de romperse un tobillo
cuando tropieza en la escalera por culpa de los pantalones anchos y los
micrófonos se nos mueren a media función. Tori está hecha un manojo de
nervios e intenta salvar la situación en la medida de lo posible junto con el
señor Acevedo. A  estas alturas parece saberse los textos de Eleanor y los
míos mejor que nosotros. Sea como sea, no tiene que consultarlos ni una
sola vez cuando interviene para ayudarnos, aunque, al fin y al cabo, ha sido
ella quien ha escrito la mayor parte de las escenas.
La noche previa a la función no puedo dormir. No paro de dar vueltas en
la cama preguntándome en qué momento me pareció una buena idea aceptar
el papel protagonista en una obra que verá toda la escuela; profesores y
padres incluidos. Pasaré mucha vergüenza, y al mismo tiempo solo quiero
que esto acabe de una vez.
Las entradas para el estreno se agotaron en un solo día. Mamá y papá
estarán presentes, y los padres de Tori también. A  la hora de comer soy
incapaz de tragar un solo bocado.
Cuando empezamos a maquillarnos, hacia las cinco de la tarde, no sé si
noto el estómago revuelto por los nervios o porque lo tengo completamente
vacío.
Marian, que junto con Olive y Nathan se ocupa del estilismo, me pone
un montón de maquillaje en la cara y todavía más gomina en el pelo para
conseguir el aspecto despreocupado de Romeo.
Cierro los ojos mientras me peina e intento meterme en el papel.
Me da igual el malestar que siento por culpa de los nervios y las ganas
que tengo de morirme. Esta tarde no seré Charles, sino Romeo esperando a
su Julieta.
¿Dónde está Eleanor, de hecho? ¿Se encuentra tan mal como yo o sabe
controlar mejor sus nervios?
Parpadeo cuando oigo unas voces fuera. ¿Es ella? Antes de poder
volverme siquiera, a través del espejo veo cómo se abre la puerta y entra
Louis. Ya lleva la camisa negra y los pantalones oscuros de Mercucio.
—Sinclair, tenemos un problema —anuncia de improviso.
—¿Qué? —Marian se aparta de mí para que pueda volverme hacia él—.
¿Dónde está Eleanor?
—De eso se trata —replica con un suspiro—. Lleva una hora en el baño
y no puede parar de vomitar.
—Dios —exclamo—. Pobre. Yo también estoy tan nervioso que...
—No, no lo entiendes —me interrumpe—. ¿Tú has comido espaguetis a
la carbonara?
—¿Qué?
—Hoy, para comer.
—No, solo medio bocadillo...
—Tío, pues puedes estar contento, porque al parecer los huevos que han
utilizado para la carbonara no estaban en buen estado. La enfermería está
llena de gente con problemas de estómago.
—¿En serio? —pregunto abriendo los ojos como platos. Por desgracia,
enseguida me doy cuenta de lo que eso significa—. Pero... el doctor
Henderson seguro que tiene algún remedio milagroso para que pueda
actuar, ¿no?
—Sinclair, no puede ni beber un trago de agua sin vomitarlo al cabo de
un momento —me explica con una mirada cargada de pánico—. Estamos
jodidos.
—¿Y los demás? ¿Solo le ocurre a Eleanor o hay más gente enferma?
—Imogen, Estelle y Nick, pero interpretan solo a músicos y sirvientes.
Los demás no tenían hambre a la hora de comer.
—Joder, vale —respondo mientras echo la cabeza hacia atrás—.
¿Y ahora qué?
Louis se encoge de hombros desesperado cuando el señor Acevedo entra
como un vendaval.
—¿Alguien más por aquí? —pregunta claramente alterado, lo que sin
duda quiere decir que está al corriente de lo ocurrido—. ¡Louis, Charles!
Por favor, decidme que no habéis comido espaguetis. —Negamos con la
cabeza—. Bien —replica señalando primero a Louis y luego a mí—.
¿Cómo estáis? ¿Todos bien? —pregunta tachando algo en la tableta que
lleva en la mano antes de levantar la mirada de nuevo—. Entonces es solo
Julieta la que no podrá actuar.
—Ah, aquí estáis. —Nos damos la vuelta al oír la voz de Tori. Aparece
por la puerta de maquillaje y se queda parada al vernos—. ¿Os habéis
enterado de que Eleanor sufre una intoxicación alimentaria?

