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MEYER KAYSERLING FUE UN HISTORIADOR JUDÍO Y

RABINO ALEMÁN (Hanóver, 17 de junio de 1829 - Budapest, 21 de


abril de 1905) Realizó estudios de historia y filosofía en Halberstadt,
Nikolsburg (Moravia), Praga, Wurzburgo y Berlín. Animado a las
investigaciones históricas por Leopold von Ranke, Kayserling centró su
atención en la literatura e historia de los judíos en España, Meyer
Kayserling era hermano del escritor y educador Simon Kayserling

En 1861 el gobierno de Argovia le nombró rabino de los judíos suizos,


cargo que mantuvo hasta 1870. Durante su estancia en Suiza trabajó por
la igualdad civil de los judíos. En 1870 se trasladó a Budapest, donde se
le requería como rabino de la comunidad judía.

Entre otros cargos y dignidades, fue miembro de la Real Academia


Española1 y de la Trinity Historical Society.

• Moses Mendelssohn's Philosophische und Religiöse Grundsätze


mit Hinblick auf Lessing, Leipzig, 1856.
• Sephardim. Romanische Poesien der Juden in Spanien. Ein Beitrag
zur Literatur und Gesch. der Spanisch-Portugiesischen Juden,
Leipsig, 1859; Hebrew transl. in "Ha-Asif," iv., v.
• Ein Feiertag in Madrid. Zur Gesch. der Spanisch-Portugiesischen
Juden, Berlín, 1859.
• Gesch. der Juden in Navarra, den Baskenländern und auf den
Balearen, oder Gesch. der Juden in Spanien, I., Berlín, 1861.
• Menasse ben Israel. Sein Leben und Wirken. Zugleich ein Beitrag
zur Gesch. der Juden in England, Berlín, 1861; English transl. by
F. de Sola Mendes, London, 1877.
• Moses Mendelssohn. Sein Leben und Seine Werke, Leipsig, 1862;
a second edition of this work, enlarged and revised, bears the title
"Moses Mendelssohn. Sein Leben und Wirken," Leipzig, 1888.
• Der Dichter Ephraim Kuh. Ein Beitrag zur Gesch. der Deutschen
Literatur, Berlín, 1864.
• Zum Siegesfeste. Dankpredigt und Danklieder von Moses
Mendelssohn, Berlín, 1866.
• Gesch. der Juden in Portugal, Berlín, 1867.
• Die Rituale Schlachtfrage, oder Ist Schächten Thierquälerei?
Aargau, 1867.
• Bibliothek Jüdischer Kanzelredner. Eine Chronologische
Sammlung der Predigten, Biographien und Charakteristiken der
Vorzüglichsten Jüdischen Prediger. Nebst einem Homiletischen
und Literarischen Beiblatte, 2 vols., Berlín, 1870-72.
• Die Judeninsel und der Schiffbruch bei Koblenz, Baden, 1871.
• Die Jüdischen Frauen in der Geschichte, Literatur und Kunst,
Leipzig, 1879; translated into Hungarian by M. Reismann,
Budapest, 1883.
• Das Moralgesetz des Judenthums in Beziehung auf Familie, Staat
und Gesellschaft, published anonymously, Vienna, 1882.
• Die Blutbeschuldigung von Tisza-Eszlár Beleuchtet; also in
Hungarian, Budapest, 1882.
• Der Wucher und das Judenthum; also in Hungarian, Budapest,
1882.
• Moses Mendelssohn. Ungedrucktes und Unbekanntes von Ihm und
über Ihn, Leipzig, 1883.
• Refranos é Proverbios de los Judíos Españoles, Budapest, 1889.
• Biblioteca Española-Portugueza-Judaica. Dictionnaire
Bibliographique, Strasburg, 1890.
• Dr. W. A. Meisel. Ein Lebens- und Zeitbild, Leipzig, 1891.
• Sterbetage aus Alter und Neuer Zeit, Prag, 1891.
• Gedenkblätter. Hervorragende Jüdische Persönlichkeiten des
Neunzehnten Jahrhunderts. In Kurzen Charakteristiken, Leipzig,
1892.
• CHRISTOPHER COLUMBUS AND THE PARTICIPATION
OF THE JEWS IN THE SPANISH AND PORTUGUESE
DISCOVERIES, TRANSLATED FROM THE AUTHOR'S
MANUSCRIPT BY CHARLES GROSS, NEW YORK, 1894;
GERMAN ED., BERLÍN, 1894; HEBREW TRANSL.,
WARSAW, 1895. [CRISTÓBAL COLÓN Y LA
PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN LOS
DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES,
TRADUCIDO DEL MANUSCRITO DEL AUTOR POR
CHARLES GROSS, NUEVA YORK, 1894; EDICIÓN
ALEMANA, BERLÍN, 1894; TRADUCCIÓN HEBREA,
VARSOVIA, 1895]
• Die Jüdische Litteratur von Moses Mendelssohn bis auf die
Gegenwart, reprinted from Winter and Wünsche, "Die Jüdische
Litteratur seit Abschluss des Kanons," Treves, 1896.
• Ludwig Philippson. Eine Biographie, Leipzig, 1898.
• Die Juden als Patrioten, a lecture, Berlín, 1898.
• Die Juden von Toledo, a lecture, Leipzig, 1901.
• Isaak Aboab III. Sein Leben und Seine Dichtungen, in Hebrew,
Berdychev, 1902.

Además de todos estos libros Meyer Kayserling realizo un gran número


de sermones publicados en diferentes medios, Kayserling también
colaboró en numerosas publicaciones judías en lengua hebrea, alemana,
inglesa y francesa, sin embargo, en la obra que nos compete
CHRISTOPHER COLUMBUS AND THE PARTICIPATION OF
THE JEWS IN THE SPANISH AND PORTUGUESE
DISCOVERIES, TRANSLATED FROM THE AUTHOR'S
MANUSCRIPT BY CHARLES GROSS, NEW YORK, 1894;
GERMAN ED., BERLÍN, 1894; HEBREW TRANSL., WARSAW,
1895. [CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS
JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y
PORTUGUESES, TRADUCIDO DEL MANUSCRITO DEL AUTOR
POR CHARLES GROSS, NUEVA YORK, 1894; EDICIÓN
ALEMANA, BERLÍN, 1894; TRADUCCIÓN HEBREA, VARSOVIA,
1895] y la cual presentamos en tres partes en el blog y ahora en PDF es
una obra clave por la cantidad de datos, es el resultado de una
investigación en archivos españoles, que muestra que los
“MARRANOS” O “CRIPTOJUDÍOS” JUDÍOS SECRETOS, que en
esos tiempos sufrieron la embestida de la Inquisición española (y
naturalmente empatizando con ellos el autor), fueron parte esencial de la
colonización europea de las Américas, sin embargo EL PDF solo es un
resumen del extenso trabajo por tanto se obvian algunas de sus
numerosas notas.

CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS


JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y
PORTUGUESES POR MEYER KAYSERLING 1894

CAPÍTULO II

Colón en Lisboa y sus Relaciones con los Judíos de Aquella Ciudad —


Su Equipamiento Científico — Sus Negociaciones con el Rey João —
Joseph Vecinho — La Expedición Portuguesa a India; Abraham de Beja
y Joseph Zapateiro — Colón en España.

En 1472 un joven genovés, de veintiséis años de edad, se dirigió a la


capital de Portugal, esperando encontrar allí la mejor salida para su afán
náutico y el progreso más rápido en una carrera marítima. Se trataba de
Cristóforo Colombo, o, para usar la forma latina, Christophorus
Columbus, quien, después de instalarse en España, se llamo a sí mismo
Colón.

Nacido en 1446, Colón era el hijo de un tejedor pobre de Génova. Él


pasó su juventud en Savona, una pequeña ciudad marítima, en la cual,
como en Génova, varias familias judías moraban en un aislamiento
medieval. Él y sus hermanos ayudaron a su padre en su trabajo, pero
pronto Colón siguió su inclinación natural y se dedicó a la navegación.
Acerca de sus días de niño y su educación tenemos poca información
auténtica; no hay ninguna evidencia histórica de que él hubiera
disfrutado de las ventajas de la enseñanza superior o de que él asistiera
a la Universidad de Pavia.

En 1472 lo encontramos en Lisboa. Allí, unos años más tarde, se casó


con Felipa Moñiz, cuyo abuelo no era, como algunos afirman, de origen
judío. Colón era un hábil cartógrafo y dibujante. Él se ganó la vida
dibujando mapas, los cuales también comerciaba, tal como más tarde, en
Andalucía, comerció con libros impresos. Él no era ningún desconocido
para los judíos de Lisboa. Si él tuvo cercanas relaciones comerciales con
ellos, o si en sus frecuentes problemas financieros él obtuvo la ayuda de
alguno de ellos, es difícil determinar. Pero sabemos que en su testamento
él solicitó que se le diera a "un judío que moraba a la puerta de la Judería
en Lisboa, o a quien mandare un sacerdote, el valor de medio marco de
plata". Mucho antes de que Colón escribiera su testamento los judíos
habían desaparecido de Lisboa.

"He tenido constantes relaciones", él mismo dice, "con muchos


hombres cultos, clérigos y laicos, judíos y moros, y muchos otros" [1].
Él tuvo una relación personal con Martin Behaim, que era casi de la
misma edad que Colón, y también con Joseph Vecinho (el matemático y
médico Real), y con otros doctos judíos de Lisboa. Vecinho preparó una
traducción de las tablas astronómicas de Zacuto, y dio una copia a Colón,
quien, como veremos, la llevó en sus viajes y la encontró de muy gran
servicio [2].

[1] Cristóbal Colón, Libro de las Profecias, fol. IV.


[2] Fue encontrada después en su biblioteca. Biblioteca Colombina con
notas del doctor D. Simón de la Rosa y López, Sevilla, 1888, I, 3.

Durante su estadía de varios años en Lisboa, que fue interrumpida por


viajes a la costa de Guinea, Colón trabajó de manera muy laboriosa y
perseverante para aumentar su escaso conocimiento de matemáticas y
geografía. A fin de realizar los ambiciosos planes que él había formado,
dedicó su atención a la cosmografía, la filosofía, la historia y temas
similares; varios de sus biógrafos dicen que él estudió a Aristóteles y
Duns Scoto, Plinio y Estrabón, Josefo y el bíblico libro de Crónicas, a
los Padres de la Iglesia y las escrituras árabes de los judíos. Somos
naturalmente llevados a preguntarnos cuáles eran sus obras favoritas, y
qué libros estaban realmente en posesión suya.

Los tratados que él estudió con mayor celo fueron Historia Rerum
Ubique Gestarum de Aeneas Sylvius, e Imago Mundi del obispo Pierre
d'Ailly. Esta última obra, puede ser observado de paso, había sido ya
traducida ya al hebreo en siglo XIV. El conocimiento que tenía Colón
de Aristóteles, Estrabón, Séneca y otros clásicos latinos y griegos fue
sacado del libro de Pierre d'Ailly; la Imago Mundi fue su constante
compañero de viaje, y su copia de ese libro está llena de sus propias
anotaciones marginales. Además de las tablas astronómicas de Zacuto él
poseía algunos trabajos escritos por o atribuídos a Abraham ibn-Esra;
por ejemplo, el pequeño libro sobre los "días críticos", Liber de
Luminaribus et Diebus Criticis, y el De Nativitatibus (Venecia, 1485).
Ibn Esra era un eminente hombre de conocimiento; su nombre era
honrado tanto por cristianos como por judíos. Zacuto sin duda llamó la
atención de Colón hacia De Nativitatibus durante la residencia de éste
en Salamanca; él compró una copia de ese libro en aquella ciudad, según
una nota de su propia letra, por cuarenta y un maravedíes. Más tarde, en
España, él leyó con celo religioso el tratado sobre el Mesías, que fue
escrito (originalmente en árabe) por el prosélito Samuel ibn-Abbas de
Marruecos con el propósito de convertir al rabino Isaac de Sujurmente;
había sido traducido al castellano en 1339, y al latín cien años más tarde.
Ese libro interesó tanto a Colón, que copió tres capítulos enteros. Él era
también muy aficionado a la lectura de la Biblia y el [apócrifo] Cuarto
Libro de Esdrás, que fue probablemente escrito por un judío que vivió
fuera de Palestina. Según su propia aseveración, el incentivo que lo
impulsó a planear sus descubrimientos no fue un amor por la ciencia sino
su interpretación de las profecías de Isaías.

En Portugal Colón concibió seriamente la idea de hacer


descubrimientos marítimos por vía del Oeste. Él deseaba encontrar una
nueva ruta oceánica hacia las regiones de Catay y Cipango, que eran
reputadas por ser ricas en oro y especias, y también hacia el reino del
sacerdote-rey Juan, cuya carta al Papa Eugenio IV, o al Emperador
Frederick III, se dice que un judío había publicado primero a mediados
del siglo XV. Enrique el Navegante había concebido ya un plan similar,
y los reyes portugueses nunca lo perdieron de vista. Esa atrevida
concepción tomó firme raíz en la mente de Colón, principalmente
gracias a una carta que el gran médico y astrólogo florentino Toscanelli
envió al rey João [Juan II de Portugal] por medio del monje Fernando
Martínez. Colón solicitó a Toscanelli una copia de esa carta, y la recibió
mediante Girardi, un genovés, que vivía entonces en Lisboa.
Colón procedió de manera prolija a llevar a cabo su proyecto. Él hizo
ante el rey João una proposición para conducir una escuadra a lo largo
de la costa africana, y de allí a través del océano a la tierra cuya riqueza
Marco Polo había descrito de manera tan desorientadora. El
malhumorado y desconfiado monarca consideró a Colón como un
parlanchín visionario, y, sobre todo debido a las enormes demandas del
navegante, vio en su plan más orgullo que verdad. Pero João planteó
dicho asunto ante su junta náutica, compuesta por Diogo Ortiz, obispo
de Ceuta, y los médicos de la corte Joseph y Rodrigo. Ellos consideraron
el proyecto como quimérico, y dijeron que el plan entero se basaba en la
visionaria concepción de Colón de la isla de Cipango de Marco Polo.

Sin embargo, el rey consideró dicho asunto de tal importancia que lo


presentó para una consideración adicional a su consejo de Estado, en el
cual Pedro de Meneses, conde de Villa-Real, ejercía una dominante
influencia. Meneses pensó que la exploración de la costa africana sería
más conducente para los intereses de Portugal, y de ahí que él aconsejó
que el rey no fuera engañado por las visiones de Colón. En un largo
discurso el conde se extendió en sus razones para dar ese consejo. Sus
argumentos estaban basados principalmente en las opiniones de Joseph
Vecinho, que era su médico así como del rey, y a quien él consideraba
como la autoridad más alta en materias náuticas.

El gobernante de Portugal finalmente rechazó apoyar a Colón en sus


proyectos de exploración, o, como Colón lo expresó en Mayo de 1505,
en una carta a Fernando de Aragón, Dios había golpeado tanto al rey con
ceguera que durante catorce años éste no pudo percibir lo que se deseaba
de él. El explorador se exasperó enormemente por la respuesta negativa
de João, y su cólera fue particularmente dirigida contra "el judío Joseph",
a quien él atribuyó la culpa principal en el aborto de sus planes. Sus notas
manuscritas en la Biblioteca Colombina en Sevilla mencionan a Vecinho
dos veces. En esos pasajes Colón declara que el rey de Portugal envió a
su "médico y astrólogo" Joseph para medir la altitud del Sol a lo largo
de Guinea, y que "el judío Joseph" dio al rey razón de esa misión en
presencia del hermano de Colón, Bartolomé, y muchos otros;
probablemente el propio Colón estuvo también presente.

Portugal no abandonó, sin embargo, la esperanza de encontrar una


ruta oceánica hacia India, incluso sin ayuda externa. El astuto y tacaño
rey deseaba poner a prueba los planes de Colón sin conceder ninguna de
las demandas de éste. De ahí que en Mayo de 1487 él envió al Levante
a dos caballeros de su corte, Alfonso de Payva y Pedro de Covilhão.
Ellos partieron de Lisboa con órdenes de buscar información acerca de
India y el reino del Preste Juan, y se les entregaron cartas para ese
monarca de parte del gobernante portugués. Alfonso de Payva tomó la
ruta a Etiopía, y navegó a lo largo de la costa africana hasta Sambaya,
en compañía de un comerciante judío que él encontró en el camino. Los
dos pronto se hicieron amigos íntimos, y Payva confió a su compañero
el objeto de su viaje. Poco después de su llegada a Ormuz él fue golpeado
con una enfermedad fatal, para gran pena de su amigo judío, quien
solemnemente prometió al hombre agonizante volver a Lisboa y dar al
rey una descripción exacta de todo de lo que ellos se habían enterado en
su viaje. El judío cumplió fielmente su palabra.

Pedro de Covilhão, para quien, por orden del rey, Vecinho y Rodrigo
habían preparado un globo terrestre, visitó Goa, Calicut y Adén, y siguió
adelante tan lejos como hasta Sofala, en la costa Este de Sudáfrica. Él
entonces volvió a El Cairo, donde él y Payva habían acordado
encontrarse. Allí él encontró a dos judíos de Portugal que lo esperaban,
el erudito Abraham de Beja y Joseph Zapateiro de Lamego. Ellos
llevaban para el caballero cartas y órdenes del rey. Zapateiro había
visitado antes Bagdad, y cuando él volvió a Portugal informó al rey João
de lo que él había aprendido acerca de Ormuz, el principal emporio para
las especias de India. João solicitó que él y el lingüista Abraham fuera
en busca del errante Covilhão, y le informaran que debía enviar a Lisboa,
por medio de Zapateiro, noticias acerca del éxito de su expedición; y a
partir de entonces, en compañía de Abraham de Beja, asegurar
información exacta sobre los asuntos de Ormuz. En consecuencia,
Joseph Zapateiro se unió a una caravana cuyo destino era Aleppo, y llevó
a Portugal toda la información que Covilhão había reunido de marineros
indios y árabes. El caballero informó al rey que, navegando a lo largo de
la costa Oeste, los portugueses podrían sin dificultad alcanzar el extremo
Sur de África. Pero antes de que Joseph llegara a su destino, se sabía ya
en Lisboa que Bartolomé Díaz no había simplemente descubierto sino
que también había dado la vuelta al Cabo Tormentoso, el Cabo de Buena
Esperanza.

Después de que sus ofertas habían sido rechazadas por el rey, Colón
resolvió abandonar Portugal, esperando asegurar ayuda en otra parte
para la ejecución de sus proyectos, en Génova, en Venecia, o del rey de
Francia. Su situación era en efecto muy desgraciada. Él había perdido a
su esposa; él estaba pobre, y era diariamente presionado por sus
acreedores, de modo que tuvo que marcharse de Lisboa en secreto, por
la noche, con su pequeño hijo Diego. Él dejó Portugal en 1484, y se
dirigió hacia Huelva, donde tenía la intención de dejar a su niño a cargo
de la hermana casada de su esposa. Después de intentar en vano inducir
a Enrique de Guzmán, el duque de Medina-Sidonia, para que cooperara
con él en sus proyectos de descubrimiento, se puso al servicio de Luis
de la Cerda, el primer duque de Medina-Celi, uno de los príncipes más
ricos de Andalucía. Éste lo recibió hospitalariamente, lo alojó en su
palacio durante mucho tiempo [3], y pareció inclinado a emprender la
expedición a su propio costo, especialmente ya que Colón exigió sólo
tres mil o cuatro mil ducados a fin de equipar dos carabelas. Para equipar
barcos era necesario, sin embargo, obtener el consentimiento de la
corona, pero el permiso fue rechazado. Entonces el duque escribió desde
Rota a la reina, y por recomendación de él, Colón, después de una larga
espera, se aseguró el acceso a los soberanos españoles, Fernando de
Aragón e Isabel de Castilla.

[3] No hay ninguna prueba de que Colón fuera el invitado del duque
durante dos años, como sus biógrafos afirman. En la carta del duque al
cardenal de España, él dice: "Yo tuve en mi casa mucho tiempo a C.
Colón".

