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Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Queridos/as lectores/as....
Cita
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Alguien
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Red flags: edición relaciones
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Green flags: edición amistades
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Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
ACADEMY
ANYONE
Nadie como tú
Sarah Sprinz
Traducción de Albert Vitó i Godina
Queridos/as lectores/as:
Este libro contiene elementos que pueden dañar ciertas sensibilidades.
(Atención: ¡spoiler!)
Algunos temas de este libro son: las relaciones tóxicas, los trastornos
alimentarios, la violencia doméstica, el abuso de sustancias y la
dependencia.
Si no os sentís emocionalmente a gusto con estos (u otros) temas, buscad
ayuda profesional.
Esperamos que viváis la mejor experiencia posible con esta lectura.
merely players.
WILLIAM SHAKESPEARE
PLAYLIST
Charles
Séptimo curso
Victoria
Undécimo curso
Charles
Lo está besando.
Y sí, por supuesto que me sienta fatal.
Tori está besando a Valentine Ward. O él la está besando a ella. El caso
es que no puedo seguir dándole vueltas si no quiero volverme loco. Siento
una desesperación paralizante en el estómago que lucha por trepar hacia
arriba a pesar de mis intentos de ahogarla con tragos de ginebra.
Tori puede hacer lo que quiera, pero ¿tiene que hacerlo precisamente
aquí, delante de mí? No debería haber venido al puto baile de Año Nuevo.
Es ridículo. Ellie Inglewood se ha largado hace rato para grabar tiktoks
vergonzosos con sus amigas. Seguro que se estará quejando de lo aburrido
que soy. Ni siquiera he intentado besarla, y eso que sin duda ella esperaba
que lo hiciera. Esa es la imagen que todos tienen de mí: Sinclair, el tipo
seguro de sí mismo que sabe lo que quiere. El que guarda condones en la
taquilla aunque, en realidad, ni siquiera ha tenido ocasión de utilizarlos. Es
más fácil ocultarse tras comentarios descarados y ambiguos que defender lo
que realmente eres. Alguien a quien nunca han besado. Bueno, no, eso no es
del todo cierto, pero por desgracia no he recibido otro beso aparte del que
Tori me dio en su momento. No me extraña que prefiera liarse con
Valentine Ward, quien, al contrario que yo, parece saber muy bien lo que
hace.
—¿No preferirías frenar un poco y beber agua? —me pregunta Gideon.
Que se calle la boca. Él también va borracho, aunque no lo esté tanto
como yo. ¿A qué viene eso? Es el baile de Año Nuevo. Todo el mundo sabe
que bebemos, nadie está pendiente de eso. Bueno, también hay gente como
Henry, que va sobrio. Y está pegado a los labios de Emma como si fuera la
única persona del mundo. Y no es que no me alegre por mi mejor amigo,
claro que me alegro, pero últimamente estoy furioso.
—No —respondo ignorando a Gideon cuando niega con la cabeza—.
¿Volvemos a entrar?
—Tío, no estoy seguro de que sea buena idea. Si los profesores nos ven
así...
—Pero si ellos también van todos como cubas.
—Tu madre seguro que no.
Suelto un gemido de frustración sin poder evitarlo. De acuerdo, la
verdad es que será mejor que mi madre (que al mismo tiempo es la rectora
de la Dunbridge Academy) no vea en qué estado me encuentro. Es una
lástima que el hecho de ser su hijo no me deje al margen de las reglas. Más
bien todo lo contrario, a veces tengo la impresión de que mamá es
especialmente severa conmigo para que a nadie se le ocurra reprocharle que
me favorece de algún modo. El límite cero de alcohol en sangre que se
aplica a todos los alumnos menores de dieciocho años también vale para mí.
Si nos pescan, estamos perdidos. La advertencia que recibimos por culpa de
Henry, cuando el otoño pasado se emborrachó tras la muerte de su hermana,
por suerte ha prescrito con el inicio del nuevo año, pero tampoco es
cuestión de que nos caiga otra.
Es posible que haya bebido mucho, porque de repente estamos en uno de
los antiguos invernaderos y ni siquiera recuerdo cómo he llegado hasta
aquí. Aunque lo que no he olvidado es cómo Valentine Ward se pegaba a
Tori contra ese muro. Me entran ganas de vomitar solo de pensar que la
tocaba de ese modo. ¿Y ella por qué se lo permite? Ese tío es asqueroso, y
Tori es demasiado lista para él.
Sigo bebiendo. La ginebra ya ni siquiera me arde en la garganta. La
cabeza me da vueltas cuando cierro los ojos, pero tampoco voy tan mal. Lo
que me apetece es tumbarme un rato. Sí, buena idea.
Alguien intenta sostenerme antes de que se oigan unos gritos y el
tintineo de unos vasos. Bueno, no me encuentro muy bien, pero me trae sin
cuidado. El rostro de Henry aparece un momento sobre mí. Me dice algo y
vuelve a desviar la mirada. ¿Qué hora será? Creo que echaré una
cabezadita, tengo los ojos cansados. Y la cabeza. Y el corazón también.
Puto Valentine, cómo lo odio. Y a Tori. ¿Por qué tiene que ser tan guapa?
Ahí está otra vez. Vuelve la cabeza, pero se la quiero agarrar, quiero decirle
que la amo, y no puedo hacerlo porque lo fastidiaría todo. Esta mierda de
que somos mejores amigos es muy frustrante. Seguro que debe de ser la
hostia besar a ese gilipollas. O sea que decido decírselo.
—¿Cómo dices, Sinclair?
Su voz suena tierna. La tierna voz de Tori. No tiene ningún sentido,
¿verdad?
—¿Tienes que vomitar?
Espero que no. Pero también espero un montón de cosas más y ya
sabemos que eso no es ninguna garantía de que se acaben cumpliendo. Pero
noto los cálidos dedos de Tori en mi pelo y me pesa la cabeza. Me pesa
mucho. Creo que me envuelve con un brazo.
Y luego se marcha.
Victoria
Val tiene las pupilas muy dilatadas y eso me da tanto miedo que se me
forma un nudo en el estómago. Tal vez estoy paranoica, pero la gente
drogada me inquieta mucho. Y creo que tengo motivos de sobra para ello.
Aun así, me quedo con él y unos cuantos más de último curso fuera,
detrás del gimnasio, donde ha empezado una segunda fiesta paralela a la
oficial. Porque el baile les parece un coñazo y yo no me he atrevido a
admitir que preferiría volver a entrar. No sé por qué, pero tengo la sensación
de que debo hablar con Sinclair. Me ha parecido que se quedaba hecho
polvo cuando ha visto que Val me besaba. Además, iba muy pedo. Y no es
propio de él, porque mi mejor amigo sabe perfectamente que el alcohol es
un tema delicado para mí. A diferencia de Val, pero no tengo ninguna
intención de hablar de eso con él. El trasfondo de mi aversión por el alcohol
y las drogas no le incumbe. Ni a Val ni, sobre todo, a su familia.
Alguien ha traído un altavoz portátil en el que suena un rap agresivo. Val
no ha vuelto a besarme, está charlando con sus amigos. Hablan levantando
mucho la voz y sus carcajadas, por algún motivo, me parecen
amenazadoras. No consigo seguir el hilo de la mayoría de las anécdotas que
se cuentan. Por eso me limito a sonreír, rechazando por enésima vez las
copas que circulan a raudales por aquí.
¿Qué ocurre realmente cuando esnifas coca y bebes? ¿Actúa todo del
mismo modo o tengo que preocuparme por si Val y los demás están a punto
de sufrir una arritmia y de caer como moscas? En cualquier caso tampoco
parece que la combinación suponga precisamente una novedad para ellos.
Y también hay gente que parece bastante sobria. Eleanor Attenborough y
sus amigas, por ejemplo. Están a pocos metros de nosotros. No me atrevo a
ir con ellas, aunque el instinto me dice que tal vez su compañía me
parecería más divertida. Sin embargo, tampoco quiero ser la pequeña, la de
undécimo que pone a todos de los nervios.
Val podría estar hablando conmigo. O sea, no solo conmigo, tampoco es
que sea eso lo que espero. Al fin y al cabo es el baile de Año Nuevo y
quiere pasarlo bien con sus amigos, es totalmente comprensible. Pero,
bueno, también podría incluirme un poco en lugar de dejarme de lado. Por
otra parte me alegro de que no haya querido llevarme a ningún pasillo
oscuro para hacer cosas para las que no me siento preparada. En ese caso se
lo habría dejado bien claro. Eso creo, al menos.
Aunque lleve su chaqueta por encima de los hombros, tengo frío. Al fin
y al cabo sigue siendo enero. La mayoría de la gente ya se ha cambiado de
ropa o al menos llevan abrigos por encima de los vestidos de baile.
Quizá debería subir un momento a mi habitación para ponerme algo más
calentito. Sin embargo, dudo que una vez arriba encuentre la motivación
necesaria para volver a bajar. Poco a poco empiezo a pensar que se está
haciendo demasiado tarde. Saco el móvil para ver qué hora es, pero me
encuentro unos cuantos mensajes de Emma.
¿Dónde estás?
¿Tori? ¿Todo bien? No quiero molestarte, pero ¿podrías
venir
un momento?
Se ha pasado bebiendo...
Voy enseguida.
Cuando levanto la vista, Val sigue con los demás y no está ni mucho
menos pendiente de lo que hago o dejo de hacer. Debería despedirme de él,
pero tal vez preferirá que simplemente lo deje en paz. Antes ha vuelto a
utilizar ese tono de voz molesto cuando estaba a su lado con sus amigos. No
entiendo a este tío. En un segundo, las cosas pueden pasar de parecerle
geniales a bajarle el ánimo en picado, y nunca sé qué he hecho mal para que
así sea. Cuando estamos a solas se comporta de otro modo. A veces parece
que sienta la necesidad de demostrar a cualquier precio que no tiene
sentimientos, sobre todo frente a sus compañeros del equipo de rugby.
Me duelen los pies. Maldigo los tacones de mis Louboutin mientras
recorro el oscuro camino que lleva hasta el internado. «Ya le devolveré la
chaqueta después», pienso. Seguro que no tardaré mucho en regresar, ni
siquiera se dará cuenta de que me he marchado un momento, y antes de
volver al gimnasio puedo pasar por mi habitación para ponerme un abrigo.
Mientras me dirijo hacia el ala este veo que, alrededor de la sala de baile,
todavía hay una actividad frenética. Suelto un gemido de frustración cuando
los tacones de los zapatos se me atascan entre los adoquines desiguales; me
apoyo en un arco para quitarme primero el zapato izquierdo y luego el
derecho. El suelo está helado, pero, a decir verdad, me sienta de maravilla,
ya que mitiga un poco el dolor que me torturaba. Además, así puedo
avanzar más deprisa.
Hoy no hay hora de cierre en las alas, al menos para los mayores como
nosotros, pero de todos modos tengo la sensación de estar haciendo algo
prohibido subiendo a estas horas por las escaleras que llevan a los
dormitorios de los chicos. Hay luz en la planta de undécimo. Las puertas de
las habitaciones de Henry y de Sinclair están abiertas. Cuando me acerco,
Henry sale de su cuarto con una botella de agua y una toalla mojada en las
manos. Reacciona como si lo hubieran sorprendido hasta que me reconoce.
—Ah, eres tú —constata, y con la cabeza me señala la habitación de
Sinclair—. Está bastante hecho polvo.
Solo me vienen a la cabeza reproches mientras cruzo la puerta siguiendo
a Henry. ¿Por qué no lo han parado? Pensaba que entre nosotros nos
cuidábamos. Sin embargo, no puedo decir nada. Después de todo, hoy yo
tampoco he sentido la necesidad de quedarme con mis amigos.
La habitación está llena de gente. Emma está de pie junto a la pared, con
los brazos cruzados y una expresión preocupada en el rostro; Gideon está
agachado junto a Sinclair, que está tendido en la cama, y lo agarra por los
hombros para evitar que el torso le caiga hacia delante mientras Omar le
quita los zapatos.
Me quedo en un segundo plano. No es que nada de todo esto sea nuevo
para mí, pero sí es la primera vez que mi mejor amigo resulta ser la persona
que me preocupa. Tiene la cara pálida y los ojos medio cerrados.
Dejo los zapatos en el suelo, cuelgo la chaqueta de Val sobre una silla y
le quito de las manos la toalla mojada a Henry. Está fría y pesa bastante.
—¿Ya ha vomitado? —pregunto.
—Sí, por el camino —me informa Emma—. ¿Creéis que deberíamos
avisar al doctor Henderson?
—No, no hace falta levantar la liebre —opino. Además, sé demasiado
bien lo que tengo que hacer.
Omar me deja sitio y me siento en la cama de Sinclair. Entretanto está
con la espalda apoyada en la pared.
—Eh —le digo. Genial, no reacciona. Aun así, suelta un leve gemido
cuando le pongo la toalla mojada sobre la frente. Sinclair deja caer la
cabeza sobre mi mano—. Estás como una cabra —murmuro. Es que, joder,
¿por qué tiene que pillar una taja semejante?
—Creo que ha perdido la conciencia durante un rato, Tori —me avisa
Emma con la voz temblorosa. La entiendo perfectamente, es terrible ver a
alguien así por primera vez, pero, mientras tengamos en cuenta un par de
cosas, no sucederá nada.
—Si ya ha vomitado, pronto debería encontrarse mejor —aseguro. Le
levanto la barbilla con los dedos. Le pesa la cabeza, pero tiene la piel suave.
Cuando Sinclair parpadea, noto una sensación extraña en el estómago.
Tiene los ojos azules vidriosos. Se me pone la piel de gallina cuando
murmura mi nombre balbuceando.
—Sí, eres tonto —le digo mientras le pongo la toalla fría en la nuca—.
¿A qué viene todo esto?
—¿Qué?
—Esto. Estás como una cuba y les has aguado la fiesta a tus amigos.
Sinclair apoya la cabeza en la pared mientras le aflojo la corbata. Estoy
segura de que no me ha oído.
—La fiesta era una mierda de todos modos —murmura.
De repente tengo los dedos helados. Me mira, pero es evidente lo mucho
que le pesan los párpados. Le desabrocho el botón del cuello de la camisa y
le lanzo la corbata a Henry, que la cuelga en el respaldo de la silla y
envuelve a Emma con un brazo.
—Podéis marcharos, ya me quedo yo con él —digo.
—¿Estás segura? —pregunta Henry en voz baja.
—Si necesito ayuda, os aviso —prometo.
—Estaremos aquí al lado —dice Emma de inmediato.
No puedo evitar sonreír, aunque tampoco es que esté de humor para
reírme.
—Ya lo sé.
Henry me lanza una mirada penetrante. Parece estar debatiendo consigo
mismo, porque quiere ser un buen amigo. Sin embargo, al final se acaba
dando la vuelta y sigue a Emma hacia fuera. Gideon y Omar parecen más
bien aliviados de poder salir de la habitación. De repente, Sinclair y yo nos
quedamos solos.
—¿Por qué dices que era una mierda? —pregunto cuando ya han cerrado
la puerta.
Sinclair ya se ha apartado de nuevo y se sobresalta al oír mi pregunta.
—¿Eh? —dice aturdido.
—La fiesta —repito—. ¿Por qué dices que era una mierda?
—Por las chicas —murmura—. Estoy cansado...
—Ya lo sé, pero tienes que beber agua antes de dormirte.
—Tori... —suspira.
—No, no pienso negociar contigo. Lo siento, pero deberías habértelo
pensado dos veces antes de beber lo que no está escrito.
Sinclair suelta un gemido torturado, pero acepta la botella que le tiendo
de todos modos. Tal como esperaba, un poco de agua va a parar a su
camisa.
—Quítatela —le ordeno cuando me doy cuenta de que la lleva manchada
de vómito.
—Estoy borracho —gruñe.
—Da igual —replico.
Me pongo de pie y me acerco a su armario. Sinclair levanta las manos
para intentar coger al vuelo la camiseta que le lanzo, pero fracasa
estrepitosamente. Tarda media eternidad en desabrocharse la camisa y
quitársela del todo. Cuando se levanta para desprenderse también los
pantalones, realmente intento no mirar, pero el juego de sus escápulas y la
manera en que se le mueven los músculos de la espalda por desgracia son
como un imán para mis ojos. Por fin se enfunda en la camiseta y yo
aprovecho la ocasión para retirar el edredón. Tiene que apoyarse en mi
hombro. Me asusto un poco cuando noto que se tambalea ligeramente hacia
delante y noto el peso de su cuerpo. A veces me olvido de que Sinclair me
saca casi una cabeza, y es que ese cambio llegó con una rapidez
sorprendente. Antes de las vacaciones de verano, después de noveno,
medíamos más o menos lo mismo, pero en décimo, en Año Nuevo, ya pudo
apoyar la barbilla sobre mi coronilla cuando me abrazó por detrás en una
fiesta que celebramos en Edimburgo.
Noto la tensión del brazo de Sinclair bajo los dedos cuando lo agarro, y
se me seca la boca. ¿De dónde han salido de repente estos músculos?
Le empujo el hombro de nuevo para que se tienda sobre el colchón y
quedo entre sus piernas. Lo más probable es que esté mareado y tenga que
agarrarse a algún lugar, porque de repente noto sus dedos en la parte
posterior de los muslos, la calidez de sus manos a través del fino tejido del
vestido que eligió para mí, y de repente me gustaría que me lo quitara.
Cuando levanta la mirada hacia mí, noto un cosquilleo en el estómago. El
pelo rubio le cae sobre la frente. ¿Cómo lo hace para ser tan sexy incluso
así de borracho? Los músculos de la mandíbula se le tensan y traga saliva.
Con las puntas de los dedos me acaricia levemente las piernas y luego
aparta la mano. El corazón me late con intensidad. No tengo que decirle que
se tumbe, por suerte lo hace voluntariamente.
—¿Qué se siente? —pregunta cuando me vuelvo para meter su ropa en
la cesta de la colada.
—¿A qué te refieres?
—Cuando te besa alguien a quien querías besar... —balbucea cansado.
Es como si las palabras fluyeran por iniciativa propia de su boca—. Tiene
que ser la hostia.
Me quedo de piedra.
¿Qué dice? ¿Se refiere a Val?
«¿A quién si no, Tori?»
Pero ¿por qué ha sonado como un reproche? Debería darle igual a quién
bese y a quién no. Sinclair ha tenido cientos de ocasiones de ocupar el lugar
de Val. De verdad, puede que incluso más. Ya no sé cuándo paré de
contarlas. Cien, mil ocasiones, y no ha aprovechado ninguna.
Por suerte para mí, no parece estar esperando ninguna respuesta. Más
que nada porque está como una cuba. Seguramente ha olvidado sus propias
palabras en el mismo segundo en que las ha pronunciado. Pero yo no. Se
hunde en la almohada con los ojos cerrados. ¿Cómo puede dormirse con
tanta facilidad?
Durante unos instantes no sé qué hacer y me quedo dudando en su
cuarto. Me gustaría largarme, pero les he prometido a Henry y a los demás
que me quedaría con él.
Reprimo un suspiro cuando me doy cuenta de que estoy descalza con un
traje de baile espectacular en la habitación de mi mejor amigo, que lleva
una castaña monumental. En la fiesta de Año Nuevo. Uau.
Y, aun así, en cierto modo me alegro de que sea la habitación de Sinclair
y no la de Val donde me estoy desnudando.
Sinclair parpadea.
—Cierra los ojos —le ordeno mientras busco la cremallera a tientas. Por
suerte la tengo en un costado, así que no necesito ayuda para quitármelo.
—No estoy mirando —murmura Sinclair, y termina de cerrar los
párpados—. Y aunque mirara..., ya te he visto desnuda.
—Es posible que te cueste comprenderlo, pero el cuerpo de las mujeres
cambia entre los doce y los diecisiete.
—Tenías trece años —masculla.
Joder, tiene razón. Pero estábamos a oscuras cuando en séptimo curso
fuimos a nadar de noche al lago del castillo de Ebrington. Sí, sin ropa
interior. Aunque la verdad es que era imposible ver nada.
Sinclair tiene la ventana ajustada y una leve brisa me acaricia los
hombros mientras me quito el vestido y lo dejo caer al suelo. No llevo
sujetador debajo porque tiene un escote muy pronunciado en la espalda y
por delante es lo bastante estrecho para mantenerlo todo en su sitio. Salgo
del vestido dando un paso a un lado y saco otra camiseta de Sinclair del
armario. Es de la carrera benéfica del verano anterior y me llega hasta
medio muslo.
—De acuerdo —digo volviéndome de nuevo hacia la cama.
Sinclair no reacciona. Está tendido sobre la espalda, con la cabeza vuelta
hacia la pared. Tiene la boca entreabierta, y su pecho sube y baja a un ritmo
regular. O sea, que realmente no me ha mirado. Bien por él. El silencio
incómodo que reina en la habitación me abruma cuando entro en el
diminuto baño para quitarme el maquillaje con un poco de gel de ducha. Me
pican los ojos, como siempre que me quito el rímel con jabón. Utilizo su
enjuague bucal para, al menos, lavarme un poco los dientes y bebo agua
helada ayudándome con las manos. Cuando me incorporo de nuevo me veo
los ojos enrojecidos y cansados en el espejo. Por suerte, en un armario del
baño encuentro una de esas gomas para el pelo que me voy dejando por
todas partes. Cuando Sinclair lleva el pelo tan largo como ahora, a veces se
recoge la parte superior en una especie de pequeño moño rizado. Tengo
debilidad por ese peinado, pero eso no tiene por qué saberlo. Me recojo la
melena cobriza en un moño suelto para dormir con él, ya que de lo contrario
acabará tumbándose sobre mi pelo, lo que puede llegar a ser bastante
doloroso.
Sinclair todavía está inconsciente cuando vuelvo a la cama. Por
precaución, coloco la papelera del baño junto a la cama. Nunca se sabe.
Luego paso por encima de él para tenderme en el otro lado. Se sobresalta
cuando de repente percibe mi presencia entre la pared y él.
—¿Mmm? —murmura parpadeando.
—Échate para allá, pollito —le digo empujándolo un poco hacia el borde
de la cama. Lo llamo así desde que en quinto salimos de excursión a una
granja de Highbourne y entró en pánico al verse perseguido por tres
gallinas.
—Es que me caigo —se queja.
—No te caes, yo te agarro. Es que no quiero estar en medio si tienes que
vomitar. Te he dejado la papelera junto a la cabeza.
—No la necesito —murmura Sinclair. Se echa medio centímetro hacia su
lado y luego noto de nuevo el peso de su cuerpo. Cumpliendo con lo
prometido, me coloco sobre un costado y lo envuelvo con un brazo. Él se
agarra enseguida a mi muñeca y la presiona contra su pecho.
—¿Estás mareado? —pregunto cuando oigo que suelta un leve gemido.
—No sé..., la cama no para de moverse.
Lo acerco un poco más a mí.
—Duérmete tranquilo. Estoy aquí contigo por si pasa algo.
—Victoria —masculla al cabo de un rato. Tiene que estar realmente
borracho, porque nunca me llama por mi nombre completo.
—¿Charles? —respondo. Utilizar su nombre de pila resulta igual de
infrecuente, y me suena de lo más extraño cuando lo pronuncio. Me parece
raro, pero no incómodo. Nadie lo llama así en todo Dunbridge. Bueno,
excepto los profesores y su madre. Y eso que suena bien. Charles...
Suspira y hunde la cabeza un poco más cerca de mí.
—Hueles bien.
Otra vez el cosquilleo en la barriga.
—Me sabe mal, pero, de forma excepcional, hoy no puedo decir lo
mismo de ti.
—¿Me ducho? —pregunta intentando librarse de mí, aunque se rinde al
cabo de exactamente cuatro segundos. Los músculos se le relajan de nuevo
mientras vuelve a sucumbir a mi abrazo.
—No, seguro que te acabas desplomando en la ducha, y no necesito más
dramas.
—Yo no me desplomo.
—Pero si a duras penas podías sentarte.
—Ya no me da tantas vueltas la cabeza.
—Espera a abrir los ojos.
Suelta un gemido de congoja cuando lo intenta.
Levanto un poco la barbilla. El pelo no le huele a humo, ya que, al fin y
al cabo, no se ha pasado la noche fumando con sus amigos como Val, pero
tampoco detecto ningún olor en concreto.
Sinclair no dice nada más. Cierro los ojos. Si me inclino un poco, puedo
llegar hasta su pelo con la nariz...
—¿Tori? —dice en voz baja.
—¿Sí?
—Eres demasiado buena para alguien como él.
Las palabras salen de su boca como si fueran de chicle. Sinclair se traga
el final de la frase, pero lo he entendido de todos modos. Por desgracia.
Me quedo helada. No me muevo y tampoco le respondo. Si simplemente
lo ignoro, será como si Sinclair no lo hubiera dicho jamás. Porque tampoco
es que haya decidido decirlo. Ha sido la nebulosa que tiene en el cerebro.
Aunque se supone que los borrachos y los niños dicen siempre la verdad.
Suelta un suspiro y ese sonido me afecta directamente entre las piernas.
Es un sonido grave, relajado. Noto que un leve temblor le recorre el cuerpo,
como siempre que se queda dormido. La cabeza le cae hacia delante y no
aparta la mano de la mía.
Tengo suerte de que ya no pueda oír mi gemido de frustración.
3
Victoria
¿Dónde estás?
Eleanor dice que te has largado.
¿¿En serio??
Pues muy bien, genial la noche,
No te habrás largado con esos idiotas, ¿verdad?
Charles
Victoria
Val no ha dicho ni una sola palabra sobre la noche del baile, y eso me pone
nerviosa. Se ríe y me pasa un brazo por encima del hombro cuando salimos
de la sala. En lugar de dirigirnos a nuestras respectivas aulas, lo sigo fuera.
Yo no fumo, pero me apetece pasar tiempo con él, por lo que, me guste o
no, tengo que soportar el frío a su lado. Y aprender a vivir con el hecho de
que el pelo me apeste a tabaco. Quizá incluso prefiero esto a subir a
nuestras aulas con Henry, Emma, Olive y Sinclair. No me han pasado
desapercibidas las miradas que me lanzaba mi mejor amigo durante la
asamblea. No hemos vuelto a hablar y, en cierto modo, la situación se ha
vuelto incómoda. Bastará con que me acerque a él más tarde, pero ahora
estoy con Val, y quiero aprovechar que está de buen humor. Contaba con
que empezaríamos a discutir en el mismo momento en el que nos
reencontráramos.
—¿Cómo te ha ido el finde? —le pregunto mientras seguimos a sus
amigos.
Val aminora la marcha.
—Id tirando —les indica antes de detenerse frente a la salida del
claustro. Su voz adopta un tono distinto cuando sigue hablando—: ¿El
finde? ¿Que cómo me ha ido el finde...?
De repente soy demasiado consciente del peso de su brazo sobre mis
hombros. Val lo aparta y se planta delante de mí. La sonrisa ha desaparecido
de sus labios.
—Genial —espeta con la voz cargada de ironía—. Esperaba que me
respondieras algo, pero no me dijiste ni pío. Aunque, claro, eso ya lo sabes.
—Lo siento, Val —replico, y se me acelera el pulso mientras sigo
hablando—: No debería haberme marchado sin avisarte, pero estaba
cansada y...
—¿Dónde estuviste?
—Emma me escribió, y quise...
—Estuviste con él —me interrumpe Val con una expresión impenetrable
—. ¿Estuviste con él o no? —insiste al ver que titubeo—. No intentes
colármela.
—Bueno, sí —admito. Cualquier cosa será mejor que mentirle. Al final,
Val se enterará de todos modos y luego sí que se enfadará de verdad—.
Estuve con él. Sinclair iba muy borracho. Los otros me pidieron que los
ayudara y...
—¿Que los ayudaras? —exclama Val riendo—. ¿A qué? ¿A meterlo en la
cama?
Al ver que no digo nada, algo cambia en su rostro.
—Me cago en la puta, Tori. ¿En serio? ¿Te estás cachondeando de mí?
—pregunta, y no lo hace en voz alta, todo lo contrario. Me lo dice en voz
baja, lo que suena todavía más amenazador.
—Debería haberte avisado —insisto—. Lo siento mucho, Val.
—¿Hubo algo entre vosotros?
—¿Qué? —exclamo riendo presa del pánico.
Val me mira fijamente a los ojos.
—Ya me has entendido. ¿Pasó algo entre vosotros?
—¡No! —contesto, y en ese instante la impotencia que me embarga se
convierte en rabia—. Mierda, Val, no. Puedes creerme. Somos amigos y
punto. No quiero nada con Sinclair.
—Pero él sí quiere algo contigo —sisea—. Es más que evidente.
Se me forma un nudo en la garganta cuando pienso en las palabras que
me soltó Sinclair el sábado por la noche.
«¿Qué se siente...?»
Pues te sientes como una mierda. Porque de repente todo se ha vuelto
tremendamente complicado. Pero Sinclair es mi mejor amigo. No quiere
nada conmigo, porque, si así fuera, yo ya lo sabría.
—Val, te juro que no pasó nada —respondo poniendo énfasis en cada
una de las palabras, aunque eso no evita que Val las reciba con indiferencia,
como si le rebotaran en los oídos. Niego ligeramente con la cabeza antes de
empezar a reírme en voz baja—. Sinclair iba muy borracho y tuve que
quedarme con él, no quise dejarlo solo tal como estaba. Pero se quedó
dormido al instante. Y, si no me crees, lo siento mucho, pero no sé cómo
puedo convencerte de que te estoy contando la verdad.
Durante unos instantes, Val sigue fulminándome con la mirada, pero
luego se le suaviza un poco el gesto. Respiro aliviada cuando veo que
asiente.
—De acuerdo —me dice mientras se pasa la mano por la cara y suelta
aire de forma audible—. Vale, de acuerdo, te creo. Tienes razón, discutir por
algo así no es una buena base para empezar una relación.
Ni siquiera puedo asentir, estoy demasiado aturdida.
«No es una buena base.»
«Para empezar una RELACIÓN.»
—Pero ¿puedes comprenderme a mí, también? —me pide agarrándome
la mano. Cuando levanta la vista, me tiemblan las rodillas—. Te marchaste
de repente y no tenía ni idea de dónde estabas. Media hora antes nos
estábamos besando y luego... Odio ponerme celoso, pero no puedo evitarlo.
Cuando se trata de ti, simplemente me siento inseguro.
Cielos...
Val nunca me había dicho nada semejante. Parece que lo dice
completamente en serio. Sin embargo, en lugar de alegrarme noto que el
pánico empieza a apoderarse de mí.
—Os conocéis desde hace tanto tiempo, y yo... —prosigue, aunque hace
una pausa y agacha la cabeza un momento—. Me da miedo no poder
ofrecerte lo mismo que él.
—Val —empiezo a decir, pero de repente me doy cuenta de que no sé
cómo continuar. «Piensa algo, vamos. Di algo, Tori. Lo que sea»—. Eso es
una tontería, y lo sabes.
Val me mira de nuevo.
—¿Lo sé?
—Espero que ahora lo sepas —respondo con vehemencia acercándome
un poco más a él. ¿Se puede saber qué estoy haciendo?
Val me atrae hacia él, me pongo de puntillas y le doy un beso.
Simplemente lo beso en pleno día, en el pasillo del internado. Porque tenía
la sensación de que era necesario para demostrarle que lo nuestro va en
serio. Lo nuestro, él y yo. Porque me lo tomo en serio, ¿no?
Val me sujeta con más fuerza cuando intento apartarme de él. Sonríe,
pero veo algo en sus ojos que me da miedo.
—¿Has hablado ya con tus padres? —me pregunta.
—¿Sobre la cena? —pregunto esperando que me lo confirme asintiendo
—. Todavía no.
—Pues avísame cuando se lo hayas dicho. Si no vienes, yo también
necesitaré una excusa. Será insoportable sin ti.
—Iré —le prometo justo en el mismo instante en el que suena el timbre
que anuncia el inicio de la primera hora. Lanzo una mirada por encima del
hombro y, cuando me vuelvo de nuevo hacia Val, me agarra la cabeza con
dos dedos para besarme de nuevo.
Mariposas en el estómago. Un cosquilleo en la piel. Me besa como si
fuera lo más normal del mundo. Y encima está buenísimo. Valentine Ward
me besa en el pasillo. Entonces ¿por qué no puedo disfrutarlo?
—Prométeme que la próxima vez no te largarás sin decirme nada —me
pide, aunque más que una petición parece una exigencia.
Titubeo, pero al final cedo.
—Tenía la sensación de que te enfadarías.
—¿De que me enfadaría? —repite Val, y su tono de voz suena tan
incrédulo que me siento ridícula—. Por favor, no lo dirás en serio.
—Sí, yo... Lo siento, quizá mi reacción ha sido excesiva. Pero no hacías
más que hablar con tus amigos y...
—Tori, fui al baile contigo —replica mirándome con tanta intensidad
que el corazón me da un vuelco cuando me coge de la mano—. Los demás
me importaban una mierda.
Lo dice con tanta franqueza que tiene que ser verdad. Aunque el sábado
por la noche yo no tuviera esa sensación. Val me mira fijamente mientras
asiento.
—Joder, Tori, te besé. ¿Realmente creíste que prefería pasar el rato con
ellos que contigo?
No puedo más que encogerme de hombros.
—¿No te gustó?
—Sí —me apresuro a asegurarle—. Fue... Fue bonito.
—Bonito —repite Val, y en sus labios aparece una sonrisa burlona—.
¿Sabes? A mí también me pareció bonito, Victoria Belhaven-Wynford. Y la
próxima vez puedo enseñarte algo más que bonito.
Me quedo de piedra ante el comentario, pero sonrío de todos modos.
—De acuerdo. —«Mentirosa.»
—Me quedé preocupado, ¿sabes? —insiste pasándome el brazo por
encima de los hombros una vez más mientras nos dirigimos hacia las aulas
—. Te marchaste de repente, en plena noche. ¿Qué tipo de novio sería si eso
me trajera sin cuidado?
Novio...
«Sonríe. Es perfecto. Ahí está la prueba. Puede llegar a ser realmente
cariñoso y atento. Quiere lo mejor para ti y... ¿así se lo agradeces?»
Camino en silencio junto a Val. Me sobresalto cuando Neil le da una
palmada en el hombro al pasar. No dejo de pensar que debería estar más
contenta.
—¿Qué? ¿Ya has recogido el texto para la audición? —bromean un par
de alumnos más de último curso, y todos se ríen al unísono.
—Claro, tú dirás —responde Val. El estómago se me encoge al oír el
desprecio que empaña su voz—. ¿Para representar a Shakespeare con esos
perdedores? A nadie se le ocurriría apuntarse a hacer el ridículo de ese
modo delante de toda la escuela.
Los demás se ríen ante el comentario de Val, pero yo me quedo de
piedra.
