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HISTORIA DE LA

GASTRONOMÍA.EVOLUCIÓN
HISTÓRICA Y SU INFLUENCIA EN LA
CULTURA MURCIANA

PARTE II
Bloque II - Tema 1

Profesor: José Riquelme García


Historia de la Gastronomía. Evolución histórica
y su influencia en la cultura murciana.

Parte II. Contenidos específicos.

Bloque II: La Gastronomía murciana y las diferentes influencias culturales


1. La gastronomía romana. La Cartaginense
2. La influencia islámica, Una herencia de 800 años
3. La cocina medieval.
4. Los nuevos alimentos y la transformación en la cocina. El descubrimiento de América. Nuevos
alimentos
5. La cocina como fusión de culturas

Profesor José Riquelme García

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Historia de la Gastronomía. Evolución histórica
y su influencia en la cultura murciana.

Tema 1.- (Parte II Bloque II) La gastronomía romana. La Cartaginense.

1.1 Introducción
1.2 ¿Qué comían los romanos antes de Hispania? Pan, vino y aceite
1.3 Otros alimentos
1.4 Los tiempos a la mesa

1.1 Introducción

Cartago había sido un pequeño establecimiento fundado por los fenicios en la costa de
Túnez en los comienzos del primer milenio. Con el tiempo, la prosperidad de la colonia,
basada en su inmejorable situación estratégica en medio del mediterráneo, creció de tal
forma que cuando Tiro empezó a sentir el peso del poder asirio, los cartagineses se
independizaron totalmente de la metrópolis.
Cartago inició entonces una política que le llevó al liderazgo sobre todas las colonias
fenicias de occidente. Entre estas estaban las factorías españolas, situadas entre el
cabo San Vicente y el de Palos, que enviaban estaño, plata y salazones de pescado.

Mapa de expansión de los fenicios hacia el sur-sureste hispánico.

Al finalizar la primera guerra púnica una Cartago empobrecida y acorralada puso todas
sus esperanzas de reconstrucción en una gran empresa: la conquista de la Península
Ibérica, o al menos de la región andaluza y levantina. El hombre que llevaría a cabo tal
hazaña sería Amílcar Barca.

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Amílcar llega con su ejército a Gadir, única plaza que les quedaba a los cartagineses en
España después de la guerra, en el año 237 a.C. Su misión era crear un nuevo imperio
comercial cartaginés, así como una base de operaciones para el desquite contra Roma.
Los primeros en recibir el choque de las tropas cartaginesas fueron los habitantes de la
cuenca del Betis (actual río Guadalquivir). Uno a uno los reyezuelos de esta zona se
entregaron por el miedo, la fuerza o la diplomacia, quedando bajo el control del ejército
invasor.

El dominio cartaginés se hizo inmediatamente rentable, se hicieron nuevas


prospecciones y la plata empezó a manar generosamente sobre las arcas cartaginesas.
Avanzando hacia el levante, fueron cayendo una a una las ciudades ibéricas y colonias
griegas que Amílcar encontraba en su camino. Inmediatamente, numerosas quejas
llegaron a Roma. Amílcar había violado el pacto firmado el año 348 en el que se fijaba
el límite entre zonas de influencia romano-cartaginesas en la ciudad de Mastia (la
actual Cartagena), límite que ya habían pasado.

A pesar de esto, la única reacción romana fue enviar una embajada de protesta ante la
cual Amílcar alegó la necesidad de las conquistas para saldar las deudas debidas a
Roma por la guerra. En el invierno del año 229 muere Amílcar Barca en una
escaramuza con los Oretanos, iberos que habitaban la zona oriental de Sierra Morena.
Sin embargo, Amílcar, después de una guerra de nueve años, había conseguido ya para
Cartago la plata y los mercenarios de Iberia.