CAPÍTULO III

Colón en España — Condición Política de Aragón y Castilla —


Fernando e Isabel — Abraham Senior — Status e Influencia Política de
Judíos y Marranos — La Inquisición y Sus Víctimas.

Colón buscó su fortuna en la corte española durante un período de


violentas revoluciones políticas. Aquél no era un tiempo oportuno para
que él asegurara la ayuda para su empresa de los gobernantes de España.
La discordia prevalecía en Castilla y Aragón, en Cataluña y Navarra, y
la guerra arreciaba a lo largo de la frontera sur de la península ibérica.

Bajo el afable pero impotente rey Enrique IV, Castilla había estado
en una condición de anarquía. En cada lado se formaban complots por
los turbulentos Grandes señores, descontentos con el rey y con su
gobierno. La corona estaba empobrecida; incluso en el palacio Real las
necesidades más apremiantes a menudo permanecían insatisfechas. La
conducta de la reina amante del placer evocaba toda clase de rumores.
Beltrán de la Cueva era su favorito, y la gente llamaba a su hija La
Beltraneja. El rey, que había sido durante mucho tiempo un constante
objeto de burla, fue destronado después de mucho tiempo, y su hermano
Alfonso fue proclamado como su sucesor (1465).

La situación no era mucho mejor en las tierras sobre las cuales


gobernaba Juan II de Aragón. Cataluña estaba en armas; Aragón estaba
amenazado con el inicio de una rebelión; Navarra era la escena de
sangrientos conflictos ocasionados por el propio hijo del rey, Carlos de
Viana, que reclamaba el derecho de gobernar a causa de que él era el
heredero de su madre. Después de la muerte de su primera esposa, que
era una princesa francesa, el rey Juan, a la edad de cincuenta años, se
casó con Juana Enríquez, la hija de Fadrique Enríquez, el Almirante de
Castilla. Ella era nieta de la hermosa Paloma, una judía de Toledo, y ella
le dio al rey un hijo, Fernando, a quien los historiadores llaman el
Católico [1].

[1] De Vita y Scriptis Eliae Kapsali... acced. Excerpta ad Judeorum


historiam pertinentia ex MS, Kapsalii Historia, Padua, 1869, p. 58. El
manuscrito de la crónica de Kapsali está en la Biblioteca Ambrosiana en
Milán.

Para asegurar a su hijo la sucesión al trono, la reina Juana, una mujer


de fuerza varonil y espíritu intrépido, hizo todo lo que estaba en su poder
para influír al rey contra Carlos de Viana, de quien la gente era muy
aficionada. En efecto, Juan, conforme al deseo de las cortes catalanas,
intentó declarar a Don Carlos como su sucesor, pero Juana persuadió al
rey de que el príncipe estaba confabulando contra su vida y su corona, y
que, casándose con Isabel de Castilla, él pretendía formar una coalición
con el hermano de ésta, Enrique IV. De Don Carlos se deshicieron
pronto por medio de veneno, y entonces estalló una rebelión abierta
contra la corona.
El Príncipe Don Carlos de Viana

Los adherentes más leales del rey Juan eran los judíos, y ellos le
prestaron importantes servicios. Por ejemplo, la habilidad de Abiatar
aben-Crescas, su médico y astrólogo de corte, restauró su vista. El rey
exhibió tanta liberalidad y buena voluntad hacia los judíos que su muerte
les causó una pena profunda. Varias comunidades judías del reino se
reunieron en Cervera para celebrar un servicio conmemorativo; ellos
cantaron salmos hebreos y canciones fúnebres españolas, y Aben
Crescas pronunció un elogio del carácter del buen monarca [2].

[2] Balaguer, Historia de Cataluña, lib. 17, cap. 27.

La muy acariciada esperanza de Juan de unir Aragón y Castilla fue


prácticamente realizada antes de que él muriera. En 1469 su hijo
Fernando se casó con Isabel de Castilla, la hermana de Enrique IV, la
cual, después de la muerte de su hermano Alfonso, había sido reconocida
como su sucesora, y había sido proclamada gobernante de Castilla,
aunque ella realmente no accedió al trono sino hasta después de la
muerte de Enrique IV en 1474. La realización de ese matrimonio fue
materialmente promovida por judíos y marranos, ya que se suponía que
Fernando, tal como su padre, sería amistoso hacia los judíos,
especialmente ya que él mismo había heredado sangre judía de su madre.
Abraham Senior fue particularmente prominente en esas negociaciones
matrimoniales. Él era un rico judío de Segovia, que, debido a su
sagacidad, sus servicios eminentes, y su posición como el principal
recolector de impuestos del rey, ejerció gran influencia. Él instó a los
grandes señores de Castilla a apoyar el matrimonio propuesto entre la
princesa Isabel, que tenía muchos pretendientes, y el distinguido
Fernando de Aragón, que era ya rey de Sicilia, y que incluso en su
juventud temprana había mostrado mucho valor.

Aunque Abraham Senior se encontró con la violenta oposición de una


parte de la nobleza castellana, él indujo al príncipe a hacer un viaje
secreto a Toledo. Isabel, que estaba favorablemente inclinada hacia su
primo de Aragón, fácilmente estuvo de acuerdo con una reunión.
Fernando comenzó el viaje sin tardanza. Estando carente de medios, él
aseguró un préstamo de veinte mil sueldos de su "amado criado" Jaime
Ram, hijo de un rabino y uno de los juristas más distinguidos de su
tiempo.

Fernando entonces cruzó la frontera de Castilla disfrazado, y


encontró refugio en la casa de Abraham Senior, quien lo llevó
silenciosamente por la noche donde la expectante princesa [3]. A Pedro
de la Caballería, un joven marrano muy rico y distinguido de Zaragoza,
miembro de una familia con muchas ramas, se le confió entonces la tarea
de persuadir a personas de rango que se oponían al proyecto de
matrimonio: a Alfonso Carrillo, el voluble arzobispo de Toledo; a Pedro
González de Mendoza, obispo de Sigüenza, quien más tarde llegó a ser
cardenal de España; y a otros. Gracias a su poder de persuasión, y por
los extensos recursos que estaban a su disposición, él, de hecho, logró
que Fernando fuera preferido al rey de Portugal, el duque de Berri, el rey
de Inglaterra, y todos los otros pretendientes de Isabel. Pedro de la
Caballería también tuvo el distinguido honor de presentarle a la novia
Real, como el regalo nupcial de Fernando, un costoso collar valorado en
cuarenta mil ducados, y de pagar el todo o una gran parte de su precio.
La corona de Aragón estaba, de hecho, tan empobrecida en aquel tiempo
que, en la muerte del rey Juan, en 1479, las joyas de la tesorería tuvieron
que ser tomadas y vendidas, a fin de sepultarlo con exequias tales como
eran apropiadas para la realeza [4].
[3] Kapsali, op. cit., 60 seq.; Mariana, De Rebus Hispaniae, lib. 24, cap.
I.
[4] Zurita, Anales de Aragón, IV, 165.

Abraham Senior, el amigo íntimo del influyente Andrés de Cabrera,


de Segovia, permaneció como el adherente más leal de Isabel. Él y
Cabrera tuvieron éxito en lograr una reconciliación entre ella y su rey
hermano Enrique. Abraham estaba tan alto en la estima de la reina y de
los grandes señores que, en 1480, las cortes en Toledo, en
reconocimiento a sus eminentes servicios al Estado, le concedieron un
estipendio anual de diez mil maravedíes de los ingresos de los impuestos
Reales.

En Castilla, así como en Aragón, ciertos judíos, y sobre todo muchos


marranos, manejaban una considerable influencia. El nombre "marrano"
era aplicado a personas de ascendencia judía cuyos padres o abuelos
habían sido llevados por desesperación y persecución extrema a aceptar
el cristianismo. La conversión era, sin embargo, sólo externa, o fingida;
en el fondo ellos adherían lealmente a su religión ancestral. Aunque en
apariencia cristianos, ellos observaban en secreto los principios de la fe
judía; eso era con bastante frecuencia verdadero incluso en el caso de
aquellos que habían llegado a ser dignatarios de la Iglesia. Ellos
celebraban el sabbath y las fiestas judías, reunidos en secretas sinagogas
subterráneas u otras, y practicaban ritos judíos en sus casas. Ellos así
siguieron siendo judíos, y finalmente sufrieron tortura y tormentos por
su adherencia al judaísmo. La gente y los gobernantes sabían todo eso,
pero durante mucho tiempo los marranos no fueron molestados, porque,
aunque ellos generalmente se casaban entre sí, sus alianzas de familia se
extendían a los estratos más altos de la sociedad. Sus servicios eran,
además, considerados como indispensables. Por su riqueza, inteligencia
y capacidad, ellos obtuvieron los cargos más importantes y posiciones
de confianza; ellos fueron empleados en los gabinetes de los
gobernantes, en la administración de las finanzas, en los tribunales
superiores de justicia, y en las cortes.

Aunque Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla estuvieran unidos


por el matrimonio, cada uno tenía la dirección de un reino separado, de
modo que ellos vivían como dos monarcas aliados. Ellos no tenían
simplemente reinos separados, sino también administraciones separadas
y consejos Reales separados. Las posiciones más importantes en esos
consejos estaban a cargo de marranos, miembros de las familias De la
Caballería, Sánchez, Santángel, y otros. Tal como Luis de la Caballería,
el hijo de don Bonafós [*], había sido el confidente del rey Juan de
Aragón, del mismo modo Jaime de la Caballería, el hermano de Luis,
era el amigo confidencial de Fernando. Jaime lo acompañó en su primer
viaje a Nápoles, y constantemente lo asistía con el aire y la pompa de un
príncipe. Alfonso, otro hermano de Luis, ocupaba la alta posición de
vice-canciller de Aragón, y Martín de la Caballería era el comandante de
la flota en Mallorca. Luis Sánchez, un hijo del rico Eleasar Usuf de
Zaragoza, fue designado presidente del tribunal más alto de Aragón;
Gabriel Sánchez era el tesorero principal, y su hermano Alfonso era el
sub-tesorero. Guillén Sánchez, copero de Fernando, fue promovido más
tarde al cargo de tesorero Real, y su hermano Francisco fue hecho
administrador de la casa Real. Fernando también designó a Francisco
Gurrea, yerno de Gabriel Sánchez, como gobernador de Aragón.
Siempre que Fernando necesitaba dinero, él lo pedía a los Santángel, los
cuales tenían casas comerciales en Calatayud, Zaragoza y Valencia; de
esa familia más será dicho luego. Los marranos Miguel de Almazán y
Gaspar de Barrachina, el hijo de Abiatar Xamós, eran los secretarios
privados del rey.
[*] Bonafós de la Caballería fue un escritor anti-judío, hijo de Salomón
ibn-Labi de la Caballería, de Zaragoza, y que tomó el nombre de "Micer
Pedro" después de convertirse al cristianismo. Tempranamente se dedicó
al estudio del hebreo, el árabe y el latín, y del derecho civil y canónico.
Él obtuvo el favor de la reina María, la que lo designó comisionado para
las cortes de Monzón y Alcañiz (1436–1437). Se casó dos veces, primero
(antes de su conversión) con la ex-esposa de Luis de Santángel, y luego
con Violante, una hija del rico Alfonso Ruiz de Daroca, quien, al igual
que él, era un convertido al cristianismo. En el año 1450 Micer Pedro
comenzó su Zelus Christi contra Judæos et Sarracenos, un libro lleno de
malevolencia contra sus antiguos correligionarios, que fue publicado
posteriormente en Bologna en 1592. Poco después de completar su obra,
en la que acusaba a los judíos de todos los vicios imaginables,
etiquetándolos como una raza hipócrita, pestilente y abandonada,
Bonafós fue asesinado en 1464, se cree que por instigación de los
marranos. Todos los hijos de Bonafós ocuparon altas posiciones en
Aragón: Alfonso fue vice-canciller, Luis fue consejero confidencial del
rey Juan, y Jaime fue consejero confidencial de Don Fernando
(Wikipedia) [NdelT].

En las ciudades, en la administración de las rentas públicas, en el


ejército, en la judicatura y en las cortes, los marranos, como ha sido dado
a entender ya, tenían importantes e influyentes cargos. Ellos eran
particularmente prominentes en Zaragoza; aquélla era la ciudad más rica
de Aragón, debido a sus extensas industrias, que eran en gran parte
conducidas por judíos y marranos. En Zaragoza, el marrano Pedro
Monfort era vicario general del arzobispado; Juan Cabrero era el
arcediano; y los priores de la catedral eran el doctor López, nieto de
Mayer Pazagón de Calatayud, y Juan Artal, nieto de Pedro de Almazan.
Uno de los principales alguaciles de Zaragoza era Pedro de la Cabra, un
hijo del judío Nadassan Malmerca. No menos influyente que en Aragón
y en la corte aragonesa eran los marranos que disfrutaban de la confianza
de la reina Isabel. Sus consejeros de Estado y secretarios privados eran
hijos y nietos de judíos; incluso su confesor, Hernando de Talavera, era
nieto de una judía.

El hecho de que los marranos, cuyo número en toda España era muy
grande, poseyeran gran riqueza y fueran en todas partes estimados por
su inteligencia, despertó la envidia y el odio. El hecho de que ellos
también lealmente adhirieran a su religión ancestral y tuvieran una
relación activa con los judíos, molestaba a la parte fanática del clero
español.

En 1478, el mismo año en el cual Muley Abul Hasan recibió al


embajador español por última vez, en la cámara más magnífica de la
Alhambra, y renunció al tributo español, se reunieron en Sevilla varios
clérigos, la mayor parte de ellos dominicanos. Isabel estaba residiendo
temporalmente en aquella ciudad, y presidió la reunión. Su objetivo era
determinar lo que podría hacerse para fortificar y vigorizar la fe
cristiana, sobre todo entre los marranos. El clero trató de convencer a la
reina de que los medios ordinarios de conversión, recomendados por
ella, eran ineficaces en el caso de los cristianos nuevos, quienes no creían
en las doctrinas fundamentales del cristianismo, sino que tenazmente se
aferraban al judaísmo. De ahí que la asamblea recomendó la
introducción de la Inquisición en la forma que ya existía en Sicilia.
Fernando, que en su ilimitada avaricia e insaciable codicia siempre era
guiado por consideraciones de interés propio y egoísmo, aceptó de buena
gana la proposición.

Ha sido conocido durante mucho tiempo, y los historiadores


españoles del día presente libremente lo admiten, que la introducción de
la Inquisición no se debió tanto al celo religioso como a consideraciones
materiales; ella fue usada como un instrumento de avaricia y de
absolutismo político. Un objetivo del rey amante del poder era humillar
y someter a la nobleza castellana, que poseía grandes privilegios, y entre
la cual había mucho marranos. Su objetivo principal era, sin embargo,
apropiarse de la riqueza de los marranos. Un conflicto con los moros era
inevitable; la señal de guerra ya había sido dada. La tesorería Real estaba
vacía. La gente estaba ya sobrecargada con impuestos, y hasta al clero
se le cobraban impuestos, una cosa que nunca había sucedido antes en
España. El rey consideró la introducción de la Inquisición, y la
confiscación de la propiedad de sus víctimas, como el único método
disponible para mejorar la desesperada situación financiera.

Ya en las cortes de 1465 ciertos extremistas habían propuesto


perseguir a los judíos secretos, y usar sus propiedades para emprender
una guerra de exterminio contra los moros. Ese proyecto fue ejecutado
quince años más tarde por Fernando. Tan pronto como el primer tribunal
de la Inquisición fue establecido, a Fernando Yaños de Lobon (con el
cargo de adelantado de la corte) le ordenaron transferir a la tesorería Real
la propiedad de todos los judíos condenados. La Inquisición permitió al
rey satisfacer su ambición totalmente. Así como Fernando, que era un
disimulado intolerante más bien que un cristiano devoto, siempre
hablaba de religión, del mismo modo él siempre alababa la paz, aunque
realmente deseaba conquistar a los moros, y declarar la guerra contra
Francia después de la muerte de Louis XI. Él, el gobernante de un
pequeño reino, deseaba convertirse en el jefe de un gran Estado; el nieto
de una judía toledana se envolvía con la capa de la piedad a fin de
elevarse a la posición del rey más católico.

La piadosa Isabel, a quien le disgustaba glorificar la religión a costa


de la compasión, durante mucho tiempo se opuso a la introducción de la
Inquisición, pero ella finalmente cedió a las exhortaciones de sus
exaltados prelados y a las solicitaciones urgentes de su marido. Ella era
el dócil instrumento de consejeros espirituales, que ejercían un dominio
sin restricción sobre ella, y que prácticamente la hicieron su esclava.
Cuando, por ejemplo, ella solicitó a su confesor, Hernando de Talavera,
quien más tarde se convirtió en el arzobispo de Granada, que le
permitiera confesarse o bien de pie o sentada, él rechazó ambas
alternativas, e insistió en que ella, la reina, debía arrodillarse a sus pies.
Ella cedió a su demanda sin una palabra de protesta. Fue completamente
debido a ella que la Inquisición no comenzó su trabajo horrible sino
hasta dos años después de que el permiso para su establecimiento en
Castilla había sido concedido por el Papa.

No es nuestro objetivo considerar detalladamente la historia de esa


institución con sus crueles torturas, su escandaloso procedimiento, y sus
miles de víctimas. Al componer tal historia la pluma debe sumergirse en
sangre y lágrimas, y el escritor debería sacar provecho de la gran masa
de material no impreso conservado en los archivos estatales en Alcalá
de Henares, la mayor parte del cual nunca ha sido utilizado. Tenemos
que examinar simplemente las tempranas actuaciones de la Inquisición,
y llamar la atención brevemente hacia las víctimas que pertenecían a
aquellas familias cuyos miembros figuran destacadamente en los
capítulos posteriores de este libro.

El primer tribunal fue establecido en Sevilla. Los primeros


inquisidores entraron en aquella ciudad al comenzar Enero de 1481, y
unos días más tarde las primeras víctimas murieron en la hoguera. Varios
de los hombres más ricos y más respetados de Sevilla fueron entregados
pronto a las llamas: Diego Susón, que poseía una fortuna de diez
millones de sueldos, y que tenía alguna reputación como talmudista;
Juan Fernández de Albolasya, que había estado durante varios años a
cargo de la aduanas Reales [como arrendador]; Manuel Saulí, y otros.
Varios miles de personas, principalmente marranos ricos, perecieron en
la hoguera en Sevilla y Cádiz en 1481. Incluso los huesos de aquellos
que habían muerto mucho antes fueron exhumados y quemados, y la
propiedad de sus herederos fue despiadadamente confiscada por el
Estado. Los tribunales fueron establecidos pronto en Córdoba, Jaén y
Ciudad Real. La bula publicada por el Papa Sixto IV el 17 de Octubre
de 1483 designó al [presbítero Tomás de] Torquemada [confesor de la
reina Isabel] como Inquisidor General, y permitió que Fernando
extendiera la Inquisición a las tierras hereditarias de su casa: Aragón,
Cataluña y Valencia. En esta última provincia se había comenzado un
año antes, por orden especial del rey, a confiscar la propiedad de los
marranos.

En las ciudades, la introducción del Santo Oficio se encontró con una


violenta oposición. Los ciudadanos de Teruel no permitirían que los
inquisidores realizaran su nocivo trabajo. Cuando ellos se acercaron a
Plasencia los miembros del consejo municipal dejaron la ciudad.
Barcelona temió que el nuevo tribunal fuera perjudicial para el comercio.
Los aragoneses, celosos de sus antiguos derechos establecidos,
observaron con profunda consternación que la Inquisición estaba
haciendo su país dependiente de Castilla; ellos comprendieron que esa
institución causaría la destrucción de su antigua libertad.