A la parte más valiente de mi ser le gustaría replicar que las
representaciones teatrales de los últimos años han sido cualquier cosa
menos ridículas. Más bien todo lo contrario. Las obras eran inteligentes y
emocionantes, los actores y actrices hicieron un trabajo formidable. Cada
año me sorprendo al ver cómo el señor Acevedo se las arregla para que la
obra quede redonda en pocos meses. Y para que cada año la interpretación
de Romeo y Julieta sea completamente distinta. Porque esa era la única
especificación que daba el señor Acevedo: cada clase de último curso tenía
que representar la obra y apropiársela de un modo u otro. Seguramente no
es normal que desde hace años me imagine en el papel de Julieta sobre el
escenario. Esta sería mi oportunidad de conseguirlo antes incluso de lo
esperado. Y, aunque no me seleccionaran para hacer de Julieta, al menos
podría ganar algo de experiencia para representar mejor el papel al año
siguiente, con nuestro curso. No me hago ilusiones sobre lo de conseguir el
rol protagonista porque estoy segura de que lo interpretará Eleanor.
—Deberíamos ir a las audiciones —propone Val mientras aparta el brazo
de mis hombros cuando nos paramos delante de su aula—. Seguro que será
divertido.
—Yo traeré las palomitas —añade Neil riéndose de su propia broma.
—Pues yo tenía previsto presentarme a la audición —declaro.
—¿Que qué? —exclama Val mirándome con incredulidad—. ¿En serio?
No me creo que quieras participar de verdad. Todo el mundo sabe lo
penosas que son esas funciones. Sobre todo la del año pasado; vamos,
hombre, ¿qué se suponía que era eso?
—A mí me pareció realmente guay —murmuro pensando en la
escenificación moderna de la obra, en la que seguí pensando durante todas
las vacaciones de verano.
Esa representación me cambió de algún modo, y sé que a mis amigos les
ocurrió lo mismo. Sinclair quedó tan fascinado que desde entonces forma
parte del equipo de guionistas. Es algo que encaja con él, lleva la narrativa
y la dramaturgia en la sangre. Aunque con la cantidad de películas y series
que ve, no me extraña. Gracias a él sé que han retrasado las pruebas para la
obra de este curso hasta después de Año Nuevo porque los guionistas no
terminaban de ponerse de acuerdo. Normalmente el casting empieza a
finales de otoño, de manera que haya tiempo de sobra para ensayar antes de
las vacaciones de verano.
—Fue estrambótico que te cagas —opina Val—. Cuando todos entraron
con las máscaras gritando, pensé: «Tío, pero ¿esto qué es?». —Los demás
se ríen. Yo no me uno a ellos, pero tampoco les llevo la contraria—.
Además, a ti no te interesa el mundo del teatro, ¿verdad?
Ojalá se diera cuenta de lo mucho que me gustaría hablar sobre eso con
él, pero no puedo. Por suerte, la señora Ventura dobla la esquina del pasillo
en ese mismo instante y hace entrar a los chicos en el aula. Yo también
debería ir a la clase de Inglés con la que empieza mi semana. Desde que el
señor Ward dejó la Dunbridge Academy es el señor Acevedo quien da esa
asignatura y, aunque no es tan severo, no tolera la falta de puntualidad.
Val se inclina hacia mí.
—Hasta luego —murmura.
Los otros lo animan con silbidos y gritos mientras me besa.
Asiento y sonrío. Me doy la vuelta y echo a correr para reunirme con mis
amigos.
4
Charles
Victoria
La casa de los Ward es una joya en medio de los vastos campos que quedan
al norte de Edimburgo. El camino de acceso empedrado es digno de un
castillo, y la escalinata curva que sube hasta la entrada es tan imponente
como los techos de cuatro metros de altura. Aunque el edificio es
patrimonio histórico protegido, los baños y la cocina están equipados con la
tecnología más moderna. Se puede oler, literalmente, el dinero que tienen
los Ward. No me extraña, al fin y al cabo esta propiedad es el buque
insignia de su apellido.
Val lleva un traje oscuro que se ajusta como un guante a sus esbeltos
hombros. Me saluda con un beso en la mejilla después de dar la mano a mis
padres y de asentir hacia William. Cuando mamá, papá y mi hermano
siguen a Veronica Ward hasta el salón de la chimenea mientras el servicio
cuelga nuestras chaquetas en el ropero, Val aprovecha para besarme en la
boca.
—Val —murmuro apartándolo un poco de mí. Mis padres no son
mojigatos, pero el hecho de besarnos delante de ellos me parece fuera de
lugar—. Aquí no.
Se me queda mirando con una sonrisa burlona cargada de arrogancia.
—Vaya, ¿no quieres que se enteren de lo nuestro? Me gusta.
—No es eso —replico con un susurro mientras seguimos a los demás por
el pasillo.
Mis padres, William y los Ward se han plantado frente a uno de los
cuadros que decoran las paredes. Es un Jean-René Matignon, un cuadro que
mamá adquirió en subasta durante una de sus últimas visitas a Art Basel;
Veronica Ward se lo compró antes incluso de que pudiera exponerlo en la
galería.
—Tenías razón, es perfecto para esta sala —admite mamá antes de
rechazar con un agradecimiento el aperitivo que le ofrece la sirvienta.
—Te lo ruego, Charlotte, brinda conmigo. Y tú también, George.
Veronica Ward le hace una seña a su empleada para que se acerque de
nuevo y le coge dos copas de champán de la bandeja. Mamá titubea y,
cuando veo que la acepta, el corazón me da un vuelco. Papá no comenta
nada, pero mira con severidad a mi madre.
«Es una comida de negocios, no podía rechazarla. No significa nada,
relájate.»
Val nos tiende a William y a mí sendos vasos de zumo de naranja antes
de coger el último de la bandeja. Me parece casi ridículo, después de
haberlo visto bebiendo ginebra a morro y esnifando cocaína durante el baile
de Año Nuevo. Es posible que él también se esté acordando de ello, porque
en sus ojos brilla algo desafiante cuando brinda conmigo.
—Me alegro de que hayáis venido —dice Veronica Ward—. Hacía
demasiado tiempo que no nos veíamos. William, Victoria, me ha costado
reconoceros.
Esbozo una sonrisa cordial y le agradezco la invitación en mi nombre y
en el de mi hermano. Val está de pie a mi lado mientras nuestros padres
siguen charlando. Y aunque los demás no lo ven, cuando posa una mano en
mi espalda se me pone la piel de gallina. Con la yema de los dedos empieza
a reseguir el encaje negro que bordea el vestido entallado que he combinado
con unas medias opacas y unos elegantes mocasines de charol.
—Estás muy sexy —me susurra al oído antes de volverse y brindar con
Will.
No es ningún secreto que mi hermano no soporta a Valentine. Aun así,
responde cuando le pregunta cómo le va a Kit y se interesa por los
entrenamientos de tenis. Cuando la sirvienta nos invita a pasar al comedor,
Will me lanza una mirada elocuente y pone los ojos en blanco apenas un
instante.
Por suerte, Val no se da cuenta de nada. En la larga mesa ocupa el
asiento que queda justo delante del mío. A su lado está su madre, que
empieza a charlar conmigo sobre las clases y sobre mi blog de libros.
Aunque se esfuerza en mostrar interés, su mirada crítica cuando menciono
Instagram y TikTok me revela lo que piensa realmente acerca de mi afición:
que no es gran cosa, porque el tiempo que dedico a las reseñas de libros y a
vídeos de entretenimiento no vale la pena. Mamá y papá jamás me
prohibirían ser tan activa en las redes sociales, pero sé que va en contra de
la discreción que suele cultivarse en nuestro círculo social. Apostaría mi
ejemplar firmado de Hope Mackenzie a que Veronica Ward no tiene la
menor idea sobre lo que cuelga su hijo en Instagram. Val fue lo bastante
listo para no abrir una cuenta con su verdadero nombre. Seguramente su
madre se la habría bloqueado de inmediato al ver la afición que tiene su hijo
por publicar selfis sin camiseta después de cada entreno o frente al espejo
del gimnasio. #Shredded, #NoExcuses. Por no hablar de los miles de
seguidores que dejan comentarios, a menudo desconcertantes, bajo las
fotos.
Mi batería social empieza a agotarse mientras el servicio recoge los
platos de los entrantes.
Val charla con mi padre sobre la temporada de rugby mientras llega el
plato principal. Me fijo en la copa de vino de mi madre y luego miro a
William, que me devuelve la mirada enseguida. Parece al menos tan tenso
como yo.
No acaba siendo una sola copa. Durante el postre le sirven la tercera.
Está sentada muy erguida y charla animadamente con Veronica sobre su
hija, Philippa. Val no interviene en la conversación. Clava la mirada en el
plato mientras sus padres hablan sobre la universidad de Pippa y las
distinciones que recibió el semestre pasado.
—Estaréis muy orgullosos —constata papá—. Igual que de Valentine.
Liderar el equipo de rugby no es una tarea menor.
Veronica Ward asiente.
—Philippa demuestra una ambición inaudita. Nunca se ha conformado
con la mediocridad.
—Esa determinación la ha heredado de ti —la elogia el padre de Val.
—Gracias, August —replica ella limpiándose la boca con la servilleta—.
Philippa se especializará en Derecho europeo. Es una carrera exigente, pero
trabajar duro tiene sus recompensas.
—Es una lástima que hoy no haya podido venir —comenta mamá.
—Sí, ¿verdad? Casi no le vemos el pelo. Cada vez que tengo cosas que
hacer en Londres intentamos comer juntas para ponernos al día.
—¿Y tú qué tienes pensado hacer después de la graduación, Valentine?
—le pregunta papá.
Val levanta la cabeza.
—Creo que estudiaré Finanzas en Cambridge. Siempre que consiga
graduarme.
—Por supuesto que te graduarás —interviene su madre con un tono de
voz que no admite réplicas—. Si te concentras en las clases y no tanto en el
deporte, no veo por qué no deberías aprobar.
—Ya falta poco, ¿verdad? —pregunta mamá.
—Los exámenes empiezan dentro de unas semanas —anuncia Veronica
Ward, asintiendo, y luego hace una pausa—. ¿Estás segura de que no te
apetece repetir, cariño? —pregunta dedicándole una breve sonrisa a la
sirvienta antes de mirar a Val. Durante unos instantes se hace el silencio en
la mesa. La incomodidad me invade al ver cómo él se entumece. Primero se
queda pálido, y luego se sonroja y niega con la cabeza.
—No, claro que no —responde evitando mi mirada cuando intento
establecer contacto visual con él. Debería decir algo, pero tengo los labios
paralizados.
—Val cuida mucho su forma física durante los partidos, ¿sabéis? —
explica Veronica Ward—. Se acerca el último partido de la temporada.
Aunque eso no significa que luego tengas que descuidarte como has hecho
con las notas —añade riendo como si fuera una broma secreta entre ellos.
A Val se le ponen las orejas un poco más coloradas y luego se instala de
nuevo en su rostro esa expresión de fría arrogancia. Coge su vaso de agua y
ni siquiera levanta la mirada de la mesa. No obstante, veo que le tiemblan
los dedos, aunque no sé si es por vergüenza o debido a la rabia que siente.
Lo único que tengo claro es que no me parece bien que su madre lo ponga
en evidencia de ese modo delante de todos. En el comedor he visto cómo
Val renunciaba a la guarnición de los platos en más de una ocasión, y a
menudo no sale del gimnasio hasta última hora. No puedo imaginarme a
alguien que se merezca más repetir un plato. Sobre todo porque, en general,
es poco probable que su madre vaya comentando las costumbres
alimentarias o la figura de otras personas. Aunque, por lo visto, soy la única
a quien parece molestarle esa presión.
A veces temo que la burbuja de tolerancia que forman mis amigos y las
personas a las que sigo en Instagram y TikTok no esté reflejando la realidad
de un modo fiel.
August Ward le da las gracias a la sirvienta y esta procede a retirarse.
Levanto la mirada cuando Val murmura una disculpa y también se dispone
a salir del comedor.
A nadie parece importarle que se marche. La conversación se centra
ahora en la cantidad de venados que pueblan la finca de los Ward y, puesto
que de ninguna manera quiero oír cómo el padre de Val cuenta sus hazañas
como cazador, yo también me disculpo y me levanto de la mesa.
En lugar de ir al baño, ya en el pasillo subo la escalera hasta la primera
planta. Hacía muchos años que no entraba en esta casa, pero todavía me
acuerdo de cómo se llega a la habitación de Val. La puerta está solo
entornada, y estoy a punto de llamar con los nudillos cuando oigo un leve
ruido detrás. Con cuidado, empujo la puerta para abrirla.
La camisa blanca le queda tensa sobre los hombros mientras Val hace
flexiones a un ritmo frenético. Cuando una tabla del suelo cruje bajo mi
peso, vuelve la cabeza hacia mí y se me queda mirando fijamente. Su
expresión se vuelve fría de nuevo en cuanto me reconoce.
—¿Qué quieres? —me espeta mientras se pone en pie.
Me quedo junto a la puerta y él se vuelve para bajarse las mangas de la
camisa.
—¿Estás bien? —pregunto con cautela mientras él se abrocha los
gemelos de los puños.
—Sí —responde sin mirarme.
Cuando me acerco a él, se da la vuelta.
—¿Buscas el baño? Está abajo, la primera puerta a la izquierda.
Me sorprende lo mucho que me duele su rechazo. Esta faceta de Val me
provoca dolor de barriga y me quita el sueño por las noches, porque solo
puedo especular sobre lo que estoy haciendo mal. Por qué no se abre
conmigo por más que lo intente todo, que sea atenta y considerada con él.
Por lo visto, solo consigo enervarlo. Ahora, en este preciso instante, es más
que evidente.
—Val —le digo en voz baja—. ¿Es por lo que ha dicho tu madre?
El resplandor herido en sus ojos me demuestra que estoy en lo cierto a
pesar de que desaparece en una fracción de segundo y suelta una carcajada.
—No me digas que crees que es por eso —me suelta con una mirada
furiosa—. Me importa una mierda lo que diga, ¿vale?
Durante unos instantes me limito a mirarlo, hasta que vuelvo a encontrar
las palabras.
—Sí, lo siento. Solo pensaba que...
—No seas ridícula —murmura antes de pasar por mi lado para salir de la
habitación.
Cuando tengo claro que realmente me ha dejado ahí plantada, ya está
bajando por la escalera. La impotencia y la decepción se instalan en mi
pecho. Pero también hay algo más: la rabia que siento por la forma en la
que Val me ha hablado. Me preocupaba por él, quería estar a su lado. ¿Y así
me lo agradece?
Durante unos segundos me quedo atónita, de pie junto a la puerta de su
habitación. Luego me obligo a seguirlo hasta abajo. O al menos eso es lo
que me propongo, porque se ha parado en la escalera. Los hombros le van
arriba y abajo antes de darse la vuelta hacia mí. Noto en el estómago el
dolor que expresa su rostro. Me acerco a él y extiende una mano hacia mí.
—Perdóname, por favor. No quería hablarte de ese modo.
Me lo dice en voz baja, y al oírlo las rodillas me tiemblan.
—Ya está olvidado —le aclaro enseguida.
—No, Tori. Yo...
—Lo que ha dicho tu madre no ha estado bien, Val.
Levanta la cabeza y en sus ojos percibo algo herido que no había visto
hasta el momento.
—No lo ha dicho con mala intención —la defiende apocado.
—Da igual la intención. Lo importante es lo que te ha provocado —
insisto—. Y tal vez deberías hablar con ella sobre eso.
—¿Sobre qué? —replica enseguida. Su voz suena más brusca, por lo que
decido que vale más que me ande con cuidado si no quiero que se encierre
en sí mismo de nuevo.
—Sobre lo que ha dicho durante la cena.
—¿A qué te refieres?
—Val, ¿crees que es sano dedicar varias horas al día al deporte y solo
tomar proteínas y verduras?
—Si quieres jugar al rugby a este nivel, es lo que hay —contesta con
frialdad.
—La cuestión es si lo estás haciendo porque te divierte o para huir de lo
que sientes en realidad.
He metido el dedo en la llaga, estoy segura de ello cuando veo cómo se
aviva algo en sus ojos. Intenta retirar la mano, pero se la agarro con fuerza.
—Lo hago porque quiero ser el mejor, nada más, ¿de acuerdo? —sisea,
pero al mismo tiempo detecto cierta resignación en sus palabras. Me
gustaría responderle un montón de cosas, pero el instinto me dice que solo
chocaría contra un muro si sigo por ahí. Val nunca se había mostrado tan
vulnerable conmigo. Debe de sentirse entre la espada y la pared, por lo que
decido no seguir acorralándolo. Necesita tiempo para reconocer que tal vez
algunas cosas no son como deberían, y no me corresponde a mí hacérselo
ver. Él mismo se dará cuenta, estoy segura.
Me aparto un poco y noto que la distancia física lo ayuda a relajarse un
poco.
—Puedes hablar conmigo de lo que quieras, lo sabes, ¿verdad?
Se le tensan los músculos de la mandíbula, pero al final asiente. Su
mirada me recorre el rostro y luego se acerca de nuevo a mí.
—No te merezco, Victoria Belhaven-Wynford —susurra antes de
besarme.
Noto la balaustrada de la escalera en la espalda y mariposas en el
estómago. Solo nos separamos cuando oímos pasos en la planta baja. Es
William, que va al baño, y estoy segura de que no es más que una excusa,
porque enseguida levanta los ojos hacia la galería. No dice nada al vernos,
pero no se mete en el baño de invitados cuando le doy a entender sin
palabras que todo va bien.
Al parecer nuestros padres no se han dado cuenta de nada cuando, poco
después, ocupamos nuestros lugares en la mesa. Val y yo no volvemos a
hablar mucho más, pero tampoco es necesario. Las miradas furtivas y los
breves contactos con los pies valen más que mil palabras.
Cuando por fin nos marchamos y Val nos sigue por el pasillo, se coloca
detrás de mí. Papá extiende el brazo hacia mamá cuando esta ya se ha
puesto el abrigo. Para lo que ha bebido hoy parece sorprendentemente
sobria, aunque eso me provoca dolor de barriga, ya que sé que en realidad
no puede significar nada bueno. Es el efecto del hábito, una mayor
tolerancia que me indica que ha vuelto a beber con regularidad.
Val me agarra del brazo después de que me haya despedido de sus
padres. Se gira para mirarlos un instante, pero en esos momentos hablan
con mis padres, que ya están bajando la escalera.
—Gracias —dice mirándome fijamente a los ojos—. Por venir y... por lo
de antes.
—Cuando quieras, ya lo sabes —respondo, luego dirijo una mirada
fugaz hacia un lado. No sé por qué, pero tengo la sensación de que no
estaría bien besar a Val delante de nuestras familias para despedirme de él.
No sé si él piensa lo mismo o si puede leerme los pensamientos en la cara,
pero el caso es que se inclina hacia delante y sus labios rozan mi mejilla.
—Nos vemos en clase —murmura antes de repetir el gesto en el otro
lado—. Te escribo.
Asiento.
—Sí, por favor.
—Que tengáis un buen viaje de regreso.
Levanta el brazo para saludarnos cuando por fin me siento en el coche.
Aunque no nos hemos peleado, mi mente no para de volver al momento en
el que he entrado en la habitación de Val.
«¿Qué quieres?»
«No seas ridícula.»
Se ha disculpado, y después hemos podido hablar bien. Val nunca se
había mostrado tan vulnerable conmigo, eso ha sido un progreso del que
debería alegrarme. Apoyo la cabeza en la ventanilla mientras el corazón me
late a toda prisa. Y no se apacigua durante todo el trayecto de vuelta a casa.
Charles
Victoria
Charles
Victoria
Pocas cosas del internado me fastidian tanto como la carrera matinal, pero
sin duda el servicio de comedor es una de ellas. El universo parece estar
gastándome una broma de mal gusto, porque esta semana me ha tocado
preparar las mesas del comedor justo con Olive. En el caso del desayuno,
eso significa que por desgracia no podré librarme de la carrera matinal y
que tendré veinte minutos menos para ducharme y vestirme.
Olive se dedica a ignorarme después de murmurar un saludo y asentir
levemente con la cabeza. La situación es insoportable, y lo peor de todo es
que no comprendo cómo he podido llegar a esto con mi mejor amiga.
Noto la rabia que siente. Va colocando los platos y las tazas con más
ruido del necesario. En circunstancias normales estaríamos charlando y nos
distraeríamos tanto que Joseph tendría que llamarnos la atención varias
veces desde la cocina, pero hoy sucede exactamente lo contrario. Ponemos
las mesas en silencio, y tampoco nos dirigimos la palabra mientras
recogemos las cestas de panecillos y los termos de café y de té de la cocina.
Olive baja la cabeza cada vez que nos encontramos de frente.
No estoy segura del todo, pero parece que hubiera estado llorando.
—¿Todo bien? —le pregunto en voz baja cuando terminamos y nos
detenemos un momento frente a la mesa.
En lugar de responderme, se limita a suspirar de forma audible. Veo que
pone los ojos en blanco, parece enfadada. Su actitud me sienta como un
puñetazo en la boca del estómago.
—Livy —insisto con un susurro.
—No tengo nada que decir, Tori.
Niego con la cabeza.
—Pues yo creo que sí. No me mientas, Olive. ¿Por qué no me cuentas
qué ocurre? ¿Cuál es el problema?
—No hay ningún problema.
—¿De verdad te da igual estar así? —pregunto, y no puedo evitar alzar
un poco la voz—. ¿Te da igual todo? ¿Tus amigos, las clases..., yo?
Olive mantiene su expresión bajo control. La mirada de sus ojos verdes
es fría como el hielo, pero la veo tragar saliva, y luego asiente.
—Si realmente quieres saberlo, sí... Supongo que es eso.
Sus palabras me duelen en el corazón, pero intento que no se me note.
—¿Cómo puedes decir algo semejante? —susurro.
—Porque es la verdad —replica, y se le rompe un poco la voz con la
última palabra. Lo que significa que miente. Conozco a Olive Henderson
desde hace más de seis años y sé que, por algún motivo que no acierto a
comprender, se cree capaz de salir sola de cualquier situación. No está bien,
es evidente que no está bien, pero, en lugar de reconocerlo y dejarse ayudar,
se dedica a alejar a todos los que nos preocupamos por ella.
Aunque también es posible que me haya equivocado por completo
respecto a Olive y a nuestra amistad. No sé cuál de las dos ideas me parece
más dolorosa.
Durante unos instantes nos quedamos una frente a la otra sin movernos,
hasta que Olive se da la vuelta justo cuando los primeros alumnos entran en
el comedor.
Hace solo unas semanas habría seguido a mi mejor amiga sin dudarlo ni
un momento. Ahora, no obstante, mis piernas tardan unos segundos en
ponerse en movimiento. No sé qué decirle. Me acaba de dejar más que claro
que no quiere hablar conmigo, pero no puedo quedarme de brazos cruzados,
fingiendo que no ha ocurrido nada de nada.
Esquivo a los grupitos de alumnos de quinto, pero cuando llego a las
puertas dobles Olive ya ha desaparecido. Y encima me encuentro de frente
con Val.
—Hola —me saluda tras quedarse atrás respecto a sus amigos—. ¿Te has
olvidado de algo?
—¿Qué? —murmuro, y me paro al ver que Olive tampoco está en las
arcadas—. Lo siento, no, yo... Da igual.
—Estás muy guapa esta mañana —me dice Val de repente.
Me quedo de piedra. Durante unos instantes espero que añada alguna
broma a su cumplido, que se ría y me diga algo como: «Deberías haber
visto la cara que has puesto». Sin embargo, no ocurre nada ni remotamente
parecido.
—Gracias —respondo, y titubeo tanto que casi suena como una
pregunta.
—Uau, veo que lo de encajar cumplidos no se te da precisamente bien —
comenta riendo—. Seguiremos practicando, pues —añade, y me envuelve
con un brazo mientras me lleva de nuevo hacia el comedor. Me obligo a
forzar una sonrisa—. ¿Y bien? ¿Qué hay de nuevo?
—Nada —respondo—. Me ha tocado servicio de comedor.
—Vaya mierda —repone con un gemido.
—¿Cómo te fue ayer el entrenamiento? —pregunto.
—Bien, bien. Oye, ¿qué piensas hacer este fin de semana? Estaremos de
fiesta en la mazmorra, ¿te apuntas?
Se me queda mirando con tanta expectación que no puedo evitar asentir,
y eso que el sótano en el que celebran fiestas los de último curso es el
último lugar al que me apetece ir.
—Claro —respondo de todos modos, porque no quiero decepcionarlo.
Pasaré una horita con ellos en el viejo sótano antes de arrastrarme hasta la
cama.
—Perfecto, te escribo —replica mientras me suelta—. Por cierto, ¿quién
salió elegido en la audición? ¿Louis y Eleanor?
¿Val no lo sabe? ¿Cómo es posible, cuando sé por experiencia que el más
mínimo cotilleo corre como la pólvora por esta escuela? Pero, bueno, ayer
estuvo hasta última hora en el entrenamiento de rugby y tal vez todavía no
se ha enterado. Porque durante la cena no lo vi por ninguna parte.
Vuelve la cara hacia mí una vez más al ver que dudo.
—¿Cogieron a otra persona? La verdad es que celebraría que en lugar de
Eleanor fuera una chica de undécimo.
—No, el papel de Julieta lo interpretará ella —respondo con voz
monótona.
—¿Y el de Romeo?
Me gustaría cerrar los ojos y desaparecer de aquí antes de abrirlos otra
vez.
—Sinclair.
Es ridículo.
—¿Sinclair? —repite Val con incredulidad, tras lo que suelta una
carcajada forzada—. Mierda, vaya dos se han ido a encontrar. ¿No estaba
colgado de Eleanor?
La pregunta me sienta como si me clavaran un cuchillo afilado entre las
costillas y lo giraran poco a poco. Me encojo de hombros de mala gana.
—Ni idea.
—Bueno, a ver si así te deja en paz de una vez —comenta.
Empiezo a marearme. Si supiera que eso es justo lo que me preocupa...
Que mi mejor amigo y la chica de la que está secretamente enamorado
interpreten a la pareja romántica más famosa de la historia. Durante los
próximos meses pasarán mucho tiempo juntos. Para conocerse, para
ensayar... Mierda, se besarán. Me quedo helada con solo pensarlo. Sinclair
besará a Eleanor Attenborough y yo me limitaré a aplaudirlo junto con el
resto de los alumnos.
—¿No te alegras de haberte ahorrado la vergüenza de presentarte a la
audición?
Intento no sobresaltarme y me limito a asentir. Como si no me hubiera
pasado media noche en vela imaginando cómo habría transcurrido la tarde
si me hubiera atrevido a subir al escenario. Quizá no me habría llevado el
papel de Julieta, pero al menos podría haber tenido alguna posibilidad de
interpretar a la nodriza o a la señora Capuleto. Pero no, al final no haré nada
de eso, solo me quedaré frustrada que te cagas y cabreada con Eleanor y
Sinclair. Y conmigo misma. Y también, para ser totalmente sincera, quizá
un poco con Val. Me doy cuenta de que incluso he contribuido a reforzar
sus ideas respecto a la audición en lugar de intentar convencerlo de lo
contrario.
—¿De verdad crees que no habría tenido ninguna oportunidad? —
pregunto.
Val se me queda mirando.
—Bueno, no tienes experiencia sobre el escenario, ¿no?
Me encojo de hombros.
—Sinclair tampoco.
—Por eso hará el ridículo, ya lo verás. Y no quieres que eso te ocurra a
ti.
Trago saliva. ¿Cómo sabe lo que quiero y lo que no quiero?
—Ya verás como me lo agradecerás —asegura dándome unas palmaditas
en la espalda—. A más tardar antes de las vacaciones de verano, cuando
todo el internado se ría con su actuación.
Charles
Realmente en esta escuela hay gente todavía más desdichada que yo, por
mucho que me hayan concedido ese puto papel protagonista. Cuesta de
imaginar, pero es cierto. El ambiente durante la siguiente reunión de guion
está tan cargado que podría cortarse con un cuchillo de untar mantequilla.
Florence parece inquieta, mientras que Amara, Quentin y Ho-Wing están
más bien desesperados.
—El puto papel protagonista... No sé cómo te imaginas que será eso —
repite Ho-Wing—. Hacia el final tendrás ensayo todos los días.
—Sí, hacia el final —repito—. Cuando el guion ya esté escrito del todo
y no tengamos nada más que hacer aquí.
—Sinclair, creo que lo estás subestimando todo un poco —interviene
Florence—. De todos modos, solo somos nosotros cinco y vamos muy
retrasados. Los últimos años, a estas alturas ya estaba todo escrito.
—Podemos escribir de forma paralela a los ensayos —propongo—. De
hecho, incluso me parece práctico ensayar e ir desarrollando el texto sobre
la marcha. Así los diálogos quedarán más naturales.
—Acabará siendo caótico —sentencia Amara.
—Yo también he estado pensando en todo esto y creo que sería mejor
separar las dos cosas —opina Florence mirándome.
—¿Separarlas? —exclamo, y tengo que tragar saliva—. ¿A qué te
refieres?
—Por algo existe un club de guion y otro de teatro. No me parece una
buena idea mezclar las dos cosas.
—¿Lo que significa que...?
—Creo que deberías decidirte por una de las dos.
Lo dice en serio. Abro la boca para responder, pero soy incapaz de decir
nada.
—¿O vosotros lo veis de otro modo? —pregunta Florence volviéndose
hacia Amara, Quentin y Ho-Wing, que por supuesto deciden apuñalarme
por la espalda dándole la razón.
—Es injusto —me quejo—. Dijisteis que no sería ningún problema que
yo...
—Que interpretaras un papel menor —me interrumpe Quentin—. Pero
no se me había ocurrido la posibilidad de que el señor Acevedo te asignara
el papel de Romeo.
Hundo los codos en las rodillas y me froto el puente de la nariz con los
ojos cerrados. Me gustaría decir algo como: «No lo lograréis sin mí», pero
por desgracia no soy tan arrogante. Soy consciente de que Florence podría
tener razón, que probablemente hay buenos motivos por los que los actores
principales no participan en la redacción del guion y viceversa.
—Además, eres de undécimo —añade Florence en un tono algo más
conciliador—. Podrás volver a participar en la redacción del guion el año
que viene.
Trago saliva con dificultad. O también podría interpretar el papel de
Romeo el año que viene. Seguramente eso sería mucho más sensato.
Eleanor, Louis y los demás alumnos de último curso no me han transmitido
la sensación de que les haya arrebatado nada, pero de todos modos tengo
remordimientos de conciencia. Por no hablar de que sería menos
conflictivo, ya que no tendría que actuar con Eleanor, sino que podría
hacerlo el año que viene con Tori. Porque de una cosa estoy seguro: no
pienso permitir que se amilane otra vez y no se presente a la audición.
Incluso yo he conseguido que me acepten, y eso que no me había preparado
en absoluto.
Visto objetivamente, sería mejor para todos los implicados que fuera a
ver al señor Acevedo y rechazara el papel. Sin embargo, una parte de mí
está ansiando volver a vivir lo que experimenté sobre el escenario el
miércoles por la tarde. Jamás había sentido nada parecido, fue una locura, y
quiero revivirlo como sea. Quiero olvidarme de lo que ocurre a mi
alrededor y volver a sentirme así de ligero. Lo quiero a cualquier precio.
Es lo más parecido a cuando monto a Jubilee o a cualquiera de los
caballos de la Dunbridge Academy al galope por el pequeño claro que hay
en la parte llana del camino forestal. A rienda suelta y levantado sobre la
silla, para aliviarle el peso. Con ritmo, con visión de túnel, sincronizado con
el movimiento y lleno de adrenalina. Es como volar. No tenía la menor idea
de que pudiera sentirse algo parecido sobre el escenario de un rancio teatro
escolar.
—Sinclair, no pasa nada —me dice Florence, y cuando vuelvo a abrir los
ojos con un sobresalto veo que la tengo justo delante—. Tienes que hacer lo
que más te guste.
Suelto un suspiro.
—¿Y cómo os las arreglaréis vosotros cuatro?
Florence se encoge de hombros.
—Ya encontraremos a alguien que tenga ganas de ayudarnos.
—Podríais proponérselo a Tori —sugiero sin pensar.
Florence se me queda mirando con el ceño fruncido.
—¿Tori escribe?
—No, pero lee mucho.
—Sí, sobre todo basura, a juzgar por los vídeos que cuelga —murmura
Quentin, y agacha rápidamente la cabeza cuando lo fulmino con la mirada.
—No son basura, son novelas románticas para jóvenes adultos —le digo,
y es que ya hace tiempo que adopté de la forma más natural la respuesta que
suele dar Tori a esa clase de comentarios provocadores.
—Te refieres a material para que las adolescentes salidas se masturben
—replica Quentin con una risita—. Aunque ahora ya no las necesita, Ward
le proporciona su propio material.
Se queda de piedra cuando me levanto de mi silla de un salto con los
puños apretados.
—Retíralo —le ordeno dando un paso amenazador hacia él. Quentin
levanta las manos a la defensiva.
—Vale, vale, tranquilo, solo era una broma.
—Eh —exclama Florence rompiendo el silencio sepulcral que se impone
tras ese encontronazo. Amara tira de mi manga para calmarme y Ho-Wing
pone los ojos en blanco—. Controlaos.
—Cierra el pico, ¿de acuerdo? —gruño en dirección a Quentin evitando
la mirada amenazadora de Amara.
Quentin suspira de forma casi inaudible y niega con la cabeza, lo que
supongo que significa: «¿Por qué no?». La sangre me hierve mientras me
siento a regañadientes. Cómo me gustaría pegarle un puñetazo, aunque
tengo claro que mi reacción es absolutamente exagerada. Además, es
posible que Quentin tenga algo de razón. Respecto a lo de Tori y Val, al
menos, porque el resto eran todo idioteces. Pero quizá Tori ya no lee tanto
como antes porque está todo el tiempo con Val y... A la mierda, no quiero
seguir pensando en ello.
—¿Podemos bajar el tono de una vez? —nos grita Florence a Quentin y
a mí. Clavo la mirada en las viejas tablas del suelo de la biblioteca.
—Para ser honestos, Romeo y Julieta también es una birria, si queréis
verlo así —murmura Amara—. Solo que sin final feliz.
—Romeo y Julieta es un clásico —la contradice Quentin enseguida, con
lo que solo consigue que Amara ponga los ojos en blanco.
—Las novelas de Colleen Hoover también lo acabarán siendo dentro de
unos años.
—Tíos, en serio —los interrumpe Florence—. Si tú —añade mirando a
Quentin— no te olvidas de esa idea medieval de la literatura, tal vez
deberías dejar el grupo como ha hecho Lowell. Y te pido por favor que te
olvides de ella, porque no podemos prescindir de otro miembro.