Aníbal y su expansión por Hispania

Su labor fue continuada por su yerno Asdrúbal. Su mayor acierto fue sustituir los
métodos violentos por los pacíficos, culminando una política de alianzas con los reyes
ibéricos y casándose con la hija de uno de ellos. A esto siguió la fundación de la ciudad
de Qart-Hadast, y un tratado con los romanos que fijaba los límites de influencia de los
dos imperios en el río Ebro.

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Mastia- Qart-Hadast

En el año 221, Asdrúbal muere asesinado. A su muerte, los cartagineses ya eran


dueños de todo el sur de la Península y del Levante, hasta el golfo de Valencia, y es
probable que dominasen también el territorio de los Oretanos.

Aquel mismo año el ejercito eligió a su nuevo general: Aníbal, que entonces solo
contaba 25 años. La elección de Aníbal como jefe marcó una vuelta a los métodos
violentos de Amílcar. En el verano del 221, invade el territorio de los olcades y al año
siguiente penetra profundamente en los territorios de la meseta central, ocupando las
ciudades de Toro y Salamanca que le pagan sendos tributos y regresa a Cartago Nova
con numerosos rehenes. A su vuelta es atacado por una coalición de iberos;
carpetanos, vacceos y olcades en las riberas del Tajo, a los que derrota.
De esta forma, el dominio cartaginés se amplió con las tierras del litoral atlántico, hasta
la desembocadura del Tajo y también por las del sudeste de la meseta. El tesoro del
ejército había aumentado considerablemente y un nuevo filón de mercenarios se había
abierto.

Para consolidar su retaguardia antes de realizar su último objetivo, la conquista de


Roma, solo le quedaba una última acción: la conquista de Sagunto (situada al norte
de Valencia).

Fue precisamente el ataque a esta ciudad y su petición de ayuda a Roma la que


provocaría el inicio de la Segunda Guerra Púnica que concluyó con la derrota de Aníbal,
la caída del poder cartaginés y la conquista romana de la Península.

1.2 ¿Qué comían los romanos antes de Hispania? Pan, vino y aceite

Antes de que aparecieran en las mesas de los poderosos exóticas viandas procedentes
de lugares tan dispares como Guinea (faisanes), Persia (gallos), India (pavos), Hispania
(conejos), Ambracia (corzos), Calcedonia (atunes), Tarento (ostras y almejas), Ática
(mejillones) o Dafne (tordos), los romanos no conocieron más que los alimentos
básicos que proporcionaba la tierra: cereales, legumbres, hortalizas, leche o huevos.

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Cuando los recursos escaseaban, el alimento básico fue el puls durante más de 300
años. Se trataba de una especie de gachas de harina de trigo.

Puls romano

Pero la glotonería y el despilfarro de comida en los que incurrieron los romanos de la


época imperial no fue siempre así. Cuando los recursos escaseaban, el alimento básico
fue el puls durante más de 300 años. Se trataba de una especie de gachas de harina de
trigo. Este paupérrimo plato derivó, en los tiempos de mayor abundancia, hacia el puls
iuliano, que contenía ostras hervidas, sesos y vino especiado.

En sus diferentes variedades, a la “puls púnica” se le añadía trozos de queso, miel


(para endulzar) y huevos cocidos; y a la “puls italiana” se le agregaban ostras hervidas,
sesos y vino especiado. Este plato estaba reservado a la clase alta de la sociedad
romana, no todo el mundo se lo podía permitir.

1.2.1 El pan

El alimento básico de la sociedad romana era el trigo. En tiempos de Julio César (49-44
antes de Cristo), unos 230.000 romanos se beneficiaban de los repartos de este cereal
(annona) con el que se producía la harina y, por consecuencia, el pan.

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El pan fue introducido en España por los celtíberos, en el siglo III A. De C., por lo que
ya se conocía cuando llegaron los romanos a la península, pero fueron estos últimos
quienes lo extendieron como alimento básico.

Su nombre proviene del latín "pannus" que significa masa blanca.