En Aragón se llegó, para su introducción, a un arreglo con las cortes


[organismo legislativo], cuyo consentimiento era necesario. El acuerdo
de aquel organismo fue asegurado por la influencia directa de Fernando
e Isabel, quienes ambos se habían dirigido a Zaragoza para aquel
objetivo. Pero apenas los dos inquisidores, el canónigo Pedro de Arbués
y el dominicano Gaspar Juglar, habían comenzado su trabajo, se
encontraron con una fuerte resistencia. La oposición aumentó después
del primer Auto de Fe y después de que habían comenzado
procedimientos contra Leonardo o Samuel de Eli, uno de los hombres
más ricos de Zaragoza. De ahí que la asamblea de los estados generales
del reino, que había sido convocada por Alfonso de la Caballería,
resolvió enviar una delegación al rey, la cual, en nombre de los
marranos, le ofreció a él y al Papa una considerable suma de dinero a
condición de que el trabajo de persecución y confiscación fuera
abandonado. Pero Fernando persistió en su determinación, y la
Inquisición continuó su trabajo con redoblado celo.

En su desesperación los marranos recurrieron a medidas extremas.


Ellos determinaron asesinar a uno de los inquisidores. Un plan de acción
fue formado en la casa de Luis de Santángel, casa que todavía [1894]
está de pie en el mercado de Zaragoza. Los conspiradores eran Sancho
de Paternoy, el tesorero principal de Aragón, que tenía su propio asiento
en la sinagoga de Zaragoza; Alfonso de la Caballería, canciller de
Aragón; Juan Pedro Sánchez, hermano de Gabriel y Francisco Sánchez;
Pedro de Almazán, Pedro Monfort, Juan de la Abadía, Mateo Ram,
García de Moros, Pedro de Vera, y otros compañeros de desgracia de
Zaragoza, Calatayud y Barbastro. El complot fue ejecutado en el tiempo
designado: durante la noche del 15 de Septiembre de 1485 Pedro de
Arbués fue mortalmente herido en la catedral de La Seo, en Zaragoza,
por Juan de Esperandeu y Vidal Durango, este último un francés
empleado como un curtidor por Esperandeu. Dos días más tarde Arbués
murió [5]. Cuando la reina, que resultó entonces estar en Córdoba,
escuchó del asesinato del inquisidor, ordenó que rigurosas medidas
fueran instituídas sin piedad contra todos los marranos, no simplemente
en Zaragoza sino en cada ciudad del reino, y que sus inmensas
posesiones fueran confiscadas por el Estado [6].

[5] Henry C. Lea, The Martyrdom of S. Pedro Arbués, Papers of the


American Hist. Assoc., vol. III. Nueva York, 1889. El verdadero asesino
fue Vidal Durango, como es evidente de un recibo manuscrito
conservado en los archivos de la catedral de Zaragoza.
[6] Pulgar, Reyes Católicos, Zaragoza, 1567, fol. 184a.

Un terrible castigo fue dado a los conspiradores. Juan de Esperandeu,


un rico curtidor, que poseía muchas casas en el Calle del Coso (donde el
viejo baño judío para mujeres todavía existe), fue obligado a mirar
mientras su padre, el curtidor Salvador de Esperandeu, era quemado en
la hoguera. El propio Juan, después de que sus manos habían sido
cortadas, fue arrastrado al mercado el 30 de Junio de 1486, junto con
Vidal Durango, y descuartizado y quemado. Juan de la Abadía, que
había intentado suicidarse en la prisión, fue sacado, descuartizado y
entregado a las llamas. Las manos de Mateo Ram fueron cortadas, y él
también murió en la hoguera. Tres meses más tarde las hermanas de Juan
de la Abadía, el caballero Pedro Muñoz, y Pedro Monfort, vicario-
general del arzobispado de Zaragoza, fueron quemados como adherentes
del judaísmo. El hermano de Pedro Monfort, Jaime, vice-tesorero de
Cataluña, junto con su esposa fueron quemados en efigie en Barcelona.
La sentencia del tesorero jefe, Sancho de Paternoy, fue conmutada por
cadena perpetua, a petición de su pariente Gabriel Sánchez. En Marzo y
Agosto de 1487 el notario García de Moros, Juan Ram, yerno de Juan
Pedro Sánchez, Juan de Santángel, y el caballero Luis de Santángel
murieron en las llamas. El banquero Juan Pedro Sánchez, la verdadera
cabeza de la conspiración, que había tenido éxito en escapar a Toulouse,
fue allí reconocido por los estudiantes aragoneses y detenido, pero
nuevamente aseguró su libertad. Gaspar de Santa Cruz, que había huído
con él de España, murió en Toulouse. Ambos fueron quemados en efigie
en Zaragoza, además de los otros miembros de la familia Sánchez: el
comerciante Bernardo Sánchez, Brianda su esposa, y Alfonso Sánchez,
un literato; igualmente el comerciante Anton Pérez, y García López. La
esposa de López permaneció en España y murió en la hoguera [7].
[7] Libro Verde de Aragón, en Biblioteca Colombina, fol. 78 sq.; en
parte impreso en Revista de España, XVIII, 547-578, y en Amador de
los Ríos, Historia de los Judíos, III, 616 sq. Véase también Revue des
Études Juives, XI, 84 sq.

La Inquisición difundió el terror y la alarma por todas partes. Miles


de marranos sufrieron el martirio por su religión. Mientras más
terriblemente ellos fueron perseguidos, mayor se hizo su amor por su fe
ancestral. Dalman de Tolosa abiertamente declaró que él, su madre, sus
hermanos Gabriel y Luis, y sus esposas, a pesar de todos los obstáculos,
observaban la ley judía. Un miembro de esa familia vivió en Nápoles a
principios del siglo XVI, y era conocido como el "famoso mercader
catalán". El rico Jacob de Casafranca, que había sido el vice-tesorero de
Cataluña, y cuya madre murió como una judía en la prisión de la
Inquisición, admitió francamente que el rabino de Gerona lo había
proveído de carne y todo lo que él necesitaba para la celebración de las
fiestas judías, y que en su casa, en la Plaza de la Trinidad de Barcelona,
él había vivido de acuerdo con los preceptos de la religión judía y había
leído la ley de Moisés. Los concejales de la Inquisición declararon que
todos sus descendientes eran judaizantes.

Entre aquellos que fueron conducidos al gran Auto de Fe en


Tarragona el 18 de Julio de 1489, vestidos con el tradicional traje de
penitentes, estaban Andreu Colom, su esposa Blanca, y su suegra
Francisca Colom. Todos ellos admitieron que habían observado los ritos,
ceremonias y fiestas de los judíos. ¿Cuáles deben haber sido los
sentimientos de Cristóbal Columbus, o Colón (él era llamado también
Colom) cuando oyó que miembros de la raza judía llevaban su apellido
y habían sido condenados por la Inquisición?
CAPÍTULO IV

La Primera Aparición de Colón en la Corte Española — La Junta de


Córdoba y la Conferencia en Salamanca — Abraham Zacuto — Isaac
Abravanel.

El ambicioso plan que Fernando e Isabel se esforzaron enérgicamente


por realizar era establecer un gran reino, reforzado por la unidad política
y religiosa. Ellos deseaban, por sobre todo, acabar con el dominio de los
moros en España, y expulsar a los mahometanos de la Península.

Cuando Colón fue a España, la guerra con los moros ya había


comenzado. La sistemática confiscación de la propiedad de los judíos
"secretos" que habían sido condenados por la Inquisición llevó enormes
sumas de dinero a la tesorería estatal, y proporcionó a Fernando e Isabel
los medios para continuar la guerra. Las victoriosas tropas españolas ya
habían avanzado y capturado Zahara, Ronda, que había sido durante
mucho tiempo llamada "la ciudad de los judíos", Setenil, y varias otras
ciudades fortificadas.

Fue después del final de la campaña de 1485 que el rey y la reina


fueron primero informados de la presencia de Colón en España, y de su
proyecto. Ellos recibieron esa información de Luis de la Cerda, el
valiente duque de Medina-Celi. Hacia el final de aquel año él escribió
desde Rota a Isabel que él estaba alojando en su palacio a un genovés
llamado Cristóbal Colón, que había llegado desde Portugal, y que
afirmaba que él podría indudablemente encontrar una nueva ruta
oceánica a India. El duque también escribió que él habría colocado de
buena gana los barcos requeridos a disposición de Colón para el viaje
propuesto, y habría provisto la expedición a su propio costo, si no fuera
contrario a la ley, y contrario a la voluntad de la reina. Al duque se le
solicitó que indujera al planificador extranjero a presentarse ante ella.

Con cartas de presentación del duque para la reina y para Alonso de


Quintanilla, jefe supervisor de las finanzas de Castilla, Colón se dirigió
a Córdoba en Enero de 1486, y allí, en Mayo, le fue concedida una
audiencia con los gobernantes españoles. A fin de ganar el favor de la
piadosa reina, él se envolvió con la capa del fanatismo religioso. Él
afirmó que su tarea era principalmente por el interés de la Iglesia, que él
deseaba diseminar el cristianismo en las tierras recién descubiertas, y
que, con el oro encontrado en la antigua y muy renombrada tierra
[bíblica] de Ofir, el Santo Sepulcro podría ser arrancado de manos de los
infieles.

La confiada y fanática Isabel lo escuchó con entusiasmo, y su alma


se llenó de alegría por anticipado por hacer conversos al cristianismo. El
rey estaba motivado por motivos totalmente diferentes. Él estaba
pensando en la adquisición de territorio más bien que en la difusión de
la religión. Él también tenía en cuenta el costo de la empresa y los
peligros del fracaso, así como las posibles ventajas. Por naturaleza
desconfiado, calculador y receloso, Fernando fue muy reservado hacia
Colón, quien, con su gastada ropa, había dado al rey la impresión de que
se trataba de un oportunista. Fernando pensó que debía ser tanto más
cauteloso porque el genovés había sido rechazado por el rey de Portugal,
el gobernante de un Estado renombrado sobre todo por sus
descubrimientos marítimos. Fernando e Isabel pronto estuvieron de
acuerdo en que ése no era un tiempo oportuno para aceptar la
proposición hecha por Colón. Tal como el rey de Portugal, ellos
determinaron mandar el plan para que fuera examinado por una
comisión experta. Ellos nombraron como su presidente al prior de Prado,
el noble Hernando de Talavera, que como confesor de la reina disfrutaba
de su plena confianza, y que, como arzobispo de Granada, fue
perseguido posteriormente de manera tan escandalosa por la Inquisición.

Esa comisión, que estaba compuesta por cosmógrafos y otros


eminentes eruditos, sostuvo varias reuniones, y ante ella Colón presentó
un plan exacto de su empresa, que él explicó e interpretó. Pero él o no
logró ser explícito o los comisionados no quisieron entenderlo, ya que
éstos llegaron a las mismas conclusiones que la Junta de Lisboa tres años
antes, a saber, que las aseveraciones de Colón no podían ser
posiblemente verdaderas, y que no había ninguna tierra desconocida
para ser descubierta.

Ellos aconsejaron firmemente que el rey y la reina no se arriesgaran


en una empresa tan vaga, ya que ello no causaría ninguna ventaja sino
sólo una pérdida de dinero y prestigio. Fernando, que en medio de la
guerra no podía encontrar tiempo para examinar cuidadosamente los
argumentos de Colón, logró inducir a la reina para que desilusionase al
navegante con palabras amistosas. Colón fue informado de que mientras
la guerra estuviera pendiente, una materia tan importante no podía ser
resuelta, pero que debería ser considerada tan pronto como la paz fuera
establecida. Eso equivalía a un rechazo del proyecto. Colón se vio
obligado, además, a soportar el odio y el acerbo escarnio de los
cortesanos y de todos aquellos que habían oído hablar de sus planes.
Todos ellos lo consideraban como un intrigante y un aventurero, y en
Córdoba ellos burlonamente lo llamaban "el hombre con la capa llena de
agujeros".

La desfavorable respuesta de Fernando e Isabel fue un golpe


aplastante no sólo para Colón sino también para sus amigos y patrones,
para Alonso de Quintanilla, que lo había alojado compasivamente
durante algún tiempo bajo su techo, y sobre todo para Diego de Deza,
un sabio teólogo de ascendencia judía, al cual el propio Colón cuenta
entre sus patrones y partidarios más influyentes. Diego de Deza tenía
una buena reputación y era muy estimado. Él tenía a cargo la educación
del heredero forzoso, el príncipe Don Juan, y era el obispo de Salamanca,
así como profesor de teología en la universidad de aquella ciudad, en ese
entonces la sede de aprendizaje más famosa en el mundo entero. Para
disminuír la fuerza del veredicto de la Junta él quiso enviar el plan de
Colón del descubrimiento a destacados cosmógrafos y matemáticos para
un examen adicional. Eso él realmente lo hizo sin tardanza. Él hizo que
Colón fuera a Salamanca, y convocó a una conferencia a los profesores
más distinguidos de la universidad, matemáticos, astrólogos y
cosmólogos.

En sus sesiones, que fueron sostenidas en Valcuevo, cerca de


Salamanca, Colón presentó y defendió su proyecto. Entre otros, allí
participó en esa conferencia el astrólogo fray Antonio de Marchena,
quien siempre defendió la causa de Colón, y el astrólogo [y rabino] judío
Abraham Zacuto, quien, por medio de sus importantes contribuciones a
su rama del conocimiento, promovió materialmente el proyecto de
Colón.

Abraham Zacuto nació en Salamanca aproximadamente el año 1440,


y era comúnmente llamado Zacuto de Salamanca. Sus antepasados
habían llegado desde el sur de Francia, y, como él mismo nos informa
en su famosa crónica, ellos permanecieron rotundamente leales a su
religión a pesar de todas las persecuciones. Él se dedicó al estudio de las
matemáticas, y sobre todo de la astronomía, y ganó el favor del obispo
de Salamanca, quien permitió que él asistiera a la universidad de aquella
ciudad. Allí él llegó a ser profesor de astronomía, y muchos discípulos
cristianos y mahometanos lo reverenciaban como su profesor. Su
principal obra astronómica era el Almanach Perpetuum con tablas del
Sol, la Luna y las estrellas, que, como nos informa su alumno Augustin
Ricci, fueron preparadas entre 1473 y 1478, a petición de su patrón, el
obispo, a quien le fue dedicada dicha obra. Fue traducida del hebreo al
latín y al castellano por su alumno Joseph Vecinho, o Vizino, y fue
impresa en la imprenta de Samuel d'Ortas en Leiria. Debido a su amplia
circulación fue editada varias veces durante la vida del autor.

Colón reconoció totalmente la importancia de las contribuciones de


Zacuto a la ciencia. Él valoró en particular el Almanach de Zacuto y sus
Tablas, con el cálculo cuadrienal mejorado, el uso del cual era mucho
más simple que cualquiera hasta entonces conocido, incluyendo las
Ephemerides del astrónomo alemán Johannes Müller, comúnmente
llamado Regiomontanus. Las Tablas de Zacuto siempre acompañaron a
Colón en sus viajes, y le prestaron un inestimable servicio. A ellas, de
hecho, él y su tripulación una vez le debieron sus vidas.

En su último viaje Colón había visitado la costa de Veragua, cuyo


nombre todavía es perpetuado en el título de su actual descendiente, el
duque de Veragua. En sus ricas minas él encontró mucho oro y piedras
preciosas. Después de dejar Veragua un terrible huracán dañó
enormemente sus dos únicas carabelas sobrevivientes, dejándolas
incapaces de navegar. Después de que llegó a Jamaica él estaba en una
desesperada grave situación. El desagradecido Francisco de Porras había
instigado una conspiración contra él; el propio Colón estaba postrado
por una enfermedad; los naturales eran hostiles a él y amenazaban su
vida; y los pocos marineros que le permanecían leales estaban
desalentados y agotados por el hambre. El almirante y sus seguidores
esperaban la cierta muerte.
Por lo tanto él recurrió a un expediente que es característico de él y
de su época. Por medio de las Tablas de Zacuto él averiguó que habría
un eclipse de Luna el 29 de Febrero de 1504. Él entonces convocó a
ciertos caciques, o jefes nativos, y les dijo que el dios de los españoles
estaba muy enojado con ellos porque ellos no le daban a él y a sus
marineros suficiente comida, y que Dios los castigaría privándolos de la
luz de la Luna, y sometiéndolos despiadadamente a las influencias más
perniciosas. Cuando la noche llegó, y la Luna se hizo invisible, los
caciques y sus seguidores dieron tristes gemidos, y, lanzándose a los pies
del almirante, ellos prometieron proveerlo de muchas provisiones, e
imploraron que él apartara de ellos el mal inminente. Colón entonces se
retiró dando el pretexto de ir a conversar con la Deidad. Cuando la gruesa
oscuridad comenzó a desaparecer, y la Luna comenzó a aparecer, él
nuevamente apareció, y anunció a los expectantes caciques que su
contrición había apaciguado la ira divina. Toda la luz de la Luna pronto
alumbró, y el objetivo de Colón fue alcanzado; él no encontró más
hostilidad, y obtuvo abundante comida.

"El Jueves 29 de Febrero de 1504", dice Colón, "estando yo en las


Indias, en la isla de Jamaica, en el puerto que se dice de Sancta Gloria,
que está casi en el medio de la isla, de la parte septentrional, hubo eclipse
de la Luna, y porque el comienzo fue primero que el Sol se pusiese, no
pude notar salvo el término de cuando la Luna acabó de volver en su
claridad, y esto fue muy certificado dos horas y media pasadas de la
noche. La diferencia del medio de la isla de Jamaica en las Indias con la
isla de Calis en España es siete horas y quince minutos, de manera que
en Calis se puso el Sol primero que en Jamaica con siete horas y quince
minutos de hora" (Libro de las Profecías, 59 seq.). Colón luego se refiere
al Almanach de Zacuto, la declaración del cual en cuanto al eclipse de
la Luna concuerda exactamente con la observación de Colón.
No puede haber duda de que Zacuto, quien estableció una relación
personal con Colón en Salamanca, llamó la atención de éste a sus
tratados, y que él también comunicó oralmente a Colón su teoría acerca
de las tormentas en las regiones equinocciales, una teoría que era de
valor para los navegantes. Zacuto, al igual que el protector de Colón,
Diego de Deza, fue uno de aquellos que declararon a favor del genovés
y su empresa, y afirmó que "las distantes Indias, separadas de nosotros
por grandes mares y enormes extensiones de tierra, pueden ser
alcanzadas, aunque la empresa sea arriesgada".

La conferencia de Salamanca, en la cual el comportamiento resuelto


de Colón le ganó la admiración de muchos y la simpatía de todos,
determinó el destino de aquél, aunque su acción no fuera de un carácter
oficial, como la de la Junta de Córdoba. Las presentaciones hechas por
Diego de Deza y otros hombres entendidos indujeron a Fernando e Isabel
a tomar a Colón a su servicio, y el 5 de Mayo de 1487 ellos ordenaron
que el tesorero Real entregara tres mil maravedíes al pobre genovés.
Hacia fines de Agosto otra suma de cuatro mil maravedíes le fue
asignada, con la orden expresa de ir a Málaga, que había sido capturada
por el ejército español unas semanas antes. Allí él trabó relación con los
dos judíos más distinguidos de España, que estaban entonces en la corte
del rey: el principal recaudador de los impuestos, Abraham Senior, de
quien hemos hablado ya, y su amigo Isaac Abravanel. Ellos estaban a
cargo de aprovisionar los ejércitos Reales, y haciendo grandes sacrificios
ellos habían hecho eso para satisfacción especial de la reina Isabel. Ellos
hicieron un extraordinario servicio al reino, ya que no simplemente
dedicaron sus enormes propias fortunas a la compra de armas y
provisiones sino que también indujeron a otros judíos ricos a seguir su
ejemplo [1].
[1] Amador de los Ríos, Historia de los Judíos de España y Portugal, III,
296 sq.

Isaac Abravanel pertenecía a una antigua y distinguida familia. Su


abuelo, el "gran" Samuel Abravanel, el judío más rico y más influyente
en Valencia, temporalmente cambió su religión a consecuencia de la
gran persecución de 1391, y se hizo llamar Alfonso Fernández de
Vilanova, a partir del nombre de una de sus tierras. El hijo de Samuel,
Judá Abravanel, se estableció en Lisboa, y llegó a ser el tesorero del
príncipe Fernando, quien, antes de su campaña contra los moros de
Tánger, dispuso el pago sin falta de más de medio millón de reis que él
había pedido prestados a Judá. Isaac Abravanel disfrutaba de la completa
confianza del rey Alfonso V de Portugal, y estaba en los términos más
amistosos con los miembros de la casa de Braganza. Pero después de la
muerte de Alfonso él se vio obligado a huír, dado que era un amigo del
poderoso duque de Braganza, a quien el rey João II había condenado a
muerte. Él fue a Castilla y pronto ganó el favor del rey y la reina [2].

