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MetaMaus: el valor de la creación

Ojalá existieran más libros como MetaMaus (2012), la obra también editada por Random House
Mondadori que se adentra -con DVD interactivo y todo- en explicar el cómo y el porqué del premiado
cómic de Art Spiegelman. Mi primer temor fue que un libro para explicar otro libro podía ser un acto
demasiado egocéntrico, pretencioso y, finalmente, un atentado contra la misma magia de Maus. ¿Es mejor
conocer o desconocer el truco del mago para sorprendernos? Debo reconocer que fue un temor infundado y
que, más bien, al seguir la entrevista que Hillary Chute hace a Spiegelman para comprender a cabalidad lo
que logró con Maus, esta obra solo creció para mí en términos históricos, emocionales y artísticos.

Respondiendo tres simples preguntas que sirven de capítulos (¿Por qué el Holocausto?, ¿Por qué ratones? y
¿Por qué un cómic?), MetaMaus permite al lector comprender la real importancia de lo hecho por
Spiegelman: emplear a fines de los 70’ un medio popular como el cómic para abordar el tema más solemne
dado por el siglo XX a la historia. ¡Y más encima empleando ratoncitos y gatos! Una burla para muchos.
Un despropósito. Un proyecto sin destino. Un fin de mundo… Ahí, en MetaMaus, están las cartas de
rechazo de todas las editoriales importantes que vieron en esta idea un capricho de dibujante con
demasiadas ínfulas. Ahí están también los cientos de bocetos realizados por Spiegelman para cada viñeta.
Ahí están las transcripciones de las entrevistas hechas a su padre. Y las polémicas que despertó Maus luego
de su publicación, desde las referidas al ámbito artístico (¿es el cómic un arte en sí mismo?, ¿puede
despegarse de las figuritas colorinches de los superhéroes y tratar temas complejos o dolorosos?) hasta las
referidas a su representación antropomórfica de las distintas nacionalidades (¿por qué los polacos no judíos
son cerdos en Maus?, ¿por qué los ingleses aparecen como peces?).

MetaMaus complementa de forma amena y bellamente ilustrada la experiencia de la obra original.

MetaMaus complementa de forma amena y bellamente ilustrada la experiencia de la obra original,


enriqueciéndola en cientos de pequeños detalles tanto de la historia familiar de los Spiegelman como de la
narración (la repetición de determinadas imágenes a lo largo de la historia, el uso de los círculos dentro de
la historia, la composición de las páginas en pos de un determinado efecto). Pero todo esto tal como se da
en Maus, sin caer en alambicadas construcciones vanguardistas disfrazadas de Arte con mayúsculas. Un
principio que el mismo Spiegelman señala: “Aunque satisfacer al gran público no es lo esencial para mí
[…] me gusta comunicarme con claridad. Es un placer. Y en cuanto te interesas por la comunicación,
enseguida desconfías de la alta cultura. Mucho de lo que pasa en las enrarecidas estancias del arte es que la
palabra ‘comunión’ reemplaza a la palabra ‘comunicación’ y participas en una especie de experiencia
religiosa en la que el artista es el chamán. Algo muy distinto a ‘te contaré un cuento’ o incluso a ‘te contaré
una parábola’, si quieres ser didáctico. Y siempre, sea virtud o defecto, he intentado contactar con los
demás”.

MetaMaus ayuda a comprender la importancia de Maus en el panorama del cómic moderno,


enseñándonosla como la obra que traspasó esa barrera prejuiciosa que había separado –y lamentablemente
sigue separando- al cómic de las formas “serias” de narración. No solo eso, nos muestra también el
compromiso de un artista con su historia y la importancia de la memoria en la construcción de la propia
identidad, al tiempo que hace del cómic un medio tan válido como cualquier otro para abordar la sombría
complejidad del ser humano.