Victoria

Me quedo callada.
Louis y el señor Acevedo están de pie con Marian, Olive y Nathan en la
sala de maquillaje. Charles está sentado en la silla frente al gran espejo y se
me quedan mirando sin decir nada.
—Victoria —dice el señor Acevedo al fin sin apartar la mirada de mí—.
¿Qué has tomado para almorzar?
—Nada, estaba demasiado nerviosa para comer —respondo enseguida
—. Tú igual, ¿verdad? —Charles asiente—. ¿Tenemos a alguien capaz de
sustituir a Eleanor? —pregunto—. He visto a Grace, ella tampoco ha
comido nada. Creo que podría interpretar a Julieta si me siento en primera
fila y la ayudo apuntándole los textos. —Vacilo al ver que ninguno de los
tres responde a mi ofrecimiento—. ¿No os parece?
—Necesitamos a Grace en el papel de nodriza, nadie puede sustituirla —
explica el señor Acevedo.
Trago saliva.
—Sí, bueno. Entonces... ¿Qué os parecería si...?
—Victoria, tú serás Julieta.
Suelto una carcajada.
—Sí, claro. Lo que iba a decir: ¿qué os parecería Jennifer? Seguramente
no se sentirá tan segura con el texto como Grace, pero...
—Victoria, a Julieta la interpretarás tú —repite el señor Acevedo
poniendo énfasis en todas y cada una de las palabras.
En este preciso instante tengo claro que lo está diciendo en serio.
—¿Qué? —exclamo con la voz dos octavas por encima de lo habitual—.
No.
—Sí, Victoria. Nadie se sabe la obra tan bien como tú.
El señor Acevedo le echa un vistazo a su reloj de pulsera.
—Nos quedan dos horas. Ve a vestuario y maquillaje, y luego venid a
verme para que podamos repasar una vez más las partes claves antes de
que...
—¡No! —exclamo. No comprende nada. Empiezo a temblar de repente
—. Se lo ruego, no puedo hacerlo. No puedo interpretar a Julieta y...
—Sí que puedes —afirma Charles poniéndose en pie. Retrocedo cuando
se me acerca, y levanto las manos porque el corazón se me ha acelerado de
golpe. La idea me parece tan absurda que una parte de mí ni siquiera ha
asumido todavía lo que el señor Acevedo acaba de proponer. Otra parte, en
cambio, simplemente está en llamas—. Te sabes todo el texto de memoria
después de haberlo ensayado tantas veces juntos.
—No. No, de ninguna manera, Charles.
—Tori —dice cogiéndome las manos.
Solo quiero salir corriendo, porque detecto una determinación absoluta
en su rostro. Louis asiente detrás de mí, igual que Olive, que parece
realmente emocionada y contenta. El señor Acevedo, en cambio, es como si
no supiera si reír o llorar. Me identifico por completo con esa sensación,
aunque ahora mismo lo que me domina es el pánico.
—Mírame —me ordena Charles. Tiene las manos frías, pero no pienso
dejar que me tranquilice. Mi miedo tiene fundamento. No puedo interpretar
a Julieta. Sé que entonces no podremos representar la obra, pero me da
igual. De acuerdo, no es que me dé igual, hemos dedicado muchas energías
a ello y sería una catástrofe no poder llevar a cabo la función. Sin embargo,
sería mejor eso que subir al escenario y hacer el ridículo no solo yo, sino
todo el club de teatro. Incluido el señor Acevedo. ¡Es imposible que lo esté
deseando!
—No, no pienso mirarte ni interpretar a Julieta —replico con la voz
temblorosa. Eso ya debería ser prueba suficiente de que no podré hablar
delante de tanta gente.
—Sí lo harás —decide Charles. ¿Se puede saber por qué está tan
tranquilo? Sus pulgares me acarician el dorso de las manos—. Interpretarás
a Julieta y yo a Romeo. Y lo haremos como si estuviéramos en el obrador,
los dos solos, ¿de acuerdo? Lo hemos ensayado y siempre nos salía genial.
Niego con la cabeza, obstinada, mientras empiezan a escocerme los ojos.
Mierda.
Me muerdo el labio inferior con la esperanza de que el dolor me
distraiga lo suficiente para no echarme a llorar.
—Tori —repite Charles con una sonrisa. Que pare ya de una vez. No
quiero que me tranquilice, no quiero interpretar a Julieta. Simplemente no
quiero estar aquí. Me besa—. Tu boca ha librado a mis labios de sus
pecados —dice con su voz de Romeo. Dentro de mi cabeza respondo como
Julieta. Es como un acto reflejo.
—Devuélvemelos —susurro.
—Sí, lo harás genial —me elogia el señor Acevedo aplaudiendo
mientras Charles sonríe y me da un apretón en los dedos. Estoy
relativamente segura de que él también está tan nervioso que querría
morirse, pero intenta que no se le note—. Pasa primero por vestuario y
luego por maquillaje. Lo harás genial, Victoria, creo en ti.
Fantástico. Entonces ya nada puede ir peor.
Estoy a punto de echarme a reír de forma histérica cuando el señor
Acevedo sale de la habitación como un pollo asustado.
—Informaré al resto de la compañía —exclama.
Las rodillas me flaquean cuando Charles me mira de nuevo.
—Yo... necesito sentarme —murmuro.
Louis coge de inmediato una silla y me la ofrece.
—Eh —me dice Charles, acuclillándose delante de mí cuando tomo
asiento—. Has estado en todos los ensayos, te sabes el texto de memoria.
—No lo entiendes, no se trata de saberse o no el texto. Se trata de actuar.
¡Y yo no soy actriz!
—¿Quieres que te cuente un truco?
Me quedo callada.
«No, porque luego tendré que hacerlo sí o sí», pienso.
—Yo tampoco soy actor. Solo soy alguien que ya no teme hacer el
ridículo. Y  alguien que piensa en ti. Todo el tiempo, Tori. Y  siempre
funciona.
El corazón me da un vuelco.
—Pero yo sí temo hacer el ridículo.
—Pues para ya.
—No, Charles, es que..., es que no puedo.
—Yo tampoco, pero juntos lo conseguiremos —me asegura posando las
manos sobre mis rodillas—. Nadie nos mirará, estaremos solo nosotros dos.
El resto da igual.
No sirve de nada, no tengo elección. Malditos sean todos los sueños en
los que me imaginaba interpretando a Julieta en lugar de Eleanor. He
cambiado de opinión. No quiero ser ella. Por desgracia no me había
planteado lo horrible que es la idea de plantarme sobre el escenario.
Charles todavía está acuclillado delante de mí, mirándome con los ojos
llenos de esperanza y entusiasmo. Sí, de verdad. Con ganas. ¿Se puede
saber qué le pasa?
—Te juro que ahora mismo yo también tengo ganas de vomitar —
susurro.
33