[2] Acerca de la vida de Isaac Abravanel y sus obras, véase Kayserling,


Geschichte der Juden in Portugal, 72 sq.

Es probable que Colón, durante su residencia en la capital de


Portugal, hubiera entablado relación ya con ese hombre honrado y
competente. Isaac Abravanel fue uno de los primeros que proporcionó
ayuda financiera para el cometido de Colón.–

CAPÍTULO V
Colón en Santa Fe — La Caída de Granada — La Posición de los
Santángel; Su Persecución por la Inquisición — Intercesión de Luis de
Santángel a Favor de Colón — Las Joyas de la Reina, y el Préstamo de
Santángel para el Equipamiento de la Expedición.

No sabemos por qué Colón fue llamado a Málaga o durante cuánto


tiempo se quedó allí. Él pronto regresó a Córdoba, donde se hizo íntimo
con Beatriz Enríquez, una muchacha pobre, a quien han llamado
erróneamente la hija de un judío. Él poco después fue ignorado
nuevamente por el rey y la reina, quienes gradualmente dejaron de
concederle subvenciones. Él vivía en la mayor pobreza con su amante
Beatriz, la cual le había dado un hijo. Cansado de prolongadas tardanzas,
él reanudó las negociaciones con el rey de Portugal que habían sido
discontinuadas varios años antes; pero esas nuevas propuestas tampoco
fueron exitosas, y él entonces determinó presentar su proyecto ante el
rey de Francia.

Él primero fue al monasterio de La Rábida cerca de Palos, para ver a


su hijo Diego antes de dejar España, o, más probablemente, para
informar a su protector, el prior Juan Pérez de Marchena, acerca de sus
planes y despedirse. Tiempo antes, Colón había llamado a la puerta de
ese monasterio cuando era un pobre peregrino a su llegada a España, y
había pedido pan y agua para su pequeño hijo. El prior, que se interesó
considerablemente en los proyectos de Colón, hizo todo lo que estaba en
su poder para impedir la ahora propuesta salida de España de Colón, y
fue secundado en sus esfuerzos por García Fernández, el médico de
Palos.

Pérez de Marchena, que había sido confesor de la reina, y era muy


estimado por ella como un buen astrólogo, escribió una carta urgente a
Isabel, recomendando al genovés y su empresa en los términos más
amistosos. Esa carta fue llevada a la reina, que estaba entonces en Santa
Fe, por Sebastián Rodríguez, un marinero de Lepe. La vecina ciudad de
Granada ya había sido obligada a capitular. En esa espléndida ciudad
mora acababa de estallar una rebelión entre los musulmanes, pero ellos
habían sido de algún modo pacificados por la promesa de Fernando de
que todos los moros y judíos disfrutarían de libertad religiosa, y que ellos
podrían marcharse sin ningún impedimento [1].

[1] El manuscrito original de la capitulación de Granada (en El Escorial,


MS 7 del siglo XV) contiene lo siguiente: "Otrosí suplicamos a vuestras
Altezas manden dar sus cartas de seguro para los judíos, y licencia para
llevar lo suyo, e que sin culpa de alguno por no haber navío alguno
quedaren en la costa que haya término para se partir". En el margen están
las palabras: "Que se haya".

Después de deliberar con el rey, Isabel escribió inmediatamente al


prior diciéndole que él debía ir cuanto antes al campamento Real, y
llevar con él a Colón, quien estaba todavía en el monasterio, esperando
una respuesta. Ella también envió dos mil maravedíes a fin de que el
navegante pudiera aparecer ante sus majestades decentemente vestido.
En compañía del prior Colón entonces partió para Santa Fe, y llegó allí,
en medio del tumulto de guerra, en Diciembre de 1491, poco antes de
que la media luna desapareciera de la torre occidental de la Alhambra.
En Santa Fe él encontró a su patrocinador más influyente, Pedro
González de Mendoza, el cardenal primado, o, como él es llamado por
Pedro Mártir de Anglería, "el tercer rey de España" (Epistolae, lib. 8,
epist. 159), quien presidió una reunión de hombres distinguidos
convocados para examinar el proyecto del descubrimiento. Colón abogó
confiadamente en favor de su plan, y pronto convenció al primado de
que sus aseveraciones eran verdaderas. No fue difícil para éste inducir a
la reina a dar su aprobación al plan de exploración.
Después de un conflicto de siete años, comparable sólo con la guerra
de Troya, Granada cayó en poder de España. El viernes 2 de Enero de
1492 el estandarte español flameó en la torre más alta del viejo palacio
moro, y los dos soberanos ceremoniosamente entraron en la conquistada
capital mora. Durante el mismo día Fernando anunció a todas las
ciudades de su reino que, después de muchos grandes conflictos que
habían costado mucha sangre noble, le había complacido a Dios permitir
que los ejércitos cristianos vencieran a los moros. Desde la conquista de
Granada la gratitud papal ha permitido al gobernante de España llevar el
título de Su Muy Católica Majestad.

En todas las ciudades de España la caída del dominio moro y el


triunfo de la religión cristiana fueron celebrados con canciones de
alegría. Los judíos estaban entristecidos y con sus cabezas gachas, ya
que la conquista de los musulmanes también decidió su destino, a pesar
de la importante parte que ellos habían desempeñado en asegurar la
victoria; desde el palacio de la Alhambra los reyes católicos pronto
publicaron el cruel edicto de la expulsión de los judíos. En el pomposo
espectáculo de la entrada de los ejércitos cristianos en Granada estaban
presentes dos hombres de extraordinaria importancia, dos hombres
totalmente disímiles, con cuyos actos la posterior grandeza de España
así como su caída, todo su conflictivo destino, estuvieron estrechamente
relacionados: un orgulloso sacerdote y un sombrío mendigo.

El sacerdote era el cardenal Jiménez de Cisneros, el muy docto Gran


Inquisidor, que deseaba convertir a todos los moros y judíos en
cristianos, y que persiguió a los marranos con rigor sumo. El mendigo
era Cristóbal Colón, con quien los dos soberanos ahora comenzaron a
negociar en serio. Al alcance del objeto de sus largamente apreciadas
esperanzas y deseos, Colón fue impulsado por su ambición y avaricia
insaciable a hacer enormes demandas; él deseaba ser designado
almirante, virrey y gobernador de por vida sobre todas las tierras que él
pudiera descubrir. Fernando no estuvo inclinado a conceder tales
demandas o a conceder tales privilegios de gran alcance. De ahí que las
negociaciones con Colón fueran suspendidas, y en Enero de 1492 éste
dejó Granada con el propósito definido de ir a la corte francesa.

Entonces, cuando su causa parecía perdida, varias personas se


involucraron resueltamente en su favor; ellos eran Juan Cabrero, Luis de
Santángel, Gabriel Sánchez y Alfonso de la Caballería, todos hombres
de extracción judía. Cuando Luis de Santángel oyó que las
negociaciones con Colón habían sido definitivamente rotas, sintió
mucha pena y angustia como si él mismo hubiera sufrido con alguna
gran desgracia (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

Hagamos una pausa para indagar quién era Luis de Santángel. En los
siglos XV y XVI la familia Santángel o Sancto Angelo era una de las
más ricas, más influyentes y más poderosas en Aragón. Cuando, a
consecuencia de grandes persecuciones y de los sermones anti-judíos de
Vicente Ferrer, muchos judíos en Calatayud, Daroca, Fraga, Barbastro y
otras ciudades cambiaron su religión a fin de salvar sus vidas, los
Santángel también adoptaron el cristianismo. Al igual que los
Villanueva, cuyo antepasado era Moisés Patagón [2], y los Clemente,
quienes descendían de Moisés Chamorro, los Santángel también habían
venido de Calatayud, la antigua Calat-al-yehud, que en el siglo XIV tenía
una de las comunidades judías más ricas en Aragón.

[2] También llamado Pazagón. Los miembros de esa familia también


residieron en Portugal. Isaac Pazagón era el presidente de la comunidad
judía en Coimbra hacia el año 1360. Véase Kayserling, Geschichte der
Juden in Portugal, 24.
Se dice que el antepasado de los Santángel fue el sabio Azarías
Ginillo, cuya esposa no pudo ser inducida a abandonar el judaísmo, ni
siquiera en apariencia. Unos años más tarde, sin embargo, ella se casó
con Bonafós de la Caballería, y, junto con su marido, ella siguió el
ejemplo de Azarías y se hizo cristiana. Azarías Ginillo, o Luis de
Santángel, como él se llamó, era un eminente jurista. Él tuvo varios hijos
e hijas. Uno de éstos, juntos con su amante, una cierta Marzilla, fue
asesinado por el marido de ella. La otra hija se casó con Pedro Gurrea,
un judío secreto, y su hijo Gaspar se casó con Ana de la Caballería, una
judía secreta. Los hijos de Azarías, Alfonso —quien, como su padre,
estudió leyes—, Juan Martín y Pedro Martín, vivieron en Daroca, y se
aseguraron la protección y los privilegios del rey Fernando I de Aragón.

Azarías-Luis de Santángel no sólo era instruído sino también


próspero, aunque no rico. En el año 1459 sus nietos, el jurista Luis de
Santángel y Leonardo de Santángel, de Calatayud, presentaron una
solicitud al rey Juan de Aragón para que permitiera que ellos cavaran en
busca de monedas de oro y plata y otros tesoros que habían sido
enterrados por sus padres y abuelos. Ellos propusieron cavar bajo las
casas que, como huérfanos menores de edad, ellos habían heredado de
sus padres pero que habían vendido después al judío Abraham Patagón
o a su hermano Raimundo López. La propiedad colindaba con las
propiedades de Fernando Lupo y Luis Sánchez en el barrio de
Villanueva en Calatayud. Luis de Santángel ofreció dar a la tesorería
estatal un quinto de todo lo que él pudiera encontrar. El rey le concedió
su petición el 24 de Octubre de 1459 a condición de que ellos
emprendieran las excavaciones a su propio costo, y con el
consentimiento de Abraham Patagón, el entonces dueño de las casas, y
que esas casas fueran restauradas a la condición en la cual fueron
encontradas.
A consecuencia de sus brillantes intelectos, su actividad y su riqueza,
los Santángel aseguraron gran influencia y altas posiciones de confianza;
ellos eran destacados juristas y profesores de leyes, y ocuparon
importantes cargos en las cortes, en las municipalidades, en la
administración del Estado y en la Iglesia.

Azarías-Luis de Santángel, quien tenía la reputación de ser un


excelente abogado, alcanzó la posición de Zalmedina, o Zavalmedina,
un nombre dado a un juez con jurisdicción en la capital, que era
designado por el rey. Para evitar la persecución y demostrar su fe
cristiana, él dedicó a su hijo Pedro Martín al ministerio religioso, y éste
llegó a ser el obispo de Mallorca así como consejero del rey Juan II.
Pedro Martín dejó una herencia para asegurar el matrimonio de
muchachas huérfanas pobres de su familia, y de acuerdo a los términos
de su testamento dicho fondo debía ser administrado por la ciudad de
Barbastro. Otro Martín de Santángel, el sobrino del obispo, llegó a ser
provincial de Aragón, y residió en Zaragoza. Otro Luis de Santángel,
actuando como embajador del rey Alfonso V de Aragón, negoció con el
sultán de Babilonia acerca de un tratado comercial. La influencia de
mayor alcance fue conseguida por aquellos miembros de la familia que
tenían casas y propiedades en Daroca, Barbastro, Teruel, Alcafliz y en
otras ciudades de Aragón y Valencia, sobre todo en Calatayud, Valencia
y Zaragoza.

El abogado Luis de Santángel, el que había buscado los tesoros


enterrados por sus padres en Calatayud, tuvo el alto cargo de abogado
de tesorería (fisci advocatus). Los nombres de Luis de Santángel y Luis
de la Caballería, el tesorero general, aparecen suscritos en una patente
de nobleza y concesión de privilegios publicada el 4 de Diciembre de
1461, en Calatayud, por el rey Juan de Aragón, para su "bien amado"
soldado Juan Gilbert y sus descendientes. En una reunión de las cortes
de Aragón en el año 1473, este Luis de Santángel representó a los
caballeros y los nobles, mientras que ese mismo año Antonio de
Santángel, de Calatayud, representó a aquella ciudad. Este último
intervino de parte de la comunidad judía de Hijar unos días después de
la expulsión de los judíos de España.

A mediados del siglo XV los Santángel de Valencia y Zaragoza eran


los Rothschild de su tiempo. A la cabeza de la casa valenciana estaba el
comerciante Luis de Santángel el viejo. En el año 1450 Luis ya había
ganado el favor de rey Alfonso V de Aragón; él también tuvo una
ininterrumpida relación con el rey Juan II. Él era el recaudador de los
trabajos de la sal de La Mata cerca de Valencia, para lo cual, según un
contrato del 9 de Julio de 1472, él tenía que pagar una renta anual de
21.100 sueldos al marrano Juan de Ribasaltas; él era también el
recaudador de los dominios y aduanas Reales. Después de la muerte de
Luis el viejo en 1476, su esposa Brianda asumió la dirección de su
negocio, y su hijo Luis de Santángel el joven, que era un consejero Real
en Valencia, se convirtió en el recaudador de los dominios Reales,
mientras que la recaudación de los trabajos de la sal, después del término
del contrato de Luis el viejo, pasó a su pariente y socio Jaime de
Santángel. Los cofres de Jaime estaban siempre abiertos para el rey Juan
II, quien lo designó copero Real, y ellos estaban también abiertos para
Fernando, su hijo y sucesor. Jaime prestó a este último grandes sumas
de dinero para someter a los rebeldes catalanes, para recuperar el
condado de Rosellón del rey de Francia, a quien le había sido prometido,
y para conquistar Granada. Siempre que Fernando necesitaba dinero él
apelaba a sus amigos los Santángel de Valencia, y nunca en vano.

Para esa familia que estaba en tal alta reputación en todo Aragón,
Cataluña y Valencia, la Inquisición resultó ser fatal. Como ya hemos
visto, a la introducción del Santo Oficio se opusieron los marranos más
ricos y más distinguidos de Zaragoza. Los Santángel estaban entre
aquellos que, en el fondo fieles a su antigua fe, encabezaron la
conspiración contra el Inquisidor Pedro de Arbués. Así como el punto
donde Arbués recibió su golpe mortal todavía está indicado en la iglesia
metropolitana de La Seo, así también uno todavía puede ver en el grande
y hermoso mercado-plaza de Zaragoza las majestuosas casas que en los
días florecientes de la capital aragonesa pertenecieron a Luis y Juan de
Santángel. Los Santángel estuvieron también entre los primeros herejes
judíos que subieron a la pira funeraria.

La primera víctima de la Inquisición en Zaragoza fue Martín de


Santángel, quien fue quemado el 28 de Julio de 1486; once meses más
tarde, el 18 de Agosto de 1487, mosén Luis de Santángel [*], suegro del
tesorero Gabriel Sánchez, encontró el mismo destino. El 10 de Julio de
1489 la madre de Gabriel Gonzalo de Santángel, y seis años más tarde
el propio Gabriel, murieron en la hoguera. El abogado Juan de Santángel
y su hermano Luis, los cuales ambos recurrieron a una oportuna huída y
llegaron a Burdeos a salvo, fueron quemados en efigie, uno el 17 de
Marzo de 1487, y el otro el 1º de Junio de 1492; todas sus propiedades,
inmuebles y personales, fueron confiscadas por el Estado. Juan fue
desterrado para siempre de España, y sus tres hijas, Luisa, Inés y Laura,
que habían sido criadas en la riqueza, se vieron reducidas a la pobreza
extrema. Incluso Fernando, duro de corazón, fue conmovido por ese
espectáculo; como una señal especial de la gracia Real y en
reconocimiento a los servicios de su padre, él les concedió, el 19 de
Enero de 1488, una pensión anual de 1.500 sueldos de los impuestos de
la comunidad judía en Jaca. No sabemos si esa anualidad se acabó con
la expulsión de los judíos y el cese de sus impuestos.
[*] Mosén es un tratamiento de origen medieval que se usaba en el reino
de Aragón, que estaba resevado a los caballeros y a los ciudadanos
honrados, cuyo uso posteriormente se permitió al resto de las personas
destacadas de la sociedad, a excepción de médicos y abogados, a los
cuales se les daba el tratamiento de misser [NdelT.].

El Santo Oficio constantemente ponía trampas para coger a los


miembros de la familia Santángel y asegurar su propiedad. Jaime Martín
fue quemado el 20 de Marzo de 1488; Donosa de Santángel, seis meses
más tarde; Simón de Santángel y su esposa Clara Lunel, traicionados por
su propio hijo, fueron quemados en Lérida el 30 de Julio de 1490. A fin
de tener un pretexto cuasi legal para confiscar su propiedad para uso del
Estado, Violante de Santángel, la esposa de Alfonso Gómez de Huesca,
y Gabriel de Santángel, de Barbastro, fueron condenados póstumamente,
y sus restos fueron exhumados y quemados públicamente. Las
propiedades de Gabriel fueron vendidas por el rey a Miguel Vivo, abad
de Aljoro, por 18.000 sueldos. Todos los miembros de la familia que
salvaron sus vidas fueron al menos escarnecidos como judíos o herejes
judíos. Así, el jurista Pedro de Santángel, Juan Tomás y Miguel de
Santángel (que era regidor en Zaragoza), la esposa de López-Patagón, y
Lucrecia de Santángel, todos tuvieron que desfilar en procesión pública
vestidos como penitentes y tuvieron que jurar solemnemente nunca
practicar otra vez ritos judíos. La Inquisición llevó a cabo, de hecho, una
verdadera guerra de destrucción contra todos los miembros de esa
familia; sin considerar edad, sexo o posición, ellos fueron entregados a
las llamas u obligados a hacer penitencia pública, y aquello, también, tan
tardíamente como en el siglo XVI [3].

[3] Los siguientes fueron quemados: Isabel de Santángel, el 4 de Octubre


de 1495; Fernando de Santángel, de Barbastro, el 19 de Octubre de 1496;
Juana de Santángel, esposa de Pedro de Santa Fe, el 13 de Septiembre
de 1499. Luis de Santángel, de Calatayud, hizo penitencia pública el 10
de Junio de 1493, y otro Luis de Santángel el 19 de Octubre de 1496.
Véase El Libro Verde, en Revista de España, vol. XVIII.

El 17 de Julio de 1491 Luis de Santángel también apareció vestido


con un abigarrado sambenito como un adherente del judaísmo. Él está al
frente del acontecimiento de aquel tiempo que figura tan destacadamente
en los anales del mundo; los historiadores imparciales deben asignarle
resueltamente un importante papel en el descubrimiento de América.

Él era el hijo del rico Luis de Santángel, que era el recaudador de los
impuestos y aduanas Reales en Valencia, un cargo que él mismo
posteriormente desempeñó; él era sobrino del Luis de Santángel que
murió en la hoguera en Zaragoza. El rey Fernando lo designó escribano
de ración, canciller de la corte en Aragón. Él también tuvo en Aragón la
misma influyente posición de contador mayor, o contralor general, que
era ocupada por Alonso de Quintanilla en Castilla. Él era un favorito del
rey Fernando, disfrutó de la completa confianza de éste, conocía todos
sus secretos, y tramitó toda clase de negocios para él. El rey lo tenía en
alta estima por su fidelidad, su sagacidad, su extraordinaria diligencia y
talento administrativo, su genuina integridad y su completa lealtad a la
corona; siempre que Fernando le escribía, lo llamaba "buen aragonés,
excelente y bien amado consejero". Por otra parte, Luis de Santángel
debió a su amigo Real no sólo su eminente posición sino también su
vida; si no hubiera sido por la intervención directa del rey, él y sus hijos
habrían compartido el destino de su tío y el de muchos de sus parientes.

