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GASTRONOMÍA.EVOLUCIÓN
HISTÓRICA Y SU INFLUENCIA EN LA
CULTURA MURCIANA
PARTE II
Bloque II - Tema 1
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Historia de la Gastronomía. Evolución histórica
y su influencia en la cultura murciana.
1.1 Introducción
1.2 ¿Qué comían los romanos antes de Hispania? Pan, vino y aceite
1.3 Otros alimentos
1.4 Los tiempos a la mesa
1.1 Introducción
Cartago había sido un pequeño establecimiento fundado por los fenicios en la costa de
Túnez en los comienzos del primer milenio. Con el tiempo, la prosperidad de la colonia,
basada en su inmejorable situación estratégica en medio del mediterráneo, creció de tal
forma que cuando Tiro empezó a sentir el peso del poder asirio, los cartagineses se
independizaron totalmente de la metrópolis.
Cartago inició entonces una política que le llevó al liderazgo sobre todas las colonias
fenicias de occidente. Entre estas estaban las factorías españolas, situadas entre el
cabo San Vicente y el de Palos, que enviaban estaño, plata y salazones de pescado.
Al finalizar la primera guerra púnica una Cartago empobrecida y acorralada puso todas
sus esperanzas de reconstrucción en una gran empresa: la conquista de la Península
Ibérica, o al menos de la región andaluza y levantina. El hombre que llevaría a cabo tal
hazaña sería Amílcar Barca.
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Amílcar llega con su ejército a Gadir, única plaza que les quedaba a los cartagineses en
España después de la guerra, en el año 237 a.C. Su misión era crear un nuevo imperio
comercial cartaginés, así como una base de operaciones para el desquite contra Roma.
Los primeros en recibir el choque de las tropas cartaginesas fueron los habitantes de la
cuenca del Betis (actual río Guadalquivir). Uno a uno los reyezuelos de esta zona se
entregaron por el miedo, la fuerza o la diplomacia, quedando bajo el control del ejército
invasor.
A pesar de esto, la única reacción romana fue enviar una embajada de protesta ante la
cual Amílcar alegó la necesidad de las conquistas para saldar las deudas debidas a
Roma por la guerra. En el invierno del año 229 muere Amílcar Barca en una
escaramuza con los Oretanos, iberos que habitaban la zona oriental de Sierra Morena.
Sin embargo, Amílcar, después de una guerra de nueve años, había conseguido ya para
Cartago la plata y los mercenarios de Iberia.
Su labor fue continuada por su yerno Asdrúbal. Su mayor acierto fue sustituir los
métodos violentos por los pacíficos, culminando una política de alianzas con los reyes
ibéricos y casándose con la hija de uno de ellos. A esto siguió la fundación de la ciudad
de Qart-Hadast, y un tratado con los romanos que fijaba los límites de influencia de los
dos imperios en el río Ebro.
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Mastia- Qart-Hadast
Aquel mismo año el ejercito eligió a su nuevo general: Aníbal, que entonces solo
contaba 25 años. La elección de Aníbal como jefe marcó una vuelta a los métodos
violentos de Amílcar. En el verano del 221, invade el territorio de los olcades y al año
siguiente penetra profundamente en los territorios de la meseta central, ocupando las
ciudades de Toro y Salamanca que le pagan sendos tributos y regresa a Cartago Nova
con numerosos rehenes. A su vuelta es atacado por una coalición de iberos;
carpetanos, vacceos y olcades en las riberas del Tajo, a los que derrota.
De esta forma, el dominio cartaginés se amplió con las tierras del litoral atlántico, hasta
la desembocadura del Tajo y también por las del sudeste de la meseta. El tesoro del
ejército había aumentado considerablemente y un nuevo filón de mercenarios se había
abierto.
1.2 ¿Qué comían los romanos antes de Hispania? Pan, vino y aceite
Antes de que aparecieran en las mesas de los poderosos exóticas viandas procedentes
de lugares tan dispares como Guinea (faisanes), Persia (gallos), India (pavos), Hispania
(conejos), Ambracia (corzos), Calcedonia (atunes), Tarento (ostras y almejas), Ática
(mejillones) o Dafne (tordos), los romanos no conocieron más que los alimentos
básicos que proporcionaba la tierra: cereales, legumbres, hortalizas, leche o huevos.
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Cuando los recursos escaseaban, el alimento básico fue el puls durante más de 300
años. Se trataba de una especie de gachas de harina de trigo.