Tres tipos de pan, clasificado según la calidad de los productos que se usaban en su
elaboración, eran los básicos antes de mezclarse con otros alimentos posteriormente:

El candidus: el pan más refinado, hecho con harina fina de trigo de primerísima calidad,
apto para los más pudientes.

El mundus: el pan que solía comer la clase media, el que más se consumía en Roma.

El rusticus: hecho con harina sin moler y con desechos, era un pan bastante duro y
había que comerlo mojado en sopa o en agua.

Más adelante, los tipos de pan se diversificarán en distintos tipos:

El ciabrius, un pan oscuro y barato.


El secondarius, hecho con harina integral.
El autopyrus, negro con harina sin refinar.
El siligeneus, blanco y de grano tierno.
El parthicus, esponjoso.
El furfureus, hecho con salvado.

Entre otros más refinados estaban:

El pan de Alejandría, que era asado.


El picentino, cocido en una cazuela de loza que se rompe en la mesa.
El adipatus, que se prepara con el tocino.
El bucellatus, tostado en forma de anillo.
El ostearius, que acompañaba a las ostras.

Pannus romano

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En Roma había hornos públicos. Para los legionarios el pan era el alimento habitual y su
dieta acostumbraba a ser pan con aceitunas. Se les entregaba cada día tres libras de
trigo, que molían en un pequeño molino de mano y después de amasado se metía en el
horno. Este pan lo acompañaban de sal, queso y hierbas aromáticas, consiguiendo un
resultado cercano al actual Focaccia.

Despacho de pan

Este consumo se extendió al resto de la población de las diferentes regiones del


Imperio. Prueba de la amplia difusión del pan es la palabra inglesa "lady" que significa
en inglés antiguo "la persona que amasa el pan".

La sociedad romana convirtió el consumo de pan en un elemento diferenciador. Cada


clase social consumía un tipo de pan con una denominación propia. El panis
plebeius era para la clase baja, el panis militaris para la tropa y el panis civilis para los
ciudadanos.

De hecho, los colores del pan eran importantes entonces: comer pan blanco era
considerado todo un signo de prestigio y estatus social elevado; el pan negro, en
cambio, elaborado con centeno, era considerado un alimento para la gente más
humilde.

Horno romano

Durante siglos estuvo prohibido el pan en los ofrecimientos de sacrificio de la religión


romana, debido a la creencia de que su fermentación impurificaba este alimento.

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Curiosamente el pan elaborado con cebada era considerado alimento de esclavos y de


sacrificios religiosos. Los mismos cristianos lo incorporaron posteriormente en la
celebración de la Eucaristía hasta nuestros días.

1.2.2. El vino

A su lado, otro alimento destacado en la dieta romana era el vino, aunque la ciencia
por conservarlo estaba poco desarrollada. Como se agriaba con facilidad en las ánforas
donde se almacenaba, se bebía con especies, o se servía caliente y aguado.

Sin dudas, se puede citar a los pueblos griego y etrusco como las más tempranas
influencias de la viticultura en la Península Itálica. Pero claramente, la expansión y
esplendor del Imperio Romano devino en un aumento en la tecnología y el
conocimiento de la producción de vino, que rápidamente se distribuyó por la totalidad
de su extensión. Esto queda plasmado en las obras de diversos escritores romanos, que
permiten entender el papel del vino en la cultura romana y sus costumbres.

A lo largo de la mayoría de la historia romana, el vino griego fue el más apreciado,


siendo más costoso que los vinos locales. Pero en el siglo II antes de Cristo, comienza
el apogeo de la producción de vino romano y el desarrollo de viñedos de primera
categoría. Esto es a tal punto, que la cosecha del año 121 antes de Cristo se dotó de
una fama legendaria y se la nombró como la “cosecha opimia”, en honor del cónsul de
la época, Lucio Opimio. Ciertamente, se destacó por la gran producción y la altísima
calidad de los frutos y de los vinos, llegándose a afirmar que varios de ellos se seguían
bebiendo hasta cien años después.