Charles

Todo lo que ha pasado hoy es una locura, y la verdad es que no me gustaría


estar en el pellejo de Tori. Yo he contado con cinco meses para prepararme
mentalmente para que toda la escuela vea cómo me doy la vuelta como un
calcetín para mostrar mi interior. Tori ha tenido apenas dos horas. Y  con
cada minuto que pasa la veo más pálida mientras la sala se va llenando de
gente.
La mantengo alejada del telón para que no vea cuántos espectadores hay.
Parece un milagro, pero el vestuario de Eleanor le queda casi a la
perfección. La larga melena rojiza le cae formando ondas sobre los
hombros, cubiertos con una blusa blanca que combina de maravilla con los
pantalones rojo oscuro. Está impresionante, parece fuerte y frágil al mismo
tiempo. Igual que Julieta.
No volvemos a hablar hasta que empieza la obra y estamos esperando en
una pequeña sala lateral entre bastidores a que llegue nuestro momento de
salir a escena. La primera vez que aparezco lo hago sin Tori, y sé
perfectamente que pasará un mal rato entre el momento en el que yo salga y
hasta que coincidamos en el escenario. Frente a todos los espectadores, que
no son precisamente pocos. De hecho, hay muchos, pero no me permito ser
consciente de ello hasta que ya he pronunciado las primeras frases y ha
empezado la obra.
El público guarda silencio, por lo que supongo que están atentos; se ríen
en las partes divertidas, así que sí, están pendientes de lo que sale de mis
labios. Al cabo de unos minutos noto que me relajo un poco y empiezo a
divertirme. De verdad, esto no se puede comparar con nada más. La
adrenalina me recorre el cuerpo y me mantiene más atento que nunca. Creo
que lo hago bien, apenas me equivoco, y cuando sucede, consigo salvarlo
con elegancia, de manera que el público ni se da cuenta. Reconozco a mamá
y papá en la primera fila, y también a Emma y Henry un poco más atrás.
Incluso Valentine Ward está presente, pero eso me da igual.
Durante la primera escena de Tori, desde los bastidores puedo oír cómo
el público suelta una exclamación ahogada de asombro. Ojalá estuviera ya
con ella, pero solo puedo esperar entre bambalinas, rezando en silencio para
que todo vaya como la seda. Y lo hace genial. No tenemos tiempo de hablar
cuando ella y Grace abandonan el escenario y vuelvo a salir yo.
Poco más tarde empieza a sonar la música de la escena del baile, cuando
Romeo ve a Julieta por primera vez. Noto un cosquilleo nervioso en las
yemas de los dedos. Y luego la veo.
Le he dado la espalda al público, pero oigo los leves susurros que
intercambian los espectadores en cuanto aparecemos los dos juntos sobre el
escenario. Y  luego ya no oigo nada más. Solo la veo a ella: a Julieta,
preciosa y grácil, con una elegancia que me roba el aliento. No tengo que
actuar, solo demostrar lo que siento.
Los primeros minutos de la primera escena que compartimos no tienen
texto. Nos acercamos en silencio, intercambiamos unas miradas furtivas. Es
como una danza muda que solo nos pertenece a nosotros.
Pienso que Tori tampoco está actuando, que lo siente igual que yo. La
veo tranquila y suelta, y solo la calidez de sus dedos, cuando le tomo la
mano, me revela lo nerviosa que llega a estar.
La miro e intento decirle con los ojos las palabras que ahora mismo no
puedo pronunciar.
«Respira.»
«Estás preciosa.»
«Y todo irá bien. Lo conseguiremos.»