Puls romano
1.2.1 El pan
El alimento básico de la sociedad romana era el trigo. En tiempos de Julio César (49-44
antes de Cristo), unos 230.000 romanos se beneficiaban de los repartos de este cereal
(annona) con el que se producía la harina y, por consecuencia, el pan.
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El pan fue introducido en España por los celtíberos, en el siglo III A. De C., por lo que
ya se conocía cuando llegaron los romanos a la península, pero fueron estos últimos
quienes lo extendieron como alimento básico.
El candidus: el pan más refinado, hecho con harina fina de trigo de primerísima calidad,
apto para los más pudientes.
El mundus: el pan que solía comer la clase media, el que más se consumía en Roma.
El rusticus: hecho con harina sin moler y con desechos, era un pan bastante duro y
había que comerlo mojado en sopa o en agua.
Pannus romano
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En Roma había hornos públicos. Para los legionarios el pan era el alimento habitual y su
dieta acostumbraba a ser pan con aceitunas. Se les entregaba cada día tres libras de
trigo, que molían en un pequeño molino de mano y después de amasado se metía en el
horno. Este pan lo acompañaban de sal, queso y hierbas aromáticas, consiguiendo un
resultado cercano al actual Focaccia.
Despacho de pan
De hecho, los colores del pan eran importantes entonces: comer pan blanco era
considerado todo un signo de prestigio y estatus social elevado; el pan negro, en
cambio, elaborado con centeno, era considerado un alimento para la gente más
humilde.
Horno romano
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1.2.2. El vino
A su lado, otro alimento destacado en la dieta romana era el vino, aunque la ciencia
por conservarlo estaba poco desarrollada. Como se agriaba con facilidad en las ánforas
donde se almacenaba, se bebía con especies, o se servía caliente y aguado.
Sin dudas, se puede citar a los pueblos griego y etrusco como las más tempranas
influencias de la viticultura en la Península Itálica. Pero claramente, la expansión y
esplendor del Imperio Romano devino en un aumento en la tecnología y el
conocimiento de la producción de vino, que rápidamente se distribuyó por la totalidad
de su extensión. Esto queda plasmado en las obras de diversos escritores romanos, que
permiten entender el papel del vino en la cultura romana y sus costumbres.
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Era en esos mismos recipientes donde se producía la fermentación, que tenía una
duración muy variable, de algunos días hasta un mes, tras lo cual el vino se envasaba
en ánforas. Asimismo, después de varios accidentes, se llegó a la conclusión de
practicar pequeños agujeros en sus tapas para permitir que escapase la presión del
dióxido de carbono de fermentaciones inconclusas. También, en diversas
oportunidades, se añadía tiza y polvo de mármol para reducir la acidez de los vinos.
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el estilo de vino más apreciado. También, como otra característica, los vinos solían ser
muy alcohólicos, inclusive llegando a arder al aproximarse la llama de una vela.
Es justamente a raíz de esa alta graduación alcohólica, que muchos vinos se diluían con
agua templada y a veces hasta con agua de mar. Tal como sucede en la actualidad,
varios vinos de cosechas viejas, tenían un valor muy superior, debido a su evolución en
el tiempo. Inclusive, la ley romana marcaba la distinción entre el vino “viejo” y el vino
“nuevo”, considerando al primero como aquel que había envejecido por lo menos un
año.
1.2.3. El aceite
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sólo lo usaban como ingrediente en la cocina, sino también como combustible para la
iluminación y como un higiénico ungüento en las termas. No es extraño que en torno a
él se desarrollara toda una industria de producción, comercialización y transporte.
Tras este paso, se procedía a la molienda. Los distintos mecanismos que se empleaban
molían las aceitunas sin romper el hueso, puesto que se consideraba que éste daba mal
sabor al aceite. El sistema de molienda más común era el trapetum. Este gran molino
se componía de una zona fija denominada mortarium y de dos piedras semiesféricas
llamadas orbis, que dos hombres hacían girar sobre el mortarium empujando un eje
horizontal. Así se obtenía una pasta de aceitunas que se sometía al prensado en una
habitación conocida como torcularium. En este espacio se encontraba la prensa
(llamada también, por extensión, torcularium), un complejo mecanismo capaz de
someter la pasta a una gran presión. El aceite así obtenido se decantaba en grandes
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vasijas globulares de cerámica llamadas dolia, que solían estar semienterradas, y luego
se almacenaba en ánforas en la llamada cella olearia.