Quentin se reclina en su asiento de brazos cruzados, pero la verdad es
que parece algo culpable. Veo en sus ojos que en realidad le gustaría seguir
contando conmigo en el grupo, y que no me habría hablado así si no fuera
por la frustración que siente.
—Y ¿dices que a Tori le gustaría participar en la redacción del guion? —
pregunta Florence con una leve esperanza en la voz—. Si lee tanto, seguro
que tiene facilidad para la narración y el lenguaje.
—En cualquier caso, tendríais que preguntárselo —opino—. Estoy
seguro de que lo haría bien.
Puede que esté enfadado con Tori, pero no soy un mal amigo. Sé que
podría divertirse con esto. Y así volvería a hacer algo que le guste sin que
ese asqueroso de Valentine la obligue a renunciar a sus sueños.
—Se lo preguntaré —asegura Florence mirándome—. ¿Significa eso que
a partir de ahora tendremos que renunciar a ti?
Titubeo cuando me doy cuenta de que los cuatro se me han quedado
mirando. Pienso de nuevo en esa sensación que se apoderó de mí en el
escenario, en la certeza de que poseo un talento que había ignorado por
completo hasta entonces.
Y asiento poco a poco.
Supongo que eso lo dice todo.
Victoria
Leo el mensaje tres veces, pero, por sorprendente que sea, el contenido
no cambia. ¿Significa eso que Sinclair ya no está en el equipo de guion?
¿Lo ha dejado para poder ensayar tranquilo con Eleanor Attenborough?
¿Y ahora tengo que ser yo quien escriba las escenas románticas entre ellos
dos? No veas la ilusión que me hace eso.
Dejo el móvil a un lado y hundo la cara en las manos un momento.
Estoy celosa. Es eso, ¿verdad? Y si lo estoy, ¿de qué? Estoy saliendo con
Valentine. No tengo ningún motivo para sentirme tan mal solo porque mi
mejor amigo tenga la oportunidad de acercarse a la chica que le gusta.
Debería apoyarlo y darle consejos para que se gane el corazón de Eleanor.
Pero no puedo. Solo siento esa asquerosa impotencia cada vez que pienso
en cómo todos aplaudieron sus audiciones. Porque Sinclair es un Romeo
extraordinario y Eleanor es perfecta como Julieta y desprende mucha
seguridad en sí misma.
Eleanor y Sinclair. Mis pensamientos están envenenados, quiero que esto
acabe de una vez. ¿Por qué tuvo que presentarse a la audición? ¿A qué vino
eso? Lo que quería era escribir el guion, ¿y ahora de repente prefiere el
escenario? ¿Lo ha hecho solo por ella?
Dios, es de locos.
No sé cuándo me quedé dormida, pero, cuando por fin me despierto, la
cabeza me pesa un quintal. El colchón cede bajo mi peso con un gemido
cuando otro cuerpo se tiende a mi lado.
—Ah, estás aquí, cielo.
Pero ¿qué...? Tengo la lengua áspera debido a la falta de sueño.
—¿Mamá?
—¿Cómo estás? ¿Todo bien? Quería volver antes, pero se ha alargado y,
bueno...
El aliento le huele a alcohol y, en cuanto lo noto, se me forma un nudo
en el estómago. La luz de la mesita de noche se enciende cuando por fin
encuentro el interruptor. Tengo que entrecerrar los ojos para no
deslumbrarme.
—Mamá, ¿qué hora es? —pregunto con la voz tomada.
—¿Sabes? Os echaba de menos, Tori. A ti y a tu hermano. Venís tan
poco por aquí...
—Solo ha pasado una semana desde la última vez, mamá —digo—.
Pero, bueno, aquí estamos.
—Menuda suerte —comenta mi madre dejándose caer a mi lado—. Es
horrible estar sin vosotros, esta casa es demasiado grande...
—Charlotte, déjala dormir.
Levanto la cabeza. Papá está en pijama junto a la puerta y los recuerdos
empiezan a agolparse en mi cabeza. Mi padre llevando a la cama a mi
madre, sin hacer ruido, con discreción. Yo más jovencita, junto a la puerta
de la habitación, sin atreverme a respirar para que papá no se dé cuenta de
que los estoy viendo.
—Solo quería saludarte un momento —balbucea mamá.
Me obligo a sonreír, pero tengo el corazón aturdido.
—Pues ya lo has hecho —le dice papá. Mamá se incorpora cuando él se
le acerca. Se tambalea ligeramente—. Y a William ya lo saludarás mañana,
estaba demasiado cansado —le dice papá mirándome mientras la ayuda a
salir.
Me quedo sentada en la cama sin decir nada, oyendo sus pasos alejarse.
O sea que lo del otro día en casa de los Ward no fue solo un desliz. Hacía
tiempo que no volvía tan borracha. Al menos no estando William y yo en
casa. Oigo la voz amortiguada de mi padre desde su dormitorio y no muevo
ni un dedo.
Espero, como siempre, hasta que papá vuelva a verme. Con cada minuto
que pasa, crece en mi interior un miedo irracional a que esta vez no lo haga.
Contengo el aliento cuando oigo el crujido de las tablas del suelo. Papá
se limita a apoyarse en la puerta de mi habitación cuando vuelve a verme.
—¿Todo bien, cielo? —me dice con la voz cargada de desilusión. La
forma en la que me sonríe solo para tranquilizarme me deja hecha polvo.
—Sí —susurro—. ¿Está bebiendo de nuevo? —pregunto, aunque suena
más bien como una constatación.
—Era el cumpleaños de Theresa —me explica él, y me parece horrible
que la disculpe. Porque es una codependencia. Busca excusas para
soportarlo como sea. La última terapeuta nos lo explicó poco antes de que
papá la amenazara con el divorcio y una demanda de custodia para obligarla
a ingresar en esa clínica. Por aquel entonces no comprendí que las cosas
pudieran funcionar de ese modo. Que la decisión de mantenerse sobria
tuviera que salir de ella. Desde la lejanía de mi vida en el internado era
demasiado sencillo olvidar que mi madre no es una heroína invulnerable de
armadura reluciente.
Asiento en silencio. Fue una ingenuidad creer que lo tenía controlado,
que nunca más volvería a estar tan mal. Hubo señales que lo indicaban, pero
las ignoré porque la idea me parecía demasiado insoportable. Las respuestas
evasivas de mi padre cuando me llamaba y me decía que mamá no estaba
en casa. Su comportamiento en la mansión de los Ward, el momento en el
que la vi de nuevo con una copa en la mano.
—No le des más vueltas, ¿de acuerdo? —me pide papá—. Descansa,
cariño.
—Tú también, papá —susurro.
Solo cuando ya ha cerrado la puerta tras él me permito empezar a llorar.
8
Victoria
Charles
—No me lo puedo creer, Charlie —repite papá por enésima vez—. El papel
protagonista, es fantástico —exclama, y levanta la cabeza de repente
cuando Margret entra en el obrador—. ¿Lo has oído, Margret? Mi hijo será
actor.
—Todo el pueblo se ha enterado, Peter —responde ella, tras lo que me
da las gracias con un gesto cuando le tiendo la bandeja con los bollos recién
hechos—. Tienes claro que iremos todos a la función, ¿verdad?
—Por favor, no —replico riendo. Aun así, lo digo en serio. Ojalá pudiera
prohibirles a mis padres que se sentaran entre el público este verano, pero
no tendría corazón si lo hiciera. Estaban tan felices cuando ayer les conté
que me habían dado el papel de Romeo... Desde entonces, papá no para de
contárselo a toda la gente que conoce.
—La verdad es que no pensaba que tuviera la más mínima oportunidad
—explico mientras meto una bandeja de panecillos en el horno.
—No digas eso —me regaña papá—. ¿Qué motivos tienes para
subestimarte de ese modo?
—Para empezar, no tengo experiencia como actor —replico
encogiéndome de hombros.
—Es posible, pero me da que eso no ha supuesto ningún inconveniente
—me contradice, y levantando la vista de la masa—: Y supongo que a ti te
divierte, ¿verdad?
—Ya veremos, pronto empezarán los primeros ensayos. Quizá me echan
enseguida.
—Charles —me reprende mi padre—, un poco más de confianza en ti
mismo, por favor. ¿A Tori también le han dado algún papel?
Me esfuerzo por no sobresaltarme al oírlo.
—No, ella no se presentó a la audición.
—Ah, ¿no? ¿No le apetecía?
«Por supuesto que sí. Pero tiene un novio tóxico.» Claro que eso no llego
a decirlo, me lo quedo para mí.
—No, al final no quiso.
—Qué pena. ¿Le van bien las cosas? Hace un montón que no la veo.
—Sí, todo bien —me limito a responder.
—¿Crees que a Tori le gustaría volver a venir a comer a casa algún día?
—Se lo preguntaré —respondo, aunque no tengo ninguna intención de
hacerlo, por supuesto—. Últimamente pasa más tiempo con otra gente.
Valentine Ward y todos esos pijos arrogantes...
—Oh —exclama papá, y luego me mira un instante, aunque no hace más
preguntas. Gracias a mamá está bastante al día de las jerarquías que hay
entre el alumnado de Dunbridge, y puesto que la madre de Valentine forma
parte de la asociación de familias de alumnos, conoce el apellido Ward—.
Charlie, no tienes que venir siempre a ayudarme, eso también quiero que lo
sepas —dice para mi sorpresa—. Comprendo que no es precisamente
glamuroso que tu viejo sea solo un simple panadero.
Me quedo de piedra al oírlo.
—Pero ¿qué dices?
—Solo que...
—¿Crees que me avergüenzo de nuestra familia? Por favor, papá.
Se me queda mirando antes de volver a hablar.
—Ya sé cómo puede ser la gente de tu edad.
—Quien me desprecie por eso no hace falta que se me acerque.
El atisbo de una sonrisa aparece en sus labios.
—Estoy orgulloso de ti, hijo.
—Yo también estoy orgulloso de ti, padre.
—Dios, qué viejo suena eso... No me llames así —me pide riendo.
—Bueno, pero es la verdad, ¿no? —comento con una sonrisa.
—Prefiero que me llames «papá» y no «padre».
—Tomo nota —respondo, y tras un leve titubeo decido seguir hablando
—: Entonces ¿estarás igual de orgulloso de mí si pierdo el tiempo con la
gente del club de teatro?
Papá se me queda mirando fijamente.
—Tú no pierdes el tiempo.
—Seguramente no podré pasar por el obrador tan a menudo.
—Ya te he dicho que no tienes ninguna obligación de hacerlo.
Asiento sin decir nada.
—¿Qué te hace pensar que no estoy orgulloso de ti? —me pregunta
papá.
Me encojo de hombros.
—Bueno, es que es una tontería. El teatro, los ensayos... No es un trabajo
de verdad, no es nada seguro.
—Charles, eres demasiado inteligente para creerte lo que acabas de decir
—comenta con sequedad—. No estudias en esa escuela para acabar siendo
un simple panadero.
—¿Y si me apeteciera serlo?
—Tú lo que quieres es ir a la universidad —replica demostrando lo bien
que me conoce—. Y eso está muy bien. —Trago saliva—. ¿Qué planes
tienes en ese sentido, por cierto? ¿Continúas pensando en estudiar
Dramaturgia y Narrativa?
—Creo que sí.
—Está bien —responde—. Tengo muchas ganas de ver qué acabas
haciendo.
—Yo también —convengo. Y con quién. Hasta hace pocas semanas
estaba seguro de que estudiaría Dramaturgia en Saint Andrews, con Henry,
Emma y Tori. Pero quién sabe si, antes de que llegue el momento, Valentine
Ward la convencerá de que lo mejor que puede hacer es ir a Cambridge,
donde sin lugar a duda él estudiará Empresariales. Y no porque sus notas
sean especialmente buenas, sino porque sus padres apilarán los billetes que
hagan falta para que lo acepten.
Es ridículo que papá crea que podría avergonzarme de él y de su trabajo,
es más bien todo lo contrario. Me avergonzaría si solo consiguiera avanzar
en la vida gracias al dinero y la influencia de mis padres. Me avergonzaría
si fuera Valentine Ward, que se dedica a menospreciar a los demás para
sentirse mejor y siempre consigue lo que quiere. El puesto de capitán en el
equipo de rugby, la graduación a pesar de sus catastróficas notas, y también
a Tori, sobre todo a Tori. Mi mejor amiga, aunque ya no me cuente nada.
Hasta la asamblea matinal de esta mañana ni siquiera sabía que había
pasado el fin de semana con Will en casa de sus padres. Antes me habría
avisado, incluso me habría invitado a ir con ella, pero ahora ya ni siquiera
recuerdo cuándo fue la última vez que estuve en la casa que su familia tiene
en Holloway. Quién sabe, tal vez Val la acompañó esta vez...
Dejo caer un pedazo de masa sobre la mesa. Papá levanta la cabeza para
mirarme, pero no dice nada.
Y yo tampoco.
Al fin y al cabo es mi especialidad.
Victoria
Desde la audición, las cosas se han vuelto cada vez más raras entre Sinclair
y yo. Solo nos vemos en clase y en el comedor. Durante la carrera matinal
me tienta la idea de intentar hacer la ronda oficial con Emma y Henry en
lugar de escaquearme con Sinclair por el atajo, pero luego me acuerdo de
nuevo de quién soy. ¿Quién estaría dispuesto a aguantar la vuelta larga solo
por una discusión innecesaria con su mejor amigo?
—Oye, ¿qué haremos para el cumpleaños de Sinclair? —me pregunta
Henry a media voz cuando la señora Kelleher nos deja salir de clase para la
pausa del recreo.
Es una buena pregunta, porque mi mejor amigo por fin cumplirá los
dieciocho, o sea que lo más apropiado sería tragarme mi orgullo herido. Le
lanzo una mirada a Sinclair, que camina por el pasillo a unos metros de
donde estamos, acompañado por Emma y Gideon. Antes de poder
responder veo a Val con sus amigos a cierta distancia. Últimamente apenas
hemos hablado. Más allá de las clases, pasa la mayor parte del tiempo en el
campo de rugby y en el gimnasio de Dunbridge. Olive, a su vez, apenas sale
de la piscina, hasta el punto de que no me extrañaría que le hayan empezado
a crecer membranas entre los dedos. No sé cuándo fue la última vez que la
vi con el pelo seco. Ahora mismo, cuando dobla la esquina del pasillo,
también lleva la coleta húmeda. Levanta la cabeza enseguida al ver que
Henry le hace señas para que se nos acerque.
—Eh, ven un momento. Hablamos del cumpleaños de Sinclair —le dice.
Olive empieza a andar más despacio, titubeando. Cuando me mira no me
parece que lo haga con el desdén habitual, sino más bien con inseguridad.
—¿Te apuntas a organizar una fiesta?
Olive reacciona con cierta sorpresa.
—¿Eso significa que queréis que vaya?
Henry se queda de piedra.
—Claro que sí —responde, y puesto que soy incapaz de añadir nada, me
limito a asentir cuando Olive me mira—. Cumplirá los dieciocho y somos
sus amigos...
—De acuerdo, yo... Bueno, escríbeme si puedo ayudaros en algo —dice
Olive dejando la vista perdida por detrás de Henry—. Tengo que ir a ver a
mi padre un momento, lo siento —se disculpa antes de continuar en
dirección a la enfermería, donde el doctor Henderson atiende a los alumnos
por las mañanas.
—Veo que sigue habiendo tensión entre vosotras —comenta Henry.
—Eso parece —replico encogiéndome de hombros. La verdad es que
Olive se ha mostrado menos distante que otras veces, aunque tal vez sea
solo porque Henry estaba delante.
—Seguro que acabará entrando en razón —opina.
Suelto un suspiro.
—¿No tienes alguno de tus sabios consejos sobre la mediación en
conflictos?
—Soy prefecto y alumno de referencia, no mediador.
—¿No viene a ser todo lo mismo?
Henry niega con la cabeza con una sonrisa en los labios.
—Creo que Olive está sufriendo con la situación al menos tanto como tú.
¿Por qué siempre tiene que dar en el blanco? Suelto otro suspiro.
—Es posible que el problema lo tenga yo. Parece ser que se me da muy
bien esto de estresar a mis amigos. ¿Quieres ser el siguiente?
Henry descarta mi ironía de inmediato.
—¿Con Sinclair también te ha pasado? —pregunta, pero no contesto
nada—. ¿Lo dices por Eleanor y la obra de teatro?
—Ya sé que el hecho de que no me alegre me convierte en una mala
amiga.
—Eh, yo tampoco estaría encantado si Emma subiera al escenario con
otro Romeo.
—Sí, pero tú estás saliendo con ella.
—Eso da igual —se limita a responder Henry. Parece muy consciente del
efecto que tienen sus palabras, porque simplemente sigue hablando
mientras los pensamientos empiezan a agolparse en mi cabeza—. Pero
volviendo al tema: organizaremos una fiesta de medianoche para Sinclair en
el viejo invernadero para celebrar sus dieciocho todos juntos, ¿no?
Intento recomponerme.
—Suena bien.
—¿O deberíamos hacer algo más especial? —reflexiona Henry.
—¿En qué estás pensando? ¿En alquilar el Mahiki?
—Sí —responde riendo—, y un avión privado para ir todos juntos a
Londres.
—Se lo preguntaré a mi madre —replico con ironía.
—Sinclair odiaría algo así.
—Sin duda —respondo asintiendo.
—Y tú también —añade; luego se queda callado un momento—.
Deberíamos organizar algo que le parezca realmente divertido.
—¿Qué te parecería una noche de cine en el viejo invernadero?
Podríamos conseguir una pantalla y un proyector para ver alguna de esas
películas horribles que tanto le gustan.
Henry abre los ojos como platos.
—¡Eso suena muy bien! Yo me ocupo.
—¿Qué es eso que suena tan bien? —pregunta Emma plantándose frente
a nosotros de improviso. Sinclair también se ha acercado y se nos queda
mirando, muy serio, primero a Henry y luego a mí.
Me muerdo el labio inferior y rezo para que no lo haya oído.
—Tori ha propuesto una sesión de juegos de mesa —miente Henry sin
inmutarse—. ¿Esta tarde en mi habitación?
—Tengo que trabajar en el obrador —responde Sinclair—. Lo siento.
—¿Y antes? —pregunta Henry.
—Equitación —murmura Sinclair.
—De acuerdo, pues otro día —replica Henry cogiéndole la mano a
Emma. Están muy enamorados y encajan a la perfección. Se marchan y nos
quedamos solos mi mejor amigo y yo, que no tenemos nada que decirnos.
Nos quedamos plantados uno frente al otro en el pasillo y todo son miradas
evasivas y remordimientos de conciencia. Aunque ninguno de los dos está
dispuesto a admitirlo, claro, ya que sería como reconocer una debilidad.
Sinclair se me queda mirando fijamente unos instantes. Asiente a modo
de saludo, se da la vuelta y se aleja, y yo no hago nada por evitarlo. En
cambio, me quedo parada cuando Val viene a mi encuentro después de
mantener un breve duelo de miradas con Sinclair.
—Hola —me dice Val, y todavía me desanimo más al oír lo gélido que
ha sido su saludo—. Veo que sigues viva.
De buenas a primeras titubeo, pero luego me acuerdo de que no he
hablado con él en todo el fin de semana y de que ni siquiera lo avisé de que
me marchaba a casa.
—Val, lo siento —me disculpo enseguida—. Quería escribirte. El fin de
semana estuve en casa y...
—¿En casa? —me interrumpe. Su rostro es una máscara neutra—. Es
interesante, porque Neil te vio ayer por la mañana con Emma en Ebrington.
Reprimo el impulso de cerrar los ojos.
—William y yo volvimos el sábado por la noche —le explico.
—Ajá.
—¿Cómo que «ajá»? —replico. La rabia empieza a crecer dentro de mí,
pero de todos modos me esfuerzo por controlar el tono de voz. Durante la
pausa del recreo, los pasillos están repletos de alumnos y alumnas, y las
paredes tienen oídos. Además, no me apetece en absoluto convertirme en el
principal tema de conversación de Dunbridge—. Val, por favor —suplico
en voz baja cuando mi ira parece chocar de frente contra su expresión
pétrea—. Casi me olvido de que tenía que volver a casa, de lo contrario te
lo habría contado. Siento no haberte escrito para avisarte, pero cuando estoy
con mi familia apenas cojo el móvil.
—A menos que sea para subir un par de tiktoks, ¿no?
Trago saliva.
—Ya los tenía programados.
—No me tomes el pelo, Tori —dice poniendo los ojos en blanco.
—Val... —Lo cojo del brazo y noto los músculos tensos bajo mis dedos
—. Lo siento de verdad, pero...
—Da igual, vamos... No pasa nada. No me apetece pelearme contigo.
Abro la boca para decir algo más, pero pierdo las ganas enseguida,
porque por desgracia sé que no importa lo que pueda contarle; sea lo que
sea, Val lo utilizará contra mí.
—Entonces ¿has pasado un buen fin de semana? —pregunto al fin.
Él suelta un profundo suspiro y se encoge de hombros.
—Ni idea, no paraba de pensar que debías de estar con él...
—¿Con Sinclair? —pregunto incrédula—. ¿Por qué tendría que estar con
él?
—No lo sé, dímelo tú. ¿Por qué el primer nombre que te ha venido a la
cabeza es el suyo?
«Mierda, es verdad.»
—Val, estuve en casa de mis padres —repito—. No he visto a Sinclair en
todo el finde.
Se me queda mirando tanto rato que estoy a punto de seguir con las
explicaciones, pero antes de que pueda hacerlo suelta otro suspiro.
—Bueno... Tú sabrás si dices la verdad, tampoco puedo comprobarlo.
Pero olvidémoslo por ahora —propone llevándome a un lado, hacia uno de
los rincones del pasillo—. ¿El viernes por la noche nos vemos en la
mazmorra? —pregunta de improviso.
Titubeo y noto que su humor cambia al instante.
—Tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas? —Al ver que no contesto, expulsa una bocanada de aire
con impaciencia—. Vale, pues ¿el sábado sí?
Asiento en el acto.
—Mejor, sí.
—¿Qué tienes que hacer el viernes? —me pregunta.
«Oh, por favor, no quieras saberlo...»
Suelto un suspiro. Durante unos segundos me planteo seriamente la
posibilidad de mentirle, pero en esta escuela se habla demasiado para que
Val no acabe enterándose de la verdad tarde o temprano. Y prefiero no
imaginar lo que sucedería en este caso.
—Tengo reunión con el equipo de guion.
Val se ríe. Se ríe de verdad. La ira vuelve a apoderarse de mí.
—Uau, de acuerdo. Lo dices en serio, ¿verdad? —pregunta, y se queda
callado al ver que me aparto un poco de él—. ¿Por qué? ¿Es que Sinclair
necesita ayuda con el texto de Eleanor? No te preocupes, normalmente esa
chica no se hace de rogar mucho.
Hasta aquí.
—¿Lo dices en serio? —pregunto, y él se ríe como si acabara de contar
un chiste realmente divertido—. No puedes decir algo así, Val.
—¿Por qué? ¡Si es cierto!
—Perdona, pero ¿te estás oyendo? —murmuro, y me dispongo a
volverme cuando Val me agarra por la muñeca.
—Eh, que era broma, ¿vale?
—Pues no me ha hecho ni puta gracia.
—Dios, vamos, mujer... ¿Es que no se puede decir nada?
—Algo así no.
—Tori, es mi ex.
—Sí, y el hecho de que hables de ella de ese modo dice más sobre ti que
sobre ella. —Val me fulmina con la mirada—. ¿De verdad crees que eso no
me da que pensar? —pregunto.
—¿Por qué tendría que darte que pensar?
—Porque cabe la posibilidad de que en algún momento acabes hablando
de ese modo sobre mí.
Val se ríe en voz alta.
—Tori, por favor. Tú eres distinta a las demás —me dice acorralándome
un poco contra la pared.
—Val, no es ningún cumplido decirle algo así a una chica.
—Joder, ¿por qué tiene que ser tan difícil hacerte un cumplido? «Esto es
problemático», «eso no se puede decir»... Lo mejor será no abrir más la
boca, pero seguro que eso tampoco te parecerá bien.
Estoy a punto de replicar algo, pero estoy demasiado perpleja para
hablar.
—A veces me pregunto si malinterpretarás todo lo que diga —insiste.
—¿Te refieres a cuando hablas de tu exnovia y te pido que no lo hagas?
—Dios, te lo has tomado realmente mal —me acusa inclinándose sobre
mí.
—Val, para ya —le ordeno cuando intenta besarme.
—Estás de mal humor, ya lo he pillado —dice apartándose—. Seguro
que el equipo de guion te ayudará. Gran conversación, por cierto.
El desdén que empaña su voz se me clava directamente en el pecho
mientras se despide y, acto seguido, desaparece entre la multitud del pasillo.
Tengo que obligarme a respirar hondo tres veces antes de dirigirme a la
siguiente clase. Me toca Inglés con el señor Acevedo, quien, junto con la
señora Ventura, se encarga de sustituir al señor Ward desde que este dejó la
Dunbridge Academy.
La hora transcurre con una lentitud agonizante. No paro de darle vueltas
a la conversación que he tenido con Val; con cada minuto que pasa, la rabia
que siento se va convirtiendo cada vez más en remordimiento. ¿Y si tiene
razón y estoy siendo demasiado susceptible? Sin embargo, sigo pensando
que lo que ha dicho no ha estado nada bien.
Aunque las clases del señor Acevedo son claramente más interactivas
que las del señor Ward, me cuesta concentrarme en la lectura. Estoy segura
de que lo nota, y pienso que debe de ser el motivo por el que me pide que
me quede un momento después de clase.
—No quiero privarte de tu más que merecido descanso, Victoria, pero
quería aprovechar la ocasión para salir de dudas —empieza a decir cuando
los demás ya han ido todos hacia el pasillo. Sale de detrás de su escritorio
para seguir hablando—: Me extrañó mucho que no te presentaras a la
audición.
«Oh, no...»
Trago saliva con dificultad.
—No sé por qué, pero no me apetecía —respondo a modo de evasiva.
—Qué lástima —comenta—. Pero respeto tu decisión. Bueno, lo que
quería preguntarte: en lugar de actuar, ¿te imaginas ayudándome en la
dirección, en cambio? Todavía estoy buscando a alguien de confianza que
pueda echarme una mano. —«¿Ayudante de dirección? ¿Yo?» Tengo los
labios paralizados, pero el señor Acevedo sigue hablando—: Tendrías que
estar presente en todos los ensayos y en la representación, y te encargarías
de que todo vaya sobre ruedas. Es mucho trabajo, por supuesto, por eso
recibirías un certificado por tu compromiso voluntario, igual que todos los
actores y actrices. Y algo así no queda nada mal en una solicitud de
universidad.
El señor Acevedo sonríe, y estoy segura de que sabe lo mucho que me
apetece responderle que sí. Porque ya he perdido la oportunidad de estar
sobre el escenario, y, de este modo, al menos me acercaría un poco más al
ambiente del teatro. Además, ganaría algo de experiencia, que sin duda me
será útil cuando representemos la obra el año que viene.
Y aun así, titubeo:
—Florence Swindells me ha pedido que participe en la redacción del
guion ahora que Sin..., ahora que Charles interpreta a Romeo.
—¡Oh, entonces es perfecto! Servirías de enlace entre el guion y el
reparto —comenta el señor Acevedo con una satisfacción más que evidente
—. Pero, por supuesto, eso supone trabajo... Es algo que solo tú puedes
decidir.
—Entonces ¿no cree que podría ser problemático que me ocupe de las
dos cosas?
—Al contrario —responde negando con la cabeza con rotundidad—.
Tendrías una perspectiva privilegiada de la obra y podrías abordar los
problemas directamente. De hecho, estoy pensando que el equipo de guion
y los protagonistas deberían colaborar de forma estrecha en esta ocasión.
De lo contrario, en los ensayos se nos acumulará demasiado texto de golpe,
y este año no podemos permitirnos más contratiempos si queremos
representar la obra en verano.
Vacilo antes de responder.
—Tiene sentido.
—Piénsatelo —me dice el señor Acevedo—. Convocaré una reunión
mañana por la tarde con el equipo de guion y los actores. Me gustaría que
estuvieras presente.
—Cuente conmigo —respondo con determinación. Es posible que no lo
haya pensado con suficiente detenimiento, pero me trae sin cuidado. Lo
único que sé es que sería una oportunidad de estar cerca de Sinclair, por lo
que tengo que aprovecharla—. Acepto el puesto encantada. Es decir, si
realmente confía en mí.
—Claro que sí, Victoria —responde el señor Acevedo con una sonrisa.
Charles
Charles
Victoria
Las cosas entre Sinclair y yo han mejorado desde que me disculpé el día de
su cumpleaños. Cuesta creérselo, pero parece que los problemas en realidad
sí se resuelven hablando. Aun así, sigue habiendo cierta tensión entre
nosotros cuando el viernes por la tarde coincidimos en la reunión de guion y
del club de teatro.
Florence me mandó lo que tenían escrito y lo he estado leyendo hasta
altas horas de la madrugada. Ahora entiendo por qué están tan insatisfechos.
El lenguaje es anticuado y los diálogos me parecen forzados. Seguramente,
la idea del señor Acevedo de trabajar en el texto junto con el reparto no está
nada mal después de todo.
Florence, Amara, Ho-Wing y Quentin parecen poco emocionados por
esa perspectiva cuando los informa al respecto. No obstante, no se atreven a
quejarse, porque los argumentos del señor Acevedo tienen sentido y nos
estamos quedando sin tiempo. Me presenta ante todos como la asistente de
dirección y luego nos deja solos para que podamos revisar lo que tenemos
escrito hasta el momento.
Sinclair, Eleanor y el resto del reparto también han abierto el guion en
sus iPads. Charles se ha acomodado sobre el escenario con las piernas
cruzadas e imagino que me mira con relativa frecuencia. Por algún motivo,
desde su cumpleaños me cuesta pensar con claridad. Pasó algo entre
nosotros, aunque no sabría decir exactamente qué. Sin embargo, estoy
segura de que no fueron imaginaciones mías.
Paso a la página siguiente cuando Florence continúa con el guion y me
obligo a concentrarme de nuevo en el texto.
ROMEO: Es distinta a las demás. Jamás llegué a apreciar la verdadera belleza hasta esta noche.
Tengo la voz de Val en la cabeza y una sensación incómoda en el
estómago. Un cumplido no puede basarse en devaluar a las demás, ¿tan
difícil es comprenderlo? ¿Y por qué se considera bueno el hecho de ser
distinta?
—¿Todos de acuerdo? —pregunta Florence mientras sigue pasando
hojas. El resto asiente con la cabeza gacha. No vuelven a levantarla hasta
que intervengo.
—¿No os parece un poco tonta esta manera de decirlo?
Florence se queda de piedra.
—¿A qué te refieres, Tori?
—Bueno, a lo que dice Romeo. «Es distinta a las demás.»
—¿Qué le pasa? —pregunta Quentin.
—¿Por qué Romeo no puede hacerle un cumplido sin menospreciar a las
demás mujeres? Por no hablar de que luego tiene que comentar su aspecto
físico...
Quentin se me queda mirando.
—Es Shakespeare. ¿Qué esperabas?
—Creo que podríamos escribirlo de un modo más moderno —me limito
a responder. Me da igual que él y los demás parezcan molestos por mis
comentarios, en este aspecto estoy más que dispuesta a discutir. Sobre todo
cuando se trata de algo que se puede modificar de un modo tan sencillo.
—¿Qué os parece? —pregunta Florence mirando a su alrededor.
Amara, Sinclair, Eleanor y unos cuantos más asienten, pero Quentin y
Terrence se encogen de hombros.
Florence se vuelve hacia el señor Acevedo.
—¿Qué le parece a usted?
Él levanta las manos a la defensiva.
—Es vuestra obra —responde, pero la mirada que me lanza indica
claramente que comparte la misma opinión que yo.
—A mí me parece bien cambiarlo —comenta Sinclair de improviso, y
todos se vuelven para mirarlo—. Es justo mi texto y no me sentiría bien
diciendo algo semejante. Y Quen, tienes razón, eran otros tiempos. Pero
deberíamos aspirar a escribir una obra feminista.
—Es Romeo y Julieta —constata Ho-Wing—. No tiene nada de
feminista.
—Por eso estamos aquí sentados, para encargarnos de que eso cambie —
interviene Eleanor incorporándose un poco—. ¿No os parece?
—Exacto —conviene Florence asintiendo—. Entonces haced una
propuesta, por favor —dice mientras saca su portátil, tras lo que arquea las
cejas con expectación al ver que nadie dice nada.
—«Es el sol, la tentación» —propone Sinclair. Las orejas se le ponen
coloradas cuando todos lo miran y tiene que aclararse la garganta antes de
proseguir—: O algo parecido... Eso sería un cumplido y no tendría tanto
que ver con su aspecto físico, sino con su carisma, ¿sabéis?
Florence asiente fascinada y escribe algo. No puedo moverme, porque
Sinclair sigue mirándome fijamente.
—¿Os parece bien a todos?
Me sobresalto cuando oigo la voz de Florence y me apresuro a asentir.
—Sí, mucho mejor. Gracias.
—Entonces ¿podemos continuar? ¿O hay algo más?
Titubeo, pero luego decido lanzar todos los reparos por la borda.
—A decir verdad, sí. Ya que estamos... En la siguiente página hay un
monólogo de Julieta sobre los motivos por los que Romeo la ha elegido a
ella, cuando podría tener a la que quisiera con solo chasquear los dedos, ya
que todas las jóvenes de Verona harían cola para estar con él...
—¿Y qué pasa?
—¿En serio, Quentin? ¿Solo tendría que chasquear los dedos?
—Romeo es así, eso es lo que lo hace tan atractivo. Es atrevido, por eso
Julieta siente tanta atracción por él, porque ella es insegura e inexperta.
—Entonces ¿queremos transmitirle al público que una mujer necesita la
confirmación de un hombre para ser consciente de su propia belleza?
—Se trata de un recurso muy común —comenta Florence.
—Sí, pero por desgracia es una mierda —interviene Eleanor—. Tori
tiene razón. Entre el público habrá muchas alumnas jóvenes, deberíamos
transmitirles un mensaje completamente distinto. No me haría mucha gracia
dejar este pasaje como está.
—Bueno, yo también estoy de acuerdo con anularlo —conviene
Florence inclinándose ya sobre su portátil. Quentin suelta un suspiro de
impaciencia.
Eleanor me lanza una mirada fugaz, me sonríe y lo siento como una
pequeña victoria que, de momento, nos une. Aunque también percibo en su
mirada algo que me da miedo. Una advertencia silenciosa, como si supiera
en quién estaba pensando. Ella estuvo saliendo con Val, sin duda sabe cómo
es. Y él va hablando mal de ella, una de las mayores señales de alerta según
los perfiles sobre salud mental que sigo en Instagram. Pero nadie nos
advierte sobre lo difícil que resulta reconocer en la vida real estos indicios
que parecen tan alarmantes en la teoría. Por no hablar del valor que hace
falta reunir para afrontarlos.