Un ratón victorioso

Tal como un pequeño ratón, la novela gráfica de Art Spiegelman fue despreciada y atacada antes y después
de ser publicada. Sin embargo, gracias a la convicción del artista en el cómic como un medio rico en
posibilidades infinitas, Maus acabó siendo reconocida como un relato duro, emotivo y valiente sobre lo
que significa ser un creador y un superviviente –y en el caso de Art, ser un superviviente de un
superviviente-. Quizás Maus sea la concreción de esa utopía absurda con la que nos reímos al ver los
dibujos animados: un animalito débil que fue capaz de vencer al poder arrasador de la guerra, la muerte, el
olvido y el desdén de la alta cultura.
En la novela gráfica Maus, Art Spiegelman emplea a gatos y ratones para contar la historia de su padre
judío durante la persecución nazi de la Segunda Guerra Mundial. Un relato en el que se cruza el horror, el
amor y la pérdida, al tiempo que permite al artista reflexionar sobre lo que significa contar una historia
verdadera disfrazada de fábula. Y es el libro más reciente MetaMaus, el que nos ayuda a comprender por
qué Maus fue la primera novela gráfica en recibir el premio Pulitzer en 1992.

La guerra y la fábula

Art Spiegelman (1948) no se dejó llevar por la fantasía propuesta más arriba al recoger la relación entre
gatos y ratones como metáfora de la relación entre víctimas y victimarios. En su relato autobiográfico, este
autor estadounidense nos presenta las vivencias de su padre en una historia en que ratones y gatos
antropomorfos le sirven para representar uno de los episodios más crueles del siglo XX: la persecución nazi
a los judíos y el Holocausto.

Publicado entre los años 1980 y 1991 en la revista independiente Raw y editado como dos libros en 1986 y
1991, Maus cuenta las visitas que hace a su padre un ratón llamado Art (sí, se llama igual que el artista) en
busca de información sobre la vida de la familia durante la Segunda Guerra Mundial. La intención de Art
es llevar a texto e imágenes el relato paterno. Su padre, Vladek, repasará en la primera parte de la obra su
apacible existencia en Polonia, el descubrimiento del amor de la mano de una ratona llamada Anja, el
nacimiento de Richieu, el ascenso al poder de la ideología nazi, la que aparece representada en la figura de
duros soldados felinos, y el comienzo de la persecución.

En el segundo libro, Art se enfrentará a la peor parte de la historia de su padre y a las propias dificultades
que experimentará para llevar al papel el horror que él le cuenta: el gueto, los campos de trabajo y el
exterminio. El miedo de un ser indefenso ante un poder demasiado grande como para ser contrarrestado.
Un ratón acorralado por un gato. Así, en casi trescientas páginas de apretados dibujos en blanco y negro,
Art Spiegelman –el humano y el ratón en el papel- repasa un tema que ya hemos visto hasta el cansancio en
películas dramáticas y reportajes con música siniestra o sensiblera. ¿Cuál es entonces la gracia de Maus?
¿No es un poco irrespetuoso con un tema tan doloroso el disfrazar a las personas de gatos y ratones? ¿O
resulta simplista y propagandístico?

El pasado que explica el presente

Los recuerdos del padre nos llevan a los dolorosos días de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ya en
sus primeras palabras aparece una lectura que supera los hechos meramente históricos y apartan a Maus de
ser una obra emotiva o simplemente didáctica. Vladek es un hombre –un ratón- ya mayor. Si bien hace
ejercicios en su bicicleta estática todas las mañanas, su memoria no es enciclopédica y cae en imprecisiones
y contradicciones que exasperan a Art. Sus recuerdos tratan de seguir el curso de la Historia, pero a cada
paso va quedando en evidencia que son las historias pequeñas e íntimas las que se graban en nuestra
memoria. Y mientras el hijo pide a su progenitor información concreta y exacta, el padre se deja llevar por
el repaso de la cotidianeidad vivida con Anja. Para un superviviente, los problemas domésticos parecen ser
tanto o más importantes que los grandes conflictos bélicos. Y uno, como lector, se encuentra de pronto con
un personaje que es capaz de revivir horrores inhumanos con la misma naturalidad con la que recuerda una
discusión familiar o la pérdida de un objeto.