Victoria

No sé cómo soy capaz de subir a este escenario y recitar las frases que hasta
ahora solo había leído en el guion o ensayado en el obrador. La cabeza me
da vueltas mientras mi boca las va recitando. Ocurre sin que tenga control
sobre ello. Oigo lo que dice Charles y me olvido de ello en el mismo
segundo. Solo estamos él y yo, y también la siguiente frase, y la siguiente, y
luego la siguiente.
Nunca me había sentido así. Como si nada fuera real, ni siquiera yo
misma. Mi cuerpo se encarga de hacer lo que toca en cada momento.
Soy Julieta, sus preocupaciones y sus esperanzas, sus deseos y sus
temores.
No percibo al público en absoluto. Es como un subidón. Ni siquiera
estoy segura de que haya gente mirándome.
Cuando abandono el escenario y aguardo entre bastidores para volver a
salir, no puedo hablar con nadie. Espero junto a Charles, bebo agua y no le
suelto la mano en todo el rato. Creo que en mi vida había estado más
concentrada.
La primera escena que he representado sin él ha salido mal, pero no tanto
como aquella en la que ni siquiera Grace, que interpreta a mi nodriza, me
acompaña en el escenario. Aparezco yo sola en ese balcón que no es más
que una pequeña tribuna con una escalera de mano apoyada, porque el
señor Acevedo prefería una escenografía minimalista.
La atención de varios centenares de personas está centrada únicamente
en mí. Realmente no tengo la menor idea de cómo es posible que mi cuerpo
esté tan sereno.
Ni siquiera intento copiar a Eleanor, porque sé que así solo podría
fracasar. Pronuncio las frases de un modo distinto, a mi manera. Pensando
todo el rato en Charles y vertiendo en ellas toda mi pasión y mi fascinación.
La obra transcurre con una rapidez increíble. Nuestro primer beso, un
beso de verdad, los labios de Charles sobre los míos, cálidos,
tranquilizadores, su huida de Verona, el elixir que tengo que tragar para
fingir mi muerte durante unos días.
Casi temo más este momento en el que tengo que permanecer inmóvil
sobre el escenario que las partes con texto.
Las manos de Charles me encuentran, me agitan agarrándome por los
hombros y luego me elevan.
«Ninguna reacción.»
«Absolutamente ninguna.»
Temía que me entraran ganas de reír, pero oigo su desesperación y me
parece tan genuina que reírme es lo último que se me ocurriría hacer. Actúa
todavía mejor que con Eleanor. No tengo que verlo para estar segura de
ello. Oigo en su voz, leve pero clara, que está llorando; la sala contiene el
aliento.
Me toca con precisión y suavidad, sus labios rozan los míos antes de
dejarme de nuevo en el suelo.
«Respira superficialmente para que el público no lo vea.»
Cuando Charles ya se ha tomado el veneno y se desploma a mi lado,
cuento los segundos que tienen que pasar antes de que me despierte.
El hecho de que la poca luz que hay sobre el escenario caiga sobre
nosotros me ayuda a derramar unas lágrimas amargas cuando Julieta se da
cuenta de que Romeo ha muerto.
Soy consciente de que son mis últimas frases, por lo que me obligo a
olvidarlo todo. Ya no importa nada. Solo Charles, que no se mueve cuando
tomo su cara entre mis manos y lo beso, porque lo amo. Luego encuentro su
daga y la levanto, arrodillada a su lado.
Solo lo he ensayado una sola vez, con Charles y el señor Acevedo, pero
no pienso en nada cuando me hundo la daga entre las costillas y me dejo
caer sobre el escenario con un grito. No pienso en nada, tengo la cabeza
vacía.
«Se ha acabado.»
«Muero.»
El cuerpo de Charles se tensa de un modo prácticamente imperceptible
cuando me desplomo sobre él. Hasta cierto punto quedo en una posición
cómoda, y por dentro rezo para poder mantenerla durante los diez minutos
que quedan.
Me doy cuenta de que tengo el corazón acelerado cuando poso la cabeza
sobre el pecho de Charles y noto que el suyo late con una calma
sorprendente. ¿Está durmiendo? Durante unos momentos no estoy segura,
hasta que noto que en el lado opuesto al público mueve la mano hasta mi
cuerpo. Sus dedos me rozan la pierna; es un gesto diminuto que me dice «lo
hemos conseguido» y que no cesa de repetírmelo hasta el final.
Me obligo a respirar con calma y, según van transcurriendo los minutos,
mientras Capuleto y la nodriza nos encuentran, lamentan nuestra muerte y
recitan las últimas frases, el pulso se me ralentiza todavía más. La
adrenalina deja de fluir por mi cuerpo, Charles está aquí conmigo, todo va
bien. Realmente lo hemos conseguido...
—Eh.
Me sobresalto cuando se mueve debajo de mí. ¿Por qué hay tanto ruido
de repente?
Necesito unos instantes para comprender que deben de ser los aplausos
atronadores del público. Luego me doy cuenta de que han bajado el telón.
Levanto la cabeza y veo que los demás se abrazan.
—¿Te has quedado dormida? —pregunta Charles claramente divertido
mientras me apoyo en él para ponerme en pie.
—Solo un momento —murmuro. Me da un beso y las rodillas me
flaquean mientras me levanto; me tiende una mano para ayudarme.
Reconozco la alegría y el alivio que siente en sus ojos.
—Lo hemos conseguido —susurro, aunque las palabras se pierden bajo
unos aplausos que no parecen dispuestos a cesar.
—Lo hemos conseguido —repite Charles antes de envolverme entre sus
brazos y levantarme en volandas. Nos besamos y todo lo demás
simplemente desaparece.
El señor Acevedo ya está animando al resto del elenco a salir frente al
telón para saludar al público con una reverencia. Charles y yo somos los
últimos en salir, después de Louis, Gideon y Grace, a quienes todavía
aplauden más fuerte.
Charles me suelta la mano, se mete por el telón para salir al frente y la
multitud pierde la cabeza. Lo que me quedaba de pánico desaparece de
golpe de mi cuerpo y deja paso a la euforia.
Charles está en el centro del escenario y me tiende la mano. Cuando
salgo yo también a saludar, la gente se pone en pie. Se ponen en pie de
verdad.
Corro a unirme a él y le cojo la mano para poder hacer una reverencia
juntos, pero se aparta un poco y empieza a aplaudirme también. Porque es
mi momento. Y ahora mismo soy consciente de que no lo olvidaré jamás.
Me inclino y, cuando vuelvo a levantar el torso, veo por primera vez la
cantidad de gente que se ha congregado para vernos, puesto que han
encendido las luces de la sala.
Emma y Henry, que sueltan gritos de júbilo mientras saltan, los padres
de Charles en primera fila, Will y Kit un poco más allá, junto a mamá y
papá. Sabía que vendrían, pero el hecho de verlos desde el escenario,
después de haber interpretado a Julieta y no haber fastidiado la obra, es
absolutamente indescriptible.
El corazón me late a toda prisa, pero ahora solo de alegría.
Abandonamos el escenario para salir de nuevo al cabo de un momento
acompañados por todo el elenco. Charles y yo nos cogemos de la mano con
el señor Acevedo. Es increíble, y no parece estar a punto de terminar,
precisamente.
No quiero que termine jamás.
34