Sí, Val dice cosas problemáticas y su comportamiento es contradictorio,
pero él también lidia con sus propios demonios. Y yo busco maneras de
disculpar sus errores, incluidos algunos de esos rasgos tan potencialmente
peligrosos.
—De acuerdo, ¿continuamos? —pregunta Florence.
Levanto la cabeza, miro a Sinclair y dejo de pensar.
Me limito a asentir poco a poco.
11
Charles
Creo que había subestimado todo este tema del club de teatro. Ensayamos
tres veces por semana con el grupo, y luego nos reunimos dos tardes más
solo con Eleanor y el señor Acevedo. Ah, y con Tori, puesto que es la
asistente de dirección y al destino le ha parecido que sería divertido
encerrarme en un teatro con la chica de la que estoy secretamente
enamorado y también con la que digo que me gusta para esconder la
verdad. ¿Es necesario que explique lo incómodo que puede llegar a ser?
—Espero que seáis conscientes de que, durante los próximos meses,
pasaréis mucho tiempo juntos —nos explica el señor Acevedo mientras
camina de un lado a otro por el espacio que queda frente al escenario.
Tori está sentada en la primera fila con las piernas cruzadas. El resto del
grupo ya se ha marchado tras haber hecho unos ejercicios de actuación de
método, que hoy han consistido en caminar sin rumbo durante una hora por
el escenario y gritar lo más alto posible junto a los demás a un público
imaginario para reducir el umbral de vergüenza que sentimos cada uno.
No imaginaba que las cosas pudieran empeorar todavía más, pero resulta
que ahora a Eleanor y a mí nos toca interpretar una escena solos. Es la
primera aparición de Romeo y Julieta en la obra, y antes incluso de que nos
acerquemos al beso del final, el señor Acevedo nos interrumpe.
—Bien, es suficiente —nos indica levantando la mano, por lo que me
aparto unos pasos de Eleanor—. Ya he visto bastante. Estáis interpretando a
los que tal vez sean los amantes más célebres de la historia y quiero que lo
sintamos aquí abajo. Victoria... —dice mirando a Tori—. ¿Tú has notado
algo?
Tori titubea. Su mirada me roza apenas un instante antes de regresar al
señor Acevedo.
—Creo que todavía hay margen de mejora.
—Entonces estamos de acuerdo —constata él dirigiendo su atención
hacia nosotros—. No espero que os enamoréis de verdad, pero sí que os
toméis en serio lo que hacéis sobre el escenario. Porque solo así el público
podrá creerse vuestra actuación.
Eleanor asiente. Parece realmente concentrada, mientras que yo estoy
sudando como un cerdo. He oído decir que el sudor por nervios huele
todavía más que el sudor normal. Por favor, que no sea cierto. Si encima
empiezo a apestar ahora, no podré volver a mirar a la cara a Eleanor.
—Me gustaría que os conocierais, y eso no sucederá sobre el escenario,
sino que tendréis que pasar tiempo juntos. ¿Cómo lo conseguiréis? Eso
tendréis que decidirlo vosotros. Salid a tomar un café, a pasear, de fiesta...
Me da igual mientras os dediquéis a estudiar al otro con detenimiento y
descubráis lo que es importante para la otra persona. ¿De acuerdo?
Tori tiene la mirada clavada en sus anotaciones.
—¿Comprendido, Charles?
—Sí —respondo aclarándome la garganta. Eleanor me lanza una mirada
llena de inseguridad.
—Perfecto. ¿El tema discursos lo lleváis bien?
—¿Cómo dice? —pregunta Eleanor frunciendo el ceño.
—Los discursos —repite el señor Acevedo—. Hablar frente a la gente.
¿Lo lleváis bien?
Eleanor titubea un poco antes de responder:
—Bueno, depende del tema.
—Hablemos del tema, pues —decide el señor Acevedo caminando de un
lado a otro—. ¿Tú también lo ves de ese modo, Charles?
Trago saliva.
—Creo que a mí, en general, me resulta estresante.
—¿Qué es lo que te estresa de hablar frente a la gente?
Dudo un poco antes de responder y me doy cuenta de que eso es justo lo
que me acelera el pulso. Las miradas pendientes de mí. El silencio, las
expectativas sobre lo que estoy a punto de decir.
—Esto —respondo—. La atención. El hecho de que me miren.
—¿Ser el centro de atención? —pregunta el señor Acevedo, y yo asiento
—. ¿Por qué te resulta incómodo?
—No lo sé.
—Charles, por favor. Puedes ser sincero, todos sabemos lo que se siente.
Tori me mira y se muerde el labio inferior.
—Seguramente es el miedo a cometer errores. A hacer el ridículo, a que
se rían de mí.
—¿Qué habría de malo en ello?
—Pues eso, que me da vergüenza —respondo.
Poco a poco, sus preguntas empiezan a mosquearme, pero al parecer
considera que todavía no ha insistido lo suficiente.
—De acuerdo, pero... repito: ¿qué hay de malo en ello? —pregunta.
Suelto un suspiro de frustración sin dar ninguna respuesta—. ¿Que te
vuelve vulnerable, quizá? —propone él mismo—. ¿Que muestra algo de ti
que no quieres que vea nadie? ¿Y menos aún una sala repleta de gente que
te conoce?
Asiento, aunque tampoco sé muy bien si la situación mejoraría si el
público fuera gente a la que no conozco.
—Es comprensible —sentencia el señor Acevedo—. Según un estudio,
nueve de cada diez personas preferirían entrar en un edificio en llamas antes
que dar un discurso en público. Y, no obstante, ahora estáis sobre un
escenario, y pronto frente a un público enorme que habrá pagado dinero
para veros. ¿Qué haremos entonces?
—Suprimir el miedo —murmura Eleanor.
El señor Acevedo arquea las cejas.
—Querida Eleanor, no reprimimos el miedo, lo utilizamos. Hacemos que
nuestros miedos se conviertan en los miedos de Julieta y de Romeo. Al
contrario de lo que suele creer la gente, el trabajo del actor no consiste en
evocar emociones en el público. Tenemos que evocar nuestras propias
emociones y compartirlas con el público; y para ello debemos mostrar todo
lo que ocultamos a los demás.
»A ti te costará menos, porque eres una mujer. La sociedad no te ha
enseñado que mostrarse emocional y vulnerable sea motivo de vergüenza.
En el caso de los hombres es distinto —añade antes de volverse de nuevo
hacia mí—. Charles, ya sé que entre el público habrá compañeros tuyos que
creen saber lo que importa en la vida, pero me temo que todavía les queda
mucho que aprender. No hay ninguna regla que determine cómo debe ser y
sentirse un hombre. Es posible que lo que espero de ti sobre el escenario sea
lo contrario de lo que seguramente se valora en tu círculo de amigos.
»Me gustaría que actuarais sin condiciones, y para eso tendréis que pasar
vergüenza, bochorno, tendréis que reír, llorar; lo que haga falta. Pero este es
un lugar seguro en el que no se juzga a nadie. Quiero que lo sepáis, que lo
tengáis claro. Sobre todo tú, Charles. Para de intentar complacer en todo
momento y muéstrame quién eres de verdad.
Puede que esto sea lo más cierto que me han dicho jamás, pero también
es posible que todavía no esté preparado para aceptarlo. Noto la resistencia
que me provocan las palabras del señor Acevedo, porque me siento atacado
y no quiero que tenga razón.
Aun así, me obligo a asentir mientras intento no mirar a Tori. ¿Por qué
tengo que pensar en ella justo ahora? Quizá porque es la única que me
conoce de verdad. La única que ha estado a mi lado cuando he pasado
vergüenza, cuando he hecho el ridículo, cuando he gritado, cuando he
llorado. Y, aun así, sigue habiendo momentos con ella en los que me siento
increíblemente cohibido.
—Bien —sentencia el señor Acevedo dando una palmada—. Entonces,
vamos allá. Probadlo de nuevo, a ver qué pasa.
Victoria
Victoria
Nada. ¿Y tú?
Estoy en el obrador.
¿Quieres venir?
Mierda, está en línea. Bueno, no pasa nada. No había pensado qué haría
a continuación, pero tampoco hay vuelta atrás.
Hola. ¿Qué tal?
que te escriba.
de la hora de estudio?
Dejo caer el móvil, cierro los ojos y me siento como un traidor. Y luego
me centro de nuevo en mi trabajo.
13
Victoria
—Yo diría que ya parece una mano, ¿no? —pregunta Emma inclinándose a
mi lado sobre el trozo de arcilla que, a pesar de las ganas y de las horas que
le ha dedicado durante las clases de arte, sigue pareciendo el resultado de
un accidente—. ¿Tú qué opinas?
Me limito a asentir vagamente, no tengo el valor necesario para decirle
la verdad. Emma suele superarnos a todos en Educación Física, pero sus
capacidades artísticas son más bien limitadas. Casi resulta gracioso lo
mucho que se parece a Henry en ese sentido. La figura de arcilla que está
haciendo él tampoco tiene una forma muy definida que digamos, pero evito
mirarlo porque está sentado al lado de Sinclair.
—¿Tori?
—¿Sí? —respondo levantando la cabeza.
Emma se ha inclinado hacia mí para contemplar lo que hago desde cerca.
—¿Por qué a ti te ha quedado mucho más realista? —pregunta, y suena
tan desilusionada que me da lástima.
—Tienes que fijarte en las proporciones. Igual es por los dedos, deberías
haberlos hecho más largos.
Emma suelta un suspiro de frustración.
—Ya no me apetece seguir intentándolo.
—No pasa nada, no está tan mal, Emma.
Su mirada se pierde más allá de mí, hacia la mesa de Henry y Sinclair.
—Me voy con los chicos, a ver si puedo burlarme de la obra maestra de
Henry y me siento algo mejor —me dice en broma mientras se levanta. Al
ver que no tengo intención de seguirla, se detiene—. ¿No vienes?
Niego con la cabeza.
—No, estoy liada ahora mismo.
Mentira... Llevo al menos diez minutos mirando mi obra sin hacer nada.
—Mmm —murmura ella sentándose de nuevo—. ¿Qué ocurre?
—¿A qué te refieres? —pregunto.
—Al problema —dice sin apartar la mirada de mis ojos—. Porque hay
algún problema, ¿verdad?
—No, ¿por qué lo dices? —replico en un intento de desviar su pregunta,
aunque por desgracia Emma tiene esa capacidad para comprender a la gente
que le permite saber perfectamente cómo estoy a pesar de conocerme solo
desde hace poco más de medio año.
—Estás triste —constata.
Qué ganas de echarme a llorar. Se me humedecen los ojos al instante,
por lo que parpadeo un par de veces para controlarlo.
—Solo estoy cansada —me obligo a aclarar con un intento de sonrisa.
Emma mira hacia la señora Barnett, que está corrigiendo exámenes.
—Ven conmigo —murmura señalando la puerta con la cabeza. La de
Arte es la única clase en la que se nos permite hablar y salir del aula para ir
al baño sin pedir permiso.
Sigo a Emma hasta los lavabos, donde nos limpiamos los restos de
arcilla de las manos. Sinclair nos mira un momento, pero se vuelve
enseguida. Cuando pasamos junto a la mesa de Grace y Olive, esta se queda
cabizbaja. El aula está llena de gente que solían ser mis amigos y que ahora
me odian. Fantástico.
Emma cierra la puerta a nuestra espalda. No sé por qué, pero caminando
por los pasillos en horas de clase siempre me siento como si estuviera
haciendo algo prohibido.
—A ver —me dice Emma una vez fuera—. ¿Es por lo de Sinclair y
Eleanor?
Me echo a reír.
—¿Porque serán los protagonistas de la obra? Tonterías, me alegro por
ellos.
Emma se me queda mirando con escepticismo.
—Entonces es por... ¿Val? ¿Olive? —enumera, y no sé por qué, pero al
oír su nombre noto una punzada en el pecho. En el cumpleaños de Sinclair
tuve algún momento de esperanza, pero después Olive volvió a tratarme
con la misma frialdad de las últimas semanas. Tampoco hemos vuelto a
hablar sobre el asunto del uniforme, un tema que esperaba que pudiera
acercarnos de nuevo. Por lo que parece, simplemente ya no tenemos nada
que decirnos.
—Quizá un poco de todo —admito.
—No quiero entrometerme en vuestra amistad, pero ¿no crees que
estaría bien que Olive y tú pudierais charlar con calma?
Se nota claramente el cuidado que pone Emma a la hora de elegir las
palabras, y aun así consigue ponerme furiosa. Por supuesto que me gustaría
hablar con Olive, pero si a ella no le apetece, yo tampoco puedo obligarla a
hacerlo.
—Por desgracia tengo la sensación de que ya no tenemos nada que
decirnos.
—¿En serio? —pregunta Emma.
—Vale, no es cierto. Tengo un montón de cosas que decirle a Olive, pero
a ella no le ocurre lo mismo conmigo. Ya casi ni hablamos, y eso que nunca
llegamos a enfadarnos por nada. Simplemente la he ido notando cada vez
más tensa, y ahora ya ni siquiera se acerca a mí —explico, y luego trago
saliva con dificultad.
—¿Podría ser que Olive esté lidiando con algo y crea que no puede
hablar con ninguno de vosotros?
Guardo silencio unos instantes.
—Es posible, pero eso no mejora las cosas. Siempre hemos podido
hablar sobre cualquier asunto.
—A veces eso se olvida.
—Emma, ¿por qué la defiendes tanto? Olive no fue especialmente
amable contigo el otoño pasado.
Clava la mirada en sus zapatos un momento y luego se encoge de
hombros.
—De algún modo me identifico con ella. Y sé que cuando llegué fastidié
unas cuantas cosas.
—No hiciste nada malo.
—Antes notaba la tirria que me tenía, pero ahora ha mejorado mucho.
—¿Se ha disculpado contigo en algún momento? —pregunto.
—Directamente no, más bien a su manera —responde Emma mirándome
de nuevo—. Cuando Henry estaba en la enfermería se aseguró de que
pudiera entrar para estar con él. Supongo que fue su manera de hacer las
paces conmigo.
—Pues sí, la verdad.
—¿Es posible que podáis contar la una con la otra igualmente?
Suelto un leve suspiro. Puede. O puede que no.
Solo sé que, si esto sigue como los últimos meses, la perderé, y no creo
que pueda sobrevivir a eso. No solo ha sido amiga mía en Dunbridge desde
hace tanto tiempo como Sinclair y Henry, es que además es la hermana que
nunca tuve. Nunca hubo secretos entre nosotras, y me duele que eso haya
cambiado.
—Eso espero —digo.
—Oh —exclama Emma lanzando una mirada furtiva por encima del
hombro cuando oímos pasos a nuestra espalda. Es la rectora Sinclair, que
acaba de doblar la esquina del pasillo con el señor Harper.
Emma se me queda mirando un momento. Las dos sabemos que nos han
pillado.
—Buenos días —digo cuando pasan por nuestro lado. En la medida de lo
posible, evito dirigirme a la rectora Sinclair por su apellido. Fuera del
internado puedo llamarla Nora y tutearla tal como hace Sinclair con mis
padres, pero aquí sigue siendo la rectora, para mí y para el resto del
alumnado.
—Tori, Emma —nos saluda con un movimiento de cabeza—. ¿No tenéis
clase?
—Sí, estábamos volviendo al aula —dice Emma. Creo que no conozco a
nadie que mienta peor que ella, y estoy segura de que a la rectora Sinclair le
ocurre lo mismo. Se nos queda mirando un instante antes de asentir de
nuevo.
—Entonces no perdáis más tiempo —nos ordena. Luego continúa
hablando con el señor Harper mientras nosotras seguimos andando.
—Baño —digo cuando ya no nos oyen. Emma asiente al instante—.
¿Cómo van las cosas con tu padre? —le pregunto.
Emma no responde. Es un tema peliagudo y soy consciente de ello. Pero
se ha convertido en una buena amiga y no puedo dejar las cosas así. Me
gustaría saber cómo le va y qué ocurre en su vida.
—Se está esforzando de verdad —me dice—. Me manda mensajes de
vez en cuando y me pregunta cómo me van las cosas. La semana que viene
quizá nos veamos, quería conocer a Henry.
—Qué bien —opino, y Emma asiente, aunque no parece precisamente
encantada—. ¿No?
—Sí, está bien. Supongo que necesitamos tiempo. Ya veremos si esta
vez va en serio. No quiero hacerme ilusiones y llevarme otro chasco.
—Bueno, suena razonable —convengo, y sé de lo que hablo. Lo de
llevarse una decepción porque alguien no se ha tomado algo en serio es mi
especialidad.
—¿Y con Sinclair también va todo bien? —pregunta. Genial, no piensa
dejar de insistir hasta que le diga la verdad. Suspiro con la intención de
sonar mosqueada, pero me sobrevienen unas ganas increíbles de echarme a
llorar—. Ay, Tori —murmura Emma al ver que cada vez me cuesta más
mantener las lágrimas a raya.
—Supongo que no, las cosas no van bien —le suelto al fin con la voz
tomada—. Y no solo con Sinclair.
—Henry me ha contado que estás en el equipo de guion.
No tiene que decir nada más. Estoy segura de que Emma comprende a la
perfección lo mal que me siento.
—Sí, no sé. —Me seco los ojos con la manga de la sudadera—. Fue una
tontería, Emma. Debería darme igual. No puedo esperar que Sinclair no se
interese por nadie mientras yo salgo con Val.
—Entonces ¿estás bien con Val? —pregunta.
—Sí, pero en cierto modo... ¿Por qué tengo la sensación de que no es
suficiente? ¿Por qué no soy feliz, Emma?
—Quizá tu corazón intenta decirte algo —opina ella en voz baja.
Trago saliva, incapaz de seguir pensando en el tema.
—En realidad da igual. A Sinclair le gusta Eleanor, me lo dijo él mismo.
—Tori, no se lo cree ni él, seamos sinceras.
—Que sí —insisto con un nudo en la garganta—. La noche después del
baile de Año Nuevo, cuando estaba tan borracho, me lo dijo.
Emma se me queda mirando con aire reflexivo.
—¿Qué te da tanto miedo? —me pregunta al fin.
De repente, algo me oprime el pecho.
Exacto, ¿qué me da miedo? Que me rechacen, hacer el ridículo.
Confundir la amistad con sentimientos y perder a Sinclair por culpa de eso.
—No quiero estropear nuestra relación —aseguro—. Además, tengo a
Val.
—Entonces ¿estáis saliendo? —me pregunta, y se nota con claridad lo
mucho que le cuesta sonar neutral al respecto.
Me encojo de hombros.
—Ni idea, supongo que sí, en cierto modo —respondo a pesar de que
últimamente apenas nos hemos visto.
—¿Y es eso lo que quieres?
«Ni. Idea.»
La verdad es que no lo sé. Hace tiempo que no sé nada de nada.
Hay algo de Valentine Ward que me fascina. Tal vez no sea más que el
hecho de ser objeto de su atención. Sea como sea, ¿basta eso para salir con
alguien?
Lo que quiero es salir con Sinclair, pero eso no es una opción.
—¿Alguna vez has intentado prohibírtelo? ¿Descartarlo?
Emma me lanza una mirada interrogante.
—¿A Henry?
Asiento.
—Claro. Un montón de veces. Pero sabía que era inútil. Estábamos
destinados a acabar juntos.
Destinados. La verdad es que sí. Están hechos el uno para el otro, no hay
discusión posible.
Pero, si eso también pudiera aplicarse a Sinclair y a mí, entonces de
algún modo algún poder superior se habría encargado de unirnos hace
tiempo. Ha tenido seis años para ello. Seis años.
Quizá ha llegado el momento de olvidarme de Charles Sinclair.
Charles
Victoria
Charles
Victoria
Charles
Cenar con mamá y papá tranquilamente, en casa, sin estar mirando el móvil
todo el rato ha sido más duro de lo que creía. Pero se han dado cuenta
enseguida de que algo no iba bien, y justo hoy no me apetecía lo más
mínimo contarles lo sucedido a mis padres. No es que no pueda hablar con
ellos sobre cualquier cosa, pero lo mío con Tori es un chiste recurrente entre
estas cuatro paredes desde hace años. En Dunbridge a mi madre jamás se le
ocurriría soltar el más mínimo comentario, pero aquí, en casa, no oculta lo
mucho que le gustaría que Tori fuera su futura nuera. Y aunque no puedo
insistir más en que solo somos amigos, a la hora de la verdad se muestra tan
incrédula como papá, que no para de preguntarme cuándo volveré a traer a
Tori a comer. Bueno, hace unas horas lo habría seguido afirmando con
seguridad e ingenuidad, pero, a medida que pasa el tiempo, cada vez estoy
menos seguro. La he besado sin pensar, ni siquiera le he preguntado si le
parecía bien. Y en lugar de hablarlo, he visto cómo se marchaba con
Valentine Ward. Menuda mierda, qué ganas tengo de gritar. Para no tener
que verla he decidido presentarme a cenar en casa de mis padres en el
último momento.
Intento no pensar en Tori, les cuento cosas sobre Jubilee y sobre los
ensayos, aunque omito mencionar la conversación que he mantenido con el
señor Acevedo. Espero que mi madre no haya hablado con él; sería
incómodo, aunque entonces quizá mamá y papá rebajarían sus expectativas.
Desde que saben que interpretaré a Romeo no paran de hablar de las ganas
que tienen de ver la función en verano. Si no fuera tan ridículo, la verdad es
que preferiría que no vinieran; ya pasaré suficiente vergüenza actuando
frente a toda la escuela. Porque, si todo sigue como hasta ahora, es lo que
sucederá. Me moriré de vergüenza.
Afortunadamente, ahora mismo tengo otras preocupaciones. Porque he
besado a Tori y no sé cuánto rato llevo mirando fijamente el móvil desde
que he llegado al internado tras el cierre del ala. Emma está en la habitación
de al lado con Henry, y más tarde hemos quedado en el viejo invernadero.
Preferiría no ir, pero entonces me doy cuenta de que lo más probable es que
ella no venga. Seguro que preferirá quedarse con los de último curso en esa
rancia mazmorra. No hace mucho, le habría escrito sin dudarlo ni un
segundo. No sé cuándo empezaron a cambiar las cosas, pero tengo claro
que esta situación no me gusta nada. De verdad. Odio que Tori ya no sea la
persona a quien se lo puedo contar todo, aunque sin duda lo que más odio
es que ella no me cuente nada a mí.
Ahora mismo, abrir nuestro chat me sienta como un puñetazo en la boca
del estómago. Hace más de una semana del último mensaje, y encima fue
una chorrada, aunque no es que antes nos comunicáramos mucho por
WhatsApp. ¿Para qué, si pasábamos la mayor parte del día juntos? Pero
hace una eternidad del último mensaje que decía «¿Qué haces? ¿Puedo
venir?», y sé que si no hago nada las cosas no cambiarán por sí solas.
Aunque tampoco puedo escribirle. Nos hemos besado y luego se ha
marchado con Valentine Ward. Más claro, agua. Seguro que no le ha
contado lo que acababa de suceder. ¿De qué más podrían haber hablado si
no? Y después de todo, supongo que el hecho de que se haya marchado con
él ya debería bastarme como respuesta.
Cuando Henry me escribe un poco más tarde para saber si salimos ya,
me gustaría contestarle que prefiero quedarme durmiendo. Pero, si lo hago,
sabrá de inmediato que algo no va bien, y esta noche quiero evitar como sea
tener que darle demasiadas explicaciones.
Sin embargo, Henry no sería Henry si no fuera capaz de notarlo de todos
modos. Lo veo en sus ojos cuando, ya en el viejo invernadero, no puedo
parar de mirar hacia la puerta, por si a Tori se le ocurre entrar en algún
momento. Aunque no se da el caso.
—¿Tori no vendrá? —me pregunta Henry con su cara de máxima
inocencia colocándose a mi lado.
Me encojo de hombros.
—¿Cómo quieres que lo sepa?
Se me queda mirando con detenimiento antes de responder.
—Nada, solo preguntaba.
—Supongo que debe de estar con Val y los demás.
Henry arquea las cejas sorprendido.
—Interesante —comenta, y cuando me mira de nuevo empiezo a
ponerme nervioso de verdad.
—¿Qué?
—Nada, nada...
—Me da igual, que salga con quien quiera.
¿Por qué tengo que justificarme tanto si acabo de decir que no me
importa?
—Bueno, comprendería que te molestara —me dice Henry.
—¿Por qué iba a molestarme?
Se encoge de hombros.
—A mí me molestaría que Emma prefiriera salir con los de último curso
en lugar de estar conmigo.
—Emma es tu novia.
Henry no replica nada, pero a veces un silencio puede ser la más
elocuente de las respuestas. Vuelve el rostro hacia un lado y sigo su mirada
hasta Emma, que está sentada en el otro extremo del invernadero riendo a
carcajada limpia con Omar, Salome e Inès.
—Además, es evidente que está aquí —constato, tras lo cual me dedica
una sonrisa llena orgullo cuando nos miramos de nuevo.
—Diría que sí —responde. Es insoportable cómo le brillan los ojos, pero
la verdad es que se merece esa suerte que ha tenido. No consigo impostar
una sonrisa lo suficientemente rápido antes de que se fije en mí de nuevo—.
¿Te apetece tomar un poco el aire? —propone señalando hacia la puerta con
un movimiento de cabeza.
Comprendo enseguida lo que quiere decir. Es nuestra manera de
preguntarnos: «¿Te apetece charlar con calma?».
Y en realidad no quiero, pero en el pasado siempre me he sentido
bastante aliviado después de compartir mis ridículos problemas con él.
Asiento sin mucha convicción y lo sigo afuera.
La noche es fresca, pero ya no tan gélida como durante el baile de Año
Nuevo. Desde hace poco, las temperaturas han mejorado hasta el punto de
que ya empieza a notarse la inminente llegada de la primavera, a pesar de
que apenas ha empezado el mes de marzo.
Henry se pone la capucha de la sudadera de Dunbridge y cruza los
brazos frente al pecho.
—¿Quieres contármelo o no?
—¿Si te quiero contar qué? —pregunto.
Henry se encoge de hombros.
—Dímelo tú.
Suelto un suspiro.
—¿Tori? —me pregunta, y no puedo evitar cerrar los ojos—. Tori —
confirma como si hablara consigo mismo—, me lo imaginaba.
—Dime solo una cosa —le pido—. ¿Cómo os disteis cuenta de lo
vuestro Emma y tú?
—¿A qué te refieres?
—Pues que la situación era realmente complicada en vuestro caso. Tú
todavía salías con Grace, Emma no iba a quedarse más de un año en el
internado. Y aun así lo conseguisteis.
—¿Quieres oír la respuesta romántica o la realista? —me pregunta
Henry.
—En realidad, ninguna de las dos.
—Pues no haber preguntado. Veamos... Había más motivos para estar
con ella que para no estarlo. Y deja de poner los ojos en blanco, ya sabes a
qué me refiero.
—¿Esa era la respuesta romántica o la realista?
—¿Tú qué crees? —se limita a replicar Henry.
—Tío, no es que me estés ayudando mucho...
—La comunicación —afirma Henry con más seriedad—. La clave es la
comunicación.
Suelto un gemido de frustración al oír su respuesta.
—¿Qué creías que te aconsejaría? ¿Que te quedaras de brazos cruzados,
sin hacer nada, esperando un milagro? Esa no es la mejor actitud para
conseguir lo que quieres. Ya sé que es una mierda, pero por desgracia es
cierto. Esa clase de problemas prácticamente se esfuman por sí mismos con
solo mencionarlos en una conversación. Cuesta creerlo, ¿verdad?
—Bennington, lo último que necesito es que me vaciles.
—Vale, lo siento. Te entiendo, estás desesperado.
—No, te aseguro que no lo entiendes —objeto—. Nos besamos.
—Sí, en séptimo, ya lo sé.
—No, me refería a... —empiezo a decir, pero me paro de repente—. Un
momento, ¿y tú cómo lo sabes?
—Porque os vi al salir del baño.
—¡¿Y me lo cuentas ahora?!
Henry se encoge de hombros.
—Es asunto vuestro, no mío.
—Dios, Bennington, eres imposible.
—Daba por sentado que sabías que estaba al corriente.
—Pues no, ¿cómo querías que lo supiera?
—Ni idea. Pero, bueno, ahora ya lo sabes.
—De acuerdo. Uau —exclamo echando la cabeza hacia atrás—. Y no me
refería a ese beso.
—¿A cuál entonces?
—Pues a otro beso.
—¿Que os habéis besado otra vez? Sinclair, tío. ¿Por qué no me lo has
dicho?
—Porque ha sucedido hoy. Esta tarde.
—Dios —murmura Henry, y suena demasiado emocionado, demasiado
alegre. Incluso esperanzado, a pesar de no tener motivos para ello—.
Cuéntamelo todo.
—No hay mucho que contar. Estábamos repasando mis textos antes del
ensayo. Era una escena de beso, ella leía el papel de Julieta. Y no sé cómo,
pues... eso.
—Dios —repite Henry—. ¿Y luego?
—Luego han llegado los demás y ya no hemos vuelto a vernos, porque al
final se ha marchado cogida de la mano de Valentine Ward —explico
intentando camuflar la amargura que tiñe mi voz.
Henry titubea un momento.
—Ya veo —me dice—. No es precisamente un desenlace ideal...
—Es una puta mierda, Henry.
—Podríamos decirlo así. ¿Y qué te parecería preguntarle si podéis hablar
sobre el tema?
—No puedo hablar con ella.
—¿Por qué no?
—Porque está con Valentine, y eso ya lo dice todo.
—¿Crees que no le ha gustado? —pregunta Henry frunciendo
ligeramente las cejas, como si el comentario fuera completamente
inadecuado. Aunque parece que se equivoca al respecto.
—Ella ha..., bueno, me ha seguido la corriente, digamos. Al menos
mientras estábamos solos, pero no tengo ni idea. Mierda, Henry, ¿por qué
todo tiene que ser tan difícil?
—Por desgracia, así son las cosas. Por eso mismo tenéis que hablar
cuanto antes.
—¿Por qué está con él y no aquí conmigo? —me lamento
sorprendentemente dolido—. ¿Qué espera de ese capullo? No tiene ningún
sentido, es demasiado buena para ese tío. La trata como a una mierda, y aun
así siempre acaba volviendo con él. No lo entiendo.
—Es posible que ni ella misma lo entienda —supone Henry, y al ver que
no replico nada, decide seguir hablando—: Yo solo sé que eres la persona
en quien más confía en el mundo. Eso es evidente.
—Tal vez lo era —objeto tragando saliva—. Pero últimamente apenas
hablamos. Es insoportable, porque tengo la sensación de haber perdido a mi
mejor amiga.
—Tenéis que hablar —insiste Henry—. De verdad, Sinclair. ¿Y si ella
piensa lo mismo que tú? Todo el día te está viendo con Eleanor, quizá no se
siente segura.
Durante un milisegundo estoy a punto de contarle lo de Eleanor y
Sophia, pero luego decido no hacerlo. Es algo que me confió a mí y solo a
mí, y además me pidió que no se lo contara a nadie.
—Sabe que solo somos compañeros de reparto —replico.
Henry se me queda mirando de un modo elocuente.
—¿Seguro?
No respondo, porque en ese mismo instante empieza a vibrarme el
móvil. El corazón me da un vuelco, pero no es el nombre de Tori el que
aparece en la pantalla, sino el de Eleanor.
¿Estás despierto?
Me quedo helado.
¿Puedes venir?
Victoria
Charles
Victoria
Mierda.
¡Mierda!
¿Qué he hecho? Me doy cuenta de que era mi propia voz la que gritaba
su nombre cuando se ha detenido. Me mira confuso, sorprendido,
asombrado por lo que ha oído. Tiene el cuerpo tenso y yo contengo el
aliento. Solo se distrae una fracción de segundo, pero basta para que el puño
de Val lo alcance de lleno.
Se oye un grito ahogado cuando Charles cae al suelo. Soy yo quien grita.
Su cara ha recibido el golpe y yo me quedo lívida. Val se pasa el antebrazo
por la nariz ensangrentada.
—¡Para, para ya! —chillo con la voz temblorosa, y Eleanor por fin me
suelta. Neil agarra a Val del brazo y lo aparta hacia un lado. Me zumban los
oídos cuando me arrodillo junto a Charles.
Está apoyado sobre los codos y se toca la nariz con una mano. Le caen
goterones de sangre sobre los dedos y sobre la sudadera. Pero sigue
mirándome a mí.
—Mierda, lo siento —susurro cuando le veo la cara. Charles se limita a
negar con la cabeza. Se vuelve para mirar a Val, que escupe algo de sangre
en el suelo mientras los demás se lo llevan para apartarlo—. ¿Puedes
levantarte?
El corazón me late con fuerza mientras se pone en pie con dificultad.
Reprime un gemido y lo agarro por el brazo al ver que se tambalea. No
pienso en nada, solo quiero largarme de aquí cuanto antes. No consigo
respirar de nuevo hasta que las voces de los demás se pierden a nuestra
espalda mientras subimos la escalera. Charles se agarra con fuerza a la
barandilla y se detiene apenas un instante.
—Toma —le digo sacándome un pañuelo del bolsillo mientras intento
recomponerme.
«Respira con calma, Tori. No es el momento de perder los nervios.
Piensa en las opciones que tienes y luego decide lo que hay que hacer a
continuación.»
Charles se limpia la sangre de la cara. Está pálido, pero en sus ojos veo
la adrenalina que todavía tardará unos minutos en desaparecer.
—Mírame —le pido—. ¿Estás muy mal?
—No —responde con la voz tomada, a pesar de que intenta controlarla
de todos modos.
—¿Quieres que vayamos a la enfermería?
Todavía no he terminado de articular la pregunta y ya niega con la
cabeza.
—No.
—¿Estás seguro?
Titubea un poco, y al mirarlo a los ojos me doy cuenta de que no está
seguro del todo. Contengo el aliento cuando detecto un movimiento por
detrás de nosotros, en el pasillo.
—Mierda.
Empujo a Charles hacia un rincón y nos escondemos. ¿Hemos hecho
mucho ruido ahí abajo? ¿Nos han oído? Los muros del internado son
gruesos, pero las dependencias de los profesores están justo en el edificio de
enfrente.
Charles suelta un leve gemido cuando lo presiono contra el muro, pero
es que he oído unos pasos acercándose. Me llevo el índice a los labios y
contengo el aliento. Si nos pescan aquí y su madre llega a enterarse de que
ha pegado a Val, estamos perdidos. Aunque mañana por la mañana lo
acabará sabiendo de todos modos cuando le vea la cara, pero en cualquier
caso será mejor que no nos pillen fuera de la hora de cierre aquí abajo.