Art Spiegelman no cae en una victimización torpe de sus personajes. El padre representado en el papel no
es ni Faivel ni un pobre ratoncito Disney de grandes ojos lagrimosos. El retrato que de él nos ofrece el
artista tiene toda la fuerza de la verdad: Vladek no es un héroe de guerra, no es un ejemplo de virtudes ni la
idealización del judío inocente. Sí fue guapo en su juventud y hábil para sortear las penurias que le tocó
vivir, pero estuvo lejos de ser el galán de una película de guerra. Por el contrario, a lo largo de la obra lo
vemos como un anciano refunfuñón, preocupado tacañamente de los gastos domésticos y acusando a su
nueva mujer de querer quedarse con cada moneda que él tiene. Con espanto, lo vemos como un racista
temeroso de que un autoestopista negro le pueda robar lo que acaba de comprar en el supermercado por el
simple hecho de ser negro. Lo vemos manipular a su único hijo vivo para conseguir que esté junto a él
durante un tiempo, pese a la conflictiva relación que se da entre ambos.
Maus supera los hechos meramente históricos, apartándola de ser una obra emotiva o simplemente
didáctica.

Vladek puede resultar insoportable, pero esto se complementa con la penosa imagen de un anciano
enfrentado a una caja llena de fotografías de gente que simplemente desapareció a causa de ese poder
monstruoso que se levantó de la mano de Hitler. La historia de Vladek se va construyendo, entonces, en
este contrapunto entre el pasado y el presente, mostrando al lector la complejidad de un ser humano torpe y
egoísta enfrentado a un horror que hasta el último momento le trae pesadillas y le llena de recuerdos
trágicos.

La relación de Vladek con su hijo es otro de los pilares que explican el gran valor de Maus como obra
artística. Art no es condescendiente con su padre, sino que aplica un duro juicio contra él. Tanto, que es
capaz de llamarlo asesino al final de la primera parte por haber destruido los diarios de Anja que le
servirían a él para reconstruir la historia familiar. Cruzado de afecto y de desprecio, el vínculo entre ambos
se va revelando para el lector a partir de las entrevistas que Art hace a su padre. Y tan importante para el
autor parece ser la reconstrucción de la historia de su padre durante la guerra como lo es su presente con
Vladek. A partir de esto, el autor se permite reflexionar sobre lo que significa sobrevivir al horror de una
guerra y ser el hijo de ese sobreviviente. La culpa y el resentimiento contra los que vivieron y contra los
que murieron atravesando la existencia de un padre y su hijo. Tal como con absoluta crudeza afirma uno de
los personajes al reflexionar sobre los efectos de la guerra: “Como si vivir significara ganar, y morir,
perder. Sí, la vida siempre elige el lado de la vida y se culpa a las víctimas. Pero no sobrevivieron los
mejores, ni murieron los mejores. ¡Fue el azar!”

La gran Historia sirve, entonces, para construir una conmovedora historia, pequeña y familiar, por medio
de la cual el mismo artista va reconociéndose en la figura paterna y estableciendo vínculos con esa familia
fantasmal que los gatos nazis le arrebataron. Se va definiendo como hijo, como padre, como artista y como
hombre –o ratón-.