Victoria

Hemos brindado entre bastidores, nos hemos abrazado y hemos gritado una
y otra vez lo estupendos que somos. He respondido al mensaje que Eleanor
debe de haberme mandado en algún momento justo antes de la función para
decirme que seguro que lo haría genial, y para disculparse por haber fallado
en el último momento.
Me sabe muy mal por ella, porque merecía estar aquí celebrándolo con
todos nosotros. Me escribe para contarme que hace unos días recibió la
carta que confirma su plaza en la Royal Academy of Dramatic Art de
Londres, una de las escuelas de interpretación más prestigiosas del país, y
que lo celebrará con Sophia en cuanto se encuentre mejor. Estoy segura de
que brillará sobre el escenario de esa escuela.
El vestíbulo está repleto de padres y alumnos, y todos se vuelven hacia
Charles y hacia mí cuando pasamos entre ellos. Su madre se nos acerca y
nos abraza, primero a mí y luego a él. Igual que su padre, que habla sin
parar.
No he visto venir a Will, y cuando me abraza lo hace con tanto ímpetu
que me levanta del suelo. Él, Kit, Emma y Henry tardan una eternidad en
felicitarnos, y luego es cuando veo a mamá y papá, algo apartados. Will y
Kit vuelven con ellos y yo dudo un momento. Charles me coge de la mano
y tira de mí hacia donde están. No es ningún secreto que mis padres lo
adoran, él lo sabe y les dedica la mejor de sus sonrisas mientras lo saludan y
lo llenan de elogios para luego seguir conmigo. Papá parece a punto de
estallar de orgullo en cualquier instante, y mamá no se queda corta. Me da
vergüenza, pero no dejo de mirarla a los ojos mientras me abraza. Está
sobria, estoy bastante segura de ello porque no noto el mínimo olor a
alcohol.
Debería alegrarme, pero la noche es joven y, quién sabe, todavía puede
suceder algo. Aunque ahora no es el momento de pensar en ello, quiero
seguir disfrutando con despreocupación. Tampoco es pedir demasiado, ¿no?
Al final, papá se queda mirando a mamá cuando Charles vuelve otra vez
con sus padres.
—Nos gustaría ir a cenar contigo y con William —me dice entonces.
—Yo pensaba ir con Kit a... —empieza a decir Will.
—Charles y yo pensábamos... —lo interrumpo.
Nos reímos.
—Es la fiesta de verano en Ebrington —explico entonces—. Queríamos
reunirnos allí con nuestros amigos.
—Comprendo —dice papá asintiendo—. Hemos reservado una mesa en
Edimburgo. No nos quedaremos mucho rato, os lo prometo, pero hay algo
de lo que nos gustaría hablar con vosotros.
—De acuerdo, voy a avisar a Kit —comenta Will antes de desaparecer
entre la multitud.
Vacilo un momento.
—¿Charles puede venir?
—Creo que sería mejor que esto quedara entre nosotros, cariño —opina
mamá. Eso me provoca un dolor de barriga repentino, pero asiento de todos
modos.
Charles parece preocupado cuando se lo cuento, pero le prometo que me
reuniré con él y los demás en Ebrington más tarde.
Mamá y papá charlan sobre cosas triviales para intentar llenar el trayecto
hasta Edimburgo, que jamás se me ha hecho tan largo. Cuando por fin nos
sentamos en el restaurante, me gustaría que fueran al grano, y creo que ellos
notan nuestra impaciencia, porque tras los entrantes se impone un silencio
tenso en nuestra mesa. Mamá ha pedido agua en lugar de vino.
De repente me falta el aire, porque solo puedo pensar en Olive llorando
en el almacén de vestuario porque su madre ha estado engañando a su padre
y teme que se acaben divorciando.
¿Es eso? ¿Están a punto de contarnos que se separan? ¿Han buscado un
lugar público para anunciárnoslo, de manera que no podamos montar una
escena?
El pulso se me apacigua de nuevo un poco cuando papá le coge la mano
un momento a mamá. No haría algo así si estuvieran a punto de decirnos
que se separan, ¿verdad?
—Vuestra madre quiere contaros una cosa —dice papá al fin, con
suavidad pero también con determinación. Es como si ella necesitara que
esas palabras le dieran un empujoncito en la dirección adecuada.
—Quizá os habréis dado cuenta de que no hemos hablado más sobre las
vacaciones de verano de este año —dice ella.
—¿Iremos a Francia? —pregunta Will—. He pensado que Kit tal vez
podría venir, si no os parece mal.
—Claro que sí, cariño —responde mamá con una sonrisa, si bien algo
forzada—. Es solo que tendréis que ir sin mí.
—¿Qué? —exclama Will mirando primero a papá y luego a mí—. ¿Por
qué?
—He conseguido plaza en una clínica de Londres, mi ingreso empieza la
semana que viene.
Silencio.
Una clínica...
—¿De verdad?
Me doy cuenta de que es mi propia voz la que ha hecho la pregunta
cuando mamá asiente en mi dirección.
—En principio pasaré allí ocho semanas, aunque es posible que sea más
tiempo. Siento no habéroslo contado antes, pero recibí la llamada esta
misma semana. En cualquier caso, me podréis visitar cuando queráis y
podremos hablar por teléfono —nos explica, aunque deja de hablar cuando
le cojo la mano sin planteármelo siquiera.
—Iremos a verte —confirma Will.
—Por supuesto —digo, asintiendo.
Mamá sonríe con los ojos vidriosos.
—Eso me haría muy feliz.
—Entonces ¿quieres intentarlo otra vez? —pregunto—. Es una terapia
de rehabilitación, ¿verdad?
Mi voz ha ido perdiendo intensidad con cada palabra que pronunciaba,
pero mamá me ha comprendido y asiente.
—Esto no puede continuar así. Y  no lo conseguiré sola. No quiero
perderos... Quiero que os apetezca volver a casa.
A ella se le rompe la voz y a mí se me forma un nudo en la garganta.
—Siempre querremos volver a casa, mamá —susurro—. Sea como sea.
Siempre.
Will traga saliva con dificultad antes de asentir.
Mamá agacha la cabeza un momento. La mirada de papá se encuentra
con la mía y en su expresión detecto un alivio genuino, y también
esperanza. No la ha obligado él, esta vez lo ha decidido ella sola, estoy
segura. Y  ese es un requisito imprescindible para que pueda mejorar de
verdad.
—Estoy muy orgullosa de vosotros, de los dos —nos dice mamá—. E
intentaré que vosotros también podáis estarlo de mí.