Es la señora Cox, la responsable del ala de las chicas de sexto. No me
atrevo a respirar de nuevo hasta que ha pasado de largo. Sus pasos se alejan
y luego noto el cálido cuerpo de Charles pegado al mío. Me aparto de
inmediato.
—Ven —digo cogiéndole la mano y tirando de él. La nariz ya no le
sangra tanto cuando llegamos a su ala. Pero, entonces, cuando enciende la
luz de su cuarto, soy consciente de la magnitud de la tragedia. Charles tiene
un aspecto horrible, lleva la sudadera llena de sangre.
Lo meto en el baño, donde se apoya en el lavabo y echa un vistazo al
espejo.
—Joder... —murmura entrecerrando los ojos.
—Quítate eso —le ordeno señalando su sudadera. Si queremos tener la
más mínima opción de quitar esas manchas de sangre, debemos sumergirla
cuanto antes en agua fría. Pero primero tiene que parar de sangrar. Necesito
hielo. «De acuerdo, tranquila, Tori. Paso a paso.»
Charles hace todo lo que le pido. Cuando se saca la sudadera por encima
de la cabeza se le levanta un poco la camiseta revelando una franja de piel
desnuda. Me acaloro de repente. Siempre me burlo del hecho de que la
equitación se considere un deporte, pero la verdad es que los músculos de
su abdomen son un argumento convincente. Charles reprime un gemido de
dolor mientras intenta desvestirse, por lo que lo ayudo a quitarse la
sudadera y lo insto a sentarse sobre la tapa cerrada del váter antes de mojar
una toalla y llenar el lavabo con agua fría para poner en remojo la sudadera.
El cuello de la camiseta también se le ha manchado, pero no pienso pedirle
que se la quite también. Si es necesario, que la tire a la basura.
Cuando me vuelvo de nuevo hacia él tiene la cabeza apoyada en la
pared. De repente recuerdo el baile de Año Nuevo, cuando se emborrachó y
fui a cuidarlo a su habitación. Esta vez, las circunstancias son distintas,
aunque tampoco tanto.
Parpadea cuando me coloco entre sus piernas y le levanto la barbilla.
Tiene la piel cálida, y bajo las yemas de los dedos noto la tensión de su
mandíbula. La zona que rodea el ojo izquierdo ya se le está hinchando.
—No te muevas —le advierto mientras le limpio la sangre. Lo hago con
el máximo cuidado posible, y él sin duda intenta no quejarse, pero, cuando
le toco la nariz sin querer, se sobresalta—. Lo siento —murmuro.
—No pasa nada.
—Pues siento decirte que esto tiene mal aspecto.
Charles suelta un leve gemido y baja la cabeza.
—¿Tenéis hielo en la cocina del ala? —pregunto.
—Ni idea, puedo ir a mirarlo.
—Ni hablar —decido—. Tú quédate donde estás. Toma, para la nariz. —
Le tiendo la toalla mojada y se me pone la piel de gallina cuando sus dedos
rozan los míos.
Esto es una locura. Mi mejor amigo se ha peleado por mi culpa. Porque
nos hemos besado. Y todo en el mismo día. Dudo seriamente de mi cordura
mientras recorro el pasillo hasta la cocina de los chicos.
Todo está dispuesto de un modo parecido a como lo tenemos en el ala
oeste, de manera que no tengo muchas dificultades para orientarme en la
oscuridad. Para mi sorpresa, entre todas las pizzas y lasañas precocinadas,
encuentro en el congelador una bolsa de guisantes.
Charles vuelve a estar de pie frente al espejo cuando entro de nuevo en
su cuarto. Se ha quitado la camiseta. ¿Se ha vuelto loco? Ahora no puedo
distraerme con su torso definido. Además, la cintura de los pantalones le
queda bastante baja.
Me detengo frente a la puerta del baño y la garganta se me seca de
repente.
—Toma —le digo aclarándome la garganta mientras levanto la bolsa de
guisantes—. No he encontrado nada mejor.
Me mira y me parece guapísimo incluso con media cara hinchada y el
labio abierto. Quiero besarlo. Quiero pronunciar su nombre hasta olvidarme
del mío. Lo quiero todo y noto que esta noche no tengo la fortaleza mental
necesaria para resistirme, lo que no es precisamente bueno, porque estoy a
solas con él en su habitación.
—¿Te ha hecho daño? —me pregunta en voz baja, pero su voz me llega
al alma. Seguramente será mejor que actúe como si no lo hubiera oído—.
¿Tori? —insiste. No soy capaz de responder cuando Charles se vuelve hacia
mí. Se queda parado, no se me acerca por si reacciono apartándome de él.
Me sobrevienen unas ganas terribles de echarme a llorar y él traga saliva sin
dejar de mirarme—. Por favor...
—No —respondo.
Val no me ha hecho nada. Aparte de besarme y agarrarme en contra de
mi voluntad. Para ser sincera conmigo misma, debo reconocer que eso no
ha estado bien. Para ser brutalmente sincera conmigo misma, incluso,
muchas más cosas no han estado bien. Y todos lo sabían, todos me lo
habían advertido, una y otra vez. Emma, Henry, William, Charles... Fui yo
quien no quiso escucharlos porque me creía más lista que ellos. Porque
pensaba que había leído las novelas suficientes para que no pudiera
ocurrirme nada semejante. Y ahora no tengo fuerzas para afrontarlo. Por no
hablar ya de aceptar lo que siento. No tengo ni idea de lo que significa,
primero tendría que pensarlo y aclararme las ideas sobre lo que haré a partir
de ahora. Pero, mientras tanto, no puedo mostrar lo que siento. Ni una sola
debilidad, ni siquiera delante de Charles o de mí misma. De nadie.
—¿Estás segura?
—Que sí, joder —digo con la voz quebrada, y me trago las ganas de
llorar porque no hay otra opción.
«Todo va bien. No podría ir mejor.»
El agua se condensa y empieza a bajarme por el brazo recordándome que
estoy sosteniendo una bolsa de guisantes congelados.
—Toma —le digo—. Tienes que ponerte frío.
—Tori, si te ha hecho algo que no querías, deberíamos contárselo a mi
madre...
—No tenemos por qué —replico con una brusquedad innecesaria—.
Como tampoco es necesario contarle el motivo de la pelea. —Charles se
queda plantado delante de mí—. Me estaba marchando, todo iba bien. Lo
tenía todo controlado, ¿comprendes?
—Sí, ya me lo ha parecido —responde mientras coge la bolsa de
guisantes.
—¿Qué hacías allí abajo? —le pregunto cuando caigo en la cuenta de
que lo más normal era que estuviera en la fiesta de medianoche.
—Eleanor me ha escrito.
Me quedo de piedra. Ha bajado por ella. Porque Eleanor le ha escrito. Ya
no siento nada de nada.
—Te ha visto con Valentine y se ha preocupado.
Me doy la vuelta.
—No deberías haber venido.
—¡Joder, Tori, para ya con esa mierda!
Me sobresalto.
—No, ¿es que no lo entiendes? No te necesito, no necesitaba que me
salvaran de nada. Lo tenía todo bajo control hasta que has aparecido tú y te
has liado a hostias como un neandertal. Dios, pero ¿qué te has creído?
—¿Que qué me he creído? —repite—. ¡Que ese capullo tenía que recibir
lo que merecía! Se pasea por la escuela pensando que puede tratar a la gente
como si fuera escoria sin afrontar las consecuencias. ¡Con Eleanor hizo
exactamente lo mismo!
Eleanor. Por supuesto. Siempre Eleanor. No lo soporto más. Estoy
furiosa. Con Valentine, con Charles, pero sobre todo conmigo misma. ¿Por
qué en la vida real no consigo tomarme en serio los valores en los que creo?
¿Por qué es mucho más sencillo poner los ojos en blanco cuando es la
protagonista de uno de mis libros la que toma malas decisiones y no alza la
voz? ¿Por qué en la realidad todo es mucho más complicado? ¿Por qué no
le he contado a Valentine lo que quería decirle? «No quiero estar contigo,
así de simple. Suéltame, no me toques nunca más.» ¿Por qué? ¿Y por qué
ahora me siento culpable por ello? ¿Por qué dejo que las cosas lleguen al
punto de que mi mejor amigo se pelee por mí solo unas horas después de
que me haya besado? ¿Y por qué no hemos hablado del tema como sería lo
más normal entre nosotros?
Sé que no me estoy comportando de un modo justo, soy consciente de
ello, pero no puedo hacer nada al respecto cuando Charles se me acerca un
poco más, levanta la mano y me sobrevienen las ganas de llorar; siento un
nudo en la garganta y una vez más surgen la rabia y esas ganas
incontrolables de apartarlo de mí. Porque él es la única persona del mundo a
la que no puedo engañar.
—No —le espeto con brusquedad—. No ha estado bien, ¿entiendes? ¡No
te he pedido que le pegaras y que sacaras toda esa mierda tóxica!
Charles se queda de piedra.
—Tori...
—¿Tenías que pelearte? ¿En serio, Charles?
—¡Solo quería ayudarte!
—Pues ¡yo no te he pedido ayuda!
Se me queda mirando. No sé si alguna vez me había dolido tanto algo
como ver las emociones que su rostro refleja alternativamente:
incredulidad, desconcierto y decepción, antes de cerrarse en banda. Me
duele, pero no soportaría nada más. No puedo decirle que una parte
demasiado importante y demasiado débil de mí misma quería llorar de
alivio cuando lo he visto. Que todavía quiero llorar ahora. Que me gustaría
que me abrazara y me protegiera de esta mierda de mundo. Que arriesgaría
nuestra amistad por ello, que me da todo igual. Pero no lo hago, porque ya
no me quedan fuerzas. Porque tengo el corazón roto en demasiados
pedazos. Y porque el suyo también lo está. Me he encargado de ello
personalmente ahora mismo.
Veo cómo su mirada se vuelve fría y el rostro se le endurece.
—O sea que toda la culpa es mía —constata en voz baja. Me muerdo la
lengua y asiento—. Comprendo —dice—. Sinceramente, Tori, vete a la
mierda.
«No lo dice en serio, no lo dice en serio.»
Lo dice absolutamente en serio, porque me lo he ganado a pulso.
Aprieto los dientes tanto como puedo para no echarme a llorar.
—Vete tú a la mierda, Charles.
Charles
Victoria
Charles
Charles
Victoria
Acabo mejorando, pero tardo al menos cinco días. Casi una semana durante
la cual no he hecho más que dormir y de la que recuerdo tan pocas cosas
que da miedo y todo. El jueves puedo tomar un poco de té y de sopa sin
vomitarlo todo al momento. El viernes la fiebre por fin ha desaparecido. El
sábado me ducho y tengo que acostarme inmediatamente después porque la
mínima actividad me deja agotada.
No permiten que venga nadie a verme, solo mamá y papá acuden a
visitarme y me preguntan si quiero que me lleven a casa. Les digo que no
sonriendo, pero espero a que se marchen para echarme a llorar; no es que no
me apetezca estar con ellos. Mamá estaba sobria y me ha parecido
insoportable verla tan inquieta y nerviosa.
Emma me manda un montón de tiktoks y recomendaciones de pelis para
entretenerme, pero de todos modos paso la mayor parte del tiempo
durmiendo. Los del equipo de guion me han mandado un ramo de flores y
una tarjeta para desearme una pronta recuperación, y han firmado todos
debajo menos Charles. Eso me sienta como un bofetón en toda la cara y,
aunque intento seguir convenciéndome de que simplemente debe de haberse
olvidado, no me quito de la cabeza la imagen de él sentado en los ensayos y
pasando la tarjeta sin escribir nada. Es algo tan doloroso que no puedo
evitar ignorar los mensajes de WhatsApp que me ha mandado para
preguntarme cómo me encuentro porque tengo el orgullo demasiado herido.
Seguramente se ha interesado por mí solo por mala conciencia, no porque le
interese realmente. Sin embargo, no tengo nada más que decirle.
Solo recuerdo vagamente las últimas palabras que me dedicó la semana
pasada, mientras que apenas me enteré de nada el día que, según el doctor
Henderson, me desmayé durante la asamblea matinal. Sin embargo, por más
que lo quiera no consigo olvidar las imágenes de la tarde anterior. Y es una
mierda. Ojalá no me hubiera quedado tan grabada a fuego la imagen de
Charles besando a Eleanor, asegurándose de que lo veía bien. Todavía no sé
lo que siento. Rabia, impotencia, decepción. Un poco de todo. De verdad,
ojalá me diera igual, ojalá sintiera indiferencia, pero eso es algo que jamás
podré sentir por Charles, lo cual me vuelve loca. Lo mejor sería no tener
que volver a verlo nunca más. Y a la vez dedico todo el tiempo que no paso
durmiendo a pensar en todas las cosas que quiero preguntarle. Que qué se
ha creído, que si realmente le da todo igual. Que por qué tuvo que hacerlo.
Ya sé que nunca llegaré a preguntárselo. Quizá lo nuestro se quedará en
eso. Ahora mismo no me parece posible volver a mirarlo a la cara y dejar
atrás lo sucedido estas últimas semanas. El hecho de que me besara y que
luego se apartara. O yo de él. Que nos distanciáramos, en cualquier caso.
No lo sé, todo es demasiado confuso y me provoca dolor de cabeza, pero de
todos modos no puedo parar de darle vueltas. Tengo esa ridícula tarjeta
sobre la mesita de noche y me parece una broma de mal gusto. Eleanor no
solo la firmó, sino que encima añadió un corazoncito junto a su nombre. Si
no me importara tanto ser una buena feminista, la odiaría por haber
dibujado ese corazón llevada por la mala conciencia y por el hecho de haber
besado a Charles. Pero luego me convenzo de que ella no ha hecho nada, de
que fue él quien la besó, y de este modo me obligo a odiarlo un poco más.
Esto no facilita las cosas, pero tengo que reconocer que Eleanor me ha
tratado bien desde el primer momento. Y salió a ayudarme cuando me sentí
mal en presencia de Val, casi como si lo hubiera notado. Sería mucho más
sencillo simplemente odiarla, pero por desgracia no puedo. Todavía no sé
cómo me enfrentaré a ella y a Charles cuando me los encuentre, cómo
pondré buena cara durante los ensayos. Seguramente lo mejor sería dejar de
ser la ayudante de dirección. Mi trabajo en el equipo de guion ya está
hecho, el texto ya está listo y, para ser sincera, a estas alturas me da igual lo
que ocurra o deje de ocurrir en verano sobre el escenario. No me quedan
fuerzas para pensar en ello. No puedo seguir sintiéndome herida y fingir
que me trae sin cuidado, porque sí me importa, y mucho, además. Porque
estoy enamorada de Charles desde hace demasiados años. Y me duele. No
quería perderlo, pero, si no hay más remedio, tendré que aceptarlo, porque
ni puedo ni quiero continuar como estas últimas semanas.
Estoy segura de que el lunes que viene por la tarde me dejarán volver a
mi habitación, porque necesitan la cama que ocupo en la enfermería para
los alumnos de séptimo aquejados de vómitos. He quedado con la señora
Barnett en que a partir de mañana asistiré a clase, aunque podré salir en
cualquier momento si no me encuentro bien. Teniendo en cuenta la montaña
de trabajo pendiente que me espera para ponerme al día, creo que al menos
vale la pena intentarlo. Bastará con recuperar los exámenes de Historia y
Francés que no pude hacer la semana pasada, pero ahora mismo no quiero
pensar en ello.
Emma no se separa de mí el lunes por la tarde, prepara té para las dos antes
de acomodarse en mi cama y me pone al día de todos los chismorreos que
han circulado durante los últimos días. Aunque solo he faltado una semana,
tengo la impresión de haberme perdido un mes entero de clases y cotilleos.
Me doy cuenta de que debe de haber cosas que no me ha contado cuando
evita mirarme y toma un trago de su taza de té.
—¿Sinclair te ha dicho algo? —me pregunta como si nada.
Me pongo tensa de inmediato. Me gustaría negarlo, pero sería mentira.
—Sí, me escribió —respondo, y tengo que tragar saliva. Emma se me
queda mirando—. ¿Qué pasa?
—Nada, yo... Es que estaba muy preocupado.
Ah, ¿sí? ¿De verdad? No me hagas reír.
—Está bien saberlo. De todos modos, no firmó la tarjeta que me
mandaron los de teatro.
—Oh... —Emma titubea—. Seguramente sea porque ya no está en el
club de teatro.
—¿Qué? —replico con una carcajada, puesto que estoy segura de que
me está tomando el pelo. Sin embargo, la cara de Emma no pierde la
seriedad—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que decidió no seguir interpretando a Romeo.
—¿Que decidió qué?
—El lunes pasado. Luego estuvo llorando a moco tendido con Henry.
—Espera, espera —digo levantando la mano—. Me estás tomando el
pelo, ¿verdad?
—No, Tori —responde—. No te he dicho nada antes porque no sabía si
quería contártelo él mismo en persona. Pero, bueno, creo que tenías que
saberlo.
—Pero ¿por qué? —exclamo mientras empiezo a darle vueltas a la
cabeza de un modo frenético. Charles ha renunciado al papel—. ¿Y quién
interpretará a Romeo? No había nadie para sustituirlo, no es posible que...
Emma se encoge de hombros.
—Gideon dice que seguramente tendrá que hacerlo Louis, pero las cosas
han sido bastante caóticas desde entonces.
Ya me lo imagino. Dios, está como una cabra. ¿Por qué lo ha hecho?
«Tal vez por ti», susurra una vocecita ingenua y esperanzada dentro de
mi cabeza. No. No, no, no. No puedo pensar así. Tengo que frenarlo como
sea. Esto no tiene nada que ver conmigo. Charles ha tomado una decisión y
no tiene nada que ver conmigo. Dios, esto es muy confuso.
—Está en el obrador, creo —me dice Emma justo en el instante en el que
me pregunto dónde debe de estar. Es increíble lo bien que me conoce mi
amiga—. Pero abrígate bien antes de salir.
Charles
Victoria
El cuidado con el que toma mi cara entre sus manos me abruma. Junto con
la suavidad de sus labios y el calor de su aliento sobre mi boca, solo pasa
una fracción de segundo antes de que me bese. Con determinación y al
mismo tiempo con ternura.
«Por fin», pienso.
Si únicamente pudiera recibir un solo beso en la vida, querría que fuera
este. Los párpados se me cierran solos, mis manos buscan su cuerpo y
encuentran sus hombros fuertes. Tengo que echar la cabeza hacia atrás por
lo alto que es.
Y me olvido de respirar, me doy cuenta de ello cuando noto que estoy
ligeramente mareada.
Charles se aparta un poco de mí y tengo su cara tan cerca que ni siquiera
puedo verlo bien, pero enseguida me envuelve entre sus brazos.
No recuerdo cuándo fue la última vez que me abrazó de este modo, pero
seguro que hace mucho tiempo. Y lo echaba de menos. Apoyo la cara en su
suéter y tengo ganas de llorar, pero no lo hago.
—Yo también estoy enamorada de ti —susurro, y noto que se tensa un
poco—. Ni siquiera recuerdo desde cuándo estoy enamorada de ti, Charles.
—Huele a protección, a harina y a té. Y tiene los ojos de un azul
interminable cuando me mira. Detecto un montón de preguntas en ellos—.
Tenía miedo de que solo me estuviera pasando a mí.
—Yo también tenía miedo —asegura—. Tori, eres mi mejor amiga. Eso
es lo más importante de todo. No podría soportar perderte.
Hundo los dedos todavía más en sus brazos.
—No me perderás.
—O sí.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunto a pesar de saberlo de sobra.
—Porque no soy Val.
De acuerdo, al parecer me equivocaba. Suelto un suspiro.
—Val me trae sin cuidado.
Charles me lanza una mirada cargada de duda.
—De acuerdo, no es cierto —admito—, pero nunca ha sido lo que tú
eres para mí. Porque tú lo eres todo. Eres mi hogar. Eres la persona a quien
le puedo contar cualquier cosa.
—Sí, pero en algún momento dejaste de hacerlo —me acusa, y en su voz
quebrada reconozco el dolor que compartimos.
Asiento y parpadeo al notar que las lágrimas se me acumulan en los ojos.
—Ya lo sé, y lo siento.
—¿Por qué, Tori? —me pregunta levantándome la barbilla con los
dedos. Cuando alzo la mirada hacia sus ojos, veo lo mucho que le brillan—.
¿Por qué dejamos de ser nosotros? Éramos perfectos.
—Porque teníamos miedo —susurro—. Al menos yo lo tenía. Tenía
mucho miedo, todo el tiempo.
Cuando Charles asiente, sé que a él le ocurría lo mismo.
—Yo también tenía miedo. Y no quería que sucediera nada de todo esto,
nada de lo que te dije aquel día. Joder, lo siento muchísimo, Tori. Me
avergüenzo mucho de lo que hice, pero estaba furioso porque dejabas que
Val te manipulara; no paraba de apartarte de nosotros y yo no podía hacer
nada para evitarlo. Y luego te traté como a una mierda, igual que él. No,
incluso peor que él. No debería haberle dado ese beso a Eleanor.
Trago saliva y, aunque son cosas que había deseado oír con toda mi
alma, me obligo a negar con la cabeza.
—Era tu papel.
—No, no lo era. Fue innecesario. Era Charles deseando herir a Tori.
Porque soy un capullo de mierda.
—Yo también te hice daño —digo—. O sea que me lo merecía.
—No, no te lo merecías —me asegura acariciándome las mejillas con los
pulgares—. No te merecías nada de todo esto. Tú lo que te mereces es
encontrar a alguien que te trate con respeto.
Se me forma un nudo en la garganta cuando intento respirar.
—Creo que conozco a alguien así.
Su mirada recorre mi rostro. Pasa por mis ojos, mi nariz, hasta que llega
a mi boca. Me fallan las rodillas.
—Creo que yo también.
Noto un cosquilleo en el estómago cuando posa el dedo índice bajo mi
barbilla para atraerme suavemente hacia él de nuevo. Pero esta vez no me
besa sin más, sino que nos besamos mutuamente. Poco a poco, con cuidado.
En la vida me había sentido tan segura. Lo suficientemente segura para
presionar mi lengua contra sus labios y adentrarme en su boca cuando la
abre. Y cuando encuentro su lengua, el calor me sobreviene por todo el
cuerpo formando oleadas.
He tocado a mi mejor amigo mil veces, pero jamás de esta manera.
Y jamás me había sentido tan guapa como ahora que estoy entre sus brazos.
Lo que es absurdo, porque tengo un aspecto horrible, lo sé porque acabo de
ducharme y al verme en el espejo he pensado que se me notaban claramente
los siete días que he pasado enferma en la cama.
Y Charles lo sabe. Noto el calor de su cuerpo pegado al mío, pero se
detiene cuando nota que me cuesta respirar. Me acaricia el labio inferior con
los pulgares y el corazón me da un vuelco. Se me queda mirando y sonríe.
—Eres preciosa —susurra—. Y ahora métete en la cama y descansa.
—Pero quiero quedarme contigo.
—Tori...
—Por favor.
Charles titubea antes de soltar un leve suspiro.
—De acuerdo, ya casi he terminado. Dame cinco minutos más y luego
volvemos juntos al internado, ¿vale?
Asiento y se me queda mirando de nuevo un momento con la misma
incredulidad que yo misma siento. ¿Cómo es posible que de repente se haya
vuelto tan sencillo? ¿Dónde está el truco?
Me gustaría creer que no hay ninguno mientras Charles me besa una vez
más. Luego desaparece otra vez para meterse en el obrador.
Y realmente se da prisa. No paso ni cinco minutos sentada en un taburete
que hay frente al mostrador antes de que regrese, ya sin el delantal rojo
oscuro, y recoja su chaqueta del perchero de la pared. En lugar de ponerse
el gorro de lana que se saca del bolsillo, me lo tiende a mí.
—Toma —me dice con exigencia, y una sensación de calidez me invade
el estómago.
Obedezco y bajo del taburete cuando me coge de la mano, y no me
soltará durante todo el camino de vuelta hasta el internado. Ni siquiera
cuando llegamos al recinto y nos encontramos con algunos alumnos de
octavo y noveno.
Falta poco para el cierre del ala, pero Charles no se detiene para
despedirse de mí a pesar de que él debería seguir por la derecha y yo por la
izquierda. En la escalera del ala oeste, vacilo. Él me mira.
—¿Todo bien? —me pregunta recorriéndome con la mirada de nuevo.
Asiento.
—Seguro que la señora Barnett entrará a ver cómo estoy —le advierto
mientras saco la llave del bolsillo de la chaqueta y se la tiendo—.
Adelántate, yo pasaré a verla y le diré que voy a acostarme.
—De acuerdo —repone él inclinándose hacia mí, y me besa antes de
meterse la llave en el bolsillo para escabullirse en mi habitación.
La señora Barnett me pregunta tres veces cómo me encuentro y solo me
deja marchar después de comprobar que no tengo fiebre. Al ver que mi
temperatura es normal se queda satisfecha y asiente, comprensiva, cuando
le digo que me acostaré nada más llegar.
El corazón me late con fuerza mientras recorro el pasillo hasta mi
habitación. Charles ha dejado la puerta entreabierta y está sentado en la
cama cuando entro. Levanta la cabeza, el pelo rubio le cae sobre los ojos y
noto un respingo en el estómago. Ya se ha quitado la chaqueta y los zapatos,
y se levanta mientras yo también me los quito.
Luego tira de mí y me obliga a tenderme sobre el colchón. La última vez
que compartimos una cama fue tras el baile de Año Nuevo, y lo he echado
de menos. Su cálido cuerpo, el hecho de que mi cabeza encaje a la
perfección en su pecho.
—Tus padres estuvieron aquí —me cuenta.
Me quedo de piedra.
—Sí, esto..., ¿los viste? —pregunto intentando sonar lo más inocente
posible. ¿También vio a mamá? Y en ese caso, ¿se dio cuenta de algo?
—Solo a tu padre, el lunes pasado. Pero mi madre me contó que al cabo
de un par de días volvieron los dos juntos —me explica titubeando—. ¿No
quisiste que te llevaran a casa?
—Ya empezaba a encontrarme mucho mejor, y además habría sido
complicado. Papá últimamente trabaja mucho, y mamá... —se me escapa.
«Mierda», pienso—. Bueno, siempre está de un lado para otro.
Charles se queda callado un momento.
—¿Va todo bien en casa? —pregunta al fin.
De acuerdo, lo sabe. O quizá no lo sabe, pero sospecha algo. Por
supuesto. Me conoce bien. La última vez que estuve enferma en el
internado, mis padres pasaron a recogerme y me llevaron a casa para
cuidarme, pero por aquel entonces yo tenía trece años y mamá todavía no
había empezado a emborracharse. O al menos no de forma tan evidente. Yo
era más pequeña, quizá simplemente no me daba cuenta.
—Sí, claro —me apresuro a responder, aunque en un tono de voz
excesivamente agudo. Y al mismo tiempo las lágrimas se me acumulan en
los ojos. Realmente no es tan sencillo reprimir todas estas cosas sin estar
todo el rato pensando en si mi madre tendrá de verdad lo suyo controlado, si
mi padre conseguirá convencerla para que intente de nuevo lo de la clínica,
si servirá de algo al no ser una decisión que salga de ella.
—Eh —me susurra Charles pasándome un dedo por la mejilla.
Parpadeo con insistencia, pero estoy cansada y sensible, por lo que al
final decido dar rienda suelta a las lágrimas y empiezo a llorar sin tapujos.
—Tori, ¿qué ocurre?
Me encojo de hombros y tengo la sensación de que, entre sus brazos, se
desmoronan todos los muros que había erigido durante las últimas semanas.
—¿Ha ocurrido algo? —insiste.
Quiero negar con la cabeza y asentir al mismo tiempo, porque no lo sé.
Ha sucedido algo, pero nada en concreto. Es más bien un desarrollo lento
que me da miedo, porque solo puedo suponer lo que sucederá a
continuación.
—Es una tontería —le digo—. Lo siento.
—No es ninguna tontería —objeta de inmediato, después guarda silencio
unos segundos—. ¿Ha vuelto a beber?
¿Cómo he podido creer que no se habría dado cuenta de nada?
Me limito a asentir mientras intento secarme las lágrimas.
—¿Mucho? —me pregunta.
—No lo sé —respondo. «Traga saliva, cálmate», pienso—. Will y yo no
hemos vuelto a casa desde ese fin de semana a finales de enero.
—¿Por eso regresasteis antes de tiempo?
Asiento avergonzada. Pero, al fin y al cabo, es la verdad.
—Y por Kit —añado—. Fue ese fin de semana que las cosas se pusieron
tan feas con su padre.
Él titubea un momento antes de preguntar:
—Y cuando..., bueno, ¿cuando tus padres vinieron...?
—Estaba sobria —le digo—. Eso creo, al menos. Pero tampoco sabría
decírtelo con seguridad. Charles, tengo miedo.
Me abraza con fuerza de inmediato.
—Lo sé —susurra contra mi pelo—. ¿Por qué no me contaste nada en
lugar de quedártelo dentro todo este tiempo?
No puedo más que encogerme de hombros.
—¿Y no podrías haberlo hablado con Valentine, al menos?
La breve carcajada que se me escapa suena llena de amargura.
—Sí, claro.
—¿Eso es un no?
Me aparto un poco de él para verlo bien.
—Charles, con Valentine no podía hablar de nada. Nada de nada,
¿comprendes? Quizá sobre lo que implica crecer en el seno de una familia
rica, pero eso es todo.
El dolor en sus ojos azules me roba el aliento durante unos momentos.
—Entonces ¿por qué aguantaste tanto tiempo?
—Porque me sentía débil, no sé, ni idea. No quería aceptarlo. Desde el
principio todos lo veíais claro y me lo decíais. Eso me cabreó y empecé a
convencerme a mí misma de lo contrario. Porque soy testaruda y no quería
aceptar que teníais razón.
—Yo también estaba furioso —admite con la voz temblorosa—. Me
sentía absolutamente impotente. Sabía que daba igual lo que dijera, porque
no serviría para cambiar las cosas. Al contrario, solo sirvió para
empeorarlas más. Y quiero que sepas que no tenía ninguna intención de
entrometerme en tu vida. Simplemente me resultaba insoportable verte tan
infeliz.
—Ya lo sé, Charles.
Me mira y me olvido al instante de lo que quería decirle.
—Me encanta cuando lo dices —comenta.
—¿El qué?
—Mi nombre.
—¿Prefieres que vuelva a llamarte Sinclair? —le pregunto.
—No —protesta enseguida.
Menuda suerte. Porque casi me da miedo y todo lo raro que me parece
llamarlo Sinclair a estas alturas, a pesar de haberlo hecho durante seis años.
Ahora es simplemente Charles, y espero que siga siéndolo para siempre.
—Por cierto, lo siento mucho —murmuro.
—¿Qué es lo que sientes?
—Haberlo gritado mientras te peleabas con Val. Creo que no habrías
salido tan mal parado si no te hubiera distraído.
—Es posible —replica—, pero creo que valió la pena.
Noto un cosquilleo en el estómago. Levanto la mano y le pongo un dedo
en la mejilla izquierda. Ya no se le nota mucho el ojo morado, aunque
todavía tiene la piel ligeramente coloreada.
—Lo siento mucho, de verdad —repito.
—Yo también lo siento —responde tragando saliva—. Y comprendo que
estuvieras cabreada. Lo que hice fue totalmente innecesario, pero no pude
evitarlo. Alguien debía darle su merecido a Val.
—¿Y tenías que ser precisamente tú?
Charles arquea las cejas al notar mi tono sarcástico.
—¿Lo dices porque intenté enfrentarme al capitán del equipo de rugby?
¿Me estás tachando de poco realista?
—Creo que será mejor que no me pronuncie al respecto.
Charles se ríe en voz baja y me abraza un poco más fuerte.
—De acuerdo, fui poco realista, lo admito.
—Al menos lo reconoces. Además, el desenlace podría haber sido
mucho peor.
—Bueno, tampoco soy tan debilucho.
Trago saliva porque me doy cuenta de que, en efecto, mi mejor amigo es
más fuerte de lo que pensaba.
—Ya lo sé, pero él iba borracho.
Charles lo comprende. Me lo deja claro cuando la sonrisa de satisfacción
desaparece de sus rasgos.
—También siento haber acabado tan mal en el baile de Año Nuevo —me
dice entonces.
—No vuelvas a hacerlo.
—Supongo que en el futuro no tendré más motivos para ello.
—¿A qué te refieres?
Suelta un leve suspiro antes de explicármelo.
—Me puse a beber porque no soportaba verte con él.
—Charles...
—Ya lo sé, fue totalmente innecesario.
—Sí, bastante.
Se me queda mirando y quiero preguntarle en qué piensa, pero no puedo
hablar porque me está acariciando la mejilla.
—Estás pálida —me susurra.
—Es solo la luz, amado mío —replico casi sin pensar, y Charles lo
recuerda. Lo veo en su cara. Es su texto. Romeo se lo dice a Julieta en la
escena que ensayamos juntos.
—Es posible que últimamente no haya tomado las decisiones más
acertadas.
Asiento.
—La verdad es que se me ocurre otra mala decisión que has tomado
hace poco.
Estoy segura de que comprende a qué me refiero antes incluso de que
suelte un largo suspiro.
—Tori...
—No, escúchame. No puedes dejar la obra. Eleanor y tú lo hacíais de
maravilla —aseguro, y, aunque me duele un poco admitirlo, al fin y al cabo
es la verdad. Quiero hacer las cosas bien, y no creo que permitir que
Charles renuncie al papel por mi culpa sea una buena manera de empezar.
Tengo claro que esto conllevará una discusión cuando se incorpora un
poco.
—Tori, no puedo seguir con eso. Ya he visto el daño que te hacía.
—Y yo he visto lo mucho que te divertías sobre el escenario.
—En realidad no quería —objeta—. ¿No entiendes que solo lo hice por
ti? Pensaba que te presentarías a las audiciones, por eso me obligué a
intentarlo también. Tenía esperanzas de poder pasar más tiempo contigo si
los dos entrábamos en el club de teatro. Pero no quería ser el protagonista.
Esperaba que el señor Acevedo me aceptase como árbol o como figurante,
no como Romeo.
—Ya, pero eso era antes de que descubriéramos tu talento —me limito a
decir. Charles hace una mueca—. ¿O me estás diciendo que realmente no te
lo pasas bien actuando? Si eres capaz de mirarme a la cara y decirme que no
te encuentras como pez en el agua cuando estás actuando, no te agobiaré
más con eso.
Duda, como no podría ser de otro modo.
—¿Lo ves?
—No, para ya. Eso es agua pasada. Además, seguro que el señor
Acevedo ya le ha dado el papel de Romeo a otro. No puedo coger y pedirle
que vuelva a aceptarme.
—Pero ¿a ti te gustaría?
—No, Tori...