Conforme la República Romana fue creciendo hasta un Imperio, hacía lo paralelo la


complejidad del comercio de vino, siempre resaltándose Pompeya. Pero cuando las

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fronteras se ampliaron, se empezaron a destacar zonas como la Hispania (Cataluña,


Rioja, Ribera del Duero, Galicia y Andalucía), la Galia (toda Francia), la Germania (con
las principales zonas vinícolas de la actual Alemania), y la Britania.

En lo referente a la elaboración del vino romano, predominaba la práctica del pisado de


la uva una vez terminada la vendimia. El mosto resultante de dicho pisado, era el más
apreciado y se mantenía al margen del que se obtenía por el prensado posterior de la
uva. Luego de esto, el mosto se almacenaba en grandes recipientes de barro, algunos
de ellos con una capacidad de miles de litros, los cuales generalmente estaban
parcialmente enterrados en el suelo de un granero.

Era en esos mismos recipientes donde se producía la fermentación, que tenía una
duración muy variable, de algunos días hasta un mes, tras lo cual el vino se envasaba
en ánforas. Asimismo, después de varios accidentes, se llegó a la conclusión de
practicar pequeños agujeros en sus tapas para permitir que escapase la presión del
dióxido de carbono de fermentaciones inconclusas. También, en diversas
oportunidades, se añadía tiza y polvo de mármol para reducir la acidez de los vinos.

En cuanto a la forma de edulcoración de los vinos, las mismas incluían la adición de


miel, inclusive con “recetas” puntuales que hablaban de hasta 3 kilos por cada 12 litros
de vino. Cabe recordar que, en la mayoría del mundo antiguo, el vino blanco dulce era

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el estilo de vino más apreciado. También, como otra característica, los vinos solían ser
muy alcohólicos, inclusive llegando a arder al aproximarse la llama de una vela.

Los vinos del Imperio

Es justamente a raíz de esa alta graduación alcohólica, que muchos vinos se diluían con
agua templada y a veces hasta con agua de mar. Tal como sucede en la actualidad,
varios vinos de cosechas viejas, tenían un valor muy superior, debido a su evolución en
el tiempo. Inclusive, la ley romana marcaba la distinción entre el vino “viejo” y el vino
“nuevo”, considerando al primero como aquel que había envejecido por lo menos un
año.

Exactamente como ocurría en la cultura griega, en la cultura romana el vino tenía


implicaciones religiosas, medicinales y sociales, que lo separaban de otros alimentos, y
hasta lo entronizaban. Así como decíamos, con la expansión del Imperio y la ampliación
de sus fronteras, se instauró una doctrina más democrática, volviéndose el vino un bien
de consumo diario, y dejando de ser un lujo reservado a pocos, tradición que se
extendió hasta nuestros tiempos.

1.2.3. El aceite

“Hay dos líquidos que son especialmente agradables para el


cuerpo humano: el vino por dentro y el aceite por fuera.
Ambos son los productos más excelentes de los árboles,
pero el aceite es una necesidad absoluta, y no ha errado el
hombre en dedicar sus esfuerzos a obtenerlo"

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No erraba Plinio el Viejo al expresarse de este modo en su Historia natural: el aceite de


oliva fue un producto indispensable para la vida diaria de los antiguos romanos, que no

sólo lo usaban como ingrediente en la cocina, sino también como combustible para la
iluminación y como un higiénico ungüento en las termas. No es extraño que en torno a
él se desarrollara toda una industria de producción, comercialización y transporte.

La elaboración de aceite en la antigua Roma vino de la mano de fenicios y griegos,


aunque fueron los romanos quienes lo produjeron a gran escala y lo convirtieron en
algo consumido habitualmente por todas las clases sociales. El aceite se obtenía en las
villas, explotaciones agrícolas de carácter rural que también solían cultivar cereal y
elaborar vino.