Charles

Tori se une a nosotros justo cuando empezaba a preocuparme. Ya son las


diez y media, por lo que no falta mucho para el momento culminante del
festival de verano de Ebrington. El pueblo está lleno de entoldados y largas
mesas en las que se mezclan los lugareños, los turistas y los alumnos del
internado. El sol ya se ha puesto, pero todavía hay niños por la calle.
—Hola.
Me sobresalto cuando noto un par de manos sobre los hombros. Los
demás saludan a Tori mientras me doy la vuelta. Parece contenta, pero creo
que ha estado llorando. ¿O no es más que el agotamiento tras un día
demasiado largo y emocionante? No estoy seguro, por lo que me pongo en
pie.
—¿Todo bien? —pregunto apartándome unos metros de la mesa con Tori
—. ¿Cómo ha ido la cena?
—Volverá a ingresar en una clínica de rehabilitación —me cuenta con la
voz tomada, y necesito un momento para comprender de qué me habla.
—¿Tu madre?
Asiente.
—Eso es bueno. Es bueno, ¿verdad?
—Sí, eso creo —responde con una sonrisa insegura, tras lo que la abrazo
enseguida. Tori me envuelve entre sus brazos y presiona la cara contra mi
hombro—. Qué locura de día, ¿eh? —murmura.
—No sé a qué te refieres, Julieta.
—Ha sucedido de verdad, ¿no? —pregunta apartándose un poco de mí
—. ¿Hemos interpretado a Romeo y a Julieta?
Asiento.
—Y lo hemos hecho genial.
—Ahora ya no podrás volver a reprocharme que soy inflexible y que no
soy espontánea.
—Como si lo hubiera hecho alguna vez —replico antes de besarla—.
Pero tienes toda la razón. Te quiero, mi espontánea novia.
Se lo suelto así, sin más. Porque es verdad.
Tori sonríe.
—Yo también te quiero —susurra antes de devolverme el beso—. Pero
ahora vamos con los demás. Es la última ocasión de estar todos juntos antes
de las vacaciones de verano.
No habría tenido ningún inconveniente en pasar un rato más con ella a
solas, notando sus labios sobre los míos, pero para eso tenemos la noche
entera. La vida entera.
Tori se detiene cuando ve que Olive viene a nuestro encuentro.
—¿Ya te marchas? —le pregunta.
Olive asiente.
—Mañana por la mañana tengo competición. Tengo que llegar
descansada.
—Cierto —replica Tori mientras me suelta para abrazar a Olive—. ¡Las
ganarás a todas!
—Lo intentaré —promete Olive, aunque no parece muy convencida de
ello. El alivio de haber llegado al último curso es patente en su rostro.
Parece que ha estado al límite, y a principios del curso que viene tendrá que
esforzarse mucho para mejorar y poder graduarse.
Henry ya le ha prometido que la ayudará, por lo que tampoco me
preocupa demasiado.
—Avísame cuando vuelvas. Quiero saberlo todo.
Olive sonríe.
—Lo haré. Pasadlo bien por mí. Habéis estado geniales hoy —nos
elogia, luego nos saluda con la mano y se marcha.
Me alegro mucho de ver a Tori tan contenta y tranquila. Ni siquiera
Valentine Ward podría cambiarlo. Hace un rato me he cruzado con él y unos
cuantos de sus amigos. Iban todos borrachos, porque por supuesto son
demasiado guais para disfrutar del festival de verano del pueblo. Seguro
que estarán de fiesta en la mazmorra. Por última vez, y luego ya está. Para
siempre. La idea es demasiado bonita para ser verdad.
Me obligo a no pensar más en ello cuando nos reunimos con nuestros
amigos. Nos reciben con gritos de alegría y se apretujan para dejarnos sitio
a Tori y a mí. Henry envuelve a Emma con un brazo, ya no pueden parar de
tocarse, y eso que todavía les queda el fin de semana entero antes de que
Henry vuele a Kenia para ir a ver a sus padres, lo que los mantendrá
separados tres semanas. Me parece impensable, pero yo tampoco es que
pueda decir gran cosa al respecto. La idea de estar tanto tiempo sin Tori
tampoco me gustaría nada. Por suerte, pasaremos el verano entero juntos.
Ya hemos comprado los billetes de interraíl y hemos decidido la ruta. Será
nuestra primera gran aventura juntos, aunque de todos modos no se podrá
comparar con lo que ya hemos compartido. Y  esto es solo el principio.
Debo repetírmelo una y otra vez mientras la miro, incapaz de creer la suerte
que tengo.
Como todos los años antes de las vacaciones, reina un sentimiento de
satisfacción y de cierta melancolía tras haber superado un curso más en la
Dunbridge Academy.
Juntos, aunque esta vez es distinto. Porque solo nos queda un curso por
delante, el último antes de que nos dispersemos a los cuatro vientos. No
quiero pensar en ello, no me gusta. Y  ahora mismo tampoco es que sea
importante, ya que todavía estamos juntos. Gideon, Grace, Omar, Henry,
Emma, Tori y Olive, aunque ya se haya ido a dormir. No me puedo
imaginar volver a encontrar un grupo de amigos semejante.
Los demás están hablando sobre la obra y sobre el éxito de la revuelta de
los uniformes, que todavía sigue en la cresta de la ola de las redes sociales.
Charlan también sobre los planes que tienen para las vacaciones y sobre el
curso que viene. No sé qué hora es, pero las mesas se van vaciando poco a
poco y el cielo está completamente oscuro. Tori reprime un bostezo y estoy
a punto de preguntarle si le apetece que nos marchemos cuando Emma se
pone en pie de un salto.
—¿Emmi? —le dice Henry cogiéndole la mano, aunque ella ni siquiera
parece darse cuenta—. ¿Qué te ocurre?
Tiene la mirada perdida más allá de nosotros.
—¿Veis eso?
Me doy la vuelta, pero no descubro nada preocupante.
—¿A qué te refieres? —pregunta Tori.
—Mierda —murmura Henry mientras yo también me levanto.
Y luego comprendo a qué se refieren. A la oscura humareda que se eleva
por detrás de las casas de Ebrington, que apenas se distingue en el cielo
oscuro. Debajo brillan las llamas que se elevan en el aire. Parece tan
surrealista que durante unos momentos nos limitamos a mirarlo con
fascinación. Hasta que me doy cuenta de lo que significa.
Los sonidos pasan a un segundo plano, y aun así oigo las voces cada vez
más fuertes a nuestro alrededor.
—Es Dunbridge —constata Gideon en un tono monótono—. El ala
oeste, creo. Mierda...
Tori se queda inmóvil a mi lado. De repente se ha quedado lívida.
—Dios mío —exclama Grace con la voz temblorosa agarrando a Gideon
por la muñeca. En su rostro detecto un pánico atroz—. Olive —murmura.
Olive...
Me quedo de piedra cuando lo comprendo. El ala oeste está ardiendo, y
Olive se ha ido a dormir hace rato. Tengo que llamar a mamá. No. A  los
bomberos. Primero a los bomberos.
A lo lejos oigo sirenas.
El corazón me da un vuelco, Tori hunde los dedos en mi brazo.
Y entonces echamos a correr.
AGRADECIMIENTOS