—Estoy segura de que estará encantado de que vuelvas a interpretar a
Romeo.
—Tori —repite con más énfasis—. Ya tomé una decisión. Es mejor así.
Para todos.
—No quiero que tengas que renunciar a lo que te hace feliz por mí.
—Y yo no quiero que las cosas que me hacen feliz te hagan daño —
replica, y cuando abro la boca para rebatirlo, se me adelanta—: Ahora
mismo preferiría no seguir discutiendo.
Trago saliva. No estoy de acuerdo, pero noto que así no llegaremos a
ninguna parte, por eso lo dejo en paz. Tal vez pueda hablar con Eleanor y
pedirle que intente hacerle entrar en razón. Una parte de mí se pone en
guardia enseguida ante esa posibilidad, pero de todos modos me obligo a no
darle más significado del que tiene.
Charles está aquí. Conmigo. Porque quiere. Porque es a mí a quien
quiere, no me ha dado ningún motivo para sentirme celosa. Tengo que
repetírmelo una y otra vez.
—¿Estás cansada? —me pregunta justo cuando me imaginaba lo
agradable que sería simplemente cerrar los ojos—. ¿Has comido algo? No
has bajado al comedor.
—La señora Barnett me ha traído sopa —le digo.
—¿Quieres algo más? En la panadería teníamos...
—Charles —lo interrumpo en voz baja, y él se calla—. Todo es perfecto.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura.
—¿Quieres que te deje dormir? —me pregunta, y se refiere a si quiero
que se marche.
Lo abrazo con más fuerza y asiento.
—Pero ¿podrías quedarte conmigo?
—Si tú quieres, sí.
—Sí —susurro mientras me pone los dedos en la nuca. Ya ni recuerdo
cuándo fue la última vez que me quedé dormida entre sus brazos, solo sé
que lo echaba de menos. Su cuerpo cálido, su pecho elevándose y
descendiendo bajo mi mejilla.
Nos hemos besado. Hoy. Por tercera vez. Y todo ha ido bien. Sin
secretos, sin remordimientos. Sin sueños febriles confusos que me
despierten asustada ni ganas de llorar. Solo realidad.
Charles
No sabía que se podía ser tan feliz. Que uno pudiera sentirse tan ligero a
pesar de casi no haber pegado ojo. Estaba cansado, pero no podía dormir.
Tenía que oír la respiración de Tori y aspirar su aroma, notar su calor y
darme cuenta de que no estaba soñando.
Porque no es un sueño. Lo sé con seguridad cuando, poco después de las
seis, me levanto con el máximo sigilo posible. Ojalá no tuviera que hacerlo,
pero al cabo de pocos minutos la señora Barnett despertará a las demás para
la carrera matinal. Seguro que Tori se ha librado de correr por las mañanas
durante un tiempo, pero podría ser que de todos modos entrara en su
habitación para echar un vistazo. Y en ese caso será mejor que no me
encuentre dentro.
En principio, salir a correr por las mañanas me gusta, pero en momentos
como este odio estar en esta escuela que me obliga a seguir unas reglas que
me impiden simplemente quedarme en la cama con ella.
Tori se revuelve ligeramente cuando me levanto y me pongo la sudadera.
Al ver que parpadea, me muerdo el labio inferior.
—Lo siento —susurro inclinándome sobre ella—. Tengo que
marcharme. Tú sigue durmiendo.
Suelta un gruñido de contrariedad. No puedo evitar sonreír porque no
estoy seguro de que se haya despertado del todo. Luego agarra la tela de mi
sudadera y me pega un tirón. El corazón me da un vuelco, pero me inclino
hacia ella y presiono ligeramente los labios sobre los suyos. No sé por qué
estoy tan nervioso. Quizá porque una parte de mi extenuado cerebro teme
que lo que ocurrió ayer solo fueran imaginaciones mías y que hoy ya no
seamos Victoria y Charles, sino Tori y Sinclair, los que se besan en secreto
y no vuelven a hablar del tema nunca más.
Pero luego noto que sonríe mientras me besa y simplemente cierro los
ojos.
—¿Estás bien? —le pregunto en voz baja.
Ella asiente y la beso de nuevo en la frente. Tori lucha por no cerrar los
ojos inmediatamente después. Me incorporo y deseo que la señora Barnett
la obligue a quedarse en la cama todo el día y la exima de las clases.
En el ala de las chicas todavía reina el silencio, pero cuando llego a
nuestra planta del ala este me topo de improviso con el señor Acevedo. Se
me queda mirando sin decir nada mientras el corazón se me para como si no
se atreviera a seguir latiendo.
—Supongo que no podías dormir y has bajado a tomar un poco de aire
fresco, ¿no? —me pregunta con tranquilidad.
—Sí —respondo tragando saliva—. Sí, eso.
—Qué suerte, de lo contrario tendría que informar a tu madre.
—Lo sé —replico.
Mierda. A partir de ahora tendré que ir con más cuidado. Me ha quedado
claro que el señor Acevedo no es tan ingenuo como nos gustaría creer. Sin
duda se ha dado cuenta de que Henry pasa más noches en la cama de Emma
que en la suya propia. Pero tampoco puedo arriesgarme a que me pille con
las manos en la masa una vez más.
Noto su mirada clavada en la espalda mientras me dirijo a mi habitación.
Nada me gustaría más que volverme hacia él y disculparme. No solo por
haber contravenido las reglas, sino también por lo del club de teatro. Más
allá del hecho de que no tuviera elección, no estuvo nada bien por mi parte
abandonar la obra en mitad de los ensayos. Ahora soy consciente de lo
difícil que debe de ser encontrar a un nuevo Romeo sin poner en riesgo
alguno de los demás papeles. Me gustaría saber cómo ha resuelto el
problema, pero me parece inadecuado preguntárselo. Prefiero que me lo
cuente Gideon.
Louis y Eleanor se conocen bien, pero temo que no funcionen realmente
como pareja romántica. Además, él era tan convincente en el papel de
Mercucio que sería una verdadera pena que no lo interpretara. Con Gideon
pasa algo muy parecido, porque es la persona ideal para interpretar a
Benvolio. Además, él solo tiene ojos para Grace, a estas alturas incluso yo
me he dado cuenta. Grace, que últimamente parece de lo más confusa; me
temo que no ha encajado bien el hecho de haberse separado de Henry, y la
verdad es que me parece comprensible.
Quizá deberían ser Gideon y ella los que interpreten a Romeo y a Julieta,
pero el señor Acevedo jamás le haría algo semejante a Eleanor. Sería
injusto, porque se ganó a pulso el papel protagonista. Y ojalá no fuera así,
pero tengo la sensación de haberla dejado colgada. Sé que Eleanor y yo
funcionábamos bien sobre el escenario. Era muy divertido actuar con ella,
pero el precio a pagar es demasiado alto. Está en juego la tranquilidad de
Tori, y es algo que no quiero poner en peligro. Ni siquiera a cambio de
sentirme realizado sobre el escenario. Ni siquiera cuando me imagino cómo
sería verla allí arriba con otra persona. Sé que intentará no estar celosa, pero
no puedo exigirle algo así. O sea que nada de Romeo para mí. El año que
viene podemos intentarlo. Nuestra historia de amor en la vida real es más
importante que la del escenario.
22
Victoria
Charles
Charles
Victoria
Tardo casi una semana entera en volver a coger el ritmo del internado y
terminar todo lo que se me acumuló durante los días que no pude ir a clase.
Pasar enferma tanto tiempo es un verdadero desbarajuste, y justo cuando
creía que ya me estaba poniendo al día, durante la clase de Matemáticas me
doy cuenta de que me he olvidado de hacer unos deberes importantes.
—Mierda, Henry, ¿puedo copiarte el ejercicio de Mates? —le susurro
nada más entrar en clase tras él. Se me queda mirando un momento con una
expresión divertida en el rostro y enseguida saca su iPad de la bolsa para
abrir el documento.
—Pero mete algún fallo —me dice antes de mostrármelo.
—Gracias —replico, tras lo que me siento y saco mi propia tableta—.
Luego me lo miro con más calma. Durante la hora de estudio o algo...
—O sea, nunca —anuncia Emma de buen humor apareciendo de
improviso a mi lado—. Lo sabemos todos.
Suelto una carcajada.
—Sí, vale, no nos hagamos ilusiones.
Charles tampoco se ahorra su comentario cuando entra en el aula poco
después. Consigo devolverle discretamente el iPad a Henry antes de que la
señora Ventura entre y empiece la clase pasando a ver nuestros ejercicios.
Después Charles tiene Educación Física, yo tengo Música y una sesión
doble de Biología con el señor Ringling. Cuando al principio de la clase nos
pide que nos pongamos por parejas y saquemos los microscopios de los
armarios que hay al fondo del aula, en el acto tengo claro que a Olive y a mí
nos tocará trabajar juntas, porque somos las únicas que todavía no hemos
encontrado pareja.
—¿Te parece bien? —pregunto titubeando. Olive se limita a asentir sin
mediar palabra, pero veo que su reacción no es tan negativa como temía
cuando va a sacar el microscopio del armario. Mientras tanto me dirijo a la
mesa del señor Ringling, donde tiene unos trozos de col lombarda que
tenemos que recoger para examinar los componentes de sus membranas con
el microscopio y luego plasmarlos en un dibujo.
Olive y yo trabajamos un buen rato en silencio, enfundadas en las
grandes batas de laboratorio de color blanco que nos ponemos durante los
experimentos. Antes bromeábamos tanto cuando nos tocaba trabajar en
pareja que el señor Ringling siempre tenía que regañarnos. Ahora, en
cambio, apenas nos miramos.
Estoy ocupada observando por el microscopio y me acerco más a la
mesa cuando mis codos chocan contra algo. Es el cuenco con la col
lombarda que habíamos sumergido en agua para el siguiente experimento, y
acaba sobre el regazo de Olive.
—Mierda, lo siento —se me escapa cuando Olive agarra el cuenco y veo
que se le han manchado los pantalones color arena. Igual que yo, no se
había abrochado la bata. Empiezo a comprender por qué el señor Ringling
siempre nos aconseja que nos pongamos bien la bata.
—La señora Barnett estará encantada cuando lo vea —murmura Olive
con sequedad al ver el desastre. Cuando levanta la cabeza, contengo el
aliento un momento. Y luego las dos nos partimos de risa.
—Mierda, será mejor que pongas eso en remojo enseguida —le aconsejo
—. Seguro que el señor Ringling te dejará salir un momento para que
puedas cambiarte de ropa.
—Tengo el otro par de pantalones en la lavandería —me dice Olive.
—¿Los azules también?
Asiente.
—Puedo ponerme la falda plisada —murmura con ironía. Es un secreto a
voces que a Olive no le gustan ni los vestidos ni las faldas. Odia a muerte el
uniforme del internado.
—Ahí seguramente no se habría visto ninguna mancha —reflexiono.
Olive suspira y empieza a frotar la mancha con un pañuelo, aunque eso
no mejora precisamente las cosas.
—Lo siento, de verdad —me disculpo una vez más.
—No pasa nada —replica antes de levantar la cabeza de nuevo—.
Hablando de faldas..., ¿se sabe algo sobre aquello del uniforme?
—Pues no —admito, y la verdad es que últimamente he estado tan
ocupada con otros temas que no he tenido tiempo para eso. Pero ahora que
las cosas empiezan a encajar, podríamos convocar una reunión y hablar
sobre lo que nos proponemos conseguir—. ¿Te parecería bien...? —empiezo
a preguntar, pero el señor Ringling me interrumpe.
—Victoria, Olive, ¿qué tal si dejáis la cháchara para la pausa? —nos
riñe, luego se acerca a nuestra mesa—. Ah, Olive, ¿lo veis? Por eso siempre
os digo que os abrochéis la bata. Por favor, ve a cambiarte. Y tú, Tori,
mientras tanto limpia todo esto.
Olive me dedica una breve mirada cuando el señor Ringling lanza un
suspiro y se marcha. La inseguridad ha vuelto a aparecer en sus ojos, pero
me parece casi como si durante los últimos minutos se le hubiera olvidado
que estábamos enfadadas. Tengo la impresión de que quiere decirme algo
más, pero se limita a morderse el labio inferior, se pone en pie y sale del
aula.
Cuando regresa poco después, el señor Ringling nos vigila más de la
cuenta, de manera que no surge ninguna ocasión más de hablar con calma.
Aun así, tengo cierta sensación de triunfo cuando, al salir, Olive me sonríe.
Me encantaría pedirle si quiere charlar un rato, pero justo entonces me topo
de improviso con Charles. Olive también se encuentra con Grace, así que
creo que tendré que intentarlo en otra ocasión.
Charles se alegra muchísimo cuando en el almuerzo le cuento que Olive
y yo hemos olvidado nuestras diferencias durante un rato. En el comedor
vuelve a salir el tema del uniforme escolar cuando los demás le preguntan a
Olive por qué lleva puesta la falda sin que sea obligatorio. En cuestión de
segundos empieza en nuestra mesa una acalorada discusión sobre el código
de vestimenta de la que no sale nada constructivo; solo más frustración.
Cuando termina la pausa y nos levantamos para ir a la primera clase de
la tarde, suelto un suspiro de enfado al ver que no hemos avanzado nada, y
Charles se encoge de hombros como si quisiera disculparse. Él no puede
evitar que el tema me ponga tan nerviosa, pero sé que hasta cierto punto se
siente culpable porque es precisamente su madre la que decide qué ropa hay
que llevar en la Dunbridge Academy. Quizá debería volver a cenar algún
día en casa de los Sinclair para debatir el tema con ella un poco, porque sin
duda no estoy dispuesta a dejar las cosas como están.
Por la tarde, Charles y yo no volvemos a vernos hasta el ensayo. Llego
pronto; de hecho, soy la primera en llegar. Cuando entro en el teatro vacío,
el silencio casi se me traga. Es algo mágico, estar aquí sola y bajar los
escalones enmoquetados. Mi corazón se sosiega y noto el cuerpo más ligero
a medida que me acerco al escenario.
Me cuesta admitirlo, pero, aunque todo se ha aclarado por fin entre
Charles y yo, no consigo librarme de esa sensación melancólica por el
hecho de no estar sobre el escenario. Cuanta más distancia tomo respecto a
Val, sea lo que sea lo que llegó a haber entre nosotros, menos comprendo
cómo pude permitir que me impidiera cumplir mis sueños. Tengo la
impresión de no haber sido yo misma, y de que me ha costado volver a
encontrarme. Constatar que mis amigas y amigos se daban cuenta todo el
tiempo me parece sorprendentemente doloroso. Siempre he creído que me
conocía a mí misma, pero parece evidente que me equivocaba. Los últimos
días he intentado evitar a Val en la medida de lo posible. No tengo ganas de
volver a enfrentarme a él ni de oír sus comentarios envenenados.
Dejo mi bolsa de tela sobre uno de los asientos de la primera fila y me
quedo indecisa un instante. Es asombroso cómo este teatro tan vacío y
solitario se llena de vida cuando suben Charles, Eleanor y los demás. Me
acerco al frente y recorro el borde del escenario con el índice. Un leve
escalofrío me recorre el cuerpo cuando pienso en cómo Charles y yo nos
tendimos encima y me besó. Tengo la sensación de que hace una eternidad,
a pesar de que apenas hayan pasado dos semanas desde entonces.
Lanzo una mirada fugaz a las puertas del teatro y luego cierro los ojos.
—Pobre de mí —susurro, y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando
me sorprende el volumen de mi propia voz rompiendo el silencio absoluto
que me rodea. Es todo lo contrario a cuando ensayamos la escena del
balcón con Charles en el obrador—. Ay, Romeo, ¿por qué tienes que ser un
enemigo, un Montesco, al que no puedo amar? Como si mi corazón tuviera
elección cuando te veo —recito, y me apoyo en el borde para subir al
escenario. Una vez arriba, actúo como si hubiera tenido el valor de
presentarme a la audición—. Romeo, niega tu apellido y luego dámelo. Lo
digo en serio. No quiero seguir siendo una Capuleto, quiero estar a tu lado.
—Me pongo en pie. Cuando cierro los ojos soy Julieta, paseando de un lado
a otro de su balcón. Inquieta, desesperada porque el hombre al que amo
sigue estando fuera de mi alcance—. Solo es tu apellido el que nos hace
imposibles —prosigo—. El amor me encontró ¿y tengo que librarme de él
por un apellido? Pues tomaré otro. Renunciaré al mío y aceptaré otro, por
eso te lo suplico, cielo santo, concédeme a ese hombre.
«Te tomo la palabra», responde Charles dentro de mi cabeza, aunque en
realidad lo que suena son unos aplausos que me sobresaltan de repente.
Abro los ojos.
—Es una verdadera pena, querida Victoria.
Veo que es el señor Acevedo, que se aparta de las sombras de la parte
superior del auditorio, junto a las puertas, para bajar los escalones. Me
quedo de piedra. De inmediato, las mejillas me arden de vergüenza.
—Lo siento, yo... creía que estaba sola —me disculpo dirigiéndome con
pasos apresurados hacia la pequeña escalera que hay al borde del escenario.
Sin embargo, el señor Acevedo sigue hablando haciendo caso omiso a mi
bochorno.
—Ya me he dado cuenta, seguramente por eso lo has hecho tan bien —
conjetura sin quitarme los ojos de encima—. Aunque creo que con público
también me habrías convencido si te hubieras presentado a las audiciones.
—Trago saliva, pero no digo nada mientras bajo hasta donde tengo mis
cosas—. ¿O realmente quieres hacerme creer que no te apetece actuar?
Niego con la cabeza despacio.
—No, tiene razón. No sé por qué no me atreví a presentarme.
—Entonces ya somos dos los que no lo comprendemos.
—Era difícil —admito—. Me temo que durante los últimos meses he
estado un poco perdida. Al menos me sentía así. Y respecto a las
audiciones... Tal vez el año que viene.
—Me parece un buen plan —repone el señor Acevedo con una sonrisa
—. Tengo la impresión de que ya te has reencontrado contigo misma,
¿puede ser?
De repente vuelvo a recordar por qué el señor Acevedo es uno de mis
profesores preferidos. Se interesa de verdad por lo que nos preocupa y es
mucho más receptivo que la mayoría de sus colegas.
—Sí, yo..., la verdad es que tengo esa impresión —aseguro—.
Últimamente las cosas han ido encajando mejor.
—Me alegro mucho, Victoria —dice él con una sonrisa de complicidad.
Los dos nos volvemos al mismo tiempo hacia la puerta cuando oímos que
se abre. Me quedo de piedra al ver que es Olive la que aparece por el
umbral.
—¿Llego demasiado pronto? —pregunta con inseguridad, y retrocede
hasta que el señor Acevedo niega con la cabeza.
—No, en absoluto. Espero que los demás no tarden en aparecer, pero
baja aquí con nosotros.
Olive obedece a regañadientes. Me pongo cada vez más nerviosa a
medida que se nos acerca. Por suerte, la puerta se abre de nuevo poco
después. Las voces de los alumnos que van entrando se encargan de romper
el silencio tenso que reinaba hasta hace un instante.
Charles parece sorprendido por la presencia de Olive, que se mantiene
algo apartada del grupo, con los brazos cruzados frente al pecho. Al cabo de
poco se le une Grace, que ha llegado acompañando a Gideon.
—¿Olive? —murmura Charles sorprendido cuando se coloca a mi lado.
Asiento, pero, antes incluso de poder abrir la boca, el señor Acevedo da
unas palmadas.
—Bueno, empecemos. Primero de todo me gustaría presentar a los
nuevos miembros de nuestro equipo. Para vestuario y maquillaje
contaremos con la ayuda de Olive, Marian y Nathan. Podéis ir pasando por
el almacén por grupos mientras los demás ensayan. Victoria os acompañará
e irá anotando los trajes que usaremos. ¿De acuerdo? —pregunta; luego se
me queda mirando. Asiento a pesar de notar el estómago encogido al pensar
que Olive estará en el almacén de vestuario... Por la cara que pone, parece
que ella también se imagina situaciones más agradables que esa.
Me obligo a dejar de lado los pensamientos negativos mientras el señor
Acevedo nos envía a vestuario a Olive, Marian, Nathan y a mí. También nos
acompañan Gideon, Grace y Terrence, que durante la siguiente escena ya
tendrán que subir a las tablas.
Nunca había entrado en la parte trasera del escenario, donde se almacena
una gran cantidad de trajes y de piezas de atrezo. Mientras revolvemos los
trajes, se extiende un intenso olor a naftalina y a magia. No tardamos ni
media hora en encontrar el vestuario adecuado para Benvolio, la nodriza y
Teobaldo; después me dedico a documentar las combinaciones con la
cámara del móvil. Apenas he intercambiado alguna palabra con Olive, que
intenta rehuir mis miradas en la medida de lo posible, aunque tengo la
sensación de que no se encuentra bien. De vez en cuando deja la mirada
perdida en el vacío, parece dispersa y encerrada en sí misma. No tengo
ocasión de hablar con ella porque, a continuación, les toca a Charles y
Eleanor.
La mirada de Olive se vuelve hacia nosotros cuando Charles me coge de
la mano un momento para besarme entre los percheros de la ropa. Veo de
reojo que sonríe al vernos.
—Te echaba de menos —murmura Charles cerca de mi oído en cuanto
se separa de mí.
—Han pasado treinta minutos, Charles...
—Da igual, es insoportable lo largos que se me han hecho —me asegura,
después mira a su alrededor—. Bueno, vamos allá.
24
Charles
Victoria
Casi dos horas después, el reparto entero tiene vestuario y damos por
concluido el ensayo. Olive y yo no hemos tenido más ocasiones de hablar,
pero los breves momentos que hemos compartido discutiendo sobre el
uniforme obligatorio me han parecido un progreso positivo. Cuando
Charles me pregunta si me parece bien que se marche con los demás, estoy
segura de que sabe en qué estoy pensando. Este sería un buen momento
para charlar con ella.
Asiento agradecida y le doy un beso antes de empezar a recoger las
cosas con una calma impostada. Pasa un rato hasta que me doy cuenta de
que Olive ya se ha marchado. Debe de haber salido del teatro antes, con
todos los demás, pero tal vez tengo suerte y consigo pescarla mientras sube
a nuestra ala. ¿O tiene entrenamiento de natación? ¿Qué hora es, de hecho?
Cuando me dispongo a sacar el móvil para consultar el reloj, me doy
cuenta de que no lo tengo en el bolsillo. Tampoco lo encuentro en mi bolsa,
y luego me acuerdo de que antes, en el almacén de vestuario, lo he dejado
sobre un estante. Los últimos en salir se dirigen ya hacia la puerta mientras
me escabullo de nuevo hacia la parte trasera del escenario. En el almacén
todavía hay luz; veo mi móvil, lo cojo y estoy a punto de salir cuando oigo
un ruido.
—¿Hola? —pregunto.
Se impone el silencio de nuevo, pero decido avanzar un par de pasos.
Y entonces la veo.
Olive está sentada en cuclillas sobre la silla que hay junto al probador.
No he necesitado ver el pañuelo arrugado que tiene en la mano para darme
cuenta de que ha estado llorando. Me ha bastado verle los ojos enrojecidos
y la mirada vidriosa.
En cuanto me ve, tira el pañuelo al instante y se levanta de un salto.
Me acerco a ella titubeando.
—¿Todo bien?
—Todo genial —responde escondiendo las manos tras el cuerpo—. Solo
estaba..., bueno..., ya sabes —me dice.
Su expresión es de concentración, mantiene la cabeza gacha. Y ya sé lo
que ocurre cuando Olive se pone así. Veo la pequeña arruga que aparece
entre sus oscuras cejas cada vez que intenta por todos los medios no echarse
a llorar.
No digo nada. Me limito a esperar. Olive no se mueve.
—Te echo de menos —le digo.
Nuestras miradas se encuentran en el espejo y luego todo sucede muy
deprisa. Los ojos verdes de Olive se llenan de lágrimas, baja la cabeza y se
tapa la cara con las manos mientras solloza levemente. Se queda frente al
perchero del probador cuando me acerco a ella. Y luego simplemente la
abrazo.
Le tiemblan los hombros, todo el cuerpo. Solo la suelto para buscar un
pañuelo limpio en mi bolsa. Se muerde el labio inferior cuando se lo
ofrezco.
Espero a que se suene la nariz, pero las lágrimas siguen rodando por sus
mejillas. Parece que todo lo que le ha estado afligiendo y que ha estado
conteniendo durante las últimas semanas se ha desbordado de repente. Me
da miedo, porque nunca había visto así a mi amiga. A diferencia de mí,
Olive no llora casi nunca. Ni por escenas de películas tristes o
enternecedoras, ni cuando siente que la tratan de forma injusta. La única
vez que la vi llorar fue en séptimo, cuando se torció el tobillo en clase de
Educación Física y todos pensábamos que se lo había roto. Al final resultó
ser solo un esguince, pero de todos modos debió de ser realmente doloroso.
—¿Qué te ocurre, Livy? —susurro.
Ella niega con la cabeza.
—Por favor, habla conmigo.
—No puedo.
—¿Ha sucedido algo?
Olive traga saliva con dificultad y se encoge de hombros.
—Olive —empiezo a decir, e intento elegir con sumo cuidado las
siguientes palabras—. ¿Alguien te ha hecho daño?
Niega con la cabeza sin decir nada, por lo que decido creerla.
—Hace tiempo vi algo —me cuenta al fin. Su voz suena tomada, se nota
lo mucho que tiene que esforzarse para no seguir llorando—. El otoño
pasado. Después de la hora de estudio estuve en casa de Grace y regresaba
al internado por la noche. Ya había oscurecido, pero unas calles más abajo
vi...
Olive cierra los ojos antes de proseguir con la voz quebrada.
—Era el coche de mamá frente a una de las casas. Al principio no le di
más vueltas, a veces también visita a embarazadas a domicilio en Ebrington
—me explica, aunque tiene que parar para tragar saliva de nuevo—.
Normalmente me avisa y así nos vemos un rato. Pero esa vez no me avisó.
Y luego supe por qué. Porque no era una visita de comadrona, sino de
carácter privado.
La dureza vuelve a aparecer en sus facciones cuando los ojos se le llenan
de lágrimas una vez más. Olive se seca las mejillas con el dorso de la mano
antes de continuar. Rezo en silencio para que no sea lo que estoy pensando.
—Justo en ese momento salió de la casa. Con un hombre. Y se despidió
de él dándole un beso.
Reina el silencio durante unos segundos.
—Mierda —susurro.
Olive aprieta los labios con fuerza antes de asentir.
—Quizá solo pareció un beso y en realidad no lo fue.
Cierra los ojos un momento.
—Por desgracia, no tengo la menor duda de que fue un beso.
—¿Y tu padre lo sabe? —pregunto sin demasiada convicción.
Ella niega con la cabeza.
—Mi madre me vio y me siguió. Me aseguró que había sido algo puntual
y me pidió que no le dijera nada a papá.
—Pero eso es... —empiezo a decir, pero me quedo callada porque se me
pasan demasiadas cosas por la cabeza: «falso, deshonesto, manipulador».
—Sí, exacto —replica Olive riendo con amargura—. Eso mismo le dije
yo.
—¿Se lo has contado a tu padre?
Se nota lo mucho que esto la atormenta cuando niega de nuevo con la
cabeza.
—No. Al principio quería decírselo, pero... al día siguiente lo vi en la
enfermería y no fui capaz. Él la quiere, haría cualquier cosa por ella. Seguro
que no tiene la menor idea de lo ocurrido, y es que... Simplemente no pude.
Ojalá no lo hubiera visto. Ojalá no sospechara nada, igual que él, porque
entonces no me sentiría como una maldita traidora.
—No eres ninguna traidora, Olive —le aseguro, aunque soy consciente
de que me sentiría igual si fuera yo quien estuviera en su lugar.
Olive se limita a encogerse de hombros.
—Lo siento muchísimo —le digo.
—No sé qué hacer, Tori.
—No puedes hacer nada.
—¿Y si se divorcian?
Niego con la cabeza levemente, aunque no me atrevo a prometerle que
algo semejante no sucederá. Sé muy bien lo rápido que ese temor puede
convertirse en una realidad.
—En ese caso sobrevivirás —afirmo con calma—. ¿Y sabes por qué?
Porque no estás sola, Livy. Por mucho que te sientas así.
Olive respira hondo antes de echar la cabeza atrás un momento. Y luego
se me queda mirando.
—Lo siento —se disculpa en voz baja—. Lo siento mucho, Tori.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
—No podía. Es que simplemente no podía. No quería que el rumor se
extendiera por aquí. Mi padre acabaría enterándose.
—No se lo contaré a nadie —prometo.
—De acuerdo —repone Olive tragando saliva—. Gracias.
—Y puedes contar conmigo para lo que sea, Livy.
—Ya lo sé —responde—. Aunque no me lo merezco. No he sido buena
amiga. Lo que te dije en el pasillo hace unos días, y en el comedor...
—Está olvidado.
—No, no estuvo bien. No fui justa contigo. Y con Emma tampoco —
sentencia. Olive se debate claramente consigo misma antes de seguir
hablando—. No lo soportaba. Estaba desesperada y furiosa con mi madre.
No quería convertirme en la cómplice que ve lo que ocurre pero no hace
nada. Y luego llegó Emma y pensé: ahora ocurrirá lo mismo, pero entre
Grace y Henry.
En este momento es cuando lo comprendo. Es como si todas las piezas
del rompecabezas encajaran de golpe en mi cabeza y respondieran a las
preguntas que llevaba haciéndome desde el otoño.
—Emma no ha hecho nada malo, Livy —le digo en voz baja.
—Ya lo sé. No fue justo por mi parte juzgarla de ese modo. Pero estaba
furiosa. Y nadie podía entenderme.
—Yo te entiendo.
—Yo no quería que las cosas fueran así entre nosotras —susurra.
Trago saliva. Una parte de mí querría hacerle reproches y ofenderse.
Hacerle sentir lo que he sentido yo. Rechazo, desesperación. Pero otra
parte, mucho mayor, simplemente se siente aliviada de que vuelva a
dirigirme la palabra. De que hubiera un motivo para su comportamiento y
que no tuviera nada que ver conmigo.
—No es demasiado tarde para cambiar las cosas.
25
Victoria
Me sorprende lo emocionada que estoy cuando, por primera vez en los seis
años y medio que llevo en el internado, el lunes me presento a la asamblea
matinal vestida con unos chinos beige y la chaqueta azul marino del
uniforme. Parece ser que nuestro propósito ha circulado un poco, porque
Eleanor y Olive no han sido las únicas que han decidido bajar sin la falda
plisada y los leotardos, sino que Emma, Inès, Amara, Salome y unas
cuantas amigas de Eleanor de último curso también se han unido a nosotras.
Y no pasa mucho tiempo hasta que los primeros docentes nos indican
que estamos incumpliendo la normativa. El corazón me late nervioso
cuando niego con la cabeza para rechazar la petición que me hace la señora
Kelleher de subir a mi habitación a cambiarme. Cuando poco después me
encuentro junto a las demás en el despacho de la rectora Sinclair, me asaltan
las dudas sobre si la acción ha sido realmente una buena idea.
—Ya sabéis que esto supone una infracción de las normas —dice la
madre de Charles paseando de un lado a otro frente a su mesa.
Eleanor asiente.
—Somos conscientes de ello, rectora Sinclair.
—Y, aun así, ¿habéis decidido hacerlo?
—Sí, es un gesto simbólico —afirmo—. Nos gustaría que se aplicara un
criterio más igualitario en la escuela.
La rectora se detiene de golpe.
—¿Significa eso que no os parece que lo sea?
—Por desgracia no —respondo tragando saliva—. Nos parece injusto y
sexista que las chicas estemos obligadas a llevar falda.
La rectora Sinclair guarda silencio un momento.
—¿O sea que preferiríais llevar pantalones?
—Lo que queremos es que cada una pueda elegir qué ponerse —explica
Eleanor.
—Entiendo —dice la rectora Sinclair con calma—. Veré lo que puedo
hacer. Como comprenderéis, no es una decisión que pueda tomar sola.
—¿Por qué no? —pregunto—. Usted es la rectora.
—Cierto, pero también doy valor a las opiniones de los patrocinadores
de la Dunbridge Academy. Hablaremos del tema durante la siguiente sesión
del consejo escolar —nos promete mirándonos fijamente—. Y por eso os
pido que, mientras tanto, os ciñáis a la normativa oficial. —Olive abre la
boca indignada, pero la rectora Sinclair sigue hablando antes de que pueda
reponer nada—: Lo siento, ya sé que esperabais algo distinto. Pero valoro
vuestra aportación y comprendo que se trata de un tema urgente.
Cuando regresa tras su escritorio, comprendo que da por terminada la
conversación. La sensación es de derrota cuando salimos de su despacho.
—No se ha mostrado completamente en contra —dice Eleanor con poco
entusiasmo.
Me limito a encogerme de hombros. Porque, aunque sea cierto, de
momento no hemos conseguido nada. Es toda una humillación subir de
nuevo a nuestras habitaciones para cambiarnos de ropa antes de bajar a
desayunar y luego ir a clase. Camino de las aulas, veo que Valentine se me
queda mirando. Niega levemente con la cabeza antes de empezar a
cuchichear con sus amigos mientras Emma, Olive y yo pasamos por su
lado.
Charles nos mira enseguida con expectación cuando nos topamos con él
y con Henry.
—¿Y bien? —pregunta, tras lo que parece darse cuenta de cómo ha ido.
Suelto un suspiro antes de contarle hasta dónde hemos llegado.
Charles
Victoria
Charles
Victoria
Charles
Charles
Victoria
Kit tardó casi una semana en salir del hospital. Ahora está bien, tuvo suerte
y en lugar de volver a casa de sus padres le han dado una habitación libre en
el ala de los alumnos de décimo. Cerca de la de Will.
La rectora Sinclair presionó para que le concedieran una beca y parece
ser que lo consiguió. Eso no resuelve los problemas que tiene con su padre,
pero al menos ahora Kit está a salvo.
Por supuesto, enseguida empezaron a circular rumores sobre lo sucedido
y sobre el hecho de que Kit tuviera que ser trasladado a la clínica. Todavía
no he vuelto a verlo durante las pausas entre clase y clase, pero esta noche
en la fiesta de medianoche que hemos celebrado en el viejo invernadero ha
aparecido con Will. Parece de verdad hecho polvo, más o menos como
Charles después de pelearse con Valentine. Intento no pensar en la suerte
que tuvo de que Val solamente le dejara un ojo morado y el labio partido, y
no llegara a hacerle más daño.