1.2.3.1 Producción y categorías

Tras su recolección, la aceituna se almacenaba en el tabulatum, una estancia con un


suelo impermeabilizado y ligeramente inclinado sobre el que se depositaba la aceituna
para que soltara el alpechín. Este líquido oscuro y maloliente, según nos narra el mismo
Plinio, podía ser empleado como insecticida, herbicida y fungicida.

Tabulatum Villa Los Villaricos Mula

Tras este paso, se procedía a la molienda. Los distintos mecanismos que se empleaban
molían las aceitunas sin romper el hueso, puesto que se consideraba que éste daba mal
sabor al aceite. El sistema de molienda más común era el trapetum. Este gran molino
se componía de una zona fija denominada mortarium y de dos piedras semiesféricas
llamadas orbis, que dos hombres hacían girar sobre el mortarium empujando un eje
horizontal. Así se obtenía una pasta de aceitunas que se sometía al prensado en una
habitación conocida como torcularium. En este espacio se encontraba la prensa
(llamada también, por extensión, torcularium), un complejo mecanismo capaz de
someter la pasta a una gran presión. El aceite así obtenido se decantaba en grandes

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vasijas globulares de cerámica llamadas dolia, que solían estar semienterradas, y luego
se almacenaba en ánforas en la llamada cella olearia.

Molienda

El oleum omphacium, el de mejor calidad, se extraía de las aceitunas aún verdes y se


elaboraba en septiembre.

Según su calidad, el aceite se dividía en tres tipos. El oleum omphacium, el de mejor


calidad, se extraía de las aceitunas aún verdes y se elaboraba en septiembre. Se
destinaba principalmente a las ofrendas religiosas y la fabricación de perfumes que,
siglos antes de la incorporación del alcohol, utilizaban el aceite como base. En palabras
de Plinio, "el mejor [aceite] de todos lo da la aceituna verde y que aún no ha empezado
a madurar; éste es de un sabor excelente. Cuanto más madura es la aceituna tanto
más grasiento y menos agradable es el jugo". El oleum viride se elaboraba en
diciembre, con aceitunas que variaban entre el verde y el negro. Era un aceite más
suave y afrutado. Por último, el oleum acerbum se fabricaba con las aceitunas que
habían caído al suelo y por este motivo era de inferior calidad.

Ánforas de aceite

La categoría intermedia, es decir, el oleum viride, que era el más empleado en


gastronomía, podía dividirse a su vez en tres variedades según su calidad: el oleum
flos era el aceite virgen obtenido con la primera presión, que podríamos equiparar a
nuestro aceite virgen extra; el oleum sequens era un aceite de calidad inferior, ya que
se obtenía con una segunda presión, más intensa, y por último, el oleum cibarium, el
más ordinario de los tres, provenía de las siguientes prensadas.

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Reproducción de una factoría de producción de aceite de oliva.

A partir de Augusto, el emperador pasó a controlar la producción del aceite de los


territorios hispanos, marcando asimismo el precio de mercado. Era un comercio que iba
de la mano de las salazones de pescado, que también contaban en la zona andaluza y
levantina con un importante foco de producción.

1.2.3.2 Aceite en todos los platos

Como ocurre hoy en día en la denominada "dieta mediterránea", el aceite era un


elemento fundamental de la alimentación romana. Apicio, en su célebre recetario De re
coquinaria, nombra el aceite en más de trescientas recetas. Podía usarse tanto para
aliñar como para condimentar, cocinar y freír. Además, era un ingrediente básico en la
preparación de salsas; aunque éstas variaban según el tipo de alimento al que
acompañaban, todas tenían en común el aceite. Por ejemplo, para la carne hervida
Apicio recomienda una salsa blanca compuesta de "pimienta, garum, vino, ruda,
cebolla, piñones, vino aromático, un poco de pan macerado para espesar y aceite".
Además, antes de servir un plato en la mesa, fuera a base de pescado, carnes,
verduras o legumbres, era frecuente rociarlo con unas gotas de aceite. Éste tenía
igualmente cabida en la repostería. Apicio nos da la fórmula de un "plato que puede
usarse como dulce": "Tostar piñones, nueces peladas; mezclar con miel, pimienta,
garum, leche, huevos, un poco de vino puro y aceite".