Molienda
Ánforas de aceite
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Una receta dulce de Apicio decía: "Tostar piñones, nueces peladas; mezclar con miel,
pimienta, garum, leche, huevos, un poco de vino puro y aceite".
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El aceite tenía otras utilidades fundamentales en la vida cotidiana de los romanos. Por
un lado, se empleaba como combustible para la iluminación. Los romanos utilizaban
lucernas fabricadas a molde y huecas que se llenaban con el aceite de oliva de peor
calidad. Éste empapaba una mecha de fibras vegetales, como lino hilado o papiro, que
de este modo podía mantenerse largo tiempo encendida.
El aceite se utilizaba también como ungüento; de ahí justamente la frase de Plinio "el
vino por dentro y el aceite por fuera". Los que practicaban ejercicio físico en las termas
se ungían el cuerpo con aceite antes de entrenarse en la palestra o gimnasio. De esta
forma protegían su piel del sol y la hidrataban. Tras el entrenamiento se limpiaban el
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cuerpo con un estrígilo, una herramienta curvada de bronce que les permitía quitarse la
capa de aceite, polvo y sudor acumulada. Aunque cueste creerlo, esta mezcla era muy
cotizada y los directores de los gimnasios la vendían para usos medicinales. Como
explicaba Plinio, "es conocido que los magistrados que estaban a su cargo [de la
palestra] llegaron a vender las raspaduras del aceite a ochenta mil sestercios". El
equipo del deportista incluía, por tanto, uno o varios estrígilos y un pequeño frasco,
también de bronce o vidrio, donde guardar el aceite.
El romano que podía hacía un gran consumo de leche, de cabra o de oveja. Así como
de las aceitunas.
La carne era un manjar reservado a unos pocos. La clase alta consumía carne de buey,
oca, cerdo, oveja, cabra y ciervo, pero no comían de otros tipos como de cigüeña o ibis
porque, según ellos, se alimentaban de serpientes y la carne no era sana. La clase
media se tenía que conformar con carne pasada de cerdo y cordero, ya que la fresca
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era muy cara. Y, por último, la clase baja no podía disponer ni tan siquiera de cordero,
se alimentaba con alguna que otra ave que cazaban y con carne de perro y gato.
La dieta del romano durante la República apenas alcanzaba las 3.000 calorías, de las
que al menos 2.000 procedían del trigo. Los ricos se aficionaban al consumo de carne
condimentada con una serie de productos que iban determinando las características de
la futura gran cocina imperial: pimienta, miel, coriandro, ortiga, menta y salvia.
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El pescado era otro alimento que no estaba al alcance de cualquiera. Los peces más
cotizados eran el salmonete y el rodaballo. Sin embargo, la clase baja tenía que
conformarse con morrallas en salmuera (maenae).
La dieta de los romanos, para acabar, se completaba con queso, aceitunas, altramuces,
frutos secos y sopas. También tomaban yogur especiado y, en verano, el “melca” que
era una especie de leche agria condimentada con pimienta o cilantro, garum o sal,
aceite y hielo.
Además, cuando se casaban, al día siguiente de la boda comían “moretum”, que era
una ensalada compuesta por queso de oveja, apio y cebolla, que les ayudaba a reponer
fuerzas.
Moretum
• cena (cena)
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Esta última era la más importante. Se hacía en familia, al final de la jornada. Uno de
sus mayores placeres era una buena conversación en torno a la mesa. De la cena diaria
a base de lechuga, huevos duros, puerros, gachas y judías con tocino se pasaba a una
sofisticada cena de convite con invitados dividida en tres partes:
El pescado más apreciado fue el salmonete. Los pobres que no podían aspirar a las
especies de mar o a las procedentes de los bulliciosos vivideros se consolaban con
degustar las morrallas en salmuera (maenae).
Los ricos comían mucho en casas de amigos, en los banquetes. Los pobres, por el
contrario, a menudo lo hacían en la calle puesto que no siempre disponían de fogones
ni pucheros en los que cocinar. Las algarrobas y los altramuces formaban parte de su
dieta.
La plebe solo accedió al consumo de carne en la época de Aureliano (siglo III), cuando
se repartía gratis. Era de burro. La carne de buey se reservaba para la mesa de los
pudientes.
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