Noto que me mira fijamente todo el rato. Los demás hablan, ríen y
beben. Charles no bebe, se limita a mirarme sin cesar. Desde la semana
pasada no hemos tenido tiempo de hablar con calma. La conversación que
nos espera me parecía demasiado importante para tenerla entre clases o
durante los ensayos, pero al mismo tiempo es ineludible. Lo hicimos. Es
más, para mí fue la primera vez. Y creo que debería decírselo a él, si es que
no lo intuye ya. Quién sabe, solo puedo hacer suposiciones mientras no
reúna el valor necesario para abordar el tema. Charles comprenderá que
para mí es importante. Él no es como Val, que sin duda se habría reído y
luego me habría dicho que no tenía ninguna importancia que todavía no lo
hubiera hecho, tras lo cual me acusaría de complicar las cosas una vez más
y se enfadaría conmigo.
Y no es que Charles y yo no nos peleemos, pero de algún modo es
distinto. En su caso sé con qué puedo contar. Si se enfada por algo, no suele
ser una sorpresa para mí, y no me saldrá de repente con reproches sin
fundamento ni insultará a otras mujeres. Eso son señales inequívocas de lo
tóxico que era Val, y todos mis amigos las vieron. Y mientras tanto, ¿qué
hacía yo? Defenderlo, porque se había metido tan dentro de mi cabeza que
no era capaz de ver claro lo que sucedía, y además me había propuesto
curarlo, sanar sus heridas más internas a cualquier precio; es decir, a costa
de mi autoestima.
No sé qué tiene Val, pero era como una especie de hechizo maligno que
me anulaba el sentido común. Después de haber leído tantos libros, pensaba
que no me sucedería jamás algo semejante, porque tengo claros mis
principios y una sana confianza en mí misma. Porque hay suficientes
personas en mi vida para recordármelo y protegerme. Bueno, y de hecho lo
hicieron, pero yo no quise creerlos; Val ya se había interpuesto entre
nosotros. Desde el principio habló mal de mis amigos y eso era algo que me
molestaba. Fue la primera señal que me indicaba lo peligroso que era, y tal
vez la más importante, pero no quise verlo. Tuve que tocar fondo para
acabar reconociéndolo. Dios, Charles acabó por pelearse con él para que yo
lo viera claro.
Esa noche me alejé de Valentine por mis propios medios, pero ¿quién
sabe qué habría podido pasar? ¿Quién sabe si en algún momento habría
terminado cediendo para que me dejara en paz? Me alegro de no haberlo
hecho y de que mi primera vez fuera con Charles, tal como deseaba en
secreto. Quería perder la virginidad con él, por muy inapropiada que me
parezca la expresión; porque perder algo implica que alguien se lo queda,
como si fuera una especie de distinción. Puestos a perder la virginidad, lo
he hecho de manera consciente. No deberían decirnos cosas como: «No te
preocupes, todavía eres muy joven», o: «Es bueno que esperes». Deberían
decirnos: «No te preocupes, no necesitas acostarte con alguien como prueba
de que le gustas». Pero eso no nos lo dice nadie jamás.
Me sobresalto cuando noto que me tocan el hombro. Charles desliza un
dedo con suavidad por mi espalda antes de apoyar las manos en el respaldo
del sillón del viejo invernadero.
—Hola —me saluda.
Echo la cabeza hacia atrás. Cuando me vuelvo hacia él, me besa. Así de
fácil, aunque los demás puedan verlo.
—Hola —susurro cuando mis labios se separan de los suyos—. ¿Qué
tal?
—¿Todo bien? —me pregunta—. Pareces triste.
—Triste —repito.
—Sí —insiste sin apartar la mirada—. Solo quería asegurarme de que
estabas bien.
—No estoy triste —le aseguro. Ahora ni siquiera es mentira, porque el
hecho de que me lo pregunte me pone todo lo contrario de triste. Y me
recuerda que da igual lo que hubiera sucedido con Valentine, o lo que
estuvo a punto de suceder. Es pasado, un error, una experiencia de la que he
aprendido algo. Lo que tenemos Charles y yo es presente. Y es perfecto.
Ninguna señal inquietante, solo Charles, que interrumpe la conversación
con sus amigos para acercarse a mí y preguntarme si estoy bien.
Veo que reprime un bostezo y a continuación hunde la cara en mi
hombro. Le acaricio el pelo con la mano.
—¿Estás cansado? —le pregunto.
Él me da un beso en el cuello.
—¿Tú estás cansada?
Me encojo de hombros. Hace un momento sí lo estaba, pero ahora el
cosquilleo que noto en la entrepierna me hace olvidar cualquier sensación
de cansancio.
—¿Nos vamos? —pregunto de todos modos.
Él se queda parado un momento. Luego me besa tras la oreja y me
susurra un «sí».
—Vamos —dice tirando de mi mano.
Emma le susurra algo a Henry antes de saludarnos con la mano con una
sonrisa en los labios. Esos dos son incorregibles.
Charles no me suelta cuando salimos del invernadero. «La primavera ya
está aquí», pienso cuando noto el aire más cálido de lo que esperaba. De
repente me siento impaciente. No veo el momento de vivir las noches de
verano con Charles: que no haya anochecido todavía cuando llega la hora
del cierre, escabullirnos para bañarnos en el lago con la última luz del día,
no dormir jamás y no despertar jamás de este sueño.
Empiezo a sospechar lo que se propone Charles cuando me lleva hasta el
ala norte y recorremos los oscuros pasillos que hay hasta el teatro. No está
cerrado con llave. Me río en voz baja mientras me hace entrar en la sala a
oscuras. En plena noche. Nosotros dos solos. La puerta se cierra con
pesadez y el silencio que reina dentro es distinto, se cierne sobre nosotros
como un abrigo de tejido grueso mientras bajamos los escalones. El débil
resplandor de las luces de emergencia me permite al menos vislumbrar
dónde puedo poner los pies y dónde no. Una vez abajo, Charles enciende la
lámpara que tenemos en la primera fila y que usamos para ensayar en
grupos reducidos y para que el señor Acevedo pueda tomar notas.
—¿Habías estado alguna vez aquí por la noche?
Me sobresalto cuando Charles aparece de repente detrás de mí. Muy
cerca de mí. Su voz suena más clara gracias a la acústica de la sala, pero ese
no es el motivo por el que se me pone la piel de gallina. Es por el ligero
matiz ronco que adopta, ese que me parece tan increíblemente atractivo.
—No, ¿y tú? —pregunto volviéndome hacia él, de modo que los bordes
del escenario quedan a mi espalda. Y Charles justo delante de mí. La luz
incide de lado sobre su rostro.
En lugar de responder, me besa, y solo puedo dar gracias al cielo. Es otro
tipo de beso. Es profundo y deliberado, lento, intenso. Es un beso perfecto.
Y un beso perfecto implica dos pelvis que encajan a la perfección, y ese
temblor reprimido que consigue que me tiemblen las rodillas.
—Tori —susurra cuando sus labios se deslizan hasta la comisura de mi
boca y se detienen frente a mi cara, apenas a unos centímetros. Puedo oír
cómo traga saliva con dificultad. Otro sonido que ahora mismo es capaz de
robarme el sentido. Charles, de noche, excitado, los dos en el teatro—.
Sobre lo de la semana pasada...
La semana pasada. Cuando pienso en la semana pasada me vienen a la
cabeza nuestros cuerpos en mi cama. ¿Se dio cuenta de algo?
—¿Sí?
Se aparta un poco antes de proseguir.
—¿Crees que valió como primera vez aunque no durara más que treinta
segundos? —me pregunta, y me quedo de piedra.
Entonces es verdad. Lo sabe.
Mi risa suena demasiado aguda, torpe, tal vez porque ahora mismo en
realidad tengo ganas de llorar.
—Quería decírtelo —añade.
Un momento...
—¿Qué es lo que querías decirme?
Me examina muy brevemente, está nervioso, se le nota por cómo se
muerde el labio antes de responder.
—Que no lo había hecho nunca.
—¿Qué? —exclamo.
¿Que no...? ¿Me toma el pelo? ¿De verdad no lo había hecho nunca?
¿Y Eleanor? Abro la boca, pero sin llegar a pronunciar una sola palabra.
—Di algo —me suplica.
—Fue tu primera vez.
Los músculos de la mandíbula se le tensan antes de responder.
—Sí.
—¿Por qué no me lo contaste?
Sí, ¿por qué no me lo contó? Entonces tal vez nos habríamos relajado un
poco más sabiendo que era algo nuevo para los dos. Porque sabe que lo fue,
¿no?
—No quería enrarecer las cosas —confiesa Charles bajando la mirada—.
Tampoco es tan importante.
—Es importante —lo contradigo—. Claro que es importante. Para mí
también fue la primera vez —añado al fin.
Dios, no lo sabía. Estoy segura de ello cuando veo que levanta la cabeza
de repente y abre los ojos como platos.
—Espera, ¿cómo dices? —Guardo silencio—. Pero yo pensaba que... —
empieza a decir titubeando—. ¿Y Val?
Suelto una carcajada.
—Dios, Charles. No.
—Pero estabas preparada, incluso tenías condones. Creía que...
—No —lo interrumpo. No sé por qué, pero los ojos empiezan a
escocerme de inmediato—. Los tenía por simple precaución. Quería estar
preparada para lo que pudiera llegar a ocurrir. Aunque por suerte nunca los
necesité con él.
Charles se me queda mirando y veo claramente lo que se le pasa por la
cabeza. Cómo va encajando las piezas del rompecabezas que le he ido
planteando durante las últimas semanas. Retazos aleatorios del pasado que
me encantaría olvidar, pero no puedo.
—Tori, no sabía...
Niego con la cabeza.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Mira que somos tontos —susurra, y parece realmente sorprendido. No
puedo evitar reírme.
—Sí que lo somos.
—Pero... ¿cómo pudiste llegar a la conclusión de que no era la primera
vez para mí?
Trago saliva, titubeo un momento y luego me decido a soltárselo sin
más.
—¿Eleanor? —Se me queda mirando como si me faltara un hervor—.
Entonces ¿no?
—Tori, no. No. Dios...
—Pero si se nota a la legua la química que tenéis sobre el escenario —
me defiendo.
—Sí, pero ¿crees que eso implica haber mantenido relaciones sexuales?
—No lo sé, los actores sois vosotros.
—Tori —empieza a decir, luego hace una pausa—. Eres la única persona
a la que he besado fuera de este escenario —me confiesa, y me acaloro de
repente al oírlo—. Y la única a la que he querido besar.
—Pero Eleanor, en octavo... Todo el mundo sabía que te gustaba.
—Sí, porque quise que todo el mundo lo creyera para que nadie se diera
cuenta de que en realidad me gustabas tú.
—Pero ¿por qué...? ¿Qué tenía eso de malo?
—No lo sé. Porque éramos solo amigos y tenía miedo de perderte.
El corazón me late con fuerza, noto el murmullo de la sangre en los
oídos. Mi mente no puede procesar tantas verdades en tan poco tiempo.
Aun así, doy un paso para acercarme más a él.
—No somos solo amigos —constato—. Míranos.
Y él me mira. Nunca he sido tan consciente de ello como en este instante
y rezo para no dejar de serlo. Jamás.
Su beso me coge por sorpresa. Me encanta esa sensación de debilidad
que me provoca en el estómago. Me encanta poder hundir los dedos en su
pelo, y me encanta que Charles me levante en volandas para dejarme sobre
el borde del escenario. Quedo por encima de él y me encanta que tenga que
echar la cabeza hacia atrás para seguir besándome.
—¿Significa eso que compartimos la primera vez? —pregunto, todavía
incapaz de creerlo.
—El primer beso y la primera vez.
—Me encanta que fuera tan terrible.
—Fue realmente terrible —asiente Charles levantando la cabeza—.
Y me da mucha vergüenza haber aguantado tan poco...
—Para ya —le susurro antes de besarlo de nuevo. Él desliza las manos
desde mis rodillas hasta mis muslos. Poco a poco, con determinación—.
Simplemente intenta aguantar más esta vez. —Se detiene de golpe y me
mira—. ¿Qué? ¿Pensabas que solo tendrías una oportunidad?
—Yo qué sé.
—Sinclair...
—Eh —exclama aparentemente ofendido.
—¿Qué?
—No me llames así.
—Llevo seis años y medio llamándote así.
—Da igual, ya ha durado demasiado.
—Bueno, si es eso lo que quieres.
—Sí, eso es lo que quiero.
Me tiro un poco hacia atrás cuando él apoya las manos en el borde del
escenario para subir conmigo. Toma tanto impulso que acabo de espaldas en
el suelo.
—¿Y ahora qué quieres hacer? —pregunta cuando se arrodilla por
encima de mí.
Me olvido de lo que quería decir, de repente tiene la boca muy cerca de
la mía. Su boca perfecta, con esos labios tan bellamente arqueados.
—Quiero hacer lo que hicimos en mi habitación —dice lo poco que me
queda de cordura—. Solo que más rato. Y más a menudo.
—Más rato y más a menudo —repite—. Haré lo que pueda.
Me gustaría soltar una réplica ingeniosa, pero antes de que me venga
algo a la cabeza Charles empuja sus caderas contra las mías. Y... Oh, está
preparado, eso no se puede negar.
Me aferro a sus hombros para atraerlo más hacia mí. Básicamente todo
transcurre más o menos como la semana pasada, pero tras besarnos durante
un buen rato, quitarnos la ropa y acariciarnos, Charles me pasa la lengua
por el cuello, a continuación por la clavícula, y luego sigue bajando.
Titubea un momento cuando roza con el dorso de la mano mi pecho
izquierdo y yo aspiro aire bruscamente. Charles levanta un momento la
mirada.
—¿No te gusta? —pregunta con esa voz divinamente ronca.
—Sí. Continúa.
Esboza una breve sonrisa y luego su aliento me acaricia la piel junto con
los dedos, bajo los que mis pezones reaccionan enseguida. Cada vez me
cuesta más no cerrar los ojos y dejar caer la cabeza. Cuando Charles
continúa explorando mi barriga con la lengua, no me queda más remedio
que abandonarme del todo.
El sonido que escapa de mis labios es un gemido reprimido.
Normalmente me habría incomodado, pero de algún modo sé que no tengo
por qué avergonzarme de nada delante de Charles. Y menos cuando noto el
escalofrío que le provoca mi reacción.
—Así... ¿va bien? —pregunta mientras desliza los dedos entre mis
piernas, y entonces es cuando me muero. Aprieto los labios y asiento—.
¿Seguro? —insiste deteniéndose.
«Dios, no pares.»
—Por favor —suplico—. Vas bien. Vas muy bien.
No sabía que algo pudiera ser tan intenso como la mano de Charles
moviéndose contra mi sexo palpitante. Solo baja la cabeza para besarme la
cara interior de los muslos.
No nos decimos casi nada. Solo cosas como «aquí», «más fuerte» o «no
pares», y ya es cien veces mejor que la semana pasada. De vez en cuando
me pregunta si estoy bien, pero no tanto como para ponerme de los nervios.
Tengo las bragas empapadas, y me doy cuenta de que todavía las llevo
puestas cuando Charles pasa los dedos por la cinturilla y me mira. Levanto
la pelvis para que pueda quitármelas y me quedo completamente desnuda
frente a él sobre el escenario. Estoy tan excitada que el corazón me late a
mil por hora.
Se toma su tiempo para recorrer con las manos los flancos externos de
mis muslos y mis caderas, para luego pasar a mi vientre y a mis pechos
antes de volver a mis hombros, presionándolos contra el suelo. Me quedo
sin aliento cuando, con un rápido movimiento, me agarra por las muñecas, y
me olvido por completo de dónde estamos cuando me las retiene junto a la
cabeza en el suelo y se inclina sobre mí.
—Hola —susurra con la cara a un centímetro de la mía. Me fijo en su
maravillosa boca y en la lujuria que brilla en sus ojos.
—Hola —respondo con la voz temblorosa. Su olor me envuelve—.
¿Todo bien? —pregunto cuando veo que pasan los segundos y no se mueve
más.
Charles asiente.
—Solo quería verte —dice antes de inclinarse sobre mí de nuevo para
besarme.
Es un beso lento, profundo, muy profundo. Gimo frente a su boca justo
cuando empuja su pelvis contra la mía. Noto la dureza bajo sus bóxers y por
un instante creo que estoy a punto de correrme. Los dedos de Charles
alrededor de mis muñecas, su boca sobre la mía, sus movimientos ahora
más rápidos, ahora más lentos. Todo roza la perfección.
No sé cuánto tiempo llevamos aquí tendidos, besándonos y tocándonos,
cuando Charles se aparta e intenta recuperar el aliento.
—Tori —me dice—. Yo...
Lo agarro por los hombros. Rueda sobre sí mismo hasta que queda de
espaldas al suelo y me coloco encima de él. Sí, ahora estoy yo arriba. La
cabeza me da vueltas.
—Deberíamos...
—Sí —asiento con los dedos ya sobre sus pantalones. Dudo un instante
y luego los introduzco por la cinturilla de sus bóxers.
Charles suelta un gemido. Mi mejor amigo tiene los ojos cerrados y la
boca entreabierta, esa boca con la que ha recorrido prácticamente todos los
rincones de mi cuerpo. La tensión que siento en el bajo vientre es cada vez
mayor cuando noto que se queda quieto debajo de mí. Hasta que lo percibo
en mi mano. Palpitante, caliente. Charles echa la cabeza hacia atrás.
—Tori —jadea cuando empiezo a mover la mano—. Si sigues así...
—¿Qué? —pregunto parando de repente—. ¿Qué pasará?
—Nada bueno —responde apretando los labios.
—Vaya —digo apartando la mano un poco antes de volver a moverla de
nuevo. Charles presiona los muslos contra mis caderas y empuja contra mi
mano. Le gusta. Y a mí también, disfruto viendo las dificultades que tiene
para contenerse.
Lo empujo conmigo hacia un lado. Abre los ojos y rodamos hasta que
quedo de nuevo debajo de él. Agarro una vez más la cintura de sus bóxers,
Charles se incorpora un poco para quitárselos y entonces quedamos los dos
completamente desnudos. Se arrodilla sobre mí con las piernas a ambos
lados de mis caderas. Se inclina sobre sus pantalones y busca dentro de uno
de los bolsillos.
No puedo evitar reírme cuando me presenta el condón con orgullo.
—Muy bien —bromeo, pero enseguida se me atragantan los comentarios
en la garganta cuando me mira fijamente a los ojos.
—¿Quieres hacerlo conmigo? —me pregunta en voz baja.
—Sí —respondo aclarándome la voz—. ¿Y tú?
—Yo también —contesta, y noto su cálido aliento en mi cuello mientras
se inclina por encima de mí una vez colocado el condón.
Intento no contener el aliento mientras introduce su erección entre mis
piernas. «No dolerá», me digo. «No dolerá. No...»
Charles me besa con una suavidad increíble que me hace olvidar lo que
ocurre. Luego suelto una exclamación ahogada cuando noto que entra
dentro de mí.
—Lo siento —susurra apoyando la frente sobre la mía.
Durante unos segundos no nos movemos ninguno de los dos. Me obligo
a respirar y a relajarme. Charles espera hasta que asiento levemente. Luego
entra un poco más. Levanto la pelvis para facilitarlo y empieza a moverse
dentro de mí. Primero despacio, con cuidado, y luego más deprisa.
Esta vez va mejor. Quizá porque antes me ha metido los dedos, o
simplemente porque nos hemos tomado nuestro tiempo. El caso es que me
cuesta quedarme tendida. Y a él también, lo noto. Nuestros besos se
vuelven cada vez menos precisos mientras intentamos respirar, besarnos de
nuevo, agarrarnos. Deslizo los dedos por su espalda, por su piel sudorosa, y
noto su respiración pesada.
—¿Te correrás así? —me pregunta.
Dios, su voz.
—No lo sé —confieso—. Quizá... Oh.
No tengo ni idea de lo que ha pasado a hacer de repente, pero es distinto.
Otro ángulo, se mueve un poco más deprisa, cada vez más, cielos...
Noto las contracciones, las palpitaciones y el calor, me aferro a él.
—No pares —le suplico agarrada a los músculos de su espalda, duros
como la roca. «No pares, por favor.»
—Joder, Tori —jadea, y su voz gutural me lleva al límite. Tengo que
echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos mientras se me escapa un
gemido que no me creía capaz de proferir. Noto que se me queda mirando,
asombrado.
Ya sabía lo que se siente cuando se corre dentro de mí, solo que esta vez
ha sido distinto. Más intenso. Me olvido de dónde estamos y simplemente
me abandono a las sensaciones durante unos segundos en los que nada me
importa, nada que no sea Charles encima de mí, dentro de mí, por todo mi
cuerpo. Una cálida oleada de excitación me recorre entera.
Me vuelvo hacia él cuando se desploma en el suelo de espaldas después
de haberse apartado de mí. El suelo del escenario está húmedo con nuestro
sudor y yo estoy acalorada. El pecho se le mueve arriba y abajo con
intensidad mientras me mira.
—¿Te has...?
—Sí.
—¿De verdad? —pregunta, y parece tan contento que no puedo evitar
reírme.
—Sí, de verdad.
—Uau.
—Ha estado bien. Ha sido... ¡buf!
—Sí, eso digo yo también. ¡Buf!
Noto el sabor salado de su sudor cuando le paso la lengua por el labio
superior antes de besarlo.
Los latidos de mi corazón se apaciguan poco a poco. A Charles le ocurre
lo mismo, lo noto cuando poso la cabeza sobre su pecho.
—¿Sabes lo que me ha costado no perder el control? —comenta echando
la cabeza hacia atrás.
—Me hago una idea, y estoy muy orgullosa de ti.
—Henry tenía razón —murmura.
Levanto la cabeza de repente.
—¿Henry?
Él parpadea asustado.
—¿Has hablado con Henry sobre sexo y sobre mí?
—Esto... ¿sí? —responde algo abrumado—. Estaba bastante desesperado
después de la última vez. No sé si entiendes a qué me refiero.
No puedo evitar reírme.
—¿Y qué te aconsejó?
—Que te preguntara qué te gustaba.
—Henry es muy listo.
—¿Verdad?
—Sin duda —respondo antes de besarlo una vez más.
Su olor me tiene atrapada y solo quiero notar su piel sobre la mía. Me
quedo un rato tendida junto a él, hasta que esa pereza que se ha apoderado
de nosotros ya no es capaz de distraerme del hecho de que hace un poco de
frío. Cuando me estremezco ligeramente, él levanta la cabeza.
—¿Vamos a mi habitación?
Asiento al instante.
29
Charles
Victoria
Los días son cada vez más cálidos, las tardes más largas y, como cada año
antes de las vacaciones de verano, de repente todos los profesores sienten la
necesidad imperiosa de ponernos exámenes. Mayo y junio son meses
agotadores incluso sin ensayos, y ahora que se aproxima la fecha de la
función y pasamos casi cada tarde en el teatro, ya no doy abasto. No tengo
ni idea de cuándo fue la última vez que compartí algo en mi canal de
Bookstagram o en TikTok, pero ahora mismo tengo cosas más importantes
que hacer. Las noches se las reservo a Charles, y aunque jamás en la vida
había dormido menos que ahora, me siento más despierta que nunca.
También esta tarde, cuando tras la hora de estudio me dirijo hacia el ala
norte, puesto que el ensayo empezará pronto.
Me encuentro con Eleanor en la escalera del ala oeste mientras baja
apresuradamente desde el piso superior.
—Hola, Tori —me saluda en un tono de voz que me llama la atención. Y,
efectivamente, titubea un poco después de comentar los últimos exámenes
que hizo la semana pasada.
Eleanor lanza miradas a lado y lado mientras recorremos el pasillo.
—Por cierto, me alegro mucho por ti y por Charles —me dice al fin—.
Y espero que no pierdas más tiempo pensando en Val. No se lo merece.
Es la manera en la que formula la frase lo que me deja claro que
Valentine la llevó de cabeza igual que a mí. Y por eso lo odio todavía un
poco más.
—Gracias —replico sin mucha decisión—. Pues quizá tengas que
enseñarme cómo hacerlo. A no perder más el tiempo pensando en él, quiero
decir.
—Se tarda un poco. A veces, un poco demasiado.
—Genial —respondo tragando saliva.
—No sé qué te decía, pero si eran cosas desagradables no te las tomes a
pecho. Seguro que no te las merecías, por mucho que él quisiera
convencerte de lo contrario.
Me obligo a asentir.
—Estoy enfadada —confieso al fin—. Con él, pero sobre todo conmigo
misma. Por haber dejado que llegara hasta ese punto.
—Es bueno que te enfades por eso —opina Eleanor—. Pero no te
ofusques demasiado. De verdad, Tori, cuídate. Por favor, tienes que parar de
pensar como él te enseñó.
Y de repente Eleanor deja de ser una rival para convertirse en una aliada.
Tal vez lo fue todo el tiempo, pero yo estaba tan paranoica que no era capaz
de verlo claro.
—Lo intento —le aseguro, y vacilo un poco antes de continuar, puesto
que considero que se merece una disculpa—. Lo siento mucho, Eleanor. Me
ponía celosa cuando os veía a ti y a Charles. Espero que no se me notara
mucho.
—¿Celosa? —pregunta extrañada—. ¿Por el papel?
Me muerdo ligeramente el labio inferior y me encojo de hombros.
—Por todo, supongo. Creía que Charles y tú..., creía que había algo entre
vosotros dos.
—Espera, ¿no te ha contado nada?
Me quedo de piedra.
—¿Qué debería haberme contado?
—Bueno, el hecho de que yo..., ya sabes —responde Eleanor titubeando.
Ya no puedo ni moverme—. Tori, no hubo nada entre nosotros —concluye
—. Nos reunimos antes de los ensayos y estuvimos hablando sobre hasta
qué punto queríamos llegar. Le conté a Sinclair lo de Sophia, mi novia. Y le
pedí que no se lo dijera a nadie, pero creía que a ti te lo explicaría de todos
modos.
«Novia...»
Ha dicho novia, y lo ha dicho dándome a entender que ya tenía a alguien
y no quería nada con él. Durante todo este tiempo la he odiado de forma
injusta.
¿Por qué soy así? ¿Por qué no pude simplemente confiar en Charles?
—Entonces ¿no te contó nada? —deduce Eleanor al ver que no digo
nada. Niego con la cabeza—. Bueno, pues ya lo sabes —añade con una
breve sonrisa—. Y veo que puedo contarle mis secretos a Sinclair con toda
confianza. Aunque tampoco es que esperara lo contrario.
—Lo siento, yo no quería... —empiezo a decir.
—No pasa nada, Tori —me interrumpe—. Durante todo el tiempo no
tenía ojos más que para ti —me asegura con una sonrisa—. Ya sé que no es
un macho alfa, un capitán del equipo de rugby, pero, créeme, es mejor tener
a alguien que te trate como te mereces. Y él lo hace. La rectora Sinclair lo
educó bien.
—La verdad es que sí —convengo.
—Quizá debería haberte dicho algo antes. Debió de ser desagradable
para ti vernos en el escenario.
—La verdad es que muy agradable no era —admito—. Pero actuáis muy
bien juntos.
—Gracias. Además es muy divertido gracias a él. Y gracias a ti, como
asistenta de dirección. No entiendo cómo puedes estar siempre al tanto de
todo.
—Yo tampoco —respondo riendo—. ¿Sophia vendrá al estreno?
Eleanor duda.
—Al principio yo no quería que viniera, pero creo que sí. El baile de
graduación será el fin de semana siguiente, de manera que el viaje valdrá la
pena. Es que estudia en Londres —me explica bajando la voz a medida que
nos acercamos al teatro.
—Qué bien —replico—. Y gracias por interesarte por mí mientras
todavía estaba con Val. Fue reconfortante saber que estabas cerca.
Eleanor sonríe.
—De nada, Tori —me dice antes de entrar en el teatro.
30
Victoria
Esta semana los estudiantes de último curso reciben los resultados de los
exámenes finales. De repente soy consciente de que solo me queda un año
en la Dunbridge Academy antes de que llegue mi turno de esperar en el
largo pasillo de la sala de profesores a que me den las notas provisionales,
justo antes de preparar los exámenes orales. Durante los últimos años eso
no me ha interesado mucho, pero ahora, después de haber hecho un examen
de Geografía y mientras me dirijo a la siguiente clase, busco
automáticamente entre la multitud a Eleanor, Louis y los demás alumnos de
último curso que he llegado a conocer mejor durante los ensayos de teatro.
La mayoría de ellos parecen contentos y aliviados, aunque, cuando paso
junto a los grupitos de gente, cazo al vuelo algunos retazos de conversación.
—Val tendrá que recuperar tres asignaturas, ¿lo has oído?
—¿Crees que lo conseguirá?
—Sería una putada que no apruebe...
Por mucho que me fastidie, lo primero que siento es lástima. No aprobar
los exámenes de acceso a la universidad sería realmente una mierda. Sobre
todo teniendo en cuenta las expectativas que han puesto sobre él sus padres
y el hecho de que su hermana sea claramente superdotada. Ni siquiera Val
se merece algo así. A no ser que él no se haya esforzado lo suficiente y que
durante los dos últimos años confiara en el hecho de que su tío fuera
profesor en Dunbridge. Porque en ese caso sería justo, sobre todo de cara a
los demás, que han tenido que trabajar mucho para poder graduarse.
Pero ¿quién soy yo para juzgarlo?
Me da igual si Val aprueba el bachillerato. Bueno, tal vez no, porque si
no aprueba tendrá que repetir curso. Con nosotros. Dios, no, eso no, por
favor...
Con solo imaginarlo se me hace un nudo en la garganta. Había contado
con no tener que volver a verlo tras las pocas semanas que quedan de curso.
Sobre todo teniendo en cuenta que está saliendo desde hace poco con Cleo,
de décimo, y siento la necesidad imperiosa de advertirla sobre él como hizo
Eleanor conmigo.
—Lo siento, yo... Oh —exclamo frenando en seco cuando me disponía a
doblar la esquina del pasillo y estoy a punto de chocar con alguien.
—¿No puedes ir con más cuidado?
Me quedo de piedra cuando veo que es Val. Me lanza una mirada gélida.
—Eres tú quien tiene que ir con cuidado.
Durante unos momentos, parece al menos tan sorprendido como yo. Pero
me basta verlo para sentirme increíblemente furiosa.
Él suelta un resoplido desdeñoso mientras me examina con detenimiento.
—¿Has venido a disculparte?
Por un momento creo que me está tomando el pelo, pero no veo ninguna
mueca de burla en su rostro. Cuando me doy cuenta de que lo dice en serio,
suelto una carcajada de incredulidad.
—¿En serio? ¿Disculparme? ¿Por qué, Val?
Entrecierra mucho los ojos para mirarme.
—Por haber sido tan falsa e insidiosa como Eleanor.
Lo dice y lo piensa de verdad, lo veo en sus ojos. Valentine Ward se ha
metido en mi cabeza, ha anidado dentro como una enfermedad y no es nada
consciente de su culpa. Ni mucho menos. Y no cambiará, por muchas
relaciones fallidas que llegue a acumular. Al final siempre tenemos la culpa
nosotras, nunca él. Es evidente, ya que somos las mujeres las que estamos
obsesionadas, las que somos unas enfermas y damos pena.
Pero ya estoy harta de estar enfadada, no se merece que gaste tanta
energía en él. Una serenidad casi inquietante se apodera de mí mientras
niego con la cabeza lentamente.
—Lo único que me sabe mal es haberme liado contigo. Eso y el hecho
de que jamás llegues a comprenderlo.
—No seas ridícula —me espeta—. ¿De veras pensabas que lo nuestro
iba en serio?
Ajá, o sea que por ahí van los tiros.
—Val, de verdad que no te deseo nada malo. Solo que pronto conozcas a
alguien que te trate como tú me trataste a mí.
—Yo también lo deseo —grita a mi espalda mientras sigo andando por el
pasillo—. Porque me lo merezco.
«Exacto, te lo mereces», pienso.
El corazón pasa a latirme más deprisa cuando ya he doblado la esquina y
empiezo a bajar la escalera. Me quedan diez minutos antes de la clase de
Física, por lo que me dejo caer un rato en un banco del claustro.
Es muy extraño. Me gustaría poder decir que puedo creer todo lo que
está sucediendo. Que haya superado lo de Valentine y pueda estar
completamente segura de que lo que me hizo no estuvo bien. Pero una gran
parte de mí no puede parar de hacerse preguntas sobre lo que podría haber
ocurrido.
¿Y si le hubiera dado menos motivos para enfadarse conmigo? ¿Y si en
el fondo tenía un poco de razón?
Porque, en cierto modo, yo quería ser la novia de Valentine Ward, ir al
baile de Año Nuevo con él, sentirme especial; notar esas mariposas en el
estómago que se mencionan en todas las dichosas novelas románticas, ese
revoloteo nervioso, y pensaba de verdad que eso era lo que notaba cuando
estaba cerca de Valentine.
Sin embargo, ahora creo que las mariposas en el estómago no son
necesariamente un síntoma de amor. Es la manera que tiene el cuerpo de
decirme que algo no va bien. Son nervios. Es agotamiento, emoción,
ansiedad. «¿Se fijará en mí? ¿Hablaremos un poco? ¿Cómo puedo
gustarle?» Dios, es todo tan falso, y aun así es lo que hice una y otra vez,
prefiriendo ignorar todas esas pequeñas señales de advertencia.
Todo lo que Eleanor me dijo sobre él hace poco me parece cierto. Que no
estuvo bien cómo nos trató. Que incluso podría ser tóxico. Y siempre había
pensado que las relaciones tóxicas implicaban que uno de los miembros de
la pareja manipulara a la otra persona hasta el punto de minar la confianza
que pudiera tener en sí misma, pero parece que es algo más sutil. Valentine
y yo tuvimos una relación tóxica en versión light, pero no necesariamente
mala. De hecho, ni siquiera era una relación. Compartimos unas cuantas
citas y nos besamos. Y, aun así, no puedo dejar de darle vueltas. ¿Debería
haberme dado cuenta antes? ¿Cómo pude tolerarlo tanto tiempo, antes de
admitir que los que me rodeaban tenían razón?
Sentirse mal cada vez que ves a la persona en cuestión no es una buena
base, porque nunca sabes qué versión te encontrarás. Porque lo que dice no
encaja con lo que hace y su estado de ánimo cambia más rápido que el
tiempo en Escocia.
Enamórate de personas con las que te sientas segura. Con las que puedas
estar tranquila. Esa será la persona a la que amas, porque en su presencia
podrás ser tú misma sin darte cuenta siquiera.
Y yo sabía quién era esa persona, lo supe desde el principio, y tal vez eso
sea lo peor de todo. Porque lo que sucedió con Valentine habría sido
innecesario si Charles y yo nos hubiéramos entendido antes.
Charles. Es él quien me hace sentir como en casa. Fue él desde el
principio, y una parte de mí lo sabía cada vez que lo veía. Es mi mejor
amigo, mi alma gemela, mi amante. Y está guapísimo con el uniforme del
internado, que acentúa sus anchos hombros, cuando lo veo salir con los
demás por la puerta de la muralla del castillo. Me pongo en pie cuando se
acercan.