Una receta dulce de Apicio decía: "Tostar piñones, nueces peladas; mezclar con miel,
pimienta, garum, leche, huevos, un poco de vino puro y aceite".

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Apicio y su recetario Re coquinaria

Un indicativo de la importancia del aceite en la dieta romana es que Julio César lo


incorporó a la annona, abastecimiento gratuito de grano que se entregaba al ejército
para su manutención. A partir de entonces, la demanda de aceite se incrementó en
gran manera. La presencia de este producto entre los soldados acantonados en la
frontera norte del Imperio indica que los pueblos del centro y norte de Europa lo fueron
incorporando a su dieta.

1.2.3.3 Ungüentos y perfumes

El aceite tenía otras utilidades fundamentales en la vida cotidiana de los romanos. Por
un lado, se empleaba como combustible para la iluminación. Los romanos utilizaban
lucernas fabricadas a molde y huecas que se llenaban con el aceite de oliva de peor
calidad. Éste empapaba una mecha de fibras vegetales, como lino hilado o papiro, que
de este modo podía mantenerse largo tiempo encendida.

Aceite como cosmético

El aceite se utilizaba también como ungüento; de ahí justamente la frase de Plinio "el
vino por dentro y el aceite por fuera". Los que practicaban ejercicio físico en las termas
se ungían el cuerpo con aceite antes de entrenarse en la palestra o gimnasio. De esta
forma protegían su piel del sol y la hidrataban. Tras el entrenamiento se limpiaban el

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cuerpo con un estrígilo, una herramienta curvada de bronce que les permitía quitarse la
capa de aceite, polvo y sudor acumulada. Aunque cueste creerlo, esta mezcla era muy
cotizada y los directores de los gimnasios la vendían para usos medicinales. Como
explicaba Plinio, "es conocido que los magistrados que estaban a su cargo [de la
palestra] llegaron a vender las raspaduras del aceite a ochenta mil sestercios". El
equipo del deportista incluía, por tanto, uno o varios estrígilos y un pequeño frasco,
también de bronce o vidrio, donde guardar el aceite.

La belleza y el aceite en Roma Ungüentarios de vidrio

No sólo los deportistas lo utilizaban; el aceite también se aplicaba como un hidratante


corporal y como ungüento para curar heridas. En medicina podía usarse solo o como
excipiente, y se prescribía para tratar úlceras, calmar los cólicos o bajar la fiebre. Los
ungüenta, modalidad de aceite perfumado asociado con la cosmética y la perfumería,
se extendieron entre la sociedad romana a partir del siglo II a.C. No sólo tenían como
base el aceite de oliva, sino que también podían emplear otras modalidades como el
aceite de almendra, de laurel, de nueces o de rosas. A los difuntos también se los ungía
con estos aceites perfumados, de ahí que los pequeños ungüentarios de vidrio fueran
un objeto habitual en los ajuares funerarios.

1.3. Otros alimentos

Quienes no se podían permitir grandes dispendios en tiempos de carestía desayunaban


sopas de pan y vino. Estas abundaban: de farro, garbanzos y verduras, coles, hojas de
olmo, malva, etc.

El romano que podía hacía un gran consumo de leche, de cabra o de oveja. Así como
de las aceitunas.