Luis de Santángel era el Beaconsfield de España [Benjamin Disraeli,


conde de Beaconsfield, 1804-1881]. Al igual que aquel estadista inglés
—quien era de ascendencia judía y cuyos antepasados también fueron
perseguidos por la Inquisición y expulsados de España— Luis se
caracterizaba a la vez por su particularismo y universalismo, su
entusiasmo y su sagacidad, su patriotismo subjetivo y su lealtad objetiva
a otras nacionalidades. Él era un buen aragonés, y sin embargo trabajó
por la unidad de España; él estuvo ardientemente dedicado a su país, y
consideró cuidadosamente las ventajas que se derivarían de
descubrimientos marítimos. Como cabeza de una gran casa mercantil en
Valencia y como el recaudador de las aduanas Reales, tuvo relaciones
con comerciantes genoveses mucho antes de que Colón llegara a España.
Ya en 1479 él fue encargado por Fernando para resolver una disputa por
la cual algunos marineros genoveses en Valencia estaban preocupados,
que tenía que ver con ciertos derechos aduaneros. Al mismo tiempo
también se le ordenó pagar por las telas importadas de Lombardia para
el uso de la casa Real. Probablemente Colón fue presentado al
comerciante de Valencia por algunos de sus conciudadanos, y puede
haberse hecho tempranamente conocido por Santángel.

Luis de Santángel se convirtió en el líder de los aragoneses que a


último momento intervinieron con éxito en apoyo de Colón. Él fue
asistido activamente por Juan Cabrero, el camarero Real, por el hijo de
Martín Cabrero y por Isabel de Paternoy, que eran ambos de linaje judío
y cuyos parientes fueron víctimas de la Inquisición. Juan era el amigo
confidencial y el compañero constante de Fernando el Católico; él luchó
al lado del rey en las guerras moras, y fue su fiel consejero en todos los
asuntos de Estado; disfrutó de la confianza de Fernando hasta tal punto
que él fue hecho el ejecutor de la voluntad del rey.

Tan pronto como Santángel oyó hablar de la partida de Colón y del


término de sus negociaciones, fue donde la reina —si no a petición de
Fernando, al menos con su consentimiento—, y seriamente expresó su
sorpresa de que una patrocinadora tan magnánima de grandes empresas
no tuviera el coraje para entrar en una tarea de la cual ella podría esperar
razonablemente una enorme riqueza, un gran aumento de territorio, y la
gloria inmortal tanto para la corona como para la Iglesia. Él le representó
que la cantidad de dinero requerida por la empresa era
comparativamente pequeña, y que la remuneración que el explorador
exigía por descubrimientos tales como los que él podría hacer, no
debería ocasionar mucha vacilación. El propio Colón —siguió diciendo
Santángel— aceptó asumir una parte del gasto, y aventuró su honor, e
incluso su vida. Con toda probabilidad el genovés era un hombre sabio
y sagaz, bien calificado para conseguir el éxito. Muchos eruditos
eminentes a quienes la reina había presentado tal proyecto para su
examen lo habían aprobado, y los opositores de Colón no podían ofrecer
ningún argumento válido contra las opiniones de él.

Si, como predijo Colón, alguna otra potencia europea tuviera la buena
fortuna de actuar como su patrocinador y cosechar los frutos de esos
descubrimientos, el reino de España, sus gobernantes, y la nación entera
sufrirían mucha vergüenza y perjuicio. Si la reina no aprovechaba esa
oportunidad, ella se lo reprocharía toda su vida, sus enemigos se
mofarían de ella, y sus descendientes la culparían; ella perjudicaría su
honor y el renombre de su nombre Real; ella perjudicaría sus Estados y
el bienestar de sus súbditos (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

Esos argumentos de Santángel produjeron una profunda impresión


sobre la reina. Ella le agradeció por su consejo, y le prometió su
consentimiento para dicho cometido; pero ella deseaba esperar un
tiempo hasta que el reino recuperara su fuerza, ya que sus recursos
financieros se habían agotado por la reciente y largamente continuada
guerra. Se dice que ella incluso prometió empeñar sus joyas para
asegurar el dinero para el equipamiento de la armada, si Colón no
pudiera tolerar más la tardanza de la ejecución de su empresa [4].

[4] "Mas prestándole Luis de Santángel diez y seis mil ducados sobre
sus joyas". Pizarro y Orellano, Varones Ilustres del Nuevo Mundo,
Madrid, 1639, p. 10. Esa aseveración es aceptada por Prescott en su
History of Fernando and Isabel, y por Washington Irving en su excelente
Life of Columbus.

Santángel, continúa la historia, quedó muy contento por la resolución


de la reina, y declaró que no era necesario que ella empeñara sus joyas;
él estaría complacido, dijo, de adelantar el dinero necesario para la
expedición, y se alegraría de la oportunidad de realizar un servicio tan
pequeño para ella y para su señor el rey [5]. Esta historia, inventada para
glorificar a la reina Isabel, ha sido relegada recientemente al reino de la
fábula [6].

[5] Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32; Muñoz, Historia del Nuevo
Mundo, volumen. II, cap. 31.
[6] Véase el excelente ensayo del erudito académico Cesáreo Fernández
Duro, Las Joyas de Isabel la Católica, en su Tradiciones Infundadas,
Madrid, 1888.

La venta de coronas y joyas por parte de los gobernantes españoles


no era, sin embargo, un acontecimiento raro. Doña Sancha, la esposa de
Fernando I el Grande de Castilla, vendió sus joyas a fin de pagar a los
soldados por sus servicios en la guerra contra los moros. Cuando
Alfonso X el Sabio de Castilla deseó acabar con la rebelión del Infante
Don Sancho, él pidió prestada una gran suma de dinero al moro Jacob
abd-el-Azer, y le dio las joyas de la corona como garantía. A fin de llevar
a cabo el sitio de Algeciras en 1344, Alfonso XI se vio obligado a
empeñar su corona; y en la expedición contra Nápoles, Alfonso V de
Aragón empeñó su corona y su mesa de plata por doscientos ochenta y
siete ducados.

En ese entonces ni Aragón ni Castilla, ni Fernando ni Isabel, tenían a


su disposición el suficiente dinero para equipar una flota. Santángel, que
estaba siempre listo para prestar un servicio a la corona, adelantó
diecisiete mil florines, casi cinco millones de maravedíes [7]. Las joyas
de la reina no fueron exigidas como garantía; de hecho, todas ellas no
estaban en su posesión entonces, ya que ella había prometido su collar
durante la última guerra.

[7] "Y porque auía necesidad de dineros para su expedición, á causa de


la guerra, los prestó para fazer la primera armada de las Indias y su
descubrimiento el escribano de ración Luys de Sant Angel"; Gonzalo
Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, p. 5. "Hallándose los
Reyes en necesidad de dineros para esta empresa, prestó les diez y seys
mil ducados Luys de Sant Angel, su escribano de raciones"; Garibay,
Compendio Historial de las Chronicas de Todos los Reynos d'España,
Antwerp, 1571, lib. 19, cap. I, p. 1371. "Y porque los Reyes no tenían
dineros para despachar a Colón, les prestó Luys de Sant Angel, su
escribano de ración, seis cuentos de maravedís, que son en cuenta más
gruesa 16.000 ducados"; López de Gómara, Historia de las Indias, cap.
15, p. 167. "Y para el gasto de la Armada prestó Luis de Santángel
escribano de raciones de Aragón diez y siete mil florines"; Bart.
Leonardo de Argensola, Anales, lib. I, cap. 10.

Debido a los celos que todavía existen hasta hoy entre Castilla y
Aragón, escritores aragoneses han discutido recientemente la cuestión
de si Luis de Santángel prestó ese dinero de su propio bolsillo o si él lo
aseguró indirectamente de la tesorería estatal por medio de Gabriel
Sánchez, el tesorero general de Aragón. Aparte del hecho de que la
tesorería de Aragón, así como la de Castilla, estaba vacía a consecuencia
de la prolongada guerra con los moros [8], los extraordinarios servicios
de Santángel en esa materia son claramente demostrados por la alabanza
excesiva que Fernando otorgó a su "bien amado" Luis de Santángel, y
por las muchas pruebas de gratitud que el rey le dio. De éstas tendremos
más para decir luego.

[8] Felipe de la Caballería, de Zaragoza, había prestado 9.022 sueldos al


padre de Fernando, el rey Juan de Aragón, que murió en Enero de 1479.
No fue sino hasta 1493 que a Gabriel Sánchez el rey le ordenó pagar esa
deuda. Documento fechado en Barcelona el 30 de Agosto de 1493.
Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 3616, fol. 182.

Que él adelantó ese dinero de su propio bolsillo se prueba sin duda


por los libros contables originales, que estaban antes en los archivos de
Simancas y que todavía se conservan en Archivo de Indias en Sevilla.
En el libro de cuentas de Luis de Santángel y del tesorero Francisco
Pinelo, que se extiende desde 1491 a 1493, Santángel está acreditado
con una suma de 1.140.000 maravedíes que él dio al obispo de Ávila
para la expedición de Colón (dicho obispo después se convertiría en el
arzobispo de Granada). En otro libro de cuentas, el de García Martínez
y Pedro de Montemayor, está el siguiente ítem: Alonso de las Cabezas,
tesorero de guerra en el obispado de Badajoz, por orden del arzobispo
de Granada, datada el 5 de Mayo de 1492, pagó a Alonso de Angulo para
Luis de Santángel, escribano de ración del rey, cuya autorización fue
presentada con la orden ya mencionada, 2.640.000 maravedíes, a saber,
1.500.000 en pago para Isaac Abravanel por el dinero que él había
prestado a sus majestades en la guerra contra los moros, y los restantes
1.140.000 maravedíes en pago para el escribano de ración ya
mencionado por el dinero que él adelantó para equipar las carabelas
ordenadas por sus majestades para la expedición a las Indias y para pagar
a Cristóbal Colón, el almirante de aquella flota. El 20 de Mayo de 1493,
día en el cual Fernando estuvo particularmente ocupado con Colón y su
expedición, el rey ordenó que su tesorero general Gabriel Sánchez
pagara 30.000 florines en oro a "su amado consejero y escribano de
ración Luis de Santángel". Esa suma ciertamente incluyó el resto del
préstamo.

Escritores españoles recientes sostienen que Santángel recibió 17.000


maravedis como intereses, pero esa aseveración es totalmente
insostenible. Luis de Santángel y también su pariente Gabriel Sánchez
[9] fueron los patrocinadores más entusiastas de Colón. Ambos actuaron
desinteresadamente y únicamente para el bienestar de su país. Mediante
sus enérgicos esfuerzos ellos tuvieron éxito en hacer que Colón fuera
llamado de nuevo al palacio Real. Al final, el largamente acariciado plan
de Colón de un viaje de descubrimiento se convirtió en un hecho
realizado.

[9] Los parientes de Gabriel, como todos los que llevaban el apellido
Santángel, fueron perseguidos por la Inquisición. Su padre, Pedro
Sánchez, fue quemado en efigie en Zaragoza en 1493, "por hereje
apóstata judaizante", y sus hermanos y hermanas murieron en la hoguera
como herejes judíos.

CAPÍTULO VI

Expulsión de los Judíos de España — Acuerdo de Santa Fe — Éxodo de


los Judíos — Preparativos y Salida de Colón — Participación de los
Judíos en la Expedición — Guanahani — Luis de Torres — Indios e
israelitas.
"Asi que después de haber echado fuera todos los judíos de todos
vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de Enero mandaron vuestras
Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de
India". Éstas son las palabras con las cuales Colón comienza su diario.
Sin una palabra de desaprobación, él así menciona el trágico
acontecimiento que afectó al bienestar de cientos de miles, y que debe
haber producido una profunda impresión en el naturalmente vivaz
explorador. Sus apáticas palabras son indicativas de su fanatismo. Ese
rasgo, sin embargo, él no lo importó desde Italia, que en ese tiempo era
un país preeminentemente republicano y comercial. Un espíritu muy
diferente fue mostrado por su compatriota Agostino Giustiniani, el sabio
obispo de Nebbio, que habla de los judíos expulsados de España con una
sentida simpatía [1]. Él fue el primero en escribir un breve esbozo
biográfico del explorador; ese esbozo, que alaba a Colón, es dado de
manera incidental en el salterio políglota del obispo, en los comentarios
al salmo XIX. El entusiasmo religioso de Colón pronto degeneró en
fanatismo a consecuencia de su contacto con eclesiásticos —sus más
fieles y útiles amigos— y a consecuencia de su íntima relación con
hombres como el bachiller Andres Bernáldez [2], y Pedro Mártir de
Anglería, quien se jacta de la especial amistad que tuvo con Colón. Ese
fanatismo también fue alimentado por la sórdida avaricia y el deseo de
promover sus propios intereses materiales. A fin de parecer
particularmente piadoso, él incluso llevaba puesta la capucha marrón
oscuro de los franciscanos.

[1] Annali della Repubblica di Genova Illustrati con Note dal Cav. G. B.
Spotorno, II, 566.
[2] Bernáldez, el fanático autor de la Historia de los Reyes Católicos, era
el párroco de la pequeña ciudad de Los Palacios. Colón fue su alojado
durante un tiempo.

La expulsión de los judíos de España está estrechamente relacionada


con la expedición de Colón y con el descubrimiento de América, no
simplemente de manera externa en el punto del tiempo sino también
intrínsecamente. No en Enero, como Colón afirma en su diario, sino el
31 de Marzo de 1492, los monarcas católicos publicaron desde el palacio
de la Alhambra el edicto de que todos los judíos y judías de cada edad,
so pena de muerte, deberían abandonar todos los reinos y las tierras de
España dentro de cuatro meses. El edicto, que fue firmado por Fernando
e Isabel, es de un carácter totalmente religioso, especialmente en cuanto
a la razón principal dada para dicha ley. La razón dada es que, a pesar
de los esfuerzos incesantes y más enérgicos de la Inquisición, los
marranos eran engañados por aquellos que se adherían al judaísmo para
que volvieran a su antigua fe, y que eso ponía enormemente en peligro
la religión católica. A los judíos les permitieron generosamente llevar
sus propiedades con ellos "por tierra y agua", excepto oro, plata, moneda
acuñada y mercancía sujeta a las leyes que prohíben la exportación; ellos
podían llevar así con ellos sólo artículos como los que podían ser
libremente exportados [3].

[3] Las siguientes palabras están al final del edicto: "E assi mismo damos
liçencia é facultad a los dichos judíos é judías que puedan sacar fuera de
todos los dichos nuestros reynos é señoríos sus bienes é faciendas por
mar é por tierra, en tanto que no seya oro, nin plata, nin moneda
amonedada, nin las otras cosas vedadas por las leyes de nuestros reynos,
salvo mercaderías que no seyan cosas vedadas ó encobiertas".
El rey y la reina actuaron de pleno acuerdo, pero Fernando
desempeñó el papel principal en la expulsión de los judíos. De ahí que
el edicto no fuera firmado por el secretario de Estado castellano Gaspar
Gricio sino por el secretario de Estado de Aragón Juan de Coloma, un
antiguo confidente del rey. Historiadores españoles recientes admiten
sin dificultad que Fernando fue llevado a adoptar esa medida más por
motivos económicos y políticos, más por el deseo de promover sus
propios intereses materiales, que por el celo religioso con que actuaba
Isabel [4].

[4] "La expulsión de los judíos obedeció menos a causas religiosas que
a económicas y políticas", dice Abdón de Paz en la Revista de España,
vol. 109, p. 377. Véase también de Adolfo de Castro, Historia de los
Judíos en España, 136, y Bofarull y Broca, Historia Crítica de Cataluña,
Barcelona, 1877, pp. 377 sq.

El rey necesitaba mucho dinero para llevar a cabo su plan para poner
el nuevo territorio bajo su dominio. Él lo tomó de los judíos, que eran
ricos, sobre todo en Castilla; algunos de ellos tenían tanto como uno o
dos millones de maravedíes, o más. La Inquisición, a la que él había
traído a la existencia, y la expulsión de los judíos, que él había decretado,
tenían uno y el mismo objetivo: la primera pretendía asegurar la
propiedad de los judíos secretos para la tesorería estatal, y la segunda,
so capa de religión, pretendía confiscar la propiedad de aquellos que
abiertamente profesaban ser judíos.

Los judíos conocían al avaro Fernando y sus planes secretos. Como


en el caso de los marranos cuando la Inquisición fue introducida, así
ahora aquellos sobre cuyas cabezas colgaba la espada de Damocles de la
expulsión hicieron un intento de comprar el consentimiento del rey para
el retiro del edicto. Isaac Abravanel —cuyos servicios llenos de
abnegación en favor del Estado fueron reconocidos y a quien el rey y la
reina todavía debían una gran suma de dinero, tomado prestado durante
la guerra con los moros— ofreció a Fernando 30.000 ducados si él
apartaba el mal que amenazaba a los judíos. Si Luis de Santángel —en
ese entonces en amistosa relación con Abravanel— o Juan Cabrero u
otros marranos intercedieron con el rey, es muy dudoso. Ellos estaban,
por una parte, más o menos preocupados por la materia, y temían perder
sus vidas si ellos interferían; por otra parte, ellos conocían demasiado
bien la obstinación y la avaricia del rey. De hecho, nada podría inducirlo
a ser lo bastante misericordioso como para revocar el edicto.

El 30 de Abril de 1492 sonaron al unísono las trompetas y los alcaldes


anunciaron públicamente al mismo tiempo en Santa Fe y en todas partes
a través del reino que hacia el final de Julio todos los judíos y las judías
con sus posesiones deberían dejar España, bajo pena de muerte y
confiscación de sus propiedades por el Estado. Después de aquella fecha
ningún español debía alojar a un judío en su casa o prestarle ninguna
ayuda.

El 30 de Abril, el mismo día en que fue anunciada en todas partes y


públicamente la expulsión de los judíos, a Colón se le ordenó que
equipara una flota para su viaje a las Indias, y al mismo tiempo él recibió
el contrato que el 17 de Abril había sido concordado en Santa Fe entre
él y Juan de Coloma, este último actuando de parte de los soberanos
españoles [5].

[5] Ese acuerdo fue impreso por Las Casas, Historia de las Indias, cap.
33.
Fernando, que se había opuesto enérgicamente durante mucho tiempo
a la expedición, se vio obligado a ceder gracias a la persistencia de
Colón, y obligado a aceptar las excesivas demandas del explorador, que
dos veces habían hecho que las negociaciones fueran discontinuadas. Él
le concedió el título de almirante, con todos sus privilegios, y lo hizo
virrey y gobernador general de todas las tierras que él pudiera descubrir
o adquirir. Colón no estaba contento sólo con dignidades y honores para
él y sus descendientes sino que deseaba también sacar una considerable
ganancia material de sus viajes. El objetivo principal de sus
exploraciones era, de hecho, encontrar oro, y en una carta a la reina él
declaró francamente que ese oro podría ser incluso el medio para
purificar las almas de los hombres y asegurar su entrada en el Paraíso.
Así, él estipuló que él debía tener un décimo de todas las perlas, piedras
preciosas, oro, plata, especias y otros artículos; en resumen, un décimo
de todo lo encontrado, comprado, intercambiado o de otro modo
obtenido en las tierras recién descubiertas; él también debía tener un
octavo adicional de las ganancias de la actual empresa y de todas las
empresas similares emprendidas en el futuro, a condición de que él
debiera contribuír con la octava parte del gasto.

Colón entonces hizo preparativos para su viaje. Él fue desde Granada


directamente al pequeño puerto de Palos, donde había sido ordenado por
Fernando y su consorte que algunos delincuentes equiparan dos
carabelas dentro de diez días. Allí él pronto reclutó en nombre de su
empresa los servicios de los ricos hermanos Pinzón, que disfrutaban de
una reputación muy alta entre los navegantes. En Palos él también
obtuvo a sus marineros y compañeros de viaje.
Los judíos, bajo el decreto de expulsión, hicieron preparativos para
dejar la hermosa tierra que durante siglos había sido el querido hogar de
sus antepasados, y a la que ellos estaban apasionadamente apegados.
Ellos arreglaron sus asuntos públicos y privados, intentaron vender sus
propiedades personales y asegurar que se les pagasen las deudas
pendientes que tenían con ellos; pero sólo en muy pocos casos ellos
tuvieron éxito en deshacerse de sus propiedades o en la obtención del
dinero de sus deudores. A medida que se aproximaba el día de su partida,
sus penas aumentaron. Ellos pasaron noches enteras en las tumbas de sus
antepasados, y estaban particularmente preocupados de que los
cementerios, que tenían las más queridas de todas sus posesiones
abandonadas, fueran protegidos de la profanación.