—¿Y bien? —pregunta mientras me coge de la mano—. ¿Cómo te ha ido
el examen de Geografía?
El mero hecho de que sepa con exactitud qué examen tenía hoy es lo
suficientemente elocuente.
—Bien —respondo mientras me encojo de hombros—. ¿Cómo te ha ido
a ti el de Latín?
—Mejor no preguntes... Lo importante es que ya ha pasado.
No puedo evitar sonreír.
—¿Henry ha vuelto a entregar el examen al cabo de media hora?
—Por supuesto. Ha tardado veinticinco minutos como máximo. Y Emma
tenía una hora libre, o sea que ya sabemos qué está haciendo.
—Supongo que te refieres a que han salido a correr.
—Claro, ¿qué si no? —replica pasándome el brazo por encima del
hombro antes de bajar la voz—. Es hoy, ¿verdad?
—¿El cumpleaños de Maeve? —pregunto, y Charles asiente—. Creo que
sí.
—¿Has podido preguntarle a Emma qué harán luego?
—No tienen nada previsto —le explico—. Lo traerá a la panadería hacia
las ocho.
—Muy bien —dice Charles—. Así tendremos tiempo de preparar el
pastel.
—Espero que se alegre. ¿O te parece una mala idea?
Charles reflexiona un momento y luego niega con la cabeza.
—Creo que Henry se alegrará, y que a Maeve también le habría gustado.
—La verdad es que sí.
—Entonces ¿vamos a la panadería justo después de cenar?
Asiento y me pongo de puntillas para besarlo. Parece sorprenderse un
instante, pero enseguida responde al beso.
—¿Y esto?
—Porque sí —murmuro tirando de él hacia la entrada.
—Eh, ¿os habéis enterado? —pregunta Olive viniendo a nuestro
encuentro—. Se mantiene la normativa del uniforme.
—¿Qué? —exclamo apartándome de Charles—. ¿Por qué?
—La rectora Sinclair quiere comentarlo durante la asamblea, se lo ha
dicho a mi padre. Al parecer, el consejo escolar ha tumbado la propuesta.
Suelto una carcajada amarga.
—¿En serio? Se nota que ellos pueden vestir como les dé la gana.
—Según ellos, el uniforme es una tradición en la Dunbridge Academy
—explica Olive encogiéndose de hombros.
Me río de nuevo.
—¿Y ahora qué?
Charles se me queda mirando.
—¿Qué haces esta noche? —le pregunto a Olive.
—Nada, ¿por?
—Bien, pues nos vemos en la panadería después de la cena.
Charles
Hacía mucho tiempo que no me parecía tan importante que me saliera bien
un pastel, pero realmente le pongo muchas ganas, pensando en todo
momento en la hermana de Henry, Maeve. Él no sospecha nada cuando Tori
y Olive lo traen junto a Emma a la panadería poco después de las ocho.
Cuando ve que, además de Gideon, Grace también ha venido, parece
inseguro. Yo mismo me quedo sorprendido, pero valoro mucho que Grace
quisiera estar presente esta noche, aunque me imagino que debe de ser
doloroso para ella tener que compartir la velada con Emma.
Ya contaba con ver llorar a mi mejor amigo, pero esta vez, por algún
motivo, se ha desmoronado por completo. Tal vez porque Henry intenta
controlarse por todos los medios mientras mira fijamente el pastel. La luz
de las velas se refleja en sus ojos vidriosos.
—¿De veras? —pregunta por tercera vez inclinándose un poco hacia
delante. Yo asiento. Tori me coge la mano mientras Henry titubea un poco
—. Feliz cumpleaños —susurra antes de soplar las velas. Emma le seca las
lágrimas y lo abraza en cuanto se aparta del pastel.
Ya no hablamos de ello con tanta frecuencia, pero me imagino que en
momentos como este debe de revivir lo mal que se sintió justo después de la
muerte de Maeve.
Espero a que Emma lo suelte para cortar el pastel. Los demás también lo
abrazan brevemente mientras me coloco justo delante de él.
Henry y yo no nos abrazamos a menudo, pero cuando lo hacemos es de
verdad. Tras casi siete años en el internado es realmente como un hermano
para mí, y la idea de perderlo para siempre me revuelve el estómago de
inmediato. Nunca podré llegar a comprender cómo se siente, pero sé que
haré todo lo que esté en mi mano para hacérselo un poco más llevadero.
Aunque solo sea con un estúpido pastel. Le hornearía uno todos los días si
eso sirviera de algo.
Hoy parece que sirve. De hecho, estoy seguro de ello cuando Henry
observa con los labios apretados, como siempre que intenta no llorar, cómo
corto el pastel. Le sirvo la primera porción y él se la ofrece a Emma, porque
de lo contrario no sería Henry. Las siguientes son para Tori, Grace y los
demás. Grace sonríe, claramente tensa, mientras se queda mirando el
pedazo de pastel del plato. Su mirada vaga hacia Gideon.
—¿Quieres compartirlo conmigo? —pregunta. Gideon titubea, no se me
escapa cómo se la queda mirando antes de asentir algo a regañadientes.
Y no me parece que el motivo sea que tema quedarse con hambre. Pienso en
las palabras de Henry durante un rato. Ahora que me fijo, me doy cuenta de
que Grace realmente ha perdido peso. Gideon no para de devolverle el plato
después de cada bocado.
Henry los mira de reojo y luego le ofrece su plato. Se nota que no tiene
hambre, pero es el pastel preferido de Maeve, por lo que al menos hace el
esfuerzo de probarlo. Es la tarta de queso con chocolate que preparábamos
para el Blue Room Café de Ebrington. Y esta vez me ha salido realmente
bien.
—¿Quieres otra porción? —le pregunto a Henry al ver que deja a un
lado el plato vacío.
Niega con la cabeza antes de responder.
—No, gracias, pero era perfecto. Maeve te habría dado un diez sobre
diez.
—Me alegro —respondo apurando con el tenedor los últimos restos de
mi plato.
—Esta despedida de los alumnos de último curso a final de mes —
empieza a preguntar Emma de repente—, ¿en qué consiste?
—Es algo parecido a la asamblea matinal del lunes, solo que más festiva
—le explica Olive.
—La rectora Sinclair dará un discurso, se harán fotos y al final se celebra
una recepción con champán —añade Gideon.
—Ah, creía que sería una especie de graduación gamberra.
—¿Cómo? —pregunta Henry.
—Una fiesta de graduación desbocada. ¿No hacéis nada parecido?
Lanzo una mirada a los demás, que se la quedan mirando con actitud
interrogante, y me encojo de hombros.
—Me temo que no, aunque suena divertido —opina Tori—. La
despedida tiene un tono más bien formal.
—¿O sea que el uniforme es obligatorio?
Henry asiente. Antes de la cena ya hemos estado hablando sobre cómo
Tori y las demás no parecían haber conseguido nada al respecto.
—He estado pensando en ello de nuevo —comenta Tori—. Si realmente
queremos que nos hagan caso, tenemos que alzar nuestras voces y
convertirlo en algo público. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que mediante
las redes sociales?
—¿En qué has pensado? —pregunta Grace.
—En una cuenta de Instagram y otra de TikTok —aclara Tori—. Por un
lado, para concienciar al resto del alumnado de nuestras acciones, pero
también para conseguir una mayor difusión y, por tanto, más atención.
—¿O sea que llevaremos a cabo más acciones? —pregunta Emma.
—Bueno, la despedida de los graduados sería una ocasión perfecta para
ello —opina Olive.
Henry duda.
—Es un evento importante.
—Pues todavía mejor —comenta Tori.
—Podríamos empezar el lunes mismo, cuando la rectora Sinclair anuncie
las novedades —propone Olive—. Podríamos ofrecer una pequeña muestra
de la ropa que llevaremos durante la despedida de los graduados.
Grace asiente y se incorpora un poco en su asiento.
—Esta vez yo también quiero participar. Chicos, ¿qué os parece a
vosotros?
—Va contra la normativa de la escuela —objeta Henry.
—Maeve estaría encantada —intervengo—. Era un tema importante para
ella.
Henry vacila un momento.
—Realmente le haría ilusión —opina al fin mirándome—. ¿Significa eso
que nosotros iremos con falda?
—Nosotros iremos con falda —confirmo—. Por Maeve y por la igualdad
de derechos.
Emma se pone de pie de un respingo, examina las caderas de Henry y
luego se mira las suyas.
—Tengo una que me queda un poco ancha. Apuesto a que te entraría.
—Pues nosotras nos ocuparemos de la página de Instagram —anuncia
Tori mirando a Olive y a Grace—. Con información importante para que
todos puedan participar.
—Sí —replica Henry con un entusiasmo evidente—. Quizá se nos una
más gente. Es lo que Maeve siempre quiso conseguir. Que cada cual llevara
la ropa que quisiera.
Emma asiente antes de dedicar su atención al pastel.
—Yo no diría que no a otra porción de tarta.
31
Victoria
Charles
Victoria
Charles
Victoria
Me quedo callada.
Louis y el señor Acevedo están de pie con Marian, Olive y Nathan en la
sala de maquillaje. Charles está sentado en la silla frente al gran espejo y se
me quedan mirando sin decir nada.
—Victoria —dice el señor Acevedo al fin sin apartar la mirada de mí—.
¿Qué has tomado para almorzar?
—Nada, estaba demasiado nerviosa para comer —respondo enseguida
—. Tú igual, ¿verdad? —Charles asiente—. ¿Tenemos a alguien capaz de
sustituir a Eleanor? —pregunto—. He visto a Grace, ella tampoco ha
comido nada. Creo que podría interpretar a Julieta si me siento en primera
fila y la ayudo apuntándole los textos. —Vacilo al ver que ninguno de los
tres responde a mi ofrecimiento—. ¿No os parece?
—Necesitamos a Grace en el papel de nodriza, nadie puede sustituirla —
explica el señor Acevedo.
Trago saliva.
—Sí, bueno. Entonces... ¿Qué os parecería si...?
—Victoria, tú serás Julieta.
Suelto una carcajada.
—Sí, claro. Lo que iba a decir: ¿qué os parecería Jennifer? Seguramente
no se sentirá tan segura con el texto como Grace, pero...
—Victoria, a Julieta la interpretarás tú —repite el señor Acevedo
poniendo énfasis en todas y cada una de las palabras.
En este preciso instante tengo claro que lo está diciendo en serio.
—¿Qué? —exclamo con la voz dos octavas por encima de lo habitual—.
No.
—Sí, Victoria. Nadie se sabe la obra tan bien como tú.
El señor Acevedo le echa un vistazo a su reloj de pulsera.
—Nos quedan dos horas. Ve a vestuario y maquillaje, y luego venid a
verme para que podamos repasar una vez más las partes claves antes de
que...
—¡No! —exclamo. No comprende nada. Empiezo a temblar de repente
—. Se lo ruego, no puedo hacerlo. No puedo interpretar a Julieta y...
—Sí que puedes —afirma Charles poniéndose en pie. Retrocedo cuando
se me acerca, y levanto las manos porque el corazón se me ha acelerado de
golpe. La idea me parece tan absurda que una parte de mí ni siquiera ha
asumido todavía lo que el señor Acevedo acaba de proponer. Otra parte, en
cambio, simplemente está en llamas—. Te sabes todo el texto de memoria
después de haberlo ensayado tantas veces juntos.
—No. No, de ninguna manera, Charles.
—Tori —dice cogiéndome las manos.
Solo quiero salir corriendo, porque detecto una determinación absoluta
en su rostro. Louis asiente detrás de mí, igual que Olive, que parece
realmente emocionada y contenta. El señor Acevedo, en cambio, es como si
no supiera si reír o llorar. Me identifico por completo con esa sensación,
aunque ahora mismo lo que me domina es el pánico.
—Mírame —me ordena Charles. Tiene las manos frías, pero no pienso
dejar que me tranquilice. Mi miedo tiene fundamento. No puedo interpretar
a Julieta. Sé que entonces no podremos representar la obra, pero me da
igual. De acuerdo, no es que me dé igual, hemos dedicado muchas energías
a ello y sería una catástrofe no poder llevar a cabo la función. Sin embargo,
sería mejor eso que subir al escenario y hacer el ridículo no solo yo, sino
todo el club de teatro. Incluido el señor Acevedo. ¡Es imposible que lo esté
deseando!
—No, no pienso mirarte ni interpretar a Julieta —replico con la voz
temblorosa. Eso ya debería ser prueba suficiente de que no podré hablar
delante de tanta gente.
—Sí lo harás —decide Charles. ¿Se puede saber por qué está tan
tranquilo? Sus pulgares me acarician el dorso de las manos—. Interpretarás
a Julieta y yo a Romeo. Y lo haremos como si estuviéramos en el obrador,
los dos solos, ¿de acuerdo? Lo hemos ensayado y siempre nos salía genial.
Niego con la cabeza, obstinada, mientras empiezan a escocerme los ojos.
Mierda.
Me muerdo el labio inferior con la esperanza de que el dolor me
distraiga lo suficiente para no echarme a llorar.
—Tori —repite Charles con una sonrisa. Que pare ya de una vez. No
quiero que me tranquilice, no quiero interpretar a Julieta. Simplemente no
quiero estar aquí. Me besa—. Tu boca ha librado a mis labios de sus
pecados —dice con su voz de Romeo. Dentro de mi cabeza respondo como
Julieta. Es como un acto reflejo.
—Devuélvemelos —susurro.
—Sí, lo harás genial —me elogia el señor Acevedo aplaudiendo
mientras Charles sonríe y me da un apretón en los dedos. Estoy
relativamente segura de que él también está tan nervioso que querría
morirse, pero intenta que no se le note—. Pasa primero por vestuario y
luego por maquillaje. Lo harás genial, Victoria, creo en ti.
Fantástico. Entonces ya nada puede ir peor.
Estoy a punto de echarme a reír de forma histérica cuando el señor
Acevedo sale de la habitación como un pollo asustado.
—Informaré al resto de la compañía —exclama.
Las rodillas me flaquean cuando Charles me mira de nuevo.
—Yo... necesito sentarme —murmuro.
Louis coge de inmediato una silla y me la ofrece.
—Eh —me dice Charles, acuclillándose delante de mí cuando tomo
asiento—. Has estado en todos los ensayos, te sabes el texto de memoria.
—No lo entiendes, no se trata de saberse o no el texto. Se trata de actuar.
¡Y yo no soy actriz!
—¿Quieres que te cuente un truco?
Me quedo callada.
«No, porque luego tendré que hacerlo sí o sí», pienso.
—Yo tampoco soy actor. Solo soy alguien que ya no teme hacer el
ridículo. Y alguien que piensa en ti. Todo el tiempo, Tori. Y siempre
funciona.
El corazón me da un vuelco.
—Pero yo sí temo hacer el ridículo.
—Pues para ya.
—No, Charles, es que..., es que no puedo.
—Yo tampoco, pero juntos lo conseguiremos —me asegura posando las
manos sobre mis rodillas—. Nadie nos mirará, estaremos solo nosotros dos.
El resto da igual.
No sirve de nada, no tengo elección. Malditos sean todos los sueños en
los que me imaginaba interpretando a Julieta en lugar de Eleanor. He
cambiado de opinión. No quiero ser ella. Por desgracia no me había
planteado lo horrible que es la idea de plantarme sobre el escenario.
Charles todavía está acuclillado delante de mí, mirándome con los ojos
llenos de esperanza y entusiasmo. Sí, de verdad. Con ganas. ¿Se puede
saber qué le pasa?
—Te juro que ahora mismo yo también tengo ganas de vomitar —
susurro.
33
Charles
Victoria
No sé cómo soy capaz de subir a este escenario y recitar las frases que hasta
ahora solo había leído en el guion o ensayado en el obrador. La cabeza me
da vueltas mientras mi boca las va recitando. Ocurre sin que tenga control
sobre ello. Oigo lo que dice Charles y me olvido de ello en el mismo
segundo. Solo estamos él y yo, y también la siguiente frase, y la siguiente, y
luego la siguiente.
Nunca me había sentido así. Como si nada fuera real, ni siquiera yo
misma. Mi cuerpo se encarga de hacer lo que toca en cada momento.
Soy Julieta, sus preocupaciones y sus esperanzas, sus deseos y sus
temores.
No percibo al público en absoluto. Es como un subidón. Ni siquiera
estoy segura de que haya gente mirándome.
Cuando abandono el escenario y aguardo entre bastidores para volver a
salir, no puedo hablar con nadie. Espero junto a Charles, bebo agua y no le
suelto la mano en todo el rato. Creo que en mi vida había estado más
concentrada.
La primera escena que he representado sin él ha salido mal, pero no tanto
como aquella en la que ni siquiera Grace, que interpreta a mi nodriza, me
acompaña en el escenario. Aparezco yo sola en ese balcón que no es más
que una pequeña tribuna con una escalera de mano apoyada, porque el
señor Acevedo prefería una escenografía minimalista.
La atención de varios centenares de personas está centrada únicamente
en mí. Realmente no tengo la menor idea de cómo es posible que mi cuerpo
esté tan sereno.
Ni siquiera intento copiar a Eleanor, porque sé que así solo podría
fracasar. Pronuncio las frases de un modo distinto, a mi manera. Pensando
todo el rato en Charles y vertiendo en ellas toda mi pasión y mi fascinación.
La obra transcurre con una rapidez increíble. Nuestro primer beso, un
beso de verdad, los labios de Charles sobre los míos, cálidos,
tranquilizadores, su huida de Verona, el elixir que tengo que tragar para
fingir mi muerte durante unos días.
Casi temo más este momento en el que tengo que permanecer inmóvil
sobre el escenario que las partes con texto.
Las manos de Charles me encuentran, me agitan agarrándome por los
hombros y luego me elevan.
«Ninguna reacción.»
«Absolutamente ninguna.»
Temía que me entraran ganas de reír, pero oigo su desesperación y me
parece tan genuina que reírme es lo último que se me ocurriría hacer. Actúa
todavía mejor que con Eleanor. No tengo que verlo para estar segura de
ello. Oigo en su voz, leve pero clara, que está llorando; la sala contiene el
aliento.
Me toca con precisión y suavidad, sus labios rozan los míos antes de
dejarme de nuevo en el suelo.
«Respira superficialmente para que el público no lo vea.»
Cuando Charles ya se ha tomado el veneno y se desploma a mi lado,
cuento los segundos que tienen que pasar antes de que me despierte.
El hecho de que la poca luz que hay sobre el escenario caiga sobre
nosotros me ayuda a derramar unas lágrimas amargas cuando Julieta se da
cuenta de que Romeo ha muerto.
Soy consciente de que son mis últimas frases, por lo que me obligo a
olvidarlo todo. Ya no importa nada. Solo Charles, que no se mueve cuando
tomo su cara entre mis manos y lo beso, porque lo amo. Luego encuentro su
daga y la levanto, arrodillada a su lado.
Solo lo he ensayado una sola vez, con Charles y el señor Acevedo, pero
no pienso en nada cuando me hundo la daga entre las costillas y me dejo
caer sobre el escenario con un grito. No pienso en nada, tengo la cabeza
vacía.
«Se ha acabado.»
«Muero.»
El cuerpo de Charles se tensa de un modo prácticamente imperceptible
cuando me desplomo sobre él. Hasta cierto punto quedo en una posición
cómoda, y por dentro rezo para poder mantenerla durante los diez minutos
que quedan.
Me doy cuenta de que tengo el corazón acelerado cuando poso la cabeza
sobre el pecho de Charles y noto que el suyo late con una calma
sorprendente. ¿Está durmiendo? Durante unos momentos no estoy segura,
hasta que noto que en el lado opuesto al público mueve la mano hasta mi
cuerpo. Sus dedos me rozan la pierna; es un gesto diminuto que me dice «lo
hemos conseguido» y que no cesa de repetírmelo hasta el final.
Me obligo a respirar con calma y, según van transcurriendo los minutos,
mientras Capuleto y la nodriza nos encuentran, lamentan nuestra muerte y
recitan las últimas frases, el pulso se me ralentiza todavía más. La
adrenalina deja de fluir por mi cuerpo, Charles está aquí conmigo, todo va
bien. Realmente lo hemos conseguido...
—Eh.
Me sobresalto cuando se mueve debajo de mí. ¿Por qué hay tanto ruido
de repente?
Necesito unos instantes para comprender que deben de ser los aplausos
atronadores del público. Luego me doy cuenta de que han bajado el telón.
Levanto la cabeza y veo que los demás se abrazan.
—¿Te has quedado dormida? —pregunta Charles claramente divertido
mientras me apoyo en él para ponerme en pie.
—Solo un momento —murmuro. Me da un beso y las rodillas me
flaquean mientras me levanto; me tiende una mano para ayudarme.
Reconozco la alegría y el alivio que siente en sus ojos.
—Lo hemos conseguido —susurro, aunque las palabras se pierden bajo
unos aplausos que no parecen dispuestos a cesar.
—Lo hemos conseguido —repite Charles antes de envolverme entre sus
brazos y levantarme en volandas. Nos besamos y todo lo demás
simplemente desaparece.
El señor Acevedo ya está animando al resto del elenco a salir frente al
telón para saludar al público con una reverencia. Charles y yo somos los
últimos en salir, después de Louis, Gideon y Grace, a quienes todavía
aplauden más fuerte.
Charles me suelta la mano, se mete por el telón para salir al frente y la
multitud pierde la cabeza. Lo que me quedaba de pánico desaparece de
golpe de mi cuerpo y deja paso a la euforia.
Charles está en el centro del escenario y me tiende la mano. Cuando
salgo yo también a saludar, la gente se pone en pie. Se ponen en pie de
verdad.
Corro a unirme a él y le cojo la mano para poder hacer una reverencia
juntos, pero se aparta un poco y empieza a aplaudirme también. Porque es
mi momento. Y ahora mismo soy consciente de que no lo olvidaré jamás.
Me inclino y, cuando vuelvo a levantar el torso, veo por primera vez la
cantidad de gente que se ha congregado para vernos, puesto que han
encendido las luces de la sala.
Emma y Henry, que sueltan gritos de júbilo mientras saltan, los padres
de Charles en primera fila, Will y Kit un poco más allá, junto a mamá y
papá. Sabía que vendrían, pero el hecho de verlos desde el escenario,
después de haber interpretado a Julieta y no haber fastidiado la obra, es
absolutamente indescriptible.
El corazón me late a toda prisa, pero ahora solo de alegría.
Abandonamos el escenario para salir de nuevo al cabo de un momento
acompañados por todo el elenco. Charles y yo nos cogemos de la mano con
el señor Acevedo. Es increíble, y no parece estar a punto de terminar,
precisamente.
No quiero que termine jamás.
34
Victoria
Hemos brindado entre bastidores, nos hemos abrazado y hemos gritado una
y otra vez lo estupendos que somos. He respondido al mensaje que Eleanor
debe de haberme mandado en algún momento justo antes de la función para
decirme que seguro que lo haría genial, y para disculparse por haber fallado
en el último momento.
Me sabe muy mal por ella, porque merecía estar aquí celebrándolo con
todos nosotros. Me escribe para contarme que hace unos días recibió la
carta que confirma su plaza en la Royal Academy of Dramatic Art de
Londres, una de las escuelas de interpretación más prestigiosas del país, y
que lo celebrará con Sophia en cuanto se encuentre mejor. Estoy segura de
que brillará sobre el escenario de esa escuela.
El vestíbulo está repleto de padres y alumnos, y todos se vuelven hacia
Charles y hacia mí cuando pasamos entre ellos. Su madre se nos acerca y
nos abraza, primero a mí y luego a él. Igual que su padre, que habla sin
parar.
No he visto venir a Will, y cuando me abraza lo hace con tanto ímpetu
que me levanta del suelo. Él, Kit, Emma y Henry tardan una eternidad en
felicitarnos, y luego es cuando veo a mamá y papá, algo apartados. Will y
Kit vuelven con ellos y yo dudo un momento. Charles me coge de la mano
y tira de mí hacia donde están. No es ningún secreto que mis padres lo
adoran, él lo sabe y les dedica la mejor de sus sonrisas mientras lo saludan y
lo llenan de elogios para luego seguir conmigo. Papá parece a punto de
estallar de orgullo en cualquier instante, y mamá no se queda corta. Me da
vergüenza, pero no dejo de mirarla a los ojos mientras me abraza. Está
sobria, estoy bastante segura de ello porque no noto el mínimo olor a
alcohol.
Debería alegrarme, pero la noche es joven y, quién sabe, todavía puede
suceder algo. Aunque ahora no es el momento de pensar en ello, quiero
seguir disfrutando con despreocupación. Tampoco es pedir demasiado, ¿no?
Al final, papá se queda mirando a mamá cuando Charles vuelve otra vez
con sus padres.
—Nos gustaría ir a cenar contigo y con William —me dice entonces.
—Yo pensaba ir con Kit a... —empieza a decir Will.
—Charles y yo pensábamos... —lo interrumpo.
Nos reímos.
—Es la fiesta de verano en Ebrington —explico entonces—. Queríamos
reunirnos allí con nuestros amigos.
—Comprendo —dice papá asintiendo—. Hemos reservado una mesa en
Edimburgo. No nos quedaremos mucho rato, os lo prometo, pero hay algo
de lo que nos gustaría hablar con vosotros.
—De acuerdo, voy a avisar a Kit —comenta Will antes de desaparecer
entre la multitud.
Vacilo un momento.
—¿Charles puede venir?
—Creo que sería mejor que esto quedara entre nosotros, cariño —opina
mamá. Eso me provoca un dolor de barriga repentino, pero asiento de todos
modos.
Charles parece preocupado cuando se lo cuento, pero le prometo que me
reuniré con él y los demás en Ebrington más tarde.
Mamá y papá charlan sobre cosas triviales para intentar llenar el trayecto
hasta Edimburgo, que jamás se me ha hecho tan largo. Cuando por fin nos
sentamos en el restaurante, me gustaría que fueran al grano, y creo que ellos
notan nuestra impaciencia, porque tras los entrantes se impone un silencio
tenso en nuestra mesa. Mamá ha pedido agua en lugar de vino.
De repente me falta el aire, porque solo puedo pensar en Olive llorando
en el almacén de vestuario porque su madre ha estado engañando a su padre
y teme que se acaben divorciando.
¿Es eso? ¿Están a punto de contarnos que se separan? ¿Han buscado un
lugar público para anunciárnoslo, de manera que no podamos montar una
escena?
El pulso se me apacigua de nuevo un poco cuando papá le coge la mano
un momento a mamá. No haría algo así si estuvieran a punto de decirnos
que se separan, ¿verdad?
—Vuestra madre quiere contaros una cosa —dice papá al fin, con
suavidad pero también con determinación. Es como si ella necesitara que
esas palabras le dieran un empujoncito en la dirección adecuada.
—Quizá os habréis dado cuenta de que no hemos hablado más sobre las
vacaciones de verano de este año —dice ella.
—¿Iremos a Francia? —pregunta Will—. He pensado que Kit tal vez
podría venir, si no os parece mal.
—Claro que sí, cariño —responde mamá con una sonrisa, si bien algo
forzada—. Es solo que tendréis que ir sin mí.
—¿Qué? —exclama Will mirando primero a papá y luego a mí—. ¿Por
qué?
—He conseguido plaza en una clínica de Londres, mi ingreso empieza la
semana que viene.
Silencio.
Una clínica...
—¿De verdad?
Me doy cuenta de que es mi propia voz la que ha hecho la pregunta
cuando mamá asiente en mi dirección.
—En principio pasaré allí ocho semanas, aunque es posible que sea más
tiempo. Siento no habéroslo contado antes, pero recibí la llamada esta
misma semana. En cualquier caso, me podréis visitar cuando queráis y
podremos hablar por teléfono —nos explica, aunque deja de hablar cuando
le cojo la mano sin planteármelo siquiera.
—Iremos a verte —confirma Will.
—Por supuesto —digo, asintiendo.
Mamá sonríe con los ojos vidriosos.
—Eso me haría muy feliz.
—Entonces ¿quieres intentarlo otra vez? —pregunto—. Es una terapia
de rehabilitación, ¿verdad?
Mi voz ha ido perdiendo intensidad con cada palabra que pronunciaba,
pero mamá me ha comprendido y asiente.
—Esto no puede continuar así. Y no lo conseguiré sola. No quiero
perderos... Quiero que os apetezca volver a casa.
A ella se le rompe la voz y a mí se me forma un nudo en la garganta.
—Siempre querremos volver a casa, mamá —susurro—. Sea como sea.
Siempre.
Will traga saliva con dificultad antes de asentir.
Mamá agacha la cabeza un momento. La mirada de papá se encuentra
con la mía y en su expresión detecto un alivio genuino, y también
esperanza. No la ha obligado él, esta vez lo ha decidido ella sola, estoy
segura. Y ese es un requisito imprescindible para que pueda mejorar de
verdad.
—Estoy muy orgullosa de vosotros, de los dos —nos dice mamá—. E
intentaré que vosotros también podáis estarlo de mí.
Charles
Hacía tiempo que no me divertía tanto escribiendo una historia como con la
de Tori y Charles. Simplemente brotó de mí como si se estuviera contando
sola. Aun así, Dunbridge Academy. Anyone solo se ha podido publicar
gracias a un montón de personas geniales que han estado trabajando entre
bastidores.
Entre ellos, Michaela y Klaus Gröner, de la agencia literaria
erzähl:perspektive, que han apostado sin descanso por mis historias y por
mí. No paso ni un día sin agradecer vuestra presencia.
Muchas gracias a todos los que trabajáis en LYX. Vuestra dedicación y
vuestro amor por las historias hacen que colaborar con vosotros sea un
privilegio indescriptible. Sobre todo contigo, Alexandra. A veces no sé
cómo podría volver a escribir otro libro sin ti. En todo momento ha sido un
placer darle vueltas a Dunbridge Academy. Anyone contigo y ver cómo iba
creciendo la historia. Muchas gracias a Susanne George, que también ha
mejorado el texto y le ha aportado brillo. Gracias a Stephanie Bubley, Ruza
Kelava y Simon Decot, por la confianza que han demostrado tener en mí y
en mis novelas, lo aprecio muchísimo. Gracias, Simone Belack, Teresa
Krull y Sina Braunert, por el mejor marketing del mundo; a Andrea
Berlauer, por la fantástica fiesta de lanzamiento de Dunbridge Academy.
Anywhere; a Sandra Krings, por esas ediciones únicas, y a Jeannine
Schmelzer, por el precioso diseño de la serie en Alemania; a Sarah
Schneider, por los audiolibros, y a Barbara Fischer y Franziska Pürling, por
el gran trabajo de prensa.
Gracias a mis maravillosas colegas Gaby, Rebekka, Lena, Anna y Merit,
sin las que seguramente habría perdido la cabeza hace tiempo.
Gracias a mi familia por el apoyo sin límites y por sus ánimos, sin los
que jamás habría podido conseguirlo.
Gracias a mis fantásticas lectoras beta: Anni, Greta, Annika, Jule, Julia,
Leo y Evi. Vuestros comentarios y mensajes sobre Tori y Charles han
significado mucho para mí. Sin vosotras la historia no sería la que es ahora.
Gracias a todas las personas de las librerías por su abrumador apoyo.
Y a mi público lector: no puedo agradecéroslo suficiente. No sabéis lo
mucho que significa para mí que defináis la Dunbridge Academy como un
lugar de confort, que leáis los libros y los recomendéis. De todo corazón,
gracias por haber demostrado tanto amor por Tori y Charles ya en
Dunbridge Academy. Anywhere. Me motiva y me llena muchísimo escribir
libros para vosotros. Espero volver a veros en el siguiente volumen, el
tercero y último de la serie. ¡Os doy la bienvenida a la Dunbridge
Academy!
Dunbridge Academy. Anyone
Sarah Sprinz
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad
intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
escriben y de nuestras librerías. Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho
ecosistema vivo y en crecimiento. En Grupo Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la
autonomía creativa de autoras y autores para que puedan seguir desempeñando su labor.
Dirígete a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitas reproducir algún
fragmento de esta obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
Título original: Dunbridge Academy. Anyone
Diseño de la portada, Lookatcia.com
© 2022 by Bastei Lübbe AG
Rights negotiated through Ute Körner Literary Agent – www.uklitag.com
© de la traducción, Albert Vitó i Godina, 2023
© Editorial Planeta, S. A., 2023
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com
Primera edición en libro electrónico (epub): julio de 2023
ISBN: 978-84-08-27610-4 (epub)
Conversión a libro electrónico: Realización Planeta
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Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común: Ella lleva vestidos
estampados; él, pantalones de pinza. Ella es un espíritu aventurero; él
prefiere quedarse en casa leyendo. Y, a pesar de todo, son mejores amigos.
Durante la mayor parte del año viven separados —ella en Nueva York, él en
su pequeño pueblo—, pero cada verano, desde hace ya una década, se
toman una semana de vacaciones juntos. Hasta hace dos años, cuando todo
cambió.
Ahora Poppy tiene todo lo que siempre había soñado, pero está atrapada en
la rutina. Cuando alguien le pregunta cuándo fue feliz por última vez, sabe,
sin ninguna duda, que fue en ese último y fatídico viaje con Alex. Por eso
decide convencer a su mejor amigo para viajar juntos una vez más. Tienen
una semana para arreglarlo todo, ¿qué puede salir mal?
«Esta deliciosa novela brilla por las hábiles observaciones, los diálogos
hilarantes y, sobre todo, los personajes. Divertidos, patosos y entrañables,
vale la pena acompañarlos en este maravilloso viaje.» The Wall Street
Journal
Por más que intente engañarse a sí misma, Anna sabe que hay un chico que
ha llegado para poner su vida patas arriba. Desea atreverse y dar el paso,
pero dejarse llevar por sus sentimientos no es fácil cuando ya lo perdió todo
una vez.
El spin-off de Tal vez mañana que nos cuenta la apasionante historia del
desternillante y carismático Warren.
Las dudas nacen cuando su nueva compañera de piso resulta ser Bridgette,
una chica aparentemente fría y calculadora. La tensión en el piso se corta
con un cuchillo y ambos estallan cada vez que coinciden en una habitación.
Pero Warren tiene una teoría sobre Bridgette: cree que alguien que odia con
tanta intensidad tiene que ser igual de apasionada en el amor, y quiere ser la
persona que ponga en práctica esa teoría. ¿Podrá Warren descongelar el
corazón helado de Bridgette? ¿Será ella capaz de aprender a amar?
Pero entre ellos está Jaxon Vega, un vampiro que esconde oscuros secretos
y que no ha sentido nada durante un siglo. Algo en él me atrae, apenas lo
conozco, pero sé que hay algo roto en su interior que de alguna manera
encaja con lo que hay roto en mí. Acercarme a él puede significar el fin del
mundo, pero empiezo a sospechar que alguien me ha traído a este lugar a
propósito, y tengo que descubrir por qué.»