La máscara que revela la verdad

Hay un capítulo al comienzo de la segunda parte de Maus que rompe parcialmente con la fábula de gatos y
ratones. En él, se ve al dibujante ante su mesa de trabajo enfrentado a la dificultad de iniciar el tramo más
duro del relato: Auschwitz. Está deprimido por la muerte de su padre durante el proceso de creación. No
sabe cómo continuar o si tiene sentido hacerlo. El éxito conseguido por la primera parte de su obra, en
lugar de estimularlo a seguir, le resulta una dificultad adicional al tener que escapar de reclamos
comerciales y propuestas cinematográficas. Y ahí está él, detenido ante una hoja en blanco. Instalado sobre
un montón de cadáveres y con una máscara de ratón que le cubre el rostro. Sí, una máscara. No es un ratón.
Solo está disfrazado de uno. Art Spiegelman asume, así, la condición de ficción autobiográfica de su obra
(ratones para hablar de humanos, dibujos para hablar de la vida, máscaras para hablar de uno mismo) y
presenta una lectura más que se desarrolla a lo largo de Maus: ¿cómo el artista habla de sí mismo sin caer
en sentimentalismos, indulgencias o ataques emocionales? ¿Cómo puede un cómic expresar un episodio
histórico que hasta hoy resulta incomprensible y brutal?

Spiegelman hace una investigación profunda sobre los hechos ocurridos en Europa en  los años 30 y 40.

La tarea emprendida por el artista lo llevó de las entrevistas a su padre a una investigación profunda sobre
los hechos ocurridos en Europa durante los años 30’ y 40’ del siglo pasado. Tal como él ha afirmado, tuvo
que sumergirse en la literatura de la época que se hacía cargo de los hechos. Investigaciones, novelas,
documentales, visitas a los lugares de los hechos, entrevistas y revisión de documentos oficiales. Un trabajo
serio, más asociado a periodistas o detectives que a un dibujante de cómics. Art Spiegelman lo llevó a cabo
justamente con la intención de tomar cierta distancia de lo narrado por su padre. Esto, junto a la opción de
deshumanizar a los personajes convirtiéndolos en animales –deshumanización que en su momento los
mismos nazis proponían en relación a los judíos representándolos en la propaganda como… ratones-, le
sirve para enfrentar los hechos con un propósito muy claro: mostrar la verdad. El problema es que a medida
que su relato avanza, la verdad se le revela a él y al lector como imprecisa al basarse en el relato de un
anciano. La opción de Spiegelman me parece valiente y arriesgada: incluye dentro de las imágenes esa
misma imprecisión, admite que la historia depende de quién la cuenta y presenta las diferentes versiones de
un mismo hecho atendiendo a lo dicho por Vladek y a lo recogido en otras fuentes. Así, Maus se convierte
también en una reflexión sobre el valor de la memoria en la construcción de la historia de nuestra sociedad
y también de cada uno.

Spiegelman es un artista surgido del cómic underground de los años 60’ y 70’, por lo que siempre ha estado
interesado en explorar las posibilidades expresivas del medio. Breakdowns (1977) es un buen ejemplo:
una serie de historias en las que emplea distintos recursos narrativos y visuales para contar una historia,
retratar un momento o plasmar una sensación. Esta búsqueda expresiva se plasma también en Maus, más
allá del juego de máscaras mencionado más arriba. La inclusión de fotografías reales de los personajes
como seres humanos quiebra la ilusión creada por el autor mediante su dibujo. Un dibujo en apariencia
tosco, en apretado blanco y negro, con rostros idénticos unos a otros en un intento más por deshumanizar a
los personajes en una época en la que, lamentablemente, la humanidad entera pareció olvidarse que tras
razas, culturas y religiones se encuentran individuos particulares. Un dibujo recargado de textos, con
cómics del mismo autor intercalados para hablar de otras épocas de su vida; un dibujo que, sin embargo,
está planificado hasta el más mínimo detalle, lleno de recursos visuales que permiten al lector emocionarse
con escenas de una sencillez reveladora. La reflexión de Spiegelman sobre los recursos del cómic lo llevó a
enfrentar Maus como una historia con múltiples capas: un relato histórico que habla de una historia
familiar que, a su vez, habla de quién es él y, finalmente, de cómo él entiende los cómics. Porque no es
casual que esta sea la primera novela gráfica en recibir el premio Pulitzer en 1992, galardón reservado a
obras de la considerada alta cultura.

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