El 2 de Agosto de 1492, que coincidió con el día de luto por la doble


destrucción de Jerusalén, 300.000 judíos (según algunos escritores, el
número fue mucho más grande) [6] abandonaron España para instalarse
en África, Turquía, Portugal, Italia y Francia. Durante aquel siempre
memorable día ellos se embarcaron desde los puertos de Cartagena,
Valencia, Cádiz, Laredo, Barcelona y Tarragona.

[6] Un rabino, cuya sagacidad es alabada, "que llamaban Zentolla y al


cual yo puse el nombre de Tristán Bogado", informó a Bemaldez que
había más de 1.160.000 judíos en España en el momento de su expulsión.
Andres Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos, I, 338.

El 2 de Agosto los judíos españoles comenzaron su vagabundeo, y al


día siguiente, el viernes 3 de Agosto, Colón con su flota de tres naves, la
Santa María, la Pinta y la Niña, navegó para buscar una ruta por el
océano hacia India, y descubrir un nuevo mundo. Él fue acompañado en
su primer viaje por no más de ciento veinte hombres (según algunos
escritores, por sólo noventa), casi todos castellanos y aragoneses;
muchos de ellos eran de Palos, y algunos de Guadalajara, Ávila, Segovia,
Cáceres, Castrojeriz, Ledesma, Villar y Talavera, todas ciudades en las
cuales antes de la expulsión existían comunidades judías grandes o
pequeñas.

¿Hubo en esa armada alguna persona de extracción judía que bajo la


guía de Colón dirigió su curso hacia un nuevo mundo? No fue fácil para
él encontrar hombres dispuestos a acompañarlo en su viaje aventurero;
incluso personas culpables de delitos fueron liberadas de la prisión a
condición de que ellos se enrolaran entre los reclutas. ¿Qué debía
impedir que judíos, bajo el decreto de expulsión, perseguidos y sin
hogar, participaran en el viaje? Entre los compañeros del explorador
cuyos nombres han llegado hasta nosotros —la lista completa se ha
perdido— había varios hombres de ascendencia judía; por ejemplo, Luis
de Torres, un judío que había ocupado una posición bajo el gobernador
de Murcia y que fue bautizado poco antes de que Colón navegara. Como
Torres entendía hebreo, caldeo y algo de árabe, Colón lo empleó como
intérprete [*]. Alonso de la Calle era también de linaje judío; su apellido
se refería a la calle y sector de los judíos, de donde él provenía; él murió
en la isla Española el 23 de Mayo de 1503. Rodrigo Sánchez de Segovia
era un pariente del tesorero Gabriel Sánchez, y participó en el primer
viaje por una particular petición de la reina Isabel. El médico del barco,
el maestre Bernal, y el cirujano Marco, eran también de sangre judía.
Bernal había vivido antes en Tortosa, y como un adherente del judaísmo,
"por la Ley de Moysen", había sido sometido a la penitencia pública en
Valencia en Octubre de 1490, al mismo tiempo cuando Salomón Adret
y su esposa Isabel fueron quemados.

[*] El descubrimiento de Keyserling de la evidencia de que Luis de


Torres era un marrano es recordado en la sinagoga de las Bahamas que
lleva el nombre Luis de Torres (Wikipedia).
Cuando la flota, cuya tripulación era un conjunto muy variado de
hombres —españoles, moros y judíos, así como un irlandés y un
genovés—, había recorrido más de dos mil millas, los marineros
comenzaron a murmurar en voz alta por la intolerable duración del viaje.
Colón los calmó tan bien como pudo. El 11 de Octubre, después del
acostumbrado himno de la tarde, él exhortó a su tripulación para que
mantuvieran una aguda vigilancia en busca de tierra. Además de la
propina de diez mil maravedíes ofrecidos por el rey, él prometió un
jubón de seda para el que primero avistara tierra. Por fin, temprano la
mañana del viernes 12 de Octubre el grito "¡Tierra, Tierra!" surgió de la
Pinta.

En su diario, Colón admite que la tierra fue primero vista por uno de
sus marineros; pero el avaro explorador no pudo resistir la tentación de
reclamar la propina Real de diez mil maravedíes, y el pobre marinero
perdió eso así como el jubón prometido. ¿Quién fue el afortunado
marinero cuyas esperanzas fueron de esa manera rotas? Gonzalo
Fernández de Oviedo, que vio a los judíos marcharse de España y oyó
sus tristes lamentaciones, fue informado (así él nos lo dice) por Vicente
Pinzón, el comandante de la Niña, y por el marinero Hernán Pérez
Mateos, que fue un hombre de Lepe el que primero vio una luz distante
y gritó "¡Tierra!". Según Fernández de Oviedo, cuando ese hombre
encontró que lo habían defraudado con la propina, consiguió su
licenciamiento, fue a África, y allí desechó el cristianismo a cambio de
su antigua fe. El cronista no nos informa si la antigua fe era el judaísmo
[7]. Según otros, fue Rodrigo de Triana, un marinero de la Pinta, quien
primero gritó.

[7] "porque no se le dieron las albricias... se passó en Affrica y y renegó


la fe"; Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, cap. 5, pag. 7.
"I así el marinero de Lepe se pasó en Berberia y allí renegó la fe"; López
de Gómara, Historia de las Indias, 168; Fernández de Oviedo, Historia
General y Natural de las Indias, Madrid, 1851, I, 24.

La tierra era isla Watling o quizás la isla Acklin; los nativos la


llamaban Guanahani. Colón tomó posesión de esa isla para los
gobernantes de Castilla, y luego, navegando hacia el Sudoeste a
Fernandina, descubrió la isla que él llamó Isabel en honor a la reina.
Todavía buscando la isla de Cipango con su fabulosa riqueza de oro y
especias, él llegó a Cuba hacia fines de Octubre. Él creyó que estaba en
la vecindad inmediata del reino del Gran Khan, y determinó mandar
enviados hacia el interior para averiguar, como él lo expresó en una carta
a Luis de Santángel, si había allí un rey o grandes ciudades. Esa misión
él la confió a Luis de Torres, que fue acompañado por Rodrigo de Jerez
de Ayamonte.

Colón les dio instrucciones específicas, les ordenó que ellos


prepararan el camino para un tratado de paz entre el gobernante del país
y la corona castellana, y les dio una carta y regalos para el primero. Ellos
también llevaron consigo muestras de pimienta y otras especias, a fin de
mostrarlas a los nativos y averiguar dónde crecían tales cosas. El viernes
2 de Noviembre Luis de Torres y su compañero comenzaron su viaje en
la tierra desconocida, y volvieron donde Colón el día 6. Ellos relataron
que, después de sesenta millas de viaje, llegaron a un lugar con cincuenta
chozas y con una población de aproximadamente mil personas; allí ellos
encontraron hombres y mujeres con fuego en sus manos con el cual ellos
encendían el extremo de un pequeño rollo sostenido en la boca que
parecía ser de hojas secas y que era llamado tabaco; ellos inhalaban el
otro extremo del pequeño rollo, y exhalaban grandes nubes de humo por
la boca y la nariz. Los dos enviados recibieron una muy amistosa
bienvenida de los nativos y su jefe; las mujeres besaron sus manos y
pies, y cuando ellos se marcharon fueron escoltados por el gobernante,
su hijo, y más de quinientas personas.

Luis de Torres, el primer europeo que descubrió el uso del tabaco,


fue también la primera persona de ascendencia judía que se instaló en
Cuba. Él ganó el favor del gobernante, el cacique, y recibió de él como
regalos no simplemente tierras sino también esclavos, cinco adultos y un
niño. El rey y la reina de España le concedieron una concesión anual de
8.645 maravedíes, y Torres murió en la tierra recién descubierta.

En Cuba, La Española, y las otras islas que él descubrió, Colón


encontró nativos que tenían sus caciques, y su propia lengua y
tradiciones. ¿A qué raza pertenecían esos aborígenes de América?
Varios escritores han afirmado, y han desplegado muchos
conocimientos en el intento de demostrarlo, que los aborígenes eran
descendientes de los judíos [8]. Ese resultado fue alcanzado ya en el
siglo XVI por un clérigo español [un tal Doctor] Roldán; sus argumentos
se derivaban de un manuscrito inédito que él descubrió en la Biblioteca
de S. Pablo en Sevilla.

[8] Entre otros escritores, véase Gaffarel, Histoire de la Découverte de


l'Amérique, París, 1892, I, 89 sq.

[Fernando de] Montesinos [9], quien poseía los manuscritos de Luis


López, el docto obispo de Quito, estaba convencido de que los peruanos
eran de origen judío. La opinión de Roldán y de Gregorio García [10],
de que los aborígenes de América eran descendientes de los judíos, fue
sostenida con muchos argumentos aquel mismo año, 1650, de manera
independiente por el inglés Thomas Thorowgood [11] y por el judío
portugués Menasseh ben-Israel, un renombrado rabino de Amsterdam
que indujo a Cromwell a permitir que los judíos volvieran a Inglaterra.
Un marrano portugués de Villaflor, que, cosa extraña, también se
apellidaba Montesinos [Antonio] y que después asumió el nombre de
Aarón Levi, informó a Menasseh que él había estado en contacto en
América del Sur con judíos de las Diez Tribus. El libro de Menasseh
llamó mucha atención y fue traducido al latín, castellano, holandés,
inglés, italiano y hebreo [12]. El interés por dicho libro no ha cesado
hasta hoy día; ese tratado "sobre el origen de los americanos" fue
reimpreso hace doce años por el español Santiago Pérez Junquera [13].

[9] Él fue un clérigo brioso e intrépido, que durante mucho tiempo


residió en Lima a principios del siglo XVI. [NdelT: Kayserling aquí se
refiere equivocadamente al fraile Antonio de Montesinos, del siglo XVI,
que nunca estuvo en Perú sino en La Española y de quien se sabe que
fue brioso e intrépido en su defensa de los indios frente al abuso. De
Fernando de Montesinos, del siglo XVII, también sacerdote y que sí
estuvo en Perú, se sabe que escribió atribuyéndole a los indios peruanos
un origen semita e identificando a Perú con la bíblica tierra de Ofir.
Kayserling de hecho sólo da su apellido].
[10] Gregorio Garcia, Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Valencia,
1607.
[11] Thomas Thorowgood, Jews in America; or Probabilities that the
Americans Are of that Race, Londres, 1650.
[12] Menasseh ben Israel, Esperança de Israel, Amsterdam, 1650; 2a
edición, Smyrna, 1659. La traducción latina se titula Spes Israelis, anno
1650.
[13] Santiago Pérez Junquera, Esperanza de Israel. Reimpresión a plana
y renglón del libro de Menasseh ben Israel, teólogo y filósofo hebreo,
sobre el Origen de los Americanos, Madrid, 1881. El rabino Louis
Grossmann de Detroit, Michigan, tradujo una parte del trabajo al inglés,
en el American Jews' Annual para el año 5649, es decir, 1889, bajo el
título de The Origin of the American Indians and the Lost Ten Tribes.
El origen de los americanos es, de hecho, una cuestión que a menudo
ha sido discutida desde el descubrimiento de América hasta el día
presente. Incluso en tiempos recientes el inglés Lord Kingsborough
dedicó su tiempo, sus habilidades y la mayor parte de su gran fortuna a
la publicación de una colección de documentos americanos, a fin de
demostrar el origen judío de los indios de América [14]. No es
improbable que los judíos que fueron expulsados de Nínive por
Salmanassar vagaran hasta regiones deshabitadas. Según [el cronista
Antonio de] Herrera, los indios valoraban la tradición de que Yucatán
había sido colonizada por tribus venidas del Oriente. Varios escritores
dan la ruta exacta por la cual los judíos viajaron hasta que ellos se
establecieron en Cuba. Lord Kingsborough incluso afirma que ellos
cruzaron el estrecho de Behring, y luego se dirigieron a Méjico y Perú.

[14] Antiquities of Mexico, Londres, 1830-1848, vol. VI.

De más interés que el modo de la migración es la pregunta de si


alguna analogía en el lenguaje, en tradiciones, en concepciones
religiosas o en ceremonias religiosas justifica la aceptación de esa teoría
etnológica. El principal argumento del Doctor Roldán en apoyo de su
opinión es el lenguaje de los indios en La Española, Cuba, Jamaica y las
islas contiguas. Él afirma que tiene mucho parecido con el hebreo; de
hecho, él incluso lo llama hebreo corrompido. Él afirma que nombres
tales como Cuba y Haití son hebreos, y que ellos fueron primero
aplicados por los más antiguos caciques, los jefes o líderes (kasin), que
descubrieron y poblaron las islas. Los nombres de ríos y de personas en
uso entre los nativos se derivan del hebreo: por ejemplo, Haina del
hebreo Ain, corriente; Yones de Jona, Yaque de Jacob, Ures de Urías,
Siabao de Siba, Maisi de Moysi. Los nombres de sus herramientas, de
sus pequeñas canoas o cansas, el nombre axi para la pimienta, el nombre
del almacén para el maíz y el grano, y otras designaciones, todo apunta
a la lengua hebrea.

Sus ritos y ceremonias, así como su lenguaje, forman uno de los


argumentos principales a favor de esa teoría de su origen. La
circuncisión prevalecía entre los indios; ellos a menudo se bañaban en
ríos y corrientes; ellos se abstenían de tocar a los muertos y de probar la
sangre; ellos tenían días definidos de ayuno; el matrimonio con cuñadas
estaba permitido si ellas quedaban viudas sin hijos; las mujeres eran
desechadas a cambio de nuevas compañeras. Ellos también sacrificaban
los primeros frutos en altas montañas y bajo árboles sombreados; ellos
tenían templos y llevaban un arca sagrada que los precedía en tiempo de
guerra; ellos eran también, como las Diez Tribus, inclinados a la
adoración de ídolos. Todos los escritores y los viajeros están de acuerdo,
además, en que había muchos tipos de rostros judíos entre los indios, los
aborígenes de América.

La pregunta de si los amerindios son descendientes de los judíos, si


ellos son descendientes de las "Diez Tribus perdidas", a menudo ha sido
contestada tanto de manera afirmativa como negativa [15], pero dicha
cuestión no ha sido todavía definitivamente establecida.

[15] Véase, entre otros escritores, Garrick Mallery, Israelite and Indian;
a Parallel in Planes of Culture, Salem, 1889. Para otros trabajos sobre
este tema, véase Narrative and Critical History of America, editada por
Justin Winsor, Boston, 1889, I, 115-116.

CAPÍTULO VII
Regreso de Colón — Sus Cartas a Santángel y Sánchez — Preparativos
para la Segunda Expedición; el Dinero de los Judíos Utilizado — El
Segundo Viaje — Descubrimientos Portugueses — Vasco da Gama y
Abraham Zacuto — Gaspar da Gama — Francisco de Albuquerque y
Hucefe, o Alexander de Atayde.

Encantado por el éxito de su expedición y con los grandes tesoros de


oro, plata y especias que había encontrado, Colón comenzó su viaje de
regreso en Enero de 1493. Él agradecidamente recordó que Luis de
Santángel le había proporcionado los medios para emprender su viaje, y
de ahí que él consideró como su deber enviar a Santángel las primeras
buenas nuevas de su éxito, un detallado relato de su viaje y
descubrimientos. Esa carta fue escrita en castellano cerca de las Azores
o las Canarias el 15 de Febrero de 1493. En ella Colón habla del gran
triunfo que Dios le había concedido, y declaró que él y la armada que el
monarca español había colocado a su disposición habían alcanzado las
Indias en veintitrés días, y que había descubierto allí muchas islas
habitadas. Él hizo un informe similar al tesorero Gabriel Sánchez.
Santángel y Sánchez inmediatamente hicieron llegar esas cartas al rey y
a la reina, quienes entonces estaban residiendo en Barcelona, y poco
después sus majestades recibieron al explorador con mucha ceremonia.

Las noticias de los descubrimientos se difundieron rápidamente por


la mayor parte de Europa [1]. Gabriel Sánchez dio una copia de la carta
de Colón a un librero en Barcelona, el cual la hizo imprimir en letras
góticas; dentro de un año dos ediciones fueron publicadas. Leandro de
Cosco preparó una traducción latina, de la cual cuatro ediciones fueron
impresas en el primer año, 1493. En años recientes diversas traducciones
inglesas e italianas de esas cartas han sido publicadas. Ellas siempre
formarán el monumento conmemorativo más notable de la historia
americana.

[1] Colón y los descubrimientos españoles tempranamente llamaron la


atención de escritores judíos. El primero de ellos que menciona el asunto
es Abraham Farisol de Aviñón, quien, cuando tenía diecinueve años de
edad, se instaló en Mantua, y de allí emigró a Ferrara. Los relatos de los
descubrimientos de Colón que fueron primero publicados en Vicenza,
en 1507, en una colección de viajes al Nuevo Mundo, sirvieron como la
base del trabajo de Farisol titulado Carta acerca de los Estilos de Vida,
escrita en hebreo en Noviembre de 1524, y primeramente publicada en
Venecia en 1587. Ese trabajo, que es una especie de tratado general sobre
geografía, da algunas breves noticias acerca de América, y llama al
descubridor "Cristofol Colombo, un genovés".

Dicho tema fue estudiado más a fondo por Joseph Cohen, un hijo de
exiliados españoles, que nació en Aviñón en 1495. Él fue educado en
Génova, donde ejerció como médico hasta 1550, cuando él y sus
correligionarios fueron desterrados de aquella ciudad. Él fue a
Voltaggio, y luego se estableció en Castelletto Monferrato. Él tenía
ochenta años cuando murió. Tradujo al hebreo la Historia General de las
Indias de Francisco López de Gómara, que apareció en 1535, la segunda
parte de la cual contiene La Conquista de México y de la Nueva España.
La traducción hebrea en dos libros, que fue completada en 1557, existe
sólo en manuscrito. Cohen también habla de los descubrimientos
portugueses y españoles en su tratado hebreo titulado Libro de la Crónica
de los Reyes de Francia y de los Grandes Duques Otomanos, que
primero apareció en Venecia en 1553 ó 1554. Cohen atribuye el
descubrimiento de América a Amerigo Vespucci.
A fin de protegerse contra los celos de Portugal, y de asegurar para
España las tierras descubiertas por Colón así como aquellas que éste
pudiera descubrir en el futuro, el astuto Fernando apeló al Papa por
ayuda. En ese entonces el trono papal era ocupado por el aragonés
Alejandro VI. La única cosa buena que puede ser dicha de él es que trató
a los judíos magnánimamente; él, de hecho, era comúnmente llamado
"el marrano" o "el judío". Aunque él no fuera un amigo de Fernando,
publicó su famosa Bula de Demarcación el 3 de Mayo de 1493, que
pretendía impedir futuras peleas entre España y Portugal en cuanto a la
posesión del territorio recién descubierto. Esa concesión fue concedida
a España para todo tiempo futuro, a condición de que sus gobernantes se
esforzaran por propagar la fe católica en las tierras recién descubiertas
[2].

[2] Dicha concesión fue modificada posteriormente por el Tratado de


Tordesillas de 1494.

Mientras Colón estaba aún en Barcelona, se hicieron rápidos


preparativos para su segundo viaje. Fernando no carecía ahora de
medios. Según su propia declaración, él había averiguado que los judíos,
expulsados de su reino "para el honor y la gloria de Dios", habían dejado
dinero o su equivalente en propiedades personales e inmuebles, así como
muchas deudas que ellos habían sido incapaces de cobrar. Según una
orden Real del 23 de Noviembre de 1492, las autoridades debían
confiscar para la tesorería estatal toda la propiedad que había
pertenecido a los judíos, incluída la que los cristianos habían tomado de
ellos o de la que se habían apropiado ilegalmente o mediante la
violencia.