Hacía tiempo que no me divertía tanto escribiendo una historia como con la
de Tori y Charles. Simplemente brotó de mí como si se estuviera contando
sola. Aun así, Dunbridge Academy. Anyone solo se ha podido publicar
gracias a un montón de personas geniales que han estado trabajando entre
bastidores.
Entre ellos, Michaela y Klaus Gröner, de la agencia literaria
erzähl:perspektive, que han apostado sin descanso por mis historias y por
mí. No paso ni un día sin agradecer vuestra presencia.
Muchas gracias a todos los que trabajáis en LYX. Vuestra dedicación y
vuestro amor por las historias hacen que colaborar con vosotros sea un
privilegio indescriptible. Sobre todo contigo, Alexandra. A  veces no sé
cómo podría volver a escribir otro libro sin ti. En todo momento ha sido un
placer darle vueltas a Dunbridge Academy. Anyone contigo y ver cómo iba
creciendo la historia. Muchas gracias a Susanne George, que también ha
mejorado el texto y le ha aportado brillo. Gracias a Stephanie Bubley, Ruza
Kelava y Simon Decot, por la confianza que han demostrado tener en mí y
en mis novelas, lo aprecio muchísimo. Gracias, Simone Belack, Teresa
Krull y Sina Braunert, por el mejor marketing del mundo; a Andrea
Berlauer, por la fantástica fiesta de lanzamiento de Dunbridge Academy.
Anywhere; a Sandra Krings, por esas ediciones únicas, y a Jeannine
Schmelzer, por el precioso diseño de la serie en Alemania; a Sarah
Schneider, por los audiolibros, y a Barbara Fischer y Franziska Pürling, por
el gran trabajo de prensa.
Gracias a mis maravillosas colegas Gaby, Rebekka, Lena, Anna y Merit,
sin las que seguramente habría perdido la cabeza hace tiempo.
Gracias a mi familia por el apoyo sin límites y por sus ánimos, sin los
que jamás habría podido conseguirlo.
Gracias a mis fantásticas lectoras beta: Anni, Greta, Annika, Jule, Julia,
Leo y Evi. Vuestros comentarios y mensajes sobre Tori y Charles han
significado mucho para mí. Sin vosotras la historia no sería la que es ahora.
Gracias a todas las personas de las librerías por su abrumador apoyo.
Y  a mi público lector: no puedo agradecéroslo suficiente. No sabéis lo
mucho que significa para mí que defináis la Dunbridge Academy como un
lugar de confort, que leáis los libros y los recomendéis. De todo corazón,
gracias por haber demostrado tanto amor por Tori y Charles ya en
Dunbridge Academy. Anywhere. Me motiva y me llena muchísimo escribir
libros para vosotros. Espero volver a veros en el siguiente volumen, el
tercero y último de la serie. ¡Os doy la bienvenida a la Dunbridge
Academy!
 
Dunbridge Academy. Anyone
Sarah Sprinz
 
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intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
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teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
 
Título original: Dunbridge Academy. Anyone
 
Diseño de la portada, Lookatcia.com
 
© 2022 by Bastei Lübbe AG
Rights negotiated through Ute Körner Literary Agent – www.uklitag.com
 
© de la traducción, Albert Vitó i Godina, 2023
 
© Editorial Planeta, S. A., 2023
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es 
www.planetadelibros.com 
 
Primera edición en libro electrónico (epub): julio de 2023
 
ISBN: 978-84-08-27610-4 (epub)
 
Conversión a libro electrónico: Realización Planeta
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Gente que conocemos en vacaciones
Henry, Emily
9788408276203
400 Páginas

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La comedia romántica para este verano, por la autora de La novela del


verano. DIEZ VIAJES, DOS AMIGOS. ¿UNA ÚLTIMA
OPORTUNIDAD PARA EL AMOR? -- PREMIO GOODREADS A
LA MEJOR COMEDIA ROMÁNTICA BESTSELLER Y
FENÓMENO MUNDIAL DE TIKTOK «La autora que no te puedes
perder.» Taylor Jenkins Reid, autora de Los siete maridos de Evelyn
Hugo

Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común: Ella lleva vestidos
estampados; él, pantalones de pinza. Ella es un espíritu aventurero; él
prefiere quedarse en casa leyendo. Y, a pesar de todo, son mejores amigos.
Durante la mayor parte del año viven separados —ella en Nueva York, él en
su pequeño pueblo—, pero cada verano, desde hace ya una década, se
toman una semana de vacaciones juntos. Hasta hace dos años, cuando todo
cambió.