La carne era un manjar reservado a unos pocos. La clase alta consumía carne de buey,
oca, cerdo, oveja, cabra y ciervo, pero no comían de otros tipos como de cigüeña o ibis
porque, según ellos, se alimentaban de serpientes y la carne no era sana. La clase
media se tenía que conformar con carne pasada de cerdo y cordero, ya que la fresca

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era muy cara. Y, por último, la clase baja no podía disponer ni tan siquiera de cordero,
se alimentaba con alguna que otra ave que cazaban y con carne de perro y gato.

La dieta del romano durante la República apenas alcanzaba las 3.000 calorías, de las
que al menos 2.000 procedían del trigo. Los ricos se aficionaban al consumo de carne
condimentada con una serie de productos que iban determinando las características de
la futura gran cocina imperial: pimienta, miel, coriandro, ortiga, menta y salvia.

La carne se conservaba en salazón, en manteca o ahumada, y se cocinaba con especias


y salsas para camuflar su sabor a “rancio”. Una de las salsas más famosas que se
conocen, dentro del mundo romano, es el “garum”. Esta salsa consistía en una mezcla
de vísceras y trozos de pescado fermentados al sol y aliñados con especias, hierbas,
vino, vinagre y sal. El “garum” era la salsa por excelencia de la cocina romana, ya que
acompañaba a numerosos platos y además, según creían, era afrodisíaco.

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El pescado era otro alimento que no estaba al alcance de cualquiera. Los peces más
cotizados eran el salmonete y el rodaballo. Sin embargo, la clase baja tenía que
conformarse con morrallas en salmuera (maenae).

La dieta de los romanos, para acabar, se completaba con queso, aceitunas, altramuces,
frutos secos y sopas. También tomaban yogur especiado y, en verano, el “melca” que
era una especie de leche agria condimentada con pimienta o cilantro, garum o sal,
aceite y hielo.

Además, cuando se casaban, al día siguiente de la boda comían “moretum”, que era
una ensalada compuesta por queso de oveja, apio y cebolla, que les ayudaba a reponer
fuerzas.

Moretum

Todas las técnicas de cocinado romanas, alimentos y costumbres llegarán a Hispania


con la conquista.

1.3. Los tiempos a la mesa

Los romanos comían tres o cuatro veces al día:


• desayuno (ientaculum),
• almuerzo (prandium),
• merienda (merenda) y

• cena (cena)

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Esta última era la más importante. Se hacía en familia, al final de la jornada. Uno de
sus mayores placeres era una buena conversación en torno a la mesa. De la cena diaria
a base de lechuga, huevos duros, puerros, gachas y judías con tocino se pasaba a una
sofisticada cena de convite con invitados dividida en tres partes:

• el gustus o aperitivo para abrir el apetito (melón, atún, trufas, ostras,…),


• la prima mesa (cabrito, pollo, jamón, marisco, ….) que era el plato fuerte, y
• la secunda mesa, los postres.
• La comida en la época Imperial

Bocados de lujo eran el loro y el flamenco. Se evitaban las carnes de ibis y cigüeña
porque devoraban serpientes, y la de golondrina, que comía mosquitos.
En la época imperial nadie ponía coto a la gula ni al derroche en la mesa: pollos,
gallinas y ocas se engordaban con harina hervida y aguamiel o con pan empapado en
vino dulce.

El pescado más apreciado fue el salmonete. Los pobres que no podían aspirar a las
especies de mar o a las procedentes de los bulliciosos vivideros se consolaban con
degustar las morrallas en salmuera (maenae).

Los ricos comían mucho en casas de amigos, en los banquetes. Los pobres, por el
contrario, a menudo lo hacían en la calle puesto que no siempre disponían de fogones
ni pucheros en los que cocinar. Las algarrobas y los altramuces formaban parte de su
dieta.
La plebe solo accedió al consumo de carne en la época de Aureliano (siglo III), cuando
se repartía gratis. Era de burro. La carne de buey se reservaba para la mesa de los
pudientes.

Fuentes: Varias. Elaboración propia

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