El 23 de Mayo de 1493 al almirante de las islas recién descubiertas y


a Juan Rodríguez de Fonseca, el arcediano de Sevilla, que supervisaba
el equipamiento de la flota de parte de la corona, les ordenaron ir a
Sevilla y Cádiz para asegurar tales barcos, marineros y las provisiones
que fueran necesarias para la segunda expedición. Aquel mismo día
Fernando e Isabel firmaron un gran número de órdenes para funcionarios
Reales en Soria, Zamora, Burgos y muchas otras ciudades,
instruyéndolos para que aseguraran la posesión inmediata de todo el
dinero, metales preciosos, utensilios de oro y de plata, joyas, piedras
preciosas y todo lo demás que había sido tomado de los judíos que
habían sido expulsados de España o que habían emigrado a Portugal, y
todo lo que esos judíos habían confiado para su depósito a parientes
marranos o amigos, y todas las posesiones judías que los cristianos
habían encontrado o de las que se habían apropiado ilegalmente. A los
funcionarios Reales también se les ordenó convertir toda esa propiedad
en dinero contante y entregarlo al tesorero Francisco Pinelo en Sevilla,
para solventar los gastos de la segunda expedición de Colón.

La corona, de esa manera, se apropió de las grandes sumas de dinero


que habían sido tomadas de los judíos desterrados. Por ejemplo, varias
letras de cambio que Juan Bran, un judío que había huído a Portugal,
debía pagar a Antonio de Castro, de Toledo, a Julián Catanes y Bernaldo
Pinolo, fueron encontradas en posesión de varios comerciantes, y fueron
confiscadas por la corona. Los beneficios, 4.120 ducados en oro, fueron
depositados en el monasterio de Las Cuevas por De la Torre, un
funcionario de la tesorería Real. El 23 de Mayo de 1493 el rey y la reina
solicitaron que el conde de Cifuentes tomara el dinero del monasterio
inmediatamente y lo hiciera transferir a salvo al tesorero Pinelo, a fin de
que él pudiera usarlo para el equipamiento de la flota que debía ser
enviada a las Indias. Juan de Ocampo, el alcaide de Orueña, tenía en su
posesión oro, ornamentos, ropa y otros artículos dejados por un judío
que había huído a Portugal. Un detallado inventario de esa propiedad,
preparado por el secretario Real Fernando Álvarez de Toledo y firmado
por otros funcionarios Reales, fue enviado al conde Alonso, un pariente
de Fernando e Isabel; a él se le instruyó para que se hiciera cargo de los
artículos, los vendiera, y entregara los beneficios, hacia fines de Junio o
como máximo el 10 de Julio, a Pinelo, para ayudar a pagar los gastos de
la armada que debía ser equipada "para el descubrimiento de las islas y
continentes en el océano".

De manera similar y para el mismo propósito a Bernaldino de Lerma


le ordenaron transferir a Pinelo el equivalente en efectivo del dinero,
objetos de valor, ropa y otros artículos que pertenecían a los judíos
desterrados que el administrador del rey, Juan de Soria, la esposa de
Diego Guiral, Antonio Gómez de Sevilla, Álvaro de Ledesma y otros
había recibido del orfebre Diego de Medina, de Zamora. Bernaldino
recibió una orden para tratar de manera parecida con todo el oro, plata,
joyas y varias otras cosas (especificadas en un inventario enviado con la
orden) que el rabino Efraím, el judío más rico en Burgos, antes de
emigrar de España, había dejado con Isabel Osorio, la esposa de Luis
Núñez Coronel, de Zamora.

No simplemente la ropa, los ornamentos y los objetos de valor que


habían sido tomados de los judíos fugitivos fueron convertidos en
dinero, sino que también las deudas que ellos habían sido incapaces de
cobrar fueron declaradas por orden de la corona decomisadas para la
tesorería estatal, y se adoptaron rigurosas medidas para cobrarlas. Varios
comerciantes en Calahorra, Burgos y otras ciudades, a saber, Alonso de
Lerma, Juan de Torres, Alonso de Salamanca, Juan Alonso de Sahagund
y otros, debían grandes sumas de dinero al rico Efraím y a Benveniste
de Calahorra, el cual en el momento de la expulsión era un habitante de
Burgos. A García de Herrera, un funcionario de la casa Real, le
ordenaron cobrar esas deudas inmediatamente, así como todas las otras
deudas por cobrar que los judíos habían dejado dentro del territorio de
Burgos, o al menos tales de estas reclamaciones que no habían sido
pagadas ya al corregidor García Cortés. De manera parecida se ordenó
que Luis Núñez Coronel pagara a Bernaldino de Lerma, sin oposición o
tardanza, los 4.850 ducados que su esposa debía por casas compradas
que habían sido de los judíos.

Los inventarios mencionados de los artículos confiscados


encontrados en manos de cristianos o en manos de parientes marranos
de los judíos desterrados nos permiten estimar aproximadamente la
riqueza de los judíos, así como la avaricia de los gobernantes españoles.
Entre las posesiones de los judíos encontramos cucharas, tazas,
escudillas, teteras, ollas, candelabros, báculos, todo de plata, y también
anillos de plata y de oro, perlas y corales, y un número
sorprendentemente grande de pulseras de plata, broches, cinturones,
cadenas, hebillas, botones y cintas para el pelo [3]. En su ilimitada
avaricia el rey y la reina no solamente ordenaron que todos los
confiscados objetos de valor y la ropa de los judíos fueran vendidos, sino
también los gastados damasquinados, terciopelos, sedas, y cubiertas de
lino y envoltorios de los rollos de la Torá, y los manteles de seda usados
en las sinagogas; todo aquello fue utilizado para el equipamiento de la
expedición de Colón.

[3] La ley prohibía a las judías llevar puestos ornamentos hechos de oro.
Véase Kayserling, Das Castilianische Gemeinde-Statut, en Jahrhuch für
die Geschichte der Juden, IV, 278, 331.

Es completamente cierto que las medidas adoptadas por Fernando e


Isabel para Soria, Zamora y Burgos también fueron aplicadas a todas las
otras ciudades y provincias en las cuales los judíos habían vivido. De los
inventarios que todavía existen podemos deducir que solamente en
dinero efectivo —en la forma de ducados, doblones, reales, castellanos,
florines, justos [4] y cruzados— al menos dos millones de maravedíes
[5] fueron tomados de los judíos desterrados. Si añadimos a eso los
beneficios de las letras de cambio confiscadas que vinieron de Portugal,
las grandes deudas debidas a los judíos solamente en Burgos que la
corona cobró, y los beneficios de los muchos artículos de oro y plata,
joyas y gemas, especificados como requisados, la suma que la tesorería
estatal ganó por la expulsión de los judíos —calculada simplemente
sobre la base de los inventarios existentes— ascendió a
aproximadamente seis millones de maravedíes. Eso era más de cuatro
veces lo que fue gastado por la primera expedición de Colón. A esa suma
deben ser añadidos los dos millones que la Inquisición en Sevilla entregó
al comerciante florentino Juonato Beradi, que vivía en Sevilla y a quien
se le había confiado el equipamiento de la armada.

[4] Un justo es una moneda de oro portuguesa que valía 600 reis; medio
justo era llamado un espadín.
[5] En el tiempo de Fernando e Isabel, 1 marco de plata = 2.210
maravedíes; 1 ducado = 383 maravedíes; 1 doblón = 490 maravedíes.

Es imposible calcular las enormes sumas que la Inquisición arrebató


a judíos y moros, o las que la tesorería estatal ganó por la expulsión de
los judíos. ¡Pobre España! Según una orden del 23 de Mayo de 1493, fue
del dinero de los judíos que a Colón se le pagaron los diez mil
maravedíes que los monarcas españoles habían prometido como una
recompensa para el primero que divisara tierra; y el 24 de Mayo él
recibió un regalo adicional de mil doblones de la misma fuente. Como
hemos indicado ya, fue también con el oro judío que fueron pagados los
gastos de su segunda expedición.

El 28 de Mayo de 1493 Colón dejó Barcelona para hacer los


preparativos necesarios para su segundo gran viaje, y él navegó desde
Cádiz para América el 25 de Septiembre. Él fue acompañado por mil
doscientos hombres, entre quienes había, como en el caso del primer
viaje, varias personas de linaje judío. La lista de la tripulación no ha
llegado hasta nosotros.

Colón descubrió las islas de Dominica, Marigalante, Guadalupe y


Puerto Rico, y finalmente llegó a Jamaica; pero él pronto cayó del
pináculo de renombre al cual había subido tan laboriosamente. Los
hidalgos que lo acompañaron fueron decepcionados en sus expectativas;
el éxito alcanzado no era correspondiente con el gran costo del viaje que
habían hecho. Los gobernantes de España, el desconfiado Fernando y la
voluble Isabel, le retiraron a Colón su favor, hasta que finalmente él cayó
en desgracia. Aquello en parte se debió a los descubrimientos que los
portugueses hicieron en aquel tiempo.

El éxito de Colón había animado a los portugueses a continuar sus


propias exploraciones a lo largo de la costa del sur de África, en busca
de la tierra de piedras preciosas y especias y una ruta por el océano hacia
India. El plan que João II había formado para emprender un nuevo viaje
de descubrimiento, pero que su muerte le impidió ejecutar, fue asumido
por su sobrino y sucesor, Dom Manuel, poco después de su ascenso al
trono. El comandante que él designó para que se hiciera cargo de la
escuadra equipada para ese fin fue Vasco da Gama, un hombre de gran
determinación, versado en cosmografía y ciencia náutica.

Antes de enviar la flotilla, sin embargo, el rey convocó a su astrólogo


confidencial a Beja, la residencia Real, a fin de consultar con él una vez
más acerca del plan de exploración. Ese astrólogo era Abraham Zacuto,
mencionado en un capítulo precedente, quien, a consecuencia del edicto
español de expulsión del 31 de Marzo de 1492, había seguido a su
anciano profesor, el piadoso rabino Isaac Aboab, a Portugal, y se había
instalado en Lisboa. De allí en adelante él dedicó sus servicios a la tierra
que, al menos por un tiempo, lo recibió hospitalariamente a él y a sus
correligionarios españoles. Debido a su extenso conocimiento de
astronomía y matemáticas, él fue altamente estimado tanto por el rey
João como por Dom Manuel. En 1494 João le hizo un presente
honorífico de diez espadines de oro, o tres mil reis; Manuel lo designó
como su astrólogo, y tuvo frecuentes conferencias con él acerca de
asuntos astronómicos y marítimos. A petición del rey Manuel, Zacuto se
dedicó con mucho celo a la elaboración de una teoría acerca de las
tormentas, e indicó cómo los barcos podrían hacer sin peligro el viaje al
Cabo de Buena Esperanza y volver en un tiempo comparativamente
breve.

El rey Manuel mostró su gratitud a Zacuto, y pidió el consejo de éste


acerca de la propuesta expedición a India. El astrólogo no ocultó al rey
los grandes peligros que tendrían que ser encontrados en un viaje a una
tierra tan distante, pero dijo que, en su opinión, aquello resultaría en el
sometimiento de una gran parte de India a la corona portuguesa. Las
obras de Zacuto facilitaron materialmente la ejecución de los grandes
planes de Vasco da Gama y otros exploradores. Da Gama tenía a Zacuto
en alta estima, y antes de navegar desde Lisboa el 8 de Julio de 1497,
conferenció con él y recibió información suya en presencia de toda su
tripulación [6].

[6] Antes de 1502 Zacuto fue a Túnez, donde escribió su valiosa crónica,
Jochasin. Él murió en Esmirna alrededor del año 1515.

Durante el viaje de regreso de Da Gama a Europa, mientras estaba en


la pequeña isla de Anchediva, a sesenta millas de Goa, un europeo alto
con una larga barba blanca se acercó a su barco, en un bote con una
pequeña tripulación. Él había sido enviado por su señor Sabayo, el
gobernante musulmán de Goa, para negociar con el navegante
extranjero. Dicho visitante era un judío, el cual, según algunos cronistas,
había llegado desde Posen [en Polonia], y según otros desde Granada.
Expulsados de sus casas debido a su religión, sus padres habían
emigrado a Turquía y Palestina. Desde Alejandría, que según algunos
cronistas había sido su lugar de nacimiento, él se dirigió a través del Mar
Rojo a La Meca y de allí a la India. Allí él estuvo en cautiverio durante
mucho tiempo, y más tarde fue hecho almirante (capitao mór) por
Sabayo [7].

[7] Según Damião de Goes, Chron. de D. Manuel, parte I, cap. 44, "era
judeu de Reyno do Polonia do Cidade de Posna". Según Barros, Asia,
dec. I, lib. 4, cap. II, él nació en Alejandría. Correa, I, 125, lo llama
"judeo granadi... este judeo na tomada de Granada sendo homem
mancebo desterrado"; esto no está de acuerdo, sin embargo, con la propia
declaración del judío de que antes de la llegada de los portugueses a Goa,
en 1498, él había pasado cuarenta años en prisión. Su nombre es
desconocido.

Cuando el judío llegó a los barcos portugueses con sus flameantes


banderas, él saludó a la flota en la lengua castellana con el saludo náutico
"Dios bendiga a los barcos, a los capitanes, y a todos los marineros".
Grande fue la alegría de los portugueses de oír tan lejos de casa un
lenguaje estrechamente relacionado con su lengua materna. Grande fue
también el deseo del judío de obtener noticias de su tierra natal, que
todavía le era querida. Confiando en la promesa de seguridad completa
que los portugueses le dieron, él subió a bordo de uno de sus barcos. Allí
fue recibido con señales de respeto, y los marineros escucharon con
placer sus reminiscencias. Su deseo de prolongar la conferencia llevó a
Vasco da Gama a sospechar que él era un espía. A una señal del
comandante, el judío, para su gran sorpresa, fue repentinamente
agarrado y atado de manos y pies. Después de ser desvestido, fue
despiadadamente azotado por dos sirvientes del barco. Da Gama juró por
la vida de su rey que él lo haría azotar hasta que confesara la verdad
entera. Para evitar los tormentos de la tortura él finalmente se sometió a
los portugueses, y a fin de salvar su vida, prometió permitir que él fuera
bautizado. Él fue llamado Gaspar da Gama, a partir del nombre del
almirante, quien actuó como su padrino.

El marinero judío Gaspar, o, como es a veces llamado, Gaspar de las


Indias, fue llevado a Lisboa por Vasco da Gama. El rey Manuel, que se
agradó mucho del recién llegado y le gustaba conversar con él, le dio
ricos presentes en ropa, caballos y criados, y también le concedió una
carta de privilegios. Como Peschel realmente afirma, Gaspar prestó
servicios inestimables a Vasco da Gama y a varios comandantes
posteriores de la flota portuguesa. Él era un marinero de experiencia,
bien versado en idiomas y totalmente informado de todos los asuntos
referentes a India.

En el año 1500 él acompañó a Pedro Álvares Cabral en su expedición


al Este. Eso él lo hizo por expreso deseo del rey, que instruyó a Álvares
Cabral para que consultara con Gaspar en todos los asuntos importantes.
Álvares lo empleó principalmente como intérprete. Espléndidamente
vestido Gaspar negoció con el rey de Melinde, con quien ya se había
relacionado cuando él estaba empleado por Sabayo. Asumiendo el
vestido musulmán como un disfraz y simulando rezar como un
musulmán, él descubrió un rebelde complot de los nativos de Calicut
para masacrar a los portugueses.
Desde Calicut Álvares Cabral navegó hacia el Sur a Cochín. Gaspar
había aconsejado que él hiciera eso. El judío había expresado la opinión
de que, con vientos favorables, Cochín podría ser alcanzado en un solo
día. Él también había informado al almirante de que allí se encontraría
un mejor puerto y mucho más pimienta y otras especias que en Calicut
[8].

[8] Según Gaspar Correa, Lendas da India, fue por seguir el consejo de
Gaspar que Álvarez Cabral descubrió la costa de Brasil.

En Cabo Verde, en su viaje a casa, Álvares se topó con los barcos que
habían sido enviados desde Portugal expresamente para descubrir Brasil.
Amerigo Vespucci, que estaba en esa flota, se dio prisa para
aprovecharse del conocimiento y la experiencia de Gaspar da Gama, el
hombre mejor informado entre los seguidores de Álvares Cabral. Gaspar
le dio la información deseada acerca de la situación y condición, la
riqueza y el comercio, de las distantes tierras que Vespucci tenía la
intención de visitar. Este último, puede ser observado incidentalmente,
nunca menciona a Colón y sus descubrimientos; él lo ignota como si
nunca hubiera existido. Pero él habla de Gaspar en términos de alta
alabanza. En una de sus cartas Vespucci se refiere a él como "un hombre
digno de fe, que había viajado desde El Cairo hasta una provincia que se
denomina Malaca [en Malasia], la cual está situada en la costa del Mar
Índico... el dicho Gaspar, que sabía muchas lenguas y los nombres de
muchas provincias y ciudades. Como digo, es un hombre de mente alta,
porque ha hecho dos veces el viaje desde Portugal al Mar Índico. Él
también visitó la isla de Sumatra, y me dijo que él sabía de un gran reino
en el interior de India que era rico en oro, perlas y otras piedras
preciosas" [9].
[9] F. A. de Varnhagen, Amerigo Vespucci; Son Caractère, Ses Écrits,
Sa Vie, Lima, 1865; Humboldt, Examen Critique de l'Histoire de la
Géographie, V, 82.

En el año 1502 Gaspar hizo otro viaje a la India con una flota que fue
comandada por Vasco da Gama. Él negoció con el rey de Quiloa, que
era conocido por ser astuto e ingenioso. En Cochín, unos días más tarde,
él encontró de nuevo a su esposa. Esa mujer, que era notoria por sus
conocimientos, había resistido todos los incentivos para abandonar el
judaísmo. Cuando el primer Virrey de India, Francisco de Almeida, fue
a tomar posesión de su cargo en 1505, él fue acompañado por Gaspar y,
entre otros, por el hijo del doctor Martín Pinheiro, el juez de la Corte
Suprema en Lisboa. El joven Pinheiro llevó consigo un tronco
completamente lleno de rollos de la Torah, que habían pertenecido a las
sinagogas recientemente destruídas de Portugal. Él tenía la intención de
venderlas en Cochín, donde había muchos judíos y sinagogas [10]. La
esposa de Gaspar negoció la venta; por trece rollos de la Torah Pinheiro
obtuvo cuatro mil pardaos. Cuando el virrey oyó de esa transacción,
reprochó a Pinheiro con un lenguaje violento, y luego, después de
confiscar los beneficios de la venta para la tesorería estatal,
inmediatamente envió un informe de todo ese asunto a Lisboa.

[10] En 1504, cuando Isaac Abravanel escribió sus comentarios sobre el


Libro de Jeremías, él vio una carta, escrita por comerciantes portugueses
que venían desde la India con especias. En esa carta el indicó que ellos
habían encontrado a muchos judíos en aquella tierra. Abravanel,
Comentarios sobre Jeremiah, cap. 3.

Gaspar volvió a Lisboa con Vasco da Gama en 1503. El rey Manuel,


que todavía lo tenía en alta estima, le confirió el rango de cavalleiro de
sua casa en reconocimiento a sus servicios.
Una relación similar a la que Gaspar tuvo con Vasco da Gama, otro
judío la tuvo con Alfonso de Albuquerque, el comandante de la flota
portuguesa y gobernador de la India. En 1510, cuando Diogo Mendes de
Vascogoncellos fue enviado por el rey de Portugal para ayudar al
apremiado Albuquerque a reconquistar Goa, él encontró un barco en el
cual iban dos judíos castellanos muy ricos. Su destino era Cananor, y allí
Albuquerque fue informado por ellos. En respuesta a sus preguntas, ellos
le dieron una detallada información acerca del reino del Preste Juan (el
cual, dijeron ellos, tenía a un almirante judío a su servicio), y acerca del
Golfo Árabe, el comercio de aquellas regiones, y varios otros asuntos.
Albuquerque dio a los dos judíos españoles muchas señales de su estima,
y los indujo a abandonar el judaísmo, al menos durante un corto tiempo.
Uno de ellos se llamó a sí mismo Francisco de Albuquerque, en honor a
su patrón, a quien él lealmente sirvió como intérprete [11]. El otro, cuyo
verdadero nombre era Cufo o Hucefe, pero que se llamó Alexander de
Atayde, era un hombre muy experimentado y confiable, que conocía
muchos idiomas, y de ahí que Albuquerque lo designara como su
secretario. Él llegó a ser consejero de Albuquerque, su constante
compañero, y su muy íntimo amigo; y en la rendición de la fortaleza de
Ormuz él prestó a su patrón importantes servicios. Él disfrutó de la
completa confianza del almirante, y cuando este último, difamado por
sus enemigos y desacreditado por su soberano, murió en Goa abrumado
de dolor, Hucefe a petición del rey Manuel hizo un viaje a Lisboa. Él
logró dar al rey una mejor opinión del gran héroe y estadista que había
sido difamado en la corte Real.

[11] Albuquerque empleó como intérpretes a otros judíos que habían


sido expulsados de la península ibérica; por ejemplo, a un cierto Samuel
de El Cairo. Barros, Asia, dec. 2, lib. 7, cap. 8.
En Lisboa, Hucefe estaba en peligro de ser despojado de su
propiedad, que él siempre llevaba consigo en la forma de oro y piedras
preciosas; pero él encontró refugio en la casa de García de Noronha, el
sobrino de Albuquerque, con quien él se había relacionado en India.
García lo recibió hospitalariamente y manifestó su estima por él en
presencia de la nobleza de Lisboa. Él pronto dejó Lisboa y comenzó de
su viaje de regreso a la India. Él se dirigió a El Cairo, donde otra vez
profesó abiertamente el judaísmo.

CAPÍTULO VIII

Caída de Colón — Favores Reales Concedidos a Luis de Santángel —


Muerte de Santángel y de Gabriel Sánchez; Sus Descendientes —
Primeros Establecimientos de Marranos en La Española y en las
Colonias Portuguesas — La Inquisición y Sus Víctimas en las Colonias.

La recepción con la que Colón se encontró en su vuelta a España


después de su segundo viaje fue muy diferente de la que se le había dado
en Barcelona tres años antes. Las constantes quejas acerca de su avaricia,
arrogancia y crueldad habían arruinado su reputación. La reina Isabel,
que despiadadamente había ordenado que judíos y moros fueran
quemados, lo había instruído para que fuera amable e indulgente hacia
los indios. Pero él trató a los nativos cruelmente; él los acosó con fuego
y espada. Por su dominante conducta él también despertó la enemistad
de Juan Rodríguez de Fonseca, mencionado en el capítulo precedente,
quien después llegó a ser el obispo de Plasencia. En una explosión de
rabia él pateó y atacó violentamente al marrano Ximeno de Briviesca, el
contable de Rodríguez de Fonseca.
Desde ahí Rodríguez se convirtió en el mayor enemigo del
explorador. Por su conducta arrogante y despiadada él también se ganó
la enemistad del médico del barco, el marrano Maestre Bernal. La
conspiración de Porras en Jamaica instigada por Bernal y por un cierto
Camacho afectó seriamente el destino del almirante. Hasta su muerte,
que ocurrió el 20 de Mayo de 1506 en Valladolid, el descubridor del
Nuevo Mundo tuvo que soportar una considerable mala fortuna.
Mientras estuvo en esa angustiosa situación, él frecuentemente pidió a
su antiguo benefactor Gabriel Sánchez que intercediera con Fernando e
Isabel en su nombre; él también con frecuencia pidió ayuda a Luis de
Santángel, quien había sido su ferviente partidario en el pasado.

Debido al altruísmo de Santángel, el rey Fernando siempre


permaneció como su amigo leal, y le dio muchas distinguidas muestras
de gratitud, por sus grandes servicios a la corona y al Estado. Fue por
respeto a Santángel que fue concedida la igualdad de derechos a
aragoneses y castellanos en el Nuevo Mundo. De su matrimonio con
Juana, que pertenecía a la distinguida y extensamente ramificada familia
marrana De la Caballeria, Santángel tuvo varios hijos varones y una hija,
Luisa. En la primavera de 1493 Luisa se casó con Ángel de Villanueva,
que fue designado después gobernador del condado de Cerdeña [1]. El
rey le dio un presente de bodas de treinta mil sueldos, "en
reconocimiento a los muchos servicios que su padre, el bien amado
consejero y escribano de ración de su casa, le había prestado y que
todavía lo hacía". La envidia debida a esa señal de distinción molestó al
tesorero Gabriel Sánchez. Él insinuó al rey que sus servicios a la corona
y al Estado eran tan grandes como los de Santángel. De ahí que su hijo
Pedro, en su matrimonio con María del Ijar, también recibió treinta mil
sueldos como regalo de bodas.
[1] Él era un sobrino de Moisés Pazagón de Calatayud.

La señal más alta de distinción concedida a Luis de Santángel, "en


recompensa por los muchos grandes y notables servicios que él había
prestado al rey con celo incansable y con gran prontitud y solicitud", fue
un privilegio otorgado por Fernando el 30 de Mayo de 1497. Dicho
privilegio lo eximía a él así como a sus hijos Fernando, Gerónimo y
Alfonso, y a su hija Luisa, junto con los hijos y herederos de aquéllos,
de toda acusación de apostasía. En ese documento la corona también les
concedió la posesión absoluta de toda propiedad personal y de bienes
raíces que le perteneciera a ellos, a sus hijos, o a sus herederos durante
su vida o después de su muerte, y que podrían ser confiscados por la
Iglesia o el Estado con motivo de cualquier acusación de apostasía.
Finalmente, los sirvientes de la Inquisición en Valencia y en otras partes
fueron amonestados, so pena de pagar una gran multa, para no
molestarlos a ellos, ni a sus hijos ni a sus descendientes.

Luis de Santángel y Gabriel Sánchez murieron un año antes que


Colón. Después del fallecimiento de Sánchez, que ocurrió el 15 de
Septiembre de 1505, el cargo de tesorero pasó a su hijo Luis, que lo tuvo
hasta su muerte el 4 de Diciembre de 1530. El 30 de Enero de 1506 el
rey Fernando designó como sucesores de Luis de Santángel a su hijo
Fernando y a su pariente Jaime de Santángel; cada uno debía tener un
salario de 8.000 sueldos y los gajes y emolumentos acostumbrados. Las
designaciones fueron confirmadas el 24 de Julio de 1512. Poco después
de la muerte del rey, sin embargo, Fernando fue privado de su cargo, y
Pedro Celdrán fue designado escribano de ración. Por esa razón
Fernando de Santángel se sintió obligado a defender sus derechos ante
la Justitia, la Corte Suprema de Aragón.
En ese entonces el jurista Luis de Santángel, quien había sido
designado diputado del Zalmedina para el año 1492, con todos los
honores y derechos anexos a aquella posición, era el representante de la
Justitia de Aragón, y Salvador de Santángel, de Zaragoza, era el
concejal. En 1517 el tribunal aragonés decidió a favor de Fernando. Con
Miguel Luis de Santángel, quien en 1586 era un distinguido profesor de
leyes y un concejal de Zaragoza, los Santángel desaparecen de la historia
de España. Aquel país siempre apreciará y honrará la memoria de Luis
de Santángel, el orgullo de aquella familia y el prominente promotor del
descubrimiento de América.

Desde el comienzo, Colón dio a las tierras recién descubiertas un


color decididamente religioso o eclesiástico. Ellas habían sido
descubiertas para la gloria del cristianismo y para la propagación del
catolicismo, y de ahí que él deseaba que ellas debieran ser habitadas
exclusivamente por católicos. A moros y judíos no debía permitírseles
establecerse allí; incluso los marranos, incluyendo a aquellos que habían
sido perseguidos y castigados por la Inquisición, les estaba prohibido
emigrar al Nuevo Mundo. Sin embargo, la primera persona que obtuvo
el permiso del rey para llevar a cabo comercio con las tierras recién
descubiertas fue Juan Sánchez de Zaragoza, un judío secreto, la lealtad
de cuyo padre a su fe ancestral le había costado su vida. Él vivía en
Sevilla, y era un sobrino del tesorero Gabriel Sánchez; de ahí también
que fuera con frecuencia llamado "Juan Sánchez de la Tesoreria". En el
año 1502 él recibió permiso de Isabel para llevar cinco carabelas
cargadas con trigo, cebada, caballos y otros artículos a La Española sin
pagar impuestos. Dos años más tarde, el 17 de Noviembre de 1504,
cuando la reina estaba muy enferma en Medina del Campo [moriría el
día 26], Fernando permitió que él exportara mercaderías y artículos a La
Española, y que los vendiera o cambiara por los productos de aquella
tierra. Ese favor fue concedido a cambio de ciertos "buenos servicios"
que él había prestado a la corona, y en el entendido de que tales servicios
debían continuar en el futuro.

A pesar de las rigurosas leyes que prohibían la emigración, grandes


cantidades de españoles y portugueses fugitivos de las infernales llamas
de los Autos de Fe —nobles, hombres de conocimiento, médicos y
comerciantes prósperos— pronto se instalaron en La Española y en las
otras islas de las Indias. Ellos cultivaron la tierra, practicaron el
comercio, promovieron la industria [2], y llenaron los cargos públicos.
De ahí que ya en 1511 la reina Juana I de España se viese obligada a
adoptar medidas contra los judíos secretos, "los hijos y nietos de los
quemados", que tenían cargos públicos. Cada judío secreto que, sin el
permiso de la corona, estuviera en posesión de tal cargo, debía perderlo,
y debía ser, además, castigado con la confiscación de su propiedad
[véase anexo al final]. Ese decreto también introdujo la Inquisición
española en las tierras recientemente descubiertas, y se le dio una amplia
área de competencia a su impía actividad. Una de las primeras víctimas
del Santo Oficio en La Española fue Diego Caballero de Barrameda,
cuya madre y también su padre (Juan Caballero), según la declaración
de dos testigos, habían sido perseguidos y condenados por la Inquisición
en España.

[2] Los judíos expulsados de Portugal primero introdujeron en América


el cultivo del azúcar desde la isla de Madera. Antonio de Capmany y de
Montpalau, Memorias Históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de
Barcelona, Madrid, 1779, II, 43.

Muchos judíos secretos de España y Portugal también pronto se


instalaron en las Indias portuguesas, especialmente en Brasil. Ellos se
dispersaron a lo largo de toda la costa de las colonias portuguesas, y
llevaron a cabo un extenso comercio de piedras preciosas con Venecia,
Turquía y otros países. Tan pronto como ellos se sintieron seguros, se
sacaron la máscara de disimulación y profesaron abiertamente el
judaísmo. De ahí que no sea extraño que, tal como en la madre patria —
en Lisboa, Évora y Coimbra—, también en Goa, la metrópolis del
dominio portugués en la India, fuera establecida la Inquisición, con
jurisdicción sobre las posesiones portuguesas en Asia y África hasta el
Cabo de Buena Esperanza.

Para impedir la emigración de marranos a las Indias, el rey, o mejor


dicho el regente, el cardenal Enrique [rey Enrique I], publicó un edicto
el 30 de Junio de 1567, que les prohibía severamente salir de Portugal
sin el permiso especial de la corona; cualquier marrano, sin embargo,
podía abandonar el reino a condición de que él dejara una garantía de
por al menos quinientos cruzados, que debían pasar al Estado si él no
volvía dentro de un año. Como esa ley no impidió a los judíos secretos
emigrar a las Indias para evitar las opresiones del Santo Oficio, un edicto
similar pero más riguroso del 15 de Marzo de 1568 decretó que las
personas que infringían esa ley deberían perder toda su propiedad; una
mitad debía ser dada al informante, y la otra mitad a la tesorería estatal.

Los capitanes de barcos recibieron órdenes estrictas de encarcelar a


todos los marranos encontrados en cualquier nave que saliera hacia las
Indias, y entregarlos al gobernador general. Dicha prohibición de
emigrar no fue rescindida sino hasta que los judíos y marranos en las
colonias ofrecieron pagar al Estado la enorme suma de 1.700.000
cruzados, con la nueva ley del 21 de Mayo de 1577. Esa ley les permitió
libertad de residencia y de comercio; en el futuro, nadie debía llamarlos
judíos, cristianos nuevos o marranos.

No obstante las grandes sumas de dinero que ellos pagaron por el


derecho de residir en las colonias, las persecuciones de la Inquisición
continuaron, y de ahí que los judíos en las Indias pronto llegaron a ser
una fuente de seria perturbación para el gobierno portugués. Ellos
hicieron causa común con los holandeses, que estaban en ese entonces
luchando por su libertad, y ellos les dieron ayuda financiera y de otro
tipo. En su entusiasta amor por la libertad los judíos incluso equiparon
barcos expresamente para los holandeses. Una carta del rey Felipe II a
Martín Alfonso de Castro, el virrey de las Indias, declara que dos
cristianos nuevos en Colombo [en Ceilán] estaban en activa
correspondencia con los holandeses, y que cuatro o cinco judíos en
Malaca [en Malasia] estaban dando información definida a aquéllos
acerca de los planes militares de los portugueses. Los marranos de las
Indias enviaron considerables provisiones a los judíos españoles y
portugueses que estaban en Hamburgo y Aleppo [en Siria], los cuales,
por su parte, las enviaban a Holanda y Zelanda [en los Países Bajos].

Tan pronto como el gobierno portugués oyó de esas transacciones, al


virrey de las Indias [Orientales] se le ordenó adoptar rigurosas medidas
contra los cristianos nuevos que estaban de esa manera aliados con los
holandeses. La ley del 15 de Marzo de 1568 fue renovada, y los capitanes
de barcos recibieron instrucciones perentorias para confiscar para la
tesorería estatal toda la propiedad de los cristianos nuevos que fueran
encontrados en sus buques, y enviarlos de vuelta a Portugal. Si ningún
barco resultara estar listo para volver a Portugal, esos cristianos nuevos
debían ser llevados a Goa, y debían ser allí retenidos en la prisión por la
Inquisición hasta que algún barco se dispusiese a salir para la madre
patria. La Inquisición debía tratar en una manera similar con los judíos
y cristianos nuevos que se habían establecido ya en las colonias; varios
de ellos debían ser devueltos anualmente a Portugal, y así las Indias
debían ser gradualmente purgadas.
Después de la muerte del rey-cardenal Enrique I en 1580, Felipe II de
España, en su avaricia de nuevas adquisiciones de territorio, también
puso a Portugal bajo su control. No simplemente Portugal fue añadido a
España, sino que también las Indias del Este fueron unidas a las Indias
occidentales; Asia así como América cayeron bajo el dominio de Felipe
II. España estaba entonces en el cenit de su poder.

Felipe II era el hijo de una hija del rey portugués Don Manuel, y era
un nieto de aquel hermoso Felipe cuya infidelidad causó la locura de su
esposa Juana, una hija de Isabel la Católica. Bajo esa melancólica y
tiránica monarca la Inquisición renovó su nefasta actividad en América.
Los tribunales del Santo Oficio fueron establecidos en Perú, en Lima, y
judíos y marranos fueron entregados a las llamas.

Entre las primeras víctimas de la Inquisición en Lima estuvo el


médico Juan Álvarez de Zafra; él fue quemado públicamente como un
adherente del judaísmo, junto con su esposa, sus hijos y su sobrino
Alonso Álvarez. Unos años más tarde Manuel López, de Yelves en
Portugal, también llamado Luis Coronado, encontró el mismo destino.
Él confesó francamente que él era un judío, y no hizo ninguna tentativa
de ocultar el hecho de que él y sus correligionarios habían observado la
ley mosaica y habían realizado servicios religiosos en su casa. Duarte
Núñez de Cea, un mercader de cuarenta y un años de edad, también
murió por su religión. Antes de subir a la pira funeraria él admitió que
había vivido como un judío, observando los preceptos del judaísmo, y
que era su simple deseo morir como un judío, como sus antepasados lo
habían hecho. Su ejemplo de lealtad religiosa fue seguido por el docto
médico Álvaro Núñez de Braganza, que vivía en La Plata, y por Diego
Núñez de Silva y Diego Rodríguez de Silveyra, de Perú. Los recién
llegados de Portugal fueron perseguidos con particular rigor. Durante un
día, catorce de tales inmigrantes fueron arrestados por orden del rey, y
su propiedad fue confiscada [3]. En el caso del rey Felipe y sus sucesores
en el trono español —como en el caso de sus antepasados Fernando e
Isabel— el fanatismo tenía su raíz en los intereses materiales del Estado.

[3] José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición en Lima, Santiago, 1887.

A pesar de tales persecuciones, miles de judíos secretos huyeron,


durante los siglos XVI y XVII, desde la península ibérica a las Indias, y
especialmente a América, el Nuevo Mundo, que no era simplemente una
tierra rica en minas de oro y de plata sino también la tierra donde la luz
de la libertad primero brilló sobre los adherentes del judaísmo.–

ANEXO

LA REINA JUANA Y LOS MARRANOS DE LA ESPAÑOLA


(1511)

[Archivo de Indias, lib. I, fol. I20; Colección de Documentos Inéditos.


Seg. seria (Madrid, 1890), V. 307 sq.]

Doña Juana por las gracias de Dios Reyna de Castilla, [de Toledo, de
León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del
Algarve, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias], de las Yndias
yslas e tierra firme del mar oceano [y Señora de Vizcaya y de Molina].

Por quanto yo he seydo ynformada que en la ysla Española y las otras


yslas yndias e tierra firme del Mar Oceano se an pasado [y] se pasan
destas partes muchos yjos e nyetos de quemados a causa de les estar
proyvido e bedado por leyes e premáticas destos Reynos que no puedan
tener ny usar nyngunos oficios Reales ny públicos por los poder aver y
usar allá deziendo no estenderse en esas dichas yslas e tierra firme la
dicha premática e provycion e vedamiento, e porque muy merced e
voluntad es por lo que a mí toca et atañe que tan bien se estiendan y
entiendan allá lo suso dicho et que agora ny de aqui adelante tanto quanto
mi merced e voluntad fuere nyngund fijo ny nyeto de quemado no pueda
thener ny usar en las dichas yndias e tierra firme nyngund oficio real ny
público visto por algunos del dicho my consejo fue acordado que devya
mandar dar otra mi carta de la dicha Razon la qual quiero que valga por
premática asi como sy fuese fecha e promulgada en cartes por la qual
espresamente defiende que agora ny de aqui adelante tanto quanto my
merced e voluntad fuere por lo que a mí toca que nyngunos nyn algunos
nyetos ny fijos de quemados no puedan thener ny thengan ny usen ny
exerciten por sy por ninguna via directa ny yndirecta nyngunos oficios
Reales nyn públicos ny concejales ny otros algunos que les sean
proyvidos e vedados por leyes e premáticas destos Reynos en esa dicha
ysla española ny en las otras yslas e tierra firme del Mar Oceano so pena
que los que tovyesen e usen sin tener avilitacion de nos para ello por la
primera vez caygan e yncurran en pena de perdimiento de los tales
oficios, e por la segunda pierda los dichos oficios que toviere e mas la
meytad de sus bienes, e por la tercera pierda los dichos oficios que asi
toviere e mas todos sus bienes para la camara e fisco del Rey mi señor e
padre e mya, e que podamos fazer merced de los tales oficios e bienes a
quien nuestra merced e voluntad fuere, e por esta mi carta mando a los
nuestro governador visorrey y capitanes e otras justicias qualesquiera
que agora son o fueran delas dichas yndias que esecutan e fagan esecutar
las dichas penas en las tales personas e oficios e sus bienes que fueren
fijos e nyetos de quemados luego que a su noticia venieren e tovieren
ynformacion bastante que los que ansi tovieren los tales oficios Reales
Publicos concejiles son fijos o nyetos de quemados como dicho es, e
porque lo suso dicho sea notorio e dello nynguno pueda pretender
ygnorancia mando questa mi cedula sea pregonada por las plaças e
mercados e otros lugares e partes acostumbrados desas dichas yslas
yndias por pregonero e ante escrivano público.

Dada de Burgos a cinco dias del mes de octubre año del nascimiento
del nuestro señor de mill e quinientos e honze años.

Yo el Rey.–

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