Ahora Poppy tiene todo lo que siempre había soñado, pero está atrapada en
la rutina. Cuando alguien le pregunta cuándo fue feliz por última vez, sabe,
sin ninguna duda, que fue en ese último y fatídico viaje con Alex. Por eso
decide convencer a su mejor amigo para viajar juntos una vez más. Tienen
una semana para arreglarlo todo, ¿qué puede salir mal?

«Esta deliciosa novela brilla por las hábiles observaciones, los diálogos
hilarantes y, sobre todo, los personajes. Divertidos, patosos y entrañables,
vale la pena acompañarlos en este maravilloso viaje.» The Wall Street
Journal

«Una comedia romántica perfecta, repleta de diálogos chispeantes y tensión


sexual.» Real Simple

«Aviso para los lectores: experimentarás todo tipo de sentimientos y, muy


probablemente, derramarás alguna que otra lágrima.» The Skimm

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La chica del Zodiaco. Tercera parte
Izquierdo, Andrea
9788408274964
352 Páginas

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Es el final del experimento. Es el momento de tomar una decisión. Es el


momento de encontrar el amor. ¿O no?

El chico géminis es aventurero y competitivo.

El chico cáncer es sentimental y familiar.

El chico leo es extrovertido y cabezota.

El chico virgo es organizado y meticuloso.

ANNA SE ACERCA AL FINAL

Su experimento de salir cada mes con un chico de un signo distinto se


acerca a su fin. Después de una mala jugada, deberá recomponerse y seguir
adelante para demostrar que el amor no depende del Zodiaco.

ANNA SE ESTÁ ENAMORANDO

Por más que intente engañarse a sí misma, Anna sabe que hay un chico que
ha llegado para poner su vida patas arriba. Desea atreverse y dar el paso,
pero dejarse llevar por sus sentimientos no es fácil cuando ya lo perdió todo
una vez.

ANNA TIENE QUE DECIDIRSE

Ha llegado el momento de tomar una decisión.


¿Se quedará con uno de los chicos del Zodiaco, con otro diferente o seguirá
su camino ella sola?

Es el final del experimento. Es el momento de tomar una decisión.

Es el momento de encontrar el amor. ¿O no?

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Tal vez nunca (Maybe Not)
Hoover, Colleen
9788408276524
176 Páginas

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Por la autora de Romper el círculo, número uno en ventas de The New


York Times y un auténtico fenómeno en TikTok.

El spin-off de Tal vez mañana que nos cuenta la apasionante historia del
desternillante y carismático Warren.

Cuando a Warren le ofrecen la oportunidad de tener una compañera en un


piso donde solo vivían chicos, acepta inmediatamente, ya que cree que
puede ser un cambio interesante.

O tal vez no.

Las dudas nacen cuando su nueva compañera de piso resulta ser Bridgette,
una chica aparentemente fría y calculadora. La tensión en el piso se corta
con un cuchillo y ambos estallan cada vez que coinciden en una habitación.
Pero Warren tiene una teoría sobre Bridgette: cree que alguien que odia con
tanta intensidad tiene que ser igual de apasionada en el amor, y quiere ser la
persona que ponga en práctica esa teoría. ¿Podrá Warren descongelar el
corazón helado de Bridgette? ¿Será ella capaz de aprender a amar?

Tal vez algún día. O tal vez nunca.


«Nadie escribe sobre sentimientos como Colleen Hoover.» Anna Todd

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Anhelo (Serie Crave 1)
Wolff, Tracy
9788408233862
672 Páginas

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Descubre la Serie Crave. Ya forma parte de ti.

«Mi mundo cambió en el instante en el que pisé el instituto Katmere. Aquí


todo resulta extraño: la escuela, los alumnos, las asignaturas; y yo no soy
más que una simple mortal entre ellos, dioses... o monstruos. Todavía no sé
a qué bando pertenezco, si es que pertenezco a alguno, sólo sé que lo que
parece unirlos a todos es su odio hacia mí.

Pero entre ellos está Jaxon Vega, un vampiro que esconde oscuros secretos
y que no ha sentido nada durante un siglo. Algo en él me atrae, apenas lo
conozco, pero sé que hay algo roto en su interior que de alguna manera
encaja con lo que hay roto en mí. Acercarme a él puede significar el fin del
mundo, pero empiezo a sospechar que alguien me ha traído a este lugar a
propósito, y tengo que descubrir por qué.»

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Tal vez ahora (Maybe Now)
Hoover, Colleen
9788408276531
560 Páginas

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Por la autora de Romper el círculo, número uno en ventas de The New


York Times y un auténtico fenómeno en TikTok.

¿Qué es más importante, la amistad, la lealtad o el amor?

Ridge y Sydney no pueden creerse que al fin puedan estar juntos. La


relación entre Warren y Bridgette sigue tan tumultuosa como siempre y
Maggie va trampeando con su enfermedad. Convencida de sacar el máximo
partido a su vida decide saltar de un avión en paracaídas cuando conoce a
Jake. Al prepararse para su cita con él, encuentra una vieja lista de deseos y
decide que tal vez ahora ha llegado el momento de cumplirlos.

Mientras Maggie pone al día de sus aventuras a Ridge, a Sydney le cuesta


no sentirse celosa por la amistad que aún existe entre ellos. Pero si quiere
que su relación funcione, va a tener que asumirlo o alejarse de él para
siempre.

«Con una habilidad especial para la novela de emociones de alto


voltaje,
Hoover ha vendido más de 20 millones de libros. Y lo ha hecho a su
manera».

The New